Amenaza de tormenta - Nora Roberts - E-Book

Amenaza de tormenta E-Book

Nora Roberts

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Beschreibung

Lucas McLean ya había destruido todo el mundo de Autumn en una ocasión, pero, cuando volvió a entrar de nuevo en su vida, no pudo negar que el amor continuaba ardiendo dentro de ella. Tampoco podía negar la prueba que señalaba a Lucas como culpable de asesinato.

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Seitenzahl: 232

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1984 Nora Roberts

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amenaza de tormenta, n.º 20 - junio 2017

Título original: Storm Warning

 

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-162-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 1

 

La posada The Pine View estaba confortablemente situada en las montañas Blue Ridge. Después de dejar la carretera principal, el serpenteante camino cruzaba un estrecho vado del río con la anchura suficiente como para que pasara un coche. La posada estaba a muy a poca distancia del vado.

Era un edificio con mucho encanto, lleno de personalidad, de líneas tan limpias que disimulaban su ruinosa estructura. Tenía una altura de tres plantas y estaba construido en un ladrillo rojo que el tiempo había deslucido hasta un rosa claro. En la fachada había ventanas estrechas con contraventanas de color blanco. El tejado, de cuatro aguas, había ido perdiendo color hasta adquirir un tono verde claro. En él se erguían tres chimeneas. El edificio estaba rodeado por un porche de madera de color blanco y había puertas para acceder a él en todos los laterales de la casa.

El prado que la rodeaba estaba perfectamente cuidado. A menos de cincuenta metros de la posada, los árboles y los afloramientos de roca reivindicaban su presencia en el prado. Era como si la naturaleza hubiera decidido que la casa podía ocupar ese espacio y ni un milímetro más. El efecto era impresionante. La casa y las montañas permanecían en pacífica convivencia sin que ninguna le restara a la otra un ápice de belleza.

Mientras dejaba el coche en la zona destinada al aparcamiento, Autumn contó cinco coches, el viejo Chevy de su tía incluido. Aunque todavía estaban en temporada baja, al parecer ya había algunos huéspedes.

Soplaba un ligero viento frío de abril. Los narcisos todavía tenían que abrirse y la flor del azafrán estaba comenzando a marchitarse. Algunos capullos de azalea mostraban ya algún punto de color. El campo parecía estar esperando la llegada de la primavera. Las montañas más altas todavía vestían sus abrigos de invierno, pero comenzaban a salpicarlas algunos toques grisáceos. No continuarían vestidas de marrón y de gris durante mucho tiempo.

Autumn se colgó la cámara a un hombro y el bolso al otro, el bolso siempre ocupaba el segundo lugar en importancia. Del maletero del coche todavía había que sacar dos enormes maletas. Tras un pequeño esfuerzo, consiguió colocar el equipaje de tal manera que pudo llevárselo en un solo viaje. Después, subió los escalones de la entrada. Como siempre, la puerta estaba abierta.

No había nadie en el interior de la posada. El descabalado cuarto de estar que hacía las veces de salón estaba vacío, aunque el fuego crepitaba en la chimenea. Autumn dejó las maletas en el suelo y entró en la habitación. No había cambiado nada.

Viejas alfombras salpicando el suelo y mantas de ganchillo en sendos sofás. En las ventanas, cortinas estampadas de flores. La colección de figuritas Hummel continuaba sobre la repisa de la chimenea. La habitación estaba limpia, pero distaba mucho de estar ordenada, algo que siempre la había caracterizado. Había revistas por todas partes y un cesto de costura a punto de rebosar. Los cojines apilados en el asiento de la ventana más que decorativos eran simplemente cómodos. El ambiente era acogedor, con un encanto ligeramente descuidado. Autumn pensó sonriente que aquella habitación encajaba perfectamente con la personalidad de su tía.

Sintió un extraño placer. Siempre era reconfortante descubrir que algo que uno amaba no había cambiado. Echó un último vistazo a la habitación y se pasó la mano por el pelo. Le llegaba más allá de la cintura y lo llevaba revuelto por haber conducido con las ventanillas abiertas. Se le pasó por la cabeza la idea de que debía cepillárselo, pero lo olvidó en cuanto oyó pasos en la entrada.

—¡Autumn, estás aquí!

Típico de ella, su tía la saludó como si acabara de volver después de haber estado una hora en el supermercado, y no tras haber pasado un año en Nueva York.

