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Con su prosa ágil y su facilidad para las tramas divertidas y ligeras, Manuel Bretón de los Herreros nos presenta en esta comedia teatral la historia de dos hermanos, Baltasar y Bernardo, que se han establecido en el campo no muy lejos de Madrid. Bernardo, muy rico tras haber heredado de su matrimonio con una viuda, no quiere saber nada de Madrid. Sin embargo, los planes de solaz de don Bernardo irán al traste cuando se encuentre con Carmen, su sobrina, que ya es toda una mujer capaz de robarle el corazón, pero que está prometida a un hombre al que no ama.
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Seitenzahl: 67
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Manuel Bretón de los Herreros
Comedia en tres actos
Saga
A Madrid me vuelvo
Copyright © 1876, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
¿SBN: 9788726654165
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
Representada por la primera vez en el teatro del Príncipe el día 25 de enero de 1828.
PERSONAJES
La escena es en un pueblo de la Sierra de Cameros, en una sala baja de la casa de DONBALTASAR, con muebles antiguos, dos puertas y una ventana que da a la calle.
D. BALTASAR El huésped no se ha vestido,
y se va haciendo muy tarde.
(Mira el reloj.)
Las siete. Estos cortesanos
son lo mismo que las aves
nocturnas. ¡Eh! no me admiro. 5
Después de un molesto viaje
por caminos tan perversos
y posadas tan fatales...
(Mirando a la puerta del cuarto de DON BERNARDO.)
¡Hola! ha abierto la ventana
sin esperar que le llamen. 10
Vamos, no es tan perezoso
como creía. Ya sale.
DON BALTASAR. DON BERNARDO.
D. BERNARDO Buenos días, Baltasar.
D. BALTASAR Felices. ¿Qué tal el catre?
D. BERNARDO He dormido bien.
D. BALTASAR Me alegro. 15
¿Quieres tomar chocolate?
D. BERNARDO No. Más bien almorzaría
otra cosa.
D. BALTASAR Muy bien haces.
El chocolate no es más
que un despertador del hambre 20
y un lavatorio de tripas.
Este año que soy alcalde
he resuelto prohibirlo.
(Llamando.)
¡Tío Lamprea! Si te place
sentémonos: me dirás, 25
mientras de almorzar nos hacen,
qué poderosos motivos
a la montaña te traen
cuando menos te esperaba.
¡Lamprea! Como llegaste 30
tan cansado del camino,
y había gente delante,
y eran ya más de las nueve,
nada quise preguntarte.
Pero ese viejo maldito... 35
¡Lamprea!
LAMPREA (Dentro.)
Ya voy.
DON BERNARDO. DON BALTASAR. LAMPREA.
LAMPREA ¡Qué diantre!
¿Por qué grita usted?
D. BALTASAR ¿Por qué
das lugar a que te llame
tantas veces?
LAMPREA Yo no salgo
de mi paso, usted lo sabe, 40
aunque ardiera el universo.
Soy viejo, y con alifafes,
y hace usted mal...
D. BALTASAR ¿Será cosa
de que ahora me regañes?
LAMPREA Es que a mí no se me trata 45
como a cualquier badulaque...
¿Entiende usted?
D. BALTASAR Basta ya.
LAMPREA Cuidado que no hay aguante...
D. BALTASAR Bien, hombre, tienes razón
ahora y siempre que me hables. 50
Di a Gervasia que nos fría
unas magras con tomate,
y llena un par de botellas
de aquella cuba...
LAMPREA ¿La grande?
D. BALTASAR Sí, y despacha, que yo tengo 55
que salir.
LAMPREA Voy al instante.
DON BERNARDO. DON BALTASAR.
D. BALTASAR Estos criados antiguos
se toman mil libertades,
pero a un hombre que es tan fiel
algo ha de disimularse. 60
¿Conque establecerte piensas
en el lugar? ¡Qué bien haces!
D. BERNARDO Sí, que ya estoy fastidiado
de la corte.
D. BALTASAR Aquí los aires
son más sanos; las costumbres 65
más sencillas; aquí a nadie
se guarda contemplaciones
sino al cura y al alcalde;
aquí hay salud y apetito;
allá es un pobre petate 70
el mismo que aquí es feliz
con cuatro o cinco heredades.
D. BERNARDO Algunos son desgraciados
porque segundones nacen:
yo, al contrario, debo dar 75
muchas gracias a mi madre
porque tuvo la humorada
de parirme un poco tarde.
Quedamos huérfanos. Tú
el mayorazgo heredaste, 80
y yo a la edad de quince años
tuve a bien emanciparme.
