Mundos opuestos - Nora Roberts - E-Book

Mundos opuestos E-Book

Nora Roberts

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Beschreibung

Eran como el día y la noche. Ty Starbuck era un hombre apasionado y Asher Wolfe una mujer con un control gélido, pero juntos habían conseguido que el mundo estallara en llamas. Asher aún seguía deseando a Ty a pesar de los años que habían pasado separados, pero escondía secretos que no podía revelarle a nadie... ni siquiera al hombre del que seguía enamorada. Si pudiera contarle la verdad...

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Seitenzahl: 309

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1984 Nora Roberts

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Mundos opuestos, n.º 19 - junio 2017

Título original: Opposites Attract

 

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-161-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

 

 

Para Joan Schulhafer, que lidera las giras, se encarga de los detalles, y es una buena amiga.

Uno

 

–Ventaja Starbuck.

«Como siempre, ¿no?», pensó Asher para sus adentros. Por un momento, la cancha quedó inmersa en el típico silencio cargado de expectación de las pistas cubiertas. Los focos caldeaban el ambiente y enfatizaban el ligero olor a cacahuetes y a sudor, y el apelotonamiento en las gradas añadía una camaradería forzada. Un niño empezó a balbucear una protesta, pero fue acallado de inmediato.

Desde su asiento en una de las filas laterales, Asher Wolfe observó con atención a Ty Starbuck… gran tenista, trotamundos, optimista empedernido, antiguo amante… y se dio cuenta de que había cambiado, aunque era incapaz de precisar por qué parecía diferente. Aunque hacía más de tres años que no lo veía en carne y hueso, no parecía mayor, no había engordado ni había perdido el empuje que lo caracterizaba.

No había visto casi ningún partido de tenis por la tele en los últimos años, porque le había resultado demasiado doloroso ver tantos rostros conocidos, y uno en particular. En las contadas veces en que había visto alguna foto suya en la prensa escrita, en columnas deportivas o de cotilleo, se había apresurado a apartar la vista. Había decidido que Ty Starbuck saliera de su vida, y era una mujer con una determinación férrea.

No había tomado a la ligera la decisión de asistir a aquel torneo de pista cubierta en Estados Unidos; después de valorar los pros y los contras con fría objetividad, la lógica se había impuesto y había decidido volver a jugar. Sabía que le resultaría inevitable coincidir con Ty en el circuito, así que había decidido ir a verlo jugar y dejar que la prensa, los demás jugadores y el público comprobaran que no quedaba ningún rescoldo de lo que había habido entre ellos hacía tres años. Ty se daría cuenta de que aquella puerta estaba cerrada definitivamente… y ella también.

Él estaba en la línea de fondo, preparándose para sacar con su postura y su concentración típicas. Cuando echó la pelota al aire y la golpeó con el endiablado saque con la zurda que se había convertido en uno de sus golpes distintivos, la explosión de su aliento al imprimir potencia al golpe resultó audible, y Asher contuvo el suyo. Su contrincante, el francés Grimalier, consiguió devolver el servicio con dificultad, y ambos jugadores empezaron a intercambiar golpes.

El murmullo del público fue en aumento con cada bote de la pelota y con cada raquetazo, y empezaron a resonar gritos de ánimo y de entusiasmo ante la maestría de ambos jugadores. El juego de Ty seguía siendo tan entretenido como siempre; la gente lo adoraba o lo detestaba, pero nadie se quedaba indiferente… ni siquiera ella, aunque no estaba segura de si se encontraba entre sus admiradores o entre sus detractores. Conocía cada uno de sus músculos, cada uno de sus movimientos y de sus expresiones, y sus sentimientos eran un torbellino confuso de respeto, admiración y anhelo que giraba sobre el vórtice de un dolor vívido que no podía olvidar; a pesar de todo, volvía a sentirse cautivada por él. Ty Starbuck reclamaba todas las emociones posibles, y le resultaba indiferente que se tratara de amor o de odio.

Los dos jugadores se movían con rapidez, con los ojos fijos en la pelota. Revés, derechazo, dejada… ninguno de los dos prestaba la más mínima atención al sudor que les corría por la cara, el sudor que el juego y el público les exigían. Un aficionado al tenis quería ver el esfuerzo, quería oír los gruñidos y la respiración laboriosa, quería oler el sudor. A pesar de que estaba decidida a mantenerse al margen, Asher no pudo evitar contemplar a Ty con la profunda admiración que sentía por él desde hacía más de diez años.

