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«Sus mejores poemas» es una selección de poemas de Amado Nervo realizada por Eduardo Barrios y Roberto Meza Fuentes, con un soneto introductorio de Rubén Darío dedicado al poeta mexicano. Los poemas están divididos en varias partes: «Perlas negras», «Poemas», «El éxodo y las flores del camino»…
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Seitenzahl: 169
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Amado Nervo
POEMAS:: SELECCION DE EDUARDO BARRIOS y ROBERTO MEZA FUENTES
Saga
Sus mejores poemas
Copyright © 1920, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726679823
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Nací en Tepic, pequeña ciudad de la costa del Pacífico, el 27 de Agosto de 1870. Mi apellido es Ruiz de Nervo; mi padre lo modificó encogiéndolo. Se llamaba Amado y me dió su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo, y esto que parecía seudónimo—así lo creyeron muchos en América—y que en todo caso era raro, me valió quizá no poco para mi fortuna literaria. ¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de Nervo ancestral, o si me hubiese llamado Pérez y Pérez!
Empecé a escribir siendo muy niño, y en cierta ocasión una hermana mía encontró mis versos, hechos a hurtadillas, y los leyó en el comedor a toda la familia reunida. Yo escapé a un rincón. Mi padre frunció el ceño. «Y eso fué todo». Un poco más de rigidez y escapo para siempre. Hoy sería quizá un hombre práctico. Habría amasado una fortuna con el dinero de los demás, y mi honorabilidad y seriedad me abrirían todos los caminos. Pero mi padre sólo frunció el ceño... Por lo demás, mi madre escribía también versos, y también a hurtadillas. Su sexo y sus grandes dolores la salvaron a tiempo, y murió sin saber que tenía talento: ahora lo habrá descubierto con una sonrisa piadosa...
No he tenido ni tengo tendencia alguna literaria especial. Escribo como me place. Según el «spiritus qui flat ubi vult». No sostengo más que una escuela: la de mi honda y perenne sinceridad.
He hecho innumerables cosas malas, en prosa y verso; y algunas buenas; pero sé cuáles son unas y otras. Si hubiese sido rico no habría hecho más que las buenas, y acaso hoy sólo se tendría de mí un pequeño libro de arte consciente, libre y altivo. ¡No se pudo! Era preciso vivir en un país donde casi nádie leía libros, y la única forma de difusión estaba constituída por el periódico. De todas las cosas que más me duelen es ésa la que me duele más: el libro, breve y precioso, que la vida no me dejó escribir: el «libro libre» y único.
AMADO NERVO
Amado es la palabra que en querer se concreta,
Nervo es la vibración de los nervios del mal:
bendita sea y pura la canción del poeta,
que lanzó sin pensar su frase de cristal.
Fraile de los suspiros, celeste anacoreta
que tienes en blancura l’azúcar y la sal:
muéstrame el lirio puro que sigues en la veta,
y hazme escuchar el eco de tu alma sideral.
Generoso y sutil como una mariposa,
encuentra en mí la miel de lo que soy capaz,
y goza en mí la dulce fragancia de la rosa.
No busques en mi gestos el alma de mi faz:
quiere lo que se aquieta, busca lo que reposa,
y ten como una joya la perla de la Paz.
Rubén Darío.
¿Por qué tan grave la muchachita?
¿Por qué los goces del juego evita?
¿Por qué se oculta y, en un rincón,
el más sombrío d’estancia aislada,
gime solita y acurrucada,
como paloma sin su pichón?
¿Perdió su rorro grande, que dice:
«papá»? L’ausencia de Berenice,
su dulce amiga, ¿le causa afán?
¿Sufrió el regaño de adusta abuela,
o pena acaso porque a la escuela
mañana mismo la llevarán?
¡Ay! Es que ha muerto su hermosa gata,
cuyo bigote—púas de plata—
cien y cien veces acarició;
la de albo pelo, mayar sonoro,
ojos muy verdes, vetados de oro,
¡la «Remonona» que tanto amó!
Por eso pena la muchachita,
por eso el goce pueril evita,
odia el bullicio, y en un rincón,
el más sombrío d’estancia aislada,
gime solita y acurrucada
como paloma sin su pichón.
