¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? - Luigi Giussani - E-Book

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? E-Book

Luigi Giussani

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El presente libro recoge los comentarios realizados por don Giussani a una cuarentena de Salmos y textos significativos del Antiguo Testamento, al hilo de la Liturgia. Como el propio autor indica, "a través del pueblo judío, la pedagogía divina pretende enseñar al hombre que hay un único Dios, que lleva a cabo su plan misterioso mediante la elección de una realidad concreta de tiempo y espacio. (...) Los salmos son la forma del diálogo que Dios mismo ha establecido con su pueblo desde antiguo. Quien los recita hoy asume un clima propio del pueblo judío, profundamente marcado por la espera del cumplimiento de una promesa". "La lectura de estos comentarios de don Giussani a los salmos nos introduce en el misterio de Cristo deseado, intuido, esperado, profetizado y encontrado en la historia. Y nos acompaña en una nueva apropiación del Salterio, de modo que la espera, el deseo, el dolor, el arrepentimiento y la alegría del salmista de Israel resuene en nosotros como resonó en el judío Simón Pedro cuando recitaba los salmos con los ojos cargados de la Presencia de Jesús resucitado" (del prólogo a la edición española).

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Luigi Giussani

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?

Prólogo de Ignacio Carbajosa

Selección de los comentarios a cargo de Milene Di Gioia

Traducción y adaptación a la liturgia en español de Carmen Giussani

con la colaboración de José Luis Almarza

Título original: Che cos’è l’uomo perché te ne curi?

© Fraternità di Comunione e Liberazione, 2000

© Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2017

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección 100XUNO, nº 16

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-9055-826-3

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Ramírez de Arellano, 17-10.a - 28043 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

PRÓLOGO

IGNACIO CARBAJOSA

Catedrático de Antiguo Testamento Universidad San Dámaso (Madrid)

La genialidad de san Agustín nos ha dejado esta sintética expresión que contiene todo el tratado de cómo acercarse a la Escritura: In manibus nostris sunt códices, in oculis nostris facta[1] (en nuestras manos están los códices [de la Escritura], en nuestros ojos los hechos). La “exégesis” de los Salmos que nos ofrece don Giussani nace, como de su fuente, de la dinámica encerrada en esta frase, que citaba a menudo en sus libros y conversaciones.

Son los “facta” que don Giussani tenía delante, es decir, los hechos potentes fruto de la resurrección de Cristo, los que permitían al sacerdote ambrosiano entender la Escritura. No en vano la Escritura es un testimonio escrito e inspirado de la Revelación que está en el origen de esos hechos que siguen sucediendo hoy. Se entiende entonces por qué don Giussani dice que «quien se limite a leer los salmos se siente todavía un poco huérfano» (p. 26). Sin el “sacramento”, es decir, sin el hecho por antonomasia que es el gesto eficaz de Cristo resucitado, quedamos huérfanos en nuestra lectura del Antiguo Testamento.

Es precisamente lo que les sucedió a aquellos dos discípulos que iban camino de Emaús, cargados de escepticismo, a los que un misterioso peregrino les salió al encuentro (cf. Lc 24,13ss). Sólo cuando Jesús partió para ellos el pan se les abrió el entendimiento y lo reconocieron. Lo reconocen como el que explica las Escrituras: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Pero don Giussani nos introduce en una aparente paradoja. Vivir en el contexto de la resurrección de Cristo no nos ahorra la lectura de los salmos, al contrario: «Quien no lee los salmos no puede entender adecuadamente el misterio de la muerte y resurrección de Cristo» (p. 26). Los salmos tienen «un carácter preparatorio y explicativo» (p. 26), quien no entra en la espera, el dolor, la profecía, el anhelo, la acción de gracias, el asombro, la petición contenidos en el Salterio, no llega a entender la densidad de la respuesta.