—Me alegro de que hayas llegado antes de cenar. Estamos haciendo carne guisada, tu plato favorito.

Autumn sonrió, no tuvo valor para decirle a su tía que ese era el plato preferido de Paul, uno de sus hermanos.

—¡Tía Tabby, me alegro mucho de verte! —caminó rápidamente hasta ella y le dio un beso en la mejilla.

El familiar olor a lavanda de su tía la envolvió.

Su tía Tabby no se parecía en nada al gato en el que su nombre hacía pensar. Los gatos eran animales arrogantes hasta resultar esnobs, desdeñosamente tolerantes con el resto del mundo. Eran conocidos por su rapidez, su agilidad y su astucia. Su tía Tabby era conocida por sus absurdas divagaciones, sus conversaciones inconexas y sus pensamientos confusos. No tenía ninguna astucia. Y Autumn la adoraba.

Se separó de su tía y la observó con atención.

—Estás magnífica.

Era una verdad inmutable. Su pelo continuaba siendo tan castaño como el de su sobrina, aunque con numerosas hebras grises. También el pelo encajaba con su personalidad. Lo llevaba corto y anárquicamente rizado alrededor de su cara redonda. Sus facciones parecían hechas a pequeña escala: la nariz, la boca, las orejas, incluso las manos y los pies. Los ojos eran de un neblinoso azul claro. Aunque tenía más de cincuenta años, su piel se negaba a arrugarse. Tenía un cutis tan suave como el de una niña. Era unos quince centímetros más baja que Autumn y tenía unas formas agradablemente redondeadas. Autumn se sentía desgarbada y flaca como un palillo a su lado. La volvió a abrazar y le dio un beso en la mejilla.

—Estás absolutamente maravillosa.

Tabby alzó la mirada hacia ella y le sonrió.

—Qué guapa eres. Siempre supe que serías guapísima, ¡pero eres tan delgada! —exclamó palmeándole la mejilla.

Mientras abrazaba a su tía, Autumn pensó en los cuatro quilos que había engordado al dejar de fumar. Había vuelto a perderlos muy rápidamente.

—Nelson siempre fue muy delgado —añadió Tabby, pensando en su hermano, el padre de Autumn.

—Sigue siéndolo—contestó Autumn. Dejó la cámara en la mesa y le sonrió a su tía—. Mamá siempre le está amenazando con ponerle una demanda de divorcio.

—¡Vaya! —Tabby chasqueó la lengua y la miró pensativa—. No creo que sea muy sensato después de llevar tantos años casados.

Comprendiendo que no había entendido la broma, Autumn se limitó a asentir mostrando su acuerdo.

—Te pondré en la habitación de siempre, cariño. Así podrás contemplar el lago desde la ventana. Las hojas pronto terminarán de salir, pero… ¿te acuerdas de cuando te caíste de pequeña? Nelson tuvo que rescatarte.

—No, fue Will —le recordó Autumn, pensando en el día que su hermano pequeño había tenido que sacarla del lago.

—¿Ah, sí?

Tabby pareció ligeramente desconcertada durante unos segundos, después esbozó una sonrisa que desarmó completamente a su sobrina.

—Aprendió a nadar muy bien, ¿verdad? Ahora es todo un hombretón. Eso es algo que siempre me ha sorprendido. Ahora no tenemos ningún niño en la familia —añadió, saltando de frase en frase siguiendo su propia lógica.

—He visto que había varios coches, ¿hay mucha gente en la posada?

Autumn estiró sus agarrotados músculos mientras paseaba por la habitación. Olía a sándalo y a aceite de limón.

—Tengo una habitación doble y cinco individuales ocupadas —respondió—. Una de las individuales la tiene un francés al que le encanta mi tarta de manzana. ¡Tengo que ir a ver la tarta de arándanos! —anunció de pronto—. Nancy prepara una carne guisada maravillosa, pero es un desastre horneando. Y George está de baja con un virus.

Autumn todavía estaba intentando poner orden en aquellas piezas inconexas de información cuando su tía se dirigió hacia la puerta.

—Lo siento —respondió, intentando mostrar su compasión.

—En este momento estoy un poco falta de personal, así que a lo mejor puedes subir tú misma las maletas. O puedes esperar a que llegue algún caballero.

