Don Gil de las calzas verdes - Tirso de Molina - E-Book

Don Gil de las calzas verdes E-Book

Tirso de Molina

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Beschreibung

Comedia urbana de intriga y enredo, Don Gil de las calzas verdes destaca entre toda la obra de Tirso de Molina por su astucia e ingenio y por el brillante enfoque cómico de personajes, situaciones y lenguaje.    Publicada por primera vez en 1635, narra la historia de recuperación del honor de doña Juana quien, desesperada, ha cruzado todos los límites y se encuentra abandonada, víctima de un amante sin escrúpulos y a las puertas de una ciudad ajena, Madrid. Ella, dispuesta a luchar, aprende en el camino una lección muy de su tiempo: que la falsedad es la medida de todas las cosas y que a la mentira hay que vencerla con sus propias armas, ya que la auténtica verdad sólo resplandece cuando el engaño retira todo su artificio.   Una auténtica pieza de manual del Siglo de Oro que goza al mismo tiempo del gusto popular y de la estima de los estudiosos que ahora, con esta edición de Alonso Zamora Vicente, alcanza toda su valía.

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COLECCIÓN FUNDADA POR

DON ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO

DIRECTOR

DON ALONSO ZAMORA VICENTE

Colaboradores de los volúmenes publicados:

J. L. Abellán. F. Aguilar Piñal. G. Allegra. A. Amorós. F. Anderson. R. Andioc. J. Arce. I. Arellano. E. Asensio. R. Asún. J. B. Avalle-Arce. F. Ayala. G. Azam. P. L. Barcia. G. Baudot. H. E. Bergman. B. Blanco González. A. Blecua. J. M. Blecua. L. Bonet. C. Bravo-Villasante. J. M. Cacho Blecua. M.a J. Canellada. J. L. Cano. S. Carrasco. J. Caso González. E. Catena. B. Ciplijauskaité. A. Comas. E. Correa Calderón. C. C. de Coster. D. W. Cruickshank. C. Cuevas. B. Damiani. A. B. Dellepiane. G. Demerson. A. Dérozier. J. M.a Diez Borque. F. J. Diez de Revenga. R. Doménech. J. Dowling. A. Duque Amusco. M. Duran. P. Elia. I. Emiliozzi. H. Ettinghausen. A. R. Fernández. R. Ferreres. M. J. Flys. I.-R. Fonquerne. E. I. Fox. V. Gaos. S. García. L. García Lorenzo. M. García-Posada. G. Gómez-Ferrer Morant. A. A. Gómez Yebra. J. González-Muela. F. González Ollé. G. B. Gybbon-Monypenny. R. Jammes. E. Jareño. P. Jauralde. R. O. Jones. J. M.a Jover Zamora. A. D. Kossoff. T. Labarta de Chaves. M.a J. Lacarra. J. Lafforgue. C. R. Lee. I. Lerner. J. M. Lope Blanch. F. López Estrada. L. López-Grigera. L. de Luis. F. C. R. Maldonado. N. Marín. E. Marini-Palmier i. R. Marrast. F. Martínez García. M. Mayoral. D. W. McPheeters. G. Mercadier. W. Mettmann. I. Michael. M. Mihura. J. F. Montesinos. E. S. Morby. C. Monedero. H. Montes. L. A. Murillo. R. Navarro Duran. A. Nougué. G. Orduna. B. Pallares. J. Paulino. M. A. Penella. J. Pérez. M. A. Pérez Priego. J.-L. Picoche. J. H. R. Polt. A. Prieto. A. Ramoneda. J.-P. Ressot. R. Reyes. F. Rico. D. Ridruejo. E. L. Rivers. E. Rodríguez Tordera. J. Rodríguez-Luis. J. Rodríguez Puértolas. L. Romero. J. M. Rozas. E. Rubio Cremades. F. Ruiz Ramón. C. Ruiz Silva. G. Sabat de Rivers. C. Sabor de Cortazar. F. G. Salinero. J. Sanchis-Banús. R. P. Sebold. D. S. Severin. D. L. Shaw. S. Shepard. M. Smerdou Altolaguirre. G. Sobejano. N. Spadaccini. O. Steggink. G. Stiffoni. J. Testas. A. Tordera. J. C. de Torres. I. Uría Maqua. J. M.a Valverde. D. Villanueva. S. B. Vranich. F. Weber de Kurlat. K. Whinnom. A. N. Zahareas. A. Zamora Vicente. I. de Zuleta.

TIRSO DE MOLINA

DON GILDE LAS CALZAS VERDES

Edición,introducción y notasdeALONSO ZAMORA VICENTE

Madrid

Castalia participa de la plataforma digital zonaebooks.com.Desde su página web (www.zonaebooks.com) podrá descargarse todas las obras de nuestro catálogo disponibles en este formato.En nuestra página web www.castalia.es encontrará nuestro catálogo completo comentado.

Diseño de la portada: RQ

Primera edición impresa: 1993

Primera edición en e.book: junio de 2010

© de la edición: Alonso Zamora Vicente, 1993

© de la presente edición: Castalia, 2010

C/ Zurbano, 39

28010 Madrid

“Actividad subvencionada por ENCLAVE”

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

ISBN: 978-84-9740-328-3

Copia digital realizada en España

SUMARIO

INTRODUCCIÓN BIOGRÁFICA Y CRÍTICA

Una biografía sin estridencias

“Desatinada comedia…”

Argumento

Comedia urbana

Valladolid, un recuerdo

La lengua

Aire de farsa

Comedia al uso

Caramanchel, ¿gracioso?

NOTICIA BIBLIOGRÁFICA

BIBLIOGRAFÍA SELECTA

NOTA PREVIA

ESQUEMA DE LA VERSIFICACIÓN

DON GIL DE LAS CALZAS VERDES

Acto primero

Acto segundo

Acto tercero

INTRODUCCIÓNBIOGRÁFICA Y CRÍTICA

UNA BIOGRAFÍA SIN ESTRIDENCIAS

No podemos seguir a Tirso de Molina de la misma manera que empleamos con otros escritores. No poseemos los caudalosos datos que rodean a Lope de Vega, ni los certeros y definitorios de Cervantes, Mateo Alemán o Calderón. Esta realidad ha provocado que se hable a veces de “enigma biográfico” y hayan corrido actitudes semejantes. Por añadidura, Blanca de los Ríos, apasionada comentarista, del dramaturgo, lanzó al aire una famosa inscripción bautismal de la parroquia madrileña de San Ginés, de la cual dedujo (de una apostilla marginal, tachada) que Tirso de Molina era hijo bastardo del duque de Osuna. Esto acababa de envolver en un halo de misterio y clandestinidad lo poco que se sabía.1 Los reparos hechos a esta construcción han sido definitivos y contundentes.2 Nadie piensa hoy en tan atrayente historia.

