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Aparentemente, la teniente de policía Althea Grayson era una mujer implacable y eficaz. Sin embargo, detrás de esa fachada de seguridad, se escondía una mujer que había sufrido una infancia y una adolescencia muy difíciles. Desde entonces, Althea se enorgullecía de que nadie podía derribar sus defensas. Pero el día que conoció a su nueva pareja en el cuerpo, Colt Nightshade, un renegado sin respeto alguno por las normas, algo en su interior empezó a desmoronarse.
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Seitenzahl: 287
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1993 Nora Roberts
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un grito en la noche, n.º 33 - agosto 2017
Título original: Nightshade
Publicada originalmente por Silhouette© Books
Este título fue publicado originalmente en español en 2001
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.
I.S.B.N.: 978-84-9170-178-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
A Dan
N.R.
Era un lugar poco agradable para encontrarse con un soplón. Una noche fría, una calle oscura, con el olor a whisky y a sudor que se filtraba a través de las rendijas de la puerta del bar que había a su espalda. Colt sacó un puro fino mientras estudiaba al saco de huesos con el que había acordado que le compraría información. Aunque había poco que mirar: bajo, flaco y feo como un pecado. A la brillante luz del cartel de neón que había detrás de ellos, su informador parecía casi cómico.
Pero el asunto que los ocupaba no tenía nada de gracioso.
—Cuesta encontrarte, Billings.
—Sí, sí… —Billings se mordisqueó un dedo pulgar sucio y miró a ambos lados de la calle—. Es una manera de mantener la salud. Oí que andabas buscándome —observó a Colt unos instantes y luego apartó la vista—. Un hombre en mi posición ha de tener cuidado, ¿sabes? Lo que quieres comprar no es barato. Y es peligroso. Me sentiría mejor con la poli. Por lo general trabajo con ellos, pero no he podido encontrarlos en todo el día.
—Yo me sentiría mucho mejor sin la poli. Y soy yo quien paga —para ilustrar la afirmación, sacó dos billetes de cincuenta dólares del bolsillo de la camisa. Vio que los ojos de Billings se clavaban con codicia en el dinero. Pero lo mantuvo fuera de su alcance.
—Hablo mejor con una copa —con la cabeza señaló la puerta del bar. La risa de una mujer, alta y aguda, atravesó el cristal como un disparo.
—Yo te oigo perfectamente —Colt observó que el hombre era un manojo de nervios. Casi podía oír el sonido de sus huesos al entrechocar entre sí mientras pasaba de un pie a otro. Si no insistía en ese momento, iba a salir corriendo como un conejo asustado. Había llegado demasiado lejos y había demasiado en juego para perderlo—. Dime lo que necesito saber, y luego te invitaré a una copa.
—No eres de por aquí.
—No —Colt enarcó una ceja y esperó—. ¿Representa algún problema?
—Ninguno. Casi es mejor. Como se enteren… —Billings se pasó el dorso de la mano por la boca—. Bueno, tienes pinta de saber cuidarte.
—Ya lo he hecho en más de una ocasión —dio una última calada antes de tirar el puro a una alcantarilla—. Información, Billings —para demostrar su buena fe, extendió uno de los billetes—. Vayamos al grano.
En el momento en que el otro alargaba unos dedos ansiosos, el frío aire quedó destrozado por el sonido de unas ruedas al frenar sobre el asfalto.
Colt no tuvo que leer el terror en los ojos de Billings. La adrenalina y el instinto entraron en acción como la coz de una mula. Se tiró al suelo en el instante en que sonaron los primeros disparos.
A Althea no le importaba estar aburrida. Después de un día duro, un poco de tedio era bienvenido, ya que le daba a su mente y a su cuerpo la oportunidad de recargarse. No le importaba acabar un turno de diez horas después de una agotadora semana de sesenta y ponerse un vestido de cóctel y unos zapatos con tacones de diez centímetros. Ni siquiera se quejaba por estar en un banquete en el salón del Brown House mientras un discurso tras otro le embotaba la cabeza.
Lo que sí le importaba era que su pareja deslizara la mano por su muslo debajo del mantel de lino blanco.
Los hombres eran tan predecibles…
Alzó la copa de vino y, moviéndose en el asiento, rozó la oreja de su pareja con la nariz.
—¿Jack?
