A través de la compañía de los creyentes - Luigi Giussani - E-Book

A través de la compañía de los creyentes E-Book

Luigi Giussani

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A través de la compañía de los creyentes es el quinto volumen de la serie dedicada a las intervenciones realizadas por don Luigi Giussani durante los Ejercicios espirituales de la Fraternidad de Comunión y Liberación, en esta ocasión en los celebrados entre 1994 y 1996. En sus páginas, Giussani desarrolla una articulada y completa reflexión sobre el hecho cristiano, no como algo relegado a hace dos mil años, sino como un acontecimiento presente, que se puede encontrar y experimentar ahora. Este hecho, presente A través de la compañía de los creyentes con la misma fuerza que en su origen, es lo que permite al hombre de hoy abordar el desafío más acuciante de nuestro tiempo: la lucha entre el ser y la nada. «Cuando nos juntamos ¿por qué lo hacemos? Para arrancar a nuestros amigos y, a ser posible, a todo el mundo, de la nada en la que vive el hombre». ¿Quién no desearía ser alcanzado por una mirada tan amiga que lo arranque de la nada?

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Luigi Giussani

A través de la compañía de los creyentes

Ejercicios espirituales de Comunión y Liberación (1994-1996)

Edición a cargo de Julián Carrón

Traducción de Carmen Giussani

Título en idioma original: Attraverso la compagnia dei credenti

© Edición original: Fraternitá di Comunione e Liberazione, 2021

© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2021

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección 100XUNO, nº 88

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN EPUB: 978-84-1339-410-7

Depósito Legal: M-22065-2021

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

PRÓLOGO. EL CRUCE ENTRE EL SER Y LA NADA

NOTA EDITORIAL

«El tiempo apremia» (١٩٩٤)

Una decisión urgente

Homilía

ENTRE LA NADA Y LA SEMILLA DEL FUTURO

I

II

III

***

LO QUE EL CORAZÓN DESEA YA EXISTE

I

II

III

LA GRACIA DE UN CARISMA

I

II

Lectura y comentario del Directorio para los grupos de Fraternidad

Saludos y agradecimientos

SE PUEDE VIVIR ASÍ (١٩٩٥)

EL PRESENTIMIENTO DE LO VERDADERO

EL ACONTECIMIENTO HOY

I

II

III

IV

LA FUENTE DE LA MORALIDAD

I

II

III

Asamblea

EN BUSCA DEL ROSTRO HUMANO (١٩٩٦)

LA AMISTAD

I

II

III

Asamblea

FUENTES

ÍNDICE DE NOMBRES

PRÓLOGO. EL CRUCE ENTRE EL SER Y LA NADA

Hay palabras que de repente se cargan de significado. Provocados por una experiencia vivida, adquieren para nosotros una densidad sin igual. Ya no somos capaces de pronunciarlas sin sentir todo su espesor, vibran en nosotros con una potencia antes desconocida.

Pensemos en la palabra «miedo», que frente a la COVID se ha impuesto ante la atención de todos como una amenaza que se cierne sobre nosotros o sobre nuestros seres queridos. Era tan solo un atisbo de ese miedo profundo que se ha asomado en el horizonte de nuestra existencia y que ni siquiera sabíamos que teníamos. ¿Y qué decir de otra palabra como «vacío»? Esta describe la percepción que mucha gente tiene de su propio yo, como si nada lograra llenarlo por lo inconmensurable que es.

Sin embargo, en este tiempo tan vertiginoso, nos sorprendemos por cosas que hasta hace poco tiempo dábamos por descontado o creíamos imposibles. Por ejemplo, nos quedamos con la boca abierta cuando vemos vibrar la vida en una u otra persona, mientras alrededor todos se lamentan. Nos sorprende así ver brillar una positividad y una alegría en el rostro de un amigo, que inunda la vida entera con una intensidad única; nos invade una gratitud infinita por el hecho de que existan personas así, por ser tan afortunados por toparnos con ellas en nuestro camino. Ellas desmienten la opinión generalizada de que todo acaba en la nada y que no haya esperanza para el futuro.

Es a través de la vida como somos introducidos en el significado de las palabras y de las cosas que, si no, nos dejarían indiferentes. En la experiencia, palabras como «ser» o como «nada» dejan de ser entidades abstractas, lejanas de nuestra vida diaria y empiezan a adquirir un cierto peso: tienen algo que ver con nosotros. Constituyen la trama de nuestra existencia, pero hace falta que tomemos conciencia de ello.

