La velada del helecho - Gertrudis Gómez de Avellaneda - E-Book

La velada del helecho E-Book

Gertrudis Gómez de Avellaneda

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Beschreibung

La velada del helecho o El donativo del diablo se publicó en el Semanario Pintoresco Español, entre junio y julio de 1849. Está ambientada en la región de Gruyère, que hoy forma parte del cantón de Friburgo. Gertrudis Gómez de Avellaneda reelabora una tradición folclórica de Suiza, país que ella nunca visitó. Dada la imposibilidad de tener acceso a la tradición oral viva, tan apreciada por los románticos, la autora lamenta en el párrafo inicial de La velada del helecho, no poder «conservarle toda la magia de su simplicidad», ni contarla «junto al fuego de la chimenea, en una fría y prolongada noche de diciembre», ni mucho menos de hacerlo apropiándose de «el tono, el gesto y las inflexiones de voz con que deben ser realzados en boca de los rústicos habitantes de aquellas montañas». La velada del helecho es una novela corta dividida en siete partes. Esta leyenda se relata en una historia de amor contrariado e identidad ocultada, y se usa a modo de engaño para conseguir que se cumplan las condiciones necesarias para que se puedan casar los novios. Los protagonistas de esta historia son Ida, hija del rico ganadero Juan Bautista Keller, y el huérfano Arnoldo Kessman, paje del conde de Montsalvens, que a causa de su pobreza no es aceptado como marido de Ida por el padre de la muchacha. La fuente directa consultada por la autora podría ser el Dictionnaire géographique, statistique et historique du canton de Fribourg (1832) de Franz Kuenlin, donde encontramos una referencia a la costumbre de proteger el helecho. El núcleo de la leyenda es de un indudable origen folclórico ya que contiene elementos de amplia difusión en Europa, y la idea de que el helecho tiene poderes especiales en la noche de San Juan y protege contra Satanás. Seguramente el hermano de doña Gertrudis escuchó o leyó en sus viajes la leyenda en torno a la cual se construyó La velada del helecho. Sin embargo, la precisión, aunque no exenta de errores, de los datos geográficos e históricos seguramente se debe a las lecturas de la autora.

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Gertrudis Gómez de Avellaneda

La velada del helecho o el donativo del diablo

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: La velada del helecho.

© 2024, Red ediciones ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN rústica: 978-84-96428-00-3.

ISBN ebook: 978-84-9897-086-9.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

La presencia del Diablo 7

I 9

II 17

III 26

IV 34

V 46

Libros a la carta 63

Brevísima presentación

La vida

Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 1814-Madrid, 1873). Cuba.

Era hija de un oficial de la marina española y de una cubana. Escribió novelas y dramas y fue actriz. Estudió francés y leyó mucho, sobre todo autores españoles y franceses. Tras una corta estancia en Burdeos, vivió un año en La Coruña y después en Sevilla, donde conoció a Ignacio Cepeda, con quien tuvo un romance. Por esta época ejerció el periodismo y estrenó su primer drama. Su creciente prestigio literario le permitió establecer amistad con Espronceda y Zorrilla. Poco después se casó con Pedro Sabater, quien murió unos meses después.

Tras un retiro conventual, la Avellaneda volvió a Madrid y, entre 1846 y 1858, estrenó al menos trece obras dramáticas. Hacia 1853 quiso entrar en la Academia Española, pero se le negó por ser mujer. En 1855 se casó con el coronel Domingo Verdugo, conocida figura política que en 1858 fue víctima de un atentado. Más tarde éste fue nombrado para un cargo oficial en Cuba. Entonces la Avellaneda dirigió en La Habana la revista Álbum cubano de lo bueno y de lo bello (1860).

Su marido murió en 1863 y ella se fue a los Estados Unidos. Estuvo en Londres y París y regresó a Madrid en 1864.

Durante los cuatro años siguientes vivió en Sevilla. Utilizó el seudónimo de La peregrina.

La presencia del Diablo

La Velada del helecho es un relato inspirado en una leyenda suiza:

—No sé —dijo entonces Keller sentándose enfrente de su ilustre huésped—, ni creo que pueda nadie saber, desde qué tiempo data precisamente la popular creencia, cuyas particularidades desea conocer su señoría; así como tampoco podríamos decir su origen: lo cierto es que de padres a hijos se ha transmitido durante muchas generaciones, y que, según ella, es cosa notoria que la víspera de mi glorioso patrón, cuando se cubren de helecho —planta hija de las sombras y de la humedad— los bordes del precipicio que llaman los de la tierra camino de Eví, precisamente a la mitad de la noche aparece en aquel lugar el mismo Satanás en persona, y mediante ciertas condiciones enriquece cada año a aquel o a aquellos que se encuentran velando el helecho en un paraje cubierto todo por dicha planta.