Los salmos dicen de la experiencia de un pueblo, una experiencia que Dios ha querido paradigmática para todas las naciones y para todas las personas. De hecho, «difícilmente puede comprender la experiencia cristiana quien de algún modo no esté dispuesto a revivir la historia del pueblo de Israel con todos sus acentos y sus avatares» (p. 25). Desgraciadamente, la “costumbre” de recitar los salmos en la liturgia a veces nos hace sordos a estos «acentos y avatares». Por eso puede ser útil introducirnos en la novedad que estas composiciones encierran, especialmente cuando las comparamos con las de su entorno cultural.

La oración de Israel, expresión de un encuentro con el Dios vivo

No se debe contraponer la religiosidad sincera de Israel con la idolatría o la superstición del resto de las naciones de su entorno. Sería injusto y miope pensar que no existía una religiosidad sincera fuera del pueblo elegido. Sin embargo, estudiando las expresiones de una y otra tradición (Mesopotamia, por un lado, Israel, por el otro) podemos descubrir la experiencia que está en el origen: una genérica experiencia religiosa (natural en el hombre, favorecida por el impacto con la realidad) o el encuentro con el Dios vivo que ha tomado la iniciativa sorprendiendo al hombre.

En este sentido los Salmos, como oración de Israel, tienen un aspecto revelador de la experiencia de este pueblo, una dimensión que recibe poca atención, siendo reducida al vago género literario “oración”, común a toda expresión religiosa.

Lo dicho no excluye (más bien todo lo contario) que la oración de Israel sea representativa del grito multiforme de toda la humanidad. Una de las virtudes de la revelación es la de arrojar luz sobre la naturaleza humana. Desvela el hombre al hombre. De ahí que Israel exprese como nadie la necesidad, el ansia de Dios, la alabanza, la confianza. Israel, gracias a la revelación, lee mejor su propio corazón. Como sucede con el que ha encontrado ya a la persona amada: sabe de quién es espera (nostalgia) su espera.

Quien recorre los Salmos sorprende, en acción, la conciencia de Israel, fruto del encuentro con el Dios vivo.

Certeza en medio de la tribulación

La certeza no se improvisa. Debe apoyar sobre un factor real, incidente. Nosotros sabemos distinguir bien entre las cosas que pertenecen al mundo de las ideas, ideales o ideologías y aquellas que están firmemente ancladas en nuestra conciencia, que forman parte de nuestro conocimiento y determinan, de hecho, nuestra vida. De hecho, cuando llega la aflicción y la prueba, sale a la luz aquello que realmente nos sostiene y se revela, por el contrario, aquello que era accesorio.

Sal 3 (Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; […] Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, […] puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene), Sal 11 (Al Señor me acojo, ¿por qué me decís: «Escapa como un pájaro al monte»? […] el Señor es justo y ama la justicia: los buenos verán su rostro) y Sal 62 (Solo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación; sólo él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré) son representativos de esta “extraña” certeza salda en medio de las pruebas y las tribulaciones. El martirio es el culmen de este testimonio sorprendente ante el mundo.

Queja conmovedora del orante

La certeza del orante no excluye la queja. Al contrario, sólo delante de la persona amada uno puede llorar, dar curso a su lamento. Si no, el miedo contendría nuestras lágrimas. Es la experiencia del niño con la madre. Es también la experiencia que vemos en acto en el libro de Job, especialmente si lo comparamos con la literatura de tema similar en su entorno. Job no es un escéptico o un desesperado. Y menos aún un ateo que niega a Dios. Es una gran creyente que entabla combate con Dios. Como tanta tradición literaria judía posterior.

«El problema del dolor empieza con el cristianismo», decía C.S. Lewis. Dicho en otras palabras, sólo cuando en el horizonte de la historia entra el sentido de la misma, el dolor se convierte en problema, remite a una pregunta. Y ya tenemos alguien ante quien llorar. Antes de que Dios revelara su rostro personal, el dolor, el mal, el sufrimiento era un dato de la realidad. No llevaba consigo ninguna contradicción. Porque nadie nos había prometido ningún bien ni ninguna felicidad.

