¿Se puede (verdaderamente) vivir así? La esperanza - Luigi Giussani - E-Book

¿Se puede (verdaderamente) vivir así? La esperanza E-Book

Luigi Giussani

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Beschreibung

En 1994 salió a la luz por primera vez ¿Se puede vivir así?, el volumen en el que se recogían las conversaciones de monseñor Luigi Giussani con un grupo de jóvenes que habían decidido comprometer su vida con Cristo en una forma de entrega total. El texto, por su forma de comunicación directa de las cuestiones fundamentales de un camino de fe, tuvo un gran éxito y se difundió entre creyentes y no creyentes. A modo de comentario, ¿Se puede (verdaderamente) vivir así? propone diálogos sobre aquel texto entre el autor y otros grupos de jóvenes: una verdadera «escuela», en la que se tienen en cuenta al máximo la altura de la razón y las necesidades del corazón. En este segundo volumen descubrimos, dice Giussani, que la esperanza es una palabra humana: «La esperanza cristiana es la más rica apertura a la realidad, el más rico descubrimiento en la realidad, la mayor exaltación de la realidad que el hombre pueda conocer». El autor está comprometido con un examen apasionado del valor de las palabras que nos vinculan a Cristo y, continuamente reclamado por las preguntas de los jóvenes, establece un rico diálogo abierto a cualquiera que, incluso a través de la lectura, quiera participar.

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Luigi Giussani

¿Se puede (verdaderamente) vivir así? / 2

La esperanza

Traducción de Carmen Giussani

Título en idioma original: Si può (veramente?!) vivere così?

© 1996 BUR Rizzoli

© Fraternità di Comunione e Liberazione

© Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2024

Traducción de Carmen Giussani

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección 100XUNO, nº 133

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-186-1

ISBN EPUB: 978-84-1339-519-7

Depósito Legal: M-5781-2024

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

nota introductoria

Presentación

¿Se puede (verdaderamente) vivir así? La esperanza

I. LA ESPERANZA

1. ESPERANZA: SÍNTESIS

2. COMENTARIOS Y DIÁLOGOS

3. «Già símilmente mi stringeva il core» (Giacomo Leopardi)

II. LA POBREZA

1. POBREZA: SÍNTESIS

2. COMENTARIOS Y DIÁLOGOS

III. LA CONFIANZA

1. CONFIANZA: Síntesis

2. Comentarios y DIÁLOGOS

3. MEMORIA, CONCIENCIA DE UNA PRESENCIA*

Índice de nombres y obras

nota introductoria

¿Se puede vivir así? (Encuentro, Madrid 11996, 2023) es un libro nacido como transcripción fiel de los coloquios desarrollados por don Luigi Giussani con un centenar de jóvenes, decididos a comprometer su vida con Cristo en una forma de entrega total. Dicho libro fue el punto de referencia para el diálogo mantenido por el mismo Giussani con dos grupos de jóvenes que iniciaron el camino del noviciado en los Memores Domini durante los cursos 1994/95 y 1995/96. Los encuentros semanales de formación se dedicaban alternativamente a lecciones, en las que se comentaban los pasajes fundamentales del texto ya publicado ¿Se puede vivir así?, y a momentos de asamblea sobre dichas lecciones. El libro que ahora presentamos refleja los frutos de ese trabajo:

— la parte central de cada capítulo reproduce los diálogos con los jóvenes;

— un apartado por capítulo explicita sintéticamente la naturaleza de la virtud descrita y los pasajes fundamentales en los que se articula la lección;

— algunos capítulos contienen apartados dedicados a temas específicos, según iban surgiendo en el transcurso del año (problemas o aspectos de la vida afrontados con particular atención, preocupaciones de método, propuesta de algunos pasajes de literatura).

Para facilitar la utilización de este libro como instrumento de profundización del volumen precedente, los comentarios y las preguntas se han ordenado conforme a la articulación de las lecciones de ¿Se puede vivir así? a las que hacen referencia. Para identificar inmediatamente las distintas partes del libro, los pasajes de ¿Se puede vivir así? se reproducen con un cuerpo de letra más pequeño y con un sangrado distinto, mientras que todas las intervenciones de los jóvenes se reproducen en cursiva.

La presente edición reproduce los textos de la edición original italiana correspondientes a la segunda parte del volumen original, dedicada a la virtud de la esperanza, junto con su condición esencial, la pobreza, y su consecuencia práctica, la confianza.

¿Se puede (verdaderamente) vivir así? La esperanza es el segundo tomo de la trilogía, que se completará con el texto dedicado a la virtud teologal de la caridad.

