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Por su gravedad y calado filosófico, El condenado por desconfiado ha sido considerada de otro autor, pero su valor y la ausencia de certezas respecto de otra autoría la hacen digna de mención. Ciertamente, este gran drama se aleja del común de la obra de Tirso de Molina. Refleja el principal asunto de debate teológico y filosófico entre las diversas corrientes católicas y protestantes del momento. Se trata de una puesta en escena del problema de la predestinación y el libre albedrío del ser humano. Tirso defiende aquí el mayor peso que tiene la voluntad humana, frente a lo fatalista del concepto de destino divino protestante, y lo hace con un texto dramático humanísimo en el que los personajes muestran sus facetas de fortaleza y debilidad ante un Dios de infinita misericordia. Se trata de un tema que proviene de los más antiguos textos clásicos y que indaga en los territorios insondables del alma humana desde el punto de vista de los conceptos y actitudes religiosas. El argumento, sucinto de El condenado por desconfiado, sería éste: - el ermitaño Paulo se pregunta cuál será su destino - y, al no poder responderse, recela y desconfía de su fe. - El diablo toma ventaja de esta debilidad, - hace creer a Paulo que su destino eterno va unido al del bandido Enrico, - el cual se arrepiente una vez en el patíbulo.Al final de El condenado por desconfiado la gracia y el perdón divino intervendrán en este orden caótico.
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Seitenzahl: 89
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Tirso de Molina
El condenado por desconfiado
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El condenado por desconfiado.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-259-0.
ISBN rústica: 978-84-9816-498-5.
ISBN ebook: 978-84-9897-211-5.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
La salvación 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 53
Jornada tercera 99
Libros a la carta 141
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria en 1600 y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias, al tiempo que viajaba por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana), regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
Por su gravedad y calado filosófico, El condenado por desconfiado ha llegado a ser considerada de otro escritor, pero su valor y la ausencia de certezas respecto de otra autoría la hacen digna de mención. Ciertamente, este gran drama se aleja del común de la obra de Tirso de Molina y refleja el principal asunto de debate teológico y filosófico entre las diversas corrientes católicas y protestantes del momento. Se trata de una puesta en escena del problema de la predestinación y el libre albedrío del ser humano. Tirso incide aquí en el mayor peso que tiene la voluntad humana, frente a lo fatalista del concepto de destino divino protestante, y lo hace con un texto dramático humanísimo en el que los personajes muestran sus facetas de fortaleza y debilidad ante un Dios de infinita misericordia. Se trata de un tema que proviene de los más antiguos textos clásicos y que indaga en los territorios insondables del alma humana desde el punto de vista de los conceptos y actitudes religiosas.
Albano, viejo
Anareto, padre de Enrico
Bandoleros
Caminantes
Carceleros
Celia
Cherinos
El Alcaide de la cárcel
El Demonio
El Gobernador de Nápoles
Enrico
Esbirros
Escalante
Galván
Lidora, criada
Lisandro
Octavio
Pedrisco
Porteros
Presos
Pueblo
Roldán
Un Juez
Un Pastorcillo, un ángel
Villanos
(Selva, dos grutas entre elevados peñascos.)
Paulo (De ermitaño.) ¡Dichoso albergue mío!
Soledad apacible y deleitosa,
que en el calor y el frío
me dais posada en esta selva umbrosa,
donde el huésped se llama 5
o verde yerba o pálida retama.
Agora, cuando el alba
cubre las esmeraldas de cristales,
haciendo al Sol la salva
que de su coche sale por jarales, 10
con manos de luz pura,
quitando sombras de la noche oscura
salgo de aquesta cueva,
que en pirámides altos de estas peñas
naturaleza eleva, 15
y a las errantes nubes hace señas
para que noche y día,
ya que no otra, le hagan compañía.
Salgo a ver este cielo,
alfombra azul de aquellos pies hermosos. 20
¿Quién, oh celeste velo,
aquesos tafetanes luminosos
rasgar pudiera un poco
para ver?... ¡Ay de mí! Vuélvome loco.
