Temores en la noche - Nora Roberts - E-Book

Temores en la noche E-Book

Nora Roberts

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Beschreibung

En la oscuridad de la noche es cuando surgen estas historias de amor y misterio... Allison Fletcher se negaba a dejarse encandilar por la amabilidad y el atractivo físico de Jonah Blackhawk. Ella era policía y no podía permitirse dejarse influir por un tipo misterioso como él... aunque se le acelerara el corazón sólo de verlo. Jonah sabía que Ally era la fruta prohibida, pero cuando la probó, dejó de pertenecer a esa categoría. Sin embargo, no importaba cuánto la deseara, la agente de policía no encajaba en su vida. Ella debía terminar su caso y alejarse de él enseguida, antes de que su presencia lo consumiera. Hasta entonces, Jonah tendría que mantenerse alejado, refugiarse en su mundo nocturno, protegido por la oscuridad de la noche.

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Seitenzahl: 243

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Nora Roberts

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Temores en la noche, n.º 53 - octubre 2017

Título original: Night Shield

Publicada originalmente por Silhouette© Books

Este título fue publicado originalmente en español en 2002

 

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-408-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Epílogo

 

 

Para todos los tipos duros que

tienen el corazón blando.

 

N.R.

Uno

 

No le gustaban los polis.

Su actitud tenía raíces profundas y surgía de haber pasado sus años formativos esquivándolos o siendo hostigado por ellos cuando sus pies no eran lo bastante rápidos.

Había robado una buena cantidad de carteras al cumplir los doce años y conocía los mejores y más lucrativos canales para convertir un reloj caliente en frío dinero en efectivo.

Por aquel entonces había aprendido que saber la hora no podía comprar la felicidad, pero que los veinte pavos que aportaba el reloj pagaban una buena ración de la tarta de la felicidad. Y veinte pavos apostados con astucia se convertían en sesenta cuando pagaban tres a uno.

El mismo año en que cumplió los doce, había invertido en una pequeña empresa de apuestas las ganancias que con tanto cuidado había acumulado.

En el fondo era un hombre de negocios.

No se había juntado con las bandas. Primero porque jamás había sentido el impulso de formar parte de los grupos, y segundo, y aún más importante, porque no le agradaba que ese tipo de organizaciones siempre aplicaba la ley del más fuerte. Alguien tenía que estar al mando… y prefería ser él mismo.

Algunas personas podrían decir que Jonah Blackhawk tenía un problema con la autoridad.

Y acertarían.

Suponía que la marea había cambiado al cumplir los trece años. Sus beneficios del juego había crecido considerablemente… demasiado para agradar a sindicatos más establecidos.

Había recibido la advertencia habitual… una paliza. Reconoció los riñones magullados, el labio partido y los ojos negros como uno de los riesgos de los negocios. Pero antes de que pudiera tomar la decisión de trasladarse de territorio o cerrar, lo habían arrestado.

Los polis eran mucho más molestos que los rivales laborales.

Pero el poli que había pateado su arrogante trasero había sido distinto. Jonah jamás había descubierto qué separaba exactamente a ese poli de los demás en cuanto a reglas. Pero en vez de acabar en un reformatorio, se encontró metido en programas, centros juveniles y terapia.

Desde luego se había opuesto, pero el poli lo había sujetado con firmeza y no le había permitido maniobrar. Su tenacidad había sido una sorpresa. Nadie había insistido tanto con él, hasta que finalmente se encontró rehabilitado casi a pesar de sí mismo; al menos lo suficiente como para ver que tenía ciertas ventajas, si no trabajar en el sistema, sí trabajar el sistema.

En ese momento, con treinta años, nadie podía considerarlo un pilar de la comunidad de Denver, pero era un legítimo hombre de negocios cuyas empresas daban un beneficio sólido y le permitían llevar un estilo de vida con el que aquel chico callejero no habría podido soñar.

Estaba en deuda con el poli, y siempre pagaba sus deudas.

De lo contrario, habría elegido que lo encadenaran desnudo y untado con miel a un hormiguero de hormigas rojas antes que esperar sentado dócilmente en el despacho exterior de un comisario.

Aunque ese comisario fuera Boyd Fletcher.