Presentación

¿De qué modo podemos aprender, aunque sea balbuciendo, un lenguaje nuevo y verdadero, el lenguaje de la verdad de las cosas? A dos amigos se les une la compañía de un tercero que, desde hace ya algún tiempo, está habituado a mirar las cosas de un cierto modo, a leer las frases considerándolas despacio, repitiendo pausada y detalladamente las palabras más importantes. «¿Qué significa esta palabra que retorna una y otra vez y que nos han dicho que es la más importante?». Al principio uno se lo plantea personalmente, luego pregunta a otro, después los dos le preguntan a una persona mayor que ellos. Entonces leen juntos, estudian de memoria la expresión que parece difícil pero es bella. Y es bella porque dice algo verdadero, dice la verdad. Lo verdadero se disfruta solo al comprender el contenido de lo que se dice; no se saborea ni se gusta porque placet auribus, porque regala el oído. Y cuando hay una palabra que los tres no consiguen aclarar bien, que no consiguen entender del todo por qué forma parte del discurso, entonces los tres se dirigen al que ha formulado el discurso para preguntarle: «¿En qué sentido esta palabra forma parte del discurso?». Y entre cuatro la pregunta se resuelve mejor que entre tres.

Así concebían el estudio los medievales. Sus libros lo demuestran: el texto correspondía a un pasaje de la Escritura que había que examinar, valorar y estudiar; los márgenes eran tan amplios que, mientras se leía el texto en la escuela y cada uno aportaba sus consideraciones, llegados a un cierto punto todos escribían en ellos el resultado de la discusión que el maestro les había hecho comprender persuasivamente. «El resultado de la discusión es éste: la caridad es don, don gratuito y total». Por eso, en los márgenes de los libros medievales de los estudiantes universitarios de Bolonia encontramos escrito: «La caridad es don…». Es el comentario final al problema abordado, la explicación del texto.

Pero la verdadera escuela son aquellos dos. O, mejor dicho, aquellos tres, porque sin un maestro no hay escuela; sin alguien que ya haya dado ciertos pasos y, por consiguiente, indique la dirección inmediata a tomar, no hay escuela. O quizás, aún mejor, aquellos tres junto a quien es el responsable de lo que se dice y de cómo se dice, de cómo se defiende un concepto que se pretende definir. Esta es la escuela que permite retener lo verdadero y, sobre todo, la que nos introduce en la comprensión de qué tiene que ver eso con nuestra vida diaria.

No es algo que se refiere al más allá, sino a este mundo, porque el mundo venidero será la consecuencia, la continuidad de algo que ya empieza en este mundo. Porque, puesto que estamos hechos por el Ser, o sea, por Dios, el otro mundo no será otra cosa que la manifestación visible de nuestro ser como hechura de Dios, por tanto, una manifestación visible que se despliega necesariamente como amor. Se podría decir que el más allá, o lo eterno, es el fundamento «necesario» de todo lo que es verdadero, cuyo color apenas se vislumbra en este mundo, como si fuera algo que siempre puede pasar desapercibido. En este mundo podemos siempre equivocarnos, pero lo eterno es la verdad de la realidad misma.

El presente texto nace de este modo de concebir la escuela, la enseñanza y el aprendizaje.

¿Se puede (verdaderamente) vivir así? La esperanza

I. LA ESPERANZA

1. ESPERANZA: SÍNTESIS

La esperanza es una certeza sobre el futuro

en virtud de una realidad presente.

Por tanto, es la presencia de Cristo,

que advertimos mediante la memoria,

lo que nos da confianza ante el futuro.

Y entonces es posible caminar sin detenerse,

«tender» sin límites hacia la meta,

a partir de la certeza de que Él,

que posee la historia,

se manifestará en ella.

(Pascua de 1996)1

Una síntesis elemental es importante, porque recoge y pone en valor todo lo que hemos dicho sobre la esperanza2; y además impide que nous égarer, que nos desviemos.

Primero. Existe una presencia, en la vida del hombre hay una presencia: la presencia de las personas y de las cosas. Estas presencias ejercen una fascinación sobre el hombre, de modo que afronta su relación con la realidad a partir de los deseos que constituyen el resorte de todos sus dinamismos. El hombre no es «un muermo». Los atractivos que tiene esta presencia suscitan en él los ideales de la vida: la belleza, la verdad, la creatividad, el trabajo (la creatividad coincide con el trabajo). El hombre se apega a estos ideales y todo su apego —por consiguiente, la estima que tiene por sus mismos deseos— le ciega acerca de su carácter provisional: el hombre no ve que todos esos ideales son signos, señales puestas a lo largo del camino.

Segundo. Acontece una presencia excepcional, la del Verbo de Dios encarnado en el seno de María. Se trata de la presencia de aquel por quien están hechas todas las personas y las cosas, de aquel que ha creado el mundo, por lo que todas las realidades creadas son signo de él, en él encuentran su verdad (si no, serían mentira) y su propio cumplimiento (si no, serían vanas) las criaturas. Todos los ideales que se despiertan en el hombre a lo largo del camino están en función de Él, que es el ideal; los deseos del hombre son certeros y eficaces cuando se viven en función del deseo de Cristo. Las experiencias del amor, de la búsqueda de la verdad, la fecundidad, la capacidad de construir en la vida son formas para adentrarse en la experiencia de Su misterio: este es el ideal de la vida del hombre después de que Él haya venido para permanecer con nosotros hasta el día de su gloria. Por tanto, vivir en la espera de Cristo es la esperanza de toda esperanza.

