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Volumen 1 de la serie Cambio de actitud Todo lo que Jin Rayne, joven homosexual y hombre pantera, anhela es una vida normal. Después de huir de su pasado, Jin sólo desea empezar de nuevo, pero su vida anterior no quiere soltarlo. Cuando sus viajes lo llevan a una nueva ciudad, su camino se cruza con el líder de la tribu local de panteras. Logan Church resulta ser un shock y un enigma para Jin, quien teme que Logan sea su pareja y el amor de su vida. Jin no desea volver a vivir como en el pasado, y aparearse con el hombre lo ataría irrevocablemente a él y a su tribu. Pero Jin es la pareja que Logan necesita a su lado para ayudarlo a liderar su tribu y no se dará por vencido tan fácilmente. Llevará tiempo y confianza para que Jin descubra la dicha de pertenecer a Logan, y a amar sin reserva.
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Seitenzahl: 351
Veröffentlichungsjahr: 2012
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Publicado por
Dreamspinner Press
382 NE 191st Street #88329Miami, FL 33179-3899, USA
http://www.dreamspinnerpress.com/
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o usados para la ficción y cualquier semejanza con personas vivas o muertas, negocios, eventos o escenarios, es una coincidencia.
Change of HeartTraducción: Cambio de actitud© Derechos de autor Mary Calmes, 2009
Arte de la portada por Anne Cain Correo electrónico: [email protected]ño de la portada por Mara McKennenTraducido por: Vivian Pérez
La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este eBook no puede ser prestado legalmente o regalado a otros. Ninguna parte de este eBook puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de la editorial. Para solicitar el permiso y resolver cualquier duda, contacta con Dreamspinner Press 382 NE 191st Street #88329, Miami, FL 33179-3899, USAhttp://www.dreamspinnerpress.com/
Publicado en los Estados Unidos de AméricaPrimera ediciónNoviembre, 2009
Edición eBook en Español: 978-1-61372-806-2
A mi hermana Melissa, quien siempre creyó en mí.
A mi familia por su paciencia
al lidiar con una zombie;
a mis amigos por su generosidad;
y a las personas maravillosas de Dreamspinner
Press por darme esta oportunidad.
CAPÍTULOUNO
NOsolía fijarme en las chicas; así que, no me extrañó que Crane la viera primero. Cuando me la señaló y me fijé en los hombres que la seguían, estuve de acuerdo en que era demasiado tarde para que ella anduviera sola. Tomamos una decisión rápida: seguir a la mujer y a los cuatro hombres por la vacía calle azotada por el viento. Por las miradas furtivas de la mujer sobre su hombro, era obvio que sabía que estaba siendo perseguida, acechada. Cuando aceleró sus pasos, sus perseguidores también lo hicieron. Desde donde estábamos, deslizándonos entre las sombras, pasamos de caminar a trotar, y a correr, en el recorrido de una cuadra. Quizás todo estaba bien. Quizás ella dominaba el Tae Kwon Do. Quizás ella conocía a los hombres que la perseguían y todo era parte de un juego, algún extraño y pervertido juego sexual, del cual mi mejor amigo y yo no teníamos conocimiento. El asunto era que ella estaba en la calle, aparentemente sola, a las dos de la madrugada en un área bastante peligrosa de la ciudad.
—¿Puedo ir solo? —pregunté, a pesar de que ya sabía la respuesta—. Iría mucho más rápido.
Crane negó con la cabeza antes de alejarse rápidamente de mi lado. Lo conocía desde que éramos unos niños; así que sabía que sería una mala idea intentar aplicar la lógica a la situación. Con su debilidad por las damas en apuros, no había posibilidad de que me dejara ir solo. Lo único que podía hacer era quedarme a su lado, igualando sus zancadas cuando corríamos.
—Me pregunto por qué está en la calle a esta hora —caviló Crane, acelerando el paso.
Para mí, era evidente que ella estaba loca. A las dos de la madrugada, en un área tan peligrosa de la ciudad, andar sola era señal de que la chica deseaba morir. Esperaba que no nos arrastrara a Crane y a mí con ella. Pero pasara lo que pasara, el momento de ignorar el asunto había quedado atrás cuando vimos que ella corría peligro.
Nos desviamos hacia un callejón. Nos quitamos rápidamente la ropa. En una entrada, amontonamos las chaquetas, los suéteres, los pantalones vaqueros, los zapatos y los calcetines. Tuvimos que despojarnos de nuestras ropas para poder transmutar y aterrorizar. La realidad es que jamás habíamos intentado aterrorizar antes. Con cinco pies y once pulgadas{1}, yo no era grande. Además, mi complexión era parecida a la de un nadador, músculos largos y fibrosos en una constitución delgada. Con seis pies y una pulgada{2}, sobre doscientas libras{3}, mi amigo Crane Adams era más imponente que yo por su cuerpo musculoso, pero tampoco había asustado a nadie antes.
Una vez nos trasmutábamos, todo cambiaba. Cuando nos convertíamos en panteras, nos convertíamos en material de pesadillas. En segundos, yo pasaba de ser más pequeño y débil que mi amigo a ser más fuerte y rápido. En mi forma pantera, era mucho más aterrador que cualquier otro que haya conocido.
