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Don Gil de las calzas verdes es una de las comedias de capa y espada de Tirso de Molina, también llamadas comedias palatinas. Se basa en una historia de amor galante entreverada con aventuras, articulada en torno a una trama de comedia de enredo.
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Seitenzahl: 101
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Tirso de Molina
Saga
Don Gil de las calzas verdesCover image: Shutterstock Copyright © 1620, 2020 Tirso de Molina and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726549218
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
[Entrada al Puente de Segovia.]
Sale DOÑA JUANA, de hombre, con calzas y vestido todo verde, y QUINTANA, criado.
QUINTANA Ya que a vista de Madrid
y en su puente segoviana,
olvidamos, doña Juana,
huertas de Valladolid,
Puerta del Campo, Espolón, 5
puentes, galeras, Esgueva,
con todo aquello que lleva,
por ser como inquisición
de la pinciana nobleza
(pues cual brazo de justicia, 10
desterrando su inmundicia,
califica su limpieza);
ya que nos traen tus pesares
a que desta insigne puente
veas la humilde corriente 15
del enano Manzanares,
que por arenales rojos
corre, y se debe correr,
que en tal puente venga a ser
lágrima de tantos ojos; 20
¿no sabremos qué ocasión
te ha traído desa traza?
¿Qué peligro te disfraza
de damisela en varón?
DOÑA JUANA Por agora no, Quintana. 25
QUINTANA Cinco días hace hoy
que mudo contigo voy.
Un lunes por la mañana
en Valladolid quisiste
fiarte de mi lealtad: 30
dejaste aquella ciudad;
a esta corte te partiste,
quedando sola la casa
de la vejez que te adora,
sin ser posible hasta agora 35
saber de ti lo que pasa,
por conjurarme primero
que no examine qué tienes,
por qué, cómo o dónde vienes;
y yo, humilde majadero, 40
callo y camino tras ti,
haciendo más conjeturas
que un matemático a escuras.
¿Dónde me llevas ansí?
Aclara mi confusión, 45
si a lástima te he movido;
que si contigo he venido,
fue tu determinación
de suerte que, temeroso
de que si sola salías 50
a riesgo tu honor ponías,
tuve por más provechoso
seguirte y ser de tu honor
guardajoyas, que quedar,
yéndote tú, a consolar 55
las congojas de señor.
Ten ya compasión de mí;
que suspensa el alma está
hasta saberlo.
DOÑA JUANA Será
para admirarte. Oye.
QUINTANA Dí. 60
DOÑA JUANA Dos meses ha que pasó
la Pascua, que por abril
viste bizarra los campos
de felpas y de tabís,
cuando a la puente (que a medias 65
hicieron, a lo que oí,
Pero Anzures y su esposa)
va todo Valladolid.
Iba yo con los demás;
pero no sé si volví, 70
a lo menos con el alma,
que no he vuelto a reducir;
porque junto a la Vitoria
un Adonis bello vi,
que a mil Venus daba amores, 75
y a mil Martes celos mil.
Diome un vuelco el corazón,
porque amor es alguacil
de las almas, y temblé
como a la justicia vi. 80
Tropecé, si con los pies,
con los ojos al salir,
la libertad en la cara,
en el umbral un chapín.
Llegó, descalzado el guante, 85
una mano de marfil
a tenerme de su mano...
¡Qué bien me tuvo! ¡ay de mí!
Y diciéndome: «Señora,
tened; que no es bien que así 90
imite al querub soberbio,
cayendo, tal serafín».
Un guante me llevó en prendas
del alma, y si he de decir
la verdad, dentro del guante 95
el alma que le ofrecí.
Toda aquella tarde corta
(digo, corta para mí;
que aunque las de abril son largas,
mi amor no las juzgó ansí), 100
bebió el alma por los ojos,
sin poderse resistir,
el veneno que brindaba
su talle airoso y gentil.
Acostóse el sol de envidia, 105
y llegóse a despedir
de mí al estribo de un coche
adonde supo fingir
amores, celos, firmezas,
suspirar, temer, sentir 110
ausencias, desdén, mudanzas,
y otros embelecos mil,
con que engañándome el alma,
Troya soy, si Scitia fui.
Entré en casa enajenada. 115
Si amaste, juzga por ti
en desvelos principiantes
qué tal llegué. No dormí,
no sosegué; parecióme
que, olvidado de salir 120
el sol, ya se desdeñaba
de dorar nuestro cenit.
Levantéme con ojeras,
desojada por abrir
un balcón, de donde luego 125
mi adorado ingrato vi.
