El baile del amor - Allison Leigh - E-Book

El baile del amor E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

La bailarina Lucy Buchanan había regresado al rancho de su familia con la idea de recuperarse de una lesión de rodilla. Sin embargo, empezaba a tener ideas románticas sobre su vecino, un ranchero muy sexy. Ni siquiera los malos modales de Beck evitaron que ella se comportara como una vecina amable. En pocas semanas, la bailarina había cambiado la vida de Beck. Incluso antes de tomarla entre sus brazos en la pista de baile, supo que Lucy era una mujer especial. ¿Habría llegado el momento de apostar por un futuro con la mujer que lo había cautivado con su magia y había conseguido llegar hasta su corazón?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Allison Lee Johnson..

Todos los derechos reservados.

EL BAILE DEL AMOR,N.º 1904 - agosto 2011

Título original: The Rancher’s Dance

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-700-6

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Promoción

Prólogo

TREINTA y tres años. Lucy Buchanan se miró en el espejo del camerino del teatro Northeast Ballet.

La habitación no era especialmente llamativa debido a su pequeño tamaño pero, puesto que era la bailarina principal de la compañía, era para su uso exclusivo.

O al menos, lo había sido.

Posó la mirada sobre las fotografías que estaban colocadas sobre el borde del espejo. Muchas de ellas era de amigas del teatro Northeast Ballet, compañeras actuando o ensayando, pero muchas otras eran de otras personas que nada tenían que ver con el teatro.

Sus padres. Su hermano pequeño, aunque a los veintiún años Caleb no era nada pequeño. Sus primos.

Las familias de sus primos.

Maridos. Bebés. Hijos.

Todas esas cosas que, por haberse centrado en su carrera profesional, Lucy todavía no tenía.

Ella evitó mirar el reflejo de sus ojos azules en el espejo mientras arrancaba los trocitos de celo que sujetaban las fotos en su sitio. Retiró las fotografías una por una, guardándolas con cuidado en el sobre que había dejado encima de una de las cajas donde había guardado todas las cosas personales que tenía en el camerino que había ocupado durante gran parte de los últimos diez años.

Colocó las cajas una sobre la otra y suspiró antes de salir del camerino. No había nadie en el pasillo y se dirigió hacia la entrada de la parte trasera del escenario.

La temporada había finalizado. Las paredes que habitualmente estaban llenas de papeles donde se mostraban los avisos y los horarios de ensayo estaban vacías. Las tres salas de ensayo, en silencio. El resto de la compañía estaría de vacaciones, o representando el espectáculo del verano, o haciendo el resto de cosas que los bailarines hacían para ganar un dinero extra. Pero el local no cerraba nunca. Se alquilaba a otras escuelas o a otras compañías.

Dobló la esquina y percibió la luz del día en la distancia.

Hughes, el guarda de seguridad, levantó la vista del libro que estaba leyendo.

—Señorita Lucy —no debería llevar nada de peso.

Él se dispuso a agarrarle las cajas, pero ella lo esquivó.

—El médico me ha dicho que el ejercicio me servirá para fortalecer la rodilla, Hughes.

Así que la fortalecería. Y quizá todavía tuviera oportunidad de volver a bailar.

Pero no se lo mencionó a Hughes. Miró el título del libro que él había dejado sobre el escritorio.

—¿Little Women?

Todos los veranos el hombre leía los libros que figuraban en la lista de lectura del curso escolar que empezaría su única hija. Algo que el padre de Lucy podía haber hecho mientras la criaba a solas, tal y como Hughes estaba haciendo con su hija, Jennifer. Sólo por eso, Lucy pensó que echaría de menos a Hughes.

Lo miró y le sonrió con melancolía.

—¿Qué te parece?

El guarda sonrió y se encogió de hombros.

—Que Jo es auténtica. Espero que se junte con el profesor, pero creo que se está poniendo la zancadilla a sí misma al centrarse tanto en otras cosas cuando se trata de amor.

—Es cierto —ella tuvo que forzar una sonrisa para no perder la compostura. Jo no era la única que hacía ese tipo de cosas.

