La habitación oscura - Víctor Conde - E-Book

La habitación oscura E-Book

Víctor Conde

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Beschreibung

La habitación oscura es una de las primeras incursiones de Victor Conde en el terreno de la fantasía oscura y la ciencia ficcion, género del que ha llegado a ser un maestro. En ella seguiremos las aventuras de Dam Laivana, aventurero espacial encargado de viajar a un recóndito planeta en busca de una religiosa científica que ha encontrado la temible Cámara Oscura un artefacto tanto del mundo físico como de la mente que alberga un poder casi ilimitado. Sin embargo, el viaje de Dam Laivana no estará exento de peligros... -

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Víctor Conde

La habitación oscura

Una historia del Metaverso

Saga

La habitación oscura

 

Copyright © 2009, 2021 Víctor Conde and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726831849

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Dam Laivana llegó a la cámara de reflejos cruzando un arco de porcelana. Las imágenes talladas en él giraron sus bellas cabezas para observarle, pero se abstuvieron de hacer ningún comentario. Cruzando miradas divertidas como si compartieran una broma secreta, las ninfas escondieron sus vergüenzas ante la perpleja expresión del administrativo.

La cámara de reflejos era un recinto amplio y casi vacío, construido enteramente en campos de fuerza que tamizaban la luz del ocaso en reflejos tornasolados. Solo otra puerta contigua rompía la simetría de sus contrafuertes energéticos. Una pared estaba dedicada por entero a sostener una balconada de sólida piedra que daba al mar, y más allá, al temprano atardecer de Mitra, con su sol escondiéndose no tras el horizonte, sino tras la silueta del planeta madre que asomaba entre ambos.

Dam se acercó al centro pisando con timidez, y esperó con las manos en los bolsillos. Para un hombre como él, que nunca había abandonado su planeta natal, Delos, viajar hasta la sede de las Hermanas Bizantynas era toda una experiencia. La majestuosa armonía de atavismos que desprendían aquellas piedras transmitía a la perfección la imagen que a las estudiosas les gustaba dar de sí mismas. Como profano en los asuntos de las logias, Dam Laivana prefería asombrarse y no opinar.

Cauteloso, se acercó a una escultura de luz que conformaba el único elemento de mobiliario. Era un holograma rotatorio y excéntrico, con la propiedad de recordarle algo muy familiar. Parecía un átomo tejido con órbitas iluminadas con electrones, pero de contornos quebrados, parecidos al trazado de circunvoluciones de un cerebro. Solo había una mancha que alteraba la simetría del conjunto, un punto negro que orbitaba lejos del eje.

El comité de bienvenida de las bizantynas le hizo esperar cinco minutos. Un grupo de seis mujeres vestidas con atuendos hechos de circuitos escoltaba ceremonialmente, guardando silencio, a una mujer altiva y majestuosa de unos cincuenta años, de dedos largos y marfileños. Sus ojos centellearon a través de la habitación, congelando sus modales y su estúpida sonrisa de administrativo como una descortesía fuera de lugar.

Dam tragó saliva, preguntándose por enésima vez qué demonios hacía allí.

—Lamento haberle hecho esperar tanto —se excusó la mujer, tendiéndole una mano resistente como el mármol. Dam la estrechó.

—No se preocupe, acabo de bajar de la lanzadera enlace. Esto... —Tosió levemente, sintiendo cómo sus mejillas enrojecían—. Lamento el pequeño incidente con el parqué de la nave. Yo...

La madre regidora Elizabetha Moriani rio con una suave voz de contralto.

—Le da demasiada importancia. Hay mucha gente que detesta volar. A mí me produce mareos de vez en cuando.

—¿Sí? —exclamó el hombre, aliviado. La azafata de vuelo había adivinado por su físico anodino y complexión débil, propias del más estereotipado oficinista delgaducho y feo, que el viaje a través de las capas altas de la atmósfera traería problemas. Y no se equivocaba: Dam no era un hombre de acción. Tal vez la excitación de los días posteriores a su convocatoria en Mitra, segunda luna de Delos y sede oficial de la logia, desembocó en las terribles arcadas que sufrió al despegar y que habían acabado con un charco de vómito en medio del pasillo.

—¿Qué es esto? —Dam se interesó por la escultura, tratando de cambiar educadamente de tema. La madre regidora paseó su mirada por el complejo friso de reflejos.

—Ahora iba a hablarle de ello, pero antes, unas precisiones: ¿cuál de las organizaciones entró en contacto con usted? ¿El ejército, nuestro comité de seguridad, alguna otra de las logias...?

—Fue Sanidad. Me urgieron a venir inmediatamente tras unos test de rutina que pasé en la empresa donde trabajo. Pero nadie ha querido explicarme de qué se trata. —El hombre torció el labio, recordando las horas de comentarios amables y órdenes confusas—. Solo dijeron que lo entendería cuando llegara.

Las mujeres que acompañaban a Moriani alzaron sus rostros, perdidas en los laberintos de sus mentes. Iconos virtuales de control flotaban alrededor de sus trajes como satélites de brillantes colores, manteniéndolas en perpetuo contacto con los informes horarios de todas las ramas de la Orden.

—Suelen ser bastante rudos, en efecto; por eso preferimos hacer nosotras mismas el trabajo. Esto —dijo Moriani, señalando la escultura— es un esquema frenológico inducido.

—¿Un… qué?