En las páginas de este libro podemos ver a don Giussani siempre atento a tomar conciencia de la realidad, hasta llegar a identificar en la lucha entre el ser y la nada el desafío más decisivo con el que debe medirse el hombre contemporáneo. ¿Dónde se libra esta lucha? «El yo, nuestro yo, es la encrucijada entre el ser y la nada». En esta encrucijada, la vida emerge con todo su dramatismo, puesto que no se puede renunciar a afrontar una cuestión de tal calibre: «Si la existencia termina en el polvo del tiempo que pasa, y lo que construimos no es más que una tumba o una prisión donde acabaremos ahogados (¡y moriremos inútilmente!), o bien si el tiempo está preñado de futuro» (ver aquí, p. 19).

El genio poético ha fijado con palabras vertiginosas esta alternativa. Escribe Pavese: «El premio de tanto sufrimiento es que después uno se muere como un perro»1. Y Ada Negri: «No hay instante / que no pese sobre nosotros con la potencia / de los siglos; y la vida tiene en cada latido / la tremenda medida de lo eterno»2.

Para Giussani, «ambas hipótesis aparecen como sin límites: la nada absoluta, la nada de la nada —y dado que es polvo, y por tanto al menos palpable, podemos llamarla un desierto interminable— o bien la responsabilidad frente a lo eterno, a lo perdurable» (p. 19). Se trata de dos hipótesis que asoman a nuestro horizonte en cada despertar. Queramos o no, «estamos obligados a elegir de nuevo cada mañana: para aceptar a la mujer o al marido, a los hijos, a la situación de paro que nos toca y a lo que pasa a nuestro alrededor, así como para aceptar que aquello por lo que se afana la sociedad sea tan poco reconfortante, y a duras penas nos deje entrever algo bueno a pesar de la evidente buena voluntad de algunos. Todas las mañanas estamos obligados a elegir entre una vida que acaba en la nada (…) o una vida que tiene una finalidad» (p. 29), entre morir «como» perros o vivir según la «medida de lo eterno».

«¿Por qué entonces me habrías dado la vida, madre mía? ¿Por qué debería retomarla en mis manos esta mañana, con su peso o su vacío, su frivolidad y vanidad?» (p. 20). La urgencia de estas preguntas es lo que nos constituye como seres razonables. Son de tal importancia que no dejan escapatoria. Estamos llamados a responder. Si nuestros gestos y palabras carecen de significado, de dignidad, consumimos nuestro tiempo para morir, nuestro obrar está vacío. La Biblia considera esta manera de vivir sin significado como una especie de alianza con la muerte. Sin embargo, este planteamiento de vida no puede eliminar del todo un dato, una primera evidencia: no estamos hechos para la muerte. Lo podemos reconocer más fácilmente cuando no pensamos en nosotros ni en nuestro final, sino cuando perdemos a una persona realmente querida. Por el desgarro que sentimos ante su ausencia, en el momento de la pérdida nos damos cuenta plenamente de su valor, del bien que su presencia representaba para nosotros. Lo constatamos por el vacío insuperable que deja dentro de nosotros.

¿Pero qué puede desafiar a la muerte? Nuestros razonamientos, discusiones y rebeliones no logran menoscabar en lo más mínimo su dominio. Solo una vida desbordante puede batallar con la muerte de manera eficaz. Sobre todo en este momento, no bastan los argumentos lógicos, que ya no convencen a nadie, no son capaces de persuadir. Ningún discurso —por verdadero que sea— ni llamamiento moral —por justo que sea— tiene la fuerza de atraer el centro del yo y sustraerlo a esa falta de significado en la que es tan fácil caer casi sin darse cuenta.

Al enviar a su Hijo, Dios introduce en el mundo el único método eficaz para desafiar a la nada. Lo observa agudamente Péguy, poniendo de relieve Su diversidad con respecto a todos los intentos del hombre: «Pero vino Jesús. Tenía tres años para trabajar. Trabajó sus tres años. Pero no perdió sus tres años, no los empleó en gemir y en invocar los sufrimientos del tiempo presente. Él atajó el problema (en seco). ¡De una manera bien simple! Haciendo el cristianismo. No incriminó al mundo. Salvó al mundo»3. ¿Cómo lo salvó? Desafiando a la nada con la vida. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante»4. La misión del Hijo, en efecto, es «dar vida»5. «Quien tiene al Hijo tiene la vida, quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida»6. Nadie jamás ha osado desafiar a la nada en el terreno de la experiencia con la sobreabundancia de una vida. Al hacerlo, Cristo tenía una gran ventaja: su conocimiento único de la espera del hombre. De hecho, decía: «¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?»7. Sabía muy bien que solo una experiencia de vida sobreabundante podía convencer al hombre ante una propuesta como la que había venido a traer. Lo comprendió la mujer de Samaria, cuando se sintió desafiada por Aquel que le ofrecía la única agua capaz de satisfacer su sed profunda, que había tratado de saciar con sus intentos siempre fallidos. Para mostrar la seriedad de su apuesta, Jesucristo ha indicado a todos incluso el criterio para identificar en la propia experiencia el acierto o no de su desafío: «Quien me sigue tendrá el ciento por uno aquí en la tierra»8.