Aquel hombre jugaba con una especie de… de entusiasmo indolente, aunque pareciera una contradicción. Fuerza, agilidad, forma… lo tenía todo. Poseía un cuerpo largo y ágil, que parecía casi elástico hasta que los músculos se tensaban. Su metro noventa de altura le confería un gran alcance que resultaba una ventaja a la hora de devolver los golpes, y era capaz de girar, de volverse y de cambiar de dirección con una gran rapidez. Siempre le había recordado a un espadachín que esgrimía su raqueta con elegantes estocadas y con un brillo casi demoníaco en sus ojos color gris oscuro. Tenía el rostro de un aventurero, delgado y atrevido, y su fuerte estructura ósea contrastaba con su boca sensual. Como siempre, llevaba su pelo negro y bastante largo apartado de la cara con una cinta blanca.

A pesar de que tenía un set de ventaja y de que iba por delante en el marcador, jugaba como si su vida dependiera de aquel punto, como siempre. Asher se dio cuenta de que se le había acelerado el corazón, de que estaba tan inmersa en el juego, que era casi como si estuviera en la cancha con la raqueta en la mano, con el sudor descendiendo por su piel. Tenía las palmas de las manos húmedas, y el cuerpo entero tenso. El tenis era un deporte que implicaba al público, y Starbuck siempre había sido capaz de captar la atención de todo el mundo.

Ty mandó la pelota hacia una de las líneas laterales con un potente golpe cruzado, y el francés fue incapaz de alcanzarla. Asher contuvo el aliento, porque la pelota había alcanzado tanta velocidad, que no había podido ver si había entrado o no.

–Fuera –dijo el juez de silla.

El público empezó a protestar de inmediato, pero Asher se limitó a mirar a Ty y esperó a que estallara. Él se había quedado inmóvil, respirando con dificultad a causa del esfuerzo que acababa de realizar y con la mirada fija en el juez, que anunció la igualdad con expresión imperturbable a pesar de las persistentes protestas del público. Lentamente, sin apartar la mirada del hombre, Ty se limpió la frente con la muñequera, y aunque su rostro también siguió inmutable, sus ojos eran más que expresivos. Los gritos de protesta del público se convirtieron en un murmullo, y Asher se mordió el labio inferior.

Al ver que volvía a la línea de saque sin articular palabra, se quedó atónita y sintió que la tensión de sus hombros se relajaba un poco. En el pasado, Ty Starbuck habría protestado, habría pedido el apoyo del público o habría soltado duras imprecaciones, quizá incluso habría lanzado la raqueta al suelo; sin embargo, en ese momento se limitó a volver a la línea de fondo y a contener la furia que ardía en sus ojos.

Se tomó su tiempo, y consiguió un punto de saque explosivo que enardeció al público. En completo silencio, con una paciencia insolente, esperó a que el juez anunciara el punto y la ventaja que había recuperado, pero Asher sabía que ya estaba completamente centrado en el siguiente punto; sin duda, más tarde saborearía aquel punto de saque, pero en ese momento, aún tenía un partido por ganar.

El francés devolvió su siguiente saque con una derecha demoledora, y de nuevo se enzarzaron en un intercambio de golpes sudoroso, furioso y masculino, lleno de velocidad y de fuego, como si ambos contrincantes fueran dos piratas enfrentándose en un mar sólido. Los gritos de entusiasmo y de aliento ahogaban el sonido de la pelota contra las raquetas, de las suelas de goma derrapando en el suelo, de los gruñidos de los jugadores. Sin darse cuenta, Asher se había puesto en pie, como todos los demás. Los dos contrincantes siguieron sin darse cuartel mientras los segundos se convertían en un minuto, y después en otro más.

Con un movimiento brusco de muñeca, el francés devolvió un globo casi imposible que lo dejó por detrás de la línea de fondo. La pelota rebotó en la parte derecha de la pista, y Ty respondió con un duro golpe de revés que la mandó baja y lejos de su oponente. Fue el punto definitivo, con el que ganó un partido de dos horas y media por tres sets a uno.

Starbuck era el campeón del torneo, y el héroe de la afición.

Asher dejó que el entusiasmo la envolviera mientras Ty se acercaba a la red para saludar a su contrincante. El partido le había afectado más de lo que había previsto, pero se dijo que sólo se trataba de admiración profesional; en ese momento, empezó a preguntarse cómo iba a reaccionar al verla de nuevo… ¿le había hecho daño? Dudaba que su corazón hubiera sufrido lo más mínimo, pero era probable que lo hubiera herido en su orgullo, así que quizá se mostraría un poco enfadado; sin embargo, era una experta en aparentar frialdad, se le daba tan bien como rematar un globo con la raqueta. Eran habilidades que había aprendido desde muy niña.

