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¡Aquel era el lugar perfecto para encontrar por fin el amor verdadero! Thea Benedict estaba a punto de decirle a su examante, Johnny Griego, que estaba embarazada cuando la hija adolescente de Johnny se le adelantó con el mismo notición. Thea sabía que Johnny no era el tipo de hombre con quien se podía soñar con un final feliz. Además, él estaba preocupado por el embarazo de su joven hija. Sin embargo, contra todo pronóstico, ¡el ranchero le pidió que se casara con él! Thea debería haber adivinado que lo hacía impulsado por su sentido de la obligación, y ella tenía su propio concepto de lo que era casarse por amor…
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Seitenzahl: 242
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Karen Templeton-Berger
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Corazón al descubierto, n.º 1 - mayo 2016
Título original: Reining in the Rancher
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicado en español en 2009
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-687-8286-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
CON los ojos fijos en un corazón que alguien había grabado en la puerta hacía tiempo, Thea Benedict intentó cerrarse la cremallera de los vaqueros.
Imposible.
–¡Thea! –llamó Evangelista al otro lado de la puerta cerrada del servicio de señoras–. ¿Vas a salir antes del año que viene o qué?
–Sí, sí, sí –gritó Thea a su jefa, tirando hacia abajo de la horrible blusa que apretaba sus pechos.
Thea se dirigió al lavabo y observó su propia imagen, pálida como la muerte, en el estropeado espejo.
–¡Espero que no hayas enfermado por algo que hayas comido aquí!
Thea no quería ni oír hablar de eso. En esos día+s, el mero olor a comida mexicana le producía náuseas. Se lavó y secó las manos, se atusó el cabello rubio, que le llegaba por encima del hombro, y se puso un poco de brillo de labios.
Con las manos apretadas sobre la fría porcelana del lavabo, dejó escapar un suspiro. Johnny iba a tener los cachorritos que ella llevaba tanto tiempo esperando. Pero ¿cómo contarle a alguien con quien había roto hacía cuatro meses, alguien que agradecía a Dios no tener más que una hija, que estaba embarazada?
Thea esperaba con todo su corazón que él fuera lo bastante sensato como para no creer que se había quedado embarazada a propósito, pero con los hombres nunca se sabía. Quizá era cierto que había estado a punto de llegar a amarlo, pero no había llegado aún el día en que ella se propusiera atrapar a ningún hombre para casarse.
Ni para ninguna otra cosa.
Thea apretó los ojos, como si así pudiera calmar sus náuseas. Podía decir que no lo había sabido seguro, a causa de sus periodos irregulares y todo eso, pero no sería cierto. Lo que pasaba era que no había querido hacerse una prueba de embarazo porque… porque no quería.
–¡Thea! ¡Por favor!
Thea abrió de un portazo la puerta del servicio y Evangelista se apartó de un brinco hacia atrás sobresaltada.
–Dios mío. ¡Vas a asustar a los clientes con esa cara!
–¡Gracias, qué amable! –murmuró Thea sin enfadarse, pues sabía que su jefa era así de poco diplomática.
–¡No quiero que esparzas tus gérmenes por todas partes!
–Créeme, no es contagioso –repuso Thea, molesta.
–¿No?
–No –respondió Thea, y salió hacia el comedor, cuaderno de pedidos en mano, decidida a mostrarse alegre.
Así que se dedicó a sonreír, a bromear y a contener la respiración cuando servía los platos calientes de enchiladas, tamales y sopas a personas que conocía de toda la vida. Sin embargo, se sentía como si estuviera bajando sin frenos por una escarpada colina. Mientras la tarde avanzaba, se apoderó de ella una ciega determinación. No iba a dejar que un pequeño detalle, como estar embarazada de un hombre con el que nunca debió mezclarse, le hiciera irse abajo.
Pero horas más tarde, cuando aparcó su viejo todoterreno manchado de barro frente al destartalado rancho que Johnny Griego llamaba hogar y lo vio domando a un nuevo caballo entre los establos, su determinación comenzó a flaquear.
Thea miró hacia la casa, vieja, grande y sólida, salpicada por los últimos rayos del sol que se filtraban entre pinos y álamos. Muchas noches, se había sentado con Johnny y con su hija adolescente, Rachel, en el porche, observando la danza de relámpagos sobre la meseta o cómo el cielo se volvía en llamas momentos antes de que se ocultara detrás de docenas de montañas. Entonces, Thea había captado la mirada maravillada de Johnny porque aquello era todo suyo.