Solo una presencia desbordante de vida, en efecto, puede hacer frente a la nada, al vacío y al miedo. ¿Pero cómo reconocerla? «En realidad, solo podemos reconocer aquello por lo que en nosotros se da una correspondencia»9, decía el cardenal Ratzinger. Para don Giussani, «tenemos la prueba de que se da una correspondencia sin parangón: acontece el encuentro con alguien, con una presencia (‘presencia’, por tanto, que te alcanza allí donde estás tú, que te toca tal y como eres, sea cual sea tu situación en ese momento) que se corresponde con tu corazón», es decir, con la naturaleza constitutiva del ser humano, hecha de las exigencias de verdad, belleza, justicia, amor y felicidad. Por tanto, «se trata del encuentro con una presencia que se corresponde con tu naturaleza original, con esa exigencia original de felicidad y de verdad. Y una presencia que corresponde a tu corazón de un modo sorprendente, ¡hasta tal punto sorprendente que nada de lo que pueda ocurrir consigue borrar esa sorpresa y nada es comparable a ella!». En este sentido, «la imagen de Juan y Andrés aquel día con Jesús es el retrato más impresionante de esta novedad, es el cuadro más llamativo porque es el más normal, obvio y espontáneo» (pp. 44, 58).

Para don Giussani, es sencillo reconocerlo. «Si Jesús es Dios hecho hombre, nacido de las entrañas de una joven mujer de quince o diecisiete años, si Jesús es Dios hecho hombre, debe ser sencillo, a la fuerza, el modo como el hombre, errabundo en medio de sus necesidades, puede reconocerle» (p. 76). Es, ante todo, mediante un acontecimiento como esta Presencia se hace encontrable, es decir, algo que puede interceptarse con los sentidos, que se puede ver, oír y tocar.

Durante una asamblea, le preguntan a don Giussani: «Si es sencillo, ¿por qué la experiencia cotidiana indica más bien que cuesta reconocerle, que en vez de ser sencillo nos cuesta afrontar las circunstancias de cada día?». Y él contesta: «El camino del Señor hacia mí, su camino hacia mí, es sencillo. Para él es sencillo. El Señor lo que quiere lo hace. Pero también es sencillo para mí percibirlo, presentirlo, reconocerlo. Las gradaciones de nuestro ojo abierto de par en par a su Presencia pueden ser distintas, pero incluso aquella casi cegada o nebulosa de un presentimiento apenas advertido, incluso esa es válida. En cualquier caso, es sencillo». Y para librar el campo de cualquier posible objeción, añade: «Puede no ser sencillo a las cuatro de la tarde, cuando el trabajo te ha cansado y sigues mirando el reloj porque esperas que lleguen las cinco para irte a tu casa, y maldices la situación que te mantiene todavía allí y la carga de trabajo que te queda; y además, no sabes cómo encontrarás a tu mujer en casa, y a tus hijos, no sabes cómo irá el viaje de vuelta, porque a esa hora todas las calles están atascadas y se necesita hora y media para llegar a casa... ¡ah, si estás así, si estás tan agobiado, ya no eres sencillo!». Entonces la constatación es amarga: todo se complica porque «nos falta sencillez» (pp. 121-122).

Pero quien lo intercepta en la arena de la vida, en medio de todos los condicionamientos, no puede dejar de pedirle, al igual que la Samaritana en el brocal del pozo, sedienta de una vida que sus intentos no habían logrado satisfacer: «Dame esa agua».

Este dinamismo que Jesús puso en marcha no ha dejado de atravesar la historia, como documenta uno de los primeros testigos de esta novedad: «Por eso el que no puede ser abarcado, comprendido ni visto, concede a los seres humanos que lo vean, lo comprendan y abarquen, a fin de darles la vida una vez que lo han visto y comprendido. Así como su grandeza es insondable, así también es inefable su bondad, por la cual da la vida a quienes lo ven: porque vivir sin tener la vida es imposible, la vida viene por participar de Dios, y participar de Dios es verlo y gozar de su bondad»10.

¿Y hoy? ¿Podemos verle y gozar de su cercanía? Sí, a través de aquellos que él llena de vida. Como le ha pasado a esta madre de familia, que cuenta: «Antes de 2020 no conocía a Comunión y Liberación. Conocía a una compañera de trabajo que pertenece a CL. Pero, antes de saberlo, percibí un vínculo fuerte con ella, sin saber por qué. Me preguntaba la razón de lo que sentía, puesto que entonces era casi una extraña para mí. Lo que más me llamaba la atención era que no me trataba como a una extraña, no juzgaba el hecho de que yo no tuviera ninguna relación con la fe, ni me empujó jamás a creer. Paulatinamente, empecé a comprender que Dios había elegido a esa persona para comunicarme el don que quería darme, es decir, ese encuentro con él que desde hace tiempo yo había perdido. Lo más extraordinario es que ha elegido hacerlo de la manera más humana y natural posible, dejándome libre de elegir otra vez ese don que en el pasado había rechazado varias veces. Yo decía que estaba lejos de Dios y Él me ha atraído a sí a través de ella. Sin ninguna cadena».