Cuando estuvieran cara a cara, se limitaría a ignorar su mal genio. Había estado preparándose para aquel primer encuentro con la misma dedicación que había empleado en ponerse a punto para su regreso a la cancha, y estaba decidida a ganar en ambos casos. Esperaría a que se duchara y a que acabara con la conferencia de prensa, y entonces iría a felicitarlo. Tenía que ser ella quien diera el primer paso, porque así estaría preparada y en guardia. Llena de confianza, observó como le estrechaba la mano a Grimalier.

De repente, Ty volvió la cabeza poco a poco, de forma deliberada. No buscó entre la multitud, no dudó ni por un segundo antes de fijar la vista en ella. Asher no pudo evitar inhalar con fuerza al sentir el golpe tangible del contacto, y se le secó la boca mientras él la miraba sin pestañear. Cuando él esbozó una sonrisa desafiante, se la devolvió de forma automática, aunque más por pura conmoción que por temeridad. La multitud seguía coreando su nombre, «Starbuck» resonaba entre aquellas paredes como una letanía. Diez segundos, quince… él permaneció inmóvil, sonriendo, y su mirada pareció borrar la distancia que los separaba. Cuando Asher sintió que empezaban a sudarle las manos, él se volvió por fin y dio un círculo completo con la raqueta levantada por encima de la cabeza. El público enloqueció.

Asher permaneció con la mirada fija en él mientras la gente lo rodeaba, y se sintió encolerizada al darse cuenta de que había sabido desde el principio que ella estaba allí. Su enfado no era el acaloramiento lógico al darse cuenta de que le habían ganado la partida, sino una furia fría y cortante. En diez segundos, Ty le había dicho sin palabras que el partido aún no había acabado, y que él siempre jugaba para ganar.

Pero aquella vez no iba a ser así, se dijo con firmeza. Ella también había cambiado. A pesar de todo, permaneció donde estaba, y siguió con la mirada fija en la cancha incluso cuando se vació. Su mente era una vorágine de recuerdos, de emociones, de sensaciones recordadas, y apenas se dio cuenta de la gente que pasaba junto a ella comentando el partido.

Era una mujer alta y delgada, con una piel bronceada por el sol. Tenía el pelo rubio, y un corte práctico y favorecedor que no había cambiado ni durante los tres años que había estado retirada. Su rostro de pómulos elegantes parecía más apropiado para una revista de moda que para una pista de tenis, y seguramente algunos de los presentes la habían considerado una advenediza al verla allí sentada. Tenía una nariz pequeña y recta, y una boca delicadamente moldeada que casi nunca llevaba pintalabios. Sus grandes ojos tenían un tono azul violáceo, y a veces se permitía un pequeño gesto de vanidad y se oscurecía un poco las largas pestañas pálidas. Algunas tenistas llevaban joyas o lazos en la pista, pero ella siempre había optado por un atuendo sencillo y discreto.

Cuando tenía dieciocho años, un reportero la había llamado «el Rostro», y no había podido deshacerse de aquel apodo a pesar de que se había retirado del tenis profesional a los veintitrés. Tenía un rostro hermoso que revelaba un control rígido, y cuando estaba en la cancha, su expresión inexpresiva no les daba a sus adversarias ninguna pista de lo que sentía o pensaba. Una de sus grandes defensas era su capacidad de permanecer impasible a pesar de la tensión, y esa habilidad se extendía a su vida personal.

Asher había vivido y respirado el tenis durante tanto tiempo, que la línea que separaba a la mujer y a la deportista se había vuelto difusa. Su padre le había inculcado una regla dura e inflexible: lo principal era la privacidad. Sólo había habido una persona capaz de cruzar aquel umbral, y estaba decidida a impedir que volviera a hacerlo.

Tenía la mirada fija en la pista vacía, y su rostro carente de expresión, frío y distante, no revelaba la furia y la confusión que sentía, ni el dolor que la había tomado por sorpresa. Estaba tan centrada en sus pensamientos, que el hombre que se había acercado a ella seguido de un pequeño grupo de gente tuvo que repetir su nombre varias veces para poder captar su atención.

A pesar de que sabía que era inevitable que alguien acabara reconociéndola, Asher se sintió feliz al empezar a firmar autógrafos. La gente no la había olvidado. No le costó demasiado enfrentarse a las preguntas, ni siquiera a las que se acercaban peligrosamente a su relación con Ty; sin embargo, a pesar de que una sonrisa y una respuesta vaga bastaban para contentar a la mayoría de los seguidores, sabía que no lo tendría tan fácil con la prensa, aunque con un poco de suerte esa prueba quedaría aplazada para otro día.