—¿Y no se sabe cuáles son las condiciones que impone el diablo a los que alcanzan sus donativos? —preguntó el barón que parecía tratar con serenidad e interés aquel asunto, ridículo probablemente a juicio de nuestros lectores.

—Solo se dice —repuso Juan Bautista—, que la persona agraciada debe hallarse completamente sola y en profunda oscuridad, y no falta antes quien asegurase que el demonio exigía además se le entregase un papel, y que en aquel papel escribía, para hacerlo constar a su debido tiempo, la compra que hacía de aquella pobre alma.

I

Al tomar la pluma para escribir esta sencilla leyenda de los pasados tiempos no se me oculta la imposibilidad en que me hallo de conservarle toda la magia de su simplicidad, y de prestarle aquel vivo interés con que sería indudablemente acogida por los benévolos lectores (a quienes la dedico), si en vez de presentársela hoy con las comunes formas de la novela, pudiera hacerles su revelación verbal junto al fuego de la chimenea en una fría y prolongada noche de diciembre; pero más que todo, si me fuera dado transportarlos de un golpe al país en que se verificaron los hechos que voy a referirles, y apropiarme por mi parte el tono, el gesto y las inflexiones de voz con que deben ser realzados en boca de los rústicos habitantes de aquellas montañas. No me arredraré, sin embargo, en vista de las desventajas de mi posición, y la historia cuyo nombre sirve de encabezamiento a estas líneas saldrá de mi pluma tal cual llegó a mis oídos en los acentos de un joven viajero, que tocándome muy de cerca por los vínculos de la sangre, me perdonará sin duda el que me haya decidido a confiársela a la negra prensa, desnuda del encanto con que su expresión la revestía.

Era la víspera del día en que solemniza la Iglesia la fausta natividad del precursor del Mesías. El Sol iba a ocultarse detrás de las majestuosas cimas del Moléson y del Jomman (en español Diente de Jaman), magníficas ramificaciones de los Alpes en la parte occidental de la Suiza, y la pequeña y pintoresca villa de Neirivue, situada a alguna distancia de las orillas del río Sarine en el cantón de Friburgo, presentaba en aquella tarde el espectáculo de un movimiento inusitado entre sus pacíficos moradores. La causa, sin embargo, no era otra que el estar convidados una parte de ellos, que en la época de nuestra historia no llegaban a doscientos, a pasar la velada en la casa del rico ganadero Juan Bautista Keller, poseedor del más grande y hermoso Chalet (o casería) de cuantos se conocían en Neirivue, el cual celebraba en él todos los años, en compañía de sus amigos, la noche que antecede a la festividad de su glorioso patrón.

Los viejos del país, que podían atestiguar la antigüedad que tenía en él la costumbre de solemnizar la mencionada noche con una alegre velada, acudían gozosos a tomar parte en la fiesta del espléndido Keller, que en tales circunstancias ponía a disposición de sus convidados los más exquisitos productos de su quesera, y los mejores vinos de Berna y de Friburgo. Los mozos, por su parte, no desperdiciaban la ocasión de ir a solazarse un poco de las fatigas de sus diarias faenas, animado además, cada uno de ellos con la lisonjera esperanza de merecer la dicha de bailar con la joven Ida Keller, que no era solamente una de las más ricas herederas del lugar, sino también la más apuesta y gentil doncella de cuantas pudieran encontrarse en muchas leguas a la redonda. A pesar de esto era tan modesta y tan amable la hija de Juan Bautista, que la querían de todo corazón sus compañeras, y andaban también muy listas en ir a felicitarla por el santo de su padre, ataviándose por tan plausible motivo con sus galas de los domingos.

Veíanse, pues, circular por las calles de la humilde población, dirigiéndose de todas partes al Chalet de Keller, bulliciosos pelotones de zagalas y pastores, entonando a coros aquellos cantos particulares de su país, cuyo mágico poder sería probablemente nulo para los oídos del extranjero, si no conociese de antemano ser tan grande el que ejerce sobre los naturales, que, según nos han hecho saber el elocuente autor de la nueva Eloísa, hubo que prohibir, bajo pena de muerte, que se tocasen aquellas melodías llamadas Ranz de las vacas entre los soldados suizos, a causa de ser tan enérgica y profunda la impresión que hacían en ellos, que desertaban para volver a su patria, o morían de dolor por no poder verificarlo.