Andy Morales, el antiguo propietario del rancho, había sido más que el primer jefe de Johnny. También le había servido de modelo, pues el padre de Johnny los había abandonado a su madre y a él de niño. Thea no estaba segura de cómo Andy se había convertido en el padre adoptivo de Johnny, pero sabía que el que Andy le hubiera dejado el rancho a Johnny había sido un sueño hecho realidad para un hombre que una vez había vivido en una pequeña cabaña de adobe de dos habitaciones a las afueras del pueblo.
Con reticencia, Thea volvió a posar la mirada en el caballo y el hombre, cuyas siluetas resaltaban contra el vasto azul del cielo.
«Adelante», se dijo ella.
Thea salió del todoterreno, con los ojos fijos en el sólido y compacto cuerpo de Johnny, mientras él domaba con facilidad al poderoso semental. Bajo su sombrero de vaquero, Johnny ocultaba unos ojos mucho más jóvenes de lo que él era y una boca que podía decir más con un pequeño gesto de lo que la mayoría de los hombres podían decir con cien palabras. Una imagen que no tenía nada que ver con el muchacho inseguro que ella había conocido.
Johnny estaba demasiado lejos y demasiado inmerso en su tarea como para verla, pero ella se quedó casi sin respiración de todos modos. Saber lo lejos que él había llegado, todo lo que había superado… tenía que admitir que aquella seguridad tan duramente ganada lo hacía un hombre muy sexy. Pero, al acercarse a su corazón, al corazón del niño abandonado por su padre, del joven cuyo matrimonio había fracasado, la mayor parte de su seguridad se traducía solo en la férrea determinación de tener las cosas bajo control. A Johnny no le costaba tomar decisiones, cumplir sus promesas, mantener su palabra. Pero ¿y arriesgar su corazón?
De ninguna manera.
Thea arrugó la frente. Lo que iba a hacer no iba a ser agradable. Para ninguno de los dos. Había sido un error tener sexo con él, pensando que sería un modo de ejercitar, y exorcizar las hormonas sin tener que vadear un río de tumultuosas emociones. Al menos, ella había sido capaz de poner fin a sus encuentros mientras aún le había quedado un poco de sentido común, en el momento en que se había dado cuenta de que quería más de Johnny de lo que él nunca podría darle.
Algo que a Thea le había tomado por sorpresa, después de tantos años de estar tan a gusto sola.
Después de tantos años de negarse a llorar por un hombre.
Tomó aliento y miró hacia el potrillo.
–¡Thea!
Thea se giró y vio que la hija de Johnny se acercaba corriendo hacia ella, con los ojos brillantes con una mezcla de excitación y miedo. A ella se le encogió el corazón porque, aunque había roto con Johnny, no le había resultado tan fácil romper los vínculos con esa joven brillante y divertida a quien quería con todo su corazón.
La joven se lanzó a sus brazos, casi derribándola.
–Oh, tesoro… ¿qué pasa? –preguntó Thea, pensando que aún no se había acostumbrado a que Rachel se hubiera teñido su hermoso cabello moreno con una mezcla de mechas rubio platino y rosa.
Rachel se enderezó, poniéndose un mechón de pelo rubio detrás de su oreja llena de piercings.
–¿No has oído mi mensaje en tu buzón de voz?
–¿Qué? Oh, no… Apagué el teléfono mientras estaba en el trabajo y olvidé encenderlo de nuevo…
La joven agarró a Thea de la mano y la llevó hasta un lado de la casa, donde el olor de las lilas en flor lo invadía todo.
–¡Estoy embarazada!
–¿Qué? –preguntó Thea al fin, tras un momento de confusión.
–Jesse y yo vamos a tener un bebé –dijo la joven insensata, sonriendo. Luego, se puso seria y le apretó la mano a Thea–. Pero ¿cómo se lo voy a decir a papá? ¡Me matará!
De pronto, una imagen del mencionado novio, del que Johnny no era exactamente un fan, le vino a la cabeza a Thea. Un tipo voluminoso con la cabeza rapada, cuyo pasatiempo favorito era dejar que le clavaran en el cuerpo agujas cargadas de tinta coloreada…
–¡Tienes que ayudarnos a decírselo a papá!
–Uh… No creo.