Escuché el grito de la mujer y esperé un segundo para asegurarme de que sabía hacia dónde dirigirme antes de echar a correr. Era como ser disparado por una pistola; una ráfaga de velocidad y mi visión cambiaba y mi enfoque disminuía. Sin dudarlo, pasaba de no ver en la oscuridad a tener una visión perfecta. Mi cambio siempre sucedía así de rápido. A Crane, le tomaría tiempo alcanzarme; ya que su propia metamorfosis ocurría en minutos, no segundos. Muchas veces, me habían dicho que mi transición era como ver avanzar una ola, que al retirarse revelaba un animal donde había estado el hombre. A lo largo de los años, les he preguntado a muchos compañeros transmutadores qué sentían al transmutar y he escuchado una vasta variedad de descripciones. Algunos me hablaron del poder ondulante que se deslizaba sobre sus pieles y del calor que saturaba sus extremidades; mientras otros me dijeron que era una descarga de adrenalina o una dosis de euforia. Jamás había experimentado ese tipo de exultación, porque mi cuerpo desechaba una forma por la otra con demasiada rapidez como para que mi cerebro lo registrara. En un momento, era un hombre; al siguiente, una pantera. El cambio se llevaba a cabo de forma tan perfecta que no se podía ver. Podía haberme desenvuelto muy bien en un espectáculo de magia en Las Vegas.
Salí volando por la carretera hacia un callejón lateral. Emergí a tiempo para ver a la mujer correr a través de un terreno vacío y a los cuatro hombres tras ella. Los seguí, lanzándome sobre la cerca de alambre que rodeaba la propiedad, franqueé los seis pies{4} de altura de la misma y aterricé al otro lado sin perder el ímpetu ni un momento. Fue como si cayera sobre el escenario y esperara la reacción.
Imaginaba que gritarían, que se quedarían boquiabiertos, se horrorizarían, aterrarían y tendrían miedo. No percibí nada de eso. Todos se paralizaron. Incluso la chica dejó de correr y se quedó inmóvil. Nadie se movió, pero nadie se desmayó. ¿En qué momento dejó de ser aterrador ver una pantera negra aparecer repentinamente en medio de la noche en el centro de la ciudad de Reno?
—¿Qué demonios es esto? —uno de los hombres se rió socarrón, señalándome—. Pensé que estabas sola.
Ninguno estaba asustado. Lo que era peor, sabían lo qué yo era; no me estaban confundiendo con un animal. Sentí un extraño hueco en el estómago al percatarme de ese hecho. Ser descubierto sin autorización en el territorio de otros, era malo. Bajé la cabeza, preparándome para la pelea.
—¿Crees que a esta hora de la noche estaría en la calle sin un chaperón? —dijo la chica soltando el aire, desafiándolos. Caminó hacia atrás, alejándose de ellos, acercándose a mí—. Más vale que desistan. Éste es sólo uno de mis guardaespaldas.
En ese momento, se les vio indecisos. Nada los había atemorizado hasta que los hicieron reflexionar sobre la posibilidad de que yo fuera el delantero de su tribu. Retrocedieron, mirando de atrás hacia adelante, antes de repentinamente girar y echarse a correr. Me sentí eufórico un segundo, antes de escucharlos llamar a los demás; sus gruñidos viajaron a través de la noche.
—Oh, Dios —ella gimoteó, dando un paso hacia atrás, aferrándose con su mano a mi piel. De repente, me soltó y comenzó a tirar de su ropa, desnudándose lo más rápido posible. Sus ojos eran enormes, salvajes; miraba hacia el terreno y hacia mí, asegurándose de que no fuera a atacarla. Deseaba transmutar y decirle que no tenía que preocuparse, porque era homosexual y mi único interés era protegerla. Pero necesitaba que ella transmutara rápido y se concentrara; no que dividiera su energía.
Como sospeché, su transmutación llevó varios minutos. Los músculos y los huesos se reagruparon, mientras su cuerpo se retorcía y convulsionaba. Podía decir que su transformación dolía y que ella lo odiaba. Yo también lo hacía, pero por diferentes razones. Escuché patas acolchonadas pisando la nieve y me sentí aliviado a ver a Crane correr hacia mí. Ella se pegó a mi costado, pero el toque de mi nariz, la calmó. Cuando Crane se detuvo, paralizado, frente a mí, ella lo miró a hurtadillas, despacio.
Observé cómo él se estremecía. De haber estado en mi forma humana, les hubiera gritado. Ellos estaban viviendo un momento tierno, cuando deberíamos estar corriendo. El tiempo que tuve que esperar a que ella transmutara y a que Crane llegara, hizo que fuera imposible huir. Supe que era demasiado tarde, cuando comenzaron a aparecer gatos por encima de la cerca de alambre a atacarnos. Tuvimos que quedarnos y pelear, en lugar de escapar. Al sentir un toque en mi hombro, me giré y me topé con la mirada de Crane, que esperaba por mí. La mujer pantera también se contenía, esperando por mí. Su deseo de ser protegida doblegó su impulso instintivo de correr. Ambos estaban asustados y cuando me dispuse a pelear, me siguieron.
Enormes garras afiladísimas se acercaron a mi rostro, pero evadí el ataque fácilmente. Los gatos que he conocido se mueven en cámara lenta en comparación conmigo; ya que, soy capaz de girar fuera del camino sin que logren tocarme. Con la cabeza gacha, pareciéndome más a un toro que a una pantera, golpeé y tiré a un lado el cuerpo que se abalanzaba sobre mí. Alcancé a ver colmillos relucientes y alejé esa cara con un golpe, atropellando al animal caído debajo de mí. Me abrí camino a través de la manada, apenas consciente de otra cosa que no fuera lo bien que lo estaba pasando. En total, había seis o siete enormes panteras machos intentando evitar que escapáramos. Pero me atacaban por separado, en vez de trabajar juntos para detenernos. Mis probabilidades eran mejores con su ataque individual; la esperanza creció en mí cuando la hembra y Crane me siguieron con precisión. Por instinto, sabían que no debíamos separarnos.
