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La dama del olivar es una de las comedias históricas de Tirso de Molina, historias teatrales que suelen mezclar tramas de enredo amoroso con un trasfondo histórico, en este caso los inicios de la Orden de la Merced, fundada en 1218.
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Seitenzahl: 88
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Tirso de Molina
Saga
La dama del olivarCover image: Shutterstock Copyright © 1620, 2020 Tirso de Molina and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726549041
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Salen NISO, pastor viejo, MAROTO, CORBATO, ARDENIO, MONTANO, y LABRADORES
NISO: ¡Brava fiesta!
CORBATO: Y la señora
por quien se hizo, hermosa y mansa.
MONTANO: Quien en servirla se cansa
lo mucho que pierde ignora.
ARDENIO: ¡Buen mayordomo!
NISO: Y devoto.
MONTANO: Pastor que el ganado deja
por tan blanca y pura oveja,
dichoso él.
NISO: En fin, Maroto,
vos habéis dejado el cargo
con honra y fama.
MAROTO: Y vendrá
otro que me sacará
de la puja rico y largo.
NISO: ¡Qué buena estaba la igreja!
MAROTO: Como pude la compuse;
claveles en ella puse
desde el altar a la reja.
Verbena, espadaña y juncia
por el suelo derramé;
agua de trébol eché
en las pilas.
ARDENIO: Bien anuncia
vuesa mucha devoción
la que en el alma encubrís.
NISO: Galán, Maroto, venís.
MAROTO: Yo saco en la procesión
todas las galas que tengo.
El más pobre de Estercuel
soy.
CORBATO: Y el más devoto de él.
MONTANO: Alegre en extremo vengo
de haber visto cuán compuestas
las calles de nuestra aldea
estaban.
MAROTO: Toda desea
her a nuestra Virgen fiestas.
MONTANO: ¡Qué de pinos que plantaron
por ellas! Y las mujeres
con qué gustos y praceres
que las ramas adornaron
con sus basquiñas de grana.
CORBATO: No dejaron paramento,
cual si huera el monumento,
cortina o red aldeana
que en las puertas y paredes
no colgasen.
NISO: Pescarán
si en el mar del mundo están,
el cielo con tales redes.
ARDENIO: Pues a falta de pastillas
no faltó incienso y espliego
y aun estoraque, que el huego
no quemase en escodillas,
que por las calles a trechos
daban gusto y devoción.
MAROTO: ¡Oh, qué incienso es la oración,
y qué grandes sus provechos!
NISO: La fiesta, en fin, de septiembre
en que nació nuesa estrella,
ha estado extremada y bella.
MAROTO: El labrador are y siembre
los granos que el hielo cubre
y restituye en agosto.
Llene las cubas de mosto;
coja la fruta en Octubre.
Compre y venda el mercader
en las herias y mercados,
traten de armas los soldados,
vista galas la mujer.
Los sabios estudien leyes,
tienten pulsos los dolores,
dense placer los señores
y ganen tierra los reyes.
Mientras yo apaciento el hato
donde el manso me conoce,
el corderillo retoce
y se encarame el chivato.
Que más precio los halagos
con que el mastín me hace fiestas,
la leche en tarro, las fiestas
que dan el deleite a tragos;
a la noche en casa la olla,
y al amanecer las migas,
que de los ajos amigas,
son deudos de la cebolla;
y tras ellas una misa
al alba en que el sacristén
dice cantando el amén
sobre el sayo la camisa,
que cuanta riqueza guarda
el avaro.
MONTANO: A eso me acoto.
CORBATO: Venturoso vos, Maroto,
que el temor no os acobarda
del señor, como al privado.
MAROTO: Bueno me le ha dado Dios.
ARDENIO: Medra su hacienda por vos.
NISO: A buen amo, buen crïado.
MAROTO: Don Gastón de Bardají,
noble señor de Estercuel,
ni es soberbio ni crüel.