Es mediante testigos llenos de vida como cada persona, cruzándose con ellos «casi» por casualidad en su camino, no puede dejar de hacer cuentas; su presencia eleva hasta el límite la puesta en juego ante la que el yo tiene que decidir, la disyuntiva entre la vida y la muerte: la lucha entre el «ser» y la «nada» deja de situarse entre categorías universales abstractas, que nos inducen a tratar de hacer prevalecer una sobre la otra con la dialéctica o la fuerza. La verdadera lucha es otra: ¿qué es capaz de fascinar verdaderamente el corazón del hombre, vinculándolo sin ninguna necesidad de cadenas? En este sentido, quien «se casa» con la nada no tiene ante sí un competidor dialéctico, sino una vida cargada de un atractivo incomparable.

Lo comprendió bien don Giussani, que lo expresó así: «En una sociedad como esta no se puede crear algo nuevo si no es con la vida. No hay estructura ni organización o iniciativas que valgan. Solo una vida distinta y nueva puede revolucionar estructuras, iniciativas, relaciones, todo en definitiva»11.

El cristianismo es un nuevo inicio, algo totalmente imprevisto e imprevisible que entra en la escena del mundo. Don Giussani lo subraya recordando una afirmación del entonces cardenal Ratzinger: «La fe cristiana es un nuevo inicio y no simplemente una nueva variante cultural de una estructura religiosa siempre en vías de desarrollo. Por este motivo los Padres [de la Iglesia] subrayaban con énfasis la novedad del cristianismo». En efecto, «con su venida, Cristo aportó consigo toda la novedad»12. Giussani añade que «es una novedad perenne, y dentro de mil años seguirá siendo nueva como hoy» (p. 34).

El cristianismo introduce un hombre nuevo en la historia, un yo que tiene «una ‘experiencia de la realidad’ (…), que tiene un conocimiento y un sentimiento de la realidad, una relación distinta con la realidad». Distinta no porque el cristiano sea mejor o más hábil que los demás, de hecho, «sigue siendo el mismo: todos pueden observar sus defectos y acusarlo. Pero en él late un corazón nuevo, con consecuencias (…) que tienden a abarcar la vida completamente, en todos sus aspectos. La estructura de lo humano permanece tal cual en su apariencia, pero tiene otro significado» (p. 45).

El inicio que cambió los rasgos existenciales de Juan y Andrés, de Pedro, de Zaqueo y de la Samaritana, está destinado a prolongarse en la historia: Cristo «permanece presente a través de la unidad orgánica de los que creen en él, elegidos para ver, que aceptan mirar, que escuchan como pueden, que caminan con fatiga, que hacen lo que pueden siendo todos pecadores, pero amados por el Misterio» (p. 48). No hay sombra de moralismo en estas palabras, porque la novedad de vida no es el resultado de un esfuerzo por estar a la altura, sino la sorpresa por un atractivo. Como les pasa a muchos que, entrando en el despacho una mañana, escuchan a un compañero que le dice sorprendido: «Tienes otra cara». Es el emerger imprevisto de una mirada distinta entre la muchedumbre, «algo tangible, visible, audible, como dice san Juan en su primera carta: ‘Lo que hemos oído, lo que hemos visto, lo que hemos tocado del Verbo de la vida, esto os lo anunciamos a vosotros para que estéis en comunión con nosotros’» (p. 55).

El acontecimiento inicial sigue presente mediante «el misterio de la Iglesia, cuerpo misterioso de Cristo, que se edifica a través de la elección y la preferencia que Cristo tiene por los hombres que el Padre le pone en sus manos, por los bautizados, por los hombres que el Misterio de su muerte y de su resurrección cambia desde dentro, transformando su personalidad y la realidad de su existencia hasta el tuétano» (p. 55), generando la «nueva criatura» de la que habla san Pablo.

La Iglesia se presenta ante los hombres de cualquier tiempo como la permanencia de Jesucristo en la historia, no importa si perseguida o victoriosa. «En un tiempo venturoso la Iglesia llenará todos los espacios del mundo conocido. En una época de pasión será combatida, escarnecida, olvidada, reducida, como sucede hoy. Y este tiempo de pasión durará todos los días que el misterio del Padre señale»; esto no es decisivo. Lo que importa es «la continuidad por la cual Cristo está ‘con nosotros todos los días hasta el fin del mundo’: la Iglesia» (p. 55).