—¿Umm? —Jack subió un poco más la mano.
—Si no apartas la mano… digamos que en los próximos dos segundos… voy a pinchártela con el tenedor de postre. Te hará daño, Jack —se recostó y bebió un sorbo de vino, sonriendo por encima del borde mientras él arqueaba una ceja—. Tardarás un mes en poder jugar al frontón.
Jack Holmsby, soltero codiciado, temido fiscal e invitado de honor en el Banquete de la Escuela de Abogados de Denver, sabía cómo manejar a las mujeres. Y llevaba meses tratando de acercarse lo suficiente como para manejar a aquella mujer.
—Thea… —susurró, regalándole su sonrisa más encantadora y pícara—. Ya casi hemos terminado aquí. ¿Por qué no vamos a mi casa? Podemos… —al oído le susurró una sugerencia descriptiva, imaginativa y, con toda seguridad, anatómicamente imposible.
El sonido del busca le ahorró a Althea tener que contestar y a Jack lo salvó de verse sometido a una operación menor. Varios de los invitados que compartían la mesa se movieron para comprobar sus bolsillos y bolsos. Con una inclinación de cabeza, ella se levantó.
—Perdón. Creo que es el mío —se alejó con una oscilación sutil de sus caderas. Aquel cuerpo enfundado en un vestido púrpura con un gran escote en la espalda hizo que más de una cabeza se volviera. La presión arterial de algunos se elevó. Las fantasías se desbocaron.
Consciente de las reacciones que provocaba, pero indiferente a ellas, salió del salón y atravesó el vestíbulo hacia los teléfonos. Abrió el bolso de noche, que contenía una polvera, lápiz de labios, su placa, dinero para una emergencia y su nueve milímetros, extrajo una moneda y realizó la llamada.
—Grayson —mientras escuchaba, echó para atrás su pelo del color del fuego y entornó sus ojos, de un color entre castaño y dorado—. Voy para allá —colgó, se volvió y vio que Jack Holmsby avanzaba hacia ella. Con objetividad tuvo que reconocer que era un hombre atractivo. Con un aspecto muy pulcro. Resultaba una pena que por dentro fuera tan corriente—. Lo siento, Jack. He de irme.
La irritación hizo que él frunciera el ceño. En su casa tenía preparada una botella de coñac Napoleón, la leña para encender la chimenea y unas sábanas de satén.
—Vamos, Thea, ¿nadie más puede acudir a la llamada?
—No —el trabajo era lo primero, siempre—. Menos mal que habíamos quedado aquí, Jack. Puedes quedarte y disfrutar de la velada.
Pero él no pensaba rendirse con tanta facilidad. La acompañó por el vestíbulo hasta la noche otoñal.
—¿Por qué no vuelves cuando hayas terminado? Podemos continuar donde lo dejamos.
—No dejamos nada, Jack —le entregó el ticket del aparcamiento a un aparcacoches—. Debes aprender a abandonar, ya que no pienso empezar nada contigo —suspiró cuando él la rodeó con un brazo.
—Vamos, Thea, esta noche no has venido a comer unas buenas costillas y a escuchar los interminables discursos de un grupo de abogados —bajó la cabeza y murmuró junto a sus labios—: No te has puesto un vestido así para mantenerme a raya. Te lo pusiste para calentarme. Y lo has conseguido.
La leve irritación que Althea sentía se agudizó.
—He venido esta noche porque te respeto como abogado —el rápido codazo que le dio en las costillas lo dejó sin aire y lo obligó a retroceder un paso—. Y porque pensé que podríamos pasar juntos una velada agradable. Lo que me pongo es asunto mío, Holmsby, pero no lo elegí para que pudieras manosearme por debajo de la mesa ni para que hicieras una sugerencia ridícula sobre cómo podía pasar el resto de la noche.
No gritaba, pero tampoco se molestaba en mantener la voz baja. En ella centelleaba la ira, como hielo bajo la niebla. Consternado, Jack tiró del nudo de su corbata y miró a derecha e izquierda.
—Por el amor de Dios, Althea, tranquilízate.
—Es lo mismo que pensaba recomendarte —dijo con dulzura.
Aunque el aparcacoches era todo ojos y oídos, con educación carraspeó. Althea se volvió para aceptar las llaves.
—Gracias —le ofreció una sonrisa y una propina generosa.