Tercero. Por consiguiente, Él debe entrar a determinar todos los intentos mediante los que la esperanza humana —¡la esperanza es el motor!— busca la experiencia suprema, última, que vuelve cien veces más exaltantes los anticipos que constituyen las experiencias humanas habituales. Una capacidad de familiaridad con Cristo, de relación amorosa con él, un incremento del valor del trabajo, una exaltación del afecto, un protagonismo histórico como creación del pueblo de Dios: estas son las consecuencias.

Cuarto. El error permanece como dolor, pero no es una objeción: «Todo esto no ha existido. Solo Él es»3. Realmente, entendimiento, corazón, voluntad… toda nuestra capacidad de relación, casi insensiblemente, se focaliza en Cristo: «Solo Él es». Lo cual no solo no supone excluir a mi padre y a mi madre, sino que implica insertarlos en esa exaltación de lo humano que es la gloria de Cristo; mi padre y mi madre se incorporan a él, entran a formar parte de su figura; y la persona más amada entra en su figura, en el corazón, en el centro de su figura.

Quinto. El lugar de este acontecimiento es una compañía eclesial; eclesial quiere decir de gente que se junta por Cristo. La naturaleza de nuestra compañía es pura amistad y, con el deseo de que seamos cada vez más amigos, ¡vámonos a comer!

2. COMENTARIOS Y DIÁLOGOS

Nuestro primer objetivo no es el de juzgarnos a partir de cómo respondemos, de cómo hemos correspondido a lo que se nos propone, sino el de juzgar el tramo que hemos recorrido, desde un punto de vista de comprensión crítica; tiene que ver, por tanto, con nuestra inteligencia de las cosas, con cómo hemos aprendido lo que nos han dicho, con cómo influye todo lo que se nos dice en nuestra mentalidad, en nuestra cultura, en nuestra forma de mirar la realidad. No se trata de saber repetir todo lo que hemos escuchado, sino de asimilar lo esencial: cómo hemos conservado la palabra que es objeto de nuestro tema en su definición, que siempre es válida, tanto en el ámbito de la fe cristiana como en el de la relación con tu madre. Puesto que el significado de las palabras esenciales, tal y como lo propone el mensaje cristiano, es el mismo que tienen en la relación de un niño con su madre. Las palabras tienen un valor natural y uno sobrenatural (un valor que es propio del sentimiento que Cristo tiene del hombre; sobrenatural se refiere a esto). El valor que las palabras adquieren en el sentimiento que Jesús de Nazaret tiene del hombre coincide con el valor original que tienen en el ámbito de las relaciones humanas.

Por ejemplo, la obediencia, como ya dijimos, vale para la concepción de la vida que tiene Jesús como para la concepción de la vida que tiene Caifás —a sus hijos, Caifás les decía: «Oye, granuja, te lo has buscado…»—, vale para Caifás lo mismo que para Jesús: la obediencia representa una dinámica natural, una ley de la vida natural, así como representa una dinámica de la vida nueva que ha traído Cristo, una ley de esa vida distinta que ha traído Jesús, que vivía Jesús (el cual no era demasiado condescendiente, dado que, pasando de sus padres, se quedó en Jerusalén para discutir, ¡con doce años! ¡Con doce años ya se le venía venir!).

Aludí al niño con su madre para indicar el origen mismo de estas palabras: ese origen pulsa en el recién nacido, se agita en sus primeros pasos y da comienzo a un camino que no terminará nunca; lo quiera o no, lo reconozca o no, ¡no terminará nunca! Puede cambiar el modo de expresarse —cómo cambia nuestra manera de obrar a lo largo de veinte años, treinta años—, puede cambiar de forma (por ejemplo, con la muerte), pero la existencia que arraiga y se desarrolla, florece para siempre. Ahora me interesa la disputa sobre la última palabra de nuestra temática que hemos intentado clarificar: la esperanza. Vamos allá.

Intervención — Antes de comenzar este año de noviciado, palabras como «esperanza», «libertad», me resultaban conocidas, como si ya supiese definir sus contornos. Sin embargo, ahora se han convertido en realidades insondables, de las que no vislumbro el fondo.

Estupendo, amigo. Es cierto.

Intervención — Si por una parte esto me genera un asombro enorme, por otra me reclama al uso de todas mis facultades, porque percibo la responsabilidad que tengo. Sé que me ha sucedido algo grande, pero la responsabilidad, a veces, me pesa.

