Annotation
Del vivir es considerada antes que ninguna otra (por el autor del escrito) calificación y clasificación, una de las mejores, si no la mejor, novela corta de Gabriel Miró y el primer texto que obedece perfectamente al rótulo 'novela lírica'. En él se reescriben y trenzan elementos ya depurados de las dos novelas largas desechadas y encuentra Miró aceptable y aprovechable punto de partida el resultado que obtiene. El recién creado personaje Sigüenza es una conciencia en plena ebullición, como ya lo habia sido el controvertido personaje de La mujer de Ojeda.
Sinopsis
Del vivir es considerada antes que ninguna otra (por el autor del escrito) calificación y clasificación, una de las mejores, si no la mejor, novela corta de Gabriel Miró y el primer texto que obedece perfectamente al rótulo 'novela lírica'. En él se reescriben y trenzan elementos ya depurados de las dos novelas largas desechadas y encuentra Miró aceptable y aprovechable punto de partida el resultado que obtiene. El recién creado personaje Sigüenza es una conciencia en plena ebullición, como ya lo habia sido el controvertido personaje de La mujer de Ojeda.
©1904, Miró, Gabriel
©1932, Tipografía Altés
Gabriel Miró
Del vivir
La novela
de mi amigo
DEL VIVIR
Autobiografía
He nacido en Alicante. Tengo 47 años. Mi padre era Ingeniero de Caminos. En su biblioteca, además de los libros de Ciencia, tenía otros de viajes, de Historia, de Mística, las obras de Larra, del Duque de Rivas, una “Divina Comedia”, un “Quijote”, una Biblia. Estudió Teología, estudió Leyes; después se hizo ingeniero. Hombre de mucho recogimiento, de una gran pureza, le gustaba la música y el campo. Escribía con claridad y elegancia. Así hablaba, suavemente; nunca le oí un grito.
Una hermana de mi padre se casó con el pintor alcoyano Lorenzo Casanova, que residió muchos años en Roma; hombre de finísima sensibilidad, era de los pocos pintores que en aquel tiempo leían; él leyó ávidamente; yo pasaba muchas horas a su lado.
Mi primera obra literaria fue una descripción de “un día de campo”, tema de examen de mi tercer año de estudios en el Colegio de los Jesuítas de Orihuela. Gané el premio —una medalla de plata—. Al siguiente curso, el padre Buriel, comentando el anterior, me dijo que no me vanagloriase de aquella recompensa porque se me había concedido por equivocación.
No sé cuál de mis libros prefiero. Todavía está muy cerca de mí el último. Creo que en “El Obispo Leproso” se afirma más mi concepto de la novela: decir las cosas por insinuación. No es menester —estéticamente— agotar los episodios. Pero ya se sabe que el libro preferido es siempre el que queremos escribir.
Se han traducido las “Figuras de la Pasión” al inglés, al danés y al alemán. (La versión alemana todavía no ha sido publicada). Se han traducido y se están traduciendo otros libros míos al francés, al inglés (“El Abuelo del Rey”, “El Humo Dormido”, “Nuestro Padre San Daniel”, “El Obispo Leproso”).
Nunca escribí un verso ni una comedia.
He colaborado en periódicos de Buenos Aires, de Barcelona y de Madrid.
Escribo cuando puedo; pocas veces con facilidad; sin notas, a distancia de lo que me impresionó.
¿Mis obras próximas? Las más inmediatas "Años y Leguas”, “Figuras de Bethlem”. Todo este libro estará dentro de la órbita de la figura de Herodes. “Bethlem” pertenece a la serie de “Estampas viejas” —imaginada y casi deseada desde mi niñez—. Si llego a escribirla, constará la colección de ocho tomos: “Patriarcas y Jueces”, I; “Reyes y Profetas”, II; “Bethlem”, III; “Pasión”, IV; “Discípulos”, V; “Santos y Fiestas-Calendario”, VI-VII-VIII.
Tengo comenzada mi novela “La Hija de aquel hombre”.
La crítica puede convenir al autor y al público; pero lo malo de la crítica es que siempre repita hasta los mismos adjetivos, encallecidos en la pluma por desgana, por pereza, por prisa.
¿Que si me atrae ser académico? Estoy en la edad exacta en que puede agradarme y convenirme. Joven no se desea; viejo, ya no es menester. Recordemos las palabras de Epicteto: “Compórtate en la vida como en un banquete. Si dejan un manjar delante de ti, toma honestamente tu porción; pero si sólo lo pasan cerca de tus ojos, guárdate de querer cogerlo; espera apacible que vuelva a ti”.
Pero esta máxima no me lleva a mirar con malhumor a los que bullen y se afanan por alcanzar sus deseos. Ellos ejercen verdaderamente su oficio de escritor. Si yo no lo hago no es por humilde ni por orgulloso, sino probablemente por carecer de aptitudes.