–Por favor, Thea… Jess estará conmigo, pero…
–¡Llevo meses sin ver a tu padre!
–¿Y?
Thea respiró hondo, intentando parecer fuerte ante aquella adolescente suplicante.
–¿Y Jesse lo sabe?
–Claro que lo sabe, se lo dije en el momento en que lo descubrí. Él está encantado.
Ya. Toda aquella tinta para tatuajes debía de habérsele metido en el cerebro, se dijo Thea. Porque aquella era la única manera en que un niño de diecinueve años podía estar «encantado» de convertirse en padre.
–Viene de camino para acá. Me alegro mucho de que estés aquí… Espera un momento –dijo Rachel–. Si no habías escuchado mi mensaje, ¿por qué estás aquí?
–Yo… bueno, tengo algo que hablar con tu padre.
Algo que no pensaba hacer hasta que el bebé tuviera la edad de Rachel, se dijo Thea, cambiando de opinión, mientras oía la moto de Jesse llegando.
Jesse desmontó, como un toro un poco torpe, y Rachel miró a su novio y luego a Thea. Pareció pensarlo mejor, como si la noticia pudiera convertir a su padre en un asesino.
–¿Lo que tienes que decirle puede esperar?
–Claro –respondió Thea, pensando que sería muy cruel lanzarle al pobre hombre las dos bombas el mismo día. Aunque ella no tenía mucho tiempo porque estaba a punto de estallar todos los pantalones. Sin embargo, si tenía que elegir entre ocultarle a Johnny la verdad durante un poco más de tiempo o hacer que le diera un ataque al corazón, se quedaba con la primera opción.
Jesse se acercó a Rachel por detrás, tapando el sol, y Thea pensó que quizá el muchacho no estaba tan encantado con todo aquello como Rachel quería creer. Tenía una mirada aterrorizada. Entonces, la parejita comenzó a ponerse melosa y a hacerse arrumacos, al menos Rachel, pues Jesse seguía pareciendo un poco aturdido.
Thea se sintió un poco celosa… hasta que entró en razón. «Al menos yo no tengo diecisiete años», se dijo.
Lo que, sin embargo, no le sirvió de mucho consuelo.
Sobre todo cuando Johnny apareció de repente, tras dar la vuelta a una esquina de la casa, lleno de sospecha y con un aire protector. Miró a Jesse y también a Thea, con aspecto de preguntarles qué diablos estaba pasando.
–¿Qué ocurre aquí? –rugió Johnny.
Al oír su voz, Thea casi se atragantó.
–¿Que estás qué?
–Embarazada –repitió Rachel.
Johnny pensó que ni la coz de un caballo en la cabeza podría hacerle ver más las estrellas. De pie en el despacho de su padre, con los pies separados, con sus zapatos de plataforma, las manos dentro del bolsillo delantero de su camisola y unas mallas pegadas a la piel que pronunciaban todas sus curvas, Rachel era la imagen del desafío. La imagen de su madre.
Ella también había sido una chica de diecisiete años, su chica. Y Rachel no debía ni pensar en bebés, a no ser para hacer de niñera.
–Me prometiste que no ibas a enfadarte.
–¿Enfadarme? ¡Voy a estallar! –gritó Johnny, mientras recordaba los consejos de Andy, que siempre le decía que no montara un drama por cualquier cosita. Pero aquello no era cualquier cosita. Era todo un desastre–. ¿Durante cuánto tiempo me has estado mintiendo sobre que no tenías sexo?
–Johnny –dijo Thea despacio, en tono de advertencia, detrás de él.
–¿Crees que iba a hablarte de algo así? –repuso Rachel, llena de lágrimas.
«Mi hija. Embarazada». Se dijo Johnny, y miró hacia la otra mitad de aquella locura, el novio de su hija, que parecía querer caerse muerto y había tenido el buen sentido de ponerse colorado.
–Vamos, papá. Piensa un poco. Jesse y yo llevamos dos años juntos. ¿Pensabas que íbamos a esperar para siempre?
–Sí.
–Señor…
–Tú –dijo Johnny, apuntando a Jesse con el dedo–. Hablaré contigo después. Ahora mismo, esto es entre mi hija y yo.
–Señor –repitió Jesse, pálido, posando su rechoncha mano sobre el hombro de Rachel–. No quiero discutir con usted ni nada, pero es que el bebé de Rachel es mi hijo. Así que creo que eso me da voz y voto en el asunto.
