Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Un libro de la saga Los Centinelas Julian Nash acaba de ser ascendido en su trabajo y va a festejarlo, sin embargo su felicidad se desvanece cuando una hora antes de la fiesta descubre que su acompañante lo engaña y que tendrá que prepararse para una larga noche en la que será el único invitado sin pareja. Pero eso cambia cuando un viejo conocido, Ryan Dean, lo saca de apuros en esa embarazosa situación. Durante la cena descubren que entre ellos hay algo más que amistad: también hay admiración mutua y candente atracción. Pero llegar a conocer mejor a Ryan , y encontrar un lugar en su vida, traerá a la de Julian sorpresas aterradoras y peligros paranormales que jamás esperó o soñó que existieran.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 160
Veröffentlichungsjahr: 2012
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
SESUPONÍA que iba a ser mi noche. Bueno, quizás la mía y la de mi mejor amigo, pero definitivamente yo estaba incluido. Cuando las estrellas se alinean y consigues tu sueño se supone que nada ha de resultar mal. Pero la perfección no existe, y yo debí haberlo previsto.
—Julian —dijo ella antes de que sus brazos se enlazaran alrededor de mi cuello—. ¿Cariño, dónde está Channing?
Ahí estaba el quid de la cuestión. Me giré en el taburete y miré a la esposa de mi mejor amigo. Phoebe Vega era una mujer despampanante que esperaba con ansias mi respuesta, sin aliento por haber bailado y con sus ojos color jade pálido, puestos en mí, era lo más cercano a una diosa que yo vería alguna vez.
—Dios, qué bella eres —suspiré.
—¿Qué va mal? —preguntó ella inmediatamente, frunciendo el ceño.
—¿No puedo hacerte un cumplido?
—No.
No pude evitar sonreír, todo era demasiado estúpido para explicarlo siquiera.
—Necesito un trago.
—Oh, no. ¿Qué pasó?
Ese es uno de los problemas de tener buenos amigos: te conocen lo suficientemente bien como para interpretar tu estado de ánimo con un simple vistazo a la expresión de tu rostro.
—Jules, ¿dónde está tu cita? —demandó, alzando la voz.
Vacié el chupito de tequila Patrón que tenía frente a mí, reenfoqué la vista ya que era el tercero que tomaba, la miré y contesté:
—Teniendo sexo con Peyton Wilson en su oficina.
Ella se quedó callada un momento, parada, mirándome y parpadeando mientras asimilaba lo que yo había dicho.
—Lo siento, ¿qué?
Me aclaré la voz y dije:
—Mi cita, el tipo con el que he estado saliendo las últimas seis semanas… la última vez que lo vi estaba encargándose de Peyton Wilson en la oficina de producción.
Podría haber sido más gráfico, más vulgar, pero ella era mi chica, la esposa de mi mejor amigo, y tenía siete meses de embarazo. No quería disgustarla más de lo debido.
Hubo una larga pausa, que pudo considerarse como un momento de silencio para condolernos.
—¡Ay Dios mío! —chilló ella, sobresaltando a la gente que estaba alrededor con su voz elevada y estridente—. ¿Te estás burlando de mí?
—Oh —casi me atraganté con mi cerveza, tratando de no reír—. Nos estamos poniendo ruidosos.
—¡Esto no es gracioso!
En realidad, estaba demasiado borracho como para no encontrarlo gracioso. Mi cita estaba haciéndole una mamada a otro tío cuando supuestamente debía estar conmigo en el momento en el que el CEO de la compañía viniera a felicitarme por mi promoción… ¡Diablos, claro que era gracioso! Y sí, era más amargamente gracioso que ridículamente gracioso, pero gracioso al fin.
—Julian Nash, ¿de qué demonios estás hablando?
—Hace veinte minutos, Channing estaba de rodillas en la…
—¡Ay Dios mío!
—Lo siento.
Ella me dio un fuerte palmetazo.
—No es por ti. ¡Ay Dios mío! Channing, ¡ay Dios mío!
—Ah —gruñí antes de levantar mis gafas apoyándolos un momento en la cabeza mientras me frotaba los ojos.
—¡Julian!
Ella ya estaba bastante contrariada por los dos.
—¡Ay Dios mío!
—¿Puedes dejar de decir eso? —me reí ahogadamente, frotándome el puente de la nariz antes de ponerme nuevamente las gafas sin montura. Eran mis favoritas y me hacían parecer mucho más listo de lo que era en realidad.