Mas ya que es imposible 25
y sé cierto, Señor, que me estáis viendo
desde ese inaccesible
trono de luz hermoso, a quien sirviendo
están ángeles bellos,
más que la luz del Sol hermosos ellos, 30
mil gracias quiero daros
por las mercedes que me estáis haciendo
sin saber obligaros.
¿Cuándo yo merecí que del estruendo
me sacarais del mundo 35
que es umbral de las puertas del profundo?
¿Cuándo, Señor divino,
podrá mi indignidad agradeceros
el volverme al camino
que, si no lo abandono, es fuerza el veros 40
y tras esa victoria
darme en aquestas selvas tanta gloria?
Aquí los pajarillos,
amorosas canciones repitiendo
por juncos y tomillos, 45
de Vos me acuerdan, y yo estoy diciendo:
«Si esta gloria da el suelo,
¿qué gloria será aquella que da el cielo?»
Aquí estos arroyuelos,
jirones de cristal en campo verde, 50
me quitan mis desvelos
y son la causa a que de Vos me acuerde.
Tal es el gran contento
que infunde al alma su sonoro acento.
Aquí silvestres flores 55
el fugitivo viento aromatizan
y de varios colores
aquesta vega humilde fertilizan.
Su belleza me asombra;
calle el tapete y berberisca alfombra. 60
Pues con estos regalos,
con aquestos contentos y alegrías,
¡bendito seas mil veces,
inmenso Dios, que tanto bien me ofreces!
Aquí pienso servirte, 65
ya que el mundo dejé para bien mío;
aquí pienso seguirte,
sin que jamás humano desvarío,
por más que abra la puerta
el mundo a sus engaños, me divierta. 70
Quiero, Señor divino,
pediros de rodillas, humilmente,
que en aqueste camino
siempre me conservéis piadosamente.
Ved que el hombre se hizo 75
de barro vil, de barro quebradizo.
(Entra en una de las grutas.)
Pedrisco (Sale trayendo un haz de leña.)
Como si fuera borrico
vengo de yerba cargado,
de quien el monte está rico;
si esto como, ¡desdichado!, 80
triste fin me pronostico.
¡Que he de comer hierba yo,
manjar que el cielo crió
para brutos animales!
Deme el cielo en tantos males 85
paciencia. Cuando me echó
mi madre al mundo, decía:
«Mis ojos santo te vean,
Pedrisco del alma mía.»
Si esto las madres desean, 90
una suegra y una tía,
¿qué desearán? Que aunque el ser
santo un hombre es gran ventura
es desdicha el no comer.
Perdonad esta locura 95
y este loco proceder,
mi Dios; y pues conocida
ya mi condición tenéis,
no os enojéis porque os pida
que la hambre me quitéis 100
o no sea santo en mi vida.
Y si puede ser, señor,
pues que vuestro inmenso amor
todo lo imposible doma,
que sea santo y que coma 105
mi Dios, mejor que mejor,
De mi tierra me sacó
Paulo diez años habrá
ya aqueste monte apartó;
él en una cueva está 110
y en otra cueva estoy yo.
Aquí penitencia hacemos,
y solo yerba comemos,
y a veces nos acordamos
de lo mucho que dejamos 115
por lo poco que tenemos.
Aquí, al sonoro raudal
de un despeñado cristal,
digo a estos olmos sombríos:
¿Dónde estáis, jamones míos, 120
que no os doléis de mi mal?
Cuando yo solía cursar
la ciudad y no las peñas
(¡memorias me hacen llorar!),
de las hambres más pequeñas 125
gran pesar solíais tomar.
Erais, jamones, leales:
bien os puedo así llamar,
pues merecéis nombres tales,
aunque ya de los mortales 130
no tengáis ningún pesar.
Mas ya está todo perdido;
hierbas comeré afligido,
aunque llegue a presumir
que algún mayo he de parir 135
por las flores que he comido.
