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Esta antología de Federico García Lorca muestra la evolución del poeta granadino, recopilando una amplia selección de versos de sus obras: "Libro de Poemas", "Suites", "Poema del cante jondo", "Canciones", "Primer romancero gitano", "Odas", "Poeta en Nueva York", "Diván del Tamarit", "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías" y "Sonetos del amor oscuro".
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Seitenzahl: 191
Veröffentlichungsjahr: 2019
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Índice
Introducción
Contexto histórico
Contexto literario
¿Generación o Grupo del 27?
La estética del 27
Etapas del 27
Federico García Lorca
La obra de Federico García Lorca
Criterio de esta edición
Bibliografía
Antología poética
Libro de poemas (1918-1921)
Canción otoñal
Canción primaveral
Elegía a doña Juana la Loca
Balada triste
Si mis manos pudieran deshojar
Cantos nuevos
El presentimiento
Balada de la placeta
La luna y la Muerte
Deseo
Suites (1920-1923)
Suite de los espejos
Tierra
Capricho
Los ojos
«Berceuse» al espejo dormido
Confusión
Canciones bajo la luna
Recodo
La selva de los relojes
[Entré en la selva]
Meditación primera y última
Caracol
Balada del caracol negro
Poema del Cante Jondo (1921-1931)
Baladilla de los tres ríos
Poema de la siguiriya gitana
Paisaje
La guitarra
Poema de la soleá
Sorpresa
La soleá
Poema de la saeta
Saeta
Gráfico de la Petenera
Muerte de la Petenera
Viñetas flamencas
Memento
Tres ciudades
Baile
Canciones (1921-1924)
4. Andaluzas
Canción del jinete (1860)
Canción del jinete
[Arbolé, arbolé]
5. Tres retratos con sombra
Verlaine
Baco
Juan Ramón Jiménez
Venus
Debussy
Narciso
6. Juegos
Canción del mariquita
Romancero gitano (1924-1927)
Romance de la luna, luna
Preciosa y el aire
Romance sonámbulo
La casada infiel
Romance de la pena negra
Romance del emplazado
Odas (1924-1929)
Soledad
Poeta en Nueva York (1929-1936)
II. Los negros
Iglesia abandonada. (Balada de la Gran Guerra)
III. Calles y sueños
Ciudad sin sueño. (Nocturno del Brooklyn Bridge)
La aurora
IV. Poemas del lago Eden Mills
Poema doble del lago Eden
VI. Introducción a la muerte (Poemas de la soledad en Vermont)
Muerte
VII. Vuelta a la ciudad
Nueva York. (Oficina y denuncia)
VIII. Dos odas
Grito hacia Roma. (Desde la torre del Chrysler Building)
Diván del Tamarit (1932-1934)
Gacelas
Gacela I. Del amor imprevisto
Gacela III. Del amor desesperado
Gacela X. De la huida
Casidas
Casida III. De los ramos
Casida IV. De la mujer tendida
Casida VI. De la mano imposible
Casida VII. De la rosa
Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1934)
1. La cogida y la muerte
2. La sangre derramada
3. Cuerpo presente
4. Alma ausente
Sonetos del amor oscuro (1936)
Soneto de la dulce queja
Llagas de amor
El poeta pide a su amor que le escriba
El poeta habla por teléfono con el amor
[¡Ay voz secreta del amor oscuro!]
El amor duerme en el pecho del poeta
Noche del amor insomne
Análisis de la obra
Clasificación de la poesía de Federico García Lorca
Primera etapa
Segunda etapa
Actividades
Créditos
INTRODUCCIÓN
CONTEXTO HISTÓRICO
La Generación o Grupo del 27, en los que se incluye a Federico García Lorca, está formada por autores cuya producción se inicia en torno al año 1920 y se prolonga hasta el año 1936, fecha en la que, con el estallido de la guerra civil española, los integrantes del grupo se dispersan: García Lorca muere asesinado por miembros de la insurrección y los demás, salvo Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, optan por el exilio. De cualquier modo, todos viven una época ciertamente convulsa de la historia de España y, aunque seguirán escribiendo después de la contienda, sus creaciones tomarán diversos caminos.