No caminó de un lado a otro. El movimiento nervioso era un movimiento perdido y revelaba demasiado. La mujer que ocupaba el puesto fuera de las puertas dobles del despacho del comisario era joven y atractiva, con una interesante y exuberante mata de pelo rojo. Pero Jonah no coqueteó. No lo frenó la alianza que lucía en el dedo sino la proximidad que tenía con Boyd, y a través de él, con la larga línea azul de la policía.

Permaneció sentado, paciente y quieto, en uno de los sillones verdes, un hombre alto de piernas largas y complexión dura con una chaqueta de trescientos dólares sobre una camisa de veinte dólares. Su pelo, negro como un cuervo, liso y tupido, y la tonalidad dorada de su piel y los pómulos marcados eran herencia de su tatarabuelo, un apache.

Sus ojos verdes podían ser legado de su tatarabuela irlandesa, robada de su familia por el apache y a quien le había dado tres hijos.

Jonah sabía poco de la historia de su familia. Sus padres habían estado más interesados en pelear entre ellos por la última cerveza que en arropar a su hijo para contarle cuentos antes de dormir. De vez en cuando su padre había alardeado de su linaje, pero Jonah nunca había estado seguro de qué era verdad y qué conveniente ficción.

Y realmente le había importado un bledo.

Estaba convencido de que uno era lo que hacía de sí mismo.

Era una lección que Boyd Fletcher le había enseñado. Sólo por eso Jonah habría caminado sobre ascuas al rojo por él.

—¿Señor Blackhawk? El comisario lo verá ahora.

La mujer le ofreció una sonrisa cortés al incorporarse para abrirle la puerta. Le había echado un buen vistazo… después de todo, un anillo de compromiso no volvía ciega a una mujer. Como les pasaba a todas las demás, algo en él hacía que se le cayera la baba, y al mismo tiempo la impulsaba a querer correr para esconderse. Sus ojos siempre advertían a las mujeres de que era peligroso.

Entonces Jonah le ofreció una sonrisa, tan llena de poder y encanto que la mujer tuvo ganas de suspirar como una adolescente.

—Gracias.

—De nada —puso los ojos en blanco al cerrar la puerta a su espalda.

—Jonah —Boyd ya se levantaba y rodeaba el escritorio. Con una mano estrechó la de Jonah y con la otra le apretó el hombro—. Gracias por venir.

—Cuesta rechazar una petición del comisario.

La primera vez que Jonah había conocido a Boyd, éste era teniente. Entonces tenía el pelo oscuro, con vetas doradas, y su pequeño despacho de paredes de cristal estaba atestado.

En ese momento su cabello era de un plata intenso y el despacho espacioso. La pared de cristal era un ventanal que daba a Denver y a las montañas que la circundaban.

«Algunas cosas cambian», pensó Jonah; luego contempló los firmes ojos verdes de Boyd. «Y otras no».

—¿Café solo?

—Como siempre.

—Siéntate —Boyd indicó un sillón y luego se acercó a la cafetera. Había insistido en que le pusieran una para evitarse la molestia de llamar a su asistente cada vez que quisiera una taza—. Lamento haberte hecho esperar. Tenía que concluir una llamada. Políticos —musitó mientras llenaba dos tazas—. No los soporto.

Jonah no comentó nada, pero las comisuras de su boca se elevaron.

—Y no quiero ningún comentario inteligente de que a estas alturas del juego me he vuelto un maldito político.

—Nunca se me pasó por la cabeza —Jonah aceptó el café—. Decirlo.

—Siempre fuiste un chico agudo —Boyd se sentó en un sillón al lado de Jonah en vez de ir detrás del escritorio. Suspiró—. Jamás pensé que iba a estar detrás de una mesa.

—¿Echas de menos las calles?

—Todos los días. Pero haces lo que haces, y luego haces lo siguiente. ¿Cómo va el nuevo club?

—Bien. Atraemos a gente respetable. Muchas tarjetas de oro. Las necesitan —añadió al beber el café—. Los desplumamos con los cócteles.

—¿Sí? Y yo que pensaba llevar a Cilla una noche.

—Trae a tu mujer, que las copas y la cena corren por cuenta de la administración… ¿está permitido?

Boyd titubeó, y martilleó el dedo en el costado de la taza.

—Ya veremos. Tengo un pequeño problema, Jonah, y creo que podrás ayudarme a solucionarlo.

—Si puedo.