George, recordó Autumn, hacía de camarero, botones y jardinero.

—No te preocupes, tía Autumn. Me las arreglaré yo sola.

—¡Ah, por cierto, Autumn! —se volvió, pero Autumn sabía que su tía estaba pensando en el destino de su tarta—. Tengo una pequeña sorpresa para ti… ¡Oh, veo que la señorita Bond viene hacia aquí! —típico de ella, se interrumpió y le sonrió a su sobrina—. Así te hará compañía. La cena es a la hora de siempre. No llegues tarde.

Evidentemente aliviada al saber que alguien iba a hacerse cargo de su sobrina y podía ir a ver cómo estaba la tarta, se alejó haciendo taconear alegremente los tacones en el suelo de madera.

Autumn se volvió y vio cruzar la puerta a la que acababa de ser designada como su acompañante. Se descubrió al instante con la boca abierta.

Julia Bond. Por supuesto, Autumn la reconoció al instante. No podía haber otra mujer de una belleza tan espectacular como aquella. ¿Cuántas veces había estado sentada en un cine abarrotado, siendo testigo de cómo el talento y el encanto de Julia traspasaban la pantalla? Su belleza no era menor en persona. Resplandecía y era incluso más radiante tres dimensiones.

Pequeña y con unas curvas exquisitas que rozaban apenas la voluptuosidad, Julia Bond era un magnífico ejemplo de la femineidad en pleno esplendor. Los pantalones de color crema y el jersey azul de cachemira realzaban el color de su pelo y sus ojos. Un pelo rubio dorado enmarcaba su rostro como la luz del sol. Tenía los ojos del color del cielo de verano. Su boca, llena y perfectamente dibujada, sonreía incluso mientras arqueaba las cejas. Por un momento, Julia permaneció frente a Autumn, jugueteando con su pañuelo de seda.

—Qué pelo tan fabuloso.

Autumn tardó en algunos segundos en comprender aquel comentario. Su mente todavía estaba en blanco tras haber visto a Julia Bold entrar en la posada de su tía con la misma naturalidad con la que podría haber hecho su entrada en el Hilton de Nueva York. Sin embargo, su sonrisa era tan encantadora y tan poco afectada, que no tardó en sonreír en respuesta.

—Gracias. Seguro que me he quedado mirándola fijamente, le ruego que me disculpe.

Julia se sentó en una mecedora con una gracia admirable e insolente al mismo tiempo. Sacó un cigarrillo largo y estrecho y le dirigió a Autumn una sonrisa.

—Los actores adoran que les miren. Siéntate —le hizo un gesto—. Tengo la sensación de que por fin encuentro a alguien con quien hablar en este lugar.

Autumn obedeció automáticamente, un tributo al encanto de la actriz.

—Claro que eres demasiado joven y atractiva —continuó Julia, estudiando todavía el rostro de Autumn.

Se reclinó en el asiento y cruzó las piernas y, de alguna manera, consiguió transformar aquella vieja mecedora con pequeñas marcas en el brazo izquierdo en un trono.

—Veo que las diferencias de color entre tu pelo y el mío se compensan perfectamente. ¿Cuántos años tienes, querida?

—Veinticinco —contestó Autumn sin pensar. Estaba completamente cautivada.

Julia rio, su risa fue un sonido grave y burbujeante que fluyó como una ola.

—¡Oh, yo también! Y de forma perenne —inclinó la cabeza divertida y sonrió. A Autumn le cosquilleaban los dedos por las ganas de agarrar la cámara—. ¿Cómo te llamas, cariño? ¿Y qué te ha traído hasta la soledad del bosque?

—Me llamo Autumn —respondió mientras se apartaba la melena de los hombros—. Autumn Gallegher. Mi tía es la propietaria de la posada.

—¿Tu tía? —el rostro de Julia registró sorpresa y más diversión—. ¿Esa mujer tan despistada y adorable es tu tía?

—Sí —sonrió ante lo acertado de la descripción—. La hermana de mi padre.

Ya más relajada, Autumn se inclinó hacia atrás. Estaba haciendo su propio estudio, pensando en los ángulos y las sombras del rostro de la actriz.