El origen de un período tan crispado podría situarse en 1898 cuando se pierden las últimas colonias de ultramar frente a EE.UU. Este suceso, conocido como «el desastre del 98», implicó que tanto intelectuales como políticos vieran necesario plantearse la forma de regenerar un país que, a todas luces, perdía poder y prestigio frente al resto de Europa, al mismo tiempo que ponía en evidencia el deterioro del sistema político de la alternancia bipartidista («turno pacífico» de dos partidos en el poder) que se estaba llevando a cabo durante la Restauración, pues, además de corresponderse a una fórmula caciquil de acceso al Gobierno, dejaba fuera del sistema a representantes de formaciones que habían adquirido importancia relevante dentro de la sociedad, como los carlistas, nacionalistas, republicanos y anarquistas.
Así las cosas, cuando Alfonso XIII sube al trono en 1902, se intenta revisar el sistema de gobierno y realizar las reformas oportunas para seguir manteniendo el bipartidismo. No obstante, dos conflictos vinieron a poner nuevamente de manifiesto la incapacidad del Régimen para su resolución: la Semana Trágica de Barcelona de 1909, y la Crisis de 1917. A lo que había que añadir la excesiva injerencia del rey en la política, así como su empeño en favorecer a las clases privilegiadas y, en especial, al ejército. Siendo, pues, incapaces de ofrecer soluciones válidas a una sociedad cada vez más encrespada y temiendo el ascenso notable que presentaban los partidos de izquierda, Miguel Primo de Rivera encabezó un golpe de estado el día 13 de septiembre de 1923, con la anuencia del propio rey, que veía el pronunciamiento militar como única salida al deterioro político. Con dicho golpe, comienza una dictadura que estaría vigente desde 1923 a 1930.
Al principio, y a pesar de las duras medidas que se adoptaron, el nuevo Gobierno adquirió cierto prestigio a causa de dos gestiones fundamentales: el apoyo a Francia contra el líder rifeño Abd el-Krim en la toma de Alhucemas —con lo cual se ponía fin a la guerra con Marruecos y España recuperaba el control de parte de su protectorado marroquí— e impulsando la economía mediante el apoyo a la industria y la creación de infraestructuras encaminadas a modernizar el país. Pero los llamados «felices años veinte», en los que España gozó de cierta prosperidad, dieron paso a una nueva crisis económica, que despertó las protestas sociales y los conflictos anteriores no resueltos, razón por la cual Primo de Rivera se vio obligado a dimitir el 27 de enero de 1930.
El fracaso de la dictadura junto al debilitamiento cada vez mayor de la monarquía, hizo que Alfonso XIII abandonara el trono tras asistir al triunfo de la oposición republicana en las elecciones de 1931, por lo que el 14 de abril de ese mismo año se proclamó la Segunda República española.
La nueva Constitución, aprobada por las Cortes Constituyentes el 9 de diciembre de 1931, establecía un sistema democrático con las siguientes características generales:
— España se definía como una República de trabajadores estableciéndose el principio de soberanía popular.
— Dentro de la extensa lista de declaración de derechos y libertades, se incluía el sufragio universal igualitario: masculino y femenino.
— Se establecía una amplia lista de derechos sociales que el Estado debía garantizar, tales como las condiciones dignas de trabajo, el derecho de todos los ciudadanos a la educación y a la cultura, o la protección de ancianos y niños. Igualmente, y por primera vez, se introducía el término de utilidad pública en virtud del cual, se legitimaba la expropiación de bienes privados con indemnización, si se consideraba preciso de cara al bien común.
— También fue novedoso el reconocimiento de España como Estado laico, lo que suponía la separación total entre la Iglesia y el Estado, de tal forma que se prohibía la financiación de entidades religiosas con dinero público y la adquisición por parte de la Iglesia de otros bienes que no fueran los estrictamente necesarios para su funcionamiento. Además, se vetaba a los miembros eclesiásticos el ejercicio de actividades industriales, el comercio y la enseñanza, se aprobaba el divorcio y se admitían los matrimonios exclusivamente civiles.
— Las Cortes, representantes del pueblo, serían unicamerales, eliminando, así, la figura del Senado, y tendrían el poder legislativo y controlarían la acción del Gobierno.
