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En Antona García Tirso de Molina se refiere a sucesos relacionados con Enrique IV, quien ciñó la corona castellana en 1454, cuando Isabel la Católica apenas tenía tres años. En 1468, el monarca la reconoció heredera al trono en el pacto de los Toros de Guisando, privando de sus derechos sucesorios a su propia hija, la princesa Juana, llamada la Beltraneja, porque se sospechaba que era hija de Enrique Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque. En 1470 Enrique IV desheredó a Isabel y restituyó su condición de heredera a Juana. Esta decisión provocó una sangrienta guerra que se prolongó hasta 1479, en que se firmó el tratado de Alcazobas en el que Portugal reconoció a Isabel como reina de Castilla y se estableció la zona de expansión castellana en la costa atlántica de África. Aquí se escenifican algunos de esos acontecimientos y Antona García es un personaje popular de una dimensión épica comparable a Juana de Arco.
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Seitenzahl: 89
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Tirso de Molina
Antona García
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Antona García.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard
ISBN tapa dura: 978-84-9897-288-7.
ISBN rústica: 978-84-96428-08-9.
ISBN ebook: 978-84-9897-119-4.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La política y La vida bucólica 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 51
Jornada tercera 85
Libros a la carta 147
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria, en 1600, y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias y por entonces viajó por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
Enrique IV ciñó la corona castellana en 1454, cuando Isabel la Católica apenas tenía tres años. En 1468, el monarca la reconoció heredera al trono en el pacto de los Toros de Guisando, privando de sus derechos sucesorios a su propia hija, la princesa Juana, llamada la Beltraneja, porque se sospechaba que era hija de Enrique Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque.
En 1470 Enrique IV desheredó a Isabel y restituyó su condición de heredera a Juana. Esta decisión provocó una sangrienta guerra que se prolongó hasta 1479, en que se firmó el tratado de Alcazobas en el que Portugal reconoció a Isabel como reina de Castilla y se estableció la zona de expansión castellana en la costa atlántica de África.
Aquí se escenifican algunos de esos acontecimientos y Antona es un personaje popular de una dimensión épica comparable a Juana de Arco.
Antona García
Antonio de Fonseca
Bartolo, pastor
Carrasco, pastor
Centeno, pastor
Cuatro caballeros
Cuatro castellanos
Cuatro labradores
Cuatro pasajeros
Cuatro portugueses
Cuatro soldados
Chinchilla, soldado
Don Álvaro de Mendoza
Don Basco
Doña María Sarmiento
El almirante de Castilla
El conde de Penamacor
El marqués de Santillana
El rey don Fernando
Gila, pastora
Juan de Monroy
Juan de Ulloa
La reina Isabel la Católica
Músicos
Pero Alonso
Una ventera
Velasco, soldado
(Salen marchando la Reina, el Marqués, el Almirante, y don Antonio de Fonseca, con otros soldados.)
Reina No nos recibe Zamora;
que el mariscal y su hermano,
Valencias en apellido,
portugueses en sus bandos,
se han apoderado de ella.
Castronuño nos ha dado
con las puertas en los ojos,
por Alfonso, lusitano,
enarbolando pendones.
Toro se muestra contrario
al derecho de mi reino,
Y leales desterrando
de la ciudad, Juan de Ulloa
por el marqués, animado,
de Villena, determina
dar al portugués amparo.
Doña María Sarmiento,
su mujer, vituperando
su misma naturaleza,
en el acero templado
trueca galas mujeriles;
plaza de armas es su estrado,
sus visitas, centinelas,
y sus doncellas, soldados.
Todos a Alfonso apellidan,
por reina legitimando,
a doña Juana, su esposa,
por muerte de Enrique IV,
mi hermano, que tiene el cielo;
sabiendo que a don Fernando,
mi esposo y señor, y a mí
los ricos hombres juraron
por principes de Castilla
en los Toros de Guisando.
