Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Un libro de la saga Cambio de actitud En la ciudad secreta de Sobek, Domin Thorne se está abriendo paso como el recién elegido semel-aten, el líder del mundo de los hombres pantera. Aspira a realizar cambios de gran alcance, ha establecido metas para él y para las personas que eligió llevar consigo y lidera su reinado según el ejemplo de su amigo, Logan Church. Pero quizá Domin se ha propuesto una meta idealista, ya que su estilo de liderazgo normal no está funcionando. Mientras hace malabarismos con la nostalgia de Crane, el temperamento de Mikhail, el recurrente uso de látigos de Taj, sirvientes con intenciones asesinas, la visita de un ex, y una alma gemela en una peligrosa misión de buena voluntad, Domin tiene que descifrar solo su nuevo papel. Además, debe decidir cómo lidiar con una conspiración mientras cada día se enamora más de un hombre que, por primera vez en la vida de Domin, corresponde a ese amor. Esté Domin listo o no, el destino ha intervenido para enseñarle una lección: las amenazas internas son tan peligrosas como las externas.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 338
Veröffentlichungsjahr: 2016
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
De Mary Calmes
Una novela de Cambio de actitud
En la ciudad secreta de Sobek, Domin Thorne se está abriendo paso como el recién elegido semel-aten, el líder del mundo de los hombres pantera. Aspira a realizar cambios de gran alcance, ha establecido metas para él y para las personas que eligió llevar consigo y lidera su reinado según el ejemplo de su amigo, Logan Church. Pero quizá Domin se ha propuesto una meta idealista, ya que su estilo de liderazgo normal no está funcionando.
Mientras hace malabarismos con la nostalgia de Crane, el temperamento de Mikhail, el recurrente uso de látigos de Taj, sirvientes con intenciones asesinas, la visita de un ex, y una alma gemela en una peligrosa misión de buena voluntad, Domin tiene que descifrar solo su nuevo papel. Además, debe decidir cómo lidiar con una conspiración mientras cada día se enamora más de un hombre que, por primera vez en la vida de Domin, corresponde a ese amor. Esté Domin listo o no, el destino ha intervenido para enseñarle una lección: las amenazas internas son tan peligrosas como las externas.
Para mis maravillosos fans,
que querían saber
qué había pasado con Domin.
Aker: Posición de liderazgo en una tribu grande, obtenida mediante combate. Rinden cuentas ante los maahes. Los akers son designados siempre en parejas, como manu y bakhu.
Amenta: Pantera que vive sin autorización en el territorio de una tribu que no es la suya.
Aset: Pareja designada a un semel en caso de que su reah muera. Una aset solo puede ser seleccionada o transformada por una reah.
Beset: Acompañante de una reah.
Djehu: Posición de liderazgo en una tribu, para la cual se ha sido elegido.
Duat: Una pantera que ha prometido, bajo amenaza de muerte, vivir como humano y jamás transmutar.
Hathen: Sierva que supervisa el harén del semel-aten.
Khatyu: Soldados de un semel.
Maahes: Príncipe de una tribu; es el emisario del semel.
Mastaba: Señora de la casa de un semel; suele ser la viuda del semel anterior.
Maat: Equilibrio, armonía, acción correcta.
Phocal: Líder de los felinos Shu, grupo de élite de hombres pantera que sirven al Sacerdote de Chae Rophon.
Reah: Alma gemela de un semel.
Sekhem: Término nuevo que el semel-aten otorga a su pareja elegida, que no es una yareah.
Semel: Líder de la tribu.
Semel-aten: Líder de la tribu de los hombres pantera de la capital de Sobek.
Semel-re: Líder de una tribu bendecido con su alma gemela; un líder que ha encontrado a su reah.
Sepat: Lance de honor.
Sheseran: Pareja de un sheseru.
Sheseru (Mayal): Defensor de la tribu, guardián de la pareja del semel.
Sylvan (Cayado): Maestro de la tribu, consejero del semel.
Taurth: Una yareah que ha sido abandonada porque el semel ha encontrado a su alma gemela.
Wosret: Una reah sin pareja, reclamada por el semel-aten como concubina.
Yareah: La pareja que un semel selecciona y que no es su alma gemela.
CUANDO LLEGUÉ, antes de dirigirme a nadie, antes de nada, tenía que purgar mi casa. Dejé que mi nuevo mayordomo, Kabore Nour, se lo explicara a las dos hileras de personas, el personal residente, congregadas desde los escalones hasta el vestíbulo principal de la villa.
Mis pasos eran rápidos y enérgicos. Iba escoltado por Yuri Kosa a mi derecha y Crane Adams a mi izquierda. Cuando los guardias que custodiaban las puertas se arrodillaron, les dije que no volvieran a hacerlo. Solo debían hacer lo que les pidiera; no más inclinarse y arrastrarse. Taj Chalthoum, mi sheseru, estaba allí. Tras ponerse rápidamente al tanto, él tradujo con fluidez mi inglés al árabe. Ellos se mostraron sorprendidos, pero asintieron de inmediato. Yo reconocía que era diferente y que les tomaría tiempo acostumbrarse a mí.
Tal como había ordenado, Mitchell Rayne y Nelson Adams, los padres de Jin y Crane respectivamente, no habían sido llevados a una celda, aunque era obvio que sus circunstancias habían cambiado. Habían sido aceptados en el hogar por el semel-aten anterior, así que lo único que tuve que hacer fue ponerlos bajo arresto domiciliario y confinarlos a una suite en la villa.
Cuando las puertas se abrieron, crucé a zancadas el área común entre sus dos habitaciones. Los encontré comiendo, disfrutando de sus desayunos; uno leía el periódico y el otro se terminaba su recién exprimido zumo de naranja. Sería el último vaso que bebería.