La sonrisa hizo que el corazón del joven se acelerara y que no mirara el billete antes de guardarlo en el bolsillo. Estaba demasiado ocupado soñando.
—Ah… conduzca con cuidado, señorita. Y vuelva pronto.
—Gracias —Althea se echó el pelo hacia atrás y con fluidez se sentó ante el volante del Mustang descapotable—. Nos veremos en los tribunales, fiscal.
Los escenarios de crímenes, ya fueran en la calle o bajo techo, en un entorno urbano, suburbano o en el campo, tenían una cosa en común: el aura de muerte. Como policía con casi diez años de experiencia, Althea había aprendido a reconocerla, absorberla y archivarla, mientras se dedicaba al procedimiento preciso y mecánico de la investigación.
Al llegar, ya habían acordonado media manzana. El fotógrafo de la policía había terminado y estaba guardando su equipo. El cuerpo había sido identificado. Por eso la habían llamado.
Había tres patrullas con las luces encendidas cuyas radios no dejaban de emitir ruidos. Los espectadores, atraídos como siempre por la muerte, se arracimaban detrás del precinto policial amarillo, ansiosos de reafirmar que ellos sí se hallaban con vida e ilesos.
Como la noche era fresca, antes de bajar recogió el chal que había arrojado al asiento de atrás. La seda de color verde esmeralda alejó el frío de sus brazos y su espalda. Mostrándole la placa al policía novato que controlaba a la multitud, se agachó para atravesar la barricada. Se sintió agradecida al ver a Sweeney, un policía veterano que llevaba el doble que ella en el cuerpo y no tenía prisa por colgar su uniforme.
—Teniente —la saludó, luego sacó un pañuelo y realizó un intento valiente por despejarse la nariz.
—¿Qué tenemos, Sweeney?
—El muerto se hallaba ante la puerta del bar hablando cuando lo acribillaron desde un coche —se guardó el pañuelo en el bolsillo—. Los testigos dicen que el coche apareció a toda velocidad, en dirección norte, y lanzó una descarga sin aminorar.
—¿Algún transeúnte herido? —podía oler la sangre, aunque ya no era fresca.
—No. Un par de cortes por los cristales que volaron, eso es todo. Dieron en el blanco —Sweeney miró por encima del hombro—. No tuvo ninguna posibilidad, teniente. Lo siento.
—Sí, yo también —bajó la vista al cuerpo tendido sobre el cemento manchado. Con vida ya había sido poca cosa, y en ese momento era aún menos. Había medido un metro sesenta y cinco, cincuenta kilos de peso, era todo huesos y tenía una cara que hasta a una madre le habría costado amar.
Wild Bill Billings, chulo y carterista a tiempo parcial, soplón a tiempo completo. Pero, maldición, había sido su soplón.
—¿El forense?
—Vino y se fue —confirmó Sweeney—. Estamos listos para meterlo en hielo.
—Pues adelante. ¿Tienes una lista de testigos?
—Sí, la mayoría inservibles. Era un coche negro o azul. Un borracho afirma que era un carro tirado por demonios de fuego —maldijo, con inventiva veteranía, conociendo lo suficiente a Althea como para saber que no se ofendería.
—A ver qué podemos conseguir —estudió a la multitud… habituales de bares, adolescentes en busca de acción, algunos sin hogar y…
Sus antenas vibraron al clavar la vista en un hombre. A diferencia de los otros, no tenía los ojos desencajados por repulsión o excitación. Se hallaba relajado, con la cazadora de cuero abierta al viento, revelando una camisa de franela y un destello de plata en una cadena. Su complexión alta y delgada hizo que pensara que sería veloz. Llevaba unos vaqueros gastados que descendían por sus piernas largas hasta terminar en unas botas viejas. Su pelo, que podría ser rubio oscuro o castaño, se agitaba con la brisa y se rizaba encima del cuello.
Fumaba un puro fino y escrutaba el escenario tal y como habían hecho los ojos de Althea. La luz no era buena, pero llegó a la conclusión de que estaba bronceado, lo cual encajaba muy bien con el rostro bien definido. Los ojos eran profundos, la nariz larga, a falta de un milímetro para ser estrecha. La boca era fuerte, de esas que parecían a punto de exhibir una mueca desdeñosa con facilidad.
