Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Habladme en entrando es una comedia cortesana escrita por el famoso dramaturgo español del Siglo de Oro, Tirso de Molina, en 1625. Aunque Tirso es tal vez más conocido por su obra El burlador de Sevilla, que introduce la figura literaria de Don Juan, su producción fue vasta y diversa, y Habladme en entrando es un buen ejemplo de esto. Esta obra gira en torno al tema de la educación de los hijos, un motivo que se repite en la producción dramática de Tirso de Molina y que refleja una de sus preocupaciones éticas más profundas. En Habladme en entrando, el autor expone su visión sobre el papel fundamental que desempeña la educación en la formación del carácter de los individuos y en su capacidad para hacer frente a los desafíos de la vida. A través de una trama ingeniosa y personajes complejos, Tirso de Molina aborda cuestiones sobre cómo y qué deberían aprender los niños, así como el impacto de dicha educación en su comportamiento y destino. Esta preocupación ética y moral reflejada en Habladme en entrando es una característica destacada en muchas de las obras de Tirso de Molina. Además de proporcionar entretenimiento a través de su ingenio y habilidad para el drama, el autor utiliza sus obras para explorar temas importantes y cuestiones éticas de su tiempo. En la línea de las comedias cortesanas, Habladme en entrando utiliza la intriga y el disfraz para retratar la vida y las costumbres de la corte española de la época. Sin embargo, como es característico en la obra de Tirso de Molina, la obra también ofrece una crítica incisiva y a veces mordaz de las normas sociales y morales de su tiempo.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 72
Veröffentlichungsjahr: 2012
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Tirso de Molina
Habladme en entrando
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Habladme en entrando.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-505-0.
ISBN ebook: 978-84-9953-161-8.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Jornada primera 9
Jornada segunda 43
Jornada tercera 79
Libros a la carta 125
Tirso de Molina (Madrid, 1583-Almazán, Soria, 1648). España.
Se dice que era hijo bastardo del duque de Osuna, pero otros lo niegan. Se sabe poco de su vida hasta su ingreso como novicio en la Orden mercedaria en 1600 y su profesión al año siguiente en Guadalajara. Parece que había escrito comedias, al tiempo que viajaba por Galicia y Portugal. En 1614 sufrió su primer destierro de la corte por sus sátiras contra la nobleza. Dos años más tarde fue enviado a la Hispaniola (actual República Dominicana), regresó en 1618. Su vocación artística y su actitud contraria a los cenáculos culteranos no facilitó sus relaciones con las autoridades. En 1625, el Concejo de Castilla lo amonestó por escribir comedias y le prohibió volver a hacerlo bajo amenaza de excomunión. Desde entonces solo escribió tres nuevas piezas y consagró el resto de su vida a las tareas de la orden.
Don Pedro de Bustos
Don Alonso
Don Diego Hurtado de Mendoza
Juancho, vizcaíno
Doña Ana Hurtado de Mendoza
Rodrigo, criado
Don Luis Hurtado de Mendoza
Toribia, labradora.
Lucía, criada
Mendo, viejo labrador
Sancho, su hijo
Músicos
(Salen don Pedro de Bustos y don Alonso, su amigo, de noche, con músicos, por una parte, con un Criado con una escala, y por otra don Diego Hurtado de Mendoza, de camino, con botas y espuelas, y Juancho, vizcaíno, cargado con el cojín y la maleta en la cabeza, ridículamente vestido. Arrímanse a una parte, y mientras cantan vayan paseando el tablado don Pedro y don Alonso.)
Músicos «Si no velaran mis ojos
no celebraran las dichas
de los que durmiendo matan,
de los que matando hechizan.
Si no durmieran los tuyos,
glorificaran su vista
los palpitantes despojos
de las más seguras vidas.
¡Ay, ay, qué desdicha!
A quien mira su alma, deja sin vida.»
Alonso ¡Extraño recogimientol
Pedro ¡Doña Ana, doña Ana!