Aprestó desde aquel día
asaltos para batir
mi libertad descuidada.
Dio en servirme desde allí. 130
Papeles leí de día,
músicas de noche oí,
joyas recibí, y ya sabes
qué se sigue al recibir.
¿Para qué te canso en esto? 135
En dos meses don Martín
de Guzmán (que así se llama
quién me obliga a andar ansí)
allanó dificultades,
tan arduas de resistir 140
en quien ama, cuanto amor
invencible, todo ardid.
Diome palabra de esposo;
pero fue palabra en fin,
tan pródiga en las promesas, 145
como avara en el cumplir.
Llegó a oídos de su padre
(debióselo de decir
mi desdicha) nuestro amor;
y aunque sabe que nací, 150
si no tan rica, tan noble,
el oro, que es sangre vil
que califica intereses,
un portillo supo abrir
en su codicia. ¡Qué mucho, 155
siendo él viejo, y yo infeliz!
Ofrecióse un casamiento
de una doña Inés, que aquí
con setenta mil ducados
se hace adorar y aplaudir. 160
Escribió su viejo padre
al padre de don Martín,
pidiéndole para yerno;
no se atrevió a dar el sí
claramente, por saber 165
que era forzoso salir
a la causa mi deshonra.
Oye una industria civil.
Previno postas el viejo,
y hizo a mi esposo partir 170
a esta corte, toda engaños.
Ya, Quintana, está en Madrid.
Díjole que se mudase
el nombre de don Martín,
atajando inconvenientes, 175
en el nombre de don Gil;
por que, si de parte mía
viniese en su busca aquí
la justicia, deslumbrase
su diligencia este ardid. 180
Escribió luego a don Pedro
Mendoza y Velasteguí,
padre de mi opositora,
dándole en él a sentir
el pesar de que impidiese 185
la liviandad juvenil
de su hijo el concluirse
casamiento tan feliz;
que por estar desposado
con doña Juana Solís, 190
si bien noble, no tan rica
como pudiera elegir,
enviaba en su lugar
y en vez de su hijo, a un don Gil
de no sé quién, de lo bueno 195
que ilustra a Valladolid.
Partióse con este embuste;
mas la sospecha, adalid
lince de los pensamientos,
y Argos cauteloso en mí, 200
adivinó mis desgracias,
sabiéndolas descubrir
el oro que en dos diamantes
bastante son para abrir
secretos de cal y canto. 205
Supe todo el caso, en fin,
y la distancia que hay
del prometer al cumplir.
Saqué fuerzas de flaqueza,
dejé el temor femenil, 210
dióme alientos el agravio
y de la industria adquirí
la determinación cuerda;
porque pocas veces vi
no vencer la diligencia 215
cualquier fortuna infeliz.
Disfracéme como ves;
y, fiándome de ti,
a la fortuna me arrojo
y al puerto pienso salir. 220
Dos días ha que mi amante,
cuando mucho, está en Madrid:
mi amor midió sus jornadas.
Y ¿quién duda, siendo así,
que no habrá visto a don Pedro 225
sin primero prevenir
galas con que enamorar,
y trazas con que mentir?
Yo, pues que he de ser estorbo
de su ciego frenesí, 230
a vista tengo de andar
de mi ingrato don Martín,
malogrando cuanto hiciere:
el cómo déjalo a mí.
Para que no me conozca 235
(que no hará, vestida ansí)
falta sólo que te ausentes,
no me descubran por ti.
Vallecas dista una legua:
disponte luego a partir 240
allá; que de cualquier cosa,
o próspera o infeliz,
con los que a vender pan vienen
de allá, te podré escribir.
QUINTANA Verdaderas has sacado 245
las fábulas de Merlín.
No te quiero aconsejar.
Dios te deje conseguir
el fin de tus esperanzas.
DOÑA JUANA Adiós.
QUINTANA ¿Escribirás?
DOÑA JUANA Sí. 250
(Vase QUINTANA.)
Sale CARAMANCHEL, lacayo. [DOÑA JUANA.]
CARAMANCHEL Pues para fiador no valgo,
sal acá, bodegonero;
que en esta puente te espero.
DOÑA JUANA ¡Hola! ¿Qué es eso?
CARAMANCHEL Oye, hidalgo;
eso de hola, al que a la cola 255
como contera le siga;
y a las doce sólo diga:
«Olla, olla», y no «hola, hola».
DOÑA JUANA Yo que hola agora os llamo,
daros esotro podré. 260
CARAMANCHEL Perdóneme, pues, usté.