—Los últimos dos meses hemos sufrido una serie de robos. En su mayor parte de cosas que se liquidan con facilidad. Joyas, pequeños aparatos electrónicos, dinero en efectivo.

—¿En la misma zona?

—No, por toda la ciudad. Casas familiares en los suburbios, apartamentos en el centro de la ciudad, pisos. Hemos tenido seis golpes en menos de ocho semanas. Muy planeados y limpios.

—Bueno, ¿qué puedo hacer por ti? —apoyó la taza en la rodilla—. Los robos nunca fueron lo mío —sonrió—. Según mi historial.

—Siempre me lo cuestioné —alzó una mano—. Los blancos son tan variados como los emplazamientos. Parejas jóvenes, parejas mayores, solteros. Pero todos tienen una cosa en común. Todos estaban en un club la noche del robo.

—¿Alguno mío? —entrecerró los ojos.

—Cinco de seis, tuyos.

Jonah bebió café y miró por el ventanal hacia el cielo azul. El tono de su voz permaneció agradable, casual. Pero sus ojos se volvieron fríos.

—¿Me estás preguntando si tengo algo que ver?

—No, Jonah. Hace mucho que hemos dejado eso —aguardó un segundo. El chico siempre había sido quisquilloso—. Al menos yo.

Con un gesto de asentimiento, Jonah se puso de pie. Fue junto a la cafetera y dejó su taza. No había muchas personas que le importaran lo suficiente como para prestar atención a lo que pensaban. Boyd le importaba.

—Alguien está usando uno de mis clubes para elegir objetivos —anunció dándole la espalda a Boyd—. No me gusta.

—No pensé que te gustaría.

—¿Cuál?

—El nuevo. El Blackhawk’s.

—El de clientela más elevada —asintió otra vez—. Con mayores ingresos que la gente que asiste a un bar deportivo como Fast Break —giró—. ¿Qué quieres de mí, Fletch?

—Me gustaría disponer de tu cooperación. Y me gustaría que aceptaras trabajar con el equipo de investigación. Más específicamente con el detective al mando.

Jonah juró, y en una extraña muestra de agitación, se mesó el pelo.

—¿Quieres que confraternice con la poli, que los suelte por mi local?

—Jonah —Boyd no se molestó en ocultar su diversión—, ya han estado en tu local.

—No en mi presencia —de eso podía estar seguro. Percibía a un poli a un kilómetro de distancia.

—No, al parecer, no. Algunos trabajamos por el día.

—¿Por qué?

Con una risa, Boyd estiró las piernas.

—¿Te conté algunas vez que conocí a Cilla mientras los dos cumplíamos con el turno de noche?

—No más de veinte o treinta veces.

—Eres el mismo bocazas de siempre. Siempre me gustó eso de ti.

—No dijiste eso cuando amenazaste con cerrármela.

—Veo que tampoco te falla la memoria. Podría venirme bien tu ayuda, Jonah —afirmó con súbita seriedad—. La agradecería.

Jonah había evitado la cárcel toda la vida. Hasta que apareció Boyd. Aquel hombre había levantado a su alrededor una prisión de lealtad, confianza y afecto.

—La tienes… para lo que puede valer.

—Para mí vale mucho —se levantó y volvió a ofrecerle la mano—. Justo a tiempo —dijo cuando sonó el teléfono—. Sírvete más café. Quiero que conozcas a la detective que está al mando —rodeó la mesa y alzó el auricular—. Sí, Paula. Bien. Estamos listos —en esa ocasión se sentó detrás del escritorio—. Tengo mucha fe en esta poli en particular. Su placa de detective es bastante nueva, pero se la ganó con merecimiento.

—Una novata. Estupendo —resignado, se sirvió más café. No soltó la cafetera cuando se abrió la puerta, pero la mente le dio un salto mortal. Supuso que era agradable ver que aún podían sorprenderle.

Era una rubia espigada y de piernas largas, con ojos del color del mejor whisky. Llevaba el pelo recogido en una coleta que le caía por el centro de la espalda de una chaqueta severa del color del acero.

Cuando posó esos ojos sobre él, su ancha y bonita boca permaneció seria.

Jonah se dio cuenta de que primero se habría fijado en su cara, que era elegante y de huesos finos, pero luego habría percibido a la poli. El envoltorio podía distraerlo, pero la habría descubierto de todas formas.

—Comisario —tenía una voz como sus ojos, profunda y poderosa.