Mientras firmaba autógrafos, vio a varios compañeros de profesión… una antigua contrincante, una compañera de dobles, rostros que no había visto en años… de repente, sus ojos se encontraron con los de Chuck Prince, uno de los mejores amigos de Ty y un jugador afable que tenía una muñeca de acero y un juego de pies impresionante. Aunque el intercambio de miradas fue breve e incluso amigable, Asher vio la pregunta muda en sus ojos antes de centrar la atención en otro de sus admiradores.

Miró con una sonrisa a un adolescente que le pedía un autógrafo, consciente de que la noticia de su regreso a las pistas iba a extenderse como la pólvora. Todos comentarían que Asher Wolfe iba a volver a empuñar su raqueta, y se preguntarían si también pensaba volver con Ty Starbuck.

–¡Asher!

Chuck se acercó a ella con el mismo paso enérgico que empleaba en la pista de tenis. Con la efusividad que lo caracterizaba, la tomó de los hombros y le dio un beso en la boca.

–¡Estás fantástica!

Asher soltó una carcajada, mientras intentaba recuperar el aliento después de aquel saludo tan entusiasta.

–Y tú también –le dijo con sinceridad. Chuck era un tipo normal en cuanto a constitución, altura y aspecto en general, pero su personalidad chispeante le daba un atractivo pícaro que sabía explotar a la perfección.

–Nadie sabía que ibas a venir –le dijo él, mientras la conducía a través de la multitud–. No me he dado cuenta de que estabas aquí hasta…

Al ver su leve vacilación, Asher supo que estaba pensando en los potentes segundos en que Ty se había quedado mirándola.

–Eh… hasta el final del partido –siguió diciendo él, mientras la llevaba hacia un rincón un poco más tranquilo en uno de los pasillos laterales–. ¿Por qué no has avisado a nadie?

–No estaba segura de poder venir. Al llegar, decidí ver el partido desde la grada para no interferir con todo ese rollo del regreso de la hija pródiga.

–Ha sido un partido fantástico, Ty ha jugado como nunca en el último set. Ha metido tres puntos de saque geniales.

–Siempre ha tenido un saque endiablado –murmuró Asher.

–¿Has hablado con él?

Cualquier otra persona se habría ganado una mirada gélida por aquella pregunta, pero Chuck obtuvo una mueca elocuente.

–No. Tendré que hacerlo, pero no he querido distraerlo antes del partido –entrelazó los dedos en un gesto que solía hacer cuando estaba nerviosa, y añadió–: Me ha tomado por sorpresa que supiera que iba a venir.

Asher se rió para sus adentros al pensar en lo absurdas que habían sido sus propias palabras. Nada podía distraer a Starbuck cuando tenía una raqueta en la mano.

–Enloqueció cuando te fuiste –le dijo Chuck con voz queda.

Asher separó los dedos con un esfuerzo consciente, y comentó:

–Estoy segura de que no tardó en recuperarse –como su voz había sonado más cortante de lo que pretendía, sacudió la cabeza como si quisiera borrar aquellas palabras y le preguntó con calma–: ¿Qué tal te va?, te vi en un anuncio de zapatillas de deporte.

–¿Qué tal estaba?

–Parecías sincero, estuve a punto de comprarme un par.

–Vaya, lo que quería era dar la imagen de macho viril.

Asher sintió que la tensión que la atenazaba se relajaba un poco, y soltó una carcajada.

–¿Con esa cara? –le agarró la barbilla con una mano, y después de hacer que volviera la cara de un lado a otro, comentó–: Cualquier madre cometería el error de confiar en un tipo con esta carita de bueno.

–¡Shhh! No hables tan fuerte, vas a destrozar mi reputación –protestó Chuck, mientras miraba a su alrededor con una expresión de falsa alarma.

–Tu reputación ya quedó un poco maltrecha en Sidney. ¿Cuándo fue…?, creo que hace tres temporadas, con lo de la stripper.

–Bailarina exótica. Y sólo fue un intercambio cultural.

–Estabas muy guapo con aquellas plumas, el fucsia te sienta muy bien –Asher se echó a reír, y le dio un beso en la mejilla.

–Todos te hemos echado de menos –le dijo él, mientras le daba una palmadita afectuosa en el hombro.

El brillo de humor desapareció de los ojos de Asher de inmediato.