Atravesado en un mulo
a Madrid hice mi viaje;
me recibieron de hortera 85
en la casa que ya sabes;
me porté bien; me estimaron;
mis salarios y mi gajes
dejé al riesgo del comercio;
crece mi peculio, cae 90
enfermo mi principal...
¡El médico era hombre grande!
Le mató de puro sabio.
Se hicieron los funerales;
di en consolar a la viuda, 95
y ella, que era muy amable,
no tomaba a mal que yo
sus lágrimas enjugase.
Nos casamos; cerró el ojo
a las ocho navidades; 100
su heredero universal
me nombró, ¡Dios se lo pague!;
y me encontré millonario
yo que pocos años antes
no tenía sobre qué 105
caerme muerto. Al instante
el tráfico me aburrió
tan contrario a mi carácter.
No quise ver mi fortuna
expuesta a los huracanes, 110
los subsidios, las aduanas,
la guerra y el agiotaje;
y empleando mi caudal
en casas y en olivares,
que me dan muy buena renta 115
y cuestan pocos afanes;
joven todavía, alegre,
sin familia y sin achaques,
en las olas de la corte
bogó intrépida mi nave. 120
La felicidad buscaba
con ansia por todas partes.
No perdonaba conciertos,
tertulias, suntuosos bailes,
espectáculos, banquetes... 125
¡Baltasar! todo era en balde.
(ElTÍOLAMPREA va trayendo lo necesario para el desayuno hasta dejar la mesa cubierta.)
En cambio de algún placer
frívolo y poco durable,
siempre estaba atormentado
de disgustos y pesares, 130
y en mi corazón sentía
un vacío perdurable.
Mis queridas todas eran
o coquetas o venales,
y entre cien aduladores 135
que me chupaban la sangre,
ni un solo amigo contaba
que por mí propio me amase.
¡Fuera de aquí! dije un día.
En las grandes capitales 140
buscar la dicha es error.
Hallarla será más fácil
en la pacífica aldea.
No en vano tanto la aplauden
los poetas, y mil pestes 145
nos dicen de las ciudades.
Tomé un coche de colleras
y emprendí alegre mi viaje
al lugar donde nací,
deseoso de abrazarte 150
y pasar contigo el resto
de esta vida miserable.
D. BALTASAR Eres un héroe, Bernardo.
Deja que otra vez te abrace.
La corte es un laberinto, 155
es una casa de orates,
un infierno.
D. BERNARDO ¡Oh! sí, un infierno.
Si entramos en el examen
de los vicios infinitos
que la hacen abominable, 160
te aseguro...
LAMPREA Cuando ustedes
quieran, pueden acercarse.
(Vase.)
D. BALTASAR Vamos allá.
(Se sientan a la mesa.)
Te haré plato.
D. BERNARDO Yo me le haré; no te canses.
D. BALTASAR Como quieras. Al principio 165
es muy natural que extrañes
el lugar. Aquí no tienes
aquellas comodidades
de la corte. Los paseos...
D. BERNARDO ¿Paseos? ¡Qué disparate! 170
no se pasea en Madrid
aunque el médico lo mande;
se rabia. Fuera de puertas,
ya que nada de agradable
ni de ameno tiene el campo, 175
al menos es puro el aire;
pero desdeña el buen tono
lo que alegra a los gañanes.
¡Cuánto mejor es el Prado!
Allí se lucen los trajes, 180
allí se arman las intrigas,
y se disponen los bailes,
se corteja a las muchachas,
se hace burla de las madres,
se critica a los de atrás, 185
se pisa a los de delante.
Ya te llama la atención
aquel delicado talle,
donde la naturaleza
gime víctima del arte; 190
ya el cabello de Belisa...,
que se lo debe a un cadáver;
ya la blancura de Anarda
que encarece el albayalde.
¿Quién se apea de aquel coche? 195
la marquesa del Ensanche,
que antes de ayer fue modista.
¿Quién es aquel botarate
que tararea entre dientes
un aria de Mercadante, 200
y va saludando a todos
aunque no conoce a nadie?
Es el hijo de un fondista
que vino aquí desde Flandes,
y dando gato por liebre 205
llegó a hacerse un personaje.
¡Qué Babilonia! ¡qué polvo!
¡Qué divertido contraste
hacen aquellos galones
y aquel lacónico fraque 210
con los andrajos hediondos
de aquel intonso pillastre
que va vendiendo candela!
Y el ruido de los carruajes,
el guirigay de la gente, 215
aquel continuo rozarse,
y al lado de Apolo, ¡el numen,
el creador de las artes!
aquel batallón de sillas
tan prosaicas, tan infames... 220
¡Uf! quita allá. De pensarlo
me están temblando las carnes.