Otra de las panteras arremetió contra mí. Salté por encima de él, cayendo sobre su espalda antes de empujarlo hacia atrás. Lo derribé y la fuerza de mi salto lo hizo dar volteretas. Cuando me giré para escapar, sujetaron repentinamente a la hembra y la alejaron de nosotros. Di media vuelta para enfrentar a su atacante, el cual la vigilaba, inmóvil, mirándome. Sus dientes estaban al descubierto; sus labios exponían colmillos largos y afilados, semejantes a dagas, y encías ennegrecidas. Él podía bajar la cabeza y causarle daño con facilidad; así que, esperando intimidarlo, me erguí, alargé el cuello e inspiré, concentrando un rugido en la garganta. Sabía cómo me veía, como si fuera un fragmento de la noche. Siendo pantera negra, era diferente a los gatos dorados frente a mí y lo más probable era que no hubieran visto antes una pantera como yo. Era raro, más de lo que él podía imaginarse. Cuando su aroma cambió, me sentí aliviado. Pude oler su miedo.
Observé asombrado cómo se quedaba inmóvil, quieto, como sólo un animal lo puede estar. Cuando bajé la cabeza, mi piel se encrespó y él dio un leve paso hacia atrás. Sacando provecho de mi ventaja, levanté la cabeza y solté un gruñido fuerte. Se estremeció. Mi muestra de velocidad y fuerza lo había asustado; aprensivo, esperaba mi próximo movimiento. Cuando dio otro paso hacia atrás, alejando sus dientes de la hembra, salté. Aterricé sobre ella y permanecí allí, permitiéndoles que me vieran. Mi postura indicaba que ella era mía y que la había reclamado. Si el líder la quería, tendría que retarme y la pelea sería entre él y yo. Sabía que en ese momento llevaba las de ganar.
Me sorprendí, cuando el líder de la manada no reaccionó. Su indecisión me hizo pensar que se inclinaría ante mí, se pondría boca arriba y expondría su garganta. Según el código por el que vivíamos, tenía que demostrarme sumisión; por lo que, me asombró verlo girarse y echar a correr, con los demás siguiendo su ejemplo.
Nos quedamos solos en el terreno, ahora silencioso, con la hembra. Estaba confundido por la retirada de los gatos, tanto que me sobresaltó su movimiento debajo de mí. Ella se alzó con gran esfuerzo y acarició mi mentón con su cabeza. Cuando atrapé gentilmente su nuca entre mis fauces, escuché su profundo ronroneo de satisfacción, antes de que ella empezara a temblar.
Con gentileza y calma, la ayudé a levantar, usando mi cuerpo como apoyo. La pantera que la había sujetado, la había lanzado al suelo con fuerza; así que, se recostó pesadamente en mí cuando comenzamos a caminar. Crane caminaba al otro lado de ella y con nuestros cuerpos la sosteníamos. Unos segundos después escuchamos a los demás y entonces comprendí el verdadero motivo por el que los atacantes se habían retirado. El líder sabía que la caballería se acercaba y, al no saber de cuánto tiempo disponía, había decidido huir. Después de todo, yo no era tan aterrador como pensaba.
La llamada de la hembra fue baja apenas un leve llanto para dejar saber a su tribu dónde estaba y que estaba bien. Me tensé y sentí cómo me sujetaba delicadamente el hombro con sus dientes para evitar que me marchara. Me giré y froté su cabeza con mi mentón antes de darle un suave empujón que la desequilibró y apartó de mí. Di un salto, alejándome antes de que lograra recuperar el equilibrio. Ella dio un paso hacia delante, pero yo ya estaba fuera de su alcance. Su tribu, su familia, estaba cerca y ella estaría a salvo. Le gruñí a Crane, quien luego de unos segundos de indecisión, salió disparado detrás de mí. Di media vuelta y regresé por la ruta que había llegado. Escuché la llamada baja y fuerte de la hembra; un sonido que ya no estaba cargado de dolor, sino de pérdida. Seguí corriendo, sintiendo a mi amigo junto a mí. Saltamos la cerca por segunda vez en esa noche y cruzamos la calle volando. Nuestra ropa estaba dónde la habíamos dejado y, en unos minutos, nos habíamos vestido con las prendas que ahora estaban frías y húmedas.
—¿Por qué corremos? —preguntó Crane, visiblemente confundido.
—¿Cómo puedes preguntar eso? —dije con brusquedad—. No sabemos de quién es este territorio y acabamos de pelear con sabrá Dios quién. Necesitamos largarnos de aquí y regresar a casa ya.
—Salvamos a la chica.
—Sí, pero, ¿a quién salvamos?
—¿Qué quieres decir?
Él no tenía ni idea del motivo de mi preocupación. El hecho de que acabábamos de enfrentarnos a una tribu de panteras, y que tarde o temprano iban a estar buscándonos, no le preocupaba. Habíamos hecho lo correcto: salvar a la chica. Crane estaba seguro de que todo saldría bien. Pero yo era realista. Estaba preocupado por las repercusiones; por ejemplo, quién llegaría a llamar a nuestra puerta. ¿Sería la tribu agradecida de la hembra que habíamos salvado? O ¿sería la tribu molesta que habíamos ahuyentado? Ni lo uno ni lo otro nos convenía. No quería involucrarme y, lo que era más importante, no quería ser llamado ante el semel, el líder, de su tribu o de la nuestra.
—¿Qué es lo que pasa?
Me conocía. Sabía que estaba preocupado por alguna razón, sólo que no tenía idea de cuál era.
—¿Jin?
Me pasé una mano por el cabello. –Regresemos a casa, ¿está bien?
—Estás actuando extraño —comentó, pero me siguió cuando comencé a caminar hacia el centro de la ciudad.