— Los cargos de presidente de la República y el de presidente del Gobierno no podría recaer en la misma persona. El primero sería elegido por las Cortes y por los compromisarios votados por el pueblo y ostentaría la jefatura del Estado. Entre sus atribuciones estaría la de designar al presidente del Gobierno, aunque contando con el respaldo de las Cortes.
— Se reconoció el derecho a la autonomía de las regiones, a las que el Gobierno central podría traspasar competencias en determinados asuntos.
—Se produjo la separación de los poderes del Estado en poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial; se contemplaba la figura del jurado y se implantaba un tribunal de garantías constitucionales, encargado de vigilar que las leyes se ajustasen a los principios de la Constitución.
Como puede observarse, la nueva Constitución trataba de dotar al país de principios y libertades que la guiaran a su modernización y desarrollo, pero, casi desde el principio, el Gobierno hubo de enfrentarse a la oposición, tanto de la derecha como de la izquierda. En el primer grupo, las quejas procedían de los empresarios, los agricultores con propiedad, la Iglesia y el ejército; mientras que las protestas, en el segundo caso, se fundaban en el hecho de que las reformas llevadas a cabo se hacían lenta y tímidamente. Es decir, simplificando la situación, para los partidarios de la derecha se imponían reformas que acababan con varios de sus privilegios ancestrales, y para los partidarios de la izquierda, dichas reformas eran insuficientes y no ponían fin a los problemas de las clases más desfavorecidas.
En este ambiente de crispación y revueltas, la República pasó por tres Gobiernos alternativos: el Bienio Reformista (1931-1933), el Bienio Radical-Cedista (1934-1936) y el Gobierno del Frente Popular (febrero-julio de 1936). Sin embargo, y pese a los esfuerzos por reconducir el desalentador panorama, ninguno de ellos pudo frenar la erupción del volcán en el que se había convertido el país y, de este modo, el asesinato producido el día 12 de julio de 1936 contra el guardia de asalto, el teniente Castillo, por parte de la extrema derecha, y el llevado a cabo sobre José Calvo Sotelo por las fuerzas de seguridad y como respuesta a la muerte del primero, fueron el detonante que encendió la llama del volcán para que, el 17 de julio de 1936, una guarnición de Melilla se sublevará declarando el estado de guerra. Comienza así la lucha fratricida que concluyó el día 1 de abril de 1939, cuando el general Franco firmó el último parte de guerra, dando comienzo a una dictadura militar que él mismo lideraría hasta su fallecimiento, el día 20 de noviembre de 1975.
CONTEXTO LITERARIO
Panorama de la literatura española en el primer tercio del sigloXX
Si en muchos casos ya se hace difícil agrupar a los autores siguiendo los criterios de «generación» de Petersen, que veremos más adelante, en la época que nos ocupa, dicha dificultad se acrecienta si consideramos que, en el primer tercio del siglo XX, coinciden movimientos o tendencias surgidas en el siglo anterior, pero aún vigentes, con otras que emergen con aires de renovación artística. Es más, no solo conviven distintas manifestaciones, sino que se nutren entre sí contribuyendo a la riqueza literaria gracias a la cual el período al que nos referimos se incluye en lo que la crítica ha quedado en llamar la Edad de Plata de la literatura española.
Así, a la Generación de 1898, que seguía manteniéndose activa con Unamuno, Machado, Azorín, Valle-Inclán o Baroja, se une el Novecentismo, con Eugenio d’Ors, Ortega y Gasset, Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala o Gregorio Marañón, y personalidades, más difíciles de encasillar, como Juan Ramón Jiménez y Ramón Gómez de la Serna. Finalmente, la nómina se completaría con los jóvenes del 27 que acabarán por introducir las vanguardias alcanzando su madurez creativa durante la Segunda República.
LAS VANGUARDIAS
En torno a la guerra de 1914, surgen en Europa una serie de movimientos estéticos que revolucionarían la concepción del arte. Las nuevas producciones buscaban la ruptura con fórmulas artísticas de épocas anteriores a través de la experimentación formal, alejándose de la verosimilitud y centrándose, sobre todo, en la forma de expresión. A estos movimientos se los conoce como «ismos» y, todos ellos, se agrupan bajo el nombre de «vanguardias»; traducción del término procedente del vocabulario militar francés d’avant-garde (vanguardia). Muchos fueron los ismos que se concretaron en manifiestos dirigidos especialmente a las artes plásticas, pero ni todos llegaron a la literatura, ni todos tuvieron el mismo éxito.
