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Elogiada en su día por la mejor crítica, desde Unamuno a E. Díez-Canedo, "Yerma" (1934) es, tal como la definiera el propio Federico García Lorca (1898-1936), «la imagen de la fecundidad castigada a la esterilidad» dentro de ese dramático juego universal en el que se mueven las criaturas lorquianas: la oposición entre las fuerzas de la vida, con su destino de libertad, y la opresión que sobre esas fuerzas se vuelca incluso hasta llegar a la muerte. A cargo de Mario Hernández, la presente edición de esta obra dramática fija su texto de forma escrupulosa y se enriquece con una serie de entrevistas con el poeta rescatadas de la prensa española de los años 1934 y 1935.
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Seitenzahl: 198
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Federico García Lorca
Yerma
Poema trágico en tres actos y seis cuadros
Edición de Mario Hernández
Introducción
Breves datos históricos
Proyecto de publicación de Yerma en vida de Lorca
Primeras ediciones de Yerma
Los problemas textuales
Nota de agradecimiento
Yerma. Poema trágico en tres actos y seis cuadros
Personajes
Acto primero
Cuadro primero
Cuadro segundo
Acto segundo
Cuadro primero
Cuadro segundo
Acto tercero
Cuadro primero
Cuadro último
Entrevistas y alocuciones (1934-1935)
I. [«Teatro para el pueblo»]
II. «Ronda gitana. Persecución, captura y secuestro del poeta Federico García Lorca»
III. [Lectura de Yerma en el teatro Avenida al despedirse de Buenos Aires]
IV. [Discurso a los actores madrileños]
V. [Saludo por radio a Buenos Aires. Autoentrevista]
VI. «Federico García Lorca y la tragedia»
VII. «El poeta Federico García Lorca espera para el teatro la llegada de la luz de arriba, del paraíso. En cuanto los de arriba bajen al patio de butacas, todo estará resuelto»
VIII. «En los umbrales del estreno de Yerma»
IX. «Antes del estreno...» [Ensayo general de Yerma]
X. «Después del estreno de Yerma»
XI. «Federico García Lorca, el poeta que no se quiere encadenar»
XII. «Federico García Lorca y el teatro de hoy»
XIII. [Ante el éxito de Yerma en Madrid]
XIV. «García Lorca en la plaza de Cataluña»
XV. «L’estrena d’avui al Barcelona. García Lorca parla de Yerma»
XVI. [El estreno de Yerma en Barcelona]
XVII. [Sobre el éxito de Yerma en Barcelona]
XVIII. «D’una conversa amb García Lorca»
XIX. «Conversación con Federico García Lorca»
Apéndice. Música de las canciones de Yerma
Notas al texto
Addenda (1998)
Créditos
La obra de uno de nuestros máximos creadores contemporáneos ha exigido a lo largo de los años una labor de rescate y depuración textual que trágicas circunstancias iniciales hicieron imposible. Muchas, y desde distintos países y nombres, han sido las contribuciones que se han ido acumulando. Nuevos documentos han aparecido en los últimos años, sea el manuscrito de Yerma u olvidadas y reveladoras entrevistas de prensa. Si el autógrafo ha permitido un mayor esclarecimiento de la precisa visión teatral del poeta, las segundas inciden en la proyección pública del autor y de su obra en la etapa final de su vida. Yerma, rodeada de polémica desde el día de su estreno, provocó el más demorado comentario que Federico García Lorca desgranó en torno a cualquiera de sus obras. Esta nueva edición corrige la fijada en 1981 (Obras de F.G.L., 2, Madrid: Alianza) y reproduce esos nuevos testimonios. Como hice en su día, este volumen incluye también la música de las canciones que formaron parte de la representación de la tragedia. Una nota final de addenda justifica las nuevas correcciones que he efectuado en el texto dramático.