—Detective. Llega puntual. Jonah, te presento…

—No tienes que presentarla —Jonah bebió un sorbo de café—. Tiene los ojos de tu mujer y tu mandíbula. Encantado de conocerla, detective Fletcher.

—Señor Blackhawk.

Ally lo había visto antes. Cuando su padre había asistido a uno de sus partidos de béisbol del instituto y ella lo había acompañado. Recordó haber quedado impresionada por el vehemente, casi violento, bateador.

También conocía su historia y no era tan confiada con los antiguos delincuentes como su padre. Y aunque odiaba reconocerlo, estaba un poco celosa de la relación que tenían.

—¿Quieres un poco de café, Ally?

—No, señor —era su padre, pero no se sentó hasta que el comisario le indicó un sillón.

Boyd extendió las manos.

—Pensé que estaríamos más cómodos al tener esta reunión aquí. Ally, Jonah ha aceptado cooperar con la investigación. Le he dado un informe general de la situación. He dejado que tú aportes los detalles necesarios.

—Seis robos en un período inferior a ocho semanas. La pérdida acumulativa estimada es de ochocientos mil dólares. Se llevan objetos de salida fácil, en particular joyas. Sin embargo, en un caso robaron el Porsche de una víctima de su garaje. Tres de los hogares tenían instalados sistemas de seguridad. Fueron desactivados. No ha habido señal de alguna entrada forzada. En cada caso, la residencia se hallaba vacía en el momento del robo.

Jonah cruzó la habitación y se sentó.

—Ya sabía todo eso… excepto lo del Porsche. De modo que tienen a alguien capaz de puentear coches además de abrir cerraduras, y lo más probable es que disponga de un contacto para entregar diversas mercancías.

—Ninguno de los objetos robados ha aparecido en alguno de los locales conocidos de Denver. La operación está bien organizada y es eficiente. Sospechamos que como mínimo hay dos, probablemente tres o más personas involucradas. Su club ha sido la fuente principal.

—¿Y?

—Dos de sus empleados en el Blackhawk’s poseen antecedentes. William Sloan y Frances Cummings.

Los ojos de Jonah adquirieron una expresión fría, pero no parpadearon.

—Will se ocupaba de la lotería ilegal, y ya cumplió su condena. Lleva cinco años limpio y fuera de la cárcel. Frannie hacía la calle, y es asunto suyo por qué. Ahora atiende el bar en vez de los lavabos. ¿No cree usted en la rehabilitación, detective Fletcher?

—Creo que su club está siendo utilizado como estanque para pescar, y pretendo comprobar todas las líneas. La lógica indica que alguien de dentro prepara los cebos.

—Conozco a la gente que trabaja para mí —miró a Boyd con expresión furiosa—. Maldita sea, Fletch.

—Jonah, escúchanos.

—No quiero que se hostigue a mi gente porque en algún momento de su vida haya tropezado con la ley.

—Nadie va a hostigar a su gente. O a usted —añadió Ally—. Si hubiéramos querido interrogarlos, lo habríamos hecho. No necesitamos su permiso o su cooperación para interrogar a potenciales sospechosos.

—Para ser mi gente los pasa con mucha facilidad a sospechosos.

—Si los considera inocentes, ¿por qué preocuparse?

—Muy bien, tranquilizaos —Boyd permaneció detrás del escritorio y se frotó la nuca—. Te encuentras en una posición incómoda y difícil, Jonah. Apreciamos eso —afirmó con una clara señal de las cejas en dirección a su hija—. El objetivo es descubrir a quienquiera que esté al mando de esa organización y ponerle fin. Te están utilizando.

—No quiero que Will y Frannie pasen por la sala de interrogatorios.

—No es nuestra intención —«así que tiene un punto caliente», pensó Ally. «¿Amistad? ¿Lealtad? O quizá sólo mantenga alguna historia con la ex prostituta». Sería parte de su trabajo averiguarlo—. No queremos alertar a nadie de dentro sobre la investigación. Necesitamos averiguar quién y cómo está eligiendo a los blancos. Queremos infiltrar a un poli.

—Yo estoy dentro —le recordó Jonah.

—Entonces podrá buscarle un puesto a otra camarera. Puedo empezar esta noche.

Jonah soltó una risa corta y se volvió hacia Boyd.

—¿Quieres que tu hija sirva mesas en mi club?