—¿Quién…?
—Hola —dije en voz baja, mientras ellos boqueaban.
No fui el causante del estremecimiento del hombre que dejó caer el vaso, ni el causante del temblor del que sostenía el periódico. Fue Crane, mi maahes; solo él. Fue su presencia en el área común lo que los llenó de terror.
—Solía ser el maahes de la tribu de Mafdet —dije despacio, saboreando la sangre según mis colmillos, superiores e inferiores, se abrían paso a través de mis encías. Tenía los caninos largos y endiabladamente afilados; estaba seguro que eso hacía que la mueca de mis labios se viera un poco siniestra.
—Tú… —dijo en voz baja el más pequeño y atractivo de los hombres. Su rostro era lo suficientemente parecido al de su hijo Jin como para recordarme el crimen que había cometido contra su propia criatura.
Cayeron de rodillas; sus rostros reflejaban miedo, conmoción y comienzo de comprensión.
—Gané el sepat —dije y me acuclillé ladeando la cabeza, estudiándolos—. Soy el nuevo semel-aten. Mi nombre es Domin Thorne. —A continuación, señalé al hombre a mi izquierda—. Crane Adams es el nuevo maahes de la primera tribu, la tribu de Rahotep.
El padre de Crane inhaló temblorosamente.
Mis ojos pasaron a Mitchell Rayne, el padre de Jin Church.
—Y este hombre —dije, señalando con la cabeza al segundo hombre a mi lado—, es Yuri Kosa. Solía ser el sheseru de la tribu de Mafdet, guardián del alma gemela del semel-netjer, el único reah varón en el mundo.
Los ojos de Mitchell se llenaron de lágrimas. Me sorprendió que estos hombres, que durante tanto tiempo habían conspirado para destruir y asesinar, actuaran tan cobardemente al enfrentarse a sus propias muertes.
—Sigo aquí —anunció Crane, extendiendo sus brazos—. Todavía. Jin está en casa con su alma gemela, Logan Church, y pronto serán padres. Nada de lo que hicieron evitó que viviéramos nuestras vidas.
—Al menos, jamás tendrás hijos —escupió su padre, hablando de la castración de su hijo como si estuviera orgulloso de haber empuñado el escalpelo. Yo estaba seguro de que así era como realmente se sentía.
—Los tendré —corrigió Crane—. Puede que no sean míos de sangre, pero lo serán en mi corazón. Los amaré como yo no fui amado, ni como Jin lo fue. Creceremos juntos y, cuando muera, me extrañarán, lamentarán mi muerte y recordarán el amor, las risas y todo lo que les enseñé.
Las lágrimas en los ojos de Crane no se debían a los hombres que tenía delante, sino al amor que seguramente tendría y a lo que ya tenía. Cuando su mirada se posó en mí, sentí que el pecho se me apretaba por la sonrisa que dejaban entrever sus lágrimas.
—Gracias —dijo Crane, antes de darse la vuelta y salir del lugar cerrando la puerta detrás de él.
Volví a fijar la mirada en los hombres que tenía delante.
—Mi hijo es una abominación —escupió el padre de Jin con voz entrecortada—. Y Crane Adams también lo es por amarlo como lo hace.
Chasqueé la lengua. El hombre estaba demasiado ciego.
—Tú —dijo Yuri, señalando a Mitchell— viste a tu propio hijo ser casi asesinado a golpes cuando transmutó por primera vez.
—Yo…
—¡Y tú! —Yuri le rugió a Nelson—. Castraste a tu propio hijo. Sostuviste la daga.
—¡Volvería a hacerlo! —le rugió a mi alma gemela—. ¡Está muerto para mí!
—Como lo estarás tú para él en breve —dijo Yuri, comenzando a desnudarse, con una voz que se volvía letalmente profunda y fría.
Los hombres se levantaron y se alejaron dando tumbos. El padre de Crane empujó la mesa y la derribó. El padre de Jin retrocedió hasta chocar con la pared más lejana.
—Tu intención es asesinarnos —dijo Mitchell con voz ahogada.
—Mi intención es despedazarlos y después incinerarlos con la basura de todas las noches —declaré animadamente, sonriendo con satisfacción al final.
—¡No puedes! Necesitamos ritos fúnebres y ser…
—Soy el semel-aten. —Me encogí de hombros y, en ese momento, Yuri terminó de transmutar y se paró a mi lado: una enorme pantera dorada, poderosa y enfurecida—. Puedo hacer lo que me plazca.
—¡Eso es inhumano!
El rugido de Yuri llenó la habitación justo antes de que se lanzara sobre Nelson. Hombre y pantera volcaron el sofá de dos plazas y golpearon el piso con fuerza al caer al otro lado. Los gritos surgieron rápido, espeluznantes y altos.
Mitchell comenzó a dar alaridos cuando una espesa salpicadura de sangre bañó las cortinas.
—Es triste —dije por encima de los rugidos de Yuri, mientras los gritos de Nelson se convertían en despreciables sollozos y gimoteos. Extendí la mano, y largas garras afiladas reemplazaron mis dedos cuando terminé el movimiento— saber que justo aquí y ahora, al final, comprenderás el error de tus acciones, padre del único gato nekhene que existe.
—Enfrentaré mi muerte creyendo que es una abominación.
—Ese es tu derecho —dije, acercándome a él—. Pero ni él ni yo tendremos que volver a escucharte. Empecemos con tu lengua.
—¡Eres un monstruo! —gritó sus últimas palabras.
Pero yo sabía quién era el verdadero monstruo.