La siempre limpia casería del opulento ganadero ostentaba aquel día las señales del extraordinario esmero con que procuraba la bella Ida hacerla más agradable y digna de los regocijos de que iba a ser teatro. Hallábase construida aisladamente a las orillas de un arroyuelo formado por parte de las aguas del torrente de Hongryn, que después de perderse entre las villas de Allières y Montvon vuelve a aparecer cerca de la Neirivue, cuyo nombre toma, andando para ello cerca de legua y media por un canal subterráneo.

Lo exterior de aquel sencillo edificio de madera no ofrecía nada que notable fuese, mas cuando se traspasaban sus humildes dinteles, echábase de ver que no carecía en él su dueño de ciertas comodidades, no comunes en los Chalets, que no consistían generalmente sino en cuatro extensas paredes de madera formando un cuadro, con techo de tablas sobrecargado de piedras para servir de abrigo en el mal tiempo a los ganaderos y a sus reses, que se aposentaban juntos en maravillosa armonía.

Distinguíase el de Keller tanto por la mayor solidez de su construcción, como por su capacidad y buen arreglo. Constaba como los otros de un solo piso bajo, pero suficiente para prestar alojamiento a los varios pastores que empleaba Juan Bautista en la guarda de su numeroso ganado, teniendo además un espacioso departamento reservado para el propietario, y que será el único de que hablaremos, por ser el destinado a servir de punto de reunión a los convidados a la velada de San Juan. Componíase, pues, dicha parte de la casería de dos salitas cuadrilongas, de las cuales una estaba señalada el día a que nos referimos para la recepción de los convidados, y la otra para las mesas en que debían disfrutar más tarde la agradable refacción que se les preparaba. Servían de ornato a las paredes de la primera varias cornamentas de gamuza, que indicaban no ser Keller menos buen cazador que ganadero; confirmando la verdad de dichas señales los grandes cuchillos de monte que alternaban con aquellas, y las escopetas que en unión con gruesos garrotes de agudas y férreas puntas (indispensables a los que transitan por los Alpes), se veían hacinadas debajo de las altas rinconeras clavadas en los cuatro ángulos de la sala. Dos largos bancos de pino se extendían por dos testeros de ésta, y una monstruosa mesa de encina que ocupaba otro, y algunas sillas de haya agrupadas cerca del hogar enfrente de aquélla, completaban el mueblaje que tenía por exuberancia la añadidura de cuatro figuras de aliso hábilmente labrado, representando a la Santa Virgen, al bienaventurado San Juan Bautista, al glorioso apóstol San Pedro y al bendito San Nicolás, que es objeto de especial devoción entre los friburgueses. Se ostentaban las mencionadas efigies sobre las rinconeras de encina, entre jarrones de flores agrupadas con tal arte y variedad de colores, que demostraban haber andado en ellas la delicada mano de Ida Keller.

A pesar de la buena disposición de su Chalet, el ganadero era bastante rico para no vivir en él, y había hecho construir en el centro de la villa una linda casa de dos cuerpos, en la que se daba la importancia de un señor feudal, si bien conservando siempre a su Chalet el exclusivo privilegio de servir de teatro a las campesinas fiestas de la víspera de su santo.

La tarde era serena y el Sol acababa de desaparecer, dejando coronadas las montañas con brillantes aureolas de sus últimos rayos, cuando los convidados de Keller comenzaron a llegar al Chalet, que al punto fue iluminado con numerosas rachas de viento, sembradas en las márgenes del arroyo, y por grandes faroles que se encendieron en lo interior de la casa. Juan Bautista, con un aire de hospitalidad verdaderamente patriarcal, salió al encuentro de sus huéspedes, mientras que su graciosa hija, puesta de pie en el umbral, tendía por todos los grupos que se aproximaban anhelantes miradas cual si intentase distinguir algún objeto, que sin duda no logró encontrar, pues exhalando un largo suspiro se adelantó enseguida a recibir a sus alegres compañeras con una sonrisa que tenía algo de forzada y melancólica.

En breve fue tan numerosa la concurrencia, que hallándose apretados en la pequeña sala del Chalet y viendo la serenidad del tiempo, corrieron los jóvenes de ambos sexos a esparcirse y a bailar a las orillas del arroyo; mientras que las personas de edad madura tomaban posesión, en fuerza del hábito, de las inmediaciones del apagado hogar.