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En el centenario del hundimiento del Titanic, la fundación histórica y su presidente, Mister Cameron, deciden hacer un crucero que seguirá la misma ruta. Gracias a un dibujo de Zombete, Bermúdez y sus amigos podrán embarcarse en el Titanic II y vivir una aventura extraordinaria. Lo que no se imaginan es que van a encontrar algo más que peces y algas en las profundidades marinas: un monstruo que despertó en el accidente y que, después de cien años, todavía tiene ganas de atacar.
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Seitenzahl: 52
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Joan Antoni Martín Piñol
Saga Kids
Kraken a la romana
Copyright © 2012, 2022 Martín Piñol and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728425954
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Yo no tenía ni idea de lo que era un kraken hasta que nos encontramos uno y estuvo a punto de matarnos.
Desde ese día, creo que me acordaré toda la vida de la pinta que tienen estos bichos.
Pero déjame empezar esta trepidante aventura por el principio, que si no, mis otros millones de lectores se pierden.
Todo comenzó con un concurso de redacciones muy peculiar.
Yo estaba en la cocina del Saint Grímor, sirviendo a los niños apestosos, cuando el director Berdejo entró en el comedor y gritó a pleno pulmón:
—¡Alumnos! Tengo que comunicaros algo vital, así que dejad ahora mismo lo que estéis haciendo.
Zombete se lo tomó al pie de la letra, y soltó la bandeja de metal en la que yo le estaba sirviendo una ración de sepia con guisantes. Todos los niños a su alrededor quedaron salpicados por el guiso, pero él ni se dio cuenta.
—¿Alguien sabe qué es el Titanic? —continuó el director.
Varios de los alumnos del comedor levantaron la mano, pero Zombete se hizo notar más que ellos, saltando encima de una mesa (y rompiendo de paso una jarra de agua y varias bandejas).
—¡Yo, yo! —gritaba con insistencia.
Para hacerle callar, Berdejo lo señaló, dándole la palabra.
—El Titanic es una vacuna que te ponen cuando te pinchas con un hierro envenenado.
Sus compañeros estallaron en carcajadas. Zombete era repetidor pero a veces se notaba mucho que no aprovechaba los cursos, ni los de antes ni el de entonces.
—¡Eso es la vacuna del tétano, ignorante! —se enfadó nuestro director—. El Titanic era un barco majestuoso que se hundió hace cien años.
—Quizá no sabía nadar —dije yo, con voz de niña, para disimular.
Las carcajadas volvieron a llenar el comedor y la cara de Berdejo se puso más roja que el boli que usaba para corregir los exámenes.
—¡Si no hay silencio, os obligaré a acabaros toda la comida preparada por Bermúdez!
Los alumnos se callaron al momento, poniendo cara de asco.
—Os presento a Mister Cameron. Él os lo acabará de contar todo.
Entonces, un hombrecillo vestido con traje de marinero entró en el comedor.
—Soy Mister Cameron y trabajo para la Fundación Titanic II.
—No me interesa —comentó Zombete, mientras se limpiaba la cera de los oídos con la pata de una de las sillas.
—A casi nadie le interesa saber qué les pasó a los pasajeros del barco más famoso de toda la historia. Pero seguro que a todos os gustaría visitar los restos de ese barco que están hundidos para siempre en las profundidades.
Al momento, todos los alumnos empezaron a prestar atención.
—La Fundación Titanic II ha construido una réplica del barco original y está organizando un viaje muy especial, que repetirá el mismo itinerario del original. Sólo las personalidades más importantes y los empresarios más acaudalados podrán viajar en este crucero. Bueno, sólo ellos y el afortunado que gane nuestro concurso.
—Pues vaya premio más aburrido. En el mar no hay nada que ver —resoplé.
—El mar está lleno de vida y de aventuras, Bermúdez —contestó Natalia.
—Si quiero aventuras me pongo una peli. Y si quiero peces me voy al súper.
—Imagínate que Irene se apuntara al crucero y que se pusiera a tomar el sol en biquini... —continuó la niña, maliciosa. Ahora ya no me podía sacar de la cabeza la imagen imaginada de la profesora, toda bronceadita.
Mister Cameron nos examinó con ojos perspicaces.
—Una cosa más, alumnos. Si alguno de los aquí presentes resulta ser el ganador, toda su clase y algunos profesores podrán acompañarle gratis en su viaje.
Aquí nos pusimos todos a aplaudir, hasta Berdejo. De hecho, él estaba tan emocionado que incluso se abrazó a la profesora Irene, que no supo ni qué cara poner.
Mientras tanto, Mister Cameron abrió su maletín y sacó un montón de bolígrafos y folios con el emblema de un barco.
—El concurso consiste en hacer, aquí y ahora, una redacción sobre los últimos momentos del Titanic.
—Pero... —interrumpió Natalia— es nuestra hora de comer, no hemos podido documentarnos nada y encima...
—Niña —la cortó Mister Cameron, sacando un cronómetro de su bolsillo—, las normas son iguales para todos los colegios del planeta. Tenéis una hora, a partir de este mismo instante. ¿Prefieres comer un plato apestoso o intentar conseguir la que será la experiencia más emocionante de tu vida?
Atacando a la vez como una jauría de hienas, todos los alumnos se lanzaron a por las hojas y los bolígrafos y empezaron a escribir como locos encima de las mesas del comedor.
—Sólo una pregunta, señor raro —dijo Zombete—. Si repetimos el mismo viaje que el Titanic, ¿nosotros también tendremos que hundirnos?
—No te preocupes, muchacho preguntón —le contestó Mister Cameron—. El Titanic II está diseñado por expertos mucho más listos que tú. Con un barco hundido ya tuvimos bastante.
Mister Cameron y el director Berdejo empezaron a pasear entre las mesas, para asegurarse de que nadie copiara.
Yo me acerqué a la mesa donde estaban Pablo, Natalia y Zombete. Como siempre, mi amigo empollón escribía sin parar, como si lo supiera todo sobre el Titanic y llevara toda la vida esperando para contarlo.
—No escribas tanto, listillo, que se te romperá la muñeca —le solté.
—No lo distraigas, Bermúdez —lo protegió la niña, que cada vez miraba al chaval con mejores ojos—. Si Pablo puede trabajar en paz, seguro que su redacción resulta una de las mejores de todo el planeta y acabamos ganando el viaje.