NO TENÍA sentido, y sabía que todos estaban cansados de escucharme preguntar lo mismo. Pero hasta que obtuviera una respuesta que entendiera, ¿cómo se suponía que debía aceptar lo que dijeran?
—¿Qué te dijo tu padre cuando te convertiste en semel? —preguntaba a cada líder de las tribus que visitaban Sobek.
Todos me miraban de manera peculiar; el último de ellos era Maroz Amadu, de la tribu de Serabit, en Giza. El hombre se veía confundido.
Yuri tradujo:
—Quiere saber específicamente qué le sucedería a usted si fallara como semel. Adónde irían por ayuda las personas de su tribu si, por ejemplo, usted decidiera que dos panteras de diferentes razas no pueden casarse en su territorio.
—Pero eso es absurdo —le dijo a Yuri—. No importa quién…
—El sekhem del semel-aten está planteando una hipótesis —comentó su yareah, Hesi Amadu.
Al parecer, necesitábamos a nuestras parejas para que hablaran por nosotros.
—Ah, ya veo. —Forzó una sonrisa—. Bueno, se me dijo que si no era un buen líder, las panteras de mi tribu contactarían con el semel-aten, y él examinaría mi caso antes de fallar a favor o en contra.
—Exacto. —Lo señalé y después me giré para mirar a Yuri—. ¿Ves?
Él cruzó sus brazos gruesos y musculosos sobre su ancho y corpulento pecho, y me miró de tal forma que me hizo dudar de mi cordura.
—¿Qué se supone que tengo que ver?
—No fui un buen semel.
—”Fuiste”. Tiempo Pasado. ¿Qué tiene…?
—¿Eso significa entonces que nadie me denunció a Ammon El Masry cuando él era semel-aten? Es raro, ¿verdad?
—No sé. ¿Cómo podría saberlo?
—Esa es la razón de mi pregunta.
Escuché un suave carraspeo detrás de mí.
Me di la vuelta y me percaté de que Maroz y su pareja seguían allí.
—¿Ya podemos ir al gran salón, mi señor? Estamos hambrientos.
—Sí, claro, vayan —dije, indicándoles con la mano que se marcharan—. Lo siento.
Maroz agarró la mano de su pareja y tiró de ella, alejándola rápidamente de mí. Todos acababan haciendo eso, preocupados por mi estado mental, estaba seguro.
—De acuerdo, ¿ahora qué? —preguntó Yuri, deteniéndose delante de mí.
—Eso fue lo que se me dijo recién nombrado semel, igual que a Logan, igual que a todos.
—Se te dijo que el semel-aten vendría a buscarte si eras malo —parafraseó Yuri—. ¿No es así? ¿Como si fuera el coco?
—Sí. Y si eso es cierto, si se supone que millones de panteras le están llamando o enviando correos electrónicos para quejarse… ¿Dónde está?
—¿Qué? ¿Estás preguntando si hay como un centro de mando o algo para toda esa correspondencia?
—Eso es lo que estoy preguntando. Es decir, ¿quién se asegura de que jamás se vea una pantera? ¿Quién desvía un ataque? Básicamente, ¿quién ha mantenido a los hombres pantera fuera del radar de los humanos durante siglos? —Él me miró entrecerrando los ojos—. Quienquiera que haya sido, quizá comenzó en pequeño y ahora cubre el mundo entero.
—Estás loco. Lo sabes, ¿verdad?
—Yuri, tiene que haber un organismo más grande, a un nivel más alto que el semel-aten, como una CIA de hombres pantera o algo. Tiene que haberlo. Alguien está lidiando con situaciones, y sabemos que no soy yo. Soy una figura decorativa sin poder real salvo para cualquier otro semel justo aquí, en mi tribu.
—Creas leyes para todos.
Descarté su argumento con un ademán.
—Y sucede que la tribu de Rahotep es la tribu individual más grande del mundo.
—Sí, pero si lo pones en perspectiva y dices cada pantera del mundo… —El número era impactante—. ¿Quién lo hace? ¿Quién es responsable de todos?
—En serio, creo que todos son responsables de los suyos y quizá de la tribu más cercana a ellos. Es decir, le tocó a Logan detenerte cuando estabas fuera de control; quizá es así en todos lados.
Negué con la cabeza.
—Eso es demasiado simple. Piénsalo. ¿Qué hubiera ocurrido si Logan y Christopher hubieran sido un desastre igual que yo? Si lo que dices fuera verdad, entonces ese rincón de Nevada habría estado lleno de hombres pantera dementes correteando por todos lados.
—Sí, pero Logan acabó con tu tribu —me recordó—. Acabó con tu reinado como semel. ¿Quién dice que algo parecido no ocurre todos los días?
—Pero si los semels solo se vigilan a sí mismos, ¿por qué no se ha colapsado todo y estamos en todas partes en el noticiero de las seis de la tarde?
Él negó con la cabeza.
—Piensas demasiado.
Sin embargo, no lo hacía; era simplemente que él no lo captaba. Tenía que haber un Gran Hermano –tenía que haberlo–, pero quién o qué era, era la pregunta del siglo. Yo no quería ser una figura decorativa. Quería cambiar las cosas, quería cambios de gran alcance que no se quedaran solo en mi tribu. Pero no sabía cómo hacerlo.
Sin embargo, tenía el poder para cambiar las leyes, y en eso pensaba centrar toda mi energía. Si tan solo supiera con qué debía comenzar y cómo. Todo tenía que ser modernizado, pero me sentía aplastado por el peso de lo que debería haber estado haciendo contra lo que estaba haciendo. Iba por mi segundo despotrique de la noche. Si el primero trató de la conspiración del silencio, mi siguiente divagación trataba del cambio.
