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Una novela de aventuras y amor que viajará, con el lector, hasta mundos mágicos y estelares. El deber de una princesa es casarse con un pretendiente y la princesa Kristy lo sabe bien. Sin embargo, ella no quiere elegir así, sin conocer bien a su futuro marido. Y triste, le canta a la Luna para que su vida de un giro. Poco se imagina que su voz traspase las fronteras del planeta y llegue a la flota de los mopusianos, unos extraterrestres violentos y sanguinarios que se dedican a colonizar planetas. El rey se encapricha con la voz de Kristy y decide raptarla. Antes de que eso pueda pasar, Jomix, un mopusiano bondadoso, decide volar a la Tierra para advertir del peligro inminente a sus habitantes. Esta novela infantil muestra la maestría de Piñol en sus dos géneros preferidos: la fantasía infantil y el humor.
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Seitenzahl: 134
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Joan Antoni Martín Piñol
Saga Kids
Los dragones de hierro
Copyright © 2010, 2023 Martín Piñol and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728426005
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Para mi amigo Jaume Esquius, que la quería leer
Para William Goldman, por La princesa prometida
Y, sobre todo, para Natalia, la princesa de mi universo
Ésta es la historia de amor más extraña que leeréis jamás.
Pero no una de esas historias de amor que hacen que las niñas pijas suspiren esperando encontrar un príncipe azul y que los niños crueles vomiten de asco hasta quedarse deshidratados.
Ésta es una historia de princesas con carácter, de viajeros siderales, de héroes sin reposo, de dragones vencidos que vuelven a brillar, de invasiones planetarias, de misterios más allá de la magia, de aventuras sin salida y de besos antes de morir.
Ésta es una historia del tiempo en que la Sombra quiso eclipsar a las estrellas.
Ésta es una historia que merece la pena ser contada.
O sea que dejémonos de tráilers y empecemos por el principio.
Como cada noche desde hacía tres años, Kristy salió con la mirada triste al balcón de la torre del castillo.
A sus pies, amontonados como cereales en un bol, a pocos metros del puente levadizo, centenares de caballeros esperaban a que saliera el sol y se abrieran las puertas.
Porque cada mañana, desde hacía tres años, Kristy y su padre, el rey Rokus, recibían a todos los caballeros que lo pedían. La idea era encontrar entre ellos al valiente que se casaría con Kristy.
Pero los días pasaban y pasaban.
Y pasaban.
Y seguían pasando.
Y cada mañana, príncipes, guerreros y mercenarios venidos de todos los países esperaban que Kristy decidiera casarse con ellos.
Algunos habían vendido sus tierras y sus castillos para poder afrontar los gastos del viaje.
Otros habían caminado durante meses por desiertos y tierras congeladas.
Y los menos afortunados incluso se habían tenido que enfrentar a las peligrosas bestias que se escondían por los caminos.
Pero hasta el pretendiente con menos posibilidades lo habría dejado todo para ir a ver a Kristy.
Quizá no era la princesa más alta ni más delgada ni más blanca del mundo. De hecho, no era ni rubia, como acostumbran a ser todas las princesas de cuento. Pero desde que el mundo es mundo, nadie, ni los viejos más viejos ni los sabios más sabios ni los viajeros más viajados, recordaba haber visto unos ojos como los de Kristy.
Porque cuando Kristy te miraba, sus verdes ojos congelaban el tiempo. Y en ese momento sentías que en la Tierra sólo existíais tú, ella y esos dos fuegos.
Y como cada noche, después de comprobar que todos los pretendientes esperaban a los pies del castillo llenos de ilusiones (y de ronquidos, claro, que también tenían que dormir, los pobres), los verdes ojos de Kristy se pusieron a llorar.
Porque ella no quería casarse.
Bueno, a ver si me explico: en el fondo sí que quería casarse.
Pero con alguien a quien amara de verdad.
No con un desconocido cualquiera, por muy apuesto y valiente que pareciera.
Kristy miró a la luna y, quizá por nervios, le pareció que a miles de pasos en el cielo, ella le guiñaba un ojo.