*
Aun careciendo de espacio para corroborar en detalle y documentalmente mis afirmaciones, tal vez sea de interés aludir brevemente a la génesis de Yerma y a las complejas incidencias del estreno1. La idea de la obra surgió en la mente del poeta, de acuerdo con sus afirmaciones, en 1931. No obstante, la redacción de este «poema trágico», como él lo llamaría, debió comenzar en torno a junio de 1933, a poco de los estrenos en Madrid de Bodas de sangre y Amor de don Perlimplín. Interrumpida la terminación de la obra por las absorbentes actividades de La Barraca, cuando Lorca marcha a Buenos Aires, en octubre de 1933, tiene ya escritos los dos primeros actos. Vuelto de América a fines de marzo del 34, Yerma es rematada en la primavera de ese año, en la Residencia de Estudiantes. Poco después, y antes de iniciar una nueva e intensa gira con La Barraca, Lorca leyó Yerma a Margarita Xirgu en el Parador de Gredos. El estreno tuvo lugar la noche de un sábado –29 de diciembre de 1934–, en el teatro Español de Madrid. La obra se mantuvo en cartel hasta el 20 de abril de 1935, alcanzando 150 representaciones y haciendo acreedor a su autor e intérprete de diversos homenajes. Tras el paréntesis del verano, el estreno en Barcelona se realizó el 17 de septiembre, mante-
niéndose en dicha ciudad hasta el 20 de octubre. Yerma se representaría después en diversas localidades catalanas y en Valencia.
La escueta cronología prueba el éxito de público que obtuvo la penúltima de las obras lorquianas a cuyo estreno pudo asistir el propio autor. Sin embargo, tanto en Madrid como en Barcelona un pequeño sector de la crítica atacó durísimamente a Yerma. Dos circunstancias influyeron en esta exacerbada oposición: la notoria amistad entre Margarita Xirgu y Manuel Azaña, entonces ex jefe de gobierno y bestia negra de las derechas españolas, y las acusaciones de inmoralidad que la obra suscitó, alentadas por las réplicas (interpretadas como anticatólicas) del personaje de la Vieja Pagana. Con lo dicho, no es necesario esclarecer la filiación de los periódicos que acogieron estas críticas, las cuales dieron lugar a una politización de Yerma que García Lorca al parecer rechazaba.
Citemos, por vía de ejemplo, dos hechos contrapuestos. Los actores de los teatros madrileños procedieron a una recogida de firmas y redacción de una carta a Margarita Xirgu, solicitando de ella una representación especial de Yerma fuera de las horas que coincidían con las de su trabajo. Este entrañable acto de homenaje dio origen a un importante texto lorquiano, su «Discurso a los actores madrileños». Al lado de esto, un crítico barcelonés escribía: «El público aplaude cuando Yerma mata a su marido como si éste perteneciese a la CEDA»2. A pesar de esta u otras disonancias (trágicamente premonitorias), los críticos más prestigiosos del momento –Enrique Díez-Canedo, Melchor Fernández Almagro, Eduardo Haro, Alfredo Muñiz, etc.– elogiaron unánimemente la nueva obra lorquiana, segunda de su anunciada trilogía de la tierra española. Incluso Miguel de Unamuno, con generosidad extrema, confesó en una entrevista de prensa la primacía de Yerma sobre una obra propia de tema semejante: Raquel (Raquel encadenada en su título definitivo).
García Lorca, como es sabido, no se apresuró nunca a dar a la imprenta sus obras, de poesía o de teatro. No obstante, algunas precisiones habría que hacer sobre este punto, pues la actitud del poeta no fue tan unívoca o simple como a veces se ha pretendido. La riqueza y complejidad misma de su carácter se lo impedía. Si nos atenemos exclusivamente a Yerma, cabe ordenar una serie de datos que nos conducen a la hipótesis de un proyecto, por parte del poeta, de publicación de su «poema trágico» en 1935-1936.
Ya en mayo-junio de 1934 (antes, pues, del estreno de Yerma), Eco, Revista de España anunciaba la reciente publicación en México de Oda a Walt Whitman, en reducidísima tirada de 50 ejemplares. Añadía el anónimo apunte:
García Lorca prepara una edición de toda la obra realizada hasta el presente, comprendida en veinte tomos. Sólo seis de ellos han sido publicados. La gran cantidad de original inédito que llevará esta colección hace que no tenga el carácter de «obras completas», título que envuelve un carácter definitivo, no acorde con la plena energía creadora en que por mucho tiempo se hallará el poeta3.