–Yo también os he echado de menos, Chuck. Creo que no me había dado cuenta de hasta qué punto os añoraba a todos, a este mundo, hasta que he puesto un pie en la grada –con la mirada perdida, a Asher le pareció ver de nuevo sus recuerdos, sus pensamientos, y finalmente dijo con voz suave–: tres años.

–Pero ya has vuelto –le dijo Chuck.

Asher levantó la mirada hacia él, y le dijo con firmeza:

–Sí, he vuelto… bueno, voy a hacerlo dentro de dos semanas.

–En el Foro Itálico.

–Nunca gané en esa dichosa pista de tierra batida, pero esta vez voy a lograrlo.

–El problema era tu ritmo de juego.

Asher se tensó al oír aquella voz a su espalda, y una emoción que ni ella misma quiso admitir relampagueó en sus ojos por un instante antes de que su expresión se volviera impenetrable.

Cuando se volvió hacia él, Ty se dio cuenta de que la belleza que recordaba no había sido un truco de su memoria, y de que ella seguía teniendo un control tan férreo como siempre.

–Eso solías decirme –comentó Asher con calma. A pesar de que se dijo que el impacto inicial ya había pasado con aquel primer contacto visual en la pista, no pudo evitar que se le tensaran los músculos del estómago–. Has jugado muy bien, Ty… después del primer set.

Estaban a menos de medio metro de distancia, y ninguno de los dos fue capaz de encontrar diferencia alguna en el otro; al parecer, tres años no eran nada. De repente, Asher se dio cuenta de que aun en el caso de que hubieran pasado veinte años, su sangre seguiría corriendo en un torrente por sus venas al verlo, y su corazón seguiría acelerándose por él. Siempre había sido así, y eso era algo que no iba a cambiar jamás. Sólo por él. Consciente de que no podía permitirse el lujo de recordar el pasado si quería mantener la calma, se obligó a apartar todo aquello de su mente.

Los periodistas no habían cejado en su empeño de entrevistar al campeón, y al verla, empezaron a hacerle preguntas también. Asher se sintió un poco acorralada cuando el cerco fue cerrándose a su alrededor y acercándola cada vez más a Ty, pero él se limitó a tomarla del brazo sin decir palabra, la hizo entrar por una puerta que había junto a ellos, y cerró con el pestillo a su espalda. Cuando se volvió hacia ella, no pareció ni inmutarse al darse cuenta de que habían entrado en un vestuario femenino vacío, y se apoyó en la puerta con actitud indolente mientras ella lo contemplaba con expresión tensa.

Ty se tomó su tiempo para observarla con atención, tal y como había hecho media hora antes en la pista, con un brillo de emoción en los ojos que resultaba casi imposible de descifrar; a pesar de su postura relajada, parecía emanar una fuerza subyacente, como si bajo la superficie aparentemente calmada estuviera fraguándose una tormenta. No le sorprendió que Asher le devolviera la mirada sin pestañear, y no pudo evitar la emoción que lo recorrió. El poder de su serenidad siempre lo había cautivado.

–No has cambiado, Asher.

–Estás muy equivocado –le contestó ella, mientras se preguntaba por qué le costaba respirar, por qué era incapaz de calmar el ritmo acelerado de su corazón.

–¿En serio?, ya lo veremos.

Ty era un hombre muy físico, que gesticulaba y tocaba a su interlocutor al mantener una conversación. Asher recordaba el contacto de su mano en el brazo, en el pelo y en el hombro; de hecho, siempre se había sentido atraída por su naturalidad y su despreocupación… pero también se había alejado de él por aquellos mismos rasgos. Por eso le sorprendió que no hiciera intento alguno de tocarla, que permaneciera quieto y se limitara a observarla.

–Yo sí que he notado un cambio en ti. No has protestado ni una sola vez las decisiones de los jueces de línea, ni siquiera cuando se han equivocado.

–Hace algún tiempo que pasé esa página.

–¿Ah, sí? –Asher se sentía cada vez más incómoda, pero se limitó a encogerse de hombros–. No he seguido las competiciones.

–¿Optaste por una amputación total?

–Sí.

Asher tuvo ganas de volverse, de alejarse de él, pero no tenía escapatoria. A su izquierda, una hilera de espejos le devolvió su propio reflejo… y el de Ty. De forma deliberada, les dio la espalda.

–Sí, es la forma más limpia –añadió.

–¿Y ahora, qué?

–Ahora, voy a volver a jugar.