[Marzo de 1927]
PRÓLOGO
MAGIA EN TABARCA
Magia en Tabarca: el título me parece bonito. Magia en Tabarca: melodía, cadencia suave, rapto desde la costa, por encima del mar, hasta la isla. Meditar acerca de este título, componer el libro futuro de modo que vaya entremezclado lo crítico con lo pintoresco; no dar excesiva importancia a lo crítico. Sin que por esto se pierda la personalidad de Gabriel Miró. Miró, es lo primero en el libro, la razón de ser del libro. En cuanto al argumento, puede ser sencillo: tres amigos, por ejemplo, salen todas las tardes a dar un paseo en automóvil; viven en una reducida y clara ciudad que se halla cerca de la costa; a unos cuarenta kilómetros. Van a sentarse y dialogar plácidamente en un altozano que da vista al mar. Salen a primera hora de la ciudad; los tres son admiradores fervientes de Gabriel Miró; los tres charlan todas las tardes de la persona y de los libros de Miró, Para ir desde la ciudad hasta el mar han de deslizarse suavemente desde una altura de sesenta metros hasta la ribera. El automóvil es rápido y silencioso. Las tardes son largas. Conviene, más que en otoño, poner la acción en la primavera; para que siendo larga la tarde, puedan con toda comodidad ir y venir los amigos a la costa. Durante el viaje se ve todo el panorama alicantino; se pasa primero por el valle de Aspe: vasta llanada verde, cuajada de huertas. No olvidar los cerros y las montañitas desnudas. Montes que nos muestran sus grises peñas y sus aceradas laderas. Montes que, en la transparencia del cielo parecen relumbrar. Montes en que crecen el romero, el tomillo, la alhucema, el cantueso. Ganas vivísimas de bajar un minuto del automóvil y de sentarnos en la ladera y pasar la mano por estas hierbas de olor tan penetrante. Las casas que se ven en el camino son como todas las alicantinas, de paredes frágiles de yeso, que al principio, recién hechas las casas, es blanco; pero que después se pone rojizo, dorado por el sol.
El aire a veces va royendo las paredes; socava la parte blanda, en yesos que son flojos, y deja subsistente lo duro; de modo que todo a lo ancho de estos muros deleznables se ven millares de piquitos de cristales que relumbran bajo la viva luz solar. Amor intenso por estas casas; estas casas donde Miró y el autor del libro han pasado la infancia y la adolescencia; estas casas que semejan quebradizas, y que se van deslizando por la pendiente de los siglos como sus hermanas las casas recias, formadas con sillares, del Norte. Como sus hermanas; pero sin la solemnidad y el énfasis de ellas. Las puertas cerradas de algunas de estas casas; atracción profunda de estas puertas cerradas de las casas campesinas. ¿Un gran duelo que ha hecho alejarse a los moradores? ¿Una de esas enfermedades que las buenas mujeres del campo soportan años y años con tanta abnegación; pero que acaban por hacer que se vaya a la ciudad en busca de un supremo remedio? Una palmera a lo lejos; la cinta blanca de la carretera que se aleja montaña arriba. El trazo negro del tronco de la palmera y la viruta nevada de la carretera. Como si sintiéramos ya el mar. La llanada que ya no tiene verdes. Barrancadas rojas; terrazgos secos. Extensión de tierra sin una brizna de hierba. A lo lejos, cerrando el horizonte, un trazo azul; azul debajo de azul; azul claro del cielo y azul claro del mar. Depresión de la tierra; el automóvil asciende otra vez. Un páramo cubierto de tomillos; la torre del faro. Nítida, impecable la blancura de la torre. Ya los tres amigos, sentados frente al mar; ellos están arriba, el mar se extiende abajo. La tierra ha ido subiendo; de pronto, se detiene; se produce un altísimo corte; en lo hondo, se ve la playa dorada. Un huertecito que respalda una casa —casa de los carabineros— intercalada entre los dos azules, el del mar y el del cielo; la nota verde del arbolado. Limpidez en la bóveda celeste. Ni una nube. Enfrente, la isla.
Magia en Tabarca. Prestar atención a la isla. Una isla de azul y de rosa. Una isla como un jirón de sutil cendal sobre el mar. Citar un párrafo de la “Guía del alicantino y del forastero en Alicante”, de don José Pastor de la Roca. (Alicante, 1875). “Este pequeño islote de unos tres kilómetros de extensión —dice el autor— dista una media legua del continente, y se compone de unos cien edificios, habitados casi en su totalidad por marineros y pescadores, que componen la inmensa mayoría de la población isleña”. Sutilidad de la isla vista desde el elevado altozano de la costa. Como si fuera cosa impalpable. En estas horas de la tarde primaveral, envuelta en un suave resplandor áureo, la isla resalta blanca, rosa y azul. Citar la frase de Gabriel acerca de la isla: “La isla de Tabarca, que siempre tiene un misterio de azul de distancias, como hecha de humo, mostrábase cercana, clara, desnuda y virginal”. Como de humo, dice Miró; como del humo azulado que asciende de chimenea campesina y que vemos, para que sea azul, a contraluz.
