Bodas de sangre - Federico García Lorca - E-Book

Bodas de sangre E-Book

Federico García Lorca

0,0

Beschreibung

Tragedia póetica que consagró a Federico García Lorca como autor dramático. Drama poético, basado en un hecho real (la fuga de una novia con su amante en la víspera de su boda con otro hombre), con la que Lorca ahonda en las pasiones desgarradas y en la que encontramos ecos de la tragedia clásica, del teatro del Siglo de Oro y de los autores modernistas. Mito, símbolo y leyenda convergen en esta tragedia rural, cuyo estreno en Madrid, en 1933, supuso la consagración de Federico García Lorca como autor dramático.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 192

Veröffentlichungsjahr: 2020

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Introducción

Contexto histórico

Contexto literario

Generación o grupo del 27

El teatro desde 1900 a 1936

Federico García Lorca. Biografía

Federico García Lorca. Obra

El teatro de Federico García Lorca

Criterios de esta edición

Bibliografía

Bodas de sangre

Acto primero

Acto segundo

Acto tercero

Análisis de la obra

La génesis de la obra

Argumento y estructura

Espacio y tiempo

Personajes

Temas

Las acotaciones

Lenguaje y estilo

Actividades

Créditos

INTRODUCCIÓN

CONTEXTO HISTÓRICO

La época histórica que coincide con la biografía de Federico García Lorca (1898-1936) se inicia con el Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898 entre España y Estados Unidos, por el que España cedía a su contendiente las últimas colonias de ultramar que, hasta entonces, habían permanecido bajo su dominio: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Esta apabullante derrota, conocida como «Desastre del 98», sumió al país en una profunda crisis, poniendo de manifiesto el fracaso de un régimen bipartidista —mantenido desde la Constitución de 1876— en el que conservadores y liberales se alternaban sucesivamente en el gobierno, torciendo la voluntad de los electores mediante un ardid político con el que se evitaba que los grupos de izquierda, el movimiento obrero y los nacionalistas tuvieran oportunidad de acceder al poder.

El sistema de elecciones se realizaba del siguiente modo: los dirigentes de los dos partidos (conservadores y liberales) pactaban de antemano el turno de quien debía gobernar, así como el presupuesto con el que contaría durante el mandato. Una vez conseguido el acuerdo, el rey nombraba Jefe de Gobierno al candidato que había surgido del pacto y se disolvían las Cortes. Posteriormente, se convocaban las elecciones; no sin antes concertar el número de escaños necesarios para que la fuerza opositora recayera en el partido llamado a gobernar en la siguiente legislatura.

Esta forma de acceder a los escaños era auspiciada, además, por los caciques de las zonas rurales que, guiados por las instrucciones del gobernador civil de la provincia, amañaban los candidatos que debían salir elegidos en cada lugar utilizando estratagemas como la rebaja de impuestos, la aceleración de los trámites administrativos de expedientes de distinta índole o, incluso, la manipulación en el recuento de votos; coloquialmente conocida como «pucherazo».

Ni que decir tiene que este sistema político causaba el descontento de la población y, especialmente, de las organizaciones que habían ido adquiriendo importancia en el conjunto de la sociedad y a las que, sin embargo, se vetaba su ascenso al poder.

En este contexto era, pues, inevitable que la pérdida de las colonias se convirtiera en un motivo más de insatisfacción para los españoles, que veían cómo el país se precipitaba hacia una serie de enfrentamientos que no tardarían en llegar. Así, cuando tras dieciséis años de regencia de su madre María Cristina de Habsburgo-Lorena, Alfonso XIII sube al trono, en 1902, intenta reformar el país, pero su excesiva intervención en la política, el tesón en favorecer a las clases privilegiadas, especialmente al Ejército y a la Iglesia, y la conservación del bipartidismo jugarían en su contra. En líneas generales, los mayores problemas con los que se tuvo que enfrentar el monarca y su gobierno podrían resumirse en los términos que siguen:

— Las reformas realizadas en la agricultura no eran suficientes para convertir a España en un estado moderno capaz de generar riqueza.

