Escarmientos para el cuerdo - Tirso de Molina - E-Book

Escarmientos para el cuerdo E-Book

Tirso de Molina

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Beschreibung

En Escarmientos para el cuerdo Tirso de Molina presenta una rica variedad de culturas a través de sus personajes. Aunque la obra está ambientada en el contexto español del Siglo de Oro, el autor introduce personajes de diversas procedencias y orígenes culturales, lo que enriquece la trama y refleja la diversidad de la época. Por un lado, encontramos personajes españoles que representan la cultura dominante de la sociedad de la época. Estos personajes encarnan las normas sociales y culturales de la España del Siglo de Oro y actúan como una especie de referencia para el desarrollo de la trama. Por otro lado, destacan los personajes indios y africanos que aparecen en la obra. Safidín, Rey indio, Rosambuca, Reina india, Curguru y Quingo, negros, son ejemplos de cómo Tirso de Molina incluye en su obra personajes de diferentes culturas. Estos personajes aportan una perspectiva cultural distinta y permiten al autor explorar temas relacionados con la interacción entre diferentes culturas y la diversidad étnica de la sociedad de la época. Esta variedad de culturas en los personajes de Escarmientos para el cuerdo refleja la realidad histórica del Siglo de Oro español, una época de encuentro y choque cultural entre distintas civilizaciones. Tirso de Molina, con su habilidad para crear personajes complejos y realistas, logra transmitir esta riqueza cultural en su obra teatral y brinda al lector una visión de la diversidad y complejidad de la sociedad de su tiempo. Su legado como escritor del teatro barroco español ha dejado una huella duradera en la literatura y el teatro hispanohablante.

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Seitenzahl: 82

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Tirso de Molina

Escarmientos para el cuerdo

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Escarmientos para el cuerdo.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard

ISBN rústica: 978-84-9816-504-3.

ISBN ebook: 978-84-9953-135-9.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Jornada primera 9

Jornada segunda 47

Jornada tercera 85

Libros a la carta 129

Brevísima presentación

La vida

Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.

Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria en 1600 y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias, al tiempo que viajaba por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana), regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.

Personajes

García de Sá, viejo

Don Juan de Mascareñas

Manuel de Sosa

Doña María de Silva

Safidín, rey indio

Bunga, negra

Diaguito, niño

Carballo, lacayo

Barbosa

Doña Leonor de Sá

Doña Isabel

Rosambuca, reina india

Curguru, negro

Quingo, negro

Marineros

Dos criados

Negros

Soldados

Jornada primera

(Música de todos géneros y entran por un palenque con los instrumentos de un bautismo en fuentes de plata, gentiles hombres bizarros en cuerpo; detrás de todos don Juan, que lleva sobre una fuente un turbante y en él una corona, y en el remate una cruz. Luego vestido a lo turquesco, de blanco, el rey Safidín, descubierta la cabeza; a su lado García de Sá, viejo, gobernador, bizarro, en cuerpo a lo antiguo. Por otro palenque soldados bizarros, uno de ellos con la banda de las Quinas de Portugal; y arcabuces, trompetas y cajas. Detrás, arrastrando una pica, Manuel de Sosa, muy bizarro, y delante de él Diaguito con arcabuz pequeño, espada y daga. Arriba, en un balcón despejado y grande, la reina Rosambuca a lo indio, coronada, y a su lado doña Leonor, muy bizarra, y doña María, de hombre, muy galán. Va a besar la mano Manuel, a García, y tiénele.)

Manuel A los triunfos portugueses,

cuyas belicosas quinas,

armas ya, primero estrellas,

tiembla el Asia, Europa envidia,

después que logró la iglesia

las católicas vigilias

de Enrique, glorioso infante,

que ocasiona las primicias

de este dilatado imperio

y en diez lustros vio su silla,

Portugal, triunfante en Goa,

freno absoluto de la India;

a sus triunfos, pues, eternos,

añada Vueseñoría,

gobernador generoso

de tanto emporio y provincias,

el que la fama le ofrece

con la victoria más digna

de perpetuarse en bronces

que conservó el tiempo escritas.