Mas ciégalos la pasión
y el interés. No me espanto;
la inocencia está por mí;
los más nobles castellanos
mi justicia favorecen;
la verdad deshará agravios.
Mis tíos, el Almirante
de Castilla, con su hermano
el conde de Alba de Aliste,
por mí arriesgan sus Estados.
Toda la casa Mendoza
y el cardenal, fiel y sabio,
don Pedro, que es su cabeza,
de Enrique testamentario,
por su reina me obedecen.
Reconóceme vasallo
don Rodrigo Pimentel,
en cuya experiencia y años
justifico mi derecho,
y en Benavente ha mostrado
contra quinas portuguesas
la lealtad que estima en tanto.
La casa de Guzmán tengo
en mi ayuda, y la de Castro,
con el duque de Alburquerque
que noble sigue mi campo.
Lo principal de Castilla
y León, vituperando
acciones de los inquietos,
rehusan reyes extraños.
Pocas ciudades me niegan.
En Burgos está sitiando
la fuerza el rey, mi señor;
si Toledo es mi contrario,
su arzobispo le violenta,
con ser él por cuya mano
fui princesa de Castilla.
Mal parecen en prelados
mudanzas escandalosas,
y peor en viejos que, varios
son, por seguir sus pasiones,
a sus consejos ingratos.
¿Qué importa que el de Villena
en armas ponga su bando
con Girones y Pachecos,
Ponces, Silvas y Arellanos?
Los Cabreras y Manriques,
los Cárdenas y Velascos,
valientes se les oponen,
resistiendo los hidalgos.
Dios ampara mi justicia,
ricos hombres, no temamos;
la verdad al cabo vence,
no la pasión. Marche el campo.
Almirante A valor tan generoso,
cuando fuera menos claro
el derecho que a estos reinos
intentan negar livianos;
cuando mi padre no fuera
abuelo del rey Fernando,
rey natural de Aragón,
de nuestra España milagro,
y una misma nuestra sangre,
el esfuerzo soberano
de esa virtud atractiva,
no los hombres, los peñascos
llevara, invicta Isabela,
tras sí. Mi vida, mi Estado,
ofrezco a vuestro servicio.
Reina Tío almirante, el reparo
de mi reino estriba en vos.
Marqués Yo, gran señora, no aguardo
sino ocasiones que muestren
la fe y lealtad con que os amo.
No os den recelo las quinas
portuguesas, si intentaron
ofenderos, que por vos
ya la fortuna echó el dado.
No rebeldes os asombren,
que sin justicia son flacos
ejércitos enemigos,
y ella sobra contra tantos.
Seis mil montañeses deudos
en vuestro servicio traigo;
si no bastan, haced gente,
vended mi Hita y Buitrago.
Reina Vuestra persona, marqués
de Santillana, es espanto
de todos nuestros opuestos;
con ella sola yo basto
a conquistar nuevos mundos.
Al cardenal, vuestro hermano,
como a padre reverencio,
que es pastor discreto y santo.
Antonio Yo, en nombre de los demás,
invicta senora, salgo
fiador que fieles sabremos
morir, pero no olvidaros.
Reina Don Antonio de Fonseca,
de vuestros antepasados
heredastes generoso
lealtad y valor hidalgo.
Marchemos a Tordesillas,
que en ella el socorro aguardo
del conde de Benavente.
Todos ¡Viva Isabel y Fernando!
(Suenan dentro gaita y tamboril y fiesta.)
Reina Aguardad. ¿Qué fiesta es ésta?
Antonio Una boda de villanos,
que en este pueblo vecino
sale a festejar a el prado.
Tengo en él alguna hacienda;
y aunque no son mis vasallos,
como señor me obedecen.
Habíanme convidado.
a que fuese su padrino;
pero en negocios tan arduos
dejé, por lo más lo menos.
Entretuviérase un rato
vuestra alteza, a no venir
con la prisa y los cuidados
que la guerra trae consigo;
porque, sencillos y llanos,
causan gusto sus simplezas;
mas no es tiempo de hacer
caso de rústicos pasatiempos.