Yuri dijo que ya se me había pasado el tiempo de limitarme a estar. Tenía que encarnar la revolución que quería ver, no solo desearla. Yo era el único que podía convertirse en un catalizador de la acción.
—De ninguna manera —me quejé, caminando de un lado a otro por nuestra habitación, de aquí para allá, a los pies de la cama donde él yacía tendido en el colchón, mirándome. Siempre era así, de agitador a derrotista; pasaba de uno a otro todos los días—. ¿Cómo es que yo, el impío, espero simplemente derrocar miles de años de «así es como hacemos las cosas»?
Él estaba moviendo sugestivamente las cejas.
—¿Qué? —grité.
—Solo tienes que decir «así es como haremos las cosas de ahora en adelante». Haces lo que hemos discutido: te proclamas akhen-aten y comienzas un nuevo reinado con tus jugadores en el tablero.
Me quedé mirándole.
—No es así de fácil.
—Yo pienso que sí.
—¡Eso es porque tú no eres el semel-aten!
—Tampoco tú. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Bueno, no quieres serlo.
—Yuri…
—Odias estar aquí —dijo, interrumpiéndome—, no porque estés en Egipto, sino porque no te gusta cómo la clase alta trata a la clase baja, cómo el sacerdote guarda su templo ni cómo se supone que debes tratar a los sirvientes de tu propia villa. Odias que se clasifique a las personas por clases sociales y no como a una tribu unida. Y odias que la centena de semel-atens que te precedieron y una centena de sacerdotes hayan mantenido esta ciudad en la Edad Media en lugar de permitirle unirse al mundo actual.
—¡Exacto!
—Entonces, arréglalo, mi señor —dijo, apaciguándome.
—No es tan fácil.
—Los cambios jamás son fáciles. —Se encogió de hombros—. ¿Quién dijo que lo serían?
Me dejé caer en el borde de la cama.
Después de un segundo, sentí que el colchón se levantaba y se hundía, indicándome que él estaba acomodándose detrás de mí. Cuando sus fuertes brazos rodearon mi cuello, gruñí y me apoyé contra él.
—Harás lo correcto. —Parecía tan seguro...
—¿Cómo lo sabes?
—Porque siempre lo haces.
—Eso no es cierto. —Cerré los ojos y saboreé la sensación de su piel, del calor de su pecho contra mi espalda y la barba incipiente de su mandíbula raspando la mía.
¿Sabía que su simple toque me daba aliento? ¿Cómo era que algunas personas en el mundo no deseaban encontrar a su alma gemela? ¿No deseaban tener a alguien que les escuchara cuando necesitaban desahogarse, o con quien dormir abrazados durante la noche? ¿Cómo es que eso no era un prerrequisito en la vida?
—Eres intrínsecamente bueno —dijo, y sentí su voz como la vibración de un ronroneo contra el costado de mi garganta—. Y cuando tienes en la mira un rumbo, no eres capaz de sacarlo de tu mente.
Tenía razón.
Me estaban atacando por todo lo que debía cambiarse a diario, y me veía aplastado por el peso del statu quo. La avalancha de obligaciones, desde lo vital hasta lo trivial, jamás cesaba. Había expectativas y demandas, responsabilidades infinitas.
Lo odiaba.
SEIS MESES después, aún sentía que me estaba ahogando. Cada mañana al despertar, me preguntaba si ese sería el día en que finalmente sentiría que estaba al mando. Seguía esperando. Quería regresar a la noche en la que Logan Church se había girado en su asiento y me había mirado con un destello en sus ojos dorados, y decirle que se fuera al carajo.
—Deberías volver a ser semel —había dicho con el familiar retumbo en su voz. Él no sabía el efecto que tenía sobre mí, sobre todos; él era simplemente así: Logan—. Estás listo, Domin. Necesitas pararte bajo las luces.
Dos años atrás, el hombre había terminado con mi reinado. Yo había sido semel de una tribu de hombres pantera, líder de la tribu de Menhit, hasta que él había luchado contra mí en el box y me había vencido. Pudo haberme arrancado el corazón con sus garras, pero en cambio… En cambio, me ofreció el camino de la redención. Me abrió su hogar, me recibió en su tribu y en su vida. Confiaron en mí, prestaron atención a mis consejos y dependieron de mi fuerza. Fue un regalo, el renacimiento de la amistad que teníamos cuando éramos jóvenes. Me había preocupado la posibilidad de que la amargura me consumiera y me volviera en su contra, que lo pillara desprevenido, lo traicionara y lo asesinara. Pero había olvidado lo que había en mi propio corazón.
Amaba a Logan. No como a un amante, ni con interés carnal, sino como al hermano que nunca tuve. Todo un cliché. Lo quería de regreso en mi vida más de lo que quería lastimarlo.
Yo había sido un líder de mierda. Era del tipo egoísta y vengativo; el que todos deseaban que se muriera ya para poder tener un líder mejor, alguien que de verdad se preocupara. Así que, cuando él me venció en el box, se adueñó de mi tribu y me acogió, simplemente me rendí. Logan era una fuerza de la naturaleza, y yo estaba tan cansado de pelear contra él, contra su nobleza, su ética y su fuerza, que dejé ir a la amargura. Nada bueno había surgido de ella. Era hora de intentar algo nuevo.
Ser su maahes, el príncipe de su tribu, me había ido bien. Era fácilmente el segundo al mando. Él tomaba las decisiones; yo las ejecutaba. Él navegaba; yo conducía. Fui capaz de ser su emisario porque hablaba por él, no por mí. Había sido muy fácil.