Asher intentó mantener la calma, pero al inhalar no pudo evitar oler su olor, aquella mezcla familiar de sudor, victoria y sexo que siempre le había cautivado, y bajo su expresión serena sus pensamientos se desviaron hacia noches, tardes y mañanas lluviosas. Ty le había enseñado lo que podían llegar a compartir un hombre y una mujer, había abierto puertas que ni siquiera ella sabía que existían, había superado todas sus defensas hasta encontrarla.

Desesperada, rogó para que no la tocara en ese momento, y entrelazó los dedos con fuerza. A pesar de que no dejó de mirarla a los ojos, Ty reconoció el gesto de nerviosismo y esbozó una sonrisa.

–¿En Roma?

Asher controló las ganas de tragar con fuerza.

–Sí, voy a empezar allí. Aunque llevo tres años sin competir, así que no seré cabeza de serie.

–¿Qué tal va tu golpe de revés?

–Muy bien –Asher alzó la barbilla de forma automática, y añadió–: Mejor que nunca.

Cuando él le rodeó el brazo con los dedos poco a poco, Asher sintió que empezaban a sudarle las manos.

–Siempre me ha sorprendido la fuerza de un brazo tan delicado, ¿sigues levantando pesas?

–Sí.

Ty deslizó la mano hacia la parte interior de su codo, y sintió un placer agridulce al notar su pulso errático.

–Así que lady Wickerton vuelve a las pistas –murmuró con suavidad.

–La señorita Wolfe –lo corrigió ella, con voz tensa–. He recuperado mi apellido de soltera.

–¿El divorcio es definitivo? –le preguntó él, mientras le rozaba los dedos desnudos.

–Sí, desde hace tres meses.

–Qué lástima, el título nobiliario te quedaba muy bien –Ty la miró de nuevo a los ojos, y su mirada reveló la furia que sentía. Observó su rostro con atención, como si estuviera intentando memorizarlo de nuevo, y añadió–: Supongo que encajaste en aquella mansión británica tan bien como un mueble de época, tu físico es perfecto para mayordomos y salones de té.

–La prensa está esperándote.

Asher intentó apartarse, pero él la sujetó con fuerza.

–¿Por qué, Asher? –se había prometido que no se lo preguntaría si volvía a verla, era una cuestión de orgullo; sin embargo, sus emociones eran irreprimibles, y la pregunta restalló entre ellos y los golpeó a ambos de lleno–. ¿Por qué te fuiste así?, ¿por qué te marchaste y te casaste con ese malnacido sin decirme ni una palabra?

Ella permaneció impasible a pesar de la presión de sus dedos, y no hizo ningún intento de soltarse.

–Eso es asunto mío.

Sin dejar apenas que acabara de hablar, Ty la agarró de ambos brazos con fuerza y espetó con voz ronca:

–¿Asunto tuyo? Llevábamos meses juntos, durante todo el circuito de aquel año, y de repente te largaste con un lord inglés –Ty la sacudió ligeramente, mientras sentía que el control se le escapaba de las manos–. Me enteré por mi hermana, ni siquiera tuviste la decencia de dejarme en persona.

–¿Decencia? No pienso discutir sobre decencia contigo, Ty –Asher se tragó las palabras, las acusaciones que se había prometido que nunca pronunciaría, y consiguió decir con cierta calma–: Tomé mi decisión, y no tengo que justificarme ante ti.

–Éramos amantes, vivimos juntos durante casi seis meses –le recordó él, con voz tensa.

–No fui la primera mujer con la que te acostaste.

–Eso lo sabías desde el principio.

–Sí, es verdad –Asher luchó por controlar la rabia que iba creciendo en su interior–. Tomé mi decisión en aquel entonces, y volví a hacerlo después. Suéltame.

Su control gélido y refinado siempre había conseguido fascinarle y enfurecerle. La conocía mejor que nadie, mejor que su padre y que su ex marido, y sabía que a pesar de su exterior sereno y ligeramente desdeñoso, por dentro era una masa de nervios convulsivos. Quería zarandearla hasta quebrantar aquella máscara, pero lo que más ansiaba era volver a saborearla, borrar tres años con un beso largo y voraz. El deseo y la furia le martilleaban las entrañas, y sabía que sería incapaz de detenerse si cedía ante cualquiera de aquellas emociones. La herida aún seguía abierta.

–Tú y yo aún no hemos acabado, Asher. Estás en deuda conmigo –le dijo, mientras relajaba un poco las manos.

–No –a la defensiva, indignada, Asher se soltó de un tirón–. No, no te debo nada.