En el ámbito de la poesía española, algunos estudiosos opinan que no existió una verdadera vanguardia, al menos en el sentido más ortodoxo del término, sino que «se trata de una corriente dispersa y ecléctica en la que se amalgaman influjos diferentes y con frecuencia contradictorios»1. En lo que sí parece haber consenso es en reconocer a Ramón Gómez de la Serna como pionero e impulsor de las nuevas tendencias en España. Gracias a sus viajes por Europa entró en contacto con las vanguardias y, a su vuelta, las dio a conocer, sobre todo, mediante la revista Prometeo, dirigida por su padre. A él se debe el nacimiento de la greguería, género que consigue a partir de la unión de una metáfora insólita y el humor. Además, escribió cuentos y varias novelas, a las que denomina «novelas libres» porque sustituye el argumento por divagaciones y cuadros en su afán de renovación. Entre las novelas más famosas se encuentra El torero Caracho (1927), donde se ofrece una visión distorsionada de la fiesta nacional. Igualmente compuso obras de teatro (Beatriz, El drama del palacio deshabitado, La Utopía, El laberinto, Teatro en soledad), biografías (Don Ramón María del Valle-Inclán, El Greco, Goya, Quevedo, Lope), ensayos (Ismos, El Rastro, El circo, Lo cursi y otros ensayos) y sus memorias bajo el título de Automoribundia. A su ingente producción hay que añadir las muchas conferencias y las exposiciones de pintura que realizó a fin de impulsar las nuevas fórmulas del arte que procedían de la vanguardia.
De todos los movimientos que surgieron, los que suelen citarse por su mayor impronta en las letras hispanas son el cubismo, el futurismo, el surrealismo, el creacionismo y el ultraísmo; los dos últimos exclusivos de la literatura escrita en español.
El cubismo florece en el ámbito de la pintura alrededor de 1907 con Pablo Picasso y Juan Gris, pero pronto se traslada a la literatura de la mano de Guillaume Apollinaire, quien, siguiendo los modelos pictóricos, se propone descomponer la realidad produciendo composiciones libres de conceptos, con ruptura de la sintaxis y disposición tipográfica de los versos, de tal forma que se crean imágenes para aludir al contenido del poema. Son los llamados «caligramas», que, junto a la técnica del collage, serán imitados por otros movimientos posteriores.
Aunque el futurismo entró pronto en España (1910) gracias a que Ramón Gómez de la Serna publicó una traducción del manifiesto de Filippo Marinetti en la revista Prometeo, anteriormente citada, no llegó a crear escuela. No obstante, algunos autores sí recogieron parte de su temática, como el canto al progreso. Por ejemplo, Alberti escribe un madrigal al billete de tranvía y dedica versos a los actores de cine o a personajes, como un portero de fútbol, del mismo modo que Pedro Salinas escribe poemas a una bombilla o a la máquina de escribir.
Como ya se ha dicho, también la literatura escrita en español aportó dos nuevas manifestaciones vanguardistas propias: el creacionismo y el ultraísmo. El creacionismo se inició en París con el poeta chileno Vicente Huidobro y el francés Pierre Reverdy, dándose a conocer en España por el propio Huidobro, en 1918. Este movimiento comparte con el resto de las vanguardias la huida de la realidad, por lo que se considera que los poemas deben ser una creación en sí mismos, no imitación de lo que ya existe. Entre sus características principales encontramos que se rechazan los signos de puntuación, la función referencial no remite a una realidad externa al propio poema, sino que se halla en la creación misma, se prescinde de los elementos descriptivos evitando cualquier tipo de anécdota, se crean imágenes difícilmente asociadas a un claro referente y se unen conceptos de forma arbitraria sin que, en apariencia, exista un hilo conductor temático. En definitiva, se busca «la creación absoluta», no la «imitación». En este sentido, es de sobra conocida la expresión de Huidobro con la que resume el objetivo último del creacionismo: «Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol».