Iba a decirle algo, cuando de repente las luces de un auto lo alumbraron. Como temía, nuestra oportunidad de escabullirnos en la noche ya no era una opción.
CAPÍTULODOS
UN enorme coche, marca Lincoln Navigator, se detuvo frente a nosotros y tres hombres salieron del mismo. En el interior, permanecieron el conductor y dos hombres más, que alcanzaba a ver en el asiento posterior. No veía a la chica y me preguntaba dónde estaría. Me puse frente a Crane y cuando intentó moverse, no lo dejé pasar.
—Por amor de Dios, Jin. Debo ir al frente, no tú.
Lo ignoré, atento a los tres hombres que se nos acercaban.
—¿Fueron ustedes quienes salvaron a la chica?
El hombre no podía decir si éramos o no panteras, me sentí aliviado al instante. Era un subordinado; no tenía rango. Era un khatyu, un combatiente, nada más.
—Sí, fuimos nosotros —dije, extendiendo mi mano con la palma hacia arriba en una actitud sumisa de saludo.
Asintió, sonriendo. El alivio relajó las expresiones de todos. Se tranquilizaron y pude ver el respeto en sus rostros.
—Ella es la hermana de nuestro semel y ha sido llevada a casa a salvo —dijo sin aliento, tomando mi mano entre una de las suyas, antes de cubrir ambas con la otra—. Estamos en deuda.
—¿Nos perdonarán por estar aquí sin permiso?
—Por supuesto —dijo, como si mi pregunta fuera una ridiculez.
—Te lo dije —murmuró Crane, empujándome con su hombro.
—No hay qué perdonar —me aseguró el hombre— y en el futuro, pueden usar mi nombre, Andrian Basargin, como protección cuando estén en nuestro territorio.
—Gracias —sonreí abiertamente—. Me llamo Jin Rayne, y este es mi amigo, Crane Adams.
—Dame el nombre de tu tribu —ordenó amable.
—Pakhet —le dije.
—¿En serio? —sus ojos se iluminaron—. Eso es maravilloso. Pensé que quizás venían de otra parte; o sea, que estarían de visita.
—No, vivimos aquí mismo, en Reno.
—Entonces, ¿irán al banquete de apareamiento que se celebrará dentro de tres meses?
—Yo iré —Crane le aseguró— pero a Jin no le interesa.
Tenía mis razones.
—Sigo sin poder creerlo —Andrian sonrió de oreja a oreja—. Una alianza entre dos de nuestras tribus, ¿no es asombroso? Es decir, básicamente seremos una tribu enorme.
La tribu a la que pertenecían Andrian y sus amigos se llamaba Mafdet. El semel de la tribu era Logan Church. En dos semanas, iba a tomar oficialmente como su pareja a Simone Danvers, la hermana de nuestro semel, Christophe Danvers. Al hacerlo, ella se convertiría en yareah, como se les llama a las “esposas” de los semel, y él y Christophe realizarían una alianza entre las dos tribus. Era un evento importante. Todos habían sido invitados a la celebración de tres días que incluía caza, bebida y comida. Sería una gran fiesta, de la que estoy seguro hablarían por muchos años. Ni loco iría.
—Estoy ansioso de revisar las tierras de caza en el tope de su montaña —le dijo Crane a Andrian—. Las panteras de su tribu que he conocido dicen que son hermosas.
—Lo son —le contestó a Crane, sonriendo—. En el banquete, te las mostraré.
—Gracias.
—Saben que lo que él está haciendo, unir dos tribus, es algo grande —dije con sinceridad.
—Sí —sonrió y pude ver lo complacido que estaba—. El hombre es brillante. Es por eso, por lo que estábamos tan preocupados.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Crane.
—Pues, queremos que Logan tenga un hijo. Queremos que el linaje de nuestro semel continúe; por lo que, estábamos esperando que tomara una pareja. Pero no lo hacía y el tiempo seguía pasando. En la actualidad, tiene treinta y dos años.
—Treinta y dos años se considera aún joven —le aseguró Crane.
—Sí, pero ¡vamos! la mayoría de nosotros nos apareamos a los veinte años.
Crane se encogió de hombros. —Es cierto.
—Por lo que, comenzábamos a preocuparnos, ya saben. Entonces, de repente, en nuestra última reunión, anuncia que ha seleccionado su pareja, la hermana de Christophe. No sólo tendremos un heredero, sino una unión de tribus con este apareamiento. Es como ganar la maldita lotería.
Mi amigo se rió. —¿Quieren acompañarnos a comer? Eso era lo que íbamos a hacer en primer lugar.
Podía haberlo asesinado por sugerir que pasáramos más tiempo con Andrian y sus amigos, pero él extrañaba la compañía de otras panteras y su inclinación natural actuaba antes que su cerebro. Ni siquiera se percató de que lo fulminaba con la mirada, con lo excitado que estaba. Todos aceptaron cuando sugirió un local muy bueno de hamburguesas, que estaba abierto durante la noche.
Después de llamar al conductor y tras las presentaciones debidas, decidimos caminar las dos cuadras hasta el local. Para mí, pronto fue evidente que los otros no podían detectar mi presencia. Comprender que estaba a salvo, me tranquilizó. Como de costumbre, al tranquilizarme, los otros se sintieron completamente a gusto en mi presencia e intentaban ubicarse a mi lado mientras caminábamos. Eso me ha pasado toda la vida y quizás es igual para todas las reahs, pero jamás he conocido a una para preguntarle. Cuando miré a Crane, puso los ojos en blanco.
—Así que —dijo Andrian, deslizando un abrazo alrededor de mi cuello, acercándome a él. Dudaba que supiera lo que hacía. Era la fuerza de la atracción de una reah sobre un gato regular—, ¿cuánto tiempo llevan siendo miembros de la tribu de Christophe?