–Tres años –le dijo él, con una sonrisa desafiante–. Me debes tres años, y vas a pagármelos.

Sin añadir nada más, abrió la puerta y se apartó a un lado, para que fuera ella quien tuviera que enfrentarse de lleno con los periodistas.

–Asher, ¿qué sientes al volver a Estados Unidos?

–Me alegro de estar en casa.

–Se rumorea que vas a volver a competir, ¿es cierto?

–Voy a volver al tenis profesional. Empezaré en Roma, en el inicio del circuito europeo.

Las preguntas fueron sucediéndose, seguidas de sus respuestas. El súbito flash de una cámara la deslumbró por unos segundos. La prensa siempre le había aterrorizado, y recordó las instrucciones que su padre le había repetido una y otra vez: «No digas más de lo estrictamente necesario, no dejes que se den cuenta de lo que sientes, o te devorarán».

A pesar del nudo que tenía en el estómago, Asher se enfrentó a los periodistas con aparente tranquilidad y contestó a las preguntas con voz firme, aunque mantuvo los dedos entrelazados. Con una sonrisa en el rostro, lanzó una mirada hacia el otro extremo del pasillo para comprobar si tenía alguna vía de escape, mientras Ty permanecía apoyado contra la pared con actitud despreocupada.

–¿Irá tu padre a verte jugar en Roma?

–Puede ser –Asher se obligó a ocultar el dolor y la tristeza que la recorrieron.

–¿Te has divorciado de lord Wickerton para volver a jugar?

–Mi divorcio no tiene nada que ver con mi profesión –era una verdad a medias, y se esforzó por sofocar los rescoldos de rencor que aún quedaban en su interior.

–¿Te preocupa enfrentarte a jóvenes promesas como Kingston, y a viejas contrincantes como Martinelli?

–Estoy deseando hacerlo –dijo con calma, sin dejar entrever el terror y la duda que la embargaron.

–¿Volverás a formar pareja con Starbuck?

Por un segundo, en sus ojos relampagueó un destello de furia que fue incapaz de contener.

–Starbuck no juega dobles –consiguió decir, al cabo de un momento.

–Tendréis que estar atentos, por si decido hacerlo. Nunca se sabe lo que puede pasar, ¿verdad, Asher? –con la naturalidad que lo caracterizaba, Ty rodeó con un brazo sus hombros rígidos.

–Siempre has sido más impredecible que yo, Ty –le contestó ella, con una sonrisa gélida.

–¿Ah, sí?

Ty esbozó una sonrisa, y bajó la cabeza hacia ella mientras los flashes de las cámaras empezaban a destellar enloquecidos. Sus ojos se encontraron al mismo tiempo que sus labios, los de ella llenos de furia, los de él de decisión. Tras el breve roce de sus bocas, Ty se incorporó y dijo con calma:

–El Rostro y yo tenemos que ponernos al día.

–¿En Roma? –le preguntó un periodista.

Ty sonrió de oreja a oreja, se acercó a Asher un poco más de forma deliberada, y contestó:

–Allí fue donde empezó todo.

Dos

 

Roma. El Coliseo, la Fuente de Trevi, el Vaticano, tragedias y triunfos históricos, gladiadores y competiciones… en el Foro Itálico, el tórrido sol italiano castigaba a los contendientes tal y como lo había hecho en tiempos del Imperio. Jugar en aquel estadio era una experiencia teatral, era sol y espacio. Había unos pinos enormes que proporcionaban sombra, y unas estatuas impresionantes que diferenciaban a aquel torneo de todos los demás. Las colinas cubiertas de árboles se alzaban sobre el Tíber más allá de las instalaciones deportivas, donde diez mil personas podían corear los nombres de sus ídolos, gritar y silbar. A Asher no se le había olvidado que los aficionados al tenis italianos eran emocionales, entusiastas y patrióticos.

Y tampoco se le había olvidado que el Foro Itálico había sido el lugar donde había tenido las dos mayores revelaciones de su vida: su avasallador amor por el tenis, y su apasionado amor por Ty Starbuck.

A los siete años, había visto cómo su padre ganaba aquel torneo en la pista central, aunque lo había visto jugar con anterioridad en incontables ocasiones, por supuesto. Uno de los primeros recuerdos que conservaba era ver a su padre, alto y moreno, en una pista de tenis con su atuendo blanco. Jim Wolfe ya era un campeón antes de que ella naciera, y había seguido siendo un jugador de reconocido prestigio durante años.