En los años transcurridos desde el intento de Emilio Cotarelo,3 intento lleno de puntos de vista aún vigentes, aunque, en otros aspectos, haya envejecido notablemente su tarea, han ido apareciendo numerosos documentos fehacientes, que nos dibujan, sobre el tablero de la España de los Felipes, las andanzas de nuestro fraile. De todos modos, digámoslo pronto y aprisa, se trata de una biografía que no tiene hitos de deslumbrantes acaeceres o de llamativas actividades. Algo que no casa con la idea apriorística de una inevitable sucesión de grandezas, éxitos o caídas espectaculares, etc., que los críticos anhelan adjudicar a sus criticados. La vida de Tirso es, sin más, la de un fraile sagaz y consciente de sus creencias, que cumple dignamente con los cometidos que su Orden le encarga, que desempeña puestos importantes en su regla y que, además, escribe. Y que deja de escribir cuando las circunstancias se lo aconsejan u ordenan. Uno de los argumentos esgrimidos por Blanca de los Ríos para cimentar su creencia en la bastardía estribaba en el claro desdén de Tirso por la nobleza heredada. Creo que se trata de la fe rotunda en que el hombre es hijo de sus obras, criterio limpiamente cristiano, que, en momentos de gran tensión religiosa, tenía que estar muy en candelero. Cervantes es ejemplo máximo de esta actitud.4 Y en cuanto a los malentendidos y peores quereres con otros contemporáneos, también aludidos en prueba de la condición ocultable, debemos recordar que las peleas entre escritores, dimes, diretes y citas ocasionales, incluso con diáfana claridad en sus alusiones y mordacidades, son habitual alimento de la vida literaria. Por otra parte, investigadores de la Orden de la Merced han recordado oportunamente que no se podía ingresar en la Orden con sombra de bastardía, a no ser que se obtuviese la adecuada dispensa. Tampoco podían ascender a cargos dentro de la Orden los incursos en tal estigma, sin requisitos exclusivos para cada caso…5 La propia Blanca de los Ríos conoce (y dio a conocer) algunos de estos documentos, y ni por un momento cayó en la cuenta de que no podía sostenerse su construcción.

Uno de los problemas inmediatos que se planteaba con nuestro escritor era el de fijar la fecha de su nacimiento. Saltando por encima de pareceres, opiniones y fantasías, diremos que la última palabra, hasta ahora, parece ser la del padre Luis Vázquez, también tirsista fervoroso. El padre Vázquez ha estudiado un documento, conocido ya hace tiempo, del archivo de la parroquia madrileña de San Sebastián. Este documento autoriza a pensar en 1579 como el del nacimiento de Tirso.6 A partir de este instante, y creo que el vivo interés actual de la Orden por su antiguo e ilustre miembro aún nos dará frutos importantes, disponemos de un repertorio de fechas concretas que nos sitúan a fray Gabriel Téllez sobre la tierra de la monarquía española, en diversos lugares de España y en Santo Domingo, ya en tierra americana.

El lector de esta colección de clásicos encontrará todos los datos y fechas rigurosamente ordenados por Berta Pallares en sus excelentes ediciones de La huerta de Juan Fernández y de La villana de la Sagra.7 A estos datos podemos darles vueltas y más vueltas, interpretarlos con mayor o menor agudeza, pero no se puede añadir nada más a la verdad que delatan. Podemos partir en nuestra convivencia con el dramaturgo, en 1600: es la fecha de su entrada como novicio en el convento de la Merced, en Madrid. El noviciado lo termina en la casa de Guadalajara el año siguiente. Entre 1601 y 1610 efectúa estudios universitarios. Le encontramos en Salamanca cursando Artes, de 1601 a 1603 (aunque esté documentada una escapada a Guadalajara, a un Capítulo conventual). Entre 1603 y 1607 estudia Teología y Sagrada Escritura en Guadalajara y Toledo. Parece que asistió a la Universidad de Alcalá entre 1608 y 1610 (ya es vicario del convento de Soria). Y se ordenó de presbítero en Soria (o en Burgo de Osma). En 1610 podemos dar por finalizados los años de formación universitaria (fray Gabriel Téllez tiene treinta, treinta y un años) y comienza a producir.8

Vive en el convento de Madrid hasta la primavera de 1611, en que va a Toledo.9 Allí estará hasta finales de 1615. Podemos decir, de modo casi simbólico, que este tiempo toledano se abre con La villana de la Sagra, de 1611, y se cierra con Don Gil de las calzas verdes, de 1615. A fines de este último año llena una corta etapa en el convento de Soria.

Como vemos, su vida, en lo que tiene de propia escenificación, se mueve dentro de la Orden: Capítulos, cargos, viajes de un convento a otro. La actividad de escritor aparece disimulada, casi como cultivada con cierto pudor, lejos del bullicio estrepitoso de tertulias, grupos, cenáculos. En 1616, a finales del verano, embarca en Sevilla, camino de La Española.10 Como recuerda Berta Pallares y rebuscó cuidadosamente Angela B. Dellepiane,11 de este viaje procederán los datos, leyendas, noticias fabulosas o exactas sobre América, que, a veces, saltan en sus versos. Al regreso a la península, en 1618 le encontramos como Definidor General de la provincia de Santo Domingo, en el Capítulo de Guadalajara. Terminado éste, y tras un breve paso por Madrid, volvemos a Toledo, donde permanecerá en el convento de Santa Catalina: es el momento en que inicia la redacción de Los cigarrales, que no aparecerán hasta 1624. Parece que vivió en Segovia, 1618-1620. Sabemos también de un viaje a Valladolid en 1619. Entre 1618 y 1620 explica Teología.