Los tres amigos hablan de Miró; todas las tardes dedican casi la charla entera a Gabriel. A lo largo del viaje han ido acoplando las distintas visiones del panorama a las visiones de Gabriel en sus libros. Pasa ante ellos el sentido de las cosas que tenía Miró, sentido lleno de voluptuosidad; recapitulan acerca del estilo del escritor. Al igual que si fueran pasando las páginas de los libros de Gabriel, y al mismo tiempo fueran echando un vistazo, para comprobar, a los paisajes. Y ante la isla que tienen allí cerca, al alcance de la mano, la suprema emoción; la evocación tangible del amigo querido, inolvidable. Otro párrafo de la “Guía del alicantino”: “Hoy, si bien abandonada a sus pobres recursos, esta isla, con sus ruinosas fortificaciones, batidas constantemente por las aguas, acción corrosiva destruye paulatinamente las obras de sillería de que muchas de ellas están formadas, y lo mismo las emanaciones salitrosas que exhalan, ofrecen, no obstante, un punto de atractivo al arqueólogo, al filósofo y al pensador, que no dejan de sentirse hondamente preocupados por cierta impresión tan grata, al par que melancólica, ante la contemplación de su conjunto”. Estas últimas palabras hacerlas resaltar. Impresión grata; pero melancólica. Grato pensar en Gabriel; pero profundamente melancólico. Esa melancolía es la que invade todas las tardes a los tres amigos al final de sus charlas ante la isla. Y una tarde, cuando están más embebidos, ocurre algo que les llena de asombro.
La isla de humo azul se trasfigura. Ya no es la isla de antes. Ahora los tres amigos parece que tienen delante de los ojos un cuadro de Poussin. Un cuadro en que se pintan los apacibles campos, donde los inmortales pasean entre mirtos y laureles. Magia en Tabarca. Los Campos Elíseos.
Y una barquita de vela blanquísima, que se ha despegado de la isla y que se va acercando. Un pañuelo que se agita en el azul del mar y del cielo. Gabriel Miró. El amigo querido, que viene hacia nosotros, que está ya entre nosotros, que sonríe con su dulce bondad entre nosotros. Como la cosa más natural del mundo ahora; si antes asombrados, ahora hablando con la mayor naturalidad. Los ojos claros y azules de Miró; su voz sonora, con inflexiones de reconvención amistosa. Reconvención, porque él cree que le hemos olvidado. La tarde va cayendo con una inmensa serenidad. Ha llegado el instante de la separación. Gabriel sonríe con melancolía y se agacha sobre la arena. Coge tres conchitas humildes, y en la concavidad de cada una de ellas escribe: “27 de mayo de 1930”.
Y luego, con la misma sonrisa de melancolía, nos entrega a los tres una de estas conchas.
Y la navecita parte de nuevo. La tarde ha caído; brilla un lucero. Es todo oro en el mar y en el cielo. Otros pañuelitos blancos se agitan en la isla llamando a Miró. Y Miró va lentamente muy lentamente, en esta barquita de la Eternidad.
AZORÍN.
A la memoria del ingeniero
don Próspero Lafarga
«... Huyen lejos de mí.
... Porque abrió su aljaba y me afligió.
... Reducido soy a la nada; arrebataste como viento mi deseo y como nube pasó mi salud.
... Y ahora, dentro de mí mismo, se marchita mi alma y me poseen días de aflicción.
¡HUMANIDAD! ¡Clamo a ti y no me oyes; estoy presente y no me miras!».
Libro de Job. Cap. XXX
I
Sigüenza, hombre apartadizo que gusta del paisaje y de humildes caseríos, caminaba por tierra levantina.
Dijo: «Llegaré a Parcent».
—Parcent es foco leproso —le advirtieron. Y luego Sigüenza fingiose un lugarejo hórrido, asiático, en cuyas callejas hirviesen como gusanos los lazarinos.
Fue avanzando. Cada pueblo que veía asomar en el declive de una ladera, entre fronda o sobre el dilatado y rozagante pampanaje del viñedo, le acuciaba el ánima. Y decía: «Ya debo encontrar la influencia de aquel lugar miserable, donde los hombres padecen males que espantan a los hombres y mueven a pensar en aquellos pueblos bíblicos maldecidos por el Señor».
Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!
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