— El descontento de los trabajadores, a quienes apenas se les respetaban sus derechos, contribuyó a que los partidos y sindicatos de izquierda se fortalecieran, creciendo, a su vez, el número de republicanos descontentos con una monarquía más ocupada en mantener un gobierno corrupto que en favorecer la evolución del país.

— Los nacionalismos surgidos en el siglo XIX, especialmente el catalán, adquieren gran importancia en su empeño por descentralizar el poder, lo que genera fuertes enfrentamientos con el Gobierno. El punto álgido de las disputas llegaría cuando el presidente Antonio Maura promulgó un decreto mediante el cual se ordenaba la movilización de tropas integradas por reservistas de la clase obrera, a fin de proteger las posesiones españolas en Marruecos que habían sido atacadas por las cabilas árabes. El descontento fue grande entre la población, pues buena parte de los soldados llamados al reclutamiento eran padres de cuyos bajos salarios dependía el sustento familiar. Por este motivo, las organizaciones obreras convocaron una huelga general y una manifestación, principalmente centrada en el puerto de Barcelona, por ser en este lugar desde donde partirían los barcos hacia las costas marroquís. Como era previsible, la huelga fue abortada por el gobierno, produciéndose una revuelta popular duramente reprimida por Maura tras la proclamación del estado de guerra. Destierros, condenas a muerte y cadenas perpetuas para muchos de los acusados por el levantamiento fueron el desenlace que puso fin a los sucesos acaecidos entre los días 26 de julio y el 2 de agosto de 1909, período conocido como la Semana Trágica de Barcelona.

— La crisis de 1917: a un gobierno incapaz de resolver los conflictos y necesidades de sus ciudadanos se añadió el incremento de la crisis económica pues, si bien España, al mantenerse neutral en la Primera Guerra Mundial, se había beneficiado con la venta de alimentos y materias primas a los países en conflicto, la exportación masiva también provocó que subieran los precios en el país, lo que indujo a que UGT y CNT convocaran una huelga general en protesta por la situación económica que ahogaba, especialmente, a los obreros.

— A esta crisis se unía, paralelamente, el malestar del Ejército, que contemplaba la pasividad del Gobierno frente a una situación social insostenible agravada por la derrota de los soldados españoles en El Desastre de Annual, con lo que se ponía en evidencia la degradación e ineptitud del Ejército, vencido por unas milicias marroquís sin formación militar debido a la falta de medios y a la existencia de oficiales corruptos.

En este contexto, y para evitar nuevas algazaras que facilitasen el ascenso al poder de los partidos de izquierda, el día 13 de septiembre de 1923, Miguel Primo de Rivera encabezó un golpe de estado con el apoyo del propio rey. Es así como comienza una dictadura que estaría vigente desde 1923 a 1930. Durante la misma se suspendió la Constitución, se prohibieron los partidos políticos y se impuso la censura, imposibilitando cualquier manifestación, especialmente de los intelectuales, que fuera contraria al Régimen. No obstante, a pesar de las medidas represivas, la dictadura fue apoyada por buena parte de la población, dado que veía en el ejército la única salida para salvar el país.

Además, los primeros años de mandato de Primo de Rivera coincidieron con los llamados «felices años 20» en los que se vivía una prosperidad internacional que permitía al dictador acometer obras públicas, tales como la construcción de presas hidroeléctricas o de carreteras, con las que se intentaba modernizar España. Sin embargo, los años de bonanza se vieron nuevamente interrumpidos ya que, en 1929 y coincidiendo con el crack de la bolsa de Nueva York, se recrudece la crisis económica resucitando, de nuevo, las protestas sociales y los conflictos anteriores que, si bien se habían acallado con medidas represivas, seguían estando latentes. En esta situación, y perdidos los apoyos que le respaldaban, Primo de Rivera dimitió el 27 de enero de 1930.

El fracaso de la dictadura junto al debilitamiento cada vez más patente de la monarquía originó que Alfonso XIII se viera obligado a convocar elecciones municipales cuyo resultado dio el triunfo a la oposición republicana; de tal modo que, el 14 de abril de 1931, se proclama la Segunda República española y el rey abandona definitivamente el trono.