Excluyendo la citada Oda, poema incorporado por el autor a Poeta en Nueva York, de publicación póstuma, habían aparecido hasta entonces Impresiones y paisajes (1918), Libro de poemas (1921), Canciones (1927), Mariana Pineda (1928), Romancero gitano (1928) y Poema del cante jondo (1931), lo que totaliza los seis volúmenes aludidos en la anterior nota. La serie anunciada no parece adscrita a ningún proyecto editorial unitario, ni lo dan a entender los libros citados, cada uno de ellos aparecido en una editorial distinta. Cabe sospechar con bastante certeza que en Buenos Aires y Montevideo se le solicitó la publicación de sus obras por editoriales de aquellos países. De suyo, la tercera edición del Romancero (primera con pie de imprenta americano) apareció en Buenos Aires, 1933, con el sello de Sur, la prestigiosa revista que dirigía Victoria Ocampo. Es probable, por lo tanto, que el poeta decidiera, a su vuelta de América, preparar una serie de «obras completas», comunicándoselo como proyecto a los editores de Eco. Su intención sería la de dar a la imprenta los libros inéditos de poesía y sus obras teatrales ya representadas. La muerte truncaría este proyecto informal, sólo cumplido en una mínima parte.
Por otro lado, el deseo del poeta no debió nacer tan sólo del excepcional éxito alcanzado en las dos citadas ciudades americanas con sus conferencias y obras teatrales. Sin necesidad de remontarnos más, ya había declarado en junio de 1933:
Todo irá publicándose, no faltaba más. Ya sabe usted mi norma: «Tarde, pero a tiempo». Así aparecerán Poeta en Nueva York, Tierra y Luna, Odas (...). Y también mi teatro, mis ocho o nueve obras dramáticas. Mariana Pineda, en una edición nueva, exquisita. Y La zapatera prodigiosa. Y Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín. Y El Público (...). Y Así que pasen cinco años (...). Y Bodas de sangre...4.
La declaración ha de entenderse nuevamente dentro de un aire de indeterminación palpable, más acusado en este caso. Incluso de esa anunciada y exquisita segunda edición de Mariana Pineda no se tienen noticias. La incesante creación del poeta, su propio carácter y entendimiento de la poesía, le llevaban a este descuidar la materialización en libro de sus obras, cuya vida quedaba ligada así a la propia voz del autor: arte encarnado, no «muerto» entre las páginas de un volumen. De todos modos, este temor a ver muertas sus obras, que García Lorca confesó más de una vez, tuvo su contrapartida, como podemos examinar más en detalle en el caso concreto de Yerma.
El número 23-24 de la revista Cruz y Raya (Madrid, febrero-marzo, 1935), dedicado en homenaje a Lope de Vega, incluye una página de propaganda editorial sobre las Ediciones del Árbol, que, dirigidas por José Bergamín, aparecían bajo el mismo nombre de Cruz y Raya, ya convertida en editorial. En la mencionada página se anuncian, como libros «en prensa», Cántico, de Jorge Guillén, Residencia en la tierra, de Pablo Neruda, Teatro, de Federico García Lorca, y Abril, de Luis Rosales. Si bien el título genérico de Teatro no llegó a hacerse realidad, sí se publicaron en dichas Ediciones del Árbol Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935) y Bodas de sangre, obra terminada de imprimir, según reza el colofón, el 31 de enero de 1936. Yerma, al parecer, estuvo apalabrada ante José Bergamín para su inclusión en las mismas ediciones. El acuerdo verbal no debió ser formalizado en ningún momento, aparte de que el poeta debía encontrarse en esa época sustancialmente dedicado –en lo que se refiere a proyectos editoriales– a la preparación para la imprenta de Poeta en Nueva York5.
El propio Bergamín escribía el 7 de febrero de 1940 a Francisco García Lorca, ya entonces en Nueva York:
[...] Como tú sabes, yo tenía de palabra entregados por Federico los derechos para la publicación de todo su teatro, en espera de ir haciendo también en la colección del «Árbol» de Cruz y Raya sus otras obras. Después de publicado el Llanto y Bodas de sangre, como primer tomo de esta colección completa de su teatro, Federico me entregó el Poeta de (sic) Nueva York...6
Dejemos a un lado lo insólito de que el Llanto pudiera formar parte de un tomo de teatro, cuando, además, había sido publicado suelto. Si volvemos la vista hacia Yerma, las noticias sobre su posible edición antes de la muerte del poeta son verdaderamente vagas. Como se verá, no desmienten lo indicado por Bergamín, pero lo desdibujan de algún modo. En Cruz y Raya se publicó, en dos tomos, Residencia en la tierra (1935), Abril (1935) y, ya en 1936, Cántico. No es extraño que junto a estos tres libros poéticos, más otros de semejante importancia publicados por la misma editorial, como La realidad y el deseo (1936), de Luis Cernuda, Lorca quisiera incluir en las cuidadas ediciones del Árbol su Poeta en Nueva York. Pero ¿y Yerma?