Ella había empezado a recibir lecciones de tenis a los tres años. Con su pequeña raqueta, había golpeado las pelotas que le mandaban algunos de los jugadores más famosos de la generación de su padre, y su apariencia y su gracia innata la habían convertido en la niñita mimada del circuito. Mientras crecía, ver su foto en el periódico o sentarse en el regazo de un ganador de la Copa Davis había sido lo más normal del mundo. Su vida se había centrado en el tenis y en los viajes, había dormido la siesta en limusinas y había recorrido la cuidada hierba de Wimbledon, había saludado a jefes de estado, y un presidente le había dado un afectuoso pellizco en la mejilla. Antes de empezar a ir al colegio, ya había cruzado el Atlántico media docena de veces.

Pero había sido en Roma, un año después de la muerte de su madre, donde había encontrado el amor y la ambición de su vida.

Su padre aún estaba sudoroso y eufórico por su victoria en la pista central, con los pantalones blancos manchados del rojo de la tierra batida, cuando ella le había dicho que jugaría y ganaría algún día en aquella misma pista. No sabía si su padre había accedido a sus deseos impulsado por la indulgencia natural hacia su única hija, por su propia ambición, o por la firme determinación que había visto en los ojos de una niña de siete años; en todo caso, su viaje se había iniciado aquel día, y su padre había sido su guía y su mentor.

Catorce años más tarde, después de caer derrotada en las semifinales, había presenciado la victoria de Starbuck. Su estilo de juego no se parecía en nada al de su padre, ya que éste siempre había jugado de forma meticulosa, con un control férreo y un acento especial en la forma, y Ty era un jugador explosivo, puro músculo y emoción. Más de una vez, se había preguntado cuál de los dos ganaría si se enfrentaran. Siempre se había sentido orgullosa al ver jugar a su padre, pero lo que sentía al ver a Starbuck era pura excitación. Al contemplarlo podía llegar a entender la emoción descarnada que parecían sentir los espectadores de una corrida de toros, porque su estilo tenía una cierta sed de sangre que la alarmaba y fascinaba.

Aunque Ty había intentado conquistarla durante meses, ella le había parado los pies, porque había sentido una mezcla de atracción y de repulsión ante su reputación con las mujeres, su fuerte temperamento, su actitud abierta, y su inconformismo. A pesar de que la atracción era enorme y de que ya estaba enamorada de él, había optado por actuar con sensatez… hasta un día de mayo.

Ty le había recordado a un dios, a un poderoso guerrero mitológico dotado de una fuerza y de un poder al que ni siquiera el público italiano se había podido resistir. Algunos lo habían aclamado, otros le habían silbado y abucheado, y él les había ofrecido el sudor y el espectáculo que habían ido a ver.

Ty había conquistado el título en siete sets apasionantes, y aquella misma noche, ella le había entregado tanto su inocencia como su amor; por primera vez en su vida, le había dado plena libertad a su corazón, y como una flor que hubiera permanecido hasta aquel momento en el clima protegido y controlado de un invernadero, se había abierto de lleno al sol y a la tormenta. Los días habían sido más apasionados y tórridos, las noches una mezcla de turbulencia y de ternura, pero la temporada había llegado a su fin.

Mientras practicaba bajo el sol matutino en la pista número cinco, los recuerdos empezaron a emerger con la dulzura y la amargura de un vino añejo. Viajes a toda velocidad por carreteras secundarias, playas cálidas, habitaciones de hotel en penumbra, risas despreocupadas, caricias desenfrenadas… traición.

–Si te duermes así esta tarde, Kingston va a barrerte de la pista y accederá a cuartos sin problemas.

La suave reprimenda arrancó a Asher de su ensimismamiento.

–Lo siento.

–Me alegro de que lo sientas, teniendo en cuenta que una mujer de edad avanzada ha tenido que levantarse a las seis de la mañana para entrenar contigo.

Asher se echó a reír. Madge Haverbeck tenía treinta y tres años, y seguía siendo una oponente a tener en cuenta. Era una mujer menuda y fuerte, con el pelo castaño y facciones atractivas, y aunque parecía sacada de un anuncio de galletas caseras de los años cuarenta, era una jugadora de fama mundial que en los últimos diez años había ganado Wimbledon dos veces, además de otros trofeos como la Copa Wightman, y tenía un golpe de derecha espectacular. Habían sido compañeras de dobles durante dos años, y su marido, al que Madge apodaba afectuosamente «el Decano», era profesor de Sociología en Yale.

–¿Quieres sentarte un rato y tomarte una taza de té? –le dijo Asher, en tono de broma–. Este juego puede ser bastante duro para un vejestorio como tú.