—Es increíble —decidió Julia sacudiendo la cabeza—. No te pareces nada a ella. Bueno, en el pelo —se corrigió, mirándola con envidia—. Supongo que años atrás lo tenía de ese mismo color. Es maravilloso. Sé de mujeres que matarían por tener ese tono y tú tienes una melena que debe de medir cerca de un metro —con un suspiro, le dio una delicada calada a su cigarrillo—. Así que has venido a hacerle una visita a tu tía.

No había condescendencia en su actitud. La miraba con verdadero interés. Autumn comenzó a pensar que no solo le parecía encantadora, sino que, además, le caía bien.

—Voy a quedarme aquí unas cuantas semanas —le explicó—. Hace ya casi más de un año que no la veo. Me escribió para pedirme que viniera, así que decidí tomarme unas vacaciones.

—¿A qué te dedicas? —Julia apretó los labios—. ¿Eres modelo?

—No —Autumn rio al pensar en aquella posibilidad—. Soy fotógrafa.

—¡Fotógrafa! —exclamó Julia. Resplandecía de placer—. Siento un gran aprecio por los fotógrafos. Supongo que es una cuestión de vanidad.

—Y yo supongo que los fotógrafos la aprecian por la misma razón.

—¡Oh, querida! —sonrió y Autumn reconoció en su expresión placer y diversión al mismo tiempo—. Eres un encanto.

—¿Ha venido sola, señorita Bond?

La curiosidad era algo innato en Autumn, que ya había superado la impresión inicial.

—Llámame Julia, por favor, o me estarás recordando constantemente los cinco años que nos separan. Te queda muy bien ese jersey —comentó, mirando el jersey de cuello redondo de Autumn—. Yo soy incapaz de ponerme nada gris. Lo siento, cariño —se disculpó con una rápida y luminosa sonrisa—, la ropa es mi debilidad. En realidad, este pequeño inciso es en parte una combinación de trabajo y placer. Acabo de separarme, un interludio delicioso —inclinó la cabeza—. Los hombres son maravillosos, pero los maridos pueden llegar a ser terriblemente controladores. ¿Has estado casada alguna vez?

—No.

Autumn pudo reprimir una sonrisa. Lo había preguntado en el mismo tono que habría empleado para saber si alguna vez había tenido un cocker spaniel.

—Yo he tenido tres —declaró Julia con mirada traviesa y absolutamente encantada—. Y en mi caso, a la tercera no ha ido la vencida. Seis meses con un barón inglés han sido más que suficientes.

Autumn recordó las fotografías que había visto de Julia con un alto y aristocrático inglés. Ella llevaba un traje de tweed de forma espectacular.

—He hecho voto de abstinencia —continuó explicándole Julia—, no contra los hombres, sino contra el matrimonio.

—¿Hasta la próxima vez? —aventuró Autumn.

—Hasta la próxima vez —se mostró de acuerdo la actriz con una risa—. De momento, estoy aquí por mi platónica relación con Jacques LeFarre.

—¿El productor?

—Por supuesto —Autumn volvió a sentir una vez más su férreo escrutinio—. Estoy segura de que, en cuanto te vea, decidirá que ha aparecido una nueva estrella en el horizonte. Podría ser una interesante diversión —frunció ligeramente el ceño y se encogió inmediatamente de hombros—. Hasta ahora, el resto de huéspedes de la posada no han ofrecido muchas posibilidades de diversión.

—¿Ah, no?

Autumn sacudió la cabeza cuando Julia le ofreció un cigarrillo.

—Tenemos al doctor Spicer y a su mujer, la señora Spicer —comenzó a decir Julia tamborileando con su uña perfectamente limada el brazo de la silla.

Había cambiado algo en su actitud. Autumn era una persona muy sensible a los cambios de humor, pero aquel fue demasiado sutil como para que pudiera identificarlo.

—El doctor podría ser un hombre interesante —continuó diciendo Julia—. Es alto, tiene un buen cuerpo y es razonablemente atractivo, con la cantidad justa de canas en las sienes.

Sonrió y Autumn pensó que le recordaba a un gato precioso y bien alimentado.

—La mujer es bajita y, desgraciadamente para ella, bastante regordeta. Además, estropea cualquier atractivo que pudiera tener con una expresión de malhumor permanente.

Julia mostró una expresión taciturna con una habilidad increíble. Autumn no pudo contener una carcajada.

—¡Qué mala eres! —la regañó sin dejar de sonreír.