En una sección de «Consultas» bibliográficas del periódico El Sol (17 de mayo de 1936) se anuncia, como respuesta a un lector, la edición de Yerma en Cruz y Raya, «según informes que tenemos». En el mismo periódico, el 12 de julio del mismo año aparece una apretada reseña, montada sobre declaraciones de Bergamín, de los proyectos editoriales de la revista del más y del menos. Entre otros libros truncados por la guerra («en prensa dos libros de Juan de (sic) Larrea, uno en verso y otro en prosa»), se anuncia también Yerma, «del gran poeta Federico García Lorca»7. Según noticia que agradezco al interesado, los libros de Larrea que se anunciaban eran Versión celeste y Orbe. Sin embargo, a pesar de la fecha de este escrito, Poeta en Nueva York no aparece ni siquiera nombrado, en contradicción con el conocido proyecto de publicación del libro por parte de Bergamín. Si bien no es éste el momento de dilucidar el problema, ha de notarse que la publicación de cualquier texto periodístico se retrasa, por lo común, en más de una y de tres fechas sobre su redacción y entrega. El manuscrito, pues, del libro neoyorquino pudo ser recibido por su entonces potencial editor después que la citada reseña hubiera fraguado, quizás el mismo día 13.
Las mencionadas noticias bibliográficas aparecían en la prensa cuando España estaba al mismo filo del levantamiento militar que traería la guerra civil y cuando García Lorca se había trasladado ya a Granada (en la noche del 13 de julio)8, donde muy poco después sería asesinado. Con carácter póstumo el periodista Otero Seco publicaría en 1937 la, al parecer, última entrevista concedida por el poeta antes de partir para Granada. En ella había declarado:
Tengo inéditos –nos dice Federico– seis libros de versos y todo mi teatro sin publicar. He recibido cartas de todos los editores de España, proponiéndome la publicación de Yerma y otras cosas mías; pero soy tan perezoso que lo voy dejando de un día para otro, sin decidirme a abordar la tarea9.
De creer al poeta, y no hay ningún razón en contra, las propuestas editoriales en torno a Yerma fueron varias, aun rebajando la hipérbole «todos los editores de España», de modo que el acuerdo con Bergamín no debió pasar, como he avanzado, de un compromiso verbalizado informalmente. Nótese, sin embargo, que Lorca habla de «todo mi teatro», considerado en bloque, al modo como se anunciaba en Cruz y Raya. El anuncio aludido debió partir, por consiguiente, de una promesa de entrega en la que no se había fijado título alguno inmediato. En este orden, Bodas de sangre debió constituir el primer jalón de un proyecto de ediciones teatrales más amplio, aun sin necesidad de pensar en una sola editorial. Al lado de esto, la supuesta pereza del poeta queda desmentida a su modo por una declaración contigua, de la misma entrevista, sobre Poeta en Nueva York: «Ya está puesto a máquina y creo que dentro de unos días lo entregaré».
Los países hispanoamericanos, y en especial Argentina, donde la obra y la personalidad del poeta alcanzaron primera y más intensa resonancia, serán los encargados de dar a conocer su producción inédita, ya desde los mismos años de la guerra civil española. Muy pronto, incluso, comenzaron a correr diversas ediciones piratas. En efecto, la que parece primera edición de Yerma se publica, sin autorización legal, en Buenos Aires, Anaconda, 1937. En el mismo año se suceden otras dos ediciones, en Lima y en Santiago de Chile10. Hasta octubre de 1938 no aparecería la primera edición autorizada y fiable, como parte del tercer volumen de Obras Completas, editadas por Losada y al cuidado de Guillermo de Torre.
