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El árbol del mejor fruto es una pieza teatral de Tirso de Molina que encierra una compleja simbología y tradición con respecto a la cruz en la que murió Jesús. De esta obra, se desprenden algunas interpretaciones posibles, sobre todo arraigadas al concepto que se tenía de los judíos en el siglo XVII. El árbol del mejor fruto está formado por 3.226 versos de distintas métricas. El primer acto comienza con la acción inmediata que nos presenta al César Constantino. Este muere a manos de unos bandidos que impiden seguir su camino a Grecia para concretar su matrimonio con Irene. Valiente y con coraje, Constantino pierde la vida contra dicha horda de bandoleros, no sin antes advertirles de la magnitud de su crimen.
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Seitenzahl: 89
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Tirso de Molina
El árbol del mejor fruto
Barcelona 2020
linkgua-digital.com
Título original: El árbol del mejor fruto.
© 2020, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard
ISBN rústica: 978-84-9816-492-3.
ISBN ebook: 978-84-9897-192-7.
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Sumario
Créditos 4
Presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 49
Jornada tercera 93
Libros a la carta 141
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria, en 1600, y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias y por entonces viajó por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana) y regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
Clodio, bandolero
Melipo, bandolero
Peloro, bandolero
Constantino, príncipe
Andronio
Maximino, padre de Irene
Un Paje
Cuatro soldados
Cloro, labrador
Lisinio, labrador
Nise, labradora
Mingo, villano
Elena, madre de Cloro
Irene, dama
Isacio, duque
Constancio, emperador viejo
Dos cristianos
Tres indios
(Salen con máscaras Clodio, Melipo y Peloro, bandoleros, acuchillando a Constantino, de camino, y Andronio.)
Clodio Rendíos, caballeros,
que somos cuatrocientos bandoleros.
Melipo ¿Qué habéis de hacer tan pocos
contra tantos, si no es que venís locos?
Constantino Yo no rindo la espada
a quien la cara trae disimulada.
Quien de ella no hace alarde,
traidor es, y el traidor siempre es cobarde;
que, en fin, entre villanos,
cuando las caras sobran, faltan manos;
y será afrenta doble
que se rinda a quien no conoce un noble;
pues ser traidor intenta
quien descubrir la cara juzga afrenta.
Peloro ¡Mataldos, caballeros!
Constantino Mal conocéis, villanos, los aceros
que aqueste estoque animan.
Andronio Porque no te conocen, no te estiman.
Diles quién eres.
Constantino Calla,
cobarde, que es honrar esta canalla
mostrar tenerlos miedo.
Cincuenta somos, y el valor que heredo,
basta.
Andronio ¡Qué desatino!
Constantino Villano, ¿es bien que tema Constantino
a cuatro salteadores,
cuando besan sus pies emperadores?
¡Mueran los foragidos!
Todos ¡A ellos!
Peloro Pocos son, pero atrevidos.
(Métenlos a cuchilladas.)
Constantino (Dentro.) ¡Ay, Irene querida!
muerto soy.
Clodio (Dentro.) Por callar, pierdes la vida.
Andronio (Dentro.) Romanos, de la muerte
huyamos, que no es cuerdo el que por fuerte
la fortuna provoca,
que la temeridad pierde por loca.
(Salen los bandoleros, sacan a Andronio, y trae Clodio unas cartas y un retrato.)
Clodio No harás, mientras repares
encubrirte, y quién eres no declares,
este retrato y pliego,
que alimentaba del difunto el fuego.
Andronio Ya el callar, ¿qué aprovecha,
Fortuna en mis desdichas satisfecha,
si ha de decir la fama
lo que la lengua encubre y el mundo ama?
Al César Constantino habéis,
bárbaros, muerto, y al camino
saliéndole tiranos,
la esperanza quitáis a los romanos
del más noble mancebo
que vio en sus ojos coronado Febo.
Peloro ¡Válgame Dios! ¿Qué dices?
Andronio La hiedra de sus años infelices
en cierne habéis cortado,
en túmulo su tálamo trocado
a César con Irene,
por quien la Grecia luz y vida tiene.