DOÑA JUANA ¿Buscais amo?
CARAMANCHEL Busco un amo;
que si el cielo los lloviera,
y las chinches se tornaran
amos; si amos pregonaran 265
por las calles; si estuviera
Madrid de amos empedrado,
y ciego yo los pisara,
nunca en uno tropezara,
según soy de desdichado. 270
DOÑA JUANA ¿Qué tantos habeis tenido?
CARAMANCHEL Muchos, pero más inormes,
que Lazarillo de Tormes.
Un mes serví, no cumplido,
a un médico muy barbado, 275
belfo, sin ser alemán;
guantes de ámbar, gorgorán,
mula de felpa, engomado,
muchos libros, poca ciencia;
pero no se me lograba 280
el salario que me daba,
porque con poca conciencia
lo ganaba su mercé;
y huyendo de tal azar,
me acogí con Cafíamar. 285
DOÑA JUANA ¿Mal lo ganaba? ¿Por qué?
CARAMANCHEL Por mil causas: la primera,
porque con cuatro aforismos,
dos textos, tres silogismos,
curaba una calle entera. 290
No hay facultad que más pida
estudios, libros, galenos,
ni gente que estudie menos,
con importarnos la vida.
Pero, ¿cómo han de estudiar, 295
no parando en todo el día?
Yo te diré lo que hacía
mi médico. Al madrugar,
almorzaba de ordinario
una lonja de lo añejo, 300
porque era cristiano viejo;
y con este letüario
aqua vitis, que es de vid,
visitaba sin trabajo,
calle arriba, calle abajo, 305
los egrotos de Madrid.
Volvíamos a las once:
considere el pío lector,
si podría el mi doctor,
puesto que fuese de bronce, 310
harto de ver orinales,
y fístulas, revolver
Hipócrates, y leer
las curas de tantos males.
Comía luego su olla, 315
con un asado manido,
y después de haber comido,
jugaba cientos o polla.
Daban las tres y tornaba
a la médica atahona, 320
yo la maza y él la mona;
y cuando a casa llegaba,
ya era de noche. Acudía
al estudio, deseoso
(aunque no era escrupuloso) 325
de ocupar algo del día
en ver los expositores
de sus Rasis y Avicenas;
asentábase, y apenas
ojeaba dos autores, 330
cuando doña Estefanía
gritaba: «Ola, Inés, Leonor,
id a llamar al doctor:
que la cazuela se enfría.
Respondía él: «En un hora 335
no hay que llamarme a cenar.
Déjenme un rato estudiar.
Decid a vuestra señora
que le ha dado garrotillo
al hijo de tal Condesa; 340
y que está la ginovesa,
su amiga, con tabardillo;
que es fuerza mirar si es bueno
sangrarla estando preñada;
que a Dioscórides le agrada; 345
mas no lo aprueba Galeno».
Enfadábase la dama,
y entrando a ver su doctor,
decía: «Acabad, señor;
cobrado habéis harta fama, 350
y demasiado sabéis
para lo que aquí ganáis:
advertid, si así os cansáis,
que presto os consumiréis.
Dad al diablo los Galenos, 355
si os han de hacer tanto daño:
¿Qué importa al cabo del año
veinte muertos más o menos?»
Con aquestos incentivos
el doctor se levantaba; 360
los textos muertos cerraba
por estudiar en los vivos.
Cenaba, yendo en ayunas
de la ciencia que vio a solas;
comenzaba en escarolas, 365
acababa en aceitunas,
y acostándose repleto,
al punto del madrugar,
se volvía a visitar,
sin mirar ni un quodlibeto. 370
Subía a ver al paciente;
decía cuatro chanzonetas;
escribía dos recetas
destas que ordinariamente
se alegan sin estudiar; 375
y luego los embaucaba
con unos modos que usaba
extraordinarios de hablar.
«La enfermedad que le ha dado,
señora, a Vueseñoría, 380
son flatos e hipocondría;
siento el pulmón opilado,
y para desarraigar
las flemas vítreas que tiene
con el quilo, le conviene 385
(por que mejor pueda obrar
Naturaleza) que tome
unos alquermes que den
al hépate y al esplén
la sustancia que el mal come». 390
Encajábanle un doblón,
y asombrados de escucharle,
no cesaban de adularle,
hasta hacerle un Salomón.
Y juro a Dios que, teniendo 395
cuatro enfermos que purgar,
le vi un día trasladar
(no pienses que estoy mintiendo)
de un antiguo cartapacio
cuatro purgas, que llevó 400