Este último aspecto revela dónde está el problema. Justamente porque los márgenes de esas experiencias son misteriosos y, por ello, insondables para nosotros, todo —este es el ataque diabólico, lo negativo— tiende a hacer que te resulten pesadas y, si son pesadas, tú pasas: «Son muy pesadas, ergo paso». En cambio: «Son misteriosas, insondables, ergo te invoco, Señor. Ven y no permitas que yo vuelva a la monotonía y a la insignificancia de todos; por el contrario, haz de mí un corazón que no deja tregua al corazón de nadie».

Antes de nada, mirarás a los que se crucen contigo —quienesquiera que sean—y, al mirarles, te fijarás en su corazón; entonces ellos se rebelarán, harán lo posible para restarle importancia, para librarse de ese lazo y mentirán contra ti para poder escabullirse.

A ti te toca pedir. Frente al Misterio solo hay una cosa que el hombre, que proviene de la nada, puede hacer, desnudo como salió del vientre de su madre: pedir —en eso estriba la diferencia entre el niño y el animal, el niño pregunta, pide— orar, invocar, suplicar la gracia de adentrarse cada vez más en el Misterio, de ahondar más profundamente en el Misterio.

Si alimentas este deseo, el clima de tu vida cambia por completo, y tú lo entiendes, especialmente cuando te equivocas; la alegría, que vuelve a aparecer en tu vida, puede ser equívoca, puede ser superficial; lo que mejor te hace entender es cómo sientes lo que es el pecado. El pecado es triste; triste porque va contra —no porque va contra una idea o una norma—, va en contra tuyo, va contra ti, Señor. Y eso se te queda dentro como una tristeza que constituye el trasfondo de la cara de san Pedro, especialmente tras sus últimas traiciones.

No sé cómo decirlo de otro modo, pero pedir constituye la riqueza del que no tiene nada. ¿Qué tenemos que sea nuestro? El poder del que no tiene nada es pedir. Como san Juan cuando apoyó su cabeza sobre el pecho de Jesús en la última cena: era una forma de pedir. El Evangelio no dice que Juan le pidiera algo a Cristo; no formuló peticiones, pedía con todo su propio ser. ¿Recordáis la imagen de Giotto?4 Pedía. ¿Qué representa esa imagen? Alguien que pide: calla, no dice nada, no piensa nada, pero su postura es una petición. No hay relación verdadera sin una actitud de petición.

En cualquier caso, la esperanza que nace de la fe, el modo de enfrentarse al futuro que surge de la simpatía profunda por esta Presencia, nos lanza de cabeza a la realidad, nos zambulle en ese espacio de misterio donde nuestro ser puede beber felicidad por todos sus poros.

Intervención — También yo veo que las palabras, que antes me parecían ya definidas, hoy me resultan más misteriosas, pero esto no es un logro mío, sino el resultado de un seguimiento.

No es un logro tuyo, porque es necesario un poder infinito para crear esta posibilidad, pero también lo es, porque has dicho sí.

Nori5 me dijo ayer, mientras íbamos camino de Padua: «Mira qué etimología bellísima hallé en el indoeuropeo: la raíz sin. La raíz sin ha sido traducida en las lenguas mediterráneas con el término seguimiento (sin=sequor), pero en las lenguas anglosajonas y nórdicas con seen, ver. Por consiguiente, ver, y por tanto mirar, es seguir. En la historia del pensamiento y de la experiencia humana, mirar es seguir, ver y seguir son sinónimos».

En mi opinión, no es del todo verdad que antes, para vosotros, estuviera ya definido el contenido de estas palabras, mientras que ahora, percibiendo su margen de misterio, las conocéis más. La definición remite a palabras conocidas; pero, si se trata del Misterio, no puede ser reducido a palabras conocidas —lo que se puede hacer es aludir a él mediante palabras conocidas—, pero tú conoces el Misterio, en cuanto Misterio, solo siguiendo una presencia que tiene la clave, solo siguiendo una presencia que representa al Misterio, que es signo del Misterio, que lleva en sus entrañas al Misterio.

«El hombre es un animal racional»: esta definición no es suficiente para una madre, no es suficiente para un amante, no es suficiente para un amigo, no es suficiente para un hombre cabal y bueno. Puede ser bastante para los poderosos, los aprovechados, los que tienen como dioses la usura, la lujuria y el poder, como escribe Eliot6.

Al haber nacido el hombre del Misterio, esto es, de Dios, «lo que yo soy es inconmensurable con lo que yo sé», dice Ricoeur7. Lo que existe, el ser, desborda infinitamente todo lo que el hombre aferra y define; lo cual no quita que el hombre pueda definirlo de modo justo o equivocado, es decir, que lo indique con términos exactos, que dan una definición pertinente, o con términos falsos, que dan una definición que no procede.