—Seis o siete meses —solté.
—Christophe ha estado lejos —me miró con los ojos entrecerrados, inhalando profundamente—. ¿Fue él quien los aceptó a Crane y a ti o fue su sylvan?
—Su sylvan y su sheseru estaban demasiado ocupados como para reunirse con nosotros —le sonreí—. Fuimos aceptados por su yareah, Therese.
Abrió la boca. —¿Bromeas?
—No –le dijo Crane, riendo suavemente mientras los otros se le unían—. No hemos conocido al hombre. No lo reconoceríamos, si pasamos a su lado por la calle.
—Eso está mal —dijo uno de los amigos de Andrian—. Nuestro semel… conoce a todos en nuestra tribu, lo juro.
—Con razón piensas que es grandioso —dije—. Un líder que realmente se preocupa por su gente es difícil de superar.
—Estoy de acuerdo —dijo Andrian, soltándome al entrar al local.
Crane le hizo señas a la camarera, que le dijo que se sentara en su lugar habitual. Sonriendo, ella también me saludó. En la mesa, Crane se deslizó a mi lado antes de que alguien más lo hiciera. Andrian se sentó al frente.
—Déjame aclarar algo —Andrian me sonrió—. Si Logan le dice a Christophe que elogie a dos miembros de su tribu por rescatar a su hermana y les da sus nombres, no sabrá quiénes son ustedes.
—No —Crane le aseguró antes de explicar que la hamburguesa de setas y la hamburguesa fuego amarillo eran las mejores del local. La opinión general fue confiar en él. Nadie miró el menú. Ordenaron una u otra, más bebidas.
—¿Dónde estaban antes de llegar aquí? —preguntó Andrian poco después entre bocados.
—Yo estaba en Miami —Crane mintió sin problema, por la costumbre— y Jin ha estado viajando. Ambos trabajamos para Fusion. Es un club nocturno en la avenida.
—He estado allí —dijo uno de los hombres—. Es un lugar agradable. Tiene un fenomenal salón Bossa Nova en la planta de arriba.
—Sí —Crane sonrió abiertamente—, ése es.
—¿Qué trabajo realizan?
—Jin es el barman en el club y yo soy el barman en el salón de la planta de arriba que tanto te gusta.
—Imagino que recibes una gran cantidad de propinas —Andrian no podía dejar de sonreírme.
—Me va bien.
—Lo que realmente le gustaría a nuestro jefe —Crane me miró, alzando una ceja— es que Jin acepte el puesto de administrador en su restaurante en King Beach. Yo podría trabajar allí también y todos estaríamos felices.
—¿Por qué no aceptas el trabajo? —me preguntó Andrian.
Lo miré fijamente hasta que lo captó.
—King Beach está en nuestro territorio, ¡cierto! Necesitan permiso de Logan para entrar y salir.
—Sí, no podemos estar en su territorio sin un salvoconducto.
—Bien, considéralo hecho, Jin. Es decir, en lo que a mí respecta, Crane y tú son héroes. A Logan, no le importará que estén allí. Hablaré con nuestro sheseru, pero no creo que vaya a haber ningún problema. Dile a tu jefe que Crane y tú aceptais el trabajo.
Asentí. Ésa había sido una agradable manera de finalizar el día. —Gracias.
—No, gracias a ustedes. Si no hubieran intervenido, hubiera sido una noche desastrosa. Cualquier cosa que podamos hacer para corresponder a su ayuda, por favor, solo dígannos.
—Eso será suficiente —Crane le sonrió.
—Grandioso —Andrian asintió, de veras complacido, mirándome fijamente.
Para cuando nos dejaron frente a nuestro apartamento, ya eran las cuatro de la mañana. Cuando el coche se alejó, me sentía alborozado. Había logrado que Andrian me prometiera no decirle a Delphine sobre nosotros, a menos que ella preguntara. Entonces, sólo le diría que nos había visto, nada más. Con una sonrisa, me aseguró que ella preguntaría, pero aceptaba mi estipulación. Ya solos en la calle, le sonreí a Crane, alzando una ceja.
—Desgraciado afortunado —refunfuñó, siguiéndome mientras subíamos por las escaleras hasta nuestro apartamento en el tercer piso.
—¿Qué?
—Sabes a qué me refiero —gruñó—. Esquivas más balas que cualquiera que conozco.
—¿De qué estás hablando?
—¿De qué estoy…? Um, no sé, déjame ver. Tienes suerte y la yareah de Christophe Danver aparece sorpresivamente en nuestro club una noche con todas esas mujeres, en una noche de damas o cómo sea, y terminas convenciéndola de que nos acepte en su tribu sin tener que presentarnos a su semel.
Me detuve en las escaleras y me di la vuelta para a mirarlo. —Ella lo disfrutó. Ni siquiera sabía que podía admitir miembros en la tribu hasta que se lo dije.
—Sí, lo sé —dijo, empujándome para adelantarse por las escaleras—. Una vez que la entusiasmaste con la idea, actuaste todo encantador y seductor. Le fue imposible resistirse. No sabía que los homosexuales podían hacer lo que quisieran con las mujeres.
—Ella es una pantera primero, mujer después, y yo…
—Ella es una mujer primero, y tú jugaste con ella.
—Sólo le di un suave empujón.
Cuando llegábamos a la puerta de nuestro apartamento, gruñó duro, lo que me hizo sonreír. —Sólo espero que en el futuro no acabes recibiendo una patada en el trasero por eso.
—Al decir que esperas que no reciba una patada, te incluyes, por supuesto —aclaré, quitando el cerrojo, entrando a nuestro oscuro apartamento de dos habitaciones.