En cuanto al ultraísmo, muy vinculado al movimiento creacionista, tiene como promotor a Guillermo Torre, aunque fue Rafael Cansinos-Assens, en 1919, el encargado de publicar el manifiesto en la revista Cervantes bajo el título Ultra. Dicho movimiento comparte con los demás el antisentimentalismo o deshumanización del arte, convirtiéndose en una amalgama de elementos inspirados, sobre todo, en el futurismo, en los caligramas cubistas de Apollinaire y en el dadaísmo. A pesar de ser un movimiento plenamente autóctono de España, su vigencia fue efímera (1918-1922), lo que no es óbice para que su marca pueda detectarse en los autores de la Generación del 27 o muy próximos a ella. No en vano, Torre advierte el camino que abría el nuevo estilo que lideraba: «El ultraísmo —señalemos como nexo y propósito común— ha tendido preliminarmente a la reintegración lírica, a la rehabilitación genuina del poema. Esto es, a la captura de sus más puros e imperecederos elementos —la imagen, la metáfora— y a la supresión de sus cualidades ajenas o parasitarias: la anécdota, el tema narrativo, la efusión retórica»2.
No obstante, el movimiento que más influencia y trayectoria tuvo en las letras hispanas fue el surrealismo, a partir del manifiesto de André Breton publicado en 1924. Procedente de diversas tendencias, especialmente del dadaísmo, los autores surrealistas no solo pretenden renovar el arte sino que propugnan una liberación total del individuo. En esta línea, se busca ir más allá de lo perceptible explorando el subconsciente hasta que aparezcan todos los impulsos reprimidos, tal y como aconseja Freud en su psicoanálisis. De este modo, el poeta podrá conseguir la auténtica realidad; libre de la mordaza de los convencionalismos sociales y morales que lo encorsetan. Para conseguirlo, ha de utilizarse un lenguaje que no busque ser interpretado por la razón, sino que suscite emociones. Así, en los textos surrealistas abundan asociaciones insólitas de conceptos y palabras que, en apariencia, no tendrían sentido, metáforas extravagantes e imágenes oníricas en las que puede manifestarse el subconsciente. Además, se acude a la escritura automática, que consiste en escribir según dicta el pensamiento, sin poner atención en cómo se escribe ni en si lo escrito tiene sentido aparente. Breton, en su citado Manifiesto, explica el procedimiento que ha de seguirse para obtener un texto surrealista:
Composición surrealista escrita, o el borrador primero y definitivo.
Hazte traer con qué escribir, después de haberte instalado en un lugar lo más favorable posible para la concentración del espíritu en sí mismo colócate en el estado más pasivo o receptivo que puedas. Haz abstracción de tu genio, de tus talentos y del de todos los demás. Di bien alto que la literatura es uno de los más tristes caminos que conducen a todo. Escribe velozmente, sin tema previo, con tal rapidez que te impida recordar lo escrito o caer en la tentación de releerlo. La primera frase vendrá sola, puesto que cada segundo hay una frase, ajena a nuestro pensamiento consciente, que pugna por manifestarse. Es bastante difícil pronunciarse sobre el caso de la frase siguiente, la que sin duda participa a la vez de nuestra actividad consciente y de la otra, si se admite que el haber escrito la primera frase implica un mínimo de percepción. Pero esto no debe preocuparte, porque allí reside en su mayor parte el interés del juego surrealista. Siempre sucede que la puntuación se opone a la absoluta continuidad del flujo verbal, aunque parezca tan indispensable como la distribución de los nudos en una cuerda vibrante. Continúa así todo el tiempo que te plazca. Confía en el carácter inagotable del murmullo. Si el silencio amenaza imperar aprovechando la menor falla —que se podría llamar falla de distracción—, tacha entonces sin vacilar una línea demasiado clara, y a continuación de la palabra cuyo origen es sospechoso, coloca una letra cualquiera, la l, por ejemplo, y siempre la l, retornando de ese modo a lo arbitrario al imponer dicha letra como inicial del vocablo que ha de venir3.