En 1620, ya la cuarentena encima, Tirso está en la cumbre de su fama como dramaturgo. Sin abandonar, en manera alguna, sus obligaciones con la Orden (Capítulo general en Zaragoza, 1622; Capítulo provincial en Burgos, 1623; Comendador del convento de Trujillo, 1626-1629; Capítulo provincial en Guadalajara en este último año; una corta visita al convento de Conjo, en Santiago de Compostela, en 1630; conventual de Toledo desde mediado 1630 hasta entrado 1632, período en el que escribirá Deleitar aprovechando), comienza la preparación de las Partes de comedias: sale la Primera en 1627. En junio de 1622 Tirso participa, con poca fortuna, en uno de los más ruidosos hechos literarios del tiempo: Madrid se cubrió de galas y entusiasmos para celebrar la canonización de San Isidro, su santo patrón. Uno de los actos celebrados con este motivo fue una Justa poética, en la que hubo multitud de premios. Tirso envió cuatro octavas sobre los celos de San Isidro y cuatro décimas. No logró premio alguno. El de las décimas fue para Mira de Amescua y el de las octavas para Guillén de Castro.12 Al año siguiente, 1623, Tirso aprueba los Donaires del Parnaso, de Alonso del Castillo Solórzano, 1624, y da su aprobación a Experiencias de amor y fortuna, de Francisco de las Cuevas. Parece que acudía por este tiempo a la Academia poética de Sebastián de Medrano. En 1624 aparecen versos suyos en los preliminares del Orfeo, de Pérez de Montalbán, y en el Oficio del príncipe cristiano, de Belarmino, traducido por Miguel de León Suárez. En 1625 tuvieron lugar los tropiezos con la Junta de Reformación. La Junta de Reformación fue fruto de la llegada al trono de Felipe IV, deseoso de sanear la administración. La Institución Real consideraba fin esencial de la Junta “la reformación, no sólo en esta Corte, sino en estos mis reinos y señoríos, en materia de vicios, abusos y cohechos”.13 La Junta comenzó a actuar en 1624. Entre los escritores que provocaban el escándalo de los graves miembros de la Junta está Quevedo (se habla de amancebamiento con una tal Ledesma, con la que, dicen, tenía hijos), y está nuestro Tirso de Molina. La Junta se declaró abiertamente contra las representaciones teatrales. Pretendió que se prohibiese la asistencia de los religiosos a los corrales (y a los toros). Procuró que se limitase el número de compañías y de teatros… Un acuerdo de 6 de marzo de 1625 se refiere directamente a Tirso:

Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, que hace comedias. Tratóse del escándalo que causa un fraile mercedario, que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con comedias que hace profanas y de malos incentivos y ejemplos. Y por ser caso notorio se acordó que se consulte a S. M. de que el Confesor diga al Nuncio le eche de aquí a uno de los monasterios más remotos de su Religión y le imponga excomunión mayor latae sententiae para que no haga comedias ni otro ningún género de versos profanos. Y eso se haga luego.14

Es evidente que Tirso redujo su actividad creadora y se centró en la publicación de sus producciones anteriores. No obstante, se han podido fechar algunas comedias durante los años de malestar. Tuvo que afrontar un corto confinamiento en la casa de Cuenca.15 Si no obedeció totalmente la prohibición, sí, por lo menos, disminuyó notablemente su labor literaria. Probablemente La huerta de Juan Fernández es de 1626, y poseemos el autógrafo, firmado y fechado en 1638, de Las quinas de Portugal.

En 1623 es Cronista de la Orden. Entre este año y 1636 es Definidor de la Orden y Provincial de Castilla, lo que le obliga a residir en Madrid. Fueron apareciendo las sucesivas Partes de comedias: 1632, la Tercera (antes que la segunda), impresa en Tortosa. En 1635, la Segunda y la Cuarta, y en 1636 la Quinta (en Madrid las tres). Y esto sin perder de vista las actividades religiosas: en 1627 alcanzó el grado de Maestro y en 1639 luce esta condición en el Capítulo General de Guadalajara.

Ya le tenemos por 1640 sesentón, voz de la experiencia dentro de la Orden y alejado de la escena del mundo. Continúa de cronista y proyecta vidas de santos, de personajes de la Orden y asuntos similares. Entre 1640 y 1643, en que sabemos de un nuevo período toledano, en el convento de la Orden, no podemos decir nada de su actividad.16 En 1645 es nombrado Comendador de Soria. Y llegamos así al final: un documento, el registro de misas del convento de Segovia indica que, con fecha 24 de febrero de 1648, hubo un funeral en su recuerdo: “Se hizo el ofrecimiento por el Padre Maestro Téllez, que murió en Almazán.” 17

Hemos visto rápidamente lo que de Tirso de Molina conocemos: la vida recatada, ejemplar, de una persona entregada a su vocación, cuyas servidumbres acepta con rigor y consciente de sus límites. Fuera de la cotidiana regla, la creación literaria le sirve de magnífico recurso en el que verter sus observaciones de la sociedad circundante, sus juicios sobre las gentes que vivían en su contorno. De una sabia conjunción de ironía, sátira, la historia actual y la pasada, y su conciencia cristiana, ha surgido una obra dramática de excelsos valores, alguna de cuyas producciones, El burlador de Sevilla, es la sólida base de un mito de universal vigencia.18

“DESATINADA COMEDIA…”

Desde que en 1935 Francisco de B. San Román publicó su interesante colección de documentos,19 venimos diciendo que Don Gil de las calzas verdes se estrenó en el toledano Mesón de la Fruta, en julio de 1615, por la compañía de Pedro de Valdés, autor de comedias, casado con Jerónima de Burgos. El dato ha servido también para una justa datación de la comedia, que debió de ser escrita muy poco antes.20 El documento obligaba a la famosa compañía a representar en Toledo, entre el 8 de julio y el 4 de agosto. Entre los títulos que se indican para las representaciones, figura nuestra comedia.21

Parece que la comedia que ha venido representándose o leyéndose desde entonces con universal agrado fracasó. Seguramente una de las causas del fracaso estuvo en la llamativa diferencia entre Jerónima, corpulenta, ya de ciertos años, y la imprescindible condición de juventud primeriza, gracia y elasticidad frágil, que don Gil evoca en la conciencia del espectador. Quizá incluso alguna condición de la voz, que, inevitablemente, dotaría de un reclamo ridículo al personaje rebosante de simpatía.22 Todo esto lo podemos deducir, por añadidura, de un texto del propio Tirso de Molina. Repasando las causas de los fracasos escénicos, nuestro autor dice:

La segunda causa, prosiguió don Melchor, de perderse una comedia, es por lo mal que le entalla el papel al representante. ¿Quién ha de sufrir, por estremada que sea, ver que habiéndose su dueño desvelado en pintar una dama hermosa, muchacha, y con tan gallardo talle que, vestida de hombre, persuada y enamore la más melindrosa dama de la Corte, salga a hacer esta figura una del infierno, con más carnes que un antruejo, más años que un solar de la Montaña y más arrugas que una carga de repollos, y que se enamore la otra y le diga: 23 ¡Ay, qué don Gilito de perlas!: es un brinco/un dix, un juguete del amor…!24

Podemos deducir, dada la clara inmediatez del texto, que el propio Tirso pudo asistir a la representación donde tal despropósito se produjo. Sabemos que por ese tiempo vivía en el convento de Santa Catalina, en Toledo.25 Pero aún tenemos más indicios para comprobar la poca aceptación de la comedia. Se trata de una carta de Lope de Vega al Duque de Sesa. En ella, Lope es tajante. Habla con el duque acerca de Jerónima de Burgos y sus embrollos amorosos. Jerónima aparece como la “señora Gerarda”, “la amiga del buen nombre”, etc., apelativos bajo los cuales Lope de Vega, amigo y más que amigo de la comedianta en algunas ocasiones, acostumbraba a designarla. Al parecer, Gerarda-Jerónima ha sido insolente y excesivamente charlatana con el duque y Lope pretende poner los puntos sobre las íes, remediar el mal efecto que la actitud de la comedianta haya podido provocar:

Bien quisiera que no hubiera oído Vexa. tan larga información de disparates a esta ramera… Mientras Vexa. estaba hablando con ella, Salvador [Salvador Ochoa, otro actor, amante entonces de Jerónima] estaba dando voces, llamándola los nombres que la ennoblecieron desde que pregonaba bizcochos en Valladolid: perdía el tal hombre el juicio de celos, porque había averiguado que se echaba con San Martín 26 y prometía no ir con ella a Lisboa; con tantos donaires, voces y desatinos, que se llegaba más auditorio que ahora tienen con Don Gil de las calzas verdes, desatinada comedia del mercedario27

El tono de la carta refleja dos cosas claramente. La inmediatez del suceso y su localización geográfica: Madrid. Habría, pues, que pensar en alguna duda sobre la primera representación toledana. González de Amezúa ha fechado esta carta de Lope a finales de julio de 1615, fecha en que, según el documento publicado por San Román, la compañía debería estar actuando en Toledo. Y no estaba, sino que representaba en los corrales madrileños. El proyecto de una campaña en Lisboa que Salvador recuerda en su cólera, está documentado también por esas fechas: habían ya concertado con Francisco Fernández, arriero portugués, el traslado a Lisboa del hato de la compañía, hato que era, sin duda, opulento: 150 arrobas de peso. El acuerdo se hizo el 15 de junio. La airada reacción de Salvador nos confirma el proyecto. En cuanto a la escapada madrileña, Amezúa ha supuesto que debió aplazarse el convenio con el Mesón de la Fruta, ya que un contrato nuevo les obliga a volver a Toledo a partir del 19 de agosto, a hacer veintitrés representaciones (el anterior hablaba de veintiséis), una por día. Si, como Amezúa supone, Cristóbal López, arrendatario de los Corrales de la Cruz y del Príncipe entre los carnavales de 1615 y 1616, retuvo a Valdés y los suyos en Madrid, atraído por el importante repertorio de comedias nuevas que poseían (y por la fama bien ganada de su tarea, añado yo), Don Gil de las calzas verdes pudo muy bien estrenarse en Madrid, en las fechas que suponíamos para Toledo.28

Sin embargo, queda en el aire una condición de la escena de entonces: la enorme movilidad de que disponían los cómicos, que, en ocasiones, incluían en los contratos la concesión de medios de transporte cómodos y eficaces. La compañía de Pedro de Valdés y Jerónima, en 1614, en el plazo de una semana (y con incumplimiento de un contrato previo) representó, entre el Corpus y su octava, en Los Yébenes, Colmenar de Oreja, Esquivias e Illescas. La escritura del acuerdo narra hasta el horario de los desplazamientos, que, hemos de reconocerlo, eran verdaderamente extraordinarios. 29 Y el contrato se cumplió aunque con alguna consecuencia desagradable. Ante esta rapidez de movimientos podemos pensar que la compañía actuase en Toledo unos días, los primeros del mes (tendríamos así un Don Gil toledano) o que estuviese en Madrid de continuo (con lo que Don Gil sería madrileño). Lo que sí parece evidente es que Don Gil entraría en la campaña que Valdés contratara para empezar en Toledo a partir del 19 de agosto.30

Lo que sí debemos considerar es el tono con que Lope habla de su antigua amante, “la amiga del buen nombre”, en la carta famosa. González de Amezúa se pregunta por las razones de una rivalidad o enemistad entre Tirso y Lope. Creo que obedece, si es que la hubo, a una cuestión de circunstancias personales. No parece que Lope rompiera definitivamente con Jerónima: su trato íntimo fue largo y hondo. Incluso se hospedó en su casa toledana cuando pasó allí algún tiempo con motivo de los trámites necesarios para la ordenación sacerdotal.31 Jerónima fue madrina de Lopito, hijo de Lope y Micaela de Luján, en 1607, y Lope pretendía que lo fuese de Feliciana, la última hija legítima, habida con Juana de Guardo. Jerónima no pudo asistir por una razón que hemos indicado ya: incumplimiento de contrato. En ese azacaneado viaje en la semana subsiguiente al Corpus de 1614 resultaba que el acuerdo con Toledo impedía que representasen en lugar alguno durante los días entre la festividad y su octava, es decir, los que gastaron en la larga excursión. Y al llegar a Toledo fueron retenidos en su propia vivienda. En fin, todo contribuye a ver con tristeza las expresiones de la carta. Abundan “vil mujer”, “las infamias de su vida y la suciedad de sus costumbres”, “el lodo de sus engaños y palabras”, etc. (Llega a un auténtico escándalo al final de la misiva, al contar intimidades de alcoba.) Esto, dirigido a una mujer para la que había escrito, en 1613, La dama boba, dejándosela a ella en propiedad, y en la que Jerónima desempeñaba el papel de Nise, la hermana erudita… 32 Creo que se apoya en esta relación personal, con sus altibajos y su nula consistencia, la razón del desdén por el Don Gil. Pero también hay que tener presente que Lope vería con claridad que, a pesar de los elogios que Tirso derrama sobre el teatro lopesco, la obra del mercedario iba apartándose de los esquemas lopescos e incluso perfeccionándolos. A la herida personal se añadía el desvío que todo maestro lamenta en el discípulo.