—Así es —bostezó, desplomándose en el sofá, mientras yo encendía la luz—. Todo gira alrededor de mí.
—Bueno, creo que estamos bien —dije alzando la voz, pasando por detrás del sofá hacia la puerta de mi habitación—. Mañana, le diré a Ray que acepto el trabajo de administrador de su restaurante. Podremos mudarnos a King Beach y evitar así toparnos con Christophe Danvers.
—Y Logan Church no nos molestará, porque Andrian le dirá que somos miembros de la tribu de Christophe —gritó de vuelta, asegurándose de que lo escuchara.
Me quité la chaqueta y el suéter. Regresé a su lado, vistiendo sólo mis pantalones, camiseta y medias. —Es perfecto. No tendré que conocer a los semels, y podrás compartir con otras panteras tal como llevas deseando desde que me expulsaron de nuestra tribu y me seguiste.
—¿Qué se suponía que hiciera?, ¿dejar que mi mejor amigo partiera sin saber hacia dónde?
Di un profundo suspiro. —Hubieras llegado a ser sheseru algún día, si te hubieras quedado.
—Y una mierda —bostezó ruidosamente—. Es más divertido ver en qué mierda te meterás con todas tus conspiraciones e intrigas.
—Qué gracioso eres. Me voy a acostar.
—Espera —su voz me detuvo antes de cerrar la puerta.
—¿Qué?
Se dio media vuelta en el sofá para mirarme. —¿No lo extrañas?
—No sé de qué hablas.
—Una tribu, idiota. ¿No extrañas ser realmente parte de una tribu?
—No —mentí rotundamente. Aunque me conocía desde siempre, sabía que no podía distinguir si estaba mintiendo. Claro que quería pertenecer a una tribu. Lo deseaba tanto como él, pero como no iba a suceder, era inútil anhelar ser aceptado.
Por varios minutos, estuvimos en silencio, hasta que él carraspeó.
—¿Sabes? Es una lástima que Logan Church se resigne y se haga de una yareah —como siempre, cambió de tema hacia un asunto neutral, sin significado para nosotros—. Si fuera semel, jamás lo haría. Si fuera semel, esperaría por siempre a mi reah. ¿Quién desea una farsante por pareja?
—Si la escojes, no es farsante —lo corregí, recostándome del marco de la puerta—. Millones de personas lo hacen todos los días.
—Supongo, pero aún así, se supone que un semel se aparea con una reah. Es cómo debe ser. Conformarse con menos va contra la naturaleza de un semel.
—Pero si un semel jamás encuentra a su reah, ¿qué se supone que haga? ¿Vivir sin pareja? ¿Vivir y morir sin la oportunidad de tener su propia familia?
—Sólo digo que esperaría por mi reah.
Asentí. —Por supuesto.
—Lo haría.
—Está bien —le concedí.
—¿Por qué estás actuando como un imbécil?
—Porque cualquiera puede decir que hará tal o cual cosa, si fuera semel —suspiré—. Pero te apuesto lo que quieras, que cada semel ha dicho lo mismo antes de tomar el mando de una tribu.
—Eres un cínico.
—Soy realista. Cuando no tienes responsabilidades, es fácil decir lo que harás y lo que no. Pero cuando tu tribu te observa y espera un heredero, como Andrian estaba diciendo sobre Logan Church… Es decir, nadie puede mantenerse fuerte bajo ese tipo de presión; sobre todo, cuando necesitas asegurar tu linaje.
Entrecerró los ojos. —Me estás diciendo que ningún semel puede darse el lujo de esperar a su reah.
—Si somos realistas, no, porque las reahs escasean. La probabilidad de encontrar una es demasiado pequeña.
—Y aún así —dijo con un gesto dramático—, estás parado frente a mí.
Le mostré el dedo corazón.
—Vamos, Jin. Tanto hablar de reahs y aquí estás; la más rara de las panteras, la único e inigualable reah macho existente.
—No cuento.
—Cuentas, idiota; eres una reah.
—No soy una reah real; no soy hembra.
—¿Quién dijo que las reahs sólo son hembras?
—Um, no sé…, todos —dije, sonando amargado incluso a mis oídos.
—Bien, pues todos están equivocados. Eres hombre y eres reah. Una reah auténtica y eso no es discutible. Existes; eres real.
—Crane…
—No tengamos un extraño y largo debate existencial, ¿quieres? Sé que eres reah, como también sé que eres la única reah macho que ha existido. Punto. Fin de la historia.
—Pero, no lo sabes; no realmente.
—¿No lo sé? —se burló—. Creo que sí. Porque, verás, durante nuestros viajes estos dos años, después de la universidad, jamás hemos visto o escuchado de otra reah, menos aún de una macho. Es decir, existe una reah hembra entre un millón. Ahora, una reah macho…, dame un respiro, ¿quieres? Tú lo eres, hombre.
—Lo que sea.
—Sólo digo, ¿no quieres que lo sepan otros además de mí?
—Mi padre lo sabe —le recordé— y nuestra antigua tribu y nuestro antiguo semel, quienes intentaron asesinarme. Creo que ya lo sabe demasiada gente.
Se volteó, arrellanándose en el sofá. Ya no podía ver su rostro.
—Puedes regresar, lo sabes. Te aceptarían, Crane.
—Que te den. Ve a dormir. No quiero hablar más.
Respeté su decisión, porque ambos estábamos más allá del razonamiento en aquel punto. Ambos necesitábamos dormir; así que, cerré la puerta y me tiré en la cama. Estaba tan cansado, que ni soñé.