—Sí, ya lo sé —Julia hizo un gesto con la mano, restándole importancia—. No tengo paciencia para las mujeres que se abandonan y después miran con odio a las que no lo hacen. Al doctor le gusta el aire fresco y caminar por el bosque y ella va siempre gruñendo y lamentándose tras él —se interrumpió y le dirigió a Autumn una mirada recelosa—. ¿Qué te parece a ti lo de andar?

—Me gusta —al advertir el deje de disculpa en su propia voz, Autumn sonrió.

—¡Vaya! —Julia se encogió de hombros ante aquella excentricidad—. Hay gente para todo. Después, tenemos a Helen Easterman.

Comenzó a tamborilear de nuevo el brazo de la silla con aquellas uñas pintadas y desvió la mirada hacia la ventana, pero Autumn sabía que no estaba viendo las montañas y los pinos.

—Dice que es profesora de arte y dedica parte de su tiempo a pintar paisajes. Es bastante atractiva, aunque está un poco estropeada. Tiene la mirada afilada y una sonrisa desagradable. Y también tenemos a Steve Anderson.

Julia volvió a sonreír como un gato satisfecho. Al parecer, reflexionó Autumn, disfrutaba más describiendo a los hombres.

—Es delicioso. Hombros anchos, pelo rubio californiano y unos bonitos ojos azules. Además, es vergonzosamente rico.

—¿Es el propietario de Anderson Manufacturing? —preguntó Autumn, y fue recompensada con una radiante sonrisa.

—Muy inteligente.

—Oí algo sobre que Steve Anderson pretendía hacer carrera como político.

—Um, sí, se le daría bien —Julia asintió—. Es muy educado y tiene una sonrisa aniñada que desarma a cualquiera. Eso siempre es un buen recurso para un político.

—Es de sobra sabido que los gobernadores son elegidos por sus sonrisas.

—¡La política! —Julia arrugó la nariz, como si estuviera desdeñando a los políticos en general—. Yo tuve una aventura con un senador. Es un negocio sucio ese de la política —rio como si estuviera disfrutando de una broma secreta.

Aunque no estaba muy segura de si aquel comentario iba dirigido a la política en general o a su relación en particular, Autumn decidió no presionar.

—Hasta ahora —dijo—, parece bastante improbable que Julia Bond y Jacques LeFarre puedan tener mucha relación con ese grupo.

—Es el negocio del espectáculo —encendió otro cigarrillo y señaló a Autumn con él—. No dejes la fotografía, te prometa Jacques lo que te prometa. Estamos aquí por culpa de un capricho del último y más interesante personaje de nuestra pequeña obra. Es un genio como escritor. Hace unos años interpreté uno de sus guiones. Jacques quiere producir otra de sus novelas y quiere que sea yo la que encabece el reparto —dio una honda calada a su cigarro—. Lo estoy deseando. La verdad es que no es fácil encontrar buenos guiones. Nuestro guionista está ahora escribiendo una novela. Jacques cree que la novela podría dar lugar a un guion, pero nuestro genio se resiste. Le dijo a Jacques que vendría aquí a escribir durante unas cuantas semanas y se lo pensaría. Y LeFarre desplegó todo su encanto para que nos permitiera reunirnos con él algunos días.

Autumn estaba fascinada y confundida al mismo tiempo. Preguntó con su característica franqueza:

—¿Siempre perseguís de esa forma a los guionistas? Yo pensaba que era al revés.

—Y pensabas bien —respondió Julia con voz rotundidad. Con un solo movimiento de cejas, su expresión se tornó altiva—. Pero Jaques está empeñado en producir el trabajo de ese escritor y me pilló en un momento de debilidad. Acababa de leer un guion terrible. En realidad —se corrigió con una mueca—, tres guiones horribles. Mi trabajo me da de comer, pero no hago basura. Así que… —sonrió e hizo un gesto con las manos—, aquí estoy.

—Persiguiendo a un guionista que se muestra reacio a colaborar.

—Tiene sus compensaciones.

«Me gustaría fotografiarla con el sol a su espalda. El sol del atardecer, justo en el momento en el que empieza a descender. El contraste sería perfecto». Autumn apartó aquellos pensamientos de su mente e intentó concentrarse en la conversación.

—¿Compensaciones? —repitió.