Como cada noche, la princesa se puso a cantar a la luna. Y todos los caballeros, que estaban dormidos despertaron de golpe, frotándose los ojos y las orejas, porque nunca en su vida habían escuchado nada semejante.
Ni las sirenas del Mar Olvidado, ni las ninfas del Río Sin Retorno, ni siquiera el Coro de Hadas Nevadas de la Estepa llegarían nunca a cantar igual de bien.
Los expertos en música, que aún no existían cuando ocurrió esta historia, habrían dicho que Kristy tenía una voz encantadoramente triste. Que oírla cantar era como presenciar un combate de boxeo entre vasos de cristal: algo delicioso y a la vez lleno de angustia.
Era un lamento triste por no saber qué hacer con su futuro, por sentirse como un simple peón en un tablero de ajedrez donde ella casi ni podía decidir sus movimientos.
Pero aun así, cuando las notas salían de su garganta, asombraban al universo.
Cuando calló, agotada y desahogada, como cada noche, la princesa miró la luna, cerca de donde imaginaba que estaría su madre, y le pidió un deseo.
—Envíame a alguien a quien pueda amar de verdad.
Y por primera vez en tres años, una chispa de fuego arañó la noche y desapareció entre los árboles del Bosque Sin Sombra.
Si a la mañana siguiente ella hubiera tenido que levantarse con la salida del sol para cultivar los campos hasta que las manos se le quedaran heridas y deformes como el culo de un troll con diarrea, seguramente Kristy se habría olvidado de la chispa de fuego y se habría ido a dormir.
Pero como era una princesa, lo único que incluía su agenda de cada día era mirar a los pretendientes con cara de aburrimiento y suspirar esperando encontrar el amor de su vida.
Así que en vez de encerrarse en su habitación real y sentirse sola e incomprendida como un hámster en una cloaca llena de ratas rabiosas, Kristy se tapó con una capa apestosa que guardaba para caminar entre sus súbditos sin que la reconocieran, sacó su caballo del establo y salió a escondidas hacia el Bosque Sin Sombra.
Cuando Kristy llegó al Bosque Sin Sombra, detuvo en seco a su caballo delante de un cartel que tenía clavado un gato muerto. Con la sangre del gato y una caligrafía nada elegante, alguien había escrito: «No pasar. Peligro de muerte y de sufrimiento infinito».
En esos momentos, a Kristy le vino a la cabeza el consejo que siempre le daba su tutora de protocolo: «Nunca aceptes pasteles envenenados de desconocidos ni entres en bosques tenebrosos».
Kristy dudó. El caballo no, porque no sabía leer. Aunque si hubiera conocido mínimamente el alfabeto, habría tirado al suelo a la princesa y habría huido a otro país cortándose la crin y haciéndose pasar por una vaca fea y algo mutante.
Pero quien leía y decidía era Kristy, que miró primero el poco hospitalario cartel y después su castillo, iluminado en la lejanía. Allí la esperaban todas las formas imaginables de aburrimiento, que para ella eran mucho peor que la muerte y el sufrimiento infinito.
Así que Kristy y su caballo se adentraron en el Bosque Sin Sombra sin saber si alguna vez saldrían de allí.
Príncipe Gulman —dijo el rey Rokus a un joven con aspecto de ser la encarnación de todas las virtudes imaginables—, ¿no puedes esperar hasta mañana y hacer cola como los demás pretendientes? Te he recibido en privado porque aprecio a tu padre y te aprecio a ti. Eres joven, eres apuesto, eres valiente, eres inteligente, eres ambicioso, eres mi preferido de entre todos los pretendientes, y por encima de todo, amas a mi hija. Todo irá bien. Pero un buen rey debe guardar las formas y no dudo de que tú serás un gran rey. Sé prudente y vuelve con el sol al salón de audiencias, igual que los otros.
—¡Pero Kristy no quiere casarse conmigo! —gruñó, herido en su orgullo, el príncipe Gulman—. Cada vez que se lo pregunto, me dice que soy cruel y que por nada del mundo querría pasar su existencia conmigo.