Mas Paulo sale de la cueva oscura,
entrar quiero en la mía tenebrosa
y comerlas allí.
(Vase.)
Paulo (Saliendo.) ¡Qué desventura! 140
¡Y qué desgracia, cierta, lastimosa!
El sueño me venció, viva figura
(por lo menos imagen temerosa)
de la muerte cruel; y al fin, rendido,
la devota oración puse en olvido. 145
Siguióse luego al sueño otro, de suerte,
sin duda, que a mi Dios tengo enojado,
si no es que acaso el enemigo fuerte
haya aquesta ilusión representado.
Siguiose al fin, ¡ay, Dios!, de ver la muerte. 150
¡Qué espantosa figura! ¡Ay, desdichado!
Si el verla en sueño causa tal quimera,
el que vivo la ve, ¿qué es lo que espera?
Tirome el golpe con el brazo diestro
no cortó la guadaña; el arco toma 155
la flecha en el derecho; en el siniestro,
el arco mismo que altiveces doma;
tirome al corazón; yo, que me muestro
al golpe herido, porque el cuerpo coma
la madre tierra, como a su despojo 160
desencarcelo al alma, al cuerpo arrojo.
Salió el alma en un vuelo, en un instante
vi de Dios la presencia. ¡Quién pudiera
no verle entonces! ¡Qué cruel semblante!
Resplandeciente espada y justiciera 165
en la derecha mano, y arrogante
(como ya por derecho suyo era)
el fiscal de las almas miré a un lado,
que aun con ser victorioso estaba airado.
Leyó mis culpas, y mi guarda santa 170
leyó mis buenas obras, y el justicia
mayor del cielo, que es aquel que espanta
de la infernal morada la malicia,
las puso en dos balanzas; mas levanta
el peso de mi culpa y mi injusticia 175
mis obras buenas, tanto, que el juez santo
me condena a los reinos del espanto.
Con aquella fatiga y aquel miedo
desperté, aunque temblando, y no vi nada
si no es mi culpa, y tan confuso quedo, 180
que si no es a mi suerte desdichada
o traza del contrario, ardid o enredo,
que vibra contra mí su ardiente espada,
no sé a qué lo atribuya. Vos, Dios santo,
me declarad la causa de este espanto. 185
¿Heme de condenar, mi Dios divino,
como ese sueño dice, o he de verme
en el sagrado alcázar cristalino?
Aqueste bien, Señor, habéis de hacerme.
¿Qué fin he de tener? Pues un camino 190
sigo tan bueno no queráis tenerme
en esta confusión, Señor eterno.
¿He de ir a vuestro cielo o al infierno?
Treinta años de edad tengo, Señor mío,
y los diez he gastado en el desierto, 195
y si viviera un siglo, un siglo fío
que lo mismo ha de ser; esto os advierto.
Si esto cumplo, Señor, con fuerza y brío,
¿qué fin he de tener? Lágrimas vierto.
Respondedme, Señor, Señor eterno. 200
¿He de ir a vuestro cielo o al infierno?
(El Demonio, que aparece en lo alto de una peña.)
Demonio (Invisible para Paulo.)
Diez años ha que persigo
a este monje en el desierto,
recordándole memorias
y pasados pensamientos; 205
y siempre le he hallado firme,
como un gran peñasco opuesto.
Hoy duda de su fe, que es duda
de la fe lo que hoy ha hecho,
porque es la fe en el cristiano 210
que sirviendo a Dios y haciendo
buenas obras ha de ir
a gozar de Él en muriendo.
Este, aunque ha sido tan santo,
duda de la fe, pues vemos 215
que quiere del mismo Dios.
estando en duda, saberlo.
En la soberbia también
ha pecado; caso es cierto.
Nadie como yo lo sabe, 220
pues por soberbio padezco.
Y con la desconfianza
le ha ofendido, pues es cierto
que desconfía de Dios
el que a su fe no da crédito. 225
Un sueño la causa ha sido;
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