Y ya para terminar con este apartado, que nos ha conducido a la relación Lope-Tirso, reseñaremos otro dato muy citado: la ausencia de Tirso en la Fama póstuma, que Montalbán preparó a la muerte de Lope. No creo que haya que buscar grandes razones secretas para explicar esta ausencia. Primero, faltan muchos escritores destacados, no es, pues, una ausencia significativa. Pero hay más: para Tirso de Molina, para el Padre Téllez, personalidad destacada en la vida de la Orden, cuidadoso de la ortodoxia y de una conducta acorde con ella, la particular biografía de Lope no podía despertar grandes entusiasmos.

ARGUMENTO

¿Qué encierra la “desatinada comedia”, que hoy nos sigue pareciendo un prodigio de gracia y de frescura? Desmenucemos su trama.

Acto I

Comienza la acción en la madrileña Puente de Segovia, a las puertas de la ciudad. Doña Juana y su escudero, Quintana, dialogan, exponiéndonos, como es habitual en Tirso, las razones de su presencia allí y de los hechos que la han provocado. Doña Juana está ya vestida de hombre, con ropas verdes. En la charla, se evoca la ciudad de Valladolid, de donde vienen, sus huertas amenas, sus paseos, sus monumentos. Se citan algunos lugares concretos de la ciudad castellana, que despiertan en el auditorio la familiaridad y conocimiento con la que, hasta unos años antes, disputó a Madrid la capitalidad: la Puerta del Campo, el Espolón, el Esgueva y sus malos olores. Como para demostrar su integración en el ambiente madrileño, no faltan las bromas sobre el enano Manzanares y el enorme puente (vv. 1-24). Nos enteramos de que doña Juana, en la última Pascua florida, se enamoró perdidamente de un joven apuesto, don Martín, al que vio en la puerta de la iglesia de la Victoria (de la Victoria vallisoletana, claro). Un tropezón oportuno hace que el galán acuda a sostenerla y así pudo tocar su mano. Menudean desde entonces los encuentros, los servicios, los galanteos, etc. Dos meses después, bajo palabra de esposo, doña Juana se rinde al asedio (vv. 25-150). Enterado el padre del galán y empujado por la avaricia, manda al enamorado don Martín a Madrid, donde pretende casarle con doña Inés, nuevo y opulento mayorazgo. Don Martín está en Madrid, trocado su verdadero nombre en otro: don Gil (v. 151-179). El padre de don Martín-don Gil escribe al padre de Inés, a Madrid, diciéndole que no le manda al hijo por diversas razones, entre ellas la promesa dada a doña Juana, pero le envía en cambio otro, don Gil, de ilustre linaje vallisoletano. Juana explica que se ha enterado de estos enredos por haber sobornado a alguien, habrá que suponer que a algún criado o persona de la servidumbre del padre de don Martín (vv. 180-206). Y así, ella ha decidido venirse a Madrid, detrás de su amado, para evitar la boda que destruiría su amor, su honra, etc. Se propone andar detrás de don Martín, malogrando todo cuanto intente hacer el ingrato joven. Es menester también que Quintana se ausente de Madrid para evitar que por él sospechen de su presencia en Madrid, y le manda que se vaya a Vallecas, donde podrán estar en contacto por medio de los que vienen a Madrid a vender pan diariamente (vv. 207-250).

Tras la despedida de Quintana, aparece en escena Caramanchel, el gracioso, lacayo que busca amo. A las preguntas de doña Juana, Caramanchel pasa revista a los varios amos que ha tenido: un médico, un abogado, un clérigo, un pelón, un moscatel presumido. Hallamos así una cumplida reducción de la retórica picaresca, a través del mozo de muchos amos. Caramanchel, que hace frecuentes alusiones al aspecto femenino de don Gil, se ajusta como criado con él y le busca aposento en la calle de las Urosas. Doña Juana le oculta su apellido y le dice que está en la Corte como pretendiente de un hábito o una encomienda. Caramanchel resalta que, entre varios señores, nunca ha tenido un capón (vv. 251-538).

Don Pedro, padre de doña Inés, aparece leyendo la carta del padre de don Martín, en la que le presenta al falso don Gil de Albornoz. Dialoga con don Martín, que ha ido a presentarse al posible suegro. Don Martín encarece la rapidez del desposorio, pues, miente, su padre quiere casarle de otra manera. Quedan citados para esa tarde, en la Huerta del Duque. Allí podrá ver a Inés (vv. 539-618).

Asistimos a una escena de escarceo amoroso y discusión de igual fondo entre Inés y don Juan, galán de la dama. Este último no quiere que Inés vaya a la Huerta, pero ella se obstina. Por fin acuden. Previamente, doña Inés le asegura que será su esposa, noticia que el padre, don Pedro, escucha con la natural alarma. Airado, recrimina a la hija que haya dado esa palabra, y le anuncia la llegada de don Gil de Albornoz, al que va a conocer en seguida. Inés bromea y se escandaliza ante el nombre de Gil, “marido de villancico” (vv. 619-713).

Ya en la Huerta, aparece doña Juana, con su verde traje masculino. Se ha enterado de que allí coincidirán doña Inés y don Martín. También sabemos que ya ha sobornado a alguien en la misma casa de Inés para estar informada. En este momento, surge Caramanchel, tras su amo hermafrodita. El diálogo se salpica de alusiones a la condición femenina de don Gil, que Caramanchel exagera. Aparecen los músicos, a la vez que Inés, su prima Clara y don Juan. Doña Juana-Gil entabla la conversación con Inés, con el natural desasosiego de don Juan. Al presentarse como de Valladolid, Inés imagina que es el mismo que su padre le ha anunciado. Inés comienza a enamorarse. Bailan, con la creciente molestia de don Juan. En la danza, Clara comienza también a enamorarse de doña Juana-don Gil. Al terminar la hermosa escena del baile, Inés y Clara quedan hechizadas por Don Gil de las calzas verdes. Inés le cita para la noche próxima, en su ventana (vv. 925). Sigue una corta discusión de celos entre Inés y don Juan, herido este último en su amor propio.