—Resulta que el guionista es increíblemente atractivo. Tiene ese atractivo despreocupado y agreste que uno no consigue a no ser que haya nacido con él. Un maravilloso cambio de estilo —añadió con un brillo travieso en la mirada—, después de haber estado con un barón inglés. Es alto, de piel morena, y tiene el pelo ligeramente largo. Siempre va despeinado. Cualquier mujer se moriría por hundir sus dedos en su cabello. Pero lo mejor son esos ojos oscuros con los que parece estar mandándote al infierno de forma tan elocuente. Es arrogante como un demonio —suspiró mostrando la más absoluta aprobación—. Los hombres arrogantes son irresistibles, ¿no te parece?

Autumn musitó algo mientras intentaba bloquear las sospechas que las palabras de Julia comenzaban a conjurar. Tenía que ser otro, pensó frenética. ¡Tenía que ser otro!

—Y, por supuesto, el talento de Lucas McLean le da derecho a su arrogancia —terminó diciendo Julia.

El color desapareció del rostro de Autumn. Oleadas de un dolor ya casi olvidado volvieron a envolverla. ¿Cómo podía seguir sufriendo después de todo el tiempo pasado? Había construido una firme barrera de forma muy laboriosa, con mucho cuidado, ¿cómo era posible que se convirtiera en polvo con la sola mención de su nombre?, se preguntó. ¿Qué sádica jugada del destino había vuelto a llevar a Lucas McLean a su vida para atormentarla?

—Cariño, ¿qué te pasa?

La voz de Julia, en la que se entremezclaban la curiosidad y la preocupación, se filtró en su mente. Autumn sacudió la cabeza como si acabara de salir del agua para tomar aire.

—Nada —volvió a sacudir la cabeza y tragó saliva—. Es solo que ha sido una sorpresa enterarme de que Lucas McLean está aquí —tomó aire y la miró a los ojos—. Le conocí… hace algún tiempo.

—¡Oh! Ya entiendo.

Y, sí, lo entendía perfectamente, advirtió Autumn. La compasión batallaba contra la especulación tanto en su rostro como en su voz. Autumn se encogió de hombros, decidida a tratar el tema a la ligera.

—No creo que se acuerde de mí.

Parte de ella rezaba con fervor para que fuera cierto, mientras otra parte lo hacía pidiendo todo lo contrario. ¿La habría olvidado?, se preguntó. ¿Habría sido capaz de olvidarla?

—Autumn, cariño, no creo que ningún hombre sea capaz de olvidar un rostro como el tuyo —la estudió a través del humo de su cigarrillo—. ¿Eras muy joven cuando te enamoraste de él?

—Sí —Autumn estaba intentando reconstruir la barrera protectora contra Lucas y no le sorprendió la pregunta—. Demasiado joven y demasiado ingenua —consiguió esbozar una sonrisa radiante y, por primera vez desde hacía seis meses, aceptó un cigarrillo—. Pero aprendo rápidamente.

—Parece que los próximos días podrían ser interesantes.

—Sí —acordó Autumn sin ningún entusiasmo—, eso parece.

Necesitaba tiempo para recomponerse, para estar a solas, así que se disculpó mientras se levantaba:

—Tengo que ir a subir mi equipaje.

Mientras Autumn estiraba sus delgados brazos hacia el cielo, Julia sonrió.

—Te veré en la cena.

Asintiendo, Autumn agarró la cámara y el bolso y salió de la habitación.

Una vez en el pasillo, estuvo luchando con las maletas, la cámara y el bolso antes de comenzar a subir las escaleras. Durante el lento ascenso, liberó su tensión murmurando y maldiciendo. Lucas McLean, pensó, y se golpeó la espinilla con una de las maletas. Estaba a punto de convencerse a sí misma de que su pésimo humor era el resultado del moretón que acababa de hacerse. Sin resuello, llegó al pasillo en el que se encontraba la puerta de su habitación y lo dejó todo en el suelo con un ruido sordo.

—Hola, Gata, ¿no está el botones?

La voz, y aquel ridículo apodo, derrumbaron la pared de ladrillo que acababa de levantar. Tras una breve vacilación, Autumn se volvió hacia él. No permitiría que el dolor se reflejara en su rostro. Había aprendido a ocultarlo. Pero continuaba estando allí, sorprendentemente físico y real. Tan real que la hizo acordarse del día que su hermano le había dado un golpe en el estómago con el bate de béisbol cuando ella tenía doce años. Se enfrentó a la sonrisa arrogante de Lucas con otra idéntica.