Sal 13 (¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? ¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?) y Sal 77 (¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa?) son buena expresión de esta queja dirigida al Dios que ha entrado en nuestra historia amándonos de un modo preferencial.

Conciencia de dependencia

El dato más evidente para cada uno de nosotros es que no nos damos la vida en este momento. Somos mantenidos en el ser instante tras instante. Y con el ser se nos da la maravillosa conciencia con la que estamos ante las cosas. Y con la todavía más sorprendente autoconciencia. Dependemos. Sin embargo esta conciencia de dependencia se ofusca con pasmosa facilidad, hasta el punto que es extraño encontrar expresiones de aquella dependencia.

Sal 90 (Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato) y Sal 139 (Señor, tú me sondeas y me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares) son una buena expresión de esta conciencia lúcida de dependencia querida, reconocida y agradecida del orante israelita. Fruto del encuentro con el Dios vivo que ha amado a Israel de modo preferencial y tierno.

Dolor ante el pecado: la conciencia de un amor traicionado

En la dinámica religiosa de las naciones que rodean Israel es difícil hablar de “pecado” con propiedad. Más bien se debe hablar de infracción, de incumplimiento de una norma o contrato, o de ruptura de una armonía que debe ser reparada. Es absurdo plantear la relación entre el dios de turno y el hombre religioso en términos de amor, de afecto, tal y como lo hace Israel en textos como Os 2, Jr 2 o Ez 16. Del mismo modo, no se puede hablar propiamente de “perdón” sino de restablecimiento de la situación anterior, del equilibrio primigenio. Y se hace de forma mecánica, a través de un encantamiento o un rito particular.

Para Israel el pecado es un acto de falta de agradecimiento, de falta de afecto al Dios que ha mostrado toda su bondad y preferencia con su pueblo, expresada en términos esponsales. Sal 51, como expresión de dolor por el pecado (Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado), y Sal 103, como expresión de la sorpresa del perdón (El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados) son representativos en este sentido.

El ansia de ver a Dios, síntesis del corazón humano

Que el corazón del hombre está inquieto es algo evidente en cualquier cultura y en cualquier época. Sale a la luz en las relaciones afectivas, en la percepción de uno mismo, ante la enfermedad, ante la muerte, en nuestra vasta gama de deseos.

Sin embargo, que esa inquietud pueda leerse como lo hacía san Agustín: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti», es algo que sólo acontece cuando Dios se da a conocer como el objeto último de todo deseo, de toda inquietud. Mientras tanto es difícil reconocer que mi deseo va más allá de la persona amada, del poder, del placer. Cierto, se puede intuir que las cosas no bastan, como lo han hecho los grandes hombres y profetas, pero no se puede ir más allá de la intuición de que «debe haber otra cosa misteriosa» o, de forma más pedestre, «todavía no he descubierto el objeto que me sacia, debo seguir buscando».

Israel es el primer pueblo que expresa lúcidamente la conciencia de que su deseo tiene como terminal última el ansia de ver a Dios. Sal 27 (Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro), Sal 42 (Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo), Sal 63 (Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua) y Sal 84 (Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo) son una buena expresión de ello.

Sorpresa ante la realidad como creación

Sólo cuando Dios muestra su rostro bueno, desvelando que Él es el único principio creador y que todo lo gobierna un designio bueno, entonces el hombre puede conocer que toda la creación “es buena”. El creador ha dejado sus huellas, como el arquitecto, en su obra. Investigar la creación es conocer los rasgos del creador. Sal 8 (Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado. ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para mirar por él?) y Sal 104 (¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto) son ejemplos potentísimos de la mirada de asombro que Israel tiene sobre la creación, que le habla de Dios y de su obra maravillosa. Contemplar la creación coincide con un gesto de agradecimiento y alabanza al creador.