El instinto la impulsó a catalogarlo como un profesional, antes de que el hombre moviera los ojos y los clavara en ella con un impacto parecido al de un poderoso puñetazo.
—¿Quién es el vaquero, Sweeney?
—El… Oh —la cara cansada de Sweeney se arrugó en lo que podría haber sido una sonrisa—. Un testigo —informó; daba la impresión de que al tipo le iría a la perfección un sombrero Stetson y un caballo—. La víctima hablaba con él cuando la abatieron.
—¿Sí? —no giró la vista cuando el equipo del forense se ocupó del cuerpo. No era necesario.
—Es el único que nos ha dado una historia coherente —Sweeney sacó su bloc de notas, se humedeció el pulgar y pasó algunas hojas—. Dice que se trataba de un sedán Buick del 91, con matrícula de Colorado con las letras ACF. Dice que no pudo ver los números, porque llevaba las luces apagadas y estaba ocupado buscando cobertura. Según él, el arma sonó como una AK-47.
—¿Sonó? —«interesante», pensó. En ningún momento apartó los ojos de los del testigo—. Tal vez… —calló al ver a su capitán cruzar la calle. El capitán Boyd Fletcher fue directamente hacia el testigo, movió la cabeza, sonrió y lo envolvió en el equivalente masculino de un abrazo. Se intercambiaron varias palmadas en la espalda—. Al parecer el capitán se encarga de él en este momento —Althea guardó su curiosidad como si se tratara de un plato exquisito para saborear más adelante—. Terminemos aquí, Sweeney.
Colt la había observado desde el momento en que sacó una de sus largas y esbeltas piernas por la puerta del Mustang. Valía la pena mirar a una mujer como aquella, desde luego que sí. Le habían gustado sus movimientos, con una gracia atlética y concisa que no desperdiciaba ni tiempo ni energía. Y, por supuesto, le había gustado su aspecto. Su pequeño y cuidado cuerpo sexy tenía las suficientes curvas como para avivar el apetito de un hombre, y con toda esa seda púrpura y verde agitada al viento… El cabello de fuego, apartado de un rostro digno de guardarse en un camafeo, aportaba muchas más cosas interesantes a la mente de un hombre que la joya de su abuela.
Era una noche fresca, y un solo vistazo a esa mujer hizo que Colt sintiera calor.
No era una mala forma de mantenerse abrigado mientras aguardaba, ya que en las mejores circunstancias no era un hombre al que se le diera bien la espera.
No le había sorprendido que ella le mostrara la placa al joven policía que estaba ante las vallas. Llevaba con belleza la autoridad sobre sus exuberantes hombros de nadadora. Encendió un puro y decidió que sería una ayudante del fiscal del distrito, y luego comprendió el error cometido al ver que se ponía a hablar con Sweeney.
La dama tenía «policía» escrito en todo su cuerpo.
Menos de treinta años, quizá una metro sesenta y cinco sin aquellos tacones altos. Era evidente que los policías cada día resultaban más interesantes.
De manera que esperó, analizando la escena. Los restos de Wild Bill Billings no le inspiraban ningún tipo de sentimiento. El hombre en ese momento no le servía.
Ya descubriría otra cosa, o a otra persona. Colt Nightshade no era un hombre que dejara que un asesinato se interpusiera en su camino.
Cuando sintió la mirada de ella, dio una calada perezosa y soltó el humo. Luego movió los ojos hasta que se encontraron con los de la mujer. La contracción que experimentó en las entrañas fue inesperada… descarnada y puramente sexual. El momento fugaz en que su mente quedó más limpia que el cristal fue más que inesperado. No tenía precedentes. Fue un choque de poderes. Ella dio un paso hacia él. Colt soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo.
La preocupación que lo embargaba facilitó que Boyd pudiera acercársele por la espalda y lo sorprendiera.
—¡Colt! ¡Hijo de perra!
Se volvió, preparado para cualquier cosa. Pero la fría intensidad de sus ojos se desvaneció en una sonrisa que podría haber derretido a cualquier mujer situada a veinte pasos.
—Fletch —en la relajada calidez que reservaba a los amigos, Colt le devolvió el abrazo de oso antes de retroceder para observarlo. No veía a Boyd desde hacía casi diez años. Le alivió comprobar que había cambiado muy poco—. Aún sigues con esa cara bonita…
—Y tú aún das la impresión de que acabas de bajar de las montañas. Dios, me alegro de verte. ¿Cuándo llegaste a la ciudad?