—Sí, eso es un pequeño problema. Para vuestro amor y… para unir los dos reinos más importantes que hay en todo el territorio conocido.
Gulman tuvo que contener una mueca de asco. ¿Por qué todos veían en él a alguien frío y calculador?
—A mí me da igual tu reino, rey Rokus. Si lo quisiera, ya haría horas que te habría matado apuñalándote con la pata de una silla y yo mismo me habría proclamado rey de todo el mundo conocido. Pero resulta que a Kristy la amo de verdad. ¡Y no seré feliz hasta que me case con ella!
Rokus observó al joven. Quizá su pasión sí que era auténtica.
En ese preciso momento, una sirvienta entró en la sala real con tanta prisa como si un cocodrilo tratara de morderle el culo y gritó:
—¡Kristy ha vuelto a escaparse!
—¡Avisa a los guardias! —ordenó el rey Rokus—.
¡Que organicen partidas de búsqueda ahora mismo! ¡Que patrullen el territorio! ¡Ella es lo que más amo en el mundo y está sola e indefensa en una noche llena de monstruos y peligros!
—¡No! —dijo el príncipe Gulman, con una sonrisa brillante de dientes bien aparcados—. ¡Yo mismo la encontraré, la protegeré y la convenceré para que me quiera!
Desde que el mundo es mundo, poca gente había salido con vida del Bosque Sin Sombra.
Entrar con vida podía hacerlo cualquiera; cualquiera, eso sí, que tuviera poca estima por la existencia, pocas neuronas sensatas, o ningunas ganas de hacer los deberes de la escuela.
Pero salir de allí…
Los pocos que habían conseguido escapar vivos del Bosque Sin Sombra nunca habían vuelto a ser los mismos. Se les habían quedado los ojos hundidos por el miedo. Se les caía la baba (circunstancia por la que era bastante desagradable comer enfrente de ellos). Y ninguno pudo volver a dormir solo y a oscuras.
O sea que, para ir resumiendo, el Bosque Sin Sombra venía a ser un lugar bastante terrible, como estaban a punto de descubrir Kristy y su caballo.
Desde el primer centímetro del bosque que pisaron, ella se sintió vigilada por cada uno de los árboles. Claro que esto era bastante normal, porque los árboles del Bosque Sin Sombra no daban frutos. De sus ramas sólo colgaban cráneos con expresiones terroríficas que la miraban sin ojos con sus cuencas vacías.
Pero eso no era lo más grave. De repente, una manada de lobos mutantes salió corriendo de la oscuridad en dirección a ella.
Dispuesta a no quedarse paralizada por el pánico, la princesa apartó el caballo hacia un lado del camino, arrancó con las dos manos una rama siniestra de un árbol siniestro y se preparó para pinchar con ganas el ojo del primer lobo que se atreviera a morderla.
Pero no necesitó luchar contra ninguna bestia, porque todas las siniestras criaturas siguieron corriendo sin hacerle ningún caso, como huyendo de alguna cosa más tenebrosa que ellas mismas.
En lo más profundo del Bosque Sin Sombra, Kristy y su caballo encontraron la razón del temor de las bestias.
Rodeada de árboles rotos y peligrosas llamaradas, una enorme forma de hierro y luces brillantes estaba incrustada en la tierra como si hubiera caído del más alto de los cielos.
La princesa parpadeó varias veces, porque la ceniza y la incredulidad no le dejaban fiarse de sus ojos.
Ante sí, tenía la máquina más prodigiosa que ella hubiera visto jamás.
Antes de que Kristy pudiera acercarse para examinarla mejor, una parte de la máquina empezó a moverse y se abrió una especie de boca metálica.
Arrastrándose primero y después incorporándose con dificultad, como si estuviera herida o terriblemente mareada, una figura salió al exterior.
A medida que la luz de la luna y las llamas fueron iluminándolo, Kristy vio que aquel ser era más alto y delgado que ella, con la piel de un color marrón arena y el cráneo alargado y puntiagudo. No parecía que fuera armado, porque a simple vista sólo iba cubierto con una cota de malla flexible que le recordó a las escamas de los antiguos dragones.