—¿Sabe lo que es la frenología, señor Laivana? ¿No? Se trata de una ciencia popularizada hace miles de años, en la Tierra, antes del desarrollo de la medicina moderna. Pretendía estudiar y predecir el comportamiento de la mente humana analizando la topología del cerebro, los giros de sus circunvoluciones y sus racimos de neuronas... Un fracaso, por supuesto. Es curioso que nuestra panoplia postulaica haya desembocado en conceptos similares después de milenios de estudiar el fenómeno desde perspectivas diferentes.

—Entiendo. ¿Y qué tiene que ver conmigo? —dudó el hombre, mirando el holograma con pavor. La madre se apresuró a aclarar:

—¡Oh, no se preocupe! El esquema de ondas de pensamiento aquí representado no es suyo. —Y añadió, enigmática—: No podría serlo, de ninguna manera.

—¿Entonces...?

—Hace tres meses, una hermana bizantyna, sor Adriana Gaibaldy, fue enviada al sistema Plea Gémini en una misión arqueológica en busca de unas ruinas pre-Dispersión que creíamos podrían corresponder a un asentamiento alienígena. Dos semanas después de su llegada al planeta, la Armada detectó un intento de invasión del Condominio Septem en la zona. Bloqueó todos los accesos y trató de rescatar a Adriana de su zona de estudio, pero no la encontraron. O mejor dicho... sí que la encontraron, pero no fueron capaces de comunicarse con ella.

—¿Qué quiere decir? —se extrañó Dam. Las bizantynas tenían fama de ser extraordinarias telépatas. Moriani bajó un poco el volumen.

—Las rencillas entre el Imperio y los sistemas independentistas del anillo exterior no son de nuestra incumbencia. Pero la presencia de fuerzas hostiles en la zona volvía prioritario el rescate de la hermana y su escolta hasta Mitra para que pudiera informar de sus hallazgos. Pero ocurrió algo inesperado. Adriana debió descubrir algo que operó en ella un cambio fundamental. Al poco de llegar el aviso de evacuación, comenzó a emitir un campo mnémico... ¿sabe lo que es la mnémica?

—Voluntad PSI.

—Exacto. El campo psíquico emitido desde sus coordenadas era tan potente y agresivo que ningún equipo de rescate pudo acercarse a menos de un kilómetro de las ruinas. —Moriani paseó alrededor del holograma, atravesándolo con sus faldones—. Los hombres sufrían potentes migrañas que acababan en la inconsciencia, los equipos electrónicos se volvían locos y las sondas eran derribadas por alguna forma inusual de cinética. Los sondeos realizados con mnémica activa desde órbita dibujaron este patrón de ondas cerebrales. —Señaló la escultura—. Un esquema de pulsaciones genitivas que jamás habíamos visto.

—Increíble —musitó el administrativo—. ¿Y qué es esa zona negruzca? —Apuntó al nodo azabache situado en una esquina del gráfico.

—Eso es precisamente el problema. Es la teoría de la habitación oscura. Un elemento arquitectónico de la mente, no del cerebro, que intuimos que está ahí, en alguna parte, pero que aún no hemos podido demostrar. —Moriani cruzó los brazos—. Tras estudiar estas ondas telepáticas llegamos a la conclusión de que podían contrarrestarse, pero solo mediante una habilidad natural que muy pocas personas poseen. Es como... —buscó un símil— un sistema inmunológico especial, preparado para resistir el ataque de algún agente determinado. Algunas personas resisten mejor los virus que otras porque su organismo está mejor adaptado o porque los ha vencido antes. Usted, señor Laivana, posee un patrón mnémico idóneo para resistir las emanaciones de aquello en lo que se haya convertido sor Adriana.

Dam retrocedió, negando con la cabeza. Empezaba a encontrarse muy a disgusto con la conversación.

—Llevamos semanas realizando test a los habitantes de Delos y de otros mundos del Imperio, disfrazados de análisis farmacológicos o de salud mental. Ha sido una operación cara: hasta la fecha nos hemos gastado casi mil millones de blasones, pero hemos podido encontrar a tres personas que cumplen con los requisitos naturales idóneos.

El hombre iba a protestar cuando escuchó pasos. Girándose, vio a un atleta de raza oriental, bajo de estatura pero de constitución fornida. Sus anchas espaldas estaban ocultas por un uniforme militar de la marina imperial, con sus azules y negros combinados con agresiva elegancia. La insignia de los leones gemelos del Emperador relucía en oro en su solapa. Al llegar hasta ellos, esbozó una genuflexión.

—Dam, le presento a Sakuge Oshiima, otro de los reclutados. También posee un esquema telepático inmune al campo mental de nuestra hermana. —Dam se fijó en que la madre hablaba de su subordinada con tristeza, como si ya la diera por perdida en las profundidades de aquel planeta—. Sus conocimientos militares serán de gran ayuda para la misión.

—Encantado de conocerlo —saludó Oshiima, sacudiendo la mano de Dam. El oficinista sonrió parcamente.

—Exs… el honor es mío.

—¿Quién será el último miembro? —preguntó el soldado.

Moriani se apartó para dejar que una de las jóvenes de su grupo de análisis se adelantara. Una bella muchacha de no más de dieciocho años, alta y delgada, se separó de sus compañeras y se colocó frente a ellos con la mirada fija en el suelo. Era graciosa y pizpireta, pero sus pómulos sonrosados la dotaban de un aire reservado muy serio.

—La hermana Michaela. Ella será nuestra representante en la búsqueda. Sus patrones de pensamiento son diferentes a los suyos, pero un intenso condicionamiento mnémico le permitirá emular virtualmente su inmunidad. Es la única de nuestras acólitas que lo ha conseguido.

Michaela sonrió, sonrojada por las alabanzas de su superiora. Dam no pudo contenerse más.