Frankfurt de Frankenstein - Joan Antoni Martín Piñol - E-Book

Frankfurt de Frankenstein E-Book

Joan Antoni Martín Piñol

0,0

Beschreibung

El sargento Cels McClane tiene un nuevo caso y, para investigarlo, necesita la ayuda de Natalia y sus compañeras. Les ofrece una oportunidad para participar en el Campeonato Secreto de Gimnasia Mortal. Una excusa para que Bermúdez, Pablo y Zombete espíen lo que se lleva entre manos el científico loco que organiza el campeonato. ¿Conseguirán resolver el misterio y salir vivos de la isla?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 51

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Joan Antoni Martín Piñol

Frankfurt de Frankenstein

 

Saga

Frankfurt de Frankenstein

 

Copyright © 2014, 2022 Martín Piñol and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728425886

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

1

Pisar el gimnasio del colegio siempre me daba pereza, repelús y angustia.

Pienso que el deporte no sirve para nada, y la prueba viviente era yo mismo, que sin haber dado una voltereta en la vida me había convertido en un héroe famosísimo y bastante admirado.

Pero el sargento Cels McClane nos había reunido allí para algo muy serio.

—Tengo una misión bastante peligrosa para vosotros. Y sólo podrá llevarla a cabo un equipo de gimnastas.

McClane llamó a Natalia y al resto de las chicas que entrenaban, y les enseñó una invitación dorada.

—Ésta es una tarjeta especial para competir en el Campeonato Secreto de Gimnasia Mortal. No me preguntéis cómo la he conseguido, pero sólo una decena de equipos podrán entrar en esa competición.

—Uy, sí, qué selecto —bromeó Zombete—. Como si la gente se matara por ir a ver niñas dando saltitos...

—Mira que van pasando libros, y tú sigues igual de tonto —suspiró la niña.

McClane pulsó unos botones de su pulsera y unas imágenes se proyectaron allí como hologramas portátiles.

—Éste es el doctor Chang. Uno de los genios más brillantes de todo el planeta. Y presuntamente un científico loco.

—Cara de raro sí que tiene —dije, y el sargento me hizo callar con la mirada.

—Se hizo muy célebre patentando baterías de móvil que se cargaban muy rápido. Después el gobierno chino lo contrató para diseñar armamento muy avanzado. Hace años que en la Agencia vamos tras él, pero ha sido imposible encontrarlo. Hasta ahora... Por alguna razón que aún no conocemos, ha montado este Campeonato Secreto. Necesito que participéis en él, investiguéis las actividades de Chang y, si es necesario, detengáis sus planes maléficos.

—¿Quién más ha recibido esa invitación? —preguntó Natalia.

—Grupos de gimnastas muy destacadas, las números uno de su edad... No tenéis ninguna oportunidad porque no estáis a su nivel.

Todas las chicas bajaron la cabeza decepcionadas.

—Vosotras sois muy buenas... —intentó animar Pablo.

—No tenéis que ganar. Sólo entrar en la isla y enviarnos su geolocalización para que la Agencia pueda actuar con contundencia. Cuando llaméis al teléfono de la invitación, los del Campeonato os darán todas las instrucciones secretas.

Las gimnastas se apartaron un momento para debatir entre ellas.

—Me fascina el poco tacto que puedes llegar a tener, McClane...

—Es peor dar esperanzas y que después sus sueños se rompan. Si les pido que representen a la Agencia es porque es la única manera de llegar a Chang. Ya he buscado agentes enanas para que fingieran ser gimnastas, pero no superarían los controles del doctor. Necesito que la tapadera sea creíble.

Después de una rápida asamblea gimnástica, Natalia se le acercó decidida.

—Nosotras somos felices con el deporte. Nos gusta ponernos a prueba, ver sitios nuevos y ayudar cuando nos lo piden. Podéis contar con las campeonas del Saint Grímor. Iremos todas, titulares y suplentes, porque una ocasión así no nos la perderíamos por nada del mundo.

El sargento miró con orgullo a Natalia, Claudia, Vicky, Jimena, Ana, Mia, Nora, Matilda, Daniela, Lola, Sofía y Diana, y les dio la mano a todas.

—Ya veo que me tendré que hacer pasar por entrenador, ¿no? —suspiré como si me diera mucha pereza. —Te pondremos un sustituto en la cocina para que no tengas que venir al colegio —se ofreció McClane.

—Trato hecho —dije al momento—. Si me libro de trabajar, yo te investigo lo que sea.

—Y cuenta también con nosotros —dijo Pablo.

—Es una competición exclusivamente femenina. Pero alguien tendrá que cargar las maletas...

Pablo y Zombete chocaron las manos, felices. Y después, el listillo movió la mano dolorida por lo fuerte que se la había chocado el niñozombi.

—Por cierto, McClane... —añadió Natalia—. Las otras gimnastas podrán ser las mejores del mundo, pero si ganamos, las medallas nos las quedamos nosotras.

2

Al salir del avión, encontramos a una azafata esperando con un cartel que decía «Saint Grímor».

—Bienvenidos. Síganme.

La chica nos condujo hacia una sala vip, donde unas cuantas azafatas más se nos acercaron con bebidas fresquitas y bandejas llenas de comida sana para gimnastas. Por suerte, también tenían una con frankfurts calentitos para los glotones.

—Aprovechen para comer algo. Deben de estar agotados del viaje.

—La verdad es que no tenemos hambre —dijo Jimena.

—Niñas, es de mala educación rechazar comida gratis —contesté yo, mientras le robaba la bandeja buena, me la inclinaba hacia la boca y me convertía en un pozo zombiesco de frankfurts.

Zombete y Estiércol tampoco les hicieron ascos a las salchichas.

Nos dimos un atracón fabuloso y al momento nos entró de golpe todo el jetlag y el cansancio.

—¿Qué tal si vamos al hotel a echar una siestecita?

—Por supuesto. Pero antes, necesitaría ver sus teléfonos, a ver si funcionan con las compañías de aquí —pidió la chica.

Entre bostezo y bostezo, sacamos nuestros móviles, y las azafatas los tiraron dentro de una bolsa.

—Eh, ¿de qué vais, ladronas? —se quejó Zombete.

—El doctor Chang valora mucho su privacidad. Y no tendría sentido habilitar una isla secreta para que después cualquier desconocido pudiera describir el viaje hacia allí o su situación exacta.

—¿No sería más práctico taparnos los ojos con una venda?

—Aquí somos más de ponerle somníferos a la bebida —sonrió la azafata—. Creo que os está haciendo efecto.

En ese instante, todas las niñas se desplomaron de golpe. Zombete y Estiércol