Llegan entonces don Pedro y don Martín, también éste un falso don Gil. Inés se precipita y dice a su padre cuánto le ha gustado don Gil. El padre, inocentemente, pregunta a don Martín que cuándo le ha visto su hija, que así habla. Asistimos a una situación verdaderamente graciosa cuando don Martín se acerca a Inés dándole gracias por tanto elogio como acaba de oír, y, piensa, dirigidos a él. Inés le toma por loco. Clara interviene para decir también su enamoramiento. Un alocado hablar de don Gil arriba y abajo, todos, padre, Inés, Clara, don Martín, provocan una rápida y divertida escena, de llamativo movimiento (vv. 926-1015). Se termina el acto con la duda de don Martín, el pasmo del viejo y los gritos enamorados de las dos mujeres, con un claro aire de ballet o de farsa musical.

Acto II

Como el primer acto, el segundo se inicia con una conversación entre doña Juana y Quintana. Repasan la marcha de la trama y su desenvolvimiento. Doña Juana insiste en la desazón que sufre don Martín al no encontrar por parte alguna al don Gil que le quita el sueño y la novia. Juana cuenta a Quintana la persecución amorosa de Inés y de Clara y la enemiga de don Juan. Lo mismo ocurre con Caramanchel, que no logra encontrar a su dueño. Juana espera que Caramanchel diga que don Juan ha muerto a doña Juana-don Gil.

Juana ha alquilado una casa vecina a la de Inés. Desde allí podrá enterarse de todo lo que acontezca. Como vecinas se han hecho amigas, y también porque Inés está deslumbrada por el enorme parecido de doña Juana (que esta vez se hace llamar doña Elvira) con don Gil el verde. Juana asegura que se convertirá en hombre o en mujer cuantas veces sean necesarias. Ruega a Quintana que, fingiéndose recién llegado de Valladolid, entregue a don Martín un pliego de cartas. Le dirá, además, que ha dejado a doña Juana encerrada en un convento, con sospechas de preñada, y que su padre quiere matarla por ver su honor maltrecho y escarnecido (vv. 1016-1071).

Viene Inés de visita, con don Juan. Discuten, por los celos de siempre. Don Juan amenaza con matar a don Gil. Inés le provoca contra don Gil-don Martín, para, si le mata, verse libre y poder disfrutar de don Gil el verde (vv. 1172-1236). Doña Juana, que se hace llamar doña Elvira, cuenta a Inés su historia. Nacida en Burgos, ha sido seducida por un galán, don Miguel de Ribera, que, huyendo de ella, se fue a Valladolid, donde recaló en casa de un primo, Gil de Albornoz. (Elvira ha seguido a Valladolid a don Miguel.) Don Gil era amigo de don Martín de Guzmán, cuyo padre recibió la carta del padre de Inés, carta en la que ofrecía a don Martín la boda con su hija y la suculenta dote. Don Martín, comprometido con una doña Juana, no quiso aceptar la nueva novia, y se la traspasó a don Gil de Albornoz, trasmitiéndole cartas, etc. Pero don Gil, antes de partir, comunicó a don Miguel de Ribera todo el asunto, y don Miguel, atropellando obligaciones, amistad, etc., hurtó a don Gil de Albornoz, cartas, nombre, todo. Y ha pedido por mujer a Inés. También se vino detrás de él el auténtico y engañado don Gil, el vestido de verde. Juana, para complicar aún más la cosa, dice que don Gil de las calzas se ha enamorado de ella, de Elvira, al verla tan parecida a él. Doña Inés y doña Juana se reparten los Giles: doña Juana-Elvira renuncia a don Gil el verde, si Inés renuncia a don Gil-Martín (vv. 1172-1441). Juana reconsidera sus cambios: “Ya esta boba está en la trampa. / Ya soy hombre, ya mujer; / ya don Gil, ya doña Elvira; / mas, si amo, ¿qué no seré?”

Una rápida mutación trae a escena a don Martín y a Quintana. Este transmite a Martín-don Gil de Albornoz las invenciones de doña Juana: está preñada, recluida en el convento, seriamente enferma, suspirando… Martín, que disimula su viaje con el pretexto de una pretensión, sufre vacilaciones. ¿Se volverá a Valladolid? ¿Seguirá tras Inés y su dinero? Unas veces parece decidirse por una, otras por la otra. Cita a Quintana para el día siguiente en Palacio, donde, dice, le dará una carta. Ya solo, vuelve a sus dudas. Pero la llegada de don Juan, que le desafía y le dice, en medio de la cólera, cómo Inés prefiere a don Martín, altera sus razonamientos. En consecuencia, don Martín-Gil de Albornoz decide mantenerse firme en el proyecto de boda con Inés (vv. 1442-1597). En ese instante regresa Osorio con la noticia de que trae cartas para don Martín. Son letras y una libranza del padre de éste. Celebran amo y criado la llegada del dinero, pues ya lo iban necesitando. La carta le confirma la ausencia de Juana del hogar paterno, lo que asegura en Martín la creencia de que está encerrada en el convento, como Quintana le dijo. El padre exhorta al hijo a acelerar los trámites de la boda con Inés. Le anuncia su venida a la corte en cuanto la boda esté dispuesta. Aparece un criado de don Pedro con el encargo de que Martín vaya a su casa inmediatamente, para celebrar los desposorios. Como la noticia le alegra sobremanera, quiere dar albricias al criado. Al hacerlo se le embarullan las manos en la ropa y se le caen al suelo la carta y la libranza de su padre. Don Martín no nota que los papeles quedan tirados en el suelo (vv. 1598-1665).

Intervienen don Gil de las calzas verdes y Caramanchel. Este se lamenta de no ver a su amo de continuo. Mientras hablan de los amores de don Gil, Caramanchel encuentra los papeles que se le cayeron a don Martín, y comprueba con asombro que están dirigidos a don Gil, es decir, piensa que a su amo. Ante las dudas de Caramanchel, que juzga delito abrir cartas ajenas, Juana le dice que son de un tío suyo que vive en Segovia. Antes le ha dicho que vive escondido en casa de doña Elvira. Piensa en llamar a Quintana para cobrar la libranza (vv. 1666-1773).