–Bien –replicó Johnny, y se cruzó de brazos–. Dime cómo planeas cuidar de mi hija y tu bebé. ¡Ni siquiera vas a la universidad, por Dios!
–¡Papá! –gritó Rachel, mientras su novio miraba a Johnny aterrorizado–. ¡Eso no es justo!
–Aún no lo he pensado –repuso Jesse, tragando saliva–. Ya sabe… me acabo de enterar. Pero… –comenzó a decir, con su cabeza pelada llena de sudor–. Pero… pero sé que yo… –balbuceó, y miró a Rachel, que lo miraba llena de confianza y adoración–. Pensaré en algo, señor.
Johnny sintió náuseas de ver cómo su hija miraba a aquel tipo. Sin embargo, pensó, hacía falta tener agallas para presentarse delante de alguien tan furioso que era capaz de romper el establo entero con las manos, sobre todo cuando el muchacho debía de sentirse como atrapado en un triturador de basura… ¿Acaso aquello no le traía recuerdos?
Johnny había estado cruzando los dedos durante los últimos dos años, rezando para que la relación entre su hija y Jesse terminara. No tenía ni idea de qué habría visto su hija en aquel punky. Aunque, al menos, el chico tenía agallas.
–Papá –dijo Rachel en tono desafiante y, cuando su padre la miró, continuó–: Yo no estoy disgustada por el embarazo.
Rachel nunca había sido abiertamente rebelde, aunque era muy tenaz. Ella había sido quien había decidido volver a Tierra Rosa para ir al instituto y no había querido saber nada del colegio privado de Manhattan al que su madre había querido llevarla. Una decisión que para Johnny no había tenido sentido y, menos aún, para Kat. ¿Qué chica en sus cabales renunciaría a la buena vida de la mejor zona de Manhattan para volver a un pueblucho perdido de Nuevo México? ¿Para vivir con su padre, que apenas había ido al instituto, en su rancho, que apenas daba algún beneficio?, se preguntó él.
Una voz en su interior le dijo que tenía que hacer algo para arreglar las cosas.
Como si hubiera podido hacerlo hacía dieciocho años, se dijo.
–¿Y el instituto? ¿Y la universidad? Tenías muchas ganas de ir a Standford…
–El instituto termina dentro de tres semanas. Y lo de Standford era idea de mamá, no mía.
Johnny levantó las cejas, sorprendido ante la noticia.
–¿Y dónde vas a vivir? ¿Lo saben tus padres? –inquirió Johnny, mirando a Jesse, que se puso colorado de nuevo. Volvió a dirigirse a Rachel–: ¿Tu madre lo sabe? Dios, Rach, ¿habéis pensado en lo que esto puede significar, lo que tener un hijo implicará en vuestro futuro?
–¡Claro que lo he pensado! –exclamó Rachel.
–Por favor, no me digas que te has quedado embarazada a propósito –dijo Johnny, sintiéndose derrotado.
Sonrojándose, Rachel miró a su novio y luego a su padre.
–No exactamente. No pensé que fuera a suceder tan rápido.
–Oh, Rach, no –dijo Thea con voz baja y triste.
Johnny se giró para mirar a su antigua amante, que tenía un aspecto extrañamente vulnerable. Lo cierto era que al principio a él no le había gustado que Thea y Rach hubieran seguido siendo amigas después de su ruptura, pero, al final, se había alegrado. Sabía que su hija necesitaba algún tipo de presencia femenina en su vida diaria…
–Esa parte no me la habías contado –observó Thea con un suspiro.
–¿Tú lo sabías? –preguntó Johnny.
–Lo supe unos tres minutos antes que tú…
–Nadie quiere ocultarte nada, papá –dijo Rachel, y se puso colorada de nuevo cuando su padre volvió a mirarla–. Por eso estoy aquí ahora. Para decírtelo. Porque quería que lo supieras. Pero no tenemos todas las respuestas. Lo cierto es que no tenemos ninguna respuesta. Todavía no. Excepto… –comenzó a decir, y tomó a Jesse de la mano– que queremos casarnos.
–De ninguna manera –repuso Johnny.
–¡Papá!
–¿De veras crees que voy a dejar que cometas dos errores?
–¡Papá! ¡Estás siendo muy injusto!