Quiso el gran Nuño de Acuña

dar fin dichoso a sus días

y gobierno, que en diez años

honraron tantas conquistas,

con la inexpugnable fuerza

de Dío, que vio cumplida,

a pesar de resistencias,

ya idólatras, ya moriscas.

Diola cuatrocientas brazas

de ruedo, con perspectiva

y figura triangular,

y en sus ángulos fabrica

tres célebres baluartes,

sin otro, que predomina

en medio la plaza de armas;

y al cabo la fortifica

de fosos, muros, torreones,

portas, puentes levadizas,

armas, bastimento y cuanto

mostró el arte a la milicia.

Llamóla Santo Tomé,

apóstol que santifica

con su sangre a Meliapor

y a Oriente con sus relíquias.

Presidióla con mil hombres;

y dándome su alcaidía

premió en mí, cuando no hazañas,

lealtad que la califica.

El Soldán de Cambayá,

que a la libertad antigua

de su imperio vio poner

tal yugo en su tierra misma,

e impaciente de que extraños

le registren las salidas

y entradas que al Indo mar

nuestro fuerte le limitan,

por tres años de gobierno

que estuve en aquella isla

procuró mi destrucción,

ya en fe de paces fingidas,

disimulando asechanzas,

ya en peligrosas caricias,

convidándome a sus fiestas

y frecuentando visitas,

ya, en fin, viendo mi cuidado

con descubierta malicia,

asaltándome de noche

varias veces; mas perdida

la esperanza de vencerme,

habiendo llegado un día

a Dío el gobernador

don Nuño con dos cuadrillas

de naves de guerra, apresta

el bárbaro la infinita

multitud de sus vasallos

—en secreto apercibida—.

De paz al puerto se acerca

y con él concierta vistas

que don Nuño rehusó

diciéndole que venía

indispuesto; dióle fe

el Soldán, y con festivas

demostraciones, creyendo

hacer en él presa rica

y envïarle en una jaula

de hierro al Gran Turco, avisa

al capitán general

que sus gentes aperciba.

Despachó luego un presente

de diversas salvajinas,

como corzos y venados

al enfermo, y se convida

a entrar a verle a su nave;

mas antes de darle, quitan

a la caza pies y manos,

señal ordinaria en la India,

cuando tal regalo se hace,

de que ya es gente cautiva

sin pies ni manos aquella

a quien tal presente envían.

Disimuló su soberbia,

y admitiendo su visita

le hicieron bélica salva

bombardas y chirimías.

Llegó en seis fustas el moro;

pero apenas subió arriba

por la escala al galeón

cuando manda que le embistan

trescientos juncos y paraos

—naves son de la milicia

indiana— con que en un punto

el mar, que de tanta quilla

se vio oprimido, espumando

cólera, montes enrisca

tan altos, que pudo en ellos

volverse la Luna ninfa.

Seis mil flecheros disparan

a un tiempo jaras y grita

tanta, que sordos y ciegos

temió el oído y la vista;

pero haciéndose a la mar

los nuestros, las naves viran,

y, parteando preñeces

de bronce, las olas limpian

con las esconas de fuego,

cuyas pelotas derriban

mil cabezas para chazas

de la fama que eternizan.

Tembló la armada blasfema,

huyendo las que fulminan

nubes de metales roncos

los Falaris de sus vidas,

y el bárbaro que intentaba,

mientras sus flechas granizan,

prender al gobernador,

viendo la mortal rüina

de sus indios, temeroso

se arroja al agua, y encima

de sus olas con los brazos

lisonjas al mar dedica.

Blanco de nuestros mosquetes,

llegó con tantas heridas,

que para escribir victorias

su sangre al mar prestó tinta.