CAPÍTULOTRES
PORexperiencia, sé que la gente utiliza la palabra “frío” con demasiada frecuencia. Por ejemplo, he estado en cines y restaurantes e incluso en supermercados abarrotados cuando escucho a las personas decir que tienen frío, incluso que están congeladas. El hecho es que, a menos que hayan sentido la ráfaga de viento helado en el Lago Tahoe a fines de enero, no tienen idea de lo que están hablando. Es por eso, que no entendía a los clientes que querían sentarse en el patio. Aunque la calefacción estuviera encendida y tuvieran sus abrigos puestos, incluso aunque el patio estuviera cubierto, seguía estando malditamente frío. Al observar el grupo de personas que se dirigían al exterior, miré al anfitrión que estaba de turno y me encogí de hombros.
—Entonces, ¿está bien, Jin? —quiso asegurarse.
—Si desean congelarse —dije encogiéndome de hombros—, ¿quién soy para decirles que no?
—Gracias, jefe.
—Asegúrate de avisarle a Owen que necesita ayudar a Linda con la mesa. Son demasiadas personas y está haciendo un frío condenado.
—Lo haré —me sonrió.
—Diles que se coloquen sus abrigos para la nieve —reí, alejándome.
Tenía que asegurarme de que todo estuviera bien con el personal de cocina e iba a mitad de camino cuando una pesada mano cayó sobre mi hombro. Me giré y descubrí a mi jefe, Ray Torres, mirándome.
Entrecerré los ojos. —¿Qué haces aquí?
—Mi visita semanal para ver cómo vas. Como de costumbre, todo está bien.
—¿Qué más quieres? Sueles llamar, en lugar de venir.
Su sonrisa era maliciosa. —Confiaba en que me darías una respuesta.
—¿Bromeas? Ray, no he tenido ni un segundo para…
—Oh, vamos —se rió, moviendo su mano hacia mi cuello, apretando suavemente—. Sólon es una noche más. Tendrás tres días libres después.
—Y actúas como si no los mereciera. He trabajado quince días de corrido, Ray. Ya casi vivo aquí. Debería poner un catre en la cocina.
—Hay una habitación arriba.
—Qué gracioso.
Me sonrió, desordenándome el cabello. —Eres joven. Cuando tenía veinticuatro años, podía pasar días sin dormir ni comer.
Intenté alejarme de él, pero su mano se cerró alrededor de mi bíceps, deteniéndome.
—Jin, ¿sabes que en los dos meses y medios que llevas administrando el restaurante te has vuelto esencial para mí? Espero que consideres seriamente mi oferta.
El hombre no tenía idea de lo mucho que había estado considerándola, desde que me había hablado al respecto hacía una semana. Me quería como administrador general de su restaurante; el puesto que codiciaban otros dos tipos y Crane.
Paragon es un bar restaurante en King Beach ubicado justo en el lago. En verano, las personas pueden echar el ancla y nadar hasta el muelle, remar o pasar directamente de la cubierta de sus barcos al patio trasero. Me han dicho que, en verano, el lugar es un manicomio de mañana, tarde y noche. En invierno, bordeado con luces y calefacción en el patio, es el puerto del refugio, atestado de nieve, Incline Village. Nuestros clientes se componen de vecinos, turistas y la adinerada élite que pasa sus vacaciones en el área.
—Jin —la voz de Ray me apartó bruscamente de mis pensamientos.
—¿Sí?
Se paró frente a mí para que nuestras miradas se cruzaran.
—Cuando llegaste a trabajar conmigo, pensé que eras un punk. Sin embargo, de inmediato, aceptaste el reto y me mostraste tus cualidades.
—¿Pensabas que era un punk? —me burlé, entrecerrando los ojos.
—Jin —me advirtió.
—Ray —dije en el mismo tono de voz.
Gruñó. —Escucha, todos te quieren y todos te obedecen. Necesito eso.
—Ray…
—Desde que estás a cargo, la verdad es que estoy gozando de solvencia.
Me quedé callado.
—El marketing que has llevado a cabo vinculando esos clubs en Reno, además del trato con The Lakehouse Inn para celebrar aquí sus fiestas privadas, ha logrado que todos hagan dinero. Greg pasó por aquí ayer y me dijo que, por primera vez en años, la hostería va bien. Dice que obras milagros.
—Vete a la mierda, Torres.
Sonrió ampliamente. —Dijo que si no te ofrecía el puesto de administrador general aquí, él te lo daría allá. Le gusta lo que ve.
—Y lo agradezco, pero aún no sé lo que haré. En un principio, tenía pensado marcharme.
—Sé que eso pensabas, pero quiero que te quedes. Todos queremos.
—No sé. No soy el único que desea el puesto.
Se encogió de hombros. —Jin, el hecho es que cuando estás aquí, yo no tengo que estar. No me preocupo, cuando te dejo a cargo. Con los demás, me preocupo.
—Agradezco lo que me dices. Dame más tiempo para pensarlo, ¿está bien?
—Toma todo el tiempo que necesites —sonrió, antes de marcharse.
Minutos después, en la cocina, fui recibido con la usual serie de afectuosas obscenidades antes de ser obligado a probar la nueva creación: una mezcla de jalapeños, queso pepper jack y salsa de arándanos fritos. Era repugnante. Le pregunté a Ramón, el cocinero jefe, si intentaba asesinarme o sólo enfermarme.
—¿Saben las chicas de aquí que eres homosexual?
Sólo podía imaginar hacia dónde llevaba su línea de pensamiento, porque no entendía. —¿Qué tiene que ver eso con lo que te acabo de preguntar?
—Nada —me aseguró.
Nos quedamos en silencio, sólo mirándonos uno al otro. Pero acabé sonriendo, antes que él.
—Está bien, ¿qué tiene que ver que sea homosexual? —di un profundo suspiro.