Ya la noche se acerca, la hermosa
reina nubia de castas pupilas;
la que boga en su esquife de plata
remolcado por negra cuadriga.
Ya preludian su «trémolo» flébil,
en las verdes palmeras, las brisas.
Cayó el sol como rosa de fuego
en las glaucas llanuras marinas;
y volvieron las blancas gaviotas
a las rocas, que yerguen altivas,
erizadas de agujas, sus moles,
recortando l’azul lejanía.
*
Bésame, frente al mar, frente al cielo
en que vago crespúsculo brilla;
en presencia de Dios que bendice
el connubio de tu alma y la mía.
El creó en nuestros pechos, que laten
hoy tan juntos, la llama purísima
del amor que ha dictado mis versos,
del amor que resume tu vida.
Bésame, cual la ola a la playa,
cual los astros al mar, cual las brisas
a la palma de lacios cabellos;
bésame, desposada divina.
Mientras abren sus cálices de oro
las estrellas, que son margaritas
del celeste jardín, que los ángeles
con sus manos de nieve cultivan.
Bésame, mientras reinan las sombras
que en sus pliegues nos traen la dicha,
mientras baten sus alas los sueños,
mientras pueblan el bosque las ninfas,
y Deméter con hondos espasmos
de placer inefable palpita.
En rica estancia de aristocrática
mansión, en lecho de pompa asiática,
donde el dorado blasón que expresa
antiguas glorias, luce su brillo,
duerme a sus anchas un falderillo:
el falderillo de la condesa.
En la magnífica chimenea
un blando fuego chisporrotea;
afuera el cierzo sus alas mueve,
y cual vellones desparramados
van descendiendo por los tejados
innumerables copos de nieve.
La tarde muere, la luz fenece,
la estancia en honda quietud, parece
cripta en que el ruido mundano cesa;
sólo se escuchan, en ocasiones,
las compasadas respiraciones
del falderillo de la condesa.
*
Un rapazuelo, de cuerpo escuálido,
de tristes ojos, de rostro pálido,
rasca las cuerdas de su violín
frente a los muros de aquella casa:
¡música inútil! la gente pasa
sin dar socorros al serafín.
En tanto el cierzo silba y se queja;
el pobre niño de tocar deja;
llora y a nadie su llanto mueve;
en vano empuja con mano incierta
de la morada condal la puerta,
y se desploma sobre la nieve!
*
Cuando despunta la luz primera,
desciende un rayo sobre la acera,
al niño muerto besa en la frente,
presta matices a sus cabellos
y luego forma por cima de ellos
una corona resplandeciente.
Otro rayito de la mañana
entra riendo por la ventana
del rico alcázar, y con traviesa
luz, qne cascada de oro remeda,
baña los rizos de blanca seda
del falderillo de la condesa...
Oye, neurótica enlutada,
oye, la orquesta desmayada
preludia un vals en el salón;
de luz la estancia está inundada,
de luz también el corazón.
¡Ronda fantástica iniciemos!
El vals es vértigo: ¡valsemos!
¡que viva el vértigo, mujer!
Es un malstrom: encontraremos
en su vorágine el placer.
Valsar, girar, ¡qué bello es eso!
Valsar, girar, perder el seso,
hacia el abismo resbalar,
en la pendiente darse un beso,
morir después... Valsar, girar...
Paolo, tu culpa romancesca
viene a mi espíritu; Francesca,
unida siempre a Paolo vas...
¡Impúlsanos, funambulesca
ronda! ¡más vivo! ¡mucho más!...
Valsar, girar, ¡qué bello es eso!
Valsar, girar, perder el seso,
hacia el abismo resbalar,
en la pendiente darse un beso,
morir después: valsar, girar...
Cuando el sol vibra su rayo
de oro vivo, de oro intenso,
de la tarde en el desmayo;
cuando el sol vibra su rayo,
¡pienso!
Pienso en tí, la Deseada
que mi amor buscando va
con nostálgica mirada;
pienso en tí, la Deseada,
y pregunto: «¿no vendrá?»
Cuando estoy febricitante
en los brazos del Ensueño
que me lleva muy distante;
cuando estoy febricitante,
¡sueño!
Sueño en hombros fraternales
donde al fin reposarán
mis cansados ideales;
sueño en hombros fraternales
y pregunto: «¿no vendrán?»