La historia es historia de salvación

En los pueblos de la Antigüedad, la historia se concebía como un movimiento circular, gobernada por los ciclos naturales (sucesión de las estaciones, ciclo de la muerte y la vida, ciclo de la mujer, etc.). Sólo la entrada de Dios en la historia, llamando a Abrahán y ligándose a él con una promesa, inaugura una percepción lineal de la historia. Así, para Israel, el tiempo es el desplegarse de la historia de cumplimiento de la promesa. La historia recoge las acciones de Dios en favor de su pueblo. Cada acción es misericordia: El que sea sabio, que recoja estos hechos y comprenda la misericordia del Señor (Sal 107,43).

Son numerosos los Salmos “históricos” que recorren las gestas que Dios ha cumplido en favor de su pueblo. En el Sal 44 se hace memoria de esa historia para recuperar la esperanza en tiempos de tribulación: Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron, nuestros padres nos lo han contado: la obra que realizaste en sus días, en los años remotos. En el larguísimo Sal 105 se cuenta la historia de Israel, desde la promesa a Abrahán, hasta la entrada en la tierra prometida después de la liberación de Egipto, con la conciencia nítida de quién es el protagonista: Recordad las maravillas que hizo, sus prodigios, las sentencias de su boca.

***

La lectura de estos comentarios de don Giussani a los salmos nos introduce en el misterio de Cristo deseado, intuido, esperado, profetizado y encontrado en la historia. Y nos acompaña en una nueva apropiación del Salterio, de modo que la espera, el deseo, el dolor, el arrepentimiento y la alegría del salmista de Israel resuene en nosotros como resonó en el judío Simón Pedro cuando recitaba los salmos con los ojos cargados de la presencia de Jesús resucitado.

Ignacio Carbajosa es catedrático de Antiguo Testamento en la Universidad San Dámaso (Madrid).

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ITALIANA

MILENE DI GIOIA

Los comentarios recogidos en este volumen no son fruto de un trabajo exegético sobre los Salmos. Han sido grabados durante encuentros distintos y retiros espirituales y, posteriormente, transcritos. De ahí la referencia a situaciones conocidas por parte del auditorio y los numerosos llamamientos dirigidos a los miembros de la Asociación laical Memores Domini[2].

Se ha querido mantener la forma de la comunicación hablada, rica de sugerencias e intuiciones, en lugar de ofrecer un desarrollo sistemático. Y con mayor razón, por tratarse de oraciones que utilizan un lenguaje afín a la poesía y, en rigor, no deberían ser objeto de largos comentarios sino simplemente de recitación.

Lo que destaca es la especificidad del Salmo, su extraordinaria profundidad de campo que reúne distintos puntos de vista: la voz del salmista y el mensaje del Señor, los titubeos y las certezas; y, al mismo tiempo, la voz de un pueblo que resuena en un preciso ámbito cultural y social y que, a pesar de todas sus caídas, se descubre siempre dirigiéndose a Dios («El segundo elemento al que nos remiten los salmos es que todos los sentimientos humanos son salvados»[3]).

Con la invocación sosegada y tenaz propia de la salmodia, los cantos antiguos, filtrados ya por el contexto histórico cristiano, han entrado a formar parte de la sabia Liturgia de las Horas, orientada hacia el rostro luminoso de Jesucristo. Además, gracias al estilo de lectura del autor, que inserta la Tradición en una relación viva, penetrante y fecunda, con la vivencia de lo humano, se pone de relieve qué clase de ayuda suponen los Salmos para el hombre, siempre viator, peregrino a lo largo de la historia, sometido a las pruebas de la vida.

En particular, estos comentarios inspirados por el rezo litúrgico y, por lo tanto, relativos a esos Salmos que se incluyen en el Breviario, revelan una orientación de la inteligencia y del corazón que se expresa como petición. De ahí su profundo valor educativo. Se reconocen en ellos algunas líneas fundamentales del pensamiento del autor, que encuentran una exposición más orgánica en otras obras suyas. Entre ellas me limitaré a citar sólo una: El sentido religioso[4].

En las páginas del libro que nos ocupa, don Giussani hace suyas las instancias y las adquisiciones de nuestro tiempo; y, en un momento en que la cultura del pueblo cristiano parece disolverse, vuelve a proponer un patrimonio espiritual que de otro modo quedaría confinado en el campo restringido de los entendidos.