Desde que su pan comí
mil mercedes Dios me hace.
NISO: Mucho priva con el reye.
MAROTO: Conoce su esfuerzo y leye,
por eso le satisface.
A conquistar a Valencia
el rey don Jaime partió
y consigo le llevó.
NISO: Tiene en la guerra experiencia.
Que os hallase me holgaría,
cuando volviese, Maroto,
casado.
MAROTO: ¿A mí?
MONTANO: ¡Juro al soto
que había de her aquel día
mil locuras de placer!
MAROTO: No sabré yo her buen casado.
NISO: Ya que en esto hemos tocado,
hombre que está sin mujer,
Maroto, no es hombre entero,
pues le falta la mitad.
MAROTO: La mitad, ¿cómo?
NISO: Escuchad.
¿De nueso padre primero
no dice el cura que a Eva
durmiendo un día sacó?
MAROTO: De sus huesos la formó.
NISO: ¿Luego la mitad le lleva?
MAROTO: No me casaré, aunque pueda,
con mujer que en eso da,
que al hombre le quitará
la otra mitad que le queda.
Y a fe que es cosa inhumana
que, formándose de un hueso
tan firme, tan duro y tieso,
la mujer sea tan liviana.
Dadla a la buena ventura;
que es, al fin, la más hermosa,
si de carne, peligrosa;
y si de hueso, muy dura.
ARDENIO: No decís mal.
MAROTO: Y aun por eso
las mujeres, Niso, son
de tan mala digestión:
que no se digiere el hueso.
NISO: Pues mi Laurencia no es tal,
ni en liviana o dura peca,
que en lo amoroso es manteca
y en lo honrado pedernal.
No hay en Aragón mujer
que mijor os pueda estar,
y si os la vengo a pintar
yo sé que la heis de querer.
Sus años verdes y en flor,
y su hermosura en la aldea,
no hay borrico que la vea
que no rebuzne de amor.
Es de una imagen su cara.
¿Con qué la lava? Dirás
con lleve el diablo lo más
que un caldero de agua clara.
Los cabellos, no dirán,
son que al sol causan vergüenza,
y cuando en cola los trenza
en las rodillas la dan.
La frente bruñida y lisa,
las cejas son de amor arcos,
los ojos, si no son zarcos,
provocan a amor y a risa.
Pues los carrillos, no hay mozo
que no cante al descobrillos,
"Más valen vuesos carrillos
que el carrillo de mi pozo."
De las narices no pocos
han dicho, "Alegre estuviera,
Laurencia, si amor me hiciera
de vuesas narices mocos.
¿Pues qué la boca? Aunque pasa
de raya, limpia y risueña;
que no es bien que sea pequeña
la portada de la casa.
Los dientes altos y bajos,
en hilera y procesión,
piñones mondados son,
a lo menos dientes de ajos.
¿Qué diré de los hocicos?
Son que amapolas parecen
cuando entre los trigos crecen.
Pues los dos hoyuelos chicos
que hace en riéndose, el cielo,
a tener allá su cara,
en ellos cro que jugara
con el Amor al hoyuelo.
Pues la barba, ¿qué otra cría
más abajo de cristal?
Con ella el mejor zagal
barba a barba la abriría.
Las tetas son naterones
y los corpiños encellas,
que mamara Amor en ellas
a no, encubrir los pezones.
Las manos, que nunca adoba,
más brancas fueran que el pecho,
a no haberlas callos hecho
ya el cedazo, ya la escoba.
La cintura puede entrar
Señala los dedos
aquí, y si amor navegara
mejor su estrecho pasara
--¡pardiez!--que el de Gibraltar.
Pues aquella redondez,
monte de nieve y cristal,
rodará encima el brïal
por ella Amor cada vez.
Pues las piernas, si en el río
lava, porque el cristal borre,
corrido de verlas corre
más aprisa y con más brío.