–La justicia no tiene nada que ver con esto…
–Es mi vida –dijo Rachel, llorando–. Y, ahora que voy a tener un bebé, ya no eres quien para decirme lo que tengo que hacer. ¡Ni tú, ni mamá, ni nadie!
Entonces, Rachel salió corriendo de la habitación. Jesse, con aspecto confundido, fue tras ella, y Johnny se dejó caer en un banco de madera y hundió la cabeza entre las manos.
–¡Jesse! ¡Jesse! –Rachel agarró la mano de su novio mientras él marchaba a toda prisa por el camino de salida del rancho.
Jess apartó la mano y siguió yéndose.
–¡Oh, Dios! ¿Qué pasa?
–¿Qué pasa? –rugió Jess, girándose hacia ella cuando los dos llegaron al final del camino.
Rachel dio un paso atrás y contuvo el aliento. Nunca en su vida le había visto tan furioso. Nunca jamás.
–¿Estás loca? ¿Me pusiste una trampa para quedarte embarazada?
–¡No! –dijo ella, poniéndose roja–. Quiero decir, no del todo.
–¿Y qué diablos significa eso? –gritó Jesse, y señaló hacia la casa–. Me engañaste, Rach. ¡Y me dejaste como un tonto ahí dentro, delante de tu padre, que ya me odia bastante!
–No te odia, Jess…
–Aquella vez que nos quedamos sin preservativos me dijiste que no pasaría nada, pensé que tomabas medidas. ¿Y qué me dices ahora? ¿Me engañaste?
–Te dije que pensaba que no pasaría nada. Pero… ¿cuál es la diferencia? Siempre hablamos de casarnos, de tener hijos…
–Algún día, Rach. ¡No ahora! ¡Aún no! ¡No estoy preparado para ser padre! –gritó él, y tragó saliva–. Y el que me hicieras esto…
–¿Que te hiciera esto? ¡Eh, fuiste tú quien se sentía demasiado perezoso como para ir a la tienda a comprar preservativos!
–Habría ido, Rach, pero tú dijiste… –comenzó a repetir Jess, negando con la cabeza–. Tengo que irme. Ahora mismo no puedo hablar contigo…
Jess se dio media vuelta y se dirigió a su moto. Rachel corrió para alcanzarlo.
–¡Jess, lo siento! –gritó ella mientras su novio se subía a la moto y se ponía el casco–. Creí… creí que no pasaría nada.
–¿Por qué diablos creíste eso?
Por primera vez, Rachel sintió algo parecido al miedo.
–Oh, vamos, Jess… ¡los dos sabíamos que existía un riesgo! ¡Incluso cuando usas preservativos! Y tú dijiste que aceptabas el riesgo –dijo ella, intentando tocarlo mientras él encendía el motor–. ¡Decías que no importaba porque nos amábamos! ¡Jesse! –gritó mientras él se alejaba–. ¡Jesse!
Llena de lágrimas de furia, Rachel agarró un puñado de tierra y lo lanzó en dirección hacia la moto que desaparecía en la distancia.
Al mismo tiempo, se dio cuenta de que no podía culpar a nadie por aquel lío. Solo a sí misma.
–AQUÍ tienes –dijo Thea, sirviendo un vaso de whisky, maravillada de que no le temblara la mano.
Despacio, Johnny levantó su preocupada mirada hacia ella. Entonces, Thea sintió deseos de que la envolviera entre sus brazos y que la apretara con fuerza. Después de un momento en silencio, él bajó la mirada de nuevo.
–¿Qué es eso?
–Algo que encontré en tu armario de las medicinas.
–Lo más probable es que ese whisky tenga más de diez años –observó él, haciendo una mueca.
–Entonces, estará más rico, ¿no?
Johnny la miró a los ojos, con extrañeza.
–¿Qué sucede? –preguntó ella.
–Estás muy pálida. ¿Te sientes bien?
–Estoy bien –dijo ella, y le tendió el vaso–. Bebe.
Johnny tomó el vaso, pero no pareció tener prisa por apurar su contenido.
–¿Y el tuyo?
–No soy yo quien necesita un respiro –repuso ella, pensando que era todo lo contrario.
–Yo no necesito…
–Oh, créeme, sí lo necesitas.
–Maldita mujer, ¿quieres matarme? –preguntó él, mirando el vaso lleno.
–Lo que quiero es sacarte de tu tristeza –dijo ella, y se sentó en el banco, aunque no demasiado cerca de él. Habitualmente, el olor de un hombre que había pasado todo el día bajo el sol, trabajando con caballos, no la molestaba. Sin embargo, durante los últimos meses…
–¿En calidad de qué has venido? –preguntó Johnny.
–Más o menos, como árbitro –dijo Thea tras una pausa. Entonces, posó la mano en la muñeca de él–. Oh, Johnny, lo siento tanto…
Medio sonriendo, Johnny se apoyó en la pared, en apariencia relajándose con un trago de whisky.
–Supongo que he sido un poco duro con los chicos.
–Tenías tus razones.
Johnny suspiró.
–¿Crees que debería salir a buscarla? ¿A buscarlos?
–A menos que hayas cambiado de idea en los últimos tres minutos, yo diría que no.
–¿Acaso crees que debería dejar que se casara con Jess?
–Ella está embarazada de él, tesoro. No estoy segura de que tú puedas opinar.
Johnny miró su vaso vacío.
–Por desgracia, aunque me acabe el whisky, Rachel no dejará de estar embarazada.
–Lo sé –dijo Thea con suavidad, sufriendo por él. Sobre todo, porque sabía que aún le esperaba la segunda noticia.
–Maldición, Thea –dijo él en voz baja–. Te echo de menos.
–Echas de menos el sexo –le corrigió ella.
–No, te echo de menos a ti. Está bien, y el sexo. Tendría que estar muerto para no hacerlo.
–Está bien. Yo también te echo de menos –reconoció ella, suspirando.
–Entonces, ¿te gustaba tener sexo conmigo?
Qué típico de un hombre, estar continuamente buscando que le halagaran el ego, pensó Thea. Sobre todo, en lo que tenía que ver con los asuntos de alcoba. Cuando ella esbozó una sonrisa, Johnny dejó escapar una risita baja, como solía hacer cuando habían terminado y yacían entrelazados en la cama y ella se estiraba y él la miraba con esa mirada que siempre pedía más…
–¿Y? –preguntó él, sonriendo.
–El sexo no me gustaba tanto.
–Oh, tesoro, eso ha sido un golpe bajo.
Thea le dio una palmadita en la rodilla a Johnny, pensando que tenía que dejarle claro que no tenía ninguna intención de volver a tener una aventura con él. Por muchas ganas que tuviera.
–El pasado es pasado.
Johnny suspiró y frunció el ceño.
–¿Y cómo es que has venido? Llevamos meses sin hablarnos.
–Rach me llamó –dijo ella, contenta por no tener que mentir.
–¿Quería que la protegieras?
–En apariencia, sí.
–Es culpa mía –dijo Johnny, mirando al frente de nuevo.
–¿Por qué demonios dices eso?
–Debí haberla vigilado más de cerca. Debí… no sé –dijo él con gesto triste–. Kat se va a poner muy furiosa.
–Oh, ¿y acaso crees que no habría pasado lo mismo si Rachel hubiera estado bajo la vigilancia de tu ex? ¿Crees que las jóvenes no se quedan embarazadas en la ciudad de Nueva York? Los jóvenes tienen sexo, Johnny. Siempre lo han hecho. Yo lo hice. Y no, eso no quiere decir que justifique el sexo entre adolescentes. Pero no podemos negar la realidad. Así que no te fustigues por esto, ¿me oyes? ¿Por qué me miras así?
–Nunca me habías contado que habías tenido sexo de adolescente.
–Tenía dieciséis años, no fue con nadie que tú conocieras y fue un desastre –explicó ella, y se encogió de hombros–. Lo recuerdo como cuando te compras una ropa que crees que te sentará bien, pero, cuando llegas a casa y te la pruebas, no te queda como pensabas y no puedes devolverla porque la compraste en rebajas, así que lo único que puedes hacer es meterla en el armario y olvidarte de ella.
Johnny la miró confuso durante un momento.
–Pero esto es diferente. Rachel es mi niña…
–¡No es como si hubieras dejado cruzar la calle sola a una niña pequeña! ¡Ella sabía muy bien lo que estaba haciendo!
–¿Lo había hablado ella contigo? –preguntó Johnny, frunciendo el ceño.
Thea no podía contarle que Rachel la había elegido como confidente porque, según la chica, hablar con su padre era como hablarle a una piedra.