Tras la caída de la monarquía, no tardó en formarse un gobierno provisional encargado de redactar la nueva Constitución que fue aprobada por las Cortes Constituyentes el 9 de diciembre de 1931. Dicho documento establecía un sistema democrático en el que, por primera vez, se contemplaban derechos nunca antes admitidos o tenidos en cuenta. Entre sus características destacan las que siguen: España se define como una República de trabajadores y las Cortes se convierten en unicamerales al eliminar el Senado. De igual forma, se separan los poderes del estado en poder legislativo, poder ejecutivo y poder judicial contemplando, incluso, la figura del jurado e implantando un tribunal de garantías constitucionales encargado de vigilar que las leyes se ajustasen a los principios de la Constitución. También se incluye el sufragio universal —masculino y femenino—, así como condiciones dignas de trabajo, el derecho a la educación y a la cultura, el reconocimiento de España como Estado laico y el derecho a la autonomía de las regiones.

En definitiva, se buscaba dotar al país de una Constitución que le permitiera modernizarse. Sin embargo, muy pronto surgió el descontento, tanto de la derecha como de la izquierda. En el primer caso, los empresarios, los propietarios de tierras, la Iglesia y el ejército veían peligrar los privilegios de los que venían gozando con los gobiernos anteriores, mientras que los partidarios de la izquierda sentían que las reformas no eran del todo suficientes para terminar con los problemas de las clases más desfavorecidas. Nuevamente, pues, se creaba un ambiente de crispación que dio origen a que la República pasara por tres Gobiernos alternativos: el Bienio Reformista (1931-1933), el Bienio Radical-Cedista (1934-1936) y el Gobierno del Frente Popular (febrero-julio 1936). Ninguno de los tres Gobiernos fue, sin embargo, capaz de frenar al potro desbocado en el que se convertía España, por lo que los asesinatos del teniente Castillo, por parte de la extrema derecha, y el de José Calvo Sotelo a manos de las fuerzas de seguridad como respuesta a la muerte del primero, constituyeron el detonante para que, el 17 de julio de 1936, una guarnición de Melilla declarara el estado de guerra iniciando, de esta forma, un enfrentamiento cruel y fratricida que regaría de sangre el país. Dicho enfrentamiento se prolongó hasta el día 1 de abril de 1939, cuando el general Franco firmó el último parte de guerra iniciándose una dictadura militar acaudillada por él mismo hasta su fallecimiento, el día 20 de noviembre de 1975.

CONTEXTO LITERARIO

Frente a la crisis social, económica y política que atravesaba el país en la época que nos ocupa, se produjo un florecimiento cultural que los estudiosos coinciden en definir como Edad de Plata. No obstante, y como ocurre cada vez que nos enfrentamos a la delimitación de movimientos, generaciones o etapas artísticas, surgen discrepancias a la hora de referirse a las fechas o a los autores que se deben incluir en uno u otro período. En este sentido, si bien toda la crítica conviene en situar el fin de la etapa de florecimiento con el estallido de la Guerra Civil (1936), no hay unanimidad sobre el inicio de la misma. Dos son las posturas que prevalecen al respecto. Por un lado, estudiosos como Francisco Abad, Martínez Cuadrado, Juan Ignacio Ferreras o Hernán Urrutia Cárdenas1 sitúan el comienzo de la Edad de Plata en la Generación de 1868 y, más concretamente, con la publicación de la novela de Benito Pérez Galdós titulada La Fontana de Oro, inspirada en la revolución que, en dicho año, derrocó a Isabel II, iniciando un período de libertades que, aunque no alcanzarían su mayor logró hasta la llegada de la II República, sentaban un precedente de cara al futuro; tal y como advierte Julio Caro Baroja:

No voy a dar un esquema de las distintas tradiciones liberales que acaso aún perviven, pero lo que sí quiero subrayar es el hecho de que la República de 1931 fue, en mucho, filial de la revolución de 18682.