—¿Qué…? ¿Cómo…? —La boca de ella se abrió pero no emitió ningún sonido—. Julian, joder, ¿qué hiciste tú?
Me encogí de hombros y dije:
—Parecía rudo interrumpir.
—¡Julian!
La mujer estaba embarazada con las hormonas revueltas y como resultado era mucho más emocional que yo. Yo era pragmático porque tenía sentido: Channing Isner obviamente necesitaba tener sexo y Peyton Wilson era el tío más sexy, corrección, el tío gay más sexy en nuestra oficina después de mí. Cash, Carlos Vega, mi mejor amigo y esposo de Phoebe— era más sexy que ambos, pero el hombre estaba casado y era hetero, así que en realidad no contaba para Channing cuando buscaba con quien follar.
—Está bien, Phoebe—la tranquilicé.
—¡No, no lo está! —me gruñó tomando uno de los vasitos vacíos que estaba frente a mí, mientras yo levantaba el dedo para ordenar otro—. ¿Cuántos de estos has tomado?
—Solo tres.
—Ay Dios mío —dijo nuevamente, tirando de mi brazo hasta que me deslicé del taburete, remolcándome detrás de ella a través del gentío. Me arrastró cruzando el salón hasta donde Cash estaba parado con un grupo de gente. Cuando me vio, frunció el ceño instantáneamente.
Levanté la mano mostrando la palma, para calmarlo.
—Estoy bien.
Se disculpó ante el grupo, me tomó del bíceps y jaló bruscamente para ponerme en movimiento, y cuando estuvimos fuera del alcance de los invitados, me dio la vuelta poniéndome frente a él. Si yo no hubiera estado ebrio, le habría sido imposible manejarme de ese modo, ya que éramos aproximadamente de la misma altura y complexión, pero como yo estaba un poquito borracho, pudo hacerlo.
—¿Cuál es el problema?
—Ninguno. Todo está bien —lo apacigüé—. ¿Cuándo comemos? Tu esposa está hambrienta.
—No estoy hambrienta —Phoebe intervino de repente en la conversación, parándose al lado de Cash mientras se frotaba su panza de siete meses—. Para que te enteres, no tengo hambre continuamente.
—Jules—dijo Cash bruscamente— ¿Qué demonios está pasando?
—No tiene cita —contestó su esposa por mí.
Cash me miró de reojo.
—¿De qué estás hablando? ¿Isner no viene?
Entonces, le expliqué que había ido hacia la oficina de Channing más temprano para recogerlo y por el camino pasé por la oficina de producción.
—Alto ahí —dijo Cash, mirándome—. ¿Estás diciéndome que tu novio y uno de mis ejecutivos de cuenta estaban teniendo sexo en la sala de producción?
—Él no es mi novio — lo corregí.
—Estaban saliendo —insistió Phoebe, mirando fieramente a su esposo, como desafiándolo a que la contradijera—, pero él no era el novio de Julian. Ningún novio suyo lo engañaría.
Yo ladeé la cabeza en dirección a Phoebe.
—Ojalá.
—¡Julian Nash! —me regañó ella ante mi falta de fe.
—¿Estás bromeando? —casi gritó Cash.
¿Con qué propósito?
—No, no estoy bromeando. ¿Por qué bromearía?
—¿Le pateaste el trasero?
Me quedé mirándolos.
—¿Quieres que yo lo haga?
—¿A quién vas a zurrar?, ¿A Channing o a Peyton?
—A ambos —dijo él, y percibí claramente la irritación en su voz—. Joder Jules, por esto te dije que donde se come no se caga. Ahora cómo demonios se supone que vas a ser capaz de trabajar con esos cabrones.
—Fácilmente —le aseguré—. Prometo que no habrá nada raro por mi parte.
—Mierda.
—Está bien, te doy mi palabra.
—Dios, te lo tomas con tanta calma —gruñó Phoebe— Yo digo que vayamos a abofetear a Channing hasta hacerle llorar.
Ambos la miramos.
—¿Qué?
Yo la agarré y la abracé estrechamente.
—Está bien, cariño. Solo déjame buscarme otro trago y me encontraré con vosotros en el salón.
—Ay, Jules —suspiró ella profundamente—. Qué manera de celebrar tu gran noche.
Y esa era justamente la parte que apestaba. Era la culminación de cinco años de trabajo y yo había deseado compartirlo con alguien especial.