Doña Inés, en su casa, cuenta a su padre el embeleco último, el que hace que don Martín-don Gil sea además don Miguel de Ribera y Cisneros. Narra a su padre la historia soñada y complicada que ha inventado Juana-Gil-Elvira. Don Pedro, ante esta realidad, desea conocer a don Gil de las calzas verdes. Precisamente no ha acabado de expresar su deseo cuando don Gil-doña Juana aparece. Don Gil el verde entrega a don Pedro la carta del padre de don Martín, con lo que Juana pasa a ser, además de la ya copiosa serie de personajes, el de su propio amado, la persona a quien persigue. Don Pedro se conforma con las noticias de la carta. Vuelve Quintana, que ya ha cobrado la libranza, con gran satisfacción de doña Juana (vv. 1774-1930). Don Martín y Osorio andan buscando por los suelos las cartas y libranza perdidas, y sufren la pena de saber que ésta ya ha sido cobrada. Don Pedro recrimina a don Martín su conducta. Al llamarle no por su nombre, sino por el de Miguel, don Martín cae en mayor confusión. Se da cuenta que ha sido el famoso don Gil (el verde) quien anda detrás de su desventura. Don Martín identifica al misterioso don Gil con el mismísimo demonio (vv. 1931-2045).

Acto III

Estamos en casa de don Martín. Quintana ha venido a decirle que doña Juana ha muerto: en medio de la alegría de recibir noticias de don Martín, le dijeron que venía su padre dispuesto a matarla y del susto malparió y se murió “como un pajarito”. Don Martín hace manifestaciones de pesar mientras Quintana tiembla ante tanta mentira. Martín piensa que don Gil el verde es el ánima en pena de Juana, que le persigue. Quintana piensa aprovecharse de esta suposición: la fomenta diciéndole que también en Valladolid la familia de Juana está asustada, porque se les aparece vestida de hombre, con traje verde, y no hay misas que lo remedien: se sigue apareciendo. Don Martín tiembla de horror (vv. 2046-2197).

Caramanchel habla con Inés quejándose de que no ve a su amo. Cuenta a Inés la pasión de don Gil-Elvira por Juana, Inés se preocupa. Caramanchel le da una carta que trae para Elvira. Inés se enoja. Y vuelve a pensar en don Juan (vv. 2198-2315). Entre tanto, doña Juana se entera del temor de don Martín, porque Quintana le cuenta el asunto del alma en pena. Por si fuera poco el estado del problema, Juana decide seguir inventando más ardides: escribe a su padre, a Valladolid, diciéndole que está muriéndose porque don Martín, loco por doña Inés, la ha dejado cosida a puñaladas en Alcorcón. Reconoce que ha faltado al honor, pero pide a su padre que tome venganza justa. Quintana parte con el encargo (vv. 2316-2360). Sucede a la marcha de Quintana nueva entrevista de doña Juana-don Gil de las calzas con Clara, que también le expresa su amor. Don Gil sigue el embeleco y habla mal de Inés, quien está escuchando. Juana-Gil promete a Clara ser su esposo. Doña Inés, que aparece al marcharse Clara, increpa a don Gil-Juana, recordándole que se debe a Elvira, “sobras de don Miguel”, es decir, le repite todo lo que ha visto y oído a través de Caramanchel y de la propia Juana-Gil-Elvira. Inés da grandes voces pidiendo que alguien venga a matar a don Gil. Ante el feo cariz que va tomando la cosa, don Gil le hace ver a Inés que es Elvira. Doña Juana explica a Inés que ella ha hecho todo eso (como Elvira) para cerciorarse de que Inés no quiere a don Miguel. Para todo este embrollo, afirma que le ha pedido a don Gil el traje verde. Inés se aviene, calmada, y ofrece uno de sus vestidos a Juana-Gil, para aclarar la situación y convencerse de la verdad (vv. 2361-2615).

Don Juan, muerto de celos por el misterioso Gil, pregunta a Caramanchel datos de su señor. Caramanchel habla de la pasión por Elvira, y también de la que Inés siente por don Gil. Don Juan expresa su deseo de acabar con los don Giles (vv. 2616-2662). Regresan Inés y Juana, quien esta vez sale vestida de mujer. Doña Inés se pasma ante el parecido con don Gil. Pero Caramanchel, que llega a entregar la carta que antes leyó Inés, se asusta al ver a su señor convertido en mujer, y quiere abandonarle: no quiere, dice, señor hombre y mujer. Doña Juana le dice que van a estar juntos allí ella y don Gil. Juana-Elvira pide a Caramanchel que espere en la calle a que esto suceda. En la calle está don Juan, esperando que aparezca don Gil para matarle (vv. 2263-2745).

En la ventana, Inés y Juana-Elvira esperan a que venga don Gil. La oscuridad de la noche va a ayudar plenamente a la confusión máxima que se acerca. Don Juan se finge don Gil para entablar charla con las damas. Pero Caramanchel, al margen, echa de menos la voz atiplada de su señor. Dentro, la propia Juana-Elvira cree que es don Gil-Martín. Inés vacila. Para complicarlo más, en ese momento aparece don Martín vestido de don Gil y de verde, con su criado Osorio. Al oír que Inés se dirige con palabras amorosas a don Juan-don Gil, Martín-don Gil de Albornoz-don Gil el verde ahora, cae en la trampa de pensar que el don Gil de la reja es el alma en pena de Juana, y siente trocarse su valor en cobardía. Ante las premuras de don Juan, que quiere luchar con él, se bate en retirada, exponiendo sus temores, lo que aumenta el desprecio y la furia de don Juan. Ya hay otro Gil más, pero que tampoco habla a lo capón. Caramanchel sigue confundido. Las mujeres, que oyen otro don Gil, opinan que debe de ser don Miguel-Martín-falso Gil de Albornoz. Entre tanto, don Martín casi exorciza a don Juan, prometiendo misas, lo que colma el asombro de don Juan, que piensa que todo es miedo para no batirse. Don Martín-Miguel-Gil huye. Caramanchel se espanta ante la posibilidad de haber estado sirviendo a un alma en pena. Juana pretexta una pequeña gestión y abandona a Inés. Ésta queda hablando con don Juan-don Gil, encareciendo el peligro que acaba de pasar (vv. 2747-2958).

Así las cosas, doña Clara entra en escena vestida también de don Gil, y se dirige a Inés, que sigue en la ventana con don Juan. En el habla delicada y femenina Inés reconoce a su don Gil de perlas, y adivina que el don Gil que hablaba con ella en la ventana es don Juan. Caramanchel aumenta su espanto: “Don Giles llueve Dios hoy.” Cuando don Juan va a atacar a Clara-don Gil, aparece doña Juana-Gil con Quintana. Quintana informa a Juana de la llegada de su padre, que viene dispuesto a tomar venganza sabedor del asesinato de Alcorcón. Caramanchel ya no sabe a dónde mirar: hay ya cuatro Giles. Don Juan intenta atacar a Juana-Gil y Quintana le hiere. Inés se alegra de que le hayan quitado de enmedio a don Juan. Caramanchel piensa que esta “gilada” ha sido sacada del Purgatorio por su señor, que así se ha visto ayudado en su empresa (vv. 2959-3062).

