El burlador de Sevilla - Tirso de Molina - E-Book

El burlador de Sevilla E-Book

Tirso de Molina

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Beschreibung

Obra de teatro atribuida a Tirso de Molina y datada alrededor de 1630, "El burlador de Sevilla" ( título completo: "El burlador de Sevilla y convidado de piedra"), pese a todas las polémicas y controversias, tiene el honor de ser el primer hito en la fecunda y fascinante vida de un mito universal: Don Juan.
En este drama fundacional se encuentran los tres rasgos que caracterizan la estructura donjuanesca: el héroe transgresor, el grupo femenino y la muerte; invariantes míticas que serán desarrolladas, transformadas o subvertidas, siguiendo cauces de las más diversas poéticas, por su larga y copiosa descendencia. Este héroe mítico, nacido en el corazón del Barroco español y mecido por los aires de la Contrarreforma, contiene, aunque todavía en germen, todos los sentidos que irá adquiriendo con el tiempo: el rebelde social, el seductor, el hombre enfrentado a Dios y su esencial e inevitable encuentro con lo sobrenatural, con la muerte.

"El burlador de Sevilla" se centra en las hazañas amorosas de un caballero, don Juan Tenorio, que valiéndose de su ingenio y su buena presencia, engaña a cuanta doncella y dama bella se le pone al alcance y también a sus padres o pretendientes. Se narra aquí como debe huir de Nápoles por una de sus afrentas y como en su viaje a Sevilla realiza otros engaños.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Tirso de Molina

El burlador de Sevilla

Tabla de contenidos

EL BURLADOR DE SEVILLA

Personas que hablan en ella

Acto primero

Acto segundo

Acto tercero

EL BURLADOR DE SEVILLA

Tirso de Molina

Personas que hablan en ella

Don DIEGO Tenorio, viejo

Don JUAN Tenorio, su hijo

CATALINÓN, lacayo

El REY de Nápoles

El Duque OCTAVIO

Don PEDRO Tenorio, tío

El Marqués de la MOTA

Don GONZALO de Ulloa

El REY de Castilla, ALFONSO XI FABIO, criado

ISABELA, Duquesa

TISBEA, pescadora

BELISA, villana

ANFRISO, pescador

CORIDÓN, pescador

GASENO, labrador

BATRICIO, labrador

RIPIO, criado

Doña ANA de Ulloa

AMINTA, labradora

ACOMPAÑAMIENTO

CANTORES

GUARDAS

CRIADOS

ENLUTADOS

MÚSICOS

PASTORES

PESCADORES

Acto primero

Salen don JUAN Tenorio e ISABELA, duquesa ISABELA:

Duque Octavio, por aquí

podrás salir más seguro.

JUAN:

Duquesa, de nuevo os juro

de cumplir el dulce sí.

ISABELA:

Mi gloria, ¿serán verdades

promesas y ofrecimientos,

regalos y cumplimientos,

voluntades y amistades?

JUAN:

Sí, mi bien.

ISABELA:

Quiero sacar

una luz.

JUAN:

Pues, ¿para qué?

ISABELA:

Para que el alma dé fe

del bien que llego a gozar.

JUAN:

Mataréte la luz yo.

ISABELA:

¡Ah, cielo! ¿Quién eres, hombre?

JUAN:

¿Quién soy? Un hombre sin nombre.

ISABELA:

¿Que no eres el duque?

JUAN:

No.

ISABELA:

¡Ah de palacio!

JUAN:

Detente.

Dame, duquesa, la mano.

ISABELA:

No me detengas, villano.

¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!

Sale el REY de Nápoles, con una vela en un candelero REY:

¿Qué es esto?

ISABELA:

¡Favor! ¡Ay, triste,

que es el rey!

REY:

¿Qué es?

JUAN:

¿Qué ha de ser?

Un hombre y una mujer.

REY:

(Esto en prudencia consiste.) Aparte

¡Ah de mi guarda! Prendé

a este hombre.

ISABELA:

¡Ay, perdido honor!

Sale don PEDRO Tenorio, embajador de España, y GUARDA PEDRO:

¿En tu cuarto, gran señor

voces? ¿Quién la causa fue?

REY:

Don Pedro Tenorio, a vos

esta prisión os encargo.

Si ando corto, andad vos largo.

Mirad quién son estos dos.

Y con secreto ha de ser,

que algún mal suceso creo;

porque si yo aquí los veo,

no me queda más que ver.

Vase el REY

PEDRO:

Prendedle.

JUAN:

¿Quién ha de osar?

Bien puedo perder la vida;

mas ha de ir tan bien vendida

que a alguno le ha de pesar.

PEDRO:

Matadle.

JUAN:

¿Quién os engaña?

Resuelto en morir estoy,

porque caballero soy.

El embajador de España

llegue solo, que ha de ser

él quien me rinda.