La Iglesia es el comienzo del cambio del mundo, de nuestro mundo: el instaurarse de una morada distinta de las demás solo porque Cristo habita en ella. En esto estriba la novedad absoluta del cristianismo católico: un camino particular conduce al significado total, lleva al hombre a su destino. Dios llamó a la puerta de Abrahán, y nació el yo como protagonista de la historia. ¿Y hoy? ¿Cómo llama a nuestra puerta? «Cuando uno encuentra una cara distinta de las demás —una cara por la que el Misterio de Cristo y la pertenencia a la Iglesia cambian el modo de mirar, de oír, de tocar, el modo de relacionarse con las personas y las cosas— y se queda con la boca abierta mirándola, como Juan y Andrés con Cristo, entonces esa es una ocasión particular, interesante». Se llama «carisma»: «El Espíritu de Dios es libre de alcanzar a una persona u otra y de infundirle una facilidad para pensar cristianamente, una alegría para sentir cristianamente, una generosidad para construir cristianamente, de modo que todos los que se arriman a esta persona se quedan impactados. Pues bien, la modalidad extrema con la que nos alcanza la permanencia de Cristo en la historia es aquella que el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, nos hace encontrar: alguien que, siguiéndole, hace que la fe resulte más fácilmente clara, y más fácilmente intenso el afecto a la fe, y la voluntad de difundir el reino de Cristo más consciente y más sencillamente creativa» (p. 58). El carisma es dado a una persona en un determinado momento histórico y pasa por tanto a través de un carácter, un temperamento y un acento que, de algún modo, facilitan el descubrimiento de que la fe es útil para vivir.

Hay personas que, encontrándose con quien ha recibido este don, «quedan conmovidas, tocadas y dicen: ‘También nosotros queremos seguir esto’ y se juntan». De este modo, entran a formar parte «de una unidad en el marco de la gran unidad de la Iglesia (…). Es una unidad a la que uno pertenece, un aspecto del cuerpo de Cristo al que tú perteneces. Realizando este encuentro, reconociéndolo y aceptándolo justamente por la claridad y la emoción que ha despertado en ti, por la compañía con la que te ha rodeado, Cristo te hace pertenecerle a él: tú le perteneces» (p. 59).

Los que se juntan, ¿por qué lo hacen, qué objetivo persiguen al compartir un cierto camino? «El objetivo por el cual estamos aquí juntos ¿cuál es? ¿El dinero? ¿La política? ¿La cultura? ¡No! Es el Destino de mi vida y de la tuya, hermano. Por tanto hay una libertad total para juntarse con las personas por las que uno espera ser ayudado; y nadie puede negar esta libertad» (p. 65). Aquí don Giussani vuelve sobre uno de los puntos más queridos de su propuesta educativa: la verdad —también la que Cristo nos ha traído— no se puede imponer por la fuerza, solo puede ser acogida con total libertad. El Misterio nos ha creado como seres libres, sometiéndose al tribunal de nuestra libertad. Giussani ha evocado al respecto a Péguy, el cantor de la libertad del hombre y de la libertad de Dios. «Pero qué sería una salvación que no fuese libre. / (…) Queremos que esta salvación la adquiera él mismo. / Él mismo, el hombre. (…) Tal es el secreto, / tal es el misterio de la libertad del hombre. / Tal es el valor que le damos a la libertad del hombre. / Porque yo mismo soy libre, dice Dios, y he creado al hombre a mi imagen y semejanza. / Tal es el misterio, tal es el secreto, tal es el valor de toda libertad. / La libertad de esta criatura es el reflejo más hermoso que hay en el mundo / de la libertad del Creador. Por eso la valoramos tanto, / y le damos un valor propio. / Una salvación que no fuese libre, que no fuese, que no viniese de un hombre libre, ya no supondría nada para nosotros. (…) / Qué interés presentaría una salvación así. / Una beatitud de esclavos, una salvación de esclavos, una beatitud sierva, ¿por qué queréis que me interese? ¿Acaso gusta ser amados por esclavos?»13.

Esta liberad, tan querida por Péguy y por don Giussani, es condición fundamental también para ser amigos, porque la verdadera naturaleza de la amistad es vivir juntos libremente por el destino. «No puede haber amistad entre nosotros, no nos podemos llamar amigos, si no amamos el destino del otro por encima de todo, más allá de cualquier cálculo» (p. 155). ¿Cuántas amistades pueden reconocerse en estas palabras? Don Giussani ofrece siempre una sugerencia para que cada uno pueda comprobar cómo vive. Por esto sigue dando en la misma tecla: la amistad es «una ocasión que el Misterio me hace encontrar, con la que me atrae la atención hacia un compañero de camino, al principio totalmente extraño, ahora, por el contrario, mirado con intensidad, observado, deseado como posible ayuda en una determinada circunstancia, para caminar juntos en esa circunstancia hacia el destino. ¡Sin el destino, al menos entre-visto, pre-sentido o implícitamente presente en un corazón sencillo, no hay amistad!» (p. 159).