—Hola, Lucas. Ya me han dicho que andabas por aquí. Al parecer la posada está llena de famosos.

Continuaba igual que siempre, advirtió. Moreno, delgado y muy viril. Había en él cierta rudeza acentuada por las cejas negras y pobladas y unas facciones que no podían ser descritas como atractivas. No, aquella era una palabra demasiado comedida para aplicársela a Lucas McLean. «Sexy» e «irresistible», eran palabras que se adecuaban mejor a él.

Tenía los ojos casi tan negros como su pelo, unos ojos capaces de ocultar grandes secretos. Se movía con una negligente elegancia más natural que estudiada. Emanaba una fuerza masculina en absoluto sutil mientras caminaba lentamente hacia ella, escrutando su rostro.

Fue entonces cuando Autumn pensó en lo terriblemente cansado que parecía. Tenía ojeras bajo los ojos, necesitaba un buen afeitado. Los pliegues de sus mejillas eran más profundos de lo que recordaba… Y ella le recordaba muy bien.

—Estás como si fuera ayer —Lucas le agarró un mechón de pelo y clavó la mirada en sus ojos.

Autumn se preguntó cómo podía haber llegado a pensar que lo había superado. Ninguna mujer superaba jamás a un hombre como Lucas. Gracias a la más pura determinación, fue capaz de sostenerle la mirada.

—Y tú tienes un aspecto terrible. Necesitas dormir —replicó mientras abría la puerta de su dormitorio.

Lucas se reclinó contra el marco de la puerta antes de que Autumn pudiera arrastrar las maletas al interior de la habitación y cerrarla.

—Tengo problemas con uno de los personajes —respondió suavemente—. Es una criatura alta, esbelta, con el pelo castaño rojizo que cae en ondas por su espalda. Tiene las caderas estrechas y unas piernas que parecen llegarle a la cintura.

Autumn intentó reunir fuerzas, se volvió y le miró fijamente, teniendo cuidado de evitar que su rostro reflejara ninguna expresión.

—Tiene una boca de niña —continuó diciendo Lucas—, una nariz pequeña y los pómulos marcados y elegantes. Su piel es como el marfil, y muy cálida. Tiene los ojos almendrados con unas pestañas enormes y de un color verde que se transforma en ámbar. Son como los ojos de una gata.

Autumn escuchó aquella descripción de sí misma sin hacer ningún comentario. Le dirigió una mirada desinteresada y aburrida que Lucas no habría podido ver nunca en su rostro tres años atrás.

—¿Es la asesina o el muerto? —le preguntó.

Le gustó verle arquear las cejas con expresión de sorpresa antes de que frunciera el ceño.

—Te enviaré una copia cuando termine.

Lucas buscó su rostro mientras convertía el suyo en una máscara insondable. Eso era algo que no había cambiado.

—Muy bien, envíamela —después de darles a las maletas un tirón, Autumn se apoyó contra la puerta y sonrió sin sentimiento alguno—. Tendrás que perdonarme, Lucas, pero vengo conduciendo desde lejos y me apetece darme un baño.

Cerró la puerta con firmeza y decisión en sus narices. Sus movimientos se volvieron entonces enérgicos. Tenía que deshacer las maletas, bañarse y elegir un vestido para la cena. Aquellas tareas le darían tiempo para recuperarse antes de que se permitiera a sí misma pensar y sentir. Cuando comenzó a sacar la ropa interior y las medias, empezaron a serenarse sus nervios. Lo peor había pasado, se decía. El primer encuentro, el primer intercambio de palabras era lo más difícil. Le había visto y había hablado con él. Había sobrevivido. El éxito la animó. Por primera vez desde hacía casi dos años, Autumn se permitió recordar.

Había estado completamente enamorada. El encargo había sido como los habituales: tenía que fotografiar a Lucas McLean, un escritor de novelas de misterio. El resultado habían sido seis meses de absoluta alegría seguidos de un dolor insoportable.

Lucas la había apabullado. Jamás había conocido a nadie como él. Y años después, sabía que no había nadie como él. Era único. Lucas se había comportado con ella como un hombre brillante, persuasivo, egoísta y sombrío. Después del primer impacto tras enterarse de que estaba interesado en ella, Autumn había flotado en una nube de asombro y admiración. Y también amor.



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