PEDRO:

Apartad;

a ese cuarto os retirad

todos con esa mujer.

Vanse los otros

Ya estamos solos los dos;

muestra aquí tu esfuerzo y brío.

JUAN:

Aunque tengo esfuerzo, tío, no le tengo para vos.

PEDRO:

Di quién eres.

JUAN:

Ya lo digo.

Tu sobrino.

PEDRO:

¡Ay, corazón,

que temo alguna traición!

¿Qué es lo que has hecho, enemigo?

¿Cómo estás de aquesta suerte?

Dime presto lo que ha sido.

¡Desobediente, atrevido!

Estoy por darte la muerte.

Acaba.

JUAN:

Tío y señor,

mozo soy y mozo fuiste;

y pues que de amor supiste, tenga disculpa mi amor.

Y pues a decir me obligas

la verdad, oye y diréla.

Yo engañé y gocé a Isabela

la duquesa.

PEDRO:

No prosigas,

tente. ¿Cómo la engañaste?

Habla quedo, y cierra el labio.

JUAN:

Fingí ser el duque Octavio.

PEDRO:

No digas más. ¡Calla! ¡Baste!

Perdido soy si el rey sabe

este caso. ¿Qué he de hacer?

Industria me ha de valer

en un negocio tan grave.

Di, vil, ¿no bastó emprender con ira y fiereza extraña

tan gran traición en España con otra noble mujer,

sino en Nápoles también,

y en el palacio real

con mujer tan principal?

¡Castíguete el cielo, amén!

Tu padre desde Castilla

a Nápoles te envió,

y en sus márgenes te dio

tierra la espumosa orilla

del mar de Italia, atendiendo que el haberte recibido

pagaras agradecido,

y estás su honor ofendiendo.

¡Y en tan principal mujer!

Pero en aquesta ocasión

nos daña la dilación.

Mira qué quieres hacer.

JUAN:

No quiero daros disculpa,

que la habré de dar siniestra, mi sangre es, señor, la vuestra; sacadla, y pague la culpa.

A esos pies estoy rendido,

y ésta es mi espada, señor.

PEDRO:

Álzate, y muestra valor,

que esa humildad me ha vencido.

¿Atreveráste a bajar

por ese balcón?

JUAN:

Sí atrevo,

que alas en tu favor llevo.

PEDRO:

Pues yo te quiero ayudar.

Vete a Sicilia o Milán,

donde vivas encubierto.

JUAN:

Luego me iré.

PEDRO:

¿Cierto?

JUAN:

Cierto.

PEDRO:

Mis cartas te avisarán

en qué para este suceso

triste, que causado has.

JUAN:

Para mí alegre dirás.

Que tuve culpa confieso.

PEDRO:

Esa mocedad te engaña.

Baja por ese balcón.

JUAN:

(Con tan justa pretensión, Aparte gozoso me parto a España).

Vase don JUAN y entra el REY

PEDRO:

Ejecutando, señor,

lo que mandó vuestra alteza, el hombre...

REY:

¿Murió?

PEDRO:

Escapóse

de las cuchillas soberbias.

REY:

¿De qué forma?

PEDRO:

De esta forma:

aun no lo mandaste apenas,

cuando sin dar más disculpa, la espada en la mano aprieta, revuelve la capa al brazo,

y con gallarda presteza,

ofendiendo a los soldados

y buscando su defensa,

viendo vecina la muerte,

por el balcón de la huerta

se arroja desesperado.

Siguióle con diligencia

tu gente. Cuando salieron

por esa vecina puerta,

le hallaron agonizando

como enroscada culebra.

Levantóse, y al decir

los soldados, “¡Muera, muera!”, bañado con sangre el rostro, con tan heroica presteza

se fue, que quedé confuso.

La mujer, que es Isabela,

—que para admirarte nombro—

retirada en esa pieza,

dice que fue el duque Octavio quien, con engaño y cautela, la gozó.

REY:

¿Qué dices?

PEDRO:

Digo

lo que ella propia confiesa.

REY:

¡Ah, pobre honor! Si eres alma del hombre, ¿por qué te dejan

en la mujer inconstante,

si es la misma ligereza?

¡Hola!

Sale un CRIADO

CRIADO:

¿Gran señor?

REY:

Traed

delante de mi presencia

esa mujer.

PEDRO:

Ya la guardia

viene, gran señor, con ella.

Trae la GUARDA a ISABELA

ISABELA:

¿Con qué ojos veré al rey?

REY:

Idos, y guardad la puerta

de esa cuadra. Di, mujer,

¿qué rigor, qué airada estrella te incitó, que en mi palacio, con hermosura y soberbia,

profanases sus umbrales?

ISABELA:

Señor...

REY:

Calla, que la lengua

no podrá dorar el yerro

que has cometido en mi ofensa.