—Hace un par de días. Quería ocuparme de un asunto antes de llamarte.
Boyd miró en dirección a la furgoneta del forense.
—¿Era ese tu asunto?
—Parte. Me alegro de que hayas venido tan pronto.
—Sí —Boyd divisó a Althea y reconoció su presencia con un asentimiento imperceptible—. Colt, ¿has llamado al poli o a un amigo?
—Viene bien que seas ambas cosas —miró lo poco que quedaba del puro, lo tiró cerca de la alcantarilla y lo apagó con la bota.
—¿Mataste a ese tipo?
Le hizo la pregunta con tanta naturalidad que Colt volvió a sonreír. Sabía que Boyd no habría movido un pelo si hubiera confesado en ese momento y lugar.
—No.
—¿Vas a contarme qué ha pasado?
—Sí.
—¿Por qué no esperas en el coche? Estaré contigo en un minuto.
—Capitán Boyd Fletcher —Colt movió la cabeza y rio entre dientes. Aunque era pasada la medianoche, se hallaba tan alerta como relajado, con una taza de café malo en la mano y las botas apoyadas en el escritorio de Boyd—. Has progresado.
—Pensaba que te dedicabas a los caballos y al ganado en Wyoming.
—Y lo hago. De vez en cuando.
—¿Qué pasó con tu título de abogado?
—Lo tengo por alguna parte.
—¿Y las fuerzas aéreas?
—Sigo volando. Lo que pasa es que ya no llevo uniforme. ¿Cuánto tardarán en traer esa pizza?
—Lo suficiente para que llegue fría y no se pueda comer —Boyd se reclinó en su sillón. Se sentía cómodo en el despacho. Estaba cómodo en la calle. Y, como le había sucedido veinte años atrás en la escuela privada preuniversitaria, se sentía cómodo con Colt—. ¿No llegaste a ver a quién disparó?
—Diablos, Fletch, fui afortunado de distinguir el coche antes de morder el asfalto para protegerme. Aunque tampoco creo que eso ayude mucho, ya que lo más probable es que fuera robado.
—La teniente Grayson lo está investigando. ¿Por qué no me cuentas qué hacías con Wild Bill?
—Se puso en contacto conmigo. Llevo… —calló cuando entró Althea. No se había molestado en llamar y llevaba una caja plana de cartón.
—¿Alguien ha pedido pizza? —dejó la caja en la mesa de Boyd y extendió una mano—. Diez pavos, Fletcher.
—Althea Grayson, Colt Nightshade. Colt es un viejo amigo —sacó diez dólares de la cartera.
—Señor Nightshade —después de doblar el billete con meticulosidad y guardarlo en el bolso de lentejuelas, depositó este sobre las carpetas.
—Señorita Grayson.
—Teniente Grayson —corrigió. Levantó la tapa de la caja, analizó los ingredientes y eligió una porción—. Tengo entendido que estaba en la escena del crimen.
—Eso parece —Colt bajó las piernas del escritorio para adelantar el torso y tomar también una porción. Captó la fragancia de ella por encima de la pizza. Era mucho más tentadora.
—Gracias —murmuró Althea cuando Boyd le pasó una servilleta—. Me pregunto qué hacía siendo tiroteado con mi soplón.
—¿Su soplón? —Colt entrecerró los ojos.
—Exacto —«igual que su pelo, sus ojos no parecen decidirse por el color que deberían tener», pensó. Estaban entre el azul y el verde. Y en ese momento eran tan fríos como el viento que soplaba contra la ventana.
—Bill me contó que él llevaba todo el día tratando de hablar con su contacto policial.
—Hacía trabajo de campo.
Colt enarcó las cejas al recorrer la seda esmeralda del chal de Althea.
—Vaya campo.
—La teniente Grayson dedicó todo el día a rastrear una operación de drogas —intervino Boyd—. Y bien, chicos, ¿por qué no empezamos de nuevo desde el principio?
—Bien —Althea dejó la porción a medio comer en la caja, se limpió los dedos y se quitó el chal.
Colt apretó los dientes para evitar que le colgara la lengua. Como ella le daba la espalda, tuvo el doloroso placer de evaluar lo seductora que podía resultar una espalda desnuda cuando era esbelta, recta y enmarcada entre seda de color púrpura.