En España este movimiento fue conocido tempranamente gracias a la traducción del Manifiesto (1925) y, en particular, a las visitas de Breton a Barcelona (1922) y a la de Louis Aragon a la Residencia de Estudiantes de Madrid (1925), donde se encontraban buena parte de los artistas y escritores en los que el surrealismo dejó su impronta, tales como Lorca, Buñuel y Dalí, entre otros. Sin embargo, el surrealismo español no fue enteramente ortodoxo, ya que no practicó la escritura automática ni renunció a la conciencia creadora. Antes bien, la nueva fórmula se adaptó de manera consciente, ordenada y con voluntad de estilo.
Todos estos movimientos impregnaron la literatura de tal forma que han llegado hasta la actualidad en muchos autores, sea cual sea el género que cultiven. Así pues, no parece oportuno establecer etapas concluyentes en el desarrollo de las vanguardias ni mucho menos afirmar que, a partir de 1936, desaparece la experimentación y las técnicas que habían traído los ismos. Cosa distinta es que existan períodos en los que adquieran menor o escaso protagonismo, o movimientos cuyas características hayan sobrevivido con mayor fortuna que otros, pero de lo que no cabe duda es que su legado fue lo suficientemente significativo como para asegurar su pervivencia a través del tiempo.
¿GENERACIÓN O GRUPO DEL 27?
A pesar de los muchos títulos sugeridos a la hora de establecer los períodos de la literatura del siglo XX, todavía no se ha encontrado ninguno enteramente incuestionable que pueda definir sin fisuras el período que se corresponde con los poetas cuya obra se inicia en el primer tercio de la centuria. De todos los marbetes propuestos, los que han gozado de mejor fortuna son el de «Generación del 27»4 y «Grupo (poético) del 27», aunque ninguno de los dos está exento de controversia entre los estudiosos de la literatura. Por lo que respecta al concepto de «generación», las objeciones se derivan, fundamentalmente, de que no se cumplen —o no al menos, de manera ortodoxa— todos los requisitos que el crítico literario alemán Julius Petersen estableciera para otorgar el reconocimiento de «generación» a un conjunto determinado de artistas. Esto es: contemporaneidadentre los miembros del grupo —de tal modo que no haya una diferencia superior a quince años entre el nacimiento del mayor y el más joven—, parecida formación, relación interpersonal entre los integrantes, acontecimiento generacional compartido, existencia de un guía o líder, misma actitud ante el uso del lenguaje y ruptura con la generación anterior o anquilosamiento de la misma.
En cuanto al término «grupo», también hay desacuerdo, pues, dado el cuantioso número de nombres que aparecen como candidatos a integrarlo y el origen geográfico de los mismos, sería pertinente referirse más que a un grupo único, a «diversos grupos regionales» localizados, fundamentalmente, en Madrid y Andalucía (Sevilla, Granada, Málaga); aunque cabría añadir otros de menor afiliación, pero no de menor interés, en Murcia, Galicia, Canarias, Valladolid y Cataluña.
A estas apreciaciones hay que añadir otras que se han ido sumando, de cara a matizar y esclarecer los principios teóricos que, conservados inalterables, se repiten en los libros de texto sin considerar algunas aportaciones importantes de la investigación literaria que convendrían tenerse en cuenta. En primer lugar, y de acuerdo con José Carlos Mainer, supone una simplificación metodológica el hecho de constituir un canon único para fijar las supuestas generaciones que se han establecido desde finales del siglo XIX, por más que pueda ser útil desde el punto de vista pedagógico. Hay que tener en cuenta que:
Nada empieza bruscamente sino que se inicia como síntomas que todavía conviven con el pasado y se cierra lentamente como sobrevivencia que corre paralela a los primeros balbuceos del futuro. [...] No hay epifanías de la historia, sino modestas y a la vez complejas coyunturas y dentro de estas es donde se produce el vivo diálogo de las tendencias5.
En este sentido, y como manifestaba Dámaso Alonso, los autores del 27 no tenían la menor intención de alzarse «contra nada, ni en política ni en literatura», por lo que se infringe el principio de quiebra generacional requerido por Petersen, al no producirse un alejamiento tajante de las formas artísticas anteriores. Antes bien, se integran y amoldan a las innovaciones vanguardistas con toda naturalidad, tal y como advierte Juan Manuel Rozas:
