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Todo va genial en la vida del Chef Zombi: está saliendo con Irene, la profesora de Historia, y el director ya no está tan pesado con él. Pero eso no significa que Bermúdez esté libre de aventuras. Durante una visita escolar al Observatorio, Zombete envía un mensaje insultante al espacio exterior. Uno que no gustará nada de nada al grupo de extraterrestres que viven en Marte. ¿Podrán salvar el planeta Bermúdez y sus amigos?
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Seitenzahl: 53
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Joan Antoni Martín Piñol
Saga Kids
Albóndigas marcianas
Copyright © 2013, 2022 Martín Piñol and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728425909
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
—¿No te parece lo más precioso que has visto nunca? —dijo Irene mirando al cielo—. La luna y las estrellas me han fascinado desde pequeña.
Yo tardé en contestarle, porque no podía apartar los ojos de ella.
Para mí, la profesora sí que era lo más impresionante de toda la galaxia y yo aún no entendía por qué había decidido ser la novia de un zombi como yo.
Pero ya que ella había aceptado, tampoco iba a ser yo el que dijera que no.
Apenas llevábamos dos semanas saliendo y yo procuraba portarme bien en todo momento, para que Irene no encontrara motivos para dejarme.
Imaginaos si me importaba la muchacha que hasta había llegado a contenerme los pedos.
Bueno, contener del todo, no. Pero por lo menos me los tiraba lejos de ella, y fingiendo una tos muy fuerte a la vez, para tapar el sonido.
—¿Hola? —dijo Irene, para ver si la escuchaba.
Sin que ella se diera cuenta, di unas palmadas contra el césped sobre el que estábamos recostados contemplando la noche. La señal funcionó, porque al segundo, la voz de Pablo me chivó al oído:
«Dile que la majestuosidad del universo palidece al lado de su sonrisa.»
—¿El qué? —se me escapó en voz alta.
—¿Cómo? —me preguntó Irene, sin entender nada.
«Dile que está más guapa que las estrellas», intervino la voz de Natalia.
Tragué saliva y puse mi mejor voz de zombi seductor.
—Estás... digo... Las estrellas... son una mierda a tu lado —me salió.
—Desde luego, se te ocurren los piropos más originales que he oído nunca —dijo feliz mientras me revolvía el pelo—. Y siempre me haces reír.
«Bésala de una vez», aconsejó la niña.
«Dile que le darías la luna si ella te lo pidiera», interrumpió el niño.
Como sus consejos me empezaban a dar dolor de cabeza, de un manotazo me quité el auricular del manos libres de la oreja y dejé de oírlos al momento.
Apoyándome en el codo, me incorporé un poco encima de Irene y cerré los ojos mientras acercaba mis zombiescos labios a su boca. Besarla me ponía tan nervioso que yo simplemente alargaba mi morro a ciegas hasta que acababa chocando contra su cara y ella se ponía a reír.
«¡En la boca, no en la nariz!», gritó Zombete, que no conocía el disimulo.
Yo intenté ignorarlo y seguí con mi movimiento de aproximación, pero mis labios acabaron incrustándose contra el césped. Abrí los ojos y vi que la profesora miraba a todos lados.
—¡Qué raro! —me comentó—. Me ha parecido oír a Zombete.
—No puede ser... Los niños están haciendo la visita guiada dentro del planetario... —refunfuñé mientras agarraba uno de mis zapatos y lo lanzaba hacia detrás del seto en el que se escondían Natalia, Pablo y Zombete para aconsejarme con mis progresos seductores a través del móvil.
El zapato debió de dar en el blanco porque escuché un gruñido sordo y al momento vi tres siluetas que se arrastraban por el suelo hacia el interior del planetario.
—No dejes que ellos te chiven lo que tienes que decirme. Podrías improvisar... —me dijo Irene mirándome a los ojos. Y cuando yo puse cara de derrotado, añadió—: ¿Quieres ir con ellos o quieres besarme de una vez?
Sonreí con la cara de zombi más pícara del universo y durante unos minutos ni ella ni yo pensamos más en mis amigos.
Yo podría haber besado a Irene durante horas, hasta que me explotaran los labios. Pero a la silueta autoritaria que nos miraba con los brazos en jarras no le importaba lo que a mí me hiciera ilusión.
—¡Guardaos los arrumacos para vuestro tiempo libre! —se quejó el director Berdejo—. Si os pido que vengáis como representantes del Saint Grímor, por lo menos podríais echar un vistazo a los chavales, para que no rompan nada. Una salida nocturna puede traernos muchas complicaciones...
—No seas exagerado, dire —le solté. Nuestras últimas aventuras me habían acercado un poco a Berdejo, y ya no era tan plomo conmigo como antes—. En un museo pueden romper cosas, pero aquí les ponen vídeos de planetas y estrellas y estarán distraídos, ¿no?
Fue entonces cuando empezó a sonar la alarma.
Corrimos los tres hacia el interior del observatorio y, tras apartar a todos los alumnos, vimos a un hombre con bata blanca riñendo a nuestro repetidor más problemático.
—¿Qué has hecho esta vez, Zombete Ramírez? —le soltó el director Berdejo.
—¡La mayor locura de toda la historia de la humanidad! —se chivó el hombre con cara de exagerada desesperación.
—Bueno, es que eso es normal en el muchacho —interrumpí yo—. ¿Podría concretar un poco más?
—¡Ha declarado la guerra a Marte!
—¿Eso es falso y además es mentira! —intentó defenderse Zombete—. Sólo quería ver si me había llegado correo... y ese ordenador no lo estaba usando nadie...
El hombre nos enseñó la acreditación que llevaba colgada de su bata:
—Soy el doctor Ruescas, encargado de todo el Observatorio, y debo decirles que su presencia hoy ha quebrantado todos los protocolos de seguridad de este centro. ¿Quién les ha autorizado a entrar en este recinto en horario nocturno?
Un vigilante de seguridad intentó escabullirse entre los alumnos, pero ellos se apartaron y todos los ojos se fijaron en él. Al momento me di cuenta de que se trataba de nuestro viejo amigo, el segurata tontaina.