Ambos acabábamos de ser ascendidos: Cash a Director de Marketing y yo a Director Creativo de nuestra división. Era un paso gigantesco en la carrera corporativa, especialmente porque a nuestros veintiocho y veintinueve años éramos la cabeza de división más joven de la compañía. Como reconocimiento a ese ascenso nuestro CEO había realizado un viaje especialmente para felicitarnos. Kely Davis, que había tomado la decisión de recompensarnos basándose en los ingresos que nuestra oficina generaba y en la calidad de nuestras ideas, le había dicho a Cash en una conferencia telefónica la semana pasada que realmente esperaba poder hablarnos en persona. Más allá de vídeo conferencias y conversaciones telefónicas, deseaba darnos la mano y vernos cara a cara. Era muy halagador saber que tenía un interés especial en nuestras carreras, aunque también deseaba conocer a la gente con la que compartíamos nuestras vidas. Probablemente había sido bueno que Channing decidiera mostrar tan pronto cuánto le importaba yo, ya que hubiera odiado tener involucrados mi corazón y mi orgullo. Tal y como habían sucedido las cosas, yo sobreviviría a este golpe en mi ego, aunque el momento hubiera sido el menos adecuado.
—Él no sabe lo que se está perdiendo —dijo Phoebe, interrumpiendo mis pensamientos.
—¿O sí? —suspiré al encontrar su afectuosa mirada. Estaba loca por mí y se reflejaba en su suave expresión.
Ella aspiró rápidamente y siguió:
—Sí. Tienes un gran corazón, nunca te tomas demasiado en serio y siempre, siempre, mantienes tu palabra.
—Ay, dulzura —dije en tono de broma.
—Ya basta, cariño, harás que el chico se sonroje — dijo Cash, estrujando juguetonamente a su esposa.
Solo pude sonreírle.
—Mmm, no puedes hacer otra cosa que amar esa sonrisa —suspiró Phoebe—. Y te sale tan naturalmente.
—Basta de flirtear con mi compañero —le espetó Cash, y luego dijo mirándome—Ve a buscar tu trago, estaremos en la mesa guardándote un asiento.
Mientras volvía al bar, tuve que preguntarme sobre mi buen juicio.
Había creído que Channing Isner y yo nos llevábamos genial. Después de seis semanas de charlar y reír, oyendo jazz en el parque, y yendo de excursión a Napa, las cosas parecían estar yendo bien. Cenábamos juntos varias veces a la semana y teníamos largas conversaciones telefónicas en las cuales él compartía los altibajos de su día como comprador junior de espacios publicitarios en nuestra firma. ¿Cómo habíamos pasado de un romance en desarrollo a él teniendo sexo en la oficina de producción con otro? ¿Qué se me había pasado por alto?
—Jules
Miré a Cash por encima de mi hombro.
—¡Date prisa!
El hombre vivía para darme órdenes. Todavía estaba riéndome por lo bajo cuando llegué a la barra. Estaba esperando por mi trago cuando sentí una mano en mi hombro, y al darme la vuelta quedé anonadado al ver a mi cita ——mi ex cita, el tío que había pensado que iba a ser mi cita, el tipo que acababa de estar sudando y jadeando con otro— parado frente a mí. Era surrealista.
—¿Julian, dónde estabas? Se suponía que me recogerías en mi oficina, y que vendríamos juntos en un taxi.
Yo no pude más que quedarme mirándolo. En serio, qué poca vergüenza… Jesús.
—Te busqué por todos lados.
Pero si no estaba en los pantalones de Peyton Wilson, ¿entonces qué estaba haciendo él buscándome allí? El simple hecho de pensar en eso y dado que tengo un sentido del ridículo hiperactivo, hizo que tuviera que ahogar una risotada.
—¿Julian?
Él estaba allí, mintiendo descaradamente, y resultaba difícil de comprender.
—¿Estás bien?
Giré y me incliné para tomar otro chupito de Patrón y la botella de Corona que el barman acababa de dejar para mí.
—¿Jules? —dijo nuevamente, alzando la voz.
Apuré el chupito antes de tomar un largo trago de cerveza. Si él no hubiera obstruido mi camino cuando me di la vuelta, me hubiera alejado. En cambio, me arrinconó.
—¿Julian? ¿Qué pasa? —preguntó, repentinamente preocupado, su mano extendida sobre mi pecho.
—Mueve tu mano —ordené, mientras me giraba para mirarlo de frente, con la voz hueca y fría.
—¿Por qué? ¿Por qué de repente no puedo tocarte? —sonaba asustado.
Respiré profundamente.
—Te vi en la oficina con Peyton.