Después de dejar el chal sobre un archivador, Althea reclamó la pizza y se sentó en un rincón del escritorio de Boyd.
Colt se dio cuenta de que ella era consciente de lo que les hacía a los hombres. Pudo verlo en sus ojos. Siempre había creído que cada mujer conocía cuál era su propio arsenal, pero resultaba duro cuando la mujer iba tan armada como aquella.
—Wild Bill, señor Nightshade… —comenzó Althea—. ¿Qué hacía con él?
—Hablar —sabía que la respuesta era escueta, pero en ese momento intentaba juzgar si había algo entre la sexy teniente y su viejo amigo. Su viejo y casado amigo. Le alivió y sorprendió un poco no percibir la más mínima atracción entre ellos.
—¿De qué? —la voz de Althea seguía siendo paciente, incluso agradable. Como si interrogara a un niño pequeño con una deficiencia mental.
—La víctima era el soplón de Althea —le recordó Boyd a Colt—. Si ella quiere el caso…
—Y lo quiero —intervino Althea.
—Entonces es suyo.
Para ganar tiempo, Colt tomó otra porción de pizza. Iba a tener que hacer algo que odiaba y que se le atragantaba. Pedir ayuda. Y para obtenerla tendría que compartir lo que sabía.
—Tardé dos días en localizar a Billings y convencerlo de que hablara conmigo —también le había costado doscientos dólares en sobornos despejar el camino, pero no era de los que contaba el precio hasta el resultado final—. Estaba nervioso, realmente no quería hablar hasta tener al lado la presencia de su contacto policial. Así que lo tenté —miró a Althea. Se dio cuenta de que estaba exhausta. Costaba detectar la fatiga, pero estaba allí… en la ligera caída de los párpados, en las leves sombras que había bajo los ojos—. Lamento que lo haya perdido, pero no creo que su presencia hubiera cambiado algo.
—Nunca lo sabremos, ¿verdad? —Althea no permitiría que el pesar nublara su voz o su juicio—. ¿Por qué se tomó tantas molestias para contactar con Bill?
—Tenía a una chica que trabajaba para él. Jade. Probablemente sea su nombre profesional.
—Sí. Rubia, pequeña, cara de niña. La arrestaron un par de veces por hacer la calle. Tendré que comprobarlo, pero creo que lleva unas cuatro o cinco semanas sin aparecer por la noche.
—Encaja —Colt se levantó para rellenar la taza—. Billings le consiguió un trabajo hace aproximadamente ese tiempo. En el cine —dio un sorbo y se volvió—. No hablo de Hollywood, sino del material duro para espectadores particulares con el gusto y el dinero para comprar platos fuertes. Cintas de vídeo para aficionados a lo más perverso —se encogió de hombros y se sentó otra vez—. No puedo decir que me moleste, siempre que hablemos de adultos que consienten. Aunque yo prefiero el sexo en persona.
—Pero no hablamos de usted, señor Nightshade.
—Oh, no tiene que llamarme señor, teniente. Parece frío cuando se tratan temas tan peliagudos —se recostó con una sonrisa en la cara. Por razones que no se iba a molestar en explorar, tenía ganas de sacudir esa fachada—. Bueno, resulta que algo asustó a Jade y desapareció. No soy de los que piensan que una prostituta tiene un corazón de oro, pero al menos esta tenía conciencia. Le envió una carta al señor Frank Cook y señora —miró a Boyd—. Frank y Marleen Cook.
—¿Marleen? —Boyd enarcó las cejas—. ¿Marleen y Frank?
—Los mismos —la sonrisa de Colt era irónica—. Más viejos amigos, teniente. Resulta que hace un millón de años tuve lo que podría llamarse una amistad íntima con la señora Cook. Al ser una mujer sensata, se casó con Frank, se estableció en Albuquerque y tuvo un par de bonitos niños.
Althea se movió y cruzó las piernas con un crujido de seda. Notó que el colgante de plata que sobresalía por encima de la camisa de Colt era una medalla de San Cristóbal, el patrón de los viajeros. Se preguntó si el señor Nightshade sentía la necesidad de protección espiritual.
—Supongo que esto nos conduce a otra parte que no sea el sendero de los recuerdos, ¿verdad?
