Tallarines de momia - Joan Antoni Martín Piñol - E-Book

Tallarines de momia E-Book

Joan Antoni Martín Piñol

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Beschreibung

Después de convertir en zombis la mitad de los alumnos del colegio Saint Grímor, el Chef Bermúdez se siente frustrado: el director no deja de darle la vara y, encima, cada vez le cuesta encontrar más un plato que guste tanto a los niñozombis y a los humanos por igual. Todo cambia cuando, después de una visita a la exposición egipcia, Bermúdez decide probar un plato nuevo: ¡tallarines con vendas de momia! Eso sí, ¿conseguirá los ingredientes monstruosos para la receta?

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Seitenzahl: 52

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Joan Antoni Martín Piñol

Tallarines de momia

 

Saga Kids

Tallarines de momia

 

Copyright © 2011, 2022 Martín Piñol and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728425985

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

1

Si aguantar a los niños del colegio ya se me hacía insoportable, tener el comedor lleno de humanos y zombis era una auténtica pesadilla.

Y por muy cocinero malvado que fuera yo, el director Berdejo me tenía bien asustado. O todos los alumnos comían sin protestar o yo me iba a la calle.

El pazguato de Berdejo aún seguía enfadado conmigo porque sin querer yo había contaminado a media ciudad con una crema de verduras podridas que había transformado en zombis a muchos de los niños del Saint Grimor.

(Eso ya lo expliqué en el fabuloso primer volumen de mis memorias, pero te lo he resumido por si ya no te acordabas. Porque no puede ser que no hayas leído mi primer libro. Eso sería muy feo y de mala educación.)

Yo creo que a Berdejo la salud de los alumnos le daba un poco igual. A él lo que le preocupaba era el prestigio del Saint Grimor, un colegio privado y centenario que precisamente se había llenado de zombis cuando él estaba de director.

Pero como con Pablo, Natalia y mi fiel rata Estiércol habíamos conseguido encontrar una especie de antídoto temporal para calmar a los zombis, el director no había conseguido despedirme.

Aunque eso sí: él seguía esperando su oportunidad y no me quitaba el ojo de encima.

Y por si no tuviera bastante con ese pesado incordiándome, yo me sentía un fracaso como chef. Antes casi ningún crío se terminaba mis guisos, pero yo pensaba que los niñozombis no tendrían ese problema. Total, eran medio monstruos que se lo comían todo. ¿De qué se iban a quejar?

Pues tampoco. Preferían comerse las jarras de plástico del agua o mordisquear el envase de los yogures antes que probar mi suculento guiso de carne con especias.

Todos los días, probaba mezclas extrañas en busca de un plato que gustara por igual a humanos y niñozombis. Pero la suerte no me acompañaba.

Así estaban las cosas en el Saint Grimor en los días en que pasa esta historia.

Y todo empeoró con la llegada de la momia.

2

Eran las nueve y media de la mañana cuando empezaron a sonar los golpes en la puerta que daba al comedor del colegio. Yo siempre la tenía cerrada con llave, para poder dormir a gusto y rascarme el sobaco con tranquilidad mientras cocino. Así que si alguien llamaba, me hacía el sordo y ya está.

Pero ese día los golpes eran realmente insistentes.

—¡Bermúdez! ¡Déjame entrar o ya tendré una buena excusa para despedirte! —gritó el director Berdejo.

Mi rata Estiércol corrió a esconderse en un armario y yo abrí la puerta.

—Buenos días, amado director. ¿Cómo es que podemos disfrutar de su presencia en esta maravillosa mañana? —le dije con una sonrisa tan amplia que casi se me saltan los ojos.

—Ahórrate el rollo, Bermúdez, que ya sé que no me soportas. Te necesito, ahora mismo.

—¿Quiere un bocadillo?

—Nunca comeré nada de lo que tú prepares, Bermúdez. No quiero morir envenenado. Te necesito en otro sentido. Quítate este delantal asqueroso y lávate las manos, que te vienes con nosotros al museo.

—¿Qué museo? No entiendo nada.

—Ya sabía yo que eras tonto de remate. Es que lo tengo que explicar siempre todo... —murmuró el director mientras ponía los ojos en blanco—. Hace veinte minutos que un autocar lleno de niños está esperando ahí fuera para llevarnos al museo egipcio. Hoy inauguran una exposición con nuevas momias y será la visita cultural de la semana.

—¿Y a mí qué? Quiero decir... ¿Qué tengo que ver yo con todo eso? Los libros me aburren y los museos me dan sueño.

—Ya se te nota, Bermúdez. Pero vendrás con nosotros. El de mates se ha puesto enfermo y necesito un refuerzo. No podemos vigilar a cien chavales y niñozombis sólo tres profesores. Imagínate que muerdan a alguien. El poco prestigio del Saint Grimor se iría al garete.

3

Como no tenía otra opción, tuve que seguir al director Berdejo hasta el autocar. Eso sí, antes me guardé a Estiércol en la mochila, porque le gusta ver mundo.

Todos los alumnos estaban sentados con cara de asco, fingiendo portarse bien, pero a la que los profesores y el conductor giraban la cabeza, empezaban a darse collejas o a lanzarse bolas de papel.

Sólo había tranquilidad y silencio en la primera fila de asientos. Al lado de los profesores, mis amigos Pablito y Natalia leían con curiosidad un libro sobre momias.

—Eh, niña, déjame sentarme con el chaval, que no quiero ir solo —les dije.

—¡Bermúdez! —gritó el niño, lleno de alegría.

Natalia me miró dudando si tenerme lástima o pegarme una patada.

—El autocar está lleno de gente, Bermúdez —contestó ella—. No vas solo.

—Que sí, que vale, pero siéntate tú aquí —le dije señalando los dos asientos libres de al lado—, que irás más cómoda.

—Qué pesado llegas a ser... —dijo ella en voz baja, mientras se cambiaba de sitio.

Guardé la mochila con Estiércol en la parte superior y me dejé caer en el asiento.

—Bermúdez, me estás aplastando un poquito —protestó Pablo.

—¿Me estás llamando culo gordo, empollón?

Pablo resopló como acostumbra a resoplar cada vez que en una de nuestras aventuras digo algo que no le gusta.

—Ya me despertarás cuando lleguemos al rollo egipcio ese.

Y sin mucha delicadeza, empecé a roncar como un oso hibernando.

4