Pero ninguna definición puede atar en su prisión no solo a ningún ser humano, ni, desde luego, al misterio de Jesucristo, sino, ni siquiera una gota del misterio de la piedra, del guijarro, de la semilla que se confunde con la tierra. Todo lo que existe rebasa desde el interior cualquier fotografía, también la fotografía intelectual que puede hacer el hombre, también la fotografía que sale de vuestro conocimiento. Esto no significa que la fotografía que sale de vuestro conocimiento sea ambigua, siempre errónea; no, simplemente resulta inadecuada: puede ser justa, pero resulta siempre inadecuada. Quid animo satis?8Si analizaras lo que deseas y lo apuntaras en un cuaderno hasta que ya no se te ocurriera nada más, absolutamente nada, tu corazón nunca sería la suma de todos los deseos apuntados: es algo que rebasa infinitamente esos deseos. Y esto es algo que solo el tiempo pone de manifiesto.

Por tanto, si pretendes agotar el conocimiento antes de empezar a seguir, te metes en una prisión de la que ya no puedes salir, en un túnel sin salida. En cambio, debes hacer exactamente lo contrario: apenas haya un atisbo de bien que tú reconozcas, síguelo. ¿Qué significa seguir? Mirar. En el lenguaje humano, seguir significa mirar. ¿Qué verbo hemos usado para Juan y Andrés? ¡Lo «miraban» hablar!

La gloria de Cristo es la historia de la difusión del testimonio de Juan y Andrés que llega a ser mi testimonio, que en algún tiempo se extenderá por el mundo entero y en otro, sin poderlo prever, será apartado y olvidado. Eliot es el mayor poeta que ha cantado esta historia. Pero la gloria de Cristo, que, según el designio del Padre, implica todos los altibajos de la historia, se manifestará definitivamente en el día final, cuando todos lo reconocerán como Dios. El padre Kolbe murió por ella en condiciones terribles. Y el padre Beduschi, misionero comboniano, cuando los combonianos iban desde Jartum a Uganda a pie por caminos en los que cada medio metro encontraban una serpiente —¡por no decir algo peor!—y el viaje tenía peligros de muerte, fue al destino que le asignaron, se fue solo y en tres años no consiguió siquiera un bautismo, porque allí mandaba el hechicero. Hasta el día en que supo que un pobre viejo que estaba muriéndose pedía ser bautizado (tres años sin resultados, una vida aparentemente inútil; es necesario experimentar un poco de estas cosas para entenderlas. ¿Qué habéis experimentado hasta ahora? Una buena comparación, pequeña, sin mayor incidencia, pero real es lo que puede pasar con un examen; uno se prepara durante seis meses, estudia duro durante seis meses, se presenta al examen y ¡se bloquea!). Pues él fue para bautizar a este anciano que no podía moverse de su choza. Cuando llegó, se encontró con toda la población del pueblo que estaba en la puerta de la choza. El hechicero se le plantó delante y le dijo: «Te dejamos entrar si te comes esto» (era una bacinilla con las heces del enfermo). El padre Beduschi las comió, y murió de fiebre negra al cabo de unos días. Ese fue el lugar de Uganda donde más se propagó el cristianismo, alcanzando casi la totalidad de la población que, actualmente, está constituida por católicos que viven como los europeos de hoy: sin Cristo y sin entusiasmo por su gloria; sin embargo, Rose9 puede hacerse amiga de muchos allí y Francis10 puede dejarse matar por los milicianos de Amín, ante su padre, por negarse a prometer que dejaría de acudir a la Escuela de comunidad. Francis puede aceptar el martirio solo por su inmanencia a una amistad. El terreno donde arraiga una humanidad cristiana, que cuenta con una historia cristiana, es extraño: parece que todo está muerto y, en cambio, hay un fervor de posibilidades que aparecen cuando es necesario, y ‘es necesario’ cuando Dios quiere.

pp. 133-134 Así pues, justificados por la fe [no voy a explicar ahora todas las frases], estamos en paz con Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo [estas frases no se comprenden, pero tienen una sencillez que induce cierto temor reverencial y cierta paz en el corazón]; por medio de él [ésta es la frase] hemos obtenido también, a través de la fe [es decir, mediante la fe en él], el acceso a esta gracia en la que nos encontramos y de la que nos gloriamos [¿cuál es esta gracia en la que vivimos y de la que nos gloriamos?] en la esperanza de la gloria de Cristo.

Intervención — Me gustaría comprender qué quiere decir existencialmente el deseo de la gloria de Cristo y cómo este deseo se puede avivar continuamente.