Los brillantes ojos azules que yo había encontrado tan adorables se veían enormes y redondos.
—¿Qué?
Tomé otro largo trago de mi cerveza.
—¿Julian?
Al mirarlo, me di cuenta de que estaba temblando.
—Ve a casa, Chan, O a encontrarte con Peyton, o lo que te dé la gana… No me importa.
—¿Estás bromeando? —preguntó él, sin aliento.
¿Por qué todo el mundo sigue preguntándome eso?
—¿Quién te dijo que yo estaba en la oficina con Peyton? ¿Fue Cash?
Lo miré entrecerrando los ojos.
—Nadie me lo dijo, Chan. Os vi.
—Jules, necesito explicártelo.
—No, no lo hagas, solo… vete. No es una gran ruptura, no estuvimos juntos el tiempo suficiente, puedes irte y ya. Así que adelante, hazlo.
—No quiero irme.
—De acuerdo, entonces lo haré yo —dije, escabulléndome.
Antes de que pudiera dar un paso estaba nuevamente frente a mí, con su rostro angelical desencajado, como si yo lo hubiera herido.
—Es culpa tuya. ¿Qué tipo de hombre no quiere sexo?
Por supuesto que era culpa mía, ¿por qué no habría de serlo? Los reproches habían llegado antes de lo que hubiera pensado.
—¿Julian? Dímelo, explícamelo.
—Lo hice —afirmé.
—Hazlo otra vez. ¿Por qué no tuviste sexo conmigo? —su voz sonaba cortante y agresiva.
Suspiré pesadamente.
—Porque deseaba tener una conexión más allá de lo físico—le dije—. Y para que conste, creí que tú disfrutabas del tiempo que pasábamos juntos.
—Lo hacía —dijo con voz entrecortada—. Pero estar contigo y no tener sexo es… la manera en la que besas debería llevar a follar. Eres el calientapollas más grande que haya conocido.
—BIEN—dije con voz cortante, apoyando la cerveza semivacía en la barra antes de hacerme a un lado para unirme a mis amigos para cenar.
—¡Julian! —dijo casi gritando. Yo hubiera seguido caminando pero temí que alzara más la voz. Ya me había humillado una vez, no estaba listo para una segunda vuelta. Cuando me giré, me sorprendí de encontrármelo justo frente a mí.
—Lo siento, ¿está bien? Simplemente perdóname ya.
¿Ya? Solo hacía una hora que había ocurrido y seguía sin saber por qué tenía un aspecto tan atormentado, no era yo el que había terminado una relación de casi dos meses poniéndome de rodillas en la oficina de producción.
—Realmente no te vas a negar a perdonarme ¿cierto?
El razonamiento estaba ahí, en su voz: Él era joven, sexy y yo estaba loco por dudar en hacer las paces con él. ¿Quién demonios me creía yo?
—¿Julian?
—Te veré en el trabajo —dije pasando a su lado, dejando claros los nuevos parámetros de nuestra relación.
Me cortó nuevamente el paso, poniendo sus puños sobre mi jersey.
—Dios, Jules, solo… no hagas esto.
—¿Qué no haga qué?
Ambos nos dimos la vuelta para mirar al hombre que estaba a nuestro lado. Me tomó solo un segundo procesar a quién estaba mirando.
—Ryan Dean —Channing dijo el nombre en un resuello, más rápido de lo que yo podría hacerlo—. ¡Hostias!
Todos siempre reaccionaban de ese modo, y podía entender por qué.
Ryan Dean era un nombre familiar en el área de la bahía de San Francisco. Su programa, El Show de Ryan, se transmitía todas las noches por el canal 5, justo después del noticiero local. Lo habían tentado para llevar su programa al canal Bravo y hacerlo nacional, pero hasta donde yo sabía él no había firmado ningún contrato para dar ese salto al cable. Al menos, no había hecho ningún anuncio en su Show. Y yo lo hubiera sabido porque nunca me lo perdía si estaba en casa. Solo mirarlo era puro placer. El hombre era extremadamente guapo, tanto, que podía detener el tráfico y dejarte sin aliento. Y yo, como todos los demás, entendía cómo había hecho un dineral modelando.
Y lo había hecho a lo grande: artículos en revistas, desfiles en todo el mundo, campañas publicitarias de alto perfil… todas las grandes casas de moda y los representantes de modelos se volvían locos por tenerlo. Había trabajado para todas las grandes marcas: Valentino, Hugo Boss, Dior, Hermès, Calvin Klein, Gucci, Prada, Versace y muchas más. Podías no recordar su nombre, pero su rostro, su cuerpo, sus abdominales marcados y su piel dorada quedaban para siempre arraigados en tu mente.