—Oh, conduce justo hasta la puerta de su comisaría, teniente. De vez en cuando me gusta dar rodeos —sacó un puro y lo pasó por sus dedos largos antes de extraer el mechero—. Hace un mes, la hija mayor de Marleen… Elizabeth. ¿Llegaste a conocer a Liz, Boyd?
Boyd negó con la cabeza. No le gustaba hacia dónde conducía aquello.
—No la veo desde que llevaba pañales. ¿Cuántos años tiene ahora, doce?
—Trece. Recién cumplidos —Colt encendió el mechero y aspiró el puro. Aunque sabía que el humo no eliminaría el sabor amargo de su garganta—. Preciosa, como su madre. Y con el mismo temperamento encendido. Hubo algunos problemas en casa, de esos que imagino que la mayoría de las familias experimenta de vez en cuando. Pero Liz decidió irse.
—¿Se fugó de su casa? —Althea comprendía muy bien la mentalidad de los jóvenes que decidían irse.
—Metió algunas cosas en una mochila y se fue. No hace falta decir que desde hace unas semanas Marleen y Frank están viviendo un infierno. Llamaron a la policía, pero la vía oficial no los llevó a ninguna parte —exhaló el humo—. Sin ánimo de ofender. Diez días atrás me llamaron a mí.
—¿Por qué? —inquirió Althea.
—Ya se lo he dicho. Somos amigos.
—¿Suele buscar a chulos y esquivar balas por los amigos?
—Le hago favores a la gente —pensó que a ella no se le daba mal el sarcasmo. Un arma más de su arsenal.
—¿Es un investigador con licencia?
Con los labios apretados, Colt estudió la punta del puro.
—No soy muy aficionado a las licencias. Saqué algunas antenas y tuve algo de suerte en rastrearla por el norte. Luego los Cook recibieron la carta de Jade —apretó el puro entre los dientes y sacó una hoja doblada con motivos florales del bolsillo interior de la cazadora—. Ganarás tiempo si la lees tú mismo —dijo, pasándosela a Boyd.
Althea se levantó y apoyó una mano en el hombro de Boyd mientras leía con él.
Era un gesto curiosamente íntimo, pero asexual. Colt llegó a la conclusión de que se trataba de un gesto que hablaba de amistad y confianza.
La caligrafía era tan llamativa como el papel. Pero el contenido no tenía nada que ver con flores y fantasías infantiles.
Estimados señor y señora Cook:
Conocí a Liz en Denver. Es una chica agradable. Sé que lamenta mucho haberse ido y que ahora regresaría a casa si pudiera. Yo la ayudaría, pero he de irme de la ciudad. Liz está metida en problemas. Iría a ver a la policía, pero me siento muy asustada… además, no creo que escucharan a alguien como yo. Su hija no encaja en este tipo de vida, pero no la dejan ir. Es joven, y muy guapa, y creo que están ganando mucho dinero con las películas. Yo llevo en este mundillo cinco años, pero algunas de las cosas que quieren que hagamos para la cámara me ponen los pelos de punta. Me parece que han matado a una de las chicas, así que me largo antes de que me maten a mí. Liz me dio su dirección y me pidió que les escribiera para decirles que lo sentía. Está asustada de verdad y espero que la encuentren bien.
Jade
P.D: Tienen un sitio en las montañas donde hacen las películas. Y un apartamento en la Segunda Avenida.
Boyd no devolvió la carta, sino que la dejó en su escritorio. Tenía una hija. Pensó en Allison, dulce, alegre y con seis años, y se tragó la ira.
—Podrías haber venido a verme con esto. Tendrías que haber venido a verme.
—Estoy acostumbrado a trabajar solo —le dio una calada al puro antes de apagarlo—. En cualquier caso, iba a venir a verte después de encajar algunas cosas. Conseguí el nombre del chulo de Jade y quería sonsacarle información.
—Y ahora está muerto —manifestó Althea con voz impasible mientras se volvía para mirar por la ventana de Boyd.
—Sí —Colt estudió su perfil. De ella no emanaba únicamente ira. Percibía mucho más—. Se debió de correr la voz de que lo andaba buscando y de que estaba dispuesto a hablar conmigo. Me hace pensar que tratamos con basura bien relacionada, que ni parpadea si tiene que matar.