En el último número de Tracce, el artículo de la «Página Uno» lleva el título: Dios: el tiempo y el templo11 y trata enteramente sobre la gloria de Cristo. Explica que la relación que Dios tiene con el mundo sigue un extraño método: Dios entra en relación con el mundo fijando un lugar, se hace presente en un lugar que se llama templo; llegado el momento, este templo se convirtió en una casa, la morada de Nazaret, por la presencia que la habitaba, Jesús. El punto exacto por el que el Misterio entra en el mundo es ese lugar, esa morada. Y después entró en relación con los primeros amigos que hizo —Andrés y Juan—que, tras haber estado con él aquel día, fueron corriendo a sus casas diciendo: «¡Dios mío, cómo habla este hombre! ¡Qué cosas dice!». Y la mujer de Andrés, que le notaba silencioso —lo que nunca había pasado—: «¿En qué estás pensando?», «Pienso en ese hombre». Después se lo dijeron a los amigos, comenzaron a reunirse, a seguirlo; después a los amigos de los amigos, a los amigos de esos amigos… hasta que llegaron al final del siglo I, al siglo II, al siglo III… hasta que llegaron a mi madre, y mi madre me lo dijo a mí. En tu caso, puede que no haya sido tu madre, sino tu maestra; quizá para ti no fue tu maestra, sino algún compañero de CL (¡quizá estabas ya en la Universidad!), da lo mismo. A esto le llamamos un encuentro.

¿Cuál es el sentido de la vida y del mundo según este hombre y, por consiguiente, según todo el mensaje que la compañía creada por Él ha ido reflexionando y difundiendo a lo largo de los siglos y a lo ancho del mundo, a medida que iba creciendo y se extendía la Iglesia? ¿Cuál es el sentido de la vida que Cristo nos revela? La felicidad, la belleza, la verdad… Pero la vida está inserta en la historia, ¿cuál es entonces el sentido de la historia? Porque no basta decir: la felicidad, la belleza, la verdad, sino la verdad, la belleza y la felicidad de todo el mundo, de todos los hombres. «¡Anda, pero esto es un mundo distinto!». ¡Exacto!

Esta es la gloria de Cristo. Si se acabara el mundo, tal y como describe Carducci en su poesía Sobre el monte Mario12 —conforme a la teoría de entonces y de ahora según la cual la tierra entera se cubrirá de hielo a causa de una nueva glaciación (y Carducci describe de modo muy expresivo al último hombre y la última mujer en el ecuador, helados también ellos, que, con las últimas reservas de energía, contemplan la última puesta del sol, mientras todo muere)—, sea cual sea el designio que rige las cosas, el plan de Dios sobre el mundo, aquello por lo que todo sucede, desde cada uno de tus cabellos hasta el dolor que sufres (la respuesta que os doy ahora es incomprensible, pero no podemos decir por eso: «Es imposible») lleva un nombre: Jesucristo, el Hijo de Dios, el Misterio que, haciéndose hombre y muriendo por nosotros, obtuvo del Padre la posesión de todas las cosas. «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado»13, dijo al comienzo de su discurso de despedida antes de morir.

«Todo en él consiste»14. La razón de ser del mundo es que se revele cuál es su verdad, su consistencia. Entonces comprenderemos con vergüenza que vivimos una inmensa mentira; la apariencia se convierte en una inmensa mentira cuando no la reconocemos como signo de Él. Por eso el hombre sabio camina hacia su destino aprendiendo a descubrir y vivirlo todo como signo, como signo de Él. Aquel día, cuando Dios quiera —«Acerca de aquel día nadie sabe, ni siquiera los ángeles de Dios, sino solo el Padre»15—, todo el mundo, todos los hombres de la historia comprenderán: «Tenían razón. Tenían razón Manfredini y sus tres amigos»16, porque Cristo lo es todo en todos.

La gloria de Cristo es el fenómeno por el cual los hombres reconocen —por un don de gracia, por el don de la fe— de qué está hecho todo, los hombres y las cosas, de qué está hecha la realidad entera: está hecha de Cristo. La gloria de Cristo coincide con descubrir aquello de lo que está hecha la realidad; así se pone fin a la mentira, a una ilusión que, sacada adelante con empecinamiento, se convierte en una mentira.

Es exactamente lo contrario de lo que parece: que sea mentira el más allá. Mientras que lo que es mentira es cómo vivimos el más acá. No tenemos excusa, porque —¡es innegable!— las cosas del más acá se terminan, se acaban, porque no se han hecho por sí mismas, nada se hace por sí mismo, por lo cual todo está hecho por Otro. Fijaos en una cosa cualquiera: en todo momento, entre los millones y millones de seres que existen, no hay ninguno que se haga por sí mismo, ninguno. Si hay algo evidente, del todo evidente y sobrecogedor, es que en este momento tú no te haces a ti mismo. «No podéis añadir ni un solo pelo a vuestra cabeza»17 —dice Jesús—.

La gloria de Cristo es el instante en el que un hombre entiende que todo está hecho por Cristo y lo grita al mundo: se llama testimonio. Uno está llamado a la virginidad para cumplir con esta tarea; por lo tanto, aunque de formas distintas, todos están llamados a la virginidad, y el final de la historia llegará cuando todo el universo humano lo reconozca: «Tenías razón tú», me dirá aquel día el profesor de filosofía e historia, Daziano, ateo militante, que hacía de su cátedra en el liceo Berchet un ataque encarnizado contra la Iglesia. A nosotros se nos ha concedido verlo antes; a esto se le llama profecía.