—Hola—dije con la voz un poco ronca— ¿Cómo estás?
Me fue brindada entonces una apreciativa mirada.
—Estoy bien, señor Nash —dijo suavemente, con un tono de voz bajo y seductor dibujando una sonrisa maliciosa antes de girarse para mirar a Channing—. Está parado en mi lugar.
Channing se movió rápidamente, alejándose de mí de forma que Ryan pudiera tomar su sitio.
—Gracias —dijo antes de tomar el bajo de mi jersey—. Puede irse.
Cuando Ryan Dean te despide, tú te vas, y Channing Isner no era una excepción. El hombre era demasiado hermoso como para desobedecerlo.
—Eso fue malvado —dije riendo ahogadamente, incapaz de ver nada o a nadie más. Tal como estaba vestido, el hombre parecía haber salido de la portada de una revista. Con sus tejanos negros corte de bota y una camisa de manga corta verde lima que se ajustaba alrededor de su cincelado pecho y bíceps, parecía estar listo para ser el protagonista de una sesión de fotos.
—Como si me importara —respondió encogiéndose de hombros— Y si a ti te importaba, hubieras dicho algo. Es una de las tantas razones por las que me gusta trabajar contigo. Nunca tienes miedo de decirme nada, incluso si es para mandarme al infierno.
—Nunca te mandé al infierno.
—No —La mirada en su cara me hizo sentirme como una presa—. Pero serías capaz de hacerlo.
Habíamos trabajado juntos muchas veces durante los últimos dos años, ya que mi compañía, Miller Feerdman, llevaba todo su trabajo publicitario, Y yo, como cualquiera que lo hubiera conocido, me había sentido fascinado.
Fuera cual fuera la palabra que desearas usar, no era suficiente. Él era más. Ryan Dean medía alrededor de un metro ochenta y cinco, tenía el cabello claro, siempre artísticamente despeinado, grueso, de un color donde se mezclaban vetas color bronce y trigo, que caían por debajo de su nuca hasta los hombros. Tenía los ojos color avellana aunque cambiaban constantemente de tonalidad y su piel, que mostraba en cualquier oportunidad, era suave y perfectamente dorada. Tenía un cuerpo delgado, atlético y esculpido, y se movía fluidamente, como un bailarín, con un andar que era puro pavoneo. El hombre era, sin lugar a dudas, un andante y parlante sueño húmedo hecho realidad. La rubia barba de pocos días, la bronceada melena, las largas y doradas pestañas, las gruesas y oscuras cejas, todo hacía que simplemente pensaras en sexo cuando lo mirabas. Entendía perfectamente cómo había hecho una increíble carrera modelando, pero para mí más atractiva que su físico era su actitud.
Durante las ocasiones en las que trabajamos juntos en publicidad para su Show, Ryan había hecho que cada día fuera entretenido. Uno de mis días favoritos con él había sido en un acto benéfico para personas sin hogar. Preparó una fiesta enorme, muy exclusiva y descabelladamente exitosa, había recaudado una tonelada de dinero y demostró su felicidad por cómo había resultado todo, invitando a aquellos que habían trabajado para el evento. Lo había observado siendo el centro de atención, todos esos hombres guapísimos se arrastraban detrás de él y me sentí completamente intimidado. Me fui temprano, ya que no podía competir con otros modelos por su atención.
El Show de Ryan llevaba tres años en el aire, contando todas las cosas que se pueden hacer en San Francisco con tu pareja para mantener la chispa de la relación, desde tomar juntos clases de cocina hasta hacer un picnic en la playa, o vestirse y acicalarse para salir a bailar una noche. Era un programa muy entretenido, y él nunca se tomaba a sí mismo demasiado en serio. Su audiencia era adicta a su personalidad tanto como lo era a su cara. La gente, especialmente los hombres, se arrojaban a su paso donde quiera que fuera. Sus conquistas eran legendarias y su apetito sexual arrollador. Nunca tuve posibilidad de capturar su interés, pero no podía evitar sentirme halagado porque cada vez que me veía, recordaba mi nombre.
—¿Cómo estás? —preguntó, acercándose a mí, inclinando su cabeza ligeramente hacia atrás para poder mirarme a la cara. Como yo mido algo más de un metro noventa, tenía que levantar un poco la mirada.
—He estado mejor —suspiré, concentrándome en sus labios sensuales.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre?