El autor destaca el lugar central que ocupa la oración en la experiencia humana, sabedor de que «la oración es la iniciativa que brota de la conciencia de Su presencia»[5], es decir, es un acto existencial[6] mucho antes que fórmulas pronunciadas. La bibliografía, en este sentido, es extensísima. Ludwig Wittgenstein observaba que rezar «significa percibir que el sentido del mundo está fuera del mundo»[7].

Por tanto, en el mundo hebraico, tejido de fórmulas memorizadas, resulta muy oportuna la petición de los discípulos a Jesús: «¡Señor, enséñanos a orar!»[8].

Las palabras de la plegaria son un modo de encontrar el punto de unión entre el sentido de la vida y la circunstancia presente. Y una manera de celebrar la gracia de dicha unión.

«Tristatur aliquis? Oret. Aequo animo est? Psallat»[9].

«Magnificat anima mea Dominum…», porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí[10].

Don Giussani recupera la génesis de la oración en el plano natural, para iluminarla a partir de la Revelación.

«El hombre es ese nivel de la naturaleza en el que ésta llega a tener experiencia de su propio carácter contingente»[11]. «Cuando el hombre ahonda en la conciencia que tiene de sí mismo, percibe en el fondo de sí a Otro»[12]. La petición tiene su origen en el sentido de la finitud y en la aspiración a la totalidad; presupone un ser consciente de sí mismo y el deseo de un bien anhelado, pues «la espera constituye la estructura misma de nuestra naturaleza, la esencia de nuestra alma»[13].

Se podría decir que el hebraísmo representa el arquetipo de la espera. Y lo que nos mueve a esperar es el deseo («El deseo que constituye al hombre»[14]). Lo que equivale a decir que ese deseo del Otro, que no encuentra satisfacción en la experiencia sensible, marca al hombre a fuego con un deseo de cumplimiento y con la necesidad de pedirlo («Esperar es una primera forma informe de pedir»[15]; «La petición es la expresión suprema del hombre y la más elemental»[16]).

Pedir es el primer paso y cuando expresa toda la conciencia de nuestros límites se convierte en una súplica mendicante. Es un concepto muy querido para don Giussani, que lo ha repetido en el encuentro con el Papa Juan Pablo II en Roma, el 30 de mayo de 1998. Con él nos encontramos en el extremo opuesto de la hybris, de la eficiencia arrogante, de la fijación luciferina.

La súplica mendicante es un movimiento afectivo último que atraviesa las virtudes teologales de la fe y la esperanza de los que han conocido el amor gratuito del Padre revelado en Jesucristo, su presencia misericordiosa y la acción iluminadora y auxiliadora del Espíritu Santo, el Paráclito.

A la luz de la Revelación se puede afirmar el carácter positivo de toda la realidad. La realidad adquiere su pleno carácter de signo[17], me remite a Otro, es transfigurada por el Misterio encarnado. Ahora el ser humano puede despertar ante el Significado, ante el Destino. Está vigilante ante los signos[18]. En este sentido se actualiza la lectura figurativa de los eventos y la sensibilidad profética (lo cual concuerda con el étimo al que se atribuye el origen del término “religión”, tanto en el caso de re-ligare, establecer un vínculo, como de re-lígere, considerar atentamente, leer volviendo atrás).

Si estamos vigilantes[19] asumimos en la oración nuestro destino personal y el destino del pueblo. «Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron, nuestros padres nos lo han contado: la obra que realizaste en sus días, en los años remotos»[20]. «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito»[21].

Todo el recorrido trazado se puede resumir en una palabra: “memoria” (a la que, en el léxico de don Giussani, se contrapone el olvido y la distracción).

Memor esto[22]: ¡Mantén viva la memoria! La memoria es la síntesis de la conciencia humana frente a la presencia de Dios. Para el cristiano el objeto de la memoria es un acontecimiento anunciado desde antiguo, acontecido en la historia y que sigue presente; es un evento paradigmático: la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. Memoria: «Haced esto en conmemoración mía»[23].