Diego Avisa,
Juancho, al mozo que las mulas
aleje donde, escondidas,
aguarden, y vente luego.
Juancho ¿No las asas y las pringas;
aún no llegas, ya las tienes
currucamientos?
Diego Ves aprisa.
Juancho ¿Tienes gana de comer?
¿Cómo no las necesitas?
Juancho, matas holandeses
y ya que piensas venías
juras a Dios a matar
holandeses del barriga.
¿Cantadoreas detienen?
¡Al diablo les das venida!
(Vase Juancho.)
Diego Ya que nos trujo la suerte
cuanto piadosa propicia
en tan dichosa ocasión,
encubramos esta esquina
hasta ver de estos galanes
el intento.
Alonso ¿Qué? ¿Porfía
la doncelleja?
Pedro Es de suerte,
que regalos y caricias,
dádivas que son de amor
la mayor artillería,
pasando necesidades,
no han bastado a persuadirla
a que le niegue al honor
lo que su sangre le dicta.
Vengo resuelto...
Diego (Aparte.) (Esto es malo.)
Pedro ...a escalar...
Diego (Aparte.) (Función indigna
de un pecho hidalgo.)
Pedro ...su casa,
si piadosa no acredita
con terneza los favores
que me debe, pues me anima
mi amor, mi agravio, la noche,
no tener quién me lo impida
por estar su hermano ausente
en esta ocasión.
Alonso Pues mida
tu gusto su voluntad,
que a tu lado estoy.
(Sale Juancho.)
Juancho Retiras
mulas al mozo, la guardas
en un callejón metidas,
gruñes mozo, mulas dije
no comen paja vizcaína,
no sabe de burlas Juancho
darle en coz en la barriga;
confesión pides, bien puedes
ser su confesor.
Diego No impidas
con tus voces la ocasión
que, piadoso, en mis desdichas
me ofrece el cielo.
Alonso ¿Mejor
no fuera, si pretendía
tal rompimiento tu amor,
que, sin despertar vecinas,
curiosos linces de noche,
parleros duendes de día,
te valieses del silencio?
Porque la música avisa
a los descuidados ojos
y a la vecindad incita
a curiosidad.
Pedro No, primo;
porque primero querría
ver si puedo con ternezas,
con músicas, con caricias,
ablandar este imposible
dulce hechizo de ml vida.
Si me ofreciese esperanzas,
más piadosa, más rendida,
que entreteniendo deseos
paguen finezas debidas,
iré engañando temores,
y si en prudente porfía
se resiste, atropellando
respetos del oprimirla
a que por fuerza mitigue
mis pasiones.
Alonso Pues prosiga
tu gusto su intento.
Pedro Canten,
y a aqueste balcón te arrima
para obligarla a que salga
si se resistiera.
Diego Mira,
Juancho, que no te divisen.
Juancho Juras a Dios que barriga
tienes junto a puerta falsa
y resuello que le quitas.
Músicos «Abre, pues, divina aurora,
esa oriental celosía,
saldrá para el cielo el Sol
y para mi noche el día.»
Pedro ¡Ah doña Ana! ¡Ah dulce dueño!
Abre, pues mi amor te anima.
Músicos «Rayos fulminan tus ojos
que, a un tiempo matan y miran.
¡Ay, ay, qué desdicha!
Que quien mira sin alma deja sin vida.»
(Sale doña Ana Hurtado de Mendoza a la ventana.)
Ana Caballeros, si lo sois,
pudiera la cortesía
moveros a no infamar
los blasones que autorizan
estas antiguas paredes
que, aunque ausentes, vivifican
los Hurtados de Mendoza,
solar de esta casa antigua.
¿Qué pretendéis desluciendo
el honor que me acredita,
a quien el Sol presta rayos
y a quien el cielo da envidias?
¿Qué fineza en mí habéis visto,
qué señales, qué premisas
de mal nacidos deseos,
de esperanzas mal perdidas?