En esta línea se destacan, como figuras relevantes que dejaron mayor impronta en el plano cultural y literario, especialmente a Benito Pérez Galdós, Gustavo Adolfo Bécquer y Francisco Giner de los Ríos; este último por haber impulsado las ideas krausistas de su profesor Julián Sanz del Río al crear la Institución Libre de Enseñanza (1876) de la que surgirían, en el transcurrir del tiempo, el Museo Pedagógico Nacional (1882), la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (1907), la Residencia de Estudiantes y el Centro de Estudios Históricos (1910), La Residencia de Señoritas (1915), el Instituto-Escuela (1918), las Misiones Pedagógicas y el grupo de teatro universitario La Barraca (1931) y La Universidad Internacional de Verano de Santander (1932).

El historiador José María Jover, coincide, igualmente, en situar los inicios de la Edad de Plata en las últimas décadas del siglo XIX, expresándose del siguiente modo:

A partir de 1875 la cultura española emprende un camino ascendente que va a llevarla muy pronto a un período de apogeo sin precedentes desde el Siglo de Oro. [...] En la época de eclecticismo [1843-1875], la cultura española tiene un carácter provinciano, secundario, carente de nivel en relación con el resto de Europa. [...] Entre 1875 y 1936 se extiende una verdadera Edad de Plata de la cultura española durante la cual la novela, la pintura, el ensayo, la música y la lírica peninsulares van a lograr una fuerza extraordinaria como expresión de nuestra cultura nacional, y un prestigio inaudito en los medios europeos. Los nombres de Pérez Galdós, de Sorolla, de Unamuno, de Ortega, de Ramón y Cajal, de Menéndez Pelayo, de Albéniz, de Benavente y de García Lorca expresan entre otros muchos, este prestigio europeo de lo español que [...] no tenía precedente desde mediados del siglo XVII3.

Frente a esta primera opinión, se encuentran críticos como José Carlos Mainer4, que reducen el período de la Edad de Plata al primer tercio del XX: desde 1902 hasta 1936, aunque no niegan, en absoluto, la impronta que la literatura anterior deja en las nuevas generaciones que se van sumando en el devenir cultural. En este sentido, el propio Mainer indica que el ansia por cambiar el país, especialmente a través de la educación, ya venía heredado de épocas pasadas, por lo que las nuevas aportaciones que surgen a partir de 1902 implican una continuidad cultural con respecto al siglo XIX.

Al krausismo de 1854 se debió la primera formulación emocional de una filosofía que quiere explicar el curso de la historia, la primera argumentación del laicismo y la hermosa tradición de una pasión por la pedagogía. A la Institución Libre de Enseñanza, que vino de él en 1876, debemos la sensibilidad para el paisaje, la idea de hermandad intelectual y la fundación de un nacionalismo de signo liberal. A Galdós se debe buena parte de este mismo y, de añadidura, la primera mirada compasiva sobre las clases menestrales y humildes. Sin Leopoldo Alas hubiera sido impensable la noción moderna de crítica y el lenguaje espiritualista, que fue una de las grandezas del fin de siglo... [...] La modernidad estética que nació de un proceso de modernización de la sociedad [...] debe entenderse como un continuum que incorpora y organiza mucho más que rechaza5.

A nuestro entender, las dos posturas que prevalecen entre los estudiosos no se excluyen entre sí. Antes bien, la segunda se muestra como explicación complementaria de la primera. Es decir, si se admite como fecha de inicio de la Edad de Plata el año 1868 es porque comienza en España un período de cambios políticos que se sucederán en un intervalo de tiempo menor que en épocas pasadas y acorde con los cambios que, también, se operan en el resto de Europa. Así, las distintas manifestaciones culturales se convierten en el espejo donde, literariamente, se reflejan los cambios producidos en la sociedad.

En cuanto a que se restrinja el inicio de la Edad de Plata al año 1902 no significa, a nuestro juicio, otra cosa que cerrar un brillante período de la literatura con una época en la que van a coexistir una serie de intelectuales agrupados tradicionalmente en generaciones: la de 1898, la de 1914 y, por último, la de 1927 que se verá interrumpida con la llegada de la Guerra Civil Española. De las tres generaciones, la que ocupa nuestra atención es la última (generación del 27) dado que en ella se incluye a Federico García Lorca, autor objeto del presente estudio.