Lo sorprendente fue que cambié. Me liberé de mi ira, mi vanidad y de todo el dolor. Me convertí en lo que él siempre había visto en mí. Su fe me había hecho un hombre mejor; su convicción diaria había hecho que me interesara en el futuro de la tribu, en la gente, en el crecimiento, la seguridad y el bienestar de todos. Yo era diferente ahora, y todo se lo debía a mi viejo amigo, mi nuevo semel: Logan Church.
Así que, cuando él me miró con sus ojos color miel y me dijo que quería que reclamara mi derecho de nacimiento, no pude discutir, porque él creía en mí. Yo podía ser, dijo, no solo un semel, sino el semel, el semel-aten, el líder del mundo de los hombres pantera. Sería capaz de liderar a los que desearan seguirme debido a los cambios que yo mismo había vivido. Sería capaz de comunicarme con los hombres pantera que habían perdido la fe y el camino. Logan estaba seguro de que sería un catalizador del cambio y devolvería a los hijos pródigos al redil.
—Estás loco —había replicado yo—. Deberías ser tú. Tú eres el más fuerte.
Él negó con la cabeza.
—Estás equivocado; eres tú.
Pero nadie era más fuerte que Logan Church. Él era semel-netjer, la única pantera en el mundo cuya alma gemela era, además, un gato nekhene.
Jin Church, su reah, era el hombre pantera más temible que hubiera visto, que cualquiera hubiera visto, y solo Logan lo había domado, podía domarlo, porque Logan era su alma gemela. Era ridículo que él sugiriera que yo podía ser más fuerte.
—Pero tú puedes ir a cualquier lugar y hacer cualquier cosa —me aseguró—. Yo necesito permanecer en el lugar donde nací, gobernar mi tribu y jamás partir. Lo único que deseo hacer es acostarme cada noche con mi alma gemela entre mis brazos y despertar cada mañana para ver sus hermosos ojos grises. ¿Comprendes? Eres más fuerte que yo porque puedes ser lo que desees. Lo único que yo puedo ser es yo.
Negué con la cabeza.
—Eso no tiene sentido.
—Serás semel-aten.
Estaba seguro de que no lo había escuchado bien.
—Has perdido la cabeza.
—No. —Levantó una ceja dorada mientras me miraba a los ojos—. Escucha y después dime qué quieres hacer.
Y mientras me hablaba durante el largo vuelo a Beijing, me preguntaba si él realmente sabía lo que estaba diciendo.
—¿Y si algo sale mal? ¿Qué pasará si tú y yo no estamos en el box al mismo tiempo? ¿Y si solo son Ammon El Masry, el semel-aten, y tú en el box al final, Logan?
Él negó con la cabeza.
—No será así. No puede ser así. Él querrá una garantía de que acabaré muerto. Querrá asegurarse. La ley dice que el semel-aten puede retarme solo o con los maahes presentes. Eso es lo que hará, estoy seguro.
—Pero se buscará a alguien más, Logan —insistí—. Si realmente quiere que mueras, encontrará un igual, buscará a alguien de otra tribu.
—Eso no importa —me aseguró—. Puedo dominar a cualquier felino que no sea semel. Tú serás el que tendrá que matar a Ammon. ¿Podrás hacerlo?
¿Podría?
¿Me había llevado todo lo vivido al punto donde volver a liderar sería posible? ¿Estaba listo para salir de la sombra de Logan y destacar por mí mismo? ¿Tenía yo la misma fe en mí que él mostraba?
Sintiéndome embriagado por sus elogios, su fe y su amor, le di mi respuesta:
—Sí.
Logan sonrió, obviamente complacido.
—Estarás asombroso.
Recé para que estuviera en lo correcto.
Todo había ocurrido demasiado rápido. Me convertí en semel-aten y todo salió justo como Logan había dicho que saldría. Pero ahora estaba en Sobek, la antigua ciudad de los hombres pantera, era el semel de la tribu de Rahotep, la tribu del semel-aten, y todos esperaban que los liderara. Todos pensaban que, instintivamente, sabría qué hacer y… y, en cambio, me estaba hundiendo. Estaba hasta el cuello y maldecía a Logan Church, porque el hombre era un egoísta hijo de perra.
Logan me había hecho semel-aten porque, aunque él era la mejor opción para el puesto, no quiso tomarlo. En mi cabeza, no había duda alguna de que Logan hubiera hecho mejor trabajo que yo.
Compartí mis pensamientos con Yuri, pero con nadie más. A pesar de que todo amenazaba con venirse abajo a mi alrededor, él fue el único al que confié ese secreto.
EL PROBLEMA era que, aunque me conocían, con mi cambio de estatus, las personas que traje conmigo de repente esperaban que yo supiera sin más qué tenía que hacer. Imaginaba que era similar a lo que sucedía cuando alguien se volvía padre o madre. De repente, se esperaba que supieras cosas que nadie hubiera imaginado que necesitaría saber antes de que sucediera. El peso de su escrutinio me hacía atacarlos de palabra.
Esa mañana, mientras daba mi paseo habitual con los más cercanos a mí –mi maahes, mi sylvan y mi sheseru–, di rienda suelta nuevamente a mi frustración. No había manera de detenerme. Lo había intentado, pero, a pesar de todas mis buenas intenciones, en el instante en que buscaban mi guía, me molestaba y los atacaba de palabra. Estar cerca de mí era un horror, y lo sabía. Era el peor de los cabrones con Crane Adams, mi maahes, el príncipe de mi tribu. Él solía regresarme los ataques con ambos cañones. Podía defenderse solo. Por qué no lo había hecho, por qué aguantaba todo lo que decía, me llevaba molestando un mes. Estaba listo para tratar el asunto con él de una vez por todas.