Hughes abrió la puerta y el sol de las calles de Nueva York cegó la vista de Lucy por un instante. Ella recordó la primera vez que había subido a un escenario y cómo la luz de los focos le impedía ver más allá. También recordaba la emoción que…

—¿Regresarás en el otoño, verdad? —a pesar de su protesta, Hughes le retiró las cajas de las manos y la acompañó al exterior—. ¿Serás la bailarina de honor del nuevo ballet?

Ella forzó aún más la sonrisa. Se dirigió hacia el coche que estaba aparcado en el área reservada del edificio y apretó el mando que colgaba del llavero que le había entregado la compañía de alquiler el día antes. El coche pitó y el maletero se abrió al instante.

—Ése es el plan —dijo ella, con más entusiasmo del que sentía.

Bailarina de honor. Era el puesto que se asignaba a las bailarinas que eran demasiado mayores o que ya no podían bailar.

Hughes echó a un lado la maleta que ocupaba casi todo el maletero y colocó las cajas. —Es una maleta enorme para unas pocas semanas de vacaciones —comentó él.

Lucy se encogió de hombros. No quería admitir que todas las pertenencias que tenía en el apartamento que había compartido con Lars cabían en una maleta grande y en una mochila normal.

—Ya sabes, las mujeres y la ropa.

Él sonrió y le sujetó la puerta del coche.

—Perdone mi atrevimiento, señorita Lucy, pero esa tal Natalia no podrá sustituirla.

Lucy pestañeó con fuerza y abrazó al hombre.

—Las bailarinas siempre son sustituidas por otras, Hughes —dijo ella. Tanto en el escenario como en cualquier otro sitio—. Así es —le dio un golpecito en el hombro y se metió en el coche—. Disfruta del resto de Little Women.

Él asintió y se apartó al ver que ella arrancaba el motor. Lucy salió despacio del aparcamiento, con la imagen de Hughes y de la puerta de entrada al escenario en el retrovisor.

«Treinta y tres años», pensó de nuevo, y suspiró.

También podrían ser ciento tres.

Capítulo 1

EL no esperaba que ella fuera tan pequeña. Beckett Ventura miró de reojo a la mujer mientras terminaba de abrocharse el cinturón de herramientas. Y a pesar de su pequeña estatura, ella era una mujer con silueta de mujer.

El hecho de que se hubiera fijado en cualquiera de las dos cosas, tanto en su estatura como en que fuera una mujer, lo irritaba.

Él no había ido a Lazy-B durante el amanecer de una mañana de julio para fijarse únicamente en la hija de su vecino.

Además, se suponía que ella no iba a estar allí.

Era bailarina y vivía en Nueva York desde hacía años. O eso había oído él.

Sacó la caja de herramientas de la parte trasera de la camioneta y se dirigió al lateral de la casa.

Eso significaba que también se estaba dirigiendo hacia ella porque ella estaba sentada en uno de los escalones de la entrada del porche con una taza entre las manos.

Claro que parecía menuda. Prácticamente formaba una bolita.

Él apretó los dientes. Cage Buchanan, su vecino y propietario del rancho, lo había contratado para aquel trabajo en concreto y lo había llamado la noche anterior. Supuestamente quería que revisara su proyecto para construir un añadido en la parte trasera de la casa de dos plantas que pertenecía a la familia Buchanan. Pero Beck sospechaba también que el vecino quería que se enterara de que su hija se disponía a pasar allí el resto del verano.

Quizá Cage pensaba que ella necesitaba que alguien la cuidara, aunque no se lo había dicho a él directamente. Sin embargo, sí le había comentado que ella estaba recuperándose de una lesión de rodilla.

Lo último que Beck necesitaba era tener que cuidar de alguien.

Ya estaba bastante ocupado teniendo que cuidar de su hija Shelby. Sólo tenía seis años y era tan tímida que hablaba susurrando, incluso con su propio padre.

Era muy diferente a su hermano Nick. El hijo de Beck estaba a punto de cumplir veintiún años y estaba estudiando fuera, pero él recordaba muy bien cómo había sido de pequeño. Mientras que Shelby era tímida y delicada, Nick había sido muy activo y charlatán.

Pero pensar en sus hijos no hizo que la mujer del porche desapareciera. Beck no podía dirigirse a la parte trasera de la casa sin decirle nada.

Por un lado, era de mala educación.

Él nunca había sido muy formal en las relaciones sociales, pero Harmony, su fallecida esposa, siempre había evitado que se desmarcara demasiado del camino de la buena educación.