GENERACIÓN O GRUPO DEL 27

Varios son los sintagmas que se han propuesto para el grupo de creadores, especialmente poetas, cuya producción se efectúa durante los últimos años que preceden a la Guerra Civil: Generación del 25 o Generación del 24, si se atiende a las fechas en las que varios de los autores incluidos publicaron sus primeras obras, Generación de la Dictadura, si se considera que sus inicios coinciden con la Dictadura de Primo de Rivera (1923 a 1929), Generación de la Vanguardia, debido a las influencias del vanguardismo europeo, Generación de la Amistad, por las relaciones que existía entre varios de sus integrantes, Generación de la República al tratarse de una época de mayor actividad cultural de sus miembros e, incluso, Generación de los Poetas-Profesores, por la única razón de que algunos de los componentes se dedicaron a la docencia. A estas denominaciones, hay que añadir los dos marbetes que han tenido mayor aceptación entre los críticos: Generación del 27 y Grupo del 27. Sin embargo, también sendos títulos parecen ineficaces a la hora de establecer criterios sólidos que permitan una agrupación sin fisuras. Por lo que respecta al término de «grupo» y considerando la cuantía de nombres que aparecen como candidatos a formar parte de él, así como el origen geográfico de los mismos, sería conveniente referirse más que a un único grupo, a «diversos grupos regionales» localizados, fundamentalmente, en Madrid y Andalucía (Sevilla, Granada, Málaga); a los que cabría añadir otros de menor afiliación, pero no de menos importancia, en Murcia, Galicia, Canarias, Valladolid y Cataluña.

En cuanto al uso de «generación», varias son las objeciones que se alegan si se siguen los principios que Jules Petersen exigía para poder utilizar dicho término. Esto es: contemporaneidad entre los integrantes del grupo —de tal moanera que no exista una diferencia superior a quince años entre la fecha de nacimiento del mayor y el más joven—, formación análoga, relación interpersonal entre los miembros del grupo, acontecimiento generacional compartido, presencia de un guía o líder, idéntica actitud ante el uso de las expresiones artísticas y ruptura con la generación precedente.

Teniendo en cuenta estas premisas, hay varias razones por las cuales no es acertado el uso de «generación», tal y como la concibe el crítico alemán. Desde hace ya tiempo se suceden los estudios que apelan por establecer nuevos criterios para el análisis de las manifestaciones artísticas que sean menos restringidos y se ajusten con más precisión a la realidad en la que los diferentes autores crearon sus obras. A este respecto, Carlos Mainer advierte:

Nada empieza bruscamente sino que se inicia como síntomas que todavía conviven con el pasado y se cierra lentamente como sobrevivencia que corre paralela a los primeros balbuceos del futuro. [...] No hay epifanías de la historia sino modestas y a la vez complejas coyunturas y dentro de estas es donde se produce el vivo diálogo de las tendencias6.

Por lo que atañe a la Generación del 27, existen varias razones para no admitir, en sentido estricto, el término generacional. A saber:

— La nómina de autores que forman parte de la supuesta generación se mantiene inalterable a lo largo del tiempo figurando en todas las antologías y libros de texto los mismos nombres: Pedro Salinas (1891-1951), Jorge Guillén (1893-1984), Gerardo Diego (1896-1987), Federico García Lorca (1898-1936), Dámaso Alonso (1898-1990), Vicente Aleixandre (1898-1984), Emilio Prados (1899-1962), Luis Cernuda (1902- 1963), Rafael Alberti (1902-1999), Manuel Altolaguirre (1905-1959) y, como epílogo de la promoción, Miguel Hernández (1910-1942).

Esta lista, sin embargo, tiene dos fisuras considerables: la primera radica en que solo se incluye a poetas masculinos, relegando al olvido el papel de las mujeres o citando, ocasionalmente, a aquellas cuyo conocimiento venía dado por estar relacionadas, de alguna forma, con los famosos varones, más que por sus propios méritos. Es el caso de María Teresa León, Ernestina de Champourcín, Josefa de la Torre, Concha Méndez, Maruja Mallo, Rosa Chacel y María Zambrano; a las que habría que añadir las poetas que, junto a las anteriores, se conocerían bajo el distintivo de «Las sinsombrero».