—Entonces, este Elham tiene mucho que decir sobre mí —dije en voz baja mientras caminaba por la villa con Crane y Taj Chalthoum, mi sheseru, y Mikhail Gorgerin, mi sylvan.
—Sí, así es —confirmó Crane—. Me encargaré de ello.
—¿Lo que significa qué, exactamente?
—Lo que significa —dijo él, emitiendo un suspiro— que hablaré con él. La situación podría intensificarse y tendría que enfrentarlo en el box, o puede que no se salga de proporción y no tengamos que llegar al box.
Mikhail carraspeó. Le miré por encima del hombro; él me miró a su vez, negando con la cabeza. Pero ¿cómo podía dejar el asunto así?
—Crane —suspiré—, ¿comprendes que este hombre, este Elham, es el hermano de Ammon El Masry, el último…?
—Sé exactamente quién es. —Crane me dedicó una sonrisa de medio lado tan impropia de él que casi perdí el hilo de lo que estaba diciendo.
Crane Adams jamás se limitaba a hacer un poco de nada. Reía fuerte y escandalosamente, era firme en sus pensamientos sobre temas que no le importaban, y tan insistente que acababas confesando todo lo que había en tu corazón para que se callara. Era fuerte, atento y equitativo, más que irritante. Pero nunca, jamás, lo había visto apagado y callado. El hecho de que toda su pasión y vitalidad hubieran desaparecido me sacaba de quicio. Él ya no era el mismo. Su cuerpo estaba allí, pero su mente no.
—¿Qué carajo te pasa? —Me detuve.
Él continuó caminando. Todos los demás permanecieron a mi lado; la procesión se detuvo.
—¡Crane! —ladré.
Él emitió un profundo suspiro y se dio la vuelta.
Lo miré con expectación.
Crane inclinó la cabeza hacia un lado porque, aparentemente, estaba esperando por mí.
—Crane…
—Mi semel.
Me acerqué a él deprisa, apuntando a su pecho.
—No me vengas con semel. ¿Qué carajo pasa contigo?
—¿En qué sentido?
—¡En todos! —vociferé.
Él cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Acaso no soy el maahes de esta tribu?
—¡Sabes jodidamente bien que eres el maahes! ¿Qué carajo tiene eso que…?
—Entonces, permíteme llevar a cabo las responsabilidades de mi posición y manejar las situaciones como crea conveniente. Si necesito ayuda, la pediré. Si meto la pata, obviamente te enterarás. Pero hasta entonces, no te preocupes.
—¡Tengo que preocuparme! ¡Elham El Masry anunció su intención de enfrentarse a mi maahes en el box!
—Soy consciente de ello.
—¡Crane! ¡Él estaba en línea para convertirse en semel-aten! Como asesiné a Ammon, ya no lo está, y por eso ahora desea ser maahes. Si ocupa tu lugar, podrá enredarme y arruinar mis planes.
—Repito. —Sonaba irritado—. Lo sé.
—Por ley, cualquiera puede desafiarte por tu posición y…
—Mi semel…
—Crane —dije, alzando la voz por la ira y la frustración—. ¡No quiero al hermano menor de Ammon El Masry en mi círculo privado! Como maahes, podría tener un poder considerable, y al final podría inclinar a las personas hacia su causa…
—Domin…
—Todos esperaban que él fuera designado maahes. Asdiel Kovo, el nuevo sacerdote, jamás cesa de preguntarme cuándo sucederá eso. Él, al igual que todos los demás, jamás consideró que el hermano de Ammon no sería designado maahes. Dijo que escogerte a ti fue…
—Me importa un bledo —me interrumpió Crane—. El nuevo sacerdote es un cretino.
Taj, que había estado escuchando nuestra conversación todo el tiempo, soltó una risa por la nariz detrás de mí. Cuando me giré a mirarlo, abrió mucho los ojos y se encogió de hombros.
—¿Qué? Crane tiene razón; el tipo es un cretino.
—El hombre está enamorado del sonido de su voz —intervino Mikhail.
—A nosotros no nos interesa lo que él crea o no. Crane tiene razón; no dejes que te afecten estas molestias insignificantes. Permite que tu maahes se encargue de las responsabilidades de su posición.
—Gracias —gruñó Crane. Se alejó con paso airado por el pasillo, aunque después lo vi desviarse hacia las escaleras que llevaban a la entrada posterior y, tras la misma, a los jardines.
Me enfrenté a Mikhail.
—¿Has perdido el juicio?
La expresión de su rostro era de pura molestia.
—Esto es lo que probablemente sucederá —dijo—. Elham insistirá en un enfrentamiento y acabarán en el box, él con su elegido y Crane con quienquiera que elija.
Imaginaba que habría más, pero cuando me di cuenta de que eso era todo, lo fulminé con la mirada.
—¡Por Dios, Mikhail, eso ya lo sé! Pero no puedes ser tú, tampoco Taj, alguno de mis khatyu o los Shu. ¿Quién carajo en estos lares se preocupa por Crane o por mí como para acompañarlo en el box? Eso es lo que intento que él tenga en cuenta. Quienquiera que lleve consigo al box va a rendirse y permitir que le den una paliza o peor, y si algo le sucede a Crane bajo mi cuidado, Jin…
—Entonces, no debiste haberlo traído contigo —dijo Mikhail con brusquedad—. Si me disculpas, tengo que dirigir una reunión con los sylvans.
Salió disparado antes de que le diera permiso para marcharse. Taj asintió deprisa antes de irse, caminando en dirección opuesta.