Desde Roma venía,
viudo antes que casado; en este día
le llora el tiempo ingrato.
De Irene es el bellísimo retrato
que en aqueste trasunto
amor pintado paga amor difunto.
Huid de la venganza
de un monarca que a todo el mundo alcanza,
que su padre, el augusto,
tiene de procurar con amor justo,
en sabiendo la nueva
que mi desdicha y su rigor le lleva.
(Vase Andronio.)
Clodio ¡Cielos! si aquesto es cierto,
todo el imperio ha de vengar el muerto.
¿Pues de qué traza y modo
podemos resistir al mundo todo?
Huyamos, bandoleros,
que no son muros estos montes fieros
para excusar castigos
de tantos y tan fuertes enemigos.
Melipo No nos han conocido
con el disfraz, que nuestra vida ha sido,
y de estos desconciertos
no hay que temer, no siendo descubiertos.
Lo mejor es que huyamos,
y los ricos despojos repartamos,
pues con ellos podremos
de la pobreza asegurar extremos.
Peloro ¡Notable desatino!
Uno Corra la voz que es muerto Constantino.
Clodio Murió en este destierro
el César.
Otro Constantino ha sido el muerto.
(Vanse dando voces. Salen Cloro y Lisinio, labradores, Cloro será el mismo que, hizo a Constantino.)
Lisinio La conformidad constante,
Cloro, que quiso algún Dios
hacer que fuese en los dos
de un natural semejante,
de tal suerte me ha inclinado,
que no me hallo sin ti.
¿Qué es lo que haces aquí,
siempre en libros ocupado?
Mira que al tosco sayal
el ser letrado repugna.
Cloro Desmintiendo a mi fortuna,
Lisinio, mi natural,
aunque en verme te congojas
cuadernos desentrañando,
por árboles voy mirando
libros, pues todos son hojas.
No nací para pastor,
puesto que mi madre sea
natural de aquesta aldea,
porque el oculto valor
que vive dentro en mi pecho,
me inclina, si lo penetras,
a las armas y a las letras;
y aunque estudio sin provecho,
el amor de aquesta gente,
que los Césares romanos
persiguen por ser cristianos;
el verla tan inocente,
tan constante en los trabajos
y en los tormentos tan firme,
he venido a persuadirme
que, no pensamientos bajos,
sino verdades ocultas
amparan su profesión,
y hélos cobrado afición.
Lisinio No sin causa dificultas
lo mismo que yo resisto
cuando de sus cosas trato.
Su sencillez y recato
amo, Pero aquese Cristo
que adoran me hace dudar
y que de su ley me asombre.
Cloro ¿Por qué?
Lisinio Anteponer un hombre
a los dioses, ¿no ha de dar
ocasión de que por locos
los juzgue? A un crucificado,
de su nación despreciado,
tenido por Dios de pocos,
y esos pocos, pescadores,
a quien, como simples pudo
engañar, roto y desnudo,
¿qué Augustos, qué emperadores
de su parte alegar puedes,
que acrediten sus hazañas,
sino barcas, y marañas
de engaños, como de redes?
La ley de nuestros pasados
es de más autoridad,
porque toda novedad
fue dañosa en los estados.
La adoración de los dioses,
por antigua y santa adoro.
Déjate de engaños, Cloro.
Cloro Cuando repugnarla oses,
¿qué importa, Lisinio amigo,
si sus obras celestiales
muestran que son inmortales?
Aunque yo a los dioses sigo,
¿perdieran tantos la vida
con tal gusto, a no saber
que otra mejor ha de ser
para su fe prevenida?
¿Hicieran milagros tantos?
¿Vencieran tantos tormentos,
siempre humildes y contentos,
a no ser buenos y santos?
¿Qué fuego se atreve a ellos?
¿Qué mares los anegaron,
aunque millares echaron
con hierro y plomo a sus cuellos?
Los anfiteatros digan
si los tigres y leones,
mansos a sus oraciones,
a sus pies vienen y obligan.