La segunda fisura que se produce es restringir el concepto de «generación» al referirse solo a la poesía, sin considerar a otras figuras que, también, formaron parte de la actividad cultural de la época con igual o mayor éxito que los elegidos. Nos referimos a escritores de diferentes géneros y creadores de distintas artes que, además de compartir un mismo tiempo histórico, conviven, en muchos casos, con los poetas intercambiando opiniones y epístolas, escribiendo en las mismas publicaciones e, incluso, frecuentando los mismos lugares; tal y como indican Antonio Lorente Medina y Julio Francisco Neira Jiménez en la obra Doce escritores contemporáneos7:

En aquella época, con una similitud de principios estéticos y de intenciones políticas y sociales, fueron muchos los narradores, ensayistas, dramaturgos, etc. que realizaron una creación literaria nueva, distinta, de calidad. Y que merecen ser estudiados en condiciones equitativas, aunque la poesía fuera el género más destacado en aquellos años. Lo mismo ocurre con creadores de otras artes. Especialmente la pintura, como la llamada Escuela de París (Francisco Bores, Manuel Ángeles Ortiz, Benjamín Palencia, Joaquín Peinado, Hernando Viñes, Francisco Cossío, etc.) tan cercanos a los poetas, cuyos libros en ocasiones ilustraron. Tampoco debe olvidarse la música: Ernesto Halffter, Gustavo Pittaluga, Gustavo Durán, etc., seguidores de Manuel de Falla. En todas las artes se produce una profunda renovación en estos años, resultado de fenómenos sociales y culturales de amplia dimensión.

— Tampoco responde rigurosamente a la realidad que Juan Ramón Jiménez fuera el guía del grupo del 27 pues, si bien al principio era respetado, tras su negación a participar en el homenaje a Góngora y a colaborar en la revista Carmen, la enemistad con los poetas fue más que evidente llegando al punto de proferir expresiones ciertamente despreciativas y homófobas hacia los jóvenes poetas a los que acusaba de plagiarlo. Por otra parte, hay diferentes autores que, también, podrían haber servido de líder al grupo por su impronta, tales como Ramón Gómez de la Serna, Ortega y Gasset o Valle-Inclán.

— El homenaje a Góngora, utilizado como acontecimiento cultural de la generación, es aún más cuestionable pues, según los documentos y testimonios que Manuel Bernal Romero detalla en su libro titulado La invención de la Generación del 278, dicho homenaje no solo fue un fracaso sino que se realizó, en buena medida, a instancias de un reducido grupo de autores a fin de lograr propaganda y proyección para sus obras. El mismo Gerardo Diego llegaría a expresar en la revista Lola: «En general ha resultado todo lo pobre y lo inadvertido que, para vergüenza de España, era de esperar». Y Rafael Osuna, por su parte, concluye:

[...] La mal llamada «generación del 27». Un viaje a Sevilla y un homenaje a Góngora, junto con algunas otras cosas, no son bastante para usar término [generación] tan imponente9.

— El principio de quiebra generacional que Petersen requería, no se produce tampoco en los autores del 27, ya que no reniegan de las formas artísticas anteriores. Por el contrario, se integran a las innovaciones vanguardistas, tal y como señala Juan Manuel Rozas:

Ellos, gente de su tiempo, están muy atentos a lo nuevo y lo traen y lo aprovechan, pero siempre [...1 bajo la sabiduría de una tradición que les sirve de apoyatura y de contrapeso. Y así se produce el fenómeno [...] de un equilibrio perfecto, armonioso, entre lo nuevo y lo antiguo. Para mí, ese es el secreto [...] Ser maquinistas, creacionistas, surrealistas como impulso, como estímulo, pero no quedarse nunca en el ismo por el ismo. El ismo y la vanguardia como medio y nunca como fin10.

Como se deduce de las observaciones realizadas en distintos estudios, tanto el término de «generación» como el de «grupo» parecen excesivamente reduccionistas para explicar el panorama de la literatura española durante las tres primeras décadas del siglo XX, por lo que sería más oportuno adoptar un nuevo término que incluyera las distintas vertientes que se dan al mismo tiempo y en diferentes autores y manifestaciones artísticas.

EL TEATRO DESDE 1900 A 1936

Dentro del florecimiento artístico que vive el país a comienzos del siglo XX