Las espadas del poder (Crónicas de Pizzania #2) - Joan Antoni Martín Piñol - E-Book

Las espadas del poder (Crónicas de Pizzania #2) E-Book

Joan Antoni Martín Piñol

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Beschreibung

Hace muchos siglos, en un tiempo lleno de magia, una niña valiente y un dragón glotón reparten pizzas por el reino. Uno de los pedidos los lleva al Lago del Olvido, donde conocen la leyenda de una espada mágica clavada en una roca y un malvado ser que quiere adueñarse de ella para controlar todos los poderes del universo. ¿Podrán detener su plan maligno antes de que sea demasiado tarde?

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Seitenzahl: 69

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Martín Piñol
Erica Salcedo
Texto © Joan Antoni Martín Piñol, 2025
Ilustraciones © Erica Salcedo, 2025
Dirección editorial: Patricia Martín
Edición: Clara Jubete Baseiria
Dirección de arte: Noelia Murillo Ballesta
Asistencia editorial: Aina Florit Moll
Corrección: Raúl Alonso Alemany
Revisión de texto: Eida del Risco
© Editorial Flamboyant, S. L., 2025
Gran Via de les Corts Catalanes, 669 bis, 4.º 2.ª, Barcelona (08013)
www.editorialflamboyant.com
Todos los derechos reservados.
Primera edición: abril de 2025
Primera edición digital: abril de 2025
eISBN: 978-84-10090-86-6
Producción del ebook: booqlab.com
Para Olivia y Saulo, y para mis dos dragoncitos, Leo y Silas.
A mis suegros, Vicky y Santi.
A los
Masters of the Universe
, que tienen el poder de crear infancias felices.
Y a las niñas valientes, que no necesitan espadas para tener el poder.
@flamboyanteditorial     edflamboyant    @EdFlamboyant
Pizzania
Martín Piñol
Erica Salcedo
C
R
Ó
N
I
C
A
S
D
E
LAS ESPADAS DEL PODER
·
LIBRO II
·
IRIS
SOROS
LA NIÑA
INGENIOSA
Y DECIDIDA
EL DRAGÓN SALVAJE
QUE REPARTE PIZ
ZAS
MARTINELLI
URKI
EL MAESTRO
PIZ
ZERO Y
FORJADOR
DE ARMAS
EL CABAL
LERO
PESADO Y
QUEJICA
PIZZANIA ERA UN REINO LLENO
DE PRODIGIOS Y MARAVILLAS.
Estaba Iris, una niña imparable, lista y valiente,
capaz de amaestrar a un dragón, derrotar a un
rey y encargarse de la primera pizzería del reino.
También estaba Soros, un dragón rojo y salvaje
que, después de conocer a Iris, repartía pizzas
con ella «a quien sea, cuando sea y donde sea»,
algo que nunca había salido en una leyenda.
En esta crónica que tenéis en vuestras manos,
encontraréis espadas mágicas que esconden
secretos, bárbaros con hachas que quieren luchar
contra todo el mundo, magos que olvidan hechizos,
jóvenes aprendices que deberán aprender
demasiado rápido, amazonas guardianas con
mucho ojo para el negocio, brujos despiadados
capaces de todo para dominar el mundo,
y algunos viejos conocidos…
Preparaos para viajar al mundo de la
magia de las espadas del poder.
D
esde que el maestro Martinelli había
abierto la primera pizzería en Villamocos,
muchos vecinos del pueblo lo ayudaban con
los pedidos que llegaban de todas partes.
Algunos cosechaban y preparaban los ingre-
dientes intentando no picar demasiado, otros
ya dominaban el arte del horno y no les salía
ninguna pizza quemada, y muchos se habían
convertido en repartidores que llevaban las pi-
zzas sin que se les cayera ninguna.
Iris, la sabia y valiente niña que los había
salvado de un rey despótico y de un dragón
CAPÍTULO 1
· 7 ·
salvaje, ahora cabalgaba sobre ese mismo
dragón para repartir los pedidos más lejanos,
que llegaban en notitas atadas en las patas de
palomas mensajeras.
—Soros, ¡prepárate, que tenemos un en-
cargo! —gritó la niña, desatando el mensaje
que un pájaro agotado acababa de traerle.
El dragón abrió un ojo sin demasiadas
ganas. Ahora que vivía con los humanos y que
lo alimentaban cada día, se había acomodado
como un animal de compañía gigante. Ya no
tenía ganas de quemarlo todo, y los vecinos se
lo agradecían mucho, porque les encantaba
seguir vivos.
—¿No puede ir Urki? —se quejó él, refirién
-
dose al caballero pesado que siempre hablaba
demasiado—. Así me dejará tranquilo un rato.
—¡Nos piden doscientas pizzas! —respondió
Iris—. Es mejor si vamos tú y yo.
· 8 ·
—Bien, así perdemos de vista a ese pesado...
Iris desplegó un pergamino que se convirtió
en un mapa.
—Tenemos que ir a un lugar misterioso y le-
jano llamado el Lago del Olvido. Presiento que
será una aventura inolvidable.
—Pero… ¿cómo puede ser inolvidable si