–Solo en términos generales. Hablamos de que una chica tiene que respetarse a sí misma lo suficiente como para no verse forzada a hacer nada que no quiera hacer –explicó ella, y lo miró a la cara de nuevo–. Y eso es lo único que se puede hacer. Aparte de encerrarla con llave.
–Se me había ocurrido hacerlo.
–Rach es una buena chica, Johnny –dijo Thea con suavidad–. Y Jess también.
Johnny la miró como si acabara de decir que había visto volara un caballo y ella se rio.
–Quizá no es tan inteligente como Rach y quizá está un poco loco con eso de los tatuajes, pero los conozco a él y a sus hermanos desde que eran pequeños. No bebe ni toma drogas y quiere de veras a tu hija.
–Solo tiene diecinueve años.
–Todos tuvimos esa edad alguna vez. Y lo hemos superado –puntualizó ella–. Pero los buenos chicos a veces hacen cosas estúpidas. Por otra parte, Rach no sería la primera chica que se casara con su novio del instituto y le funcionara.
–Tampoco sería la primera persona que se casa joven y a la que le sale mal.
La experiencia era inherente a la edad y no era mala en sí misma, pensó Thea. Pero, con la experiencia, llegaba también el miedo y la precaución excesiva, lo que podía ser una molestia si se convertía en impedimento para vivir la vida con plenitud.
En opinión de Thea, Johnny no seguía enganchado a su ex, lo que pasaba era que tenía mucho miedo de volver a fracasar de nuevo en una relación. Por otra parte, si ella iba a arriesgar su corazón, ¿acaso era mucho pedir que la amaran del mismo modo?
Sin embargo, a pesar de su ruptura con Johnny, Thea no había renunciado por completo a la idea del amor verdadero porque, sin esa idea, no tendría otra cosa que hacer que dejarse morir.
–Pero Rach y Jess no son Kat y tú –señaló Thea al fin–. Tú mismo me dijiste que tu ex y tú estabais predestinados a fracasar.
–Y solo nos casamos porque Kat se quedó embarazada. ¿En qué se diferencia de esto?
–En que Rach y Jess se aman el uno al otro –dijo ella con cuidado, observando que la mandíbula de él se tensaba.
Thea sabía que Johnny se había quedado destrozado después de romper con su ex. Pero también sabía que, aunque había sido él quien había pedido el divorcio, Kat no había ocultado que había sido un alivio para ella.
–Johnny, escúchame. Nadie puede culparte por que no quieras esto para Rach. Pero, si es lo que ella quiere, entonces tienes solo dos opciones: ayudarla o dejarla ir y ver si sale a flote.
Johnny la miró horrorizado.
–¡Nunca le daría la espalda a mi propia hija! ¡Diablos, Thea, creí que me conocías mejor! Lo que quiero decir es… –comenzó a decir él, y se levantó para servirse otro vaso–. No sé cómo pueden sobrevivir las personas que tienen más de un hijo, lo digo en serio. Si tuviera que pasar por todo esto de nuevo –dijo, y le dio un trago a su whisky–, creo que me suicidaría.
En ese momento, Thea pensó que lo mejor que podía hacer era irse. Lo malo era que, por desgracia, su cara reflejaba como un espejo todo lo que sentía. Y, a pesar de ser un hombre, Johnny siempre había sido muy observador.
Él dejó el vaso y la miró frunciendo el ceño.
–¿Thea? ¿Qué pasa? –preguntó Johnny, al mismo tiempo que Rachel irrumpiera en la casa como un huracán, maldiciendo, y daba un portazo tras entrar en su dormitorio.
«Salvada por la campana», pensó Thea.
Pero, después de mirar en dirección a Rach, Johnny volvió la vista hacia ella.
–Lo que me pasa a mí, te pasa a ti también –dijo Thea.
–Oh, cielos. ¿No estarás tú también…?
Tras un largo silencio, Thea asintió y Johnny se la quedó mirando durante diez segundos antes de romper a reír. Entonces, de pronto, se detuvo, como si le hubieran dado a un interruptor, y la miró de arriba abajo con preocupación.
–¿Estás… bien?
–Por ahora, más o menos –respondió Thea mientras él apartaba la vista, murmurando–. Sería mejor que fueras a ver a Rachel –añadió.
Johnny se giró hacia ella de manera tan repentina que Thea dio un paso atrás.
–Ni se te ocurra irte –le advirtió él, y salió de la habitación.