Es crucial liberar la amistad de cualquier reducción sentimental, devolviéndole toda su dignidad: «Sin la amistad, (…) no se crea un pueblo, no se asegura una historia, no se crea ni siquiera una familia completa» (p. 158). Ser amigos no es una consolación, un refugio cómodo, sino una responsabilidad para la vida del mundo. ¿Qué aporta la amistad a la palabra «amor»? Llama la atención la agudeza de don Giussani, su familiaridad profunda con la experiencia humana: «¿En qué sentido se puede distinguir del amor? En el sentido de que la amistad es un amor recíproco. Sin reciprocidad no hay amistad». No cabe en la amistad el cálculo, porque se trata de puro amor por el otro, sea quien sea: «No solo tu hijo, no solo tu madre, sino el hombre que pasa por la calle y viene de quién sabe dónde. Se borra la extrañeza. Estoy hablando del milagro humanamente más fascinante y persuasivo del hecho cristiano —¡del hecho cristiano!—, de la Iglesia de Dios (…). La abolición de la extrañeza. (…) Un amor sin ningún tipo de cálculo, sin ninguna contrapartida, puro; amor puro, gratuito. Precisamente por esto se llama caritas» (p. 149).

Por ello, el fundamento de la amistad es el amor, «no es jamás verdadero amor, ni es verdaderamente correspondido, si (…) el destino del otro no me domina» (p. 161). De hecho, concluye Giussani, la amistad es «esa relación humana —¡plenamente humana!— que tiene como ley lo que dijo Jesús. ‘Nadie tienen amor más grande del que da la vida por sus amigos’. Pero la vida se entrega por el Destino. Entregar la vida por cualquier otro motivo acaba en una trágica melancolía. (…) Es por Jesús que tengo pasión por tu destino; de lo contrario, hubieras permanecido como un extraño para mí y nos hubiéramos puesto de acuerdo, pongamos, solo para hacer un negocio, en el que tú ganaras el 10 y yo el 23» (p. 162).

«Cuando nos juntamos ¿por qué lo hacemos? Para arrancar a nuestros amigos y, a ser posible, a todo el mundo, de la nada en la que vive el hombre»14. ¿Quién no desearía ser alcanzado por una mirada tan amiga que lo arranque de la nada?

JULIÁN CARRÓN

marzo de 2021

A través de la compañía de los creyentes

NOTA EDITORIAL

Don Luigi Giussani desarrolló durante toda su vida una incansable acción educativa. Gran parte de su pensamiento se ha comunicado a través de la riqueza y el ritmo de un discurso oral y de esta forma (mediante grabaciones de audio y vídeo que se conservan en el Archivo de la Fraternidad de Comunión y Liberación en Milán) se nos ha consignado.

El presente volumen se ha redactado a partir de la transcripción de algunas de estas grabaciones. El texto que ofrecemos se ha elaborado conforme a los criterios formulados en su momento por el mismo don Giussani.

1. Fidelidad a los discursos en la forma oral en que se pronunciaron. Las transcripciones se han realizado en una óptica de máxima adherencia al compás, al acento y a la peculiaridad del discurso oral, como expresión concreta del contenido y de la intención del autor.

2. En referencia a la naturaleza de las charlas. Don Giussani habló en ocasiones muy distintas —conferencias, lecciones universitarias, asambleas de responsables o de otros grupos, Ejercicios espirituales, homilías— con especial atención a respetar los diferentes registros. En la redacción de sus intervenciones se ha evitado uniformar o reorganizar los contenidos según criterios formales o estructurales. Además, al ser de manera implícita o explícita los interlocutores parte fundamental de la dinámica de desarrollo y expresión del discurso de don Giussani, sus intervenciones —en el caso de diálogos y conversaciones— se han, normalmente, mantenido.

3. No hay que entender el paso de la forma oral a la forma escrita como una transformación de la modalidad expresiva, sino como la sencilla transposición escrita de un pensamiento comunicado verbalmente. Sin embargo, donde fuera necesario para evitar los inconvenientes para la lectura propios de una transcripción mecánica del hablado, se ha procurado eliminar la mera repetición de palabras o expresiones, los incisos que no son inherentes al contenido, las interjecciones superfluas, así como perfeccionar concordancias y sintaxis con vista a la legibilidad del texto.

4. En la medida de lo posible, se han aclarado en el texto las referencias —implícitas o explícitas— a personas, hechos y obras, o explicitado en nota; o bien han sido eliminados, una vez asegurada la salvaguarda del texto. En el caso de que la referencia explícita a interlocutores presentes en el evento o a personajes públicos no resultara esencial para el desarrollo y la comprensión del texto, se ha, generalmente, omitido.