Mientras tanto, parte de la familia del poeta permanecía en España. Aislados los padres en Granada, con su hija Concha y sus nietos (hijos de Concha y de Manuel Fernández-Montesinos Lustau, alcalde socialista de Granada, fusilado días antes que su cuñado Federico), quedaba como cabeza de familia Francisco García Lorca, al lado de su hermana Isabel. Eran los únicos miembros directos de la familia que no estaban en Granada al producirse el levantamiento militar. Francisco, pues, hubo de encargarse de los problemas editoriales que planteaban las obras de su hermano, varias de ellas, y especialmente las de teatro, dispersas en manos de amigos, de actores o en poder de sus mismos padres, quienes hubieron de preservar los manuscritos de los diversos registros habidos en la Huerta de San Vicente, aparte de tener, como el resto de los españoles «liberados», su correspondencia censurada, se supone que de modo especial en su caso. Francisco, por otra parte, era diplomático de carrera y había permanecido al servicio de la República. Entre las preocupaciones familiares y las de su cargo –secretario de embajada–, es obvio que no estaba para perseguir ediciones piratas de las obras de Federico, no tanto por lo que tuvieran de ilegales, sino por la misma impureza de los textos impresos. La edición Losada, de todos modos, vino a poner un poco de orden y a avanzar, con un gran esfuerzo recopilatorio, la mayor parte de la obra desconocida del poeta. A pesar de los errores que luego se le han achacado a esta edición, ha de ser valorado el papel cumplido por Guillermo de Torre en aquellos difíciles años. Mas de poco hubiera valido su esfuerzo sin la colaboración de Margarita Xirgu, exiliada en Buenos Aires.
El 30 de octubre de 1937 escribía la actriz a Francisco García Lorca, entonces en la Embajada de España en Bruselas:
Hay otro asunto en el que ya no tenemos más remedio que intervenir, y es en lo que se refiere a las ediciones de Yerma y Doña Rosita la soltera, de las que le hablaba en mi carta anterior, pero es que han aparecido cinco o seis ediciones de Yerma, a cual más disparatada. Se han publicado artículos protestando de tal desvergüenza y yo envié una carta a todos los diarios diciendo que las ediciones que habían salido no tenían nada que ver con el texto original, pero el caso es que las ediciones siguen vendiéndose en las librerías y en la calle.
[...] Nada le había dicho hasta ahora, pero me duele en el alma que las obras de nuestro Federico salgan con un texto tan distinto al que él escribió11.
Las apreciaciones de Margarita Xirgu coinciden con las expresadas por Adolfo Salazar, el gran musicólogo amigo de Lorca, en una carta de septiembre de 1938, antes, por tanto, de la aparición de Yerma en Losada. Según esta carta, dirigida a Herschel Brickell, Salazar «tenía en los Estados Unidos el original de Yerma, obra de la cual se han publicado varias ediciones no autorizadas en Sudamérica, todas ellas llenas de errores»12. La coincidencia valorativa con Margarita Xirgu debía nacer de un convencimiento general entre los amigos del poeta, quizá comentado con Isabel García Lorca, quien acababa de llegar a Nueva York desde Bruselas y se había entrevistado con Salazar en dicha ciudad. Éste, finalmente, sugiere a Brickell «la idea de publicar una traducción fiel de Yerma con el original auténtico en español», edición bilingüe que iría precedida por un extenso prólogo del propio Salazar. Este proyecto, con destino a la editorial neoyorquina Norton, no llegó a cuajar. Debió ser simplemente descartado ante la posibilidad de publicar Poeta en Nueva York, hasta entonces inédito, junto con otros poemas antologizados por Rolfe Humphries. Este libro poético, mixto de antología, fue editado por Norton en 1940.
Lo que importa retener es que Adolfo Salazar poseía el «original» de Yerma. Si bien el término se presta a ambigüedades, hemos de deducir que se trataba del autógrafo y original primero salido de manos del poeta, pues Salazar hubiera utilizado otro término de poseer tan sólo un apógrafo. Entraba, además, en las costumbres de García Lorca el regalar manuscritos de sus obras a sus amigos. Es lo que sucedió con el de Yerma, enviado «a través de Adolfo Salazar a Flor Loynaz del Castillo», amiga del poeta, y conservado actualmente en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana13.
