Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Cuando las mujeres de la limpieza se van del colegio de Saint Grímor, parece el fin del mundo, pues, ¿Quién querría trabajar en un lugar lleno de suciedad y niñozombis? Bermúdez se apiada del director y pone un anuncio en el periódico que atrae a una compañía de limpieza bastante especial. Todas sus integrantes son guapas, elegantes y perfectas. Sin embargo, hay algo raro en ellas y si Bermúdez y sus amigos no descubren pronto el problema… ¡Puede que la ciudad se quede sin niños!
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 55
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Joan Antoni Martín Piñol
Saga Kids
Pastel de bruja
Copyright © 2012, 2022 Martín Piñol and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728425947
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
La vieja persiguió a Zombete con la escoba, pero después de varias vueltas por el patio ya estaba demasiado cansada y se limitó a maldecirlo:
—Zombete Ramírez, eres el alumno más guarro, más puerco y más cerdo que haya pasado por el Saint Grímor.
—¿Cómo puedes saber que he sido yo el que ha meado fuera del lavabo? —se defendió él.
—Porque llevas cinco cursos haciendo lo mismo.
Y dicho esto, la mujer le dio un escobazo en pleno coco.
—¡Maldita bruja! —se quejó el niñozombi repetidor.
—¡Algún día te haré desaparecer con quitamanchas! —gruñó ella, marchándose enfadada.
La llamaban bruja porque era vieja, arrugada, iba todo el día con su escoba y en la nariz tenía una verruga muy peluda y asquerosa. Así que algo de razón tenían.
Pero en verdad se llamaba Dolores y era la jefa de las señoras de la limpieza. Llevaba tantos años en el colegio que algunos incluso decían que era familia de las gárgolas del claustro.
A mí no me caía demasiado bien, porque siempre intentaba colarse en la cocina para limpiar la grasa y se quejaba al director de que había una rata. Por su culpa, mi fiel mascota Estiércol tenía que pasarse la mitad del día encerrada, para que no la descubrieran y la aplastaran con una fregona.
Cuando nos cruzamos ese día en el colegio, le solté:
—Los niños te quieren. Te quieren... lejos.
Ella me miró fijamente. Estaba tan cerca que la verruga de su nariz casi me saca un ojo.
—Algún día me echaréis de menos.
Y visto cómo acabó toda la aventura con las brujas, la pobre mujer tenía toda la razón del mundo.
A la mañana siguiente, cuando sonó el timbre para salir al recreo, los alumnos del Saint Grímor se toparon con una sorpresa increíble.
En una de las porterías de fútbol, estaban todas las señoras de la limpieza.
—Eh, que si no salís de aquí, no podemos jugar —se quejó Zombete.
—Pues prueba a leer un rato, que tampoco te matará —le aconsejó Pablo.
El director Berdejo, que siempre vigilaba a los chavales esperando la ocasión de poder expulsar a unos cuantos, se acercó a ver qué pasaba.
—Tenemos una sorpresa para vosotros, de parte de todas —dijo Dolores.
—Pues ¿a qué estamos esperando? —contestó el director.
—Al mensajero.
En ese momento, un ruido ensordecedor nos hizo mirar hacia el cielo.
—Menuda mosca más grande —comentó Zombete.
—Es un helicóptero, animal —dije yo, que me había acercado a ver por qué traían volando una caja gigantesca.
Nos apartamos todos para dejar que aterrizara en medio del patio, porque tampoco era cuestión de morir aplastados.
La puerta del vehículo se abrió y bajó un hombre con casco y gafas de sol.
—Buenas, soy el Málaga, el mejor mensajero del planeta, y les traigo un paquete más grande que un ascensor lleno de luchadores de sumo. No me cabía en la moto, así que me he pillado el helicóptero de la empresa. ¿Alguien me echa una firmita en el albarán?
Berdejo atrapó la carpeta con la hoja y firmó el papel.
—Pues aquí tienen su cajita —dijo el mensajero.
Las limpiadoras empezaron a abrir la enorme caja usando sus fregonas y escobas como palancas.
—Alumnos —continuó Dolores—. Ayer me tocó la lotería. Y he ganado tanto dinero que no tendré que volver a trabajar nunca más. De hecho, ninguna de nosotras volverá a trabajar, porque he repartido mis millones con mis compañeras. Y antes de largarnos para siempre de este infecto colegio, hemos querido dejaros algo que simboliza lo que vuestra compañía ha significado para nosotras durante tantos años.
La mujer chasqueó los dedos y sus compañeras abrieron la caja por completo.
Dentro de la caja había la montaña de basuras más grande jamás vista por un ser humano.
—Son trescientos quilos de papeles de plata, bocadillos podridos, chicles y pañuelos llenos de mocos. Y nosotras no pensamos limpiarlo.
Zombete se puso a reír como un orangután. —¿Y qué? Sólo hace falta volver a cerrar la caja y ya está —dijo.
—¿Ah, sí? Ya veremos —dijeron las mujeres, subiendo al helicóptero—. Arranque, Málaga.
El mensajero volvió a encender el aparato y, al momento, sus hélices volvieron a girar con una potencia prodigiosa, creando un vendaval en el patio.
El viento empezó a esparcir la basura por todo el patio y tuvimos que taparnos la cara con los brazos para que las bolas de papel de plata movidas por el vendaval no nos dejaran llenos de chichones.
Desde el interior del helicóptero, unas risas triunfales resonaron en todo el cielo.
Tardamos una semana en limpiar a fondo el patio. El director Berdejo nos pidió a todos que mantuviéramos en secreto lo que había pasado, para no hundir el honor del colegio ni el nuestro.
Para compensarnos, permitió que durante unos días las clases consistieran en ver películas y comer pizzas.
Pero las semanas pasaron y las papeleras y basuras del Saint Grímor empezaron a estar llenísimas, los lavabos sucios y los suelos con infinidad de manchas sin fregar.
Y una tarde descubrí el secreto del misterio.
Estiércol y yo nos habíamos quedado dormidos en el comedor del colegio, después de zamparnos cinco pizzas familiares que aún quedaban.
De pronto, noté que algo metálico me tocaba. Era mi fiel mascota, intentando despertarme metiéndome un cucharón sopero por la nariz. Cuando abrí los ojos, ella me indicó la ventana con gestos animosos.
Nos acercamos a curiosear y vimos al director Berdejo en chándal, fregando el patio al lado de un carrito de la limpieza.
—Ya verás cuando se lo contemos a Pablo y compañía.
Estiércol negó con la cabeza, pegó un salto hasta llegar encima del mármol, trepó hasta el armario donde se escondía y del interior sacó su cámara de fotos.
—Qué lista eres, bonita. ¿Para qué conformarnos con palabras, si podemos tener fotos para burlarnos mejor del director?