Atravesó el camino de gravilla que rodeaba la casa y se dirigió hacia ella.

Era rubia.

Y tenía los ojos tan claros como un aguamarina, rodeados por unas pestañas oscuras.

Vestía una blusa de tirantes de color rosa y unos pantalones anchos con corazones de color rosa y flores rojas. También un pañuelo alrededor de los hombros.

En el rostro lucía una pequeña sonrisa. En los hombros, parecía que los huesos iban a atravesarle la piel fina. Llevaba el cabello recogido y algunos mechones caían sobre su cuello.

No había ningún motivo para pensar que era deslumbrante.

Pero lo era.

¿Y por qué él no era capaz de reconocerlo con la frialdad con la que cualquier persona reconocería algo bello?

¿Por qué diablos tenía que sentir un fuerte calor en su interior si, desde que había perdido a Harmony, lo único que había sentido era un fuerte vacío?

Asintió levemente y dijo:

—Beckett Ventura.

—El señor Ventura. Lo suponía —ella dejó la taza a un lado y se puso en pie para darle la mano—. Soy Lucy. Mis padres me han hablado del trabajo que está haciendo para ellos. Me alegro de conocerlo.

La piel de su mano era tan pálida como la de sus hombros, su palma estrecha, sus dedos finos y largos.

—Llámame Beck —tuvo que hacer un esfuerzo para estrecharle la mano, ya que en su cabeza permanecía la imagen de su fallecida esposa agitando su cabello rojizo y diciéndole, adelante.

—Intentaré no molestarte demasiado —dijo él.

Ella ladeó la cabeza y lo miró con sus ojos claros. Él había crecido en un rancho de Montana, pero a lo largo de la vida había aprendido todo lo que las mujeres pueden hacer con el maquillaje. Él estaba lo bastante cerca de Lucy Buchanan como para ver que no llevaba nada artificial en el rostro. Las pestañas negras que contrastaban con su cabello rubio eran naturales.

—¿Molestarme? ¿Bromeas? —sonrió y se le formó un hoyuelo en la mejilla derecha—. Estoy tan contenta de que mis padres se hayan decidido a ampliar la casa que ni siquiera me importaría que hicieras tanto ruido que tuviéramos que ponernos tapones —no parecía percatarse de que a él no le apetecía hablar—. Yo crecí aquí. Mi hermano Caleb y yo teníamos nuestro propio dormitorio, pero ninguna zona de la casa era especialmente amplia —lo miró y se colocó el pañuelo sobre los hombros—. La construyeron mis abuelos y supongo que era suficientemente grande para ellos —bajó el último peldaño.

Sí, era una mujer menuda. Su cabeza ni siquiera llegaba a la altura de los hombros de Beck. Los pantalones que llevaba se apoyaban en su cadera mostrando la piel del vientre que quedaba por debajo de la blusa, y resaltando su cintura.

Una cintura que él podría rodear con las manos sin problema.

Apretó los dientes y dio un paso atrás, pasándose la caja de herramientas de una mano a otra. Se había fijado en que, al levantarse, ella había cargado más peso sobre una pierna que sobre la otra.

—Mis padres me contaron que habías comprado la casa de al lado. Él se preguntaba si también le habrían contado que era un viudo antisocial.

—Sí.

—Es una propiedad muy bonita.

—Supongo —sólo necesitaba un terreno donde poder vivir con lo que le quedaba de familia, ya que permanecer en Denver con todos los recuerdos le había resultado insoportable. Además, había elegido mudarse a Weaver porque allí era donde había nacido Harmony.

Su padre, Stan, le había comentado más de una vez durante los dieciocho meses que llevaban viviendo en la casa que Beck había construido que aquel cambio no era un avance en su vida.

Y en esos dieciocho meses Beck había conseguido mantener al mínimo las relaciones sociales con todos aquéllos que no fueran su familia.

El único motivo por el que había aceptado trabajar para Cage y Belle Buchanan había sido porque era el mes de julio y Beck sabía que lo mejor era mantenerse muy ocupado en esas fechas. El trabajo en el rancho no era suficiente.

Y perder el tiempo fijándose en la belleza de la hija de su vecino tampoco era estar ocupado.

—Será mejor que me ponga a trabajar.