«La oración del cristiano sólo puede ser memoria»[24]. ¿Qué implica esto? Que puede vivirse en cualquier instante. Y no como proyección de un contenido mental, sino como atención a la realidad, una realidad redimida en espera de que el hombre la reconozca. En efecto, la consistencia del hombre «brota de la memoria de un hecho, de tomar conciencia de la Presencia que lo crea y de responder a la tarea a la que esta Presencia le invita»[25].

NOTA EDITORIAL

En el original italiano, don Giussani utiliza la versión de los salmos de la Biblia de Jerusalén, Ediciones Dehoniane, Bolonia.

Para esta traducción, todas las citas de la Sagrada Escritura están tomadas de la Sagrada Biblia, versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2011.

La numeración de los salmos sigue la de la citada versión española, que es diferente a la numeración que encontramos en nuestras ediciones de la Liturgia de las Horas. En nuestra tradición latina, la numeración de los salmos en el Breviario siempre ha dependido de la versión latina de la Biblia conocida como Vulgata, que, a su vez, seguía la numeración de la Biblia griega de los LXX. La Biblia hebrea, de la que hoy se sacan las traducciones modernas (incluida la de la Conferencia Episcopal Española), tiene una numeración diferente a la griega. Con algunas excepciones, entre los Sal 9 y 146 la numeración hebrea (la que aquí seguimos) es un número mayor que la griega.

CUADRO DE CORRESPONDENCIAS

Hebreo (Biblia CEE)

Griego (Salterio Vulgata)

1-8

1-8

9-10

9

11-113

10-112

114-115

113

116

114-115

117-146

116-145

147

146-147

148-150

148-150

En el uso de los pronombres posesivos se mantiene la minúscula aunque se refieran a Dios, siguiendo la pauta de la Sagrada Escritura, excepto en los casos en que resulte indispensable para una correcta comprensión de la frase.

Se han diferenciado con números romanos los comentarios referentes a un mismo salmo para indicar que fueron pronunciados en retiros u ocasiones distintas.

Luigi Giussani

¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?

PREMISA LA MEMORIA DE LA ALIANZA

Difícilmente puede comprender la experiencia cristiana quien, de algún modo, no esté dispuesto a revivir la historia del pueblo de Israel con todos sus acentos y avatares. San Pablo afirma que la historia del pueblo de Israel tiene un valor pedagógico en vista de la llegada de Jesucristo. En efecto, a través del pueblo judío la pedagogía divina pretende enseñar al hombre que hay un único Dios, que es el creador y el señor de la historia, aquel que lleva a cabo su plan misterioso mediante la elección de una realidad concreta de tiempo y espacio. Dios escoge un pequeño pueblo, sin duda frágil, pero cierto de la alianza que el Señor ha establecido con él y por tanto seguro, más allá de cualquier límite humano derivado del pecado original.

Los salmos son la forma del diálogo que Dios mismo ha establecido con su pueblo desde antiguo, expresan su relación con el pueblo que él se escogió. Quien los recita hoy asume un clima propio del pueblo judío, profundamente marcado por la espera del cumplimiento de una promesa; una espera suscitada en el curso de la historia y que no tiene parangón con ninguna otra forma de religiosidad.

En una ocasión, el rabino jefe de Roma, Elio Toaff, dijo que los cristianos quieren llevar al hombre al cielo, mientras que los judíos quieren llevar a Dios a la tierra[26]. Precisamente por esta actitud hebraica nos sentimos, como cristianos, hermanos suyos. Hasta tal punto que hemos escrito que ante la historia del pueblo judío no existe vibración de la conciencia humana más empática y humilde que la nuestra —casi pidiendo disculpas a quienes han tenido que llevar pondus diei et aestus, es decir, han llevado todo el peso de la larga historia que nos precede— y una conciencia más pacífica al afirmar el cumplimiento, para todo el universo, de la profecía ya realizada en el judío Jesús de Nazaret, muerto y resucitado[27].