Selección de las grabaciones para la publicación y edición de los textos a cargo de Julián Carrón.

Redacción a cargo de Carmine Di Martino y Onorato Grassi. Coordinación editorial a cargo de Alberto Savorana

«El tiempo apremia» (1994)15

1994 permanece en el imaginario colectivo italiano como el año del comienzo de la Segunda República. La primera, que había nacido después de la Segunda Guerra Mundial y que durante más de cuarenta años había guiado el rumbo de Italia, para bien o para mal, se había acabado, y con ella sus partidos, sus personajes, sus maneras de hacer y de pensar. Algunos se quedaron huérfanos y desorientados, otros estallaron en protestas por los escándalos de Tangentopoli, otros ocuparon la escena pública y entraron en política.

La aparición de nuevos líderes en el ámbito nacional generó nuevos escenarios, nuevas expectativas y nuevos conflictos. Se inventaron otras formas de lograr el consenso político y cultural, desde la creación de movimientos de opinión a la primacía de los líderes de las formaciones políticas, desde las encuestas de opinión hasta el uso instrumental de la publicidad.

Incluso a nivel internacional, las cosas cambiaron: el Tratado de la Unión Europea había entrado en vigor, se celebraron en Sudáfrica las primeras elecciones democráticas con la victoria de Nelson Mandela, las televisiones y las nuevas herramientas tecnológicas convirtieron la comunicación en un fenómeno global, invasivo, capaz de influir en la mentalidad de las masas cambiando lenguajes, costumbres y hábitos.

Tras la era de las afiliaciones ideológicas, se buscaron nuevas formas de agregación, sin grandes logros. Bajo las cenizas de las apariencias, cundían la fragmentación, el individualismo y la soledad. La violencia siguió ocupando las crónicas con los trágicos acontecimientos mundiales de aquellos meses —de la guerra que afligía a la población de Bosnia desde hacía dos años, al genocidio perpetrado entre abril y julio en Ruanda, uno de los más sangrientos de todos los tiempos—, así como con sucesos de la vida cotidiana y social.

En un coloquio con su Excelencia monseñor Eugenio Corecco, obispo de Lugano, gravemente enfermo, don Giussani comprendió la urgencia del momento. Una frase escuchada, «El tiempo apremia», fue asumida por él como una invitación a tomarse la vida en serio y de un modo radical, sin excusas ni demoras: exigía una decisión personal frente a la propia historia y un rescate del modo de vivir la fe. Las palabras escuchadas en privado fueron relanzadas públicamente y se convirtieron en el título de los Ejercicios espirituales a finales de abril: aparecieron en el escenario del pabellón y se imprimieron en las tarjetas de entrada, para recordar, junto con la imagen del detalle del rostro del Cristo del Tributo de Masaccio, la decisión que hay que tomar siempre ante una propuesta que, viniendo del pasado, se renueva en el presente. La trascendencia del tema se encareció en los meses siguientes, y constituyó el hilo conductor de reuniones, debates y encuentros, hasta los Ejercicios espirituales de los universitarios, en diciembre de ese mismo año, dedicados a la «Decisión para la existencia».

Se prestó nueva atención a la compañía cristiana como a «una realidad creada por el cambio que la persona, al encontrarse con Cristo, experimenta en sí misma»16 y, por lo tanto, una compañía diferente de las habituales. Dicha compañía fue suscitada y sostenida mediante una extensa serie de intervenciones, reuniones, conferencias y publicaciones, para contrarrestar el «desgaste» de una adhesión blanda y rutinaria e indicar cómo «se puede vivir así» en el mundo contemporáneo.

Agradeciendo a Juan Pablo II la benevolencia mostrada por la «actividad apostólica de tantas personas y grupos de Comunión y Liberación», don Giussani le escribió en su felicitación de Navidad de ese año que «Cristo es joven» y «llama a la puerta del corazón de muchos, incluso ya no tan jóvenes»17.

Una decisión urgente

Pidamos al Espíritu que no nos abandone, especialmente en momentos como este, en el que se nos recuerdan las verdades últimas de las cosas con toda la seriedad y la energía de las que nuestro corazón es capaz.

Cantemos juntos Desciende, Santo Espíritu18.

Como primer gesto, queremos pensar hondamente en la situación en la que se encuentra nuestro Santo Padre19. A él va dirigido el telegrama que os leo a continuación: «Al comienzo de los Ejercicios espirituales, diecisiete mil miembros de la Fraternidad de Comunión y Liberación reunidos en Rímini hemos recibido noticia infortunio vuestra Santidad. Somos más intensamente solicitados a ofrecer oraciones y la mortificación del silencio por el pronto restablecimiento de vuestra salud, agradecidos siempre de corazón por la eficacia de vuestras palabras. Imploramos vuestra bendición para que Dios cure nuestras heridas y nos haga servidores más eficaces de Su vicario en la tierra. En nombre de toda la Fraternidad de Comunión y Liberación, don Luigi Giussani».