Ante los datos precedentes, Guillermo de Torre tuvo que servirse de alguna copia de actor. El primer volumen de Obras Completas a su cargo, en el que se incluyen Bodas de sangre, Amor de don Perlimplín y Retablillo de don Cristóbal, va precedido, tras un estudio preliminar suyo, de la siguiente advertencia: «Esta edición ha sido hecha con la autorización debida y ha sido escrupulosamente revisada, de acuerdo con los originales de Federico García Lorca que tengo en mi poder y que contienen los últimos retoques del autor». Este texto aparecía firmado por «Margarita Xirgu, Buenos Aires, julio de 1938». La correspondencia cruzada entre la actriz y Francisco García Lorca debía, pues, de haber rendido su fruto en cuanto a la autorización para la edición Losada y el uso de los textos que poseía la Xirgu, o que allegaran los editores. Esta segunda precisión viene a ser demostrada por la leve corrección que se introduce en la citada advertencia en ediciones posteriores. Cito por la novena, de 1961: «Esta edición de Bodas de sangre –lo mismo que la de Yerma, Doña Rosita la soltera y las demás obras de teatro, representadas por mí– se ha hecho con la autorización debida, revisándose escrupulosamente de acuerdo con los originales de Federico García Lorca que tengo en mi poder y que contienen los últimos retoques del autor». Firmado y corroborado este texto con el mismo nombre y fecha que el anterior, su ambigüedad es manifiesta. En 1938 la advertencia quedaba reducida al tomo primero, al frente de Bodas de sangre. Cabe pensar que la revisión del texto fue impulsada por los editores (tal vez realizada por ellos mismos), como medio de refrendar la autenticidad de su edición para cada uno de los volúmenes de teatro. De suyo, las tres obras que se citan son las únicas, junto con La zapatera prodigiosa, que Margarita Xirgu había representado en vida del poeta, al margen de que hubiera podido obtener copias de actor de las restantes a través de otros compañeros del medio teatral.
Ahora bien, estos «originales» ¿son manuscritos o apógrafos? Descartado quizá el caso de Doña Rosita la Soltera, se trata indudablemente de lo segundo. En manos de Salazar el manuscrito de Yerma, el de Bodas de sangre había sido regalado por el poeta a Eduardo Ugarte, su compañero en las tareas de dirección de La Barraca. Como veremos a continuación, es posible, incluso, que los «últimos retoques» a que se alude en la doble advertencia no fueran de letra del autor, lo que probablemente no se hubiera dejado de consignar.
De entrada he de advertir que la edición de Yerma que aquí se ofrece no pretende tener el valor de texto crítico establecido de manera definitiva, principalmente por la dificultad de cotejo de las ediciones conocidas con el manuscrito original, así como con el ejemplar de actor usado por Margarita Xirgu. No obstante, el texto que reproduzco es el más próximo posible al usado en las representaciones de Madrid y Barcelona en 1934-35. Para ello he podido valerme de un apógrafo de Yerma y del cotejo correspondiente con la edición Losada (tomo III de las Obras Completas, Buenos Aires, 1938), de la que utilizo la tercera edición (1942), reimpresión de la primera. La versión depurada que reproduzco aclara problemas diversos, que atañen a presumibles errores deslizados en la primera edición Losada y, subsidiariamente, a la misma concepción escénica o representación de la obra.
Cabe reconstruir hipotéticamente el proceso inicial de transmisión textual de Yerma desde las manos de su autor. Como debía suceder ante una representación (y el caso de La zapatera prodigiosa ya ha sido estudiado en este sentido)14, Lorca entregaba su manuscrito a un copista, para que hiciera a máquina las copias necesarias que deberían usar los actores. Dada la dificultad ocasional de comprensión que ofrece la letra del poeta, éste revisaba y corregía la primera copia. Es posible que en algunos casos, y no sabemos si en el presente, la copia corregida, única en principio, sirviera de modelo para todas las demás, de modo que en el proceso hasta ahora descrito se puedan distinguir dos etapas diferentes. Aunque en no todos los casos, esta doble etapa marcaría la distinción entre un mecanógrafo amigo y las copias encargadas a una agencia profesional.
A partir de las copias mecanografiadas, una por actor, se comenzaban los ensayos, en los que Lorca participaba activamente. Es, finalmente, durante estos ensayos cuando el autor decidía, ya plenamente visualizada y «oída» la obra, introducir las últimas modificaciones o retoques. No otro debió ser el caso de Yerma, como trataré de mostrar.