—¡Gracias! —grité—. ¡Realmente disfruto de nuestras reuniones mañaneras!
Nadie me estaba escuchando.
SE SUPONÍA que la villa era mía. No lo parecía. La residencia del semel-aten, a pesar de ser un hogar, parecía más un inmenso centro turístico y un recinto universitario a la vez. En ciertos momentos, no sabía dónde estaba la mitad de los habitantes de la extensa mansión. El lugar era demasiado grande y estaba demasiado lleno de columnas de mármol, escaleras, estatuas de dioses y diosas, balcones, nichos y espacio. Demasiado espacio abierto. Se suponía que fuera mi oasis, pero mi santuario no estaría lleno de pisos de mosaico y pinturas al fresco que cubrían desde las habitaciones hasta los pasillos. Vivir en la villa del semel-aten era como vivir en un museo. El único momento en que sentía algún tipo de paz era cuando me encontraba en mis aposentos.
El área que ocupaba con Yuri era pequeña –según el estándar de la villa– y se hallaba detrás de un camino de papiros cerca de la parte posterior del jardín de la terraza. Para llegar a nuestra habitación, había que subir una escalera en espiral que tenía un portón de hierro forjado que permanecía cerrado todo el tiempo. Una vez abierto, se entraba a una enorme terraza de hormigón estampado con vista al patio principal, y, más allá de este, kilómetros de desierto y colinas. Después de atravesar el enorme patio, se llegaba a unas puertas giratorias que daban a nuestra habitación.
Dentro de la suite, a la izquierda, había una pared de ventanas giratorias, parecidas a las puertas pero más pequeñas, que iban desde el piso hasta el techo. Cuando todas estaban abiertas, una cálida brisa recorría el espacio haciendo que se sintiera espacioso y ventilado. La habitación en sí cubría 90 metros cuadrados, con un baño y un pequeño balcón en el lado opuesto que reducían el espacio. En la sección de la terraza principal, que había que cruzar para llegar a nuestros aposentos privados, una parte se componía de un jardín con acacias, papiros, plantas de loto azul que crecían cerca de las piscinas reflectantes, y buganvillas. Otra parte del recinto tenía una mesa, sillas y muchos divanes suntuosos. Además, había un toldo enorme que los cubría y desagües que evitaban que la lluvia inundara el lugar; aunque, siendo Egipto, la lluvia no solía ser un problema. Era silencioso y tranquilo, por lo que había mudado mi habitación allí a la segunda semana de estar en Sobek. Se suponía que fuera el lugar donde el semel-aten se retirara a reflexionar, pero lo había reclamado para Yuri y para mí.
Los sirvientes habían estado escandalizados conmigo por haber tomado esas habitaciones tan peculiares, y se habían quedado aún más estupefactos cuando convertí los suntuosos aposentos del anterior semel-aten en varias pequeñas habitaciones para invitados. Nadie entendía por qué insistía tanto en mi privacidad. No necesitaba personas para limpiar mi habitación ni para desempolvarla, y, salvo Yuri, no quería que nadie registrara mis cosas personales ni curioseara. La ropa sucia podía enviarse por el conducto para la ropa, y eso era todo. Nadie entraba; las bandejas de comida se dejaban fuera del portón y eran recogidas allí. Sabía que era extraño para ellos; yo era extraño, y la palabra kadish se usaba con frecuencia.
—¿Qué significa? —le había preguntado a Taj.
—Domin —me dijo en voz baja y con amabilidad—, dicen que eres kadish, impío, porque no reconoces tu posición. Tienes que dejar que te atiendan.
—¡Lo hago! Preparan toda mi comida, limpian la villa y atienden a las personas que nos visitan… No lo entiendo.
—Tienes que dejarte ver en tu casa; no puedes esconderte allá arriba en el jardín.
—¡No me escondo! —había insistido yo.
La oscura ceja levantada decía lo contrario.
Ahora que me encontraba apoyado contra una enorme columna de piedra, tuve tiempo de pensar en la situación en la que me hallaba.
Parecía un problema sin fin. Las personas de mi hogar no sentían que me pertenecían a menos que les diera órdenes. Quería tratarlos mejor que eso, pedir en lugar de ordenar, decir “gracias” y “por favor”. Pero, aparentemente, eso era tener malos modales. Era agotador. Se suponía que fuera el tipo de semel que ya no podía ser; volver a ser un capullo egoísta no me parecía un paso en la dirección correcta, aunque, después de mi comportamiento de las dos últimas semanas, todos me llamarían tirano.
Me di cuenta de que estaría de mejor humor, actitud y todo si mi alma gemela no se hubiera marchado. Sin embargo, los pasados catorce días sin Yuri me tenían cargado. No había podido hablar con él porque se había llevado el teléfono equivocado y… lo extrañaba, deseaba verlo y tocarlo. Era todo un lío. Y yo un idiota por haberlo dejado marchar.
—Odio esto —murmuré a nadie en especial.
—¿Qué te ocurre?
Al darme la vuelta, descubrí que Mikhail había reaparecido y me miraba como si yo fuera estúpido.
—Pensé que tenías una reunión —me quejé.
—Fue pospuesta para las cuatro. —Mikhail rechinó los dientes.
—¿Por quién?
—Por uno de tus akers, el manu Alhaji Yacouba, que viene con retraso de su viaje de un día al Cairo.
—¿Por qué tiene que importarte eso?
—No me importa, pero, aparentemente, al sylvan de Ammon, Traore Uago, sí le importa y decidió esperar por él.
Lo estudié, preguntándome por qué había permitido que eso sucediera. Mikhail no solía tolerar que otras personas cambiaran su horario.
—¿Qué vas a hacer?