Cuando estoy enfermo y triste
y es inútil mi reclamo
porque al fin tú no viniste;
cuando estoy enfermo y triste,
¡amo!
Amo el beso de la Muerte,
que mañana entumirá
mi avidez por conocerte;
amo el beso de la Muerte
y me digo: «¡sí vendrá!»
Cómo olvidar la cauda de sus cabellos blondos!
cómo olvidar su frente nevada y misteriosa!
cómo olvidar sus ojos tan tristes y tan hondos,
que siempre parecían pensar en otra cosa...
Cómo olvidar lo inmenso de su melancolía!
La vida no le daba más que nostalgia y ceños:
—«Yo soy la desterrada perenne, me decía,
mi patria es un planeta que miro mucho en sueños.»
«¡Adónde iré en la tierra que no esté pesarosa!
Ya todos los caminos conocen mi coturno;
yo soy como un instinto que espera alguna cosa,
yo escruto el horizonte como romera ansiosa
que aguarda en las riberas del piélago su turno.»
«Ha tanto tiempo ¡tanto! que yerro distraída
pidiendo en extranjeros idiomas hospedaje,
sin que al llegar me digan jamás: «Sé bien venida»,
sin que al partir me digan: «Que tengas un buen viaje.»
«¿Por qué no me refugias en tu alma de vidente?
Me han dicho que los astros su luz copian en ella:
si dejas que yo asome la faz como a una fuente,
quién sabe si en las noches veré pasar mi estrella!»
«Devuélveme a mis santas riberas, a mis lagos
de amatista, a mi pálida estrella silenciosa.»
¡Cómo olvidar sus ojos tan tristes y tan vagos,
que siempre parecían pensar en otra cosa!
En un convento vivía
una monja que pasaba
por santa, y que se llamaba
la hermana Melancolía:
fruto de savia tardía
que olvidó la primavera
su rostro de lirio era,
y sus pupilas umbrosas
dos nocturnas mariposas
en ese lirio de cera.
Nadie la vió sonreir,
porque quiso, en su entereza,
ennoblecer de tristeza
la ignominia de vivir;
tan sólo cuando, al morir,
miró la faz del Señor,
arrojando su dolor
como se arroja una cruz,
mostró en su frente la luz
de un relámpago de amor.
Y aquella monja sombría
que nunca se sonrió,
cuando en su cripta durmió
sonreía, sonreía...
Hermana Melancolía:
dame que siga tus huellas,
dame la gloria de aquellas
tristezas, ¡oh taciturna!
Yo soy un alma nocturna
que quiere tener estrellas.
Deja que mi canto brote
para ti como un arrullo
y en tu redor vibre y flote.
Depón, marquesa hugonote,
tu austeridad y tu orgullo.
Soy hidalgo, amarte puedo
si eres hidalga también:
mis mayores con denuedo
siguieron a Godofredo
luchando en Jerusalén.
Si tú entre las damas sueles
preponderar, vive Dios,
yo privo entre los donceles;
si ostentas muchos cuarteles
yo tengo sesenta y dos.
¿Que tu padre combatió
con el mío y se dañaron
de diverso fin en pro?
¡Pues amémonos tú y yo
después que ellos se mataron!
¿Temes que el mundo publique
nuestro idilio, murmurando?
Pues yo diré a quien critique:
También el rey don Enrique
amó a las del otro bando.
Y frente al primo de Guisa,
al ir de Lutecia en pos,
dijo con cierta sonrisa:
«París bien vale una misa...»
Tú, marquesa, vales dos!
Vamos, concede que brote
la voz de mi plectro eólico
y en tu redor vibre y flote...
¡Piedad, marquesa hugonote,
para este bardo católico!
Un eco muy lejano,
un eco muy discreto,
un eco muy suave:
el fantasma de un eco...
Un suspiro muy débil,
un suspiro muy íntimo,
un suspiro muy blando:
la sombra de un suspiro...
Un perfume muy vago,
un perfume muy dulce,
un perfume muy leve:
el alma de un perfume,
son los signos extraños que anuncian
la presencia inefable de «Lumen».
Ay de mí si no advierto
el eco tan lejano,
el suspiro tan íntimo,
el perfume tan vago:
«Lumen» vuelve a ser hebra de luna,
diluyéndose toda en un rayo!