Diga el cuchillo más fuerte
si en ellos tuvo poder.
Si es ansí ¿qué pueden ser,
hombres que vencen la muerte?
Lisinio Encantadores.
Cloro No creo
que ese atributo les dieras
si en este libro leyeras
lo que yo admirado leo.
Lisinio No dio el cielo a mi ignorancia
tal ventura, que aprender
haya podido a leer,
aunque soy todo arrogancia.
Mas, ¿qué libro es éste?
Cloro Historia
de mil de aquestos que dieron
sus vidas, y al fin salieron,
aunque muertos, con victoria.
¿Quieres oír algo de él,
y sabrás quién es su Dios?
Lisinio Di.
Cloro Sentémonos los dos
debajo de este laurel.
(Siéntanse debajo de un laurel y lee Cloro.)
«Pedro y Andrés, en cruz, con fe divina
un Dios confiesan solo Omnipotente
victorioso del mar, triunfa Clemente;
del cuchillo y navajas, Catalina.
Palmas ganan Eulalia con Cristina;
un Laurencio honra a España y un Vicente;
del cordero en la púrpura inocente
justa se baña, auméntala Rufina.
Sebastián, con las plumas de sus flechas
corónicas al cielo en sangre envía;
salen Diego e Ignacio vencedores.
Leocadia ablanda cárceles estrechas;
cuchillos vence Inés, llamas Lucía.»
Voz (Dentro.) Lisinio y Constantino, Emperadores.
(Cae sobre sus cabezas un ramo de laurel.)
Cloro ¿Qué es esto?
Lisinio Son las grandezas
con que el cielo nos sublima.
Cayendo el laurel encima,
corona nuestras cabezas.
Cloro Emperadores nos llama
quien nuestra dicha pregona,
y la ninfa nos corona
que Apolo consagró en rama.
Lisinio Cloro, ya el cielo se ofende
de nuestro ocio, pues que de él
cayéndose este laurel
nos despierta y reprehende.
Tu pecho con él anima,
y deja estorbos cobardes.
Basta esta rama, no aguardes
que se caiga un monte encima,
que yo, animado por él,
desde hoy el traje grosero
dejo, porque verdadero
salga este imperial laurel.
Escuadrones de soldados
me ofrece el cielo propicio,
no en el rústico ejercicio
hatos de humilde ganado.
Aquésta es mi inclinación.
Púrpura, a mi ser igual,
reinos dará a mi sayal
hazañas a mi opinión.
Maxencio en Roma adelanta
su ambición y mis deseos,
y con augustos trofeos
gentes alista y levanta.
Con Constancio tiene guerra,
del mundo competidor
un Sol y un emperador
pretende solo la tierra.
Si quieres que militemos
a su sombra, Cloro noble,
y que la encina y el roble
en lauro y palma troquemos,
dejemos montes los dos,
que rústicos animales,
ni cívicas, ni murales
dan coronas, sino Dios.
Cloro Oye, Lisinio, primero,
pues como el oro en la mina,
una alma escondes divina
dentro de un cuerpo grosero;
que puesto que el pensamiento
que tienes en mí es de estima,
lo que más el pecho anima
es el noble nacimiento.
Déjame saber quien soy,
pues nunca mi ingrata madre
me ha dicho quien es mi padre,
que mi palabra te doy,
ya sea, como imagino,
generoso, ya al sayal
deba el ser y natural,
que este presagio divino
contigo haga verdadero,
sin que peligros sean parte
para que de ti me aparte;
antes, desde agora quiero
que de cualquiera fortuna
que nuestra dicha prevenga,
igual parte en ella tenga
cada cual, porque sea una.
Si fuere César, serás
César como yo; si rey,
rey serás con igual ley
sin dividirse jamás
por guerra o por otro extremo;
que más puede una amistad,
si es firme, que la hermandad
cruel de Rómulo y Remo.
Lisinio Eso mismo que me ofreces
cumpliré, Cloro contigo,
haciendo al cielo testigo,
como a sus deidades, jueces.