Intervención — En una ocasión, ha definido la gloria de Cristo como su manifestación en nuestra vida cotidiana. ¿Cómo es posible que esto suceda?

La gloria de Cristo consiste en el reconocimiento de lo que Cristo es para toda la realidad: él es todo en todos, según la fórmula de san Pablo: «Cristo lo es todo, y en todos»18, «Todo en él consiste»19. La gloria de Cristo es que lo reconozcamos. Descubrir que él es todo en todos y admitirlo más o menos a regañadientes; con el tiempo, este reconocimiento se torna un corazón ensanchado y un canto, se convierte en canto: Christe cunctorum dominator alme (oh Cristo, Señor de todos y dador de la vida), el único que puede hacer dies laeti placidaeque noctes (que sean los días gozosos y las noches serenas)20.

Por tanto, la gloria de Cristo aparece —como una nueva estrella en el firmamento eterno, en el firmamento del mundo para toda la eternidad— en el corazón de la persona: Tú y yo; Tú, oh Señor.

Permitidme todavía una apostilla. La gloria de Cristo es lo que más inmediatamente siente quien es fiel, quien cree. Quien cree comprende inmediatamente que el dueño del mundo es Él, que el Señor del mundo es Dios hecho hombre; por eso, lo que corresponde inmediata y plenamente a nuestro deseo expresivo es la gloria de Cristo, que él ocupe el lugar que le corresponde, su victoria. La gloria de Cristo constituye realmente un desafío incluso político, como Newman explica en una obra suya sobre los arrianos en el siglo IV21.

Solo tras un largo trato con Él, solo por la fidelidad en pensarlo, buscarlo, conocerlo, estudiarlo, escucharlo, solo por mantenernos fieles a la compañía (que es tal solo si lo es en Su nombre), el reconocimiento de Cristo se convierte en algo íntimo. Por eso, el impulso afectivo, el amor a Cristo no se da a los 15 años, ni a los 20; a los 15 y a los 20 serán turbias palabras de afecto, el típico afecto turbio de cuando es todavía inmaduro (15, 20, 25 años…). Pero cuando uno dice «Jesús» con conocimiento de causa, consciente de lo que está diciendo —con temblor y ternura, con respeto, con confianza y certeza, con abandono—, cuando uno comienza a decir «Jesús» de este modo, ya es mayor, ha pasado ya mucho tiempo. A vuestra temprana edad solo excepcionalmente puede suceder que uno diga «Jesús» con dignidad, con la dignidad que caracteriza todo afecto maduro.

La gloria de Cristo consiste en el reconocimiento de que todo consiste en él. Tú estás hecha de él, ¿no lo sabías? Te lo digo yo ahora; no antes de ayer, hoy. Y soy perfectamente consciente de las palabras que utilizo. Con el tiempo, si tú permaneces —palabra que Jesús repite decenas de veces en los últimos capítulos del evangelio de san Juan: «Permaneced», «Quedaos conmigo»22—, entenderás. Todos los que durante estos cuarenta años he visto marcharse de nuestro movimiento por alguna objeción que tuvieran —objeción que podía ser justísima—, han dejado de entender estas cosas; en cambio, quien ha permanecido, hoy entiende, de modo que ya no tiene las objeciones que podía tener hace diez años.

Y este reconocimiento nace del corazón del hombre, del mío como del de Simón, que dice: «Sí, Señor, te amo». Pero la gloria de Cristo desafía el límite de mi reconocimiento, exige que se abra de par en par, que se comunique a los demás; y en la medida en que se comunica a otros, mi reconocimiento de Cristo se llama testimonio. El testimonio es el instrumento para apresurar y encumbrar la gloria de Cristo, para acrecentarla; es el instrumento del que Él se sirve para comunicarse a los demás. De este modo su reconocimiento se dilata. Fijaos, eran tan solo doce (doce: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce; punto final), sus nombres están escritos. Doce. Pensad cuántos eran, cuántos somos y cuántos seremos. A esta realidad se le llama pueblo de Dios, el conjunto de aquellos que le reconocen, que reconocen que todo consiste en él, que «todo fue creado por él y para él; y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho»23: es un hombre, un hombre que tiene este poder.

