La amada inmóvil - Amado Nervo - E-Book

La amada inmóvil E-Book

Amado Nervo

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Beschreibung

Octavio Paz ha escrito que Nervo manipuló "con novedad y autenticidad el repertorio del modernismo" y Enrique Díez-Canedo habla de su "toque preciosista, vestidura de una delicadeza fundamental de su alma". Todo esto se confirma en "La amada inmóvil", libro que creó al tiempo que velaba los restos de Ana Cecilia Dailliez, su secreta compañera

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AMADO NERVO

La amada inmóvil

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1997    Segunda reimpresión, 1999 Primera edición electrónica, 2017

Tomado deLa amada inmóvil

Diseño de portada: Pablo Tadeo SotoFotografía: Colección Ma. de los Ángeles Padilla Nervo

D. R. © 1997, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5327-7 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

EL 31 de agosto de 1901 Amado Nervo conoció en París, en una calle del Barrio Latino, a Ana Cecilia Luisa Dailliez, quien se convertiría en el amor de su vida. De hecho, esta mujer se convirtió en su amor secreto, su musa enjaulada. Así lo confirma el hecho de que, al ser nombrado segundo secretario de la embajada de México en Madrid, Nervo se instaló con Ana Cecilia en el piso segundo izquierdo del número 15 de la madrileña calle de Bailén, donde ni los porteros de la casa supieron de la existencia de aquella mujer. El 17 de diciembre de 1911, Ana Cecilia contrajo una fiebre tifoidea que le provocó una lenta agonía, también secreta, ya que Nervo la atendió a escondidas, hasta la noche del 7 de enero de 1912 en que murió su musa. La amada inmóvil es el poema que nació esa noche en que Nervo veló en soledad el cadáver de quien fue su amada.

Amado Nervo nació en Tepic en 1870 y realizó estudios en el Seminario de Zamora, Michoacán, mas pronto abrazó la carrera de leyes y empezóa trabajar en un despacho de abogados. Pronto se dio a conocer por diversos artículos en periódicos y por la sucesiva aparición de libros que lo fueron consolidando como poeta de prestigio. Colaboró en la Revista Moderna, donde estrechó lazos con los poetas del modernismo. Combinó sus funciones diplomáticas con la continuidad de su obra, cultivando no sólo la poesía, sino el cuento, ensayos, crónicas y relatos de viajes a la manera de Rubén Darío. Viajó por Italia y Austria, y desempeñó cargos diplomáticos en América del Sur, como ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay. Murió el 14 de noviembre de 1919 en Montevideo, y sus restos fueron trasladados a México, con todos los honores, y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Se conserva en Madrid una placa en el edificio de la calle Bailén y en el nicho 213 del cementerio de San Lorenzo y San José, donde el poeta mandó sepultar a su amada inmóvil. La lápida de mármol negro era visible al otro lado del río Manzanares, desde donde “el fraile de los suspiros, celeste anacoreta”, como lo llamó Rubén Darío, siguió viviendo su secreto amor. Tales sentimientos se ven reflejados en este volumen, homenaje adolorido de uno de nuestros más reconocidos poetas a la mujer que él consideró “ornamento de mi soledad, alivio de mi melancolía, flora de mi heredad modesta, dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas”.

En memoria de ANA Encontrada en el camino de la vida el 31 de agosto de 1901. Perdida —¿para siempre?— el 7 de enero de 1912.

OFERTORIO

Deus dedit, Deus abstulit

DIOS mío, yo te ofrezco mi dolor:

¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!

Tú me diste un amor, un solo amor,

¡un gran amor!

                  Me lo robó la muerte…

y no me queda más que mi dolor.

Acéptalo, Señor:

¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!…

1

I

¿LLORAR? ¿POR QUÉ?

ESTE es el libro de mi dolor:

lágrima a lágrima lo formé;

una vez hecho, te juro, por

Cristo, que nunca más lloraré.

¿Llorar? ¿Por qué?

Serán mis rimas como el rielar

de una luz íntima, que dejaré

en cada verso; pero llorar,

¡eso ya nunca! ¿Por quién? ¿Por qué?

Serán un plácido florilegio

un haz de notas que regaré

y habrá una risa por cada arpegio,

¿Pero una lágrima? ¡Qué sacrilegio!

Eso ya nunca. ¿Por quién? ¿Por qué?

II

“MÁS YO QUE YO MISMO”

¡OH, VIDA mía, vida mía!,

agonicé con tu agonía

y con tu muerte me morí.

¡De tal manera te quería,

que estar sin ti es estar sin mí!

Faro de mi devoción,

perenne cual mi aflicción

es tu memoria bendita.

¡Dulce y santa lamparita

dentro de mi corazón!

Luz que alumbra mi pesar

desde que tú te partiste

y hasta el fin lo ha de alumbrar,

que si me dejaste triste,

triste me habrás de encontrar.

Y al abatir mi cabeza,

ya para siempre jamás,

el mal que a minarme empieza,

pienso que por mi tristeza

tú me reconocerás.

Merced al noble fulgor

del recuerdo, mi dolor

será espejo en que has de verte,

y así vencerá a la muerte

la claridad del amor.

No habrá ni noche ni abismo

que enflaquezca mi heroísmo

de buscarte sin cesar.

Si eras más que yo mismo,

¿cómo no te he de encontrar?

¡Oh, vida mía, vida mía,

agonicé con tu agonía

y con tu muerte me morí!

De tal manera te quería,

que estar sin ti es estar sin mí.

Febrero de 1912

III

“GRATIA PLENA”

TODO en ella encantaba, todo en ella atraía:

su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar…

El ingenio de Francia de su boca fluía.

Era llena de gracia, como el Avemaría;

¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!

Ingenua como el agua, diáfana como el día,

rubia y nevada como margarita sin par,

al influjo de su alma celeste amanecía…

Era llena de gracia, como el Avemaría;

¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!

Cierta dulce y amable dignidad la investía

de no sé qué prestigio lejano y singular.

Más que muchas princesas, princesa parecía:

era llena de gracia, como el Avemaría;

¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!

Yo gocé el privilegio de encontrarla en mi vía

dolorosa; por ella tuvo fin mi anhelar,

y cadencias arcanas halló mi poesía.

Era llena de gracia, como el Avemaría;

¡quien la vio no la pudo ya jamás olvidar!

¡Cuánto, cuánto la quise! ¡Por diez años fue mía;