Por ti, por ti clamaba cuando surgiste,
infernal arquetipo, del hondo Erebo,
con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
tus senos «pectorales», y a mí viniste.
Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
despertando en las almas el crimen nuevo,
ya con virilidades de dios mancebo,
ya con mustios halagos de mujer triste.
Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;
porque sabías mucho y amabas poco,
y eras síntesis rara de un siglo loco
y floración malsana de un viejo mundo.
Con tres genuflexiones los teuctlis abordaron
el trono; cada teucli llevaba su tesoro:
«Señor, mi Señor», luego «gran Señor», exclamaron
y fuéronse, agitando las arracadas de oro.
(Era la fiesta santa de Quetzalcoatl.) Llegaron
después doncellas brunas diciendo eximio coro,
y frente al rey sañudo cien músicos vibraron
el teponaxtle, el huehuetl y el caracol sonoro.
(Era la fiesta santa de Quetzalcoatl.) Reía
el pueblo. El Rey en tanto,—sin brillo la sombría
mirada inmensa, como dos noches sin estrellas,—
pensaba en el augurio fatal del «Dios Serpiente»:
«Y entonces, en un vuelo de naves del Oriente,
vendrán los hombres blancos, que matan con centellas.»
En el tronco de sepia de una encina
que lujuriosa floración reviste,
un sátiro senil, débil y triste,
con gesto fatigado se reclina.
Ya murió para él la venusina
estación, Afrodita no le asiste
ni le quieren las ninfas... ya no existe
el placer, y la atrofia se avecina.
Sin estímulos ya, sin ilusiones,
apoya entre los dedos los pitones,
encoge las pezuñas, con marasmo
entrecierra los ojos verde umbrío,
y pasa por su rostro de cabrío,
el tedio de una vida sin espasmo.
Alba en sonrojos
tu faz parece:
¡no abras los ojos,
porque anochece!
Cierra—si enojos
la luz te ofrece—
los labios rojos,
¡porque amanece!
Sombra en derroches,
luz: ¡sois bien mías!
Ojos obscuros:
¡muy buenas noches!
Labios maduros:
¡muy buenos días!
Arroyo de cristales bullidores
que finges, al correr entre las gramas,
hidra inmensa de nítidas escamas,
clarosonante ruta de colores:
Campiñas en que vagan los olores
del anís, del tomillo y las retamas:
nidos que desgranáis entre las ramas
vuestros trémulos cánticos de amores:
Sabed que soy feliz, pues fuí querida;
que en una hora de amor viví una vida,
y que a todos los vientos que encontrare
un mensaje daré para el amado:
¡Oh, viento, gran suspiro perfumado,
«olvídeme de mí si le olvidare!»
Mientras tú estabas lejos del Esposo,
fué perenne espejismo del sentido
tu nombre, que es arrullo en el oído
y en los labios almíbar deleitoso.
A causa del aroma delicioso
que tienes en los labios escondido,
tu nombre es un aroma difundido
por las alas del viento nemoroso.
Oh, vuelve a mí; te aspiraré anhelante
cual saquito de mirra perfumada,
Sulamita gentil (aunque morena
porque el sol ha mirado tu semblante). ( 1 )
Ven a mí: ya te aguarda en la majada,
modulando sus églogas, mi avena.
(DE LOS POEMAS PANTEÍSTAS)
Hermana Agua, alabemos al Señor.
(Espíritu de San Francisco de Asís)
Un hilo de agua que cae de una llave imperfecta; un hilo de agua, manso y diáfano, que gorjea toda la noche y todas las noches cerca de mi alcoba, que canta a mi soledad y en ella me acompaña; un hilo de agua: ¡qué cosa tan sencilla! Y, sin embargo, esas gotas incesantes y sonoras me han enseñado más que los libros.
El alma del Agua me ha hablado en la sombra,—el alma santa del Agua—, y yo la he oído con recogimiento y con amor. Lo que me ha dicho está escrito en páginas que pueden compendiarse así: «ser dócil, ser cristalino: ésta es la ley y los profetas »; y tales páginas han formado un poema.