Esta comunicación de la gloria de Cristo al mundo no se extiende conforme a una imagen lógica y fija; se dilata de modo imprevisible por el mundo, como en el siglo III, cuando llegó hasta el confín al sur de la India (donde todavía subsisten restos de aquella implantación de la fe en el estado de Kerala); se dilató de modo imprevisto hasta Portugal, en Irlanda antes que en Inglaterra…

La gloria de Cristo se extiende más allá de los confines de nuestra conciencia, porque hemos sido llamados a ser testigos e instrumentos de esta comunicación que tiene extraños vericuetos: de modo imprevisto se multiplica, o se restringe, como en nuestro tiempo, hasta dar la impresión de que se ha perdido. Y la Iglesia, por haber cedido a la mentalidad de muchos teólogos, o en la misma formación del clero en los seminarios, ha llegado hasta el punto de afirmar (cosa que hemos sufrido nosotros más que otros, tanto en los años de GS como ahora con CL) que comunicar lo que conocemos de Cristo constituye un delito contra la conciencia de los demás, un intento de imponer. ¿Y por qué lo dicen? Porque nunca han tenido experiencia de lo que es el testimonio; a partir de sus prejuicios filosóficos y teológicos, proyectan sus ideas sobre el testimonio cristiano. Quien ha dado testimonio sabe muy bien en qué medida se hallan implicadas en la misión la racionalidad, la gratuidad, el compartir las necesidades de los demás y el dolor.

p. 135 La fe permite que esperemos ver cómo todo lo que se mueve, se mueve para gloria de Dios; la fe nos permite esperar ver esto.

La primera manera de verlo no es verlo; la primera manera de verlo es comprenderlo, es comprender. Dentro de sesenta años tendrá lugar en California un terremoto —perdonad, esperemos que no, pero puede que ocurra, ya que debajo tiene una falla— que hará que la mitad del territorio californiano se precipite en el mar: comprender esto es mucho más que verlo, tan es así que comprendiéndolo se puede empezar a poner pilares en el mar, es decir, empezar a prepararse. Comprender es más que ver.

Ver a una persona y comprenderla son cosas distintas; pero el comprender pasa a través del ver. El padre Ignace de la Potterie habla de la fe como de un itinerario de la mirada (impresionante, es una expresión fantástica)24. Itinerario de la mirada, es decir, el camino que discurre dentro de la mirada; es como lo que os decía yo: cuando uno ve un rostro que le fascina —cualquier rostro está cargado de fascinación, de misterio, por aquello de «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza»25; y tal y como es el hombre, tal y como es su alma, así es su rostro26, dice Jesús—y, hallándose a una distancia adecuada —porque si no se respeta la debida distancia uno se pierde inmediatamente, se ahoga enseguida—, se adentra con la mirada en esa cara, entonces ve algo más profundo; y mira, y mira, y mira, sigue mirando hasta que llega allí donde la cara brota como de un manantial: springs.

Tenía yo nueve años cuando lo vi—es una de las experiencias que me han impresionado y han dado forma a mi cabeza y a mi corazón—; en el valle Formazza hay una cima que se llama Monte Giove, a su izquierda está la cascada del río Toce, que es la más grande de Europa; este valle está totalmente encajonado entre los montes y en un prado verde, en un extremo del valle, había unos niños jugando. Yo —que tenía nueve años— vi un pequeño trozo de tierra que no era verde. Entonces me acerqué para mirar y, por primera vez en mi vida, vi —puf, puf, puf— el pulso del agua que brotaba del manantial, la pequeña ola que salía de la tierra. Llenaba de agua purísima aquel trozo de tierra, después se encauzaba en un pequeño, pequeñísimo riachuelo, que no me acabó de interesar. Estuve un buen rato allí, mirando el manantial.

De este modo, si tú ves una cara y detienes tu mirada en ella adviertes el pulso del manantial, percibes una fuente de donde mana esa cara, el spring de donde brota. Si la miras, entras en su interior, en su misterio y ves surgir otra ola, de la que deriva la primera; y luego, otra, y otra… y así hasta que llegas donde todo mana: el puf original, allí donde sale del misterio del Ser, de las manos de Cristo, el Verbo de Dios.

Por eso, comprender constituye la perspectiva infinita del ver.

p. 136 Mientras que la fe es reconocer una Presencia cierta, reconocer con certeza esa Presencia, la esperanza es reconocer la certeza del futuro que nace de esta Presencia.

Intervención — ¿Por qué a veces la esperanza parece más abstracta que la fe? ¿De qué modo se relaciona con el instante, de qué modo incide en él, en el momento presente?

A mi modo de ver la esperanza parece más abstracta que la fe, porque nuestra fe (que creemos más concreta que la esperanza) es, normalmente, una fe piadosa, emotiva, sentimental. No coincide con la memoria de un hecho. En cambio, cuando llega a ser memoria, se convierte en una roca en la que puedo apoyarme hoy, dos mil años después, para dar los pasos que me tocan y afrontar los sacrificios necesarios. «Nunca me enamoré de una chica como la de ayer por la tarde, y hoy hago el sacrificio de ir a trabajar en vez de ir a esperarla a la puerta de su oficina». Realizar un sacrificio supone un test de concreción mucho mayor que cualquier tipo de emoción y «llanto y rechinar de dientes»27