Caballeros que pretenden
con apariencias fingidas,
si pensáis que antiguos bandos
y enemistades antiguas
han de amedrentar mi honor
para que su fuerza os rinda,
no debéis de haber mirado
que alientan la sangre mía
de los Hurtados Mendozas
las no manchadas reliquias;
idos luego de la calle,
o por las luces divinas,
que en escuadras mal formadas
mis pretensiones animan,
que en defensa de mi honor,
que en mi pecho se acredita,
rayos fulmine mi diestra,
aborten mis ojos iras.
Juancho Dicho lo dicho señora,
firme como vizcaína;
Juancho tienes, tente en buenas
Curtusca perra judía.
(Va a salir y don Diego le detiene.)
Diego Juancho, detente. ¡Bien haya
quien a los suyos imita!
Juancho ¡Juras a Dios...!
Pedro Ana hermosa;
cánsate de ser esquiva
con quien hoy se obliga a honrarte
dándote para que vivas
hacienda, no te resuelvas,
y advierte que si porfías
no estimando ofrecimientos
ni acreditando caricias,
que, forzado del amor
que mis deseos animan,
alborotando memorias
que muertos hoy resucitan,
me arrojaré...
Ana ¿Cómo es eso?
Pedro ...a que por fuerza...
Ana No digas
razones que, imaginadas,
ofenden antes que dichas.
¿Tú has de atreverte a violar
el solio donde autoriza
mi castidad su pureza,
mi virtud su esencia misma?
¿No te cansan altiveces?
¿No te ofenden demasías,
que ocasionando a mi padre,
le forzaron a que viva
ausente, si ya no es muerto,
dejando al tuyo sin vida
por desmentirle?
Pedro Doña Ana,
esas memorias me animan;
abre, o llegaré una escala,
pues hacerlo facilita
no tener reja el balcón.
Ana ¡Que esto los cielos permitan!
¡Villano! ¿Con tal vileza
piensas lavar el antigua
mancha de tu casa?
Diego ¡Ah pesia!
Juancho ¿Qué pesia, que te imaginas?
¿que le aguardas, que no sales,
y ¡zis, zas?
Pedro Apercebida
la traigo, llegadla aquí.
(Llegan la escalera al balcón.)
Alonso Abre, acaba.
Ana ¡Fementida
canalla! Si no del suelo,
del cielo aguardo justicia.
Pedro ¡Oh, pesia tanta paciencia!
(Sube don Pedro.)
Ana ¡Justicia, cielos!
Juancho ¡Maldita,
ánima seas! ¿qué esperas?
(Sale Juancho y apártale don Diego.)
Diego Quita, aparta. Bien podía.
Baje acá, hidalgo, aunque miento;
que quien con mujeres libra
las venganzas de su espada
tiene mucho de gallina.
(Baja don Pedro de la escalera.)
Considere que esta casa
es, según tengo noticia,
de un Hurtado de Mendoza
A quien la fama acredita
con valerosas hazañas;
de quien, si acaso se olvida,
dará entera relación
el luto de la capilla
adonde su padre yace;
mudo ejemplo que le avisa
que no se atreva soberbio
a derramar valentías
con quien por mujer no tiene
fuerzas para resistirlas.
¡Por cierto, brava facción;
empresa honrosa y altiva;
venganza bien satisfecha,
y a poca costa adquirida!
¿Con una dama rigores?
Mas no es mucho —¡por mi vida!—
que valientes de alfeñique
tomen venganzas de almibar.
Esta sí —¡cuerpo de Dios!—
era acción bien parecida,
con propia sangre ganada
y a estocadas adquirida,
no con mujeres. Acaben,
dejen la calle.
Ana ¿Hay tal dicha?
...........................
Pedro Hombre o diablo, ¿quién te obliga
a que incites mi rigor?
Ana Hombre o ángel, ¿quién te envía