La princesa no pudo reprimir la sorpresa y gritó con esa voz encantadoramente triste de la que os hablé antes.
El ser avanzó un par de pasos tambaleantes y ella blandió la rama arrancada para hacerle entender que no era una débil chiquilla que se dejara atacar por cualquier abominación.
Al momento, la extraña criatura se cubrió la cara con los brazos, demostrando casi más miedo que la princesa.
Kristy sonrió.
—No temas, monstruo. Como hija del rey Rokus y por tanto princesa de estas tierras, te doy la bienvenida, si es que vienes en paz. Pero si pretendes atacarme o raptarme, te encontrarás esta rama clavada en tu boca antes de que te des cuenta.
El ser también pareció tranquilizarse. La señaló con un dedo y sonrió con una boca sin dientes mientras decía:
—¡01010 10001!
Ambos se miraron largamente, iluminados por las llamas.
En ese momento, y con la misma contundencia de las grandes ideas que nunca se sabe de dónde vienen, Kristy supo en su interior que aquel que tenía delante era la respuesta al deseo que le había pedido a la luna.
Alguien a quien amar de verdad.
Lástima que fuera tan… diferente.
Entremos! —gritó el príncipe Gulman ante las siniestras torres que eran los árboles del Bosque Sin Sombra.
Al escuchar la orden, todos los soldados se miraron entre sí, con cara de haber sido pillados copiando en un examen. Algunos incluso apartaron las antorchas a un lado para que no se les viera la cara de angustia.
—Es que yo había quedado con un amigo y llego tarde —dijo uno.
—Y yo le había prometido a mi mujer que arreglaríamos la casa juntos —dijo otro.
—Pues yo te acompaño, para que no te pierdas —dijo un tercero.
—¡Panda de cobardes! —gritó el príncipe—. ¿Sois soldados o ratas con pañales llenos de excrementos?
—Ratas, ratas…, somos ratas —dijo uno de los soldados en voz baja, por si colaba.
—En tres latidos de corazón, yo y mi caballo entraremos en el Bosque Sin Sombra para rescatar a la mujer con la que voy a casarme. No os obligo a entrar conmigo. Sólo faltaría. Pero sean cuales sean los peligros salvajes que encuentre ahí dentro, si salgo con vida, os perseguiré a todos vosotros. Quemaré vuestras casas. A vuestras mujeres las pondré a trabajar en las minas y a vuestros hijos los ataré de manos y pies y los dejaré abandonados aquí, en el bosque, como regalo para las malignas criaturas que viven entre sus sombras. ¡Y por supuesto, a todos vosotros os torturaré tanto, día y noche, llueva o nieve, que desearéis no haber nacido nunca!
Todos los soldados tragaron saliva de golpe.
—¡Y sabéis que saldré con vida de aquí! —sonrió maléfico y orgulloso el príncipe Gulman.
—Alteza —dijo el soldado más pelota—, si nos lo pide así de bien, claro que lo acompañaremos.
La sonrisa de la extraña criatura calmó a Kristy. Evidentemente, podía ser una sonrisa falsa, de amiga que te quiere robar el novio o de madre que te ha preparado verdura y pescado hervido para comer porque es bueno para la salud, pero el corazón de la princesa le dijo que confiara en esa sonrisa.
Poco a poco, se acercó al ser.
Y él a ella, mirándola con unos ojos aún más grandes y expresivos que los de Kristy.
—00100, 00100 —repetía él con unos sonidos amables.
Quizá no era un monstruo horrible.
Quizá él era el amor de su vida, aquel al que llevaba años esperando.
Quizá había venido de lejos para amarla y darle una felicidad… distinta.
Un escalofrío de emoción los estremeció a los dos.
Bueno, quizá fue emoción. Quizá fue amor a primera vista. O quizá fue que la criatura le puso dos dedos en los agujeros de la nariz a la princesa.
Y entonces el aire y la tierra y la luna desaparecieron y una luz interior empezó a llenar a Kristy.