Ella se agachó para recoger la taza de café.

—Dímelo si necesitas algo

Él sonrió y se alejó.

Esperó hasta doblar la esquina para suspirar.

—Lo único que necesitaba murió hace tres años —murmuró. Hacía dos años, once meses y dieciséis días, para ser exactos.

Lucy se sentó de nuevo en los escalones del porche y sujetó la taza entre sus manos mientras observaba alejarse al vecino de sus padres.

Eran las seis de la mañana y el calor de la taza no era suficiente para contrarrestar el aire fresco. Y tampoco para contrarrestar la gélida mirada de Beck Ventura.

Ella no sabía mucho acerca de aquel hombre excepto por los detalles que sus padres le habían contado. Que era su vecino más cercano, que no socializaba demasiado y que les estaba ampliando la casa.

También que era viudo y que vivía con su padre y con su hija pequeña.

Después de conocerlo sabía que era alto, delgado y de anchas espaldas. Sus ojos verdes tenían una mirada fría y dolorosa y Lucy sabía que sólo había hablado con ella por obligación.

Se recolocó el pañuelo sobre los hombros y bebió un sorbo de café antes de mirar hacia el terreno que rodeaba la casa.

Al menos el hombre había elegido un buen sitio para criar a su hija. Lucy se había acostumbrado a vivir en la Costa Este, pero se alegraba de haberse criado en el Lazy-B. El rancho de ganado pertenecía a la familia desde que su padre era niño, pero la mitad de los animales que pastaban en el Lazy-B llevaban la marca de Double-C, una de las ganaderías más importantes de Wyoming. Pertenecía a la familia Clay. Y también eran familia de Lucy gracias a que su abuela Gloria se había casado con el señor Clay, el patriarca de la familia del rancho.

Lucy consideraba que su padre había sido inteligente al casarse con Belle, la hija de Gloria. No porque Belle fuera rica y perteneciera a la familia de Clay, sino porque ella hacía feliz a su padre. Belle había ido al Lazy-B un verano para ayudar a Lucy a recuperarse de una lesión de rodilla que provocó que tuviera que ir en silla de ruedas durante meses, y terminó convirtiéndose en la única madre que le importaba.

Lucy se arremangó la pernera del pantalón del pijama y se miró la rodilla que se había lesionado otra vez.

Estaba cubierta de las cicatrices que se había hecho durante el paso de los años, pero su lesión de rodilla no le había dejado una cicatriz visible. La tenía hinchada y durante las últimas semanas había adquirido un tono amarillo verdoso.

Una camioneta que entraba en el rancho llamó su atención. Lucy se bajó la pernera del pantalón y observó que se detenía junto a la camioneta azul oscuro de Beck Ventura.

Dejó la taza de café a un lado y se puso en pie.

—¡Caleb!

Su hermano bajó del vehículo con aspecto malhumorado pero se dirigió hacia ella con una sonrisa.

—Hola —dijo con voz grave. Se parecía mucho a su padre, pero tenía el cabello más oscuro, cortesía de Belle—. ¿Cuándo diablos has llegado?

—Anoche. ¿Y desde cuándo eres lo bastante mayor como para estar fuera toda la noche? —preguntó ella mientras él la abrazaba.

—¿Vas a chivarte a nuestros padres?

—No he interrumpido las vacaciones de mamá y papá para decirles que iba a venir hasta que llegué, así que no pienso interrumpirlos para contarle tus travesuras. ¿Has estado con Kelly? —Kelly Rasmusson había sido la novia de Caleb desde el instituto, y cuando él se marchó a la universidad ella se quedó esperándolo en Weaver.

Caleb puso una mueca.

—Esta vez no —se agachó para agarrar la taza de Lucy y bebió un trago—. ¿Has venido desde Nueva York en ese coche de alquiler? —señaló con la cabeza hacia el utilitario que estaba aparcado junto a las dos camionetas.

Ella asintió.

—Tengo que devolverlo esta semana. Hay una oficina en Braden —el pueblo estaba cerca de Weaver y, aunque ambos lugares eran pequeños, entre las dos localidades ofrecían todo lo que los habitantes necesitaban.

—Esta tarde tengo que ocuparme de unos asuntos. Puedo llevarlo si quieres.