Esto no es una «reunión», este estar aquí juntos no se puede llamar propiamente una «reunión». Para captar la naturaleza de este momento es necesario volver a utilizar la palabra que acabamos de emplear hace un momento en otro contexto: nuestro estar aquí juntos es un gesto. La palabra «gesto», como siempre recordamos, indica un acto que porta consigo el mundo, que conlleva el significado del mundo: porta el mundo en su nacer ahora y en su desarrollo futuro, en su historia y en su destino. Es la conciencia de la realidad entera, con sus circunstancias concretas, lo que provoca y define el esfuerzo que hemos hecho para venir hasta aquí, la fatiga que implica vivir este gesto todos juntos, la seriedad con la que ahora pensamos en Cristo y pedimos a Cristo.

¡Cuánto heroísmo, cuántos dolores, cuánta ternura y afecto convergen en este lugar de humanidad que cada uno de nosotros contribuye a crear! Dan testimonio de ello tres breves cartas.

«Querido don Giussani, soy Gabriella, mujer de Carlo20. No pudiendo asistir a los Ejercicios de la Fraternidad porque las necesidades familiares no me lo permiten, te pido que recuerdes a Carlo en la oración por los difuntos durante la Santa Misa. Carlo ha seguido y amado con todo el corazón a nuestra Fraternidad y ha muerto entregando su vida por salvar a sus hijos». Todos conocemos bien este suceso.

«Querido don Giussani, espero que puedas leer estas pocas líneas antes de los Ejercicios de la Fraternidad, a los que faltaré por segundo año consecutivo, a causa de un tumor que me ha vuelto a salir y que me retiene en una cama de hospital, lejos de mis seres queridos. Si en estos años no te hubiese conocido a ti y a los amigos del movimiento y, a través vuestro, al rostro bueno del Misterio que hace todas las cosas, ¿qué sería, ahora, de mi vida? Estaría totalmente aniquilada. Por tanto, antes de nada, te escribo para darte gracias, y también porque he pedido a todos mis amigos que recen por mí y por mi curación: no puedo dejar de pedírtelo especialmente a ti, que eres el padre de todos nosotros. Espero que puedas dirigir esta oración al Señor durante los Ejercicios de la Fraternidad donde nuestros corazones estarán más unidos que nunca en Cristo; y también el mío y los vuestros en el ofrecimiento de este sufrimiento que llevo. Os doy las gracias de corazón por vuestra oración, en la que ya confío, y te mando un abrazo».

¡Cuánto heroísmo, cuántos dolores, cuánta ternura sencilla y afecto!

«‘La estéril que obedeció se ha convertido en madre feliz de hijos’. Querido padre, esta frase que le oí a usted en una ocasión, me llena el corazón de esperanza21. Pido al Espíritu Santo y a los rostros cariñosos de mis amigos que me custodien en la obediencia a esta historia. Gracias por la firmeza y la claridad con las que nos sostiene y conforta en el camino. Hasta pronto en Rímini. Con afecto».

Amigos, de los diecisiete mil que estamos aquí, ¿cuántos nos conocemos personalmente? Sin embargo, ninguno de nosotros siente que sea impropio, exagerado o incómodo emplear este término: «¡Amigos!». Al contrario, es el único término que podemos emplear de verdad entre nosotros. De modo que participamos con admiración del heroísmo de Carlo y le pedimos que nos haga así de coherentes con el bien; y participamos del dolor por la enfermedad de nuestra hermana como si fuera un familiar nuestro; y aceptamos como obvio e inmediato el afecto que se expresa en la tercera nota que acabo de leer: es como si en este momento quisiéramos abrazarnos todos los unos a los otros.

Pero quiero insistir en una cosa. ¿Por qué no podemos llamar simplemente «reunión» a todo este flujo de vida, a toda esta humanidad que se canaliza dentro de este espacio humano? ¿Por qué debemos llamarlo «gesto»? Porque lo que nos une —especialmente cuando nos reunimos en momentos como este— es la gran cuestión sobre la que se juega por entero la vida del hombre: si la vida tiene una responsabilidad ante Otro, una responsabilidad frente al «Tú» de Dios, o si, por el contrario, por muy esforzada que sea, por muy rica en obras y entregada a las personas y a las cosas, al final tiene delante de sí la nada, de modo que todo lo que uno es y hace acabe disolviéndose, como la arena de un gran desierto. «Si en estos años no te hubiese conocido a ti y a los amigos del movimiento y, a través vuestro, al rostro bueno del Misterio que hace todas las cosas, ¿qué sería, ahora, de mi vida?».