Tomó puerto ya sin alma

el cuerpo infiel, y a la orilla,

en mausoleos de arena,

no echó menos los de Libia.

Saltamos en tierra todos,

y barriendo la marina

de la infinidad cobarde,

la venganza hizo tal riza

que, temerosas las almas

de la estrecha compañía

de sus cuerpos, diez mil moros

a la muerte hicieron rica.

Asaltamos la ciudad,

que de nuestro fuerte dista

dos leguas, y entrando en ella,

ni la inocente puericia,

ni la decrépita plata,

ni el sexo hermoso que priva

de las armas el furor

y vence a la cortesía,

admitió sus privilegios;

porque igualmente la ira

portuguesa añadió a Troya,

si no lástimas, cenizas.

Satisfizo su hambre el fuego,

como su sed la codícia,

con los robados despojos,

y después que por tres días

unos lloran y otros cantan,

el gran Nuño fortifica

la plaza; añade soldados

a la fortaleza e isla;

encarga a Antonio Silveira,

persona tan noble y digna,

de su gobierno, que puede

serlo de esta monarquía.

Cumplidos ya mis tres años,

llevarme en su compañía

quisiera el gobernador;

pero la amistad antigua

del nuevo alcaide Silveira

pudo tanto, que me obliga

a militar a su sombra,

y la inclinación y estima

que a Dío y su fortaleza

tengo, pues fue hechura mía,

y yo su primer caudillo,

me compele a que le asista.

Murió el gran Nuño, si muere

quien, a pesar de la envidia,

en archivos de la fama

al tiempo se inmortaliza,

y entró el gran don Juan de Castro,

tercer virrey de la India,

que cargado de victorias

en flor la muerte marchita.

Muerto, pues, el Soldán viejo,

Baduz de la fuerte dicha,

y siendo su sucesor

un sobrino —que no estiman

los hijos para herederos

en estas anchas provincias,

sino a los hijos de hermanas,

pues de este modo averiguan

ser su sangre y aborrecen

sospechosas bastardías

por las dudas de los padres,

que en la mujer no peligran—

deseando la venganza

del tío, en secreto envía

embajadores a Grecia

que al Turco favor le pidan

con que destierren del Asia

las portuguesas reliquias,

y sujetando el Oriente

usurpe su monarquía.

Es el bravo Solimán

el que agora tiraniza

el otomano gobierno;

aquél que tembló en Hungría

de la fortuna de Carlos,

y afrentoso se retira

de las águilas del César,

luz de Austria y Sol de Castilla.

Éste, pues, considerando

que si codicioso esquilma

las orientales riquezas,

sus drogas y especierías,

señor del globo terrestre

será fácil su conquista

y del un trópico al otro

no habrá nación que no oprima,

arroja al Bermejo mar

por las riberas egipcias

sesenta y cuatro galeras

y en ellas turcos alista.

Trece mil rumes —así

a los turcos apellidan

en estas partes, creyendo

que de Roma se originan—

genízaros los seis mil

y esotra gente escogida,

ejercitada en Europa,

los más de su guardia misma;

nómbrales por general

el Bajá de Egipto, digna

persona para tal cargo

por la experiencia y noticia

en las cosas militares;

pero de tan peregrina

crasitud y corpulencia,

que dicen que le caía

sobre los pechos la carne

de la barba, y que las tripas

con una faja al pescuezo

atadas, le daba grita

nuestra gente, y le llamaba

ganapán de su barriga.

Éste, pues, aunque tan grueso,

inmóvil en una silla,

lo que en las fuerzas

le falta equivale

en lo que arbitra;

desembarcó en Cambayá

y recibióle en su orilla,

con aplausos y lisonjas,

el Soldán y su familia;

y deseosos los dos

de dejar la tierra limpia

de lusitanos estorbos,

marcharon al otro día,

llevando en entrambos campos,

sin chusma y gente baldía,

cuarenta y siete mil hombres,

los treinta de flechería,

los demás ejercitados