Mikhail inhaló lentamente.
—Voy a recordarle a Traore que ya no es sylvan, que su posición ahora es shefdew…
—Creo que acabas de llamarle “rollo de papiro” —señalé.
—¿Eso hice?
Levanté una ceja.
—Entonces, ¿cómo se dice escriba?
—Lo buscaré —bromeé—. O, lo más probable, le preguntaré a alguien.
Él gruñó en voz baja.
—Bueno, de todas formas, Traore piensa que aún tiene poder. No es así, y necesita un recordatorio. Alhaji debe entender a quién debería escuchar. Él también será educado.
—¿Cómo?
—Voy a hacer que tu sheseru los discipline.
Como si le hubieran dado la entrada, Taj apareció con un enorme látigo enrollado en la mano derecha.
—Lo siento —dijo Mikhail rápidamente—. Sé que prefieres no recurrir a los castigos, pero no tengo más remedio.
—Ellos son los que deberían disculparse —replicó Taj—. No se les puede permitir que te insulten. Eso no es maat.
Mikhail no era así.
—Tú…
—Continúan poniéndome a prueba. Los he citado, multado, y ninguno ha respondido. Ya me cansé.
No sabía que Mikhail recurriera a los castigos físicos.
—Esto no es propio de ti.
—El respeto se gana, y lo entiendo, pero, excluyéndolo, el miedo funcionará en el ínterin. Ya me cansé de las habladurías a mis espaldas y de que hablen de mí en árabe, egipcio y persa. Piensan que no sé lo que están diciendo, pero lo hago. Piensan que no estoy versado en las leyes, pero lo estoy. Soy el sylvan de mi tribu, y quien guste puede debatir conmigo sobre las leyes, pero ganaré. Si no les gusta cómo llevo a cabo las responsabilidades de mi posición, son libres de retarme en el box. Ya no toleraré más insolencias.
—No recuerdo haber escuchado que hayas hecho azotar a alguien de la tribu de Logan.
—Si me perdonas, mientras no creas que eres el semel-aten, los demás no lo harán. Nadie se preguntó jamás por qué Logan Church los lideraba y debían seguirlo. Su respeto se transfería a mí.
—¿Y? ¿Nadie me respeta?
Sus ojos de un subido azul cobalto se clavaron en los míos, esperando. Tenía un buen rostro, imponente y anguloso, de fuertes facciones marcadas. Lo recordabas aunque no era hermoso como Yuri. Mikhail no solía ser el tipo de hombre que llamaba la atención, pero ahora, en medio de un pueblo egipcio, sobresalía. Aquí, con su complexión clara, su metro ochenta y ocho de estatura y su delgado cuerpo musculoso, lo notabas moviéndose en medio de la multitud. En Nevada, de donde proveníamos, no movía a que lo miraran dos veces, pero en nuestro nuevo hogar, llamaba la atención.
Sobek se hallaba entre El Cairo y Giza, en un terreno que parecía otro país, con guardias armados patrullando las fronteras y tráfico aéreo restringido sobre una zona. El regalo de la tierra se remontaba a la época de los faraones.
—¿Domin?
Sacudí la cabeza.
—Es solo que, ¿en realidad necesitas…?
—Sí. —Su voz, normalmente calmada y sedosa, sonó dura y fría—. Tengo que hacerlo. Soy el único que puede cambiar mi horario. Nadie más.
Se marchó entonces, con Taj caminando a su lado.
No me gustaban en absoluto los duros cambios que estaba presenciando en los hombres que formaban mi familia y me ayudaban a liderar mi tribu.
Después de bajar una de las muchas escaleras largas, giré a la derecha rumbo a la inmensa biblioteca. Se trataba de un salón gigante, lleno desde el piso hasta el techo abovedado de estantes de libros; textos antiguos que personas de todo el mundo venían a consultar.
Mientras atravesaba el lugar, la gente levantaba la cabeza y me saludaba como era costumbre.
—Sah’eed nahharkoo —decían.
Eso significa “buenos días” en árabe, y, aunque estaba aprendiendo el idioma, la tarea era abrumadora. Los saludé con la mano sin detenerme. Al pasar junto a uno de los muchos pequeños nichos que poblaban la biblioteca, vi el lugar donde había tocado por última vez a mi alma gemela antes de que se marchara a Ipis dos semanas atrás. Casi tropecé con mis propios pies tratando de llegar a la ventana delante de la cual él había estado parado. Había estado allí, quieto, mirando hacia abajo, al patio…
ME DETUVE detrás de él y puse mis manos en sus caderas.
—¿Sabes? El semel-aten te arrancará la cabeza por tocar a su alma gemela —juró Yuri.
—¿Eso hará? —susurré, inhalando su aroma a almizcle, antes de pegar mi rostro contra el costado de su cuello y besarlo.
—Eso hará —dijo, sujetando una de mis manos y acercándome hasta que mi pecho se apoyó en su amplia y musculosa espalda, y después la colocó sobre su corazón. Hizo que extendiera la mano allí, sobre su fuerte pectoral, para entrelazar sus dedos con los míos—. Es muy posesivo.
—¿Por qué aguantas eso?
—Porque si dejara de hacerlo, me moriría.
Ajusté mi postura para rozar mi pene contra su trasero lleno y redondo. Era hermoso, sólido y suave al mismo tiempo; un cojín cuando lo tomaba por detrás. No podía mantener mis manos lejos de él. Yuri era corpulento, robusto, musculoso; ancho de hombros, pectorales, brazos y piernas. Debajo de la ropa, era enorme y duro, pero también podía rodearme apretadamente, sumergirme en su calidez y…
Yuri.