Reina No, don Antonio, hagan alto,
que adonde a vos os estiman,
pretendo yo con honrarlos
que sepan en lo que os tengo.
Lícito es en los trabajos
buscar honestos alivios,
que un pecho real es tan ancho
que pueden caber en él
aprietos y desenfados.
Gocemos la villanesca.
Antonio Pues es la novia milagro
de las riberas del Duero,
y hay de ella sucesos raros.
Asombra con la hermosura
a cuantos la ven, y tanto,
que de Toro y de Zamora
generosos mayorazgos
se tuvieran por felices
de que, dándola la mano,
disculpara su belleza
algún ribete villano.
Mas es de suerte el extremo
en que estima su ser bajo,
que antepone el sayal pobre
a las telas y bordados.
Sus fuerzas son increíbles.
Tira a la barra y al canto
con el labrador más diestro,
y hay carretero de Campos
que rodeando hartas leguas
por verla, desafiados,
a los dos tiros primeros
perdió las mulas y el carro.
Llevaban a ajusticiar
en Toro a un su primo hermano,
y al pasar junto a un convento,
llegándose paso a paso,
cogió al jumento y al hombre,
y llevándole en los brazos,
como si de paja fueran,
los metió en la iglesia a entrambos.
Echáronle los alcaldes
en su casa seis soldados;
que aunque labradora es rica,
y dándoles los regalos
caseros que un pueblo tiene,
porque no se contentaron,
cogió del fuego un tizón,
obligándolos a palos
a que en el corral se echasen
dentro de un silo, y cerrados
con la trampa en él los tuvo
hasta la mañana, dando
un convite a los gorgojos,
que el hambre en ellos vengaron.
Si me juzga vuestra alteza
en esto demasiado,
la boda sale al encuentro.
Porque vea que la alabo
con razón, experimente
en la novia dos contrarios
de hermosura y fortaleza
y en lo uno y otro milagro.
(Música de aldea. Labradores y, entre ellos, Bartolo, Carrasco; detrás, de las manos, Antona García a lo labrador, de novia, y Juan de Monroy, también labrador. Cantan todos.)
Todos Más valéis vos, Antona,
que la corte toda.
Uno De cuantas el Duero
que estos valles moja
afeitando caras
tiene por hermosas,
aunque entren en ellas
cuantas labradoras
celebra Tudela.
Todos Más valéis vos, Antona.
Otro Sois ojiesmeralda,
sois cariredonda,
y en fin, sois de cuerpo
la más gentilhombra.
No hay quien vos semeje,
reinas ni señoras,
porque sois más linda.
Todos Que la corte toda.
Más valéis vos, Antona,
que la corte toda.
Antonio Llegad, Antona García,
con vuestro esposo a besar
los pies a quien quiere honrar
vuestras bodas este día.
La reina, nuestra señora,
esta merced gusta haceros.
Antona A la mi fe que con veros
tan apuesta y guerreadcra,
mos dais de quien sois noticia.
Mal haya quien mal vos quiere,
y quien viéndoos no dijere
que vos sobra la justicia.
Todos los puebros y villas
que por aquí se derraman
la Valentona me llaman,
porque no sufro cosquillas;
no las sufráis vos tampoco,
pues Dios el reino os ha dado
que os viene pintiparado,
y quien lo niega es un loco.
Para ser emperadora
del mundo érades mijor,
pues venis, por dar amor,
con cara de regidora.
No es comparanza el abril
con vos, aunque lo encarecen;
vuesos dos ojos parecen
dos matas de perejil.
Toda vuesa cara es luz
que encandila desde lejos,
vuesos cabellos bermejos
parecen al orozuz.
De vuestra vista risueña
no hay voluntad que se parta;
gloria es veros cariharta
honrar la color trigueña.
En las dos mejillas solas
miro, según son saladas,
rosas con leche mezcladas,
o cebollas o amapolas.
Yo tengo el pergeño bajo;