Nos vamos al Prado. Allí, don Martín-don Gil, vestido de verde, repasa, monologando, sus desventuras. Llegan don Diego, padre de Juana, y Quintana. Don Diego pide a un alguacil que detenga a Martín, y muestra la carta de Juana como prueba de que la asesinó. Don Martín siente ya que su tormenta interior no tiene límites, y sigue pensando que la única explicación posible es la presencia del ánima en pena de Juana. Por si fuera poco, aparece un primo de Clara, Antonio, que le pide cuentas de la promesa de matrimonio que don Gil dio a Clara. Las negaciones de don Martín, que, por si fuera poco, va vestido de verde en tan dura ocasión, aumentan extraordinariamente el barullo de la escena y la diversión de quien está en el secreto. Aún más: otros personajes acuden a pedirle cuentas a don Martín-Miguel-Gil de Albornoz-G// de las calzas verdes por la herida ocasionada por Quintana a don Juan. Afortunadamente, cuando Martín está en la raya de la locura, llegan en un coche Juana, Inés y su padre, Clara y don Juan con el brazo en cabestrillo. Doña Juana viene con su traje de hombre, verde. Todo se resuelve rápidamente al aclarar doña Juana la quimera por ella trazada y desenvuelta. Termina la compleja maraña con tres bodas: Martín con Juana-Gil de las calzas verdes; Inés con su don Juan de siempre y Clara con su primo Antonio. Cuando todos están acoplados aparece Caramanchel, lleno de estampas, cande licas, etc., pidiendo a Dios la salvación del alma penada. Para que la felicidad sea total, llega el padre de don Martín, asociándose así todos los personajes a la total claridad que Juana prodiga con sus explicaciones. Como Caramanchel afirma, basta el hecho de ser mujer para enredar treinta mundos (vv. 3063-3272).

COMEDIA URBANA

Don Gil de las calzas verdes es una comedia urbana. Y más aún: diríamos que madrileña. La fascinación, el deslumbramiento que Madrid, la Corte, ejercía sobre los escritores y el público en general era enorme y tuvo adecuado reflejo en la literatura. Es evidente que, como hecho social, el crecimiento desmesurado y rapidísimo de la villa, transformada en los finales del siglo XVI, por una decisión regia, de lugarejo minúsculo en gran ciudad, con todos los cambios y alteraciones que eso suponía, debió de llamar la atención desde muy diversos ángulos: su bullicio, su población variopinta y quizá poco coherente, su aglomeración de gentes de todos los rincones de la inmensa Monarquía, su elevar rápidamente edificios lujosos y templos. Todo era una estridente convocatoria al pasmo y la admiración. Ya no nos damos cuenta de lo que debió de ser aquel hervidero que hizo embutir, por decreto y aprisita, en las reducidas dimensiones del lugarejo, toda la máquina administrativa, civil, militar y religiosa. Hospitales, embajadas, lugares de esparcimiento, todo hubo de ser improvisado… Madrid estrenó, en los primeros años del siglo XVII, ya olvidada la posibilidad vallisoletana de capitalidad, su condición de aglutinadora y corazón real de la geografía conocida, “rompeolas” de todas las tierras españolas.33 La población amontonada, con formas de vida laterales o simplemente ignoradas, rebosa en la comedia clásica. Con nuestro Don Gil se recuerda en las constantes apelaciones a Madrid como Babel, Babilonia, gran mar o mayor golfo de vicios y de trampas, de gente vividora y de materialidad espectral.34 Nos asoma la figura del pretendiente que va de la posada a Palacio en inútil, lentísima persecución de cargos y prebendas.35 El patrón impuesto por la novela picaresca, como ámbito de un héroe servidor de muchos amos lo encontramos —no puede ser solamente ceñida concesión a la retórica— en el catálogo de personajillos a quienes ha servido Caramanchel. Incluso desde el punto de vista de la tradición picaresca, Caramanchel ensancha sus contenidos usuales al reconocer que nunca tuvo un amo capón, ni alma en pena y, sin embargo, se acomoda a uno de esta naturaleza. Los personajes pertenecen todos a la mesocracia capitalina, base de la posterior burguesía. Nada hay en ellos que nos lleve a los prejuicios de origen en los godos ni a heroicas situaciones en las inacabables empresas del imperio, ya en Europa, ya en América. Tirso ha manifestado abiertamente su interés por este tipo de héroes. En Los cigarrales de Toledo, nos dice: “… no sé yo por qué ha de tener nombre de comedia la que introduce sus personas entre duques y condes, siendo ansí que las que más graves se permiten en semejantes acciones no pasan de ciudadanos, patricios y damas de mediana condición”.36 Algunas de las reacciones de estos héroes (la mentira premeditada del padre de Martín; los deseos de Inés de que don Juan mate a los Giles que le molestan para disfrutar el suyo) nos los alejan de los prejuicios universalmente prodigados sobre la conducta caballerosa del hidalgo español, tan traído y llevado por la comedia. Junto a esta ausencia de nobles intachables, tampoco hay heroísmos brillantes, ni hay ambiente rústico. Tanto los personajes como sus escenarios son cotidianos, los de todos los días en el devenir de la convivencia madrileña: El puente de Segovia, El Prado de San Jerónimo, gran lugar de esparcimiento y reunión; la Huerta del Duque, que, levantada por el duque de Lerma durante su privanza, sería lugar de moda y frecuentado por toda clase de gentes.37 Los lugares comerciales, donde el bullicio sería más notorio, como la Puerta de Guadalajara. El sitio de la inevitable visita para solucionar problemas administrativos, Palacio y su plaza. Y el mercado, en la Red de San Luis. Y, sobre todo, las esquinas en sombra, noche adentro, donde la soledad se apelmaza y tolera el anónimo de las gentes que se atreven a cruzarla. Y las iglesias del centro, el Carmen Calzado y la Victoria, esta última lugar de reunión elegante… Todo tiende a dar una imagen de la capital que era la consagrada en la memoria y el ensueño de todos los españoles. A esto hay que añadir la presencia de los pueblos vecinos, no como entidades rurales, sino como artesanos dependientes de la vida capitalina, es decir, con un papel ancilar dentro de la estructura de la ciudad: Vallecas, lugar de donde venían a Madrid el pan diario y los materiales para la construcción, y Alcorcón,38