Ella no pensaba rechazar la oferta.

—¿Y cómo volverás si dejas el coche allí?

Su hermano se encogió de hombros.

—Le pediré a alguien que me traiga —dijo, al mismo tiempo que empezó a oírse el sonido de una herramienta—. Beck ha empezado muy temprano.

—¿Cuándo suele empezar?

Su hermano se encogió de hombros.

—Depende —miró la hierba que estaba pisando y puso una mueca—. Tenía que haberla cortado hace una semana.

—¿Y por qué no lo has hecho? —lo golpeó en las costillas con un dedo, provocando que él saltara hacia un lado—. Que tengas vacaciones en la universidad no significa que puedas dejar las tareas de lado.

—Hablas como papá, Luce —con la taza en la mano, subió los escalones del porche—. Suponía que habrías cambiado después de todos esos años en Nueva York.

—Y tú parece que no has espabilado tanto como deberías después de pasar tres años en la universidad —lo siguió al interior de la casa y cerró la puerta. El ruido de la herramienta disminuyó—. ¿Cuánto te falta para terminar?

Estaba estudiando los cursos preparatorios de Medicina.

Caleb se dirigió hacia la cocina y dejó las llaves sobre la encimera de granito.

—Un montón de tiempo —se terminó el café de Lucy y dejó la taza vacía junto a las llaves, antes de abrir la nevera de acero inoxidable.

Al igual que la encimera, era diferente a la que ella recordaba de la infancia. Sus padres no habían ampliado la casa hasta entonces, pero sí que habían hecho mejoras.

Lucy pasó la mano por la encimera y miró por la ventana que había encima del fregadero. Podía ver el cabello castaño de Beck Ventura, pero no el resto de su cuerpo.

Atravesó la habitación.

Desde allí pudo ver cómo cortaba un trozo de madera después de medirla y memorizó el movimiento de sus músculos bajo la camiseta blanca que llevaba.

Entonces, él volvió la cabeza y la miró a través de la ventana, como si supiera que había estado observándolo.

Lucy notó que se le aceleraba una pizca el corazón, sonrió y lo saludó con la mano antes de darse la vuelta con naturalidad.

Caleb estaba mirándola mientras se comía, sin calentarlas, las sobras de la carne que había cenado ella la noche anterior.

—Y, en realidad, ¿a qué has venido, Luce?

—A dar una vuelta.

Él no parecía convencido por sus palabras y su duda ayudó a aliviar el sentimiento de culpabilidad que tenía Lucy por no haberle contado a sus padres todos los detalles de su repentino viaje desde Nueva

York a Wyoming.

Si no conseguía convencer a su hermano pequeño de que todo iba bien, no podría convencer a sus padres.

Belle y el padre de Lucy habían emprendido las vacaciones de su vida dos semanas antes y Lucy había evitado contarles la gravedad de su lesión para que no retrasaran el viaje.

Tampoco les había contado cuál había sido el motivo que había provocado la caída con la que se había lesionado.

¿Qué habría ganado contándoles que había pillado a Lars, el hombre con el que vivía, trabajaba y creía que amaba, con Natalia, una nueva bailarina, en la cama?

Conociendo a su padre, habría querido matar al hombre con el que su hija había estado viviendo dos años.

Tampoco le había contado a su madre que la caída que había provocado que tuviera que llevar una férula en la rodilla durante tres semanas, que no pudiera realizar la gira de verano y que se había cargado su reputación en NEBT, había ocurrido tras descubrir el incidente. Por supuesto, había omitido también el hecho de que desde entonces se había quedado en casa de su amiga Isabella, que era la encargada de vestuario de la compañía.

Sacó una taza limpia y se sirvió otro café.

¿Se sentía culpable por ocultar esos detalles a sus padres? Sí. ¿Tenía algún sentido que se lo contara? No. Ellos habrían insistido en cancelar el viaje de seis semanas por Europa que tenían planeado desde hacía años.

Cage Buchanan no solía alejarse del rancho con el que se ganaba la vida y Lucy no quería arruinarles el viaje.

—Mi rodilla va muy bien —le dijo a su hermano—. Pero me apetecía venir a casa —lo miró—. Sabes a qué me refiero, por eso pasas aquí todas tus vacaciones de verano. Puesto que no estoy trabajando, ¿por qué