—¿Lo saben? —repitió—; es decir, las chicas.
—Diría que sí.
—Entonces, ¿por qué se pasan hablando sobre ti todo el tiempo?
—Porque las mujeres heterosexuales y los homosexuales siempre están juntos como la mantequilla de maní y la jalea —lo ilustré—. Fuimos hechos el uno para el otro.
—No —negó con la cabeza—. Hablan como si quisieran tener sexo contigo.
Pero no era así; sólo que él no entendía la diferencia.
Todas las mujeres con las que trabajaba, me querían y por eso me apreciaban. Las quisiera o no, hubiera intentado o no, no había diferencia. Amaba a las mujeres, pero no hacía el amor con ellas y aún así estaban locas por mí. Todas alababan mis ojos grises, mi largo cabello negro y mis cejas oscuras. Las chicas se fijaban en cosas como la perfecta forma de tus cejas, el largo de tus pestañas, tus labios carnosos y la curva de tu nariz. Me han dicho que podría ser modelo, debido a mis ojos grises como el humo, fuerte cuerpo y preciosa piel. Era agradable; además de los besos y abrazos que recibía cada vez que llegaba al trabajo.
—Hola.
Alcé la cabeza y miré a Ramón. —No me desean; desean a Crane.
—A ninguna le interesa tu compañero; todas te desean a ti.
Pero eso no tenía sentido.
—Estás demasiado ciego como para verlo.
Sonreí indulgente y di media vuelta para marcharme.
Antes de que pudiera irme, me sujetó por el brazo.
–¿Qué? —volví a mirarlo.
—Nosotros —dijo, indicando al personal de la cocina con un rápido movimiento de las tenazas en sus manos— le daremos una paliza al Ben ese, si es lo suficientemente estúpido como para volver a mostrar su cara por aquí.
Le sonreí. Si supiera que Ben Eller, jamás volvería a acercárseme. —Les agradezco que se preocupen por mí, pero no soy una chica. No necesito que le den una paliza al tipo, porque se haya metido conmigo.
—Pero no fue una pelea justa, J. Irrumpió en tu apartamento en medio de la noche.
Eso decía más sobre la porquería de cerradura que teníamos Crane y yo, y de lo profundamente dormido que me hallaba, que de lo sucedido. Crane había estado saliendo con una nudista y, por supuesto, su celoso ex-novio los había acosado hasta descubrir dónde vivía Crane. La noche que el tipo irrumpió en el apartamento, Crane no estaba. Yo estaba durmiendo en el sofá, donde me había derrumbado después de un turno de dieciséis horas.
—Ese hijo de perra pudo haberte matado.
—Bueno, vive y aprende.
—Pero no era una lección dirigida hacia ti.
Eso era cierto.
—Sabes que tenías un aspecto horrible después de su ataque.
Y así había sido. Había acabado con el labio partido, el ojo negro y marcas en la garganta, porque había intentado asfixiarme. Ben Eller había irrumpido en nuestro apartamento una semana atrás sólo para amenazar a su rival. Pero, enfrascado en el momento, la adrenalina lo había superado y había pasado rápidamente de intentar asustar a intentar asesinar. Había intentado estrangularme.
Aturdido, despierto a medias, logré retorcerme hasta quedar libre del agarre mortal de Ben Eller y entonces transmuté en medio de la sala. Fui forzado por las circunstancias. No tuve la oportunidad de huir; por lo que, tuve que pelear e instintivamente saqué el arma más poderosa de mi arsenal. Salió gritando del apartamento, pero eso no me preocupaba. ¿Qué le iba a decir a la policía? Cuando intentaba estragular a este tipo, se convirtió en uno de esos enormes gatos que aparecen en Discovery Channel, justo al lado de la mesa de centro. Creo que intento de homicidio le resta credibilidad a tu testigo.
—¿Jin?
—Sé cómo me veía —dije rápido, volviendo a la conversación—. Aprecio la preocupación de todos.
—Debiste denunciarlo.
—Crane y yo le pusimos una orden de restricción; es todo lo que necesitamos.
Se encogió de hombros. —Por suerte, tu acosador se marchó.
—No era mi acosador —me reí, captando la ironía del asunto.
—Claro, fue para morirse de la risa —me miró con el ceño fruncido, acercándoseme—. Pero cambiando el tema, escuché que Ray te ofreció el puesto de administrador general.
—Así es.
—Acéptalo. Te apoyamos.
—Gracias.
Me sonrió, regresando al trabajo. —Por nada.
Aunque jamás lo había dicho, sabía que a Ramón le gustaba que pasara a diario para asegurarme de que todo estaba bien con él y de que tenía todo lo que necesitaba.
Al regresar al salón, una de mis meseras, Linda Rice, casi se estrella conmigo.
—Aquí estás —suspiró—. J, el grupo del patio es escandaloso y uno de los tipos está ebrio. No regresaré allá.
Asentí, dándome la vuelta para ir.
Antes de pasar por su lado, me sujetó por la muñeca. —Voy a buscar a uno de los gorilas para que te acompañe, ¿está bien?
Le sonreí. —No te preocupes por mí, Linda, querida. Soy un luchador.
—Eso es grandioso, pero varios de esos tipos parecen mafiosos rusos.
—¿Qué te dije sobre ver demasiados capítulos de Law & Order?
—Eres tan gracioso —puso mala cara, como si hubiera mordido un limón—. Sólo ten cuidado. No eres tan grande ni tan malo como piensas.
—¿No? —le sonreí y ella soltó una risita, a pesar de que era obvio que estaba nerviosa por su altercado en el patio. Me pareció tierno que me diera una nalgada antes de que me alejara.