Los pies calzan once puntos,
cuando la aprieta el botín;
mas sea ella honrada, en fin,
que no miraréis en puntos.
Pintada os la tengo toda,
puesto que mal y en bosquejo,
lo demás allá os lo dejo
para el día de la boda.
MAROTO: No del todo me despido
de daros, Niso, placer,
que, en fin, la buena mujer
suele hacer bueno al marido;
pero venga mi señor,
que lo que ha de ser dirá.
NISO: Rico dote se os dará,
que aunque es mi hija la menor,
por verla con vos casada,
vos prometo dar, Maroto,
un pedazo de este soto
y media fanega arada
de tierra, catorce ovejas
y seis cabras con el perro,
la barrosa y el becerro,
una casa con sus tejas
que no de techo pajizo,
una cama con su ajuar,
un San Miguel, que pintar
en una sábana hizo
mi abuela, que Dios perdone,
y dos calderas también
con su cuchar y sartén
que rojas las migas pone.
Sale un CRIADO
MAROTO: Todo es bueno, y lo mejor,
ser Laurencia vuestra hija.
CRIADO: El puebro se regocija
porque viene mi señor
de Valencia y ha dejado
al buen reye en Zaragoza.
MAROTO: No en balde el monte le goza
y se está riendo el prado,
que no hay señor que le iguale.
NISO: Bien podéis eso decir.
CRIADO: ¡Ao! Vámosle a recebir;
pero al encuentro mos sale.
Sale don GASTÓN, bizarro de camino
GASTÓN: ¡Oh, mis zagales, alcalde,
Corbato, Ardenio, Maroto!
NISO: Llegad, las manos besalde.
MAROTO: No en balde se alegra el soto
ni está verde el prado en balde
viéndoos, señor, con salud
en vuesa tierra y vasallos.
GASTÓN: Huélgome con su quietud,
que no puedo deseallos
mejores.
NISO: Por su virtud.
MAROTO: ¿Cómo venís de la guerra,
buen señor?
GASTÓN: Gracias á Dios
vitorioso.
MAROTO: Nuesa tierra
estaba triste sin vos
GASTÓN: Es, en fin, mi estado y tierra.
MAROTO: El ganado que apaciento,
y por ser vuestro es dichoso,
sin vos dejara el sustento.
El cordero temeroso,
que da los brincos a ciento,
balaba por don Gastón;
las ovejas os llamaban;
y con ronco y triste son,
por suspirar, rebuznaban
los borricos, con perdón.
Secábase el prado ameno,
donde el hato flores pace,
de luto y tristeza lleno,
porque todo este mal hace
la ausencia de un señor bueno.
GASTÓN: Debéisme esa voluntad.
NISO: ¿Qué ha habido de guerra?
GASTÓN: Queda
conquistada la ciudad
de Valencia, donde pueda
renacer la cristiandad
que el mahomético profeta
desterró por tantos años.
Borró de ella el rey su seta
llena de vicios y engaños.
Ya queda segura y quieta,
su mezquita consagrada,
sus cautivos redimidos,
su soberbia derribada
y con blasones debidos
eternizando su espada,
el rey don Jaime glorioso,
tan agradecido al cielo,
que, devoto y generoso,
premió con divino celo
al estado religioso
fundando cuatro conventos
en ella.
MAROTO: ¡Gran cristiandad!
GASTÓN: Honró Dios los pensamientos
de su liberalidad
con milagrosos portentos;
porque cerca de Valencia,
al tiempo de conquistalla,
para mayor evidencia
de su amor, nuestro rey halla,
animando su presencia,
un retrato de aquel sol
que, abrasando a Dios de amores,
le vistió de su arrebol,
un ramillete de flores,
gloria del suelo español;
un tanto monta del día;
una suma del jardín
que a Dios se aposenta y cría;
un cielo en el suelo; en fin,
una imagen de María,
que en medio de aquella sierra