—Es un asunto policial, Colt —musitó Boyd.
—No lo discuto —listo para pactar, extendió las manos—. También es un asunto personal. Voy a seguir investigando, Fletch. No hay ninguna ley contra ello. Soy el representante de los Cook… su abogado, si necesitamos una excusa legal.
—¿Lo es? —con las emociones otra vez controladas, Althea lo miró—. ¿Es abogado?
—Cuando me conviene —aclaró Colt, y miró a Boyd—. No deseo interferir en vuestra investigación. Quiero a la niña de vuelta, a salvo, junto a Marleen y Frank. Os brindaré toda mi cooperación. Cualquier cosa que sepa, la sabréis. Pero debe ser recíproco. Dame a un policía con quien pueda trabajar en esto, Boyd —esbozó una leve sonrisa, como si le divirtiera la idea—. Y tú deberías saber lo mucho que odio solicitar un compañero policía para un trabajo. Pero aquí quien importa es Liz. Sabes que soy bueno —adelantó el torso—. Sabes que no me retiraré. Dame a tu mejor hombre y atrapemos a esos canallas.
Boyd se llevó los dedos a sus ojos cansados. Sabía que podía ordenarle a Colt que abandonara el caso. Y que perdería el tiempo. También podía negarse a cooperar, a compartir con él cualquier información que el departamento descubriera. Pero sabía que Colt era bueno, y tenía alguna idea del tipo de trabajo que había realizado como militar.
No sería la primera vez que Boyd Fletcher se saltaba las reglas. Tomada la decisión, señaló a Althea.
—Ella es la mejor.
Si un hombre debía tener una compañera, mejor que fuera guapa. De todos modos, Colt no pensaba trabajar con Althea, sino a través de ella. Sería su conducto con la parte oficial de la investigación. Mantendría la palabra y le proporcionaría cualquier información que descubriera. Aunque no esperaba que ella pudiera hacer mucho una vez que la recibiera.
Solo había un puñado de policías a los que Colt respetaba, con Boyd a la cabeza de la lista. En lo referente a la teniente Grayson, supuso que sería decorativa, de cierta ayuda puntual y poco más.
La placa, el cuerpo y el sarcasmo probablemente resultarían de utilidad cuando tuvieran que entrevistar a cualquier posible contacto.
Al menos, había podido dormir seis horas. No había protestado cuando Boyd insistió en que dejara el hotel y se alojara en su casa el tiempo que durara su estancia. Le gustaban las familias, al menos las de otras personas, y tenía curiosidad por conocer a la mujer de Boyd.
No había podido asistir a su boda. Aunque no era muy aficionado a la pompa de las ceremonias, habría ido. Pero había un largo trayecto desde Beirut hasta Denver, y en aquella época había estado en ese lejano lugar.
Le encantó Cilla. No se había inmutado cuando su marido apareció con un desconocido a las dos de la mañana. Enfundada en una bata de franela, le había ofrecido la habitación de invitados, con la sugerencia de que, si quería dormir, más le valía taparse la cabeza con la almohada. Al parecer los niños se despertaban a las siete para ir al colegio.
Había dormido como un tronco y, cuando los gritos y los sonidos de pies lo despertaron, había seguido el consejo de su anfitriona y disfrutado de otra hora de sueño con la cabeza enterrada en la almohada.
Fortalecido con un excelente desayuno y tres tazas de café de primera hecho por la empleada de hogar de los Fletcher, estaba listo para ponerse en marcha.
Su acuerdo con Boyd hacía que la primera parada fuera la comisaría. Vería a Althea, se enteraría de la gente con la que solía tratar Billings y seguiría su camino.
Le dio la impresión de que su amigo dirigía un barco bien organizado. Se oía el ruido habitual de teléfonos, teclados y voces alzadas. Y reinaba la mezcla habitual de olor a café, desinfectante y cuerpos sudorosos. Pero también imperaba la sensación de eficacia.
El sargento de la recepción tenía apuntado el nombre de Colt, por lo que le entregó una placa de visitante y le indicó cómo llegar al despacho de Althea. Dos puertas más allá, por un corredor estrecho, lo encontró. Estaba cerrada, así que llamó dos veces antes de abrir. Supo que ella estaba presente antes de verla. La olió, como un lobo huele a su compañera. O a su presa.
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