vamos al Lago del Olvido? Seguramente, la ol-
vidaremos —dijo una voz irritante que obligó
al dragón a ponerse en guardia.
Urki se les acercaba atándose su armadura.
—El maestro me ha dicho que os acompañe.
Alguien tiene que proteger las monedas que os
pagarán.
El dragón se señaló a sí mismo con las garras.
—Soy un dragón rojo, terrible y feroz. No
necesito ninguna protección.
—Ya sé que te preocupas por mí, majes-
tuoso Soros —dijo Urki—. Para mí también
· 9 ·
eres un amigo muy especial y te llevo siempre
en el corazón.
El caballero le intentó acariciar el morro,
pero el dragón se apartó y le acabó poniendo la
mano en una narina. Cuando la sacó, la tenía
llena de mocos.
—No sé si será una aventura inolvidable
—le dijo el dragón a la niña—, pero te aseguro
que se me hará muy larga.
¿F
alta mucho para llegar? —pre-
guntó Urki, agarrándose fuerte a la
silla de montar que Martinelli había instalado
en el lomo del dragón.
La bestia no le contestó y siguió atravesando
el cielo como si huyera de una tormenta sal-
vaje. Si encontraba nubes, las atravesaba sin
dudar, y si divisaba una bandada de pájaros
volando, se cruzaba con ellos sin reparos.
Le hacía feliz ver como Urki chillaba por
el mareo y como escupía plumas después de
chocar con bandadas de bestias voladoras.
CAPÍTULO 2
· 11 ·
—Si quieres bajar, avísame —decía el dragón,
después de cada intento para atemorizar a Urki.
Pero este negaba con la cabeza y procuraba
sonreír, aunque estuviera claramente mareado.
—No sufras por mí. He prometido defen-
deros pase lo que pase, y aquí sigo. Por cierto,
¿falta mucho para llegar?
Iris desplegó el mapa y lo comparó con el
terreno que veía desde el lomo del dragón.
—¡Es allí! —gritó señalando con el dedo.
Soros miró hacia abajo y descubrió un lago
de agua cristalina.
Entonces se fijó en la multitud de puntos ne
-
gros que se movían como hormigas ansiosas y
soltaban gritos que él no podía entender.
· 12 ·
—Mira qué felices están por recibir su pizza
—gritó Urki—. Creo que nos están saludando.
Pero, de repente, Soros lanzó un giro deses-
perado que casi hace caer a los dos jinetes y que
sacudió peligrosamente la caja llena de pizzas.
—¿Qué pasa? —le preguntó Iris.
Cuando una lluvia de flechas les pasó ro
-
zando, ya no preguntó más.
—¡Menuda panda de impacientes! —se
quejó Urki—. Si quieren pizza caliente, que la
vengan a buscar al pueblo.
La niña movió los brazos para que la vieran.
—¡Venimos con la pizza! ¡No somos ene-
migos!
· 13 ·
—Quizá con el viento y sus gritos no oyen
la parte del «no» y creen que sí somos ene-
migos… —apuntó Urki.
—¿Por qué no saltas y se lo dices tú mismo?
—gruñó el dragón.
—Yo os protegeré —contestó Urki, desen-
vainando su espada—. ¡Mirad, somos gente de
paz! ¡Estamos desarmados!
Para reforzar sus palabras, soltó la espada
con buena voluntad…, pero el arma ganó ve-
locidad con la caída y se clavó en el pie de uno
de los guerreros que los atacaban.
El hombre cayó al suelo y empezó a chillar.
Los guerreros de su alrededor respondieron
disparando más flechas. Ante la nueva lluvia
de flechas, Iris sacó su daga y empezó a cortar
la red que aguantaba la caja llena de pizzas.
—Si el hambre los pone nerviosos, esto los
calmará...
· 14 ·
La caja cayó y se partió en mil trozos. O
quizá solo eran trescientos trozos, nadie se
paró a contarlos. Las pizzas salieron disparadas
y llenaron tota la explanada.
Los guerreros notaron el olorcillo, miraron
la alfombra de pizzas y se pusieron rojos.
—Uy... —dijo uno—. Me parece que estos
eran los repartidores que nos traían las pizzas.
—¡Pero eso es un dragón! —dijo un segundo.
—¿Cómo quieres que un dragón reparta pi-
zzas? —añadió otro.
Aprovechando que los guerreros habían ba-
jado las armas, Soros aterrizó encima de unas
rocas.
—Si os hubierais leído el primer libro, nos
habríamos ahorrado esta confusión —dijo Iris,
bajando del dragón.
· 15 ·
U
n viejo decrépito y encorvado se acercó
lentamente a Iris, apoyándose en una
rama de árbol.
—Disculpadnos, buena doncella. Somos no-
sotros los que encargamos la comida. Pero nos
hemos puesto nerviosos cuando hemos visto
llegar un dragón…
—Eso es racismo —se quejó Soros.
—Más bien, sería
dracismo
—apuntó Urki.
El dragón resopló nubes de humo ardiente.
El viejo señaló a los guerreros, que devo-
raban las pizzas con ansia.