Hamburguesas de hombre lobo - Joan Antoni Martín Piñol - E-Book

Hamburguesas de hombre lobo E-Book

Joan Antoni Martín Piñol

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Beschreibung

Pablo, Natalia y Zombete tienen que hacer un trabajo sobre animales y le piden a Bermúdez que los acompañe al zoo. A regañadientes, el chef accede y ahí conocen a varios trabajadores del lugar. Pero después de un comentario insensible de parte de Bermúdez, todo se va al traste. Cuando, a la mañana siguiente, aparece la imagen de un licántropo misterioso en las noticias, Bermúdez decide cazarlo y cocinarlo. ¡Seguro que nadie ha probado jamás unas hamburguesas de carne de hombre lobo!

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Seitenzahl: 52

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Joan Antoni Martín Piñol

Hamburguesas de hombre lobo

 

Saga Kids

Hamburguesas de hombre lobo

 

Copyright © 2012, 2022 Martín Piñol and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728425978

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

1

Todo el lío del hombre lobo empezó cuando yo estaba sirviendo la comida a los chavales del colegio y Pablo me preguntó:

—Bermúdez, ¿a usted le gustan los animales?

Antes de contestarle, le llené la bandeja metálica con un potaje que tenía mal color y olía peor.

—¿Que si me gustan los animales? Pues claro. Sobre todo, las gambas, los caracoles y el pulpo a la gallega.

Él puso su típica cara de niño repelente.

—¿Por qué siempre piensa en la comida? Yo me refiero a animales vivos.

—A mí, todos los bichos me aburren. Menos mi querida ratita Estiércol.

Al oír su nombre, uno de los armarios de la cocina del colegio se abrió y mi pequeña mascota sonrió orgullosa, mientras aprovechaba para masticar un par de las croquetas que yo había preparado para los alumnos.

—Pues entonces no querrá venir con nosotros al zoo, ¿verdad?

—¿Al zoo? ¿Con la peste que hacen esos bichos? Ni hablar.

—Natalia y yo tenemos que hacer un trabajo de naturales sobre alguno de los animales del zoo.

—Pues que os aproveche. Y ahora circula, empollón, que mira toda la cola de gamberros que se ha formado.

Pablo miró a su izquierda. Desde el patio hasta él, decenas de alumnos más o menos humanos y de niñozombis repugnantes que se quedaban a media pensión esperaban con sus bandejas a que yo les sirviera algo de comer.

—Es una pena que no quiera acompañarnos, Bermúdez. He oído que la señorita Irene va allí todos los días y quizá nos la encontraríamos...

Al momento me puse rojo como los calzoncillos de Superman. Algunos chavales se dieron cuenta.

—¡El Chef Zombi está enamorado, el Chef Zombi está enamorado! —empezaron a cantar.

—¡Callaos de una vez! Tengo las mejillas rojas porque me he manchado con kétchup —les grité.

Y después, acerqué mi zombiesca persona hasta la cara de Pablo y le dije en voz baja:

—Tú ganas. Os acompañaré. Pero si alguien más dice que me gusta la profesora Irene, la próxima tortilla que te sirva estará muuuuy salada.

El niño sonrió y se fue a sentar junto a su amiga Natalia y el pesado de Zombete, que, desde nuestra última aventura, los seguía a todas partes.

Bueno, quizá no era mala idea del todo. En el zoo, nos haríamos los encontradizos con la profesora, yo la invitaría a comer unos cacahuetes, que seguro que le parecería muy romántico, y ella quedaría perdidamente enamorada de mí.

Lástima que el hombre lobo lo fastidiara todo.

2

El sábado por la mañana quedamos delante de las taquillas del zoo. Yo me había arreglado para estar tremendamente seductor. Mi camisa estaba poco arrugada y las manchas de aceite casi ni se veían. Los pantalones de vestir tenían la cremallera rota, pero con mi panza y la camisa por fuera creo que no se notaba. Y además llevaba mis zapatos de la suerte. Eran los mocasines de una boda a la que había ido de pequeño. Pero si encogía los dedos y apretaba con fuerza, me cabía todo el pie.

—¿De qué vas vestido, Bermúdez? Pareces un payaso loco —dijo una voz tonta. Antes de volverme ya sabía que se trataría de Zombete, porque nadie puede ser más ofensivo que el pobre niñozombi repetidor.

—¿A ti quién te ha invitado? —le solté.

—Pablo y Natalia, claro —dijo señalando a mis amigos, que estaban a su lado, mirando al suelo. Ellos siempre acababan cargando con Zombete en los trabajos de grupo.

Menudo planazo. El muchacho era muy pesado y no había forma de librarse de él. Aunque es cierto que cuando nos tocó luchar contra las momias, su fuerza bestial nos fue de mucha ayuda.

—Está bien. Ven con nosotros. Pero no rompas nada y no se te ocurra pegarle a ningún animal.

Encogí los hombros porque ya no podíamos escaquearnos de él, y entramos tranquilamente al zoo.

Bueno, tranquilamente no, porque un guardia se me acercó corriendo al ver que yo intentaba saltar la puerta giratoria de entrada.

—Pero ¿qué hace? ¡Compre su entrada como todo el mundo! —me riñó.

Intenté poner mi cara más inocente, hasta que nuestras miradas se cruzaron. Y el guarda aún se enfadó más.

—¡Eres Bermúdez, el Chef Zombi! ¡Maldito seas!

—¿Nos conocemos? —le pregunté.

—¡Claro que nos conocemos! ¡Yo era el guardia de seguridad del museo egipcio cuando te dio por robar momias! ¡Por tu culpa me echaron de mi trabajo!

—¡Lo único que hicimos fue salvar al mundo de un montón de momias enfadadas!

Pablo apareció otra vez, con una entrada de adulto en su mano, y se la enseñó al guarda.

—Señor guarda, aquí está la entrada de nuestro amigo. Así que, si no le molesta, iniciaremos nuestra visita.

—Y no se preocupe, que aquí no hay momias para robar —añadió Natalia.

El segurata concentró toda la rabia del mundo en su expresión.

—Os estaré vigilando...

3

Yo quería ver animales feroces, pero nada más entrar, Natalia y Pablo insistieron en ir a los delfines. No sé yo qué tienen los delfines que tanto les gustan a los niños, porque a mí los animales sin garras y colmillos me parecen todos muy aburridos.

Pero, por alguna extraña razón, las gradas del delfinario estaban llenas.

—¿Aquí dónde venden las palomitas? —pregunté.