—El comisario quiere que uno de sus detectives trabaje de incógnito en su club —Ally se puso de pie despacio—. Y éste es mi caso.

Jonah también se levantó.

—Aclaremos esto. Me importa un bledo de quién sea el caso. Su padre me pidió que cooperara, y por eso lo haré. ¿Es esto lo que quieres que haga? —le preguntó a Boyd.

—Lo es, por ahora.

—Bien. Puede empezar esta noche. A las cinco de la tarde, en mi despacho en el Blackhawk’s. Repasaremos lo que necesita saber.

—Te debo una por ésta, Jonah.

—Tú jamás me deberás nada —fue a la puerta, se detuvo y miró por encima del hombro—. ¡Ah, detective! Las camareras en el Blackhawk’s visten de negro. Camisa o jersey negro, falda negra. Y corta —añadió antes de salir.

Ally frunció los labios, y por primera vez desde que entró en la habitación, se relajó lo suficiente como para meter las manos en los bolsillos.

—Creo que no me gusta tu amigo, papá.

—Te entrará.

—¿Estás seguro de él?

—Tanto como lo estoy de ti.

Ally pensó que eso lo decía todo.

—Quienquiera que prepare los robos, tiene cerebro, contactos y agallas. Yo diría que a tu amigo le sobran esas tres cosas —se encogió de hombros—. Pero, si no puedo confiar en tu juicio, ¿en el de quién voy a confiar?

—A tu madre siempre le cayó bien —Boyd sonrió.

—Bueno, entonces, ya estoy medio enamorada —divertida, vio que eso borraba la sonrisa de la cara de su padre—. Todavía pienso meter en el club a un par de hombres como clientes.

—Tú decides.

—Han pasado cinco días desde el último robo. Les está yendo demasiado bien como para que quieran cambiar de zona pronto.

Ally fue a la cafetera, pero cambió de parecer y volvió a alejarse.

—Puede que no utilicen su club la próxima vez, no es una certeza. No podemos abarcar cada maldito club de la ciudad.

—Así que centra tu energía en Blackhawk. Es lo más inteligente. Un paso por vez, Allison.

—Lo sé. Aprendí eso del mejor. Supongo que el primer paso es ir a buscar una falda negra y corta.

—No muy corta —Boyd hizo una mueca cuando su hija se dirigió a la puerta.

 

 

Ally tenía el turno de ocho a cuatro en la comisaría, y aunque se fuera a las cuatro en punto y corriera las cuatro manzanas que la separaban de su apartamento, no podría llegar a casa antes de las cuatro y diez.

Lo sabía, porque ya lo había cronometrado.

Y salir a las cuatro en punto era tan raro como encontrar diamantes en el barro. Pero no quería llegar tarde a su siguiente reunión con Blackhawk.

Era una cuestión de orgullo y principios.

Entró en el apartamento a las cuatro y once; se quitó la chaqueta mientras corría al cuarto de baño.

A paso rápido, el Blackhawk’s se hallaba a veinte minutos de distancia… al doble si intentaba ir en coche en la hora punta.

Era su segunda misión de incógnito después de haber conseguido la placa de detective. No tenía intención de estropearla.

Se quitó la pistolera y la arrojó sobre la cama. El apartamento era sencillo y estaba ordenado, principalmente porque pasaba allí poco tiempo para que pudiera darse otra situación. La casa en la que había crecido seguía siendo su hogar, la comisaría ocupaba el segundo puesto en su lista de prioridades, y el apartamento donde dormía, de vez en cuando comía y aún más raramente pasaba algún rato libre, ocupaba un lejano tercer puesto.

Siempre había querido ser policía. Tampoco le había dado gran importancia. Simplemente había sido su sueño.

Abrió la puerta del armario y hurgó entre una selección de ropa, principalmente vestidos de marca, chaquetas a medida y sudaderas, en busca de una adecuada falda negra.

Si conseguía cambiarse con rapidez, quizá tuviera tiempo para comerse un sándwich o unas galletitas antes de salir otra vez a la carrera.

Sacó una falda, hizo una mueca al ver el largo, y la arrojó a la cama para buscar en la cómoda un par de medias negras.

Si iba a llevar una falda que apenas le cubría el trasero, quería cerciorarse de que se tapaba el resto con unas opacas medias negras.