Yo sé que quien lo lea sentirá el suave placer que yo he sentido al escucharlo de los labios de «Sor Aqua», y éste será mi galardón en la prueba, hasta que mis huesos se regocijen en la gracia de Dios.
Yo canto al Cielo porque mis linfas ignoradas
hacen que fructifiquen las savias; las llanadas,
los sotos y las lomas por mí tienen frescura.
Nadie me mira, nadie; mas mi corriente obscura
se regocija luego que llega primavera,
porque si dentro hay sombras, hay muchos tallos fuera.
Los gérmenes conocen mi beso cuando anidan
bajo la tierra, y luego que son flores me olvidan.
Lejos de sus raíces las corolas felices
no se acuerdan del agua que regó sus raíces...
¡Qué importa! yo alabanzas digo a Dios con voz suave.
La flor no sabe nada, ¡pero el Señor sí sabe!
Yo canto a Dios corriendo por mi ignoto sendero,
dichosa de antemano; porque seré venero
ante la vara mágica de Moisés; porque un día
vendrán las caravanas hacia la linfa mía;
porque mis aguas dulces, mientras que la sed matan,
el rosto beatífico del sediento retratan
sobre el fondo del cielo, que en los cristales yerra;
porque copiando el cielo lo traslado a la tierra,
y así el creyente triste que en él su dicha fragua,
bebe, al beberme, él cielo que palpita en mi agua,
y como en ese cielo brillan estrellas bellas,
el hombre que me bebe comulga con estrellas.
Yo alabo al Señor bueno porque, con la infinita
pedrería que encuentro de fuegos policromos,
forjo en las misteriosas grutas la estalactita,
pórtico del alcázar de ensueño de los gnomos;
porque en ocultos senos de la caverna umbría
doy de beber al monstruo que tiene miedo al día.
¡Qué importa que mi vida bajo la tierra acabe!
Los hombres no lo saben, pero Dios sí lo sabe.
Así me dijo el Agua que discurre por los
antros, y yo:—Agua hermana, bendigamos a Dios.
Yo alabo al cielo porque me brindó en sus amores
para mi fondo gemas, para mi margen flores;
porque cuando la roca me muerde y me maltrata,
hay en mi sangre (espuma) filigranas de plata;
porque cuando al abismo ruedo en un cataclismo,
adorno de arco iris triunfales el abismo,
y el rocío que salta de mis espumas blancas
riega las florecitas que esmaltan las barrancas;
porque a través del cauce llevando mi caudal,
soy un camino que anda, como dijo Pascal;
porque en mi gran llanura donde la brisa vuela,
deslízanse los élitros nevados de la vela;
porque en mi azul espalda que la quilla acuchilla,
mezo, aduermo y soporto la audacia de la quilla,
mientras que no conturba mis ondas el Dios fuerte,
a fin de que originen catástrofes de muerte,
y la onda que arrulla sea onda que hiere...
¡Quién sabe los designios de Dios que así lo quiere!
Yo alabo al cielo porque en mi vida errabunda
soy Niágara que truena, soy Nilo que fecunda,
maelstroom de remolino fatal, o golfo amigo;
porque, mar, di la vida, y, diluvio, el castigo.
Docilidad inmensa tengo para mi dueño:
Él me dice «Anda», y ando; «Despéñate», y despeño
mis aguas en la sima de roca, que da espanto;
y canto cuando corro, y al despeñarme canto,
y cantando mi linfa, tormentas o iris fragua,
fiel al Señor...
—Loemos a Dios, hermana Agua.
Yo soy la movediza perenne; nunca dura
en mí una forma; pronto mi ser se transfigura,
y ya entre guijas de ónix cantando peregrino,
ya en témpanos helados, detengo mi camino,
ya vuelo por los aires trocándome en vapores,
ya soy iris en polvo de todos los colores
o rocío que asciende, o aguacero que llueve...
Mas Dios también me ha dado la albura de la nieve,
la albura de la nieve enigmática y fría
que cae de los cielos como una eucaristía,
que por los puntiagudos techos resbala leda
y que cuando la pisan cruje como la seda.
Cayendo silenciosa, de blanco al mundo arropo.
Subí a la altura niebla, desciendo al suelo copo;
subí gris de los lagos que la quietud estanca,
y bajo blanca al mundo... ¡Oh, qué bello es ser blanca!