Mientras se quitaba los pantalones pensó que ésa iba a ser la noche. Debía mantener la calma y el control. Utilizaría a Jonah Blackhawk, pero no dejaría que él la distrajera.

Conocía mucho de él por su padre, y se había encargado de averiguar aún más. De niño había tenido dedos ligeros, pies rápidos y un cerebro ágil. Casi podía admirar a un muchacho que con apenas doce años había logrado organizar un sindicato de apuestas deportivas. Casi.

Y suponía que podía estar cerca de admirar a alguien que había invertido esos comienzos, al menos en la superficie, para convertirse en un próspero hombre de negocios.

El hecho era que había estado en su bar deportivo, el Fast Break, y había disfrutado de la atmósfera, del servicio y de sus excelentes margaritas.

Pero eso era secundario. En ese momento lo principal era Jonah Blackhawk.

Quizá se había crispado porque ella había dejado claro que dos de los empleados que tenía en nómina figuraban en su lista de sospechosos. Era una pena. Su padre quería que confiara en ese hombre, de modo que se esforzaría por conseguirlo.

A las cuatro y veinte estaba vestida de negro: jersey de cuello vuelto, falda y pantys. Buscó entre los zapatos en el suelo del armario y encontró unos adecuados de tacón bajo. Se miró en el espejo del tocador, se quitó el prendedor del pelo, se lo cepilló y volvió a recogérselo. Luego cerró los ojos y trató de pensar como una camarera de un club elegante.

Carmín, perfume, pendientes. Una camarera atractiva sacaba más propinas, y las propinas debían ser un objetivo. Estudió el resultado en el espejo. Supuso que estaba sexy, ciertamente femenina y, de un modo satisfactorio, pragmática. Y no tenía ningún sitio para ocultar su arma.

Suspiró y guardó la nueve milímetros en un bolso grande. Se puso una chaqueta negra de piel como concesión a la fresca noche primaveral; luego corrió a la puerta.

Tenía tiempo suficiente para ir con el coche si bajaba directamente al garaje y pillaba todos los semáforos en verde.

Abrió la puerta y soltó una maldición.

—Dennis, ¿qué haces?

Dennis Overton sostenía una botella de Chardonnay de California y le ofreció una sonrisa grande y animada.

—Pasaba por aquí. Pensé que podríamos tomar unas copas.

—Me marcho.

—Perfecto —él intentó tomarle la mano—. Iré contigo.

—Dennis —no quería herirlo. No otra vez. Había quedado devastado cuando rompió con él dos meses atrás. Y todas las llamadas y encuentros «fortuitos» provocados por él habían terminado mal—. Ya hemos pasado por esto.

—Vamos, Ally. Sólo un par de horas. Te echo de menos.

Tenía esa expresión triste de basset hound en los ojos, esa sonrisa de súplica en los labios. Ally se recordó que habían funcionado una vez. Más de una vez. Pero también recordó cómo esos mismos ojos podían centellear con un brillo salvaje por los celos injustificados, dominados por una furia apenas controlada.

En el pasado él le había importado, lo suficiente como para perdonarle las acusaciones, para tratar de ignorar sus cambios de estado de ánimo, lo bastante como para sentirse culpable por haber terminado la relación.

Le importaba lo bastante como para controlarse por esa última invasión de su tiempo y de su espacio.

—Lo siento, Dennis. Tengo prisa.

—Dame cinco minutos —sin dejar de sonreír, le bloqueó el paso—. Por los viejos tiempos.

—No dispongo de cinco minutos.

La sonrisa se desvaneció y ese brillo conocido y sombrío apareció en sus ojos.

—Nunca tuviste tiempo para mí cuando lo necesité. Siempre era lo que tú querías y cuando tú lo querías.

—Exacto. Estarás mejor sin mí.

—Vas a ver a otro, ¿verdad? Me despides para correr al encuentro con otro hombre.

—¿Y qué si es así? —«ya es suficiente», pensó—. No es asunto tuyo adónde voy, qué hago o a quién veo. Es lo que parece que no logras entender. Pero vas a tener que esforzarte más, Dennis, porque ya estoy harta. Deja de presentarte en mi casa.

—Quiero hablar contigo —la agarró del brazo antes de que pudiera irse.

Ella no se soltó, simplemente clavó la vista en su mano, y alzó los ojos, fríos como febrero, hacia los de su ex.

—No abuses de tu suerte. Y ahora apártate.

—¿Qué vas a hacer? ¿Dispararme? ¿Arrestarme? ¿Llamar a tu papá, el santo de la policía, para que me encierre?

—Te voy a pedir, una vez más, que te apartes. Retrocede, Dennis, y hazlo ya.

El estado de ánimo de Dennis volvió a cambiar, veloz y suave como una puerta giratoria.

—Lo siento, Ally, lo siento —tenía los ojos húmedos y la boca le temblaba—. Estoy agitado, eso es todo. Dame otra oportunidad. Sólo necesito otra oportunidad. Esta vez haré que funcione.

Ella le soltó los dedos, cerrados sobre su brazo.

—Nunca funcionó. Vete a casa, Dennis. No tengo nada para ti —y se marchó sin mirar atrás, sangrando por dentro por lo que había tenido que hacer.

Dos

 

Ally llegó a la puerta del Blackhawk’s a las cinco y cinco. «Un punto en contra», pensó mientras se tomaba un minuto extra para alisarse el pelo y recuperar el aliento. Había recorrido las diez manzanas a la carrera. No era una gran distancia para ella, pero los tacones que llevaba no se parecían en nada a unas buenas zapatillas.

Entró y estudió el entorno.

La barra era una extensión larga y negra que se curvaba en un coqueto semicírculo y ofrecía mucho espacio para unos taburetes cromados con mullidos cojines de piel. Unos espejos negros y plateados recorrían la pared de atrás, devolviendo reflejos y formas.

Concluyó que era cómodo y con estilo. Pedía que la gente se sentara, se relajara y dejara el dinero.

Había bastantes personas dispuestas a ello. Al parecer ya había empezado la hora feliz y todos los taburetes se hallaban ocupados. Los que estaban en la barra u ocupaban las mesas cromadas bebían al son de música grabada que sonaba lo bastante baja como para animar la conversación.

La mayoría de los clientes llevaba traje y corbata y tenía un maletín en el suelo. «La brigada comercial», pensó, que había logrado salir de la oficina un poco antes o empleaba el club como un punto de reunión para hablar de negocios o cerrarlos.

Dos camareras se ocupaban de las mesas. Las dos iban de negro. Furiosa, notó que ambas llevaban pantalones en vez de falda.

Un hombre se encargaba de la barra: joven y atractivo, coqueteaba abiertamente con un trío de mujeres sentadas en el extremo más apartado de la barra. Se preguntó cuándo sería el turno de Frances Cummings. Debía pedirle los horarios a Blackhawk.

—Pareces un poco perdida.

Ally desvió la vista y estudió al hombre que se le había acercado con sonrisa fácil. Cabello castaño, ojos castaños, barba recortada. Un metro setenta y cinco, tal vez setenta kilos. El traje oscuro tenía buen corte, la corbata gris estaba perfectamente anudada.

William Sloan parecía mucho más presentable esa noche.

—Espero que no —decidió que un poco de agitación encajaba con su papel, se cambió de hombro el bolso y le ofreció una sonrisa nerviosa—. Soy Allison. Se supone que debo ver al señor Blackhawk a las cinco. Llego tarde.

—Un par de minutos. No te preocupes. Will Sloan —le ofreció la mano y se la estrechó con gesto fraternal—. El jefe me dijo que estuviera atento a tu llegada. Te llevaré a su despacho.

—Gracias. Estupendo sitio —comentó.

—Desde luego. El jefe lo dirige y siempre quiere lo mejor. Te daré un recorrido rápido —con la mano en la espalda de ella, la condujo por la zona del bar, luego a la más amplia con mesas, un escenario con dos niveles y una pista de baile.

Ally alzó la vista y vio techos plateados con luces pequeñas que parpadeaban y titilaban. Las mesas eran cuadrados negros sobre pedestales que se elevaban de un humeante suelo plateado con las mismas lucecitas que brillaban bajo la superficie, como estrellas detrás de nubes.

Exhibía arte moderno, enormes lienzos manchados o veteados con colores llamativos, extrañas y fascinantes esculturas de pared creadas con metales o textiles.

Las mesas estaban vacías salvo por lámparas esbeltas y cilíndricas de metal, con recortes de medias lunas.

Era una fusión de art decó y tercer milenio. Jonah Blackhawk se había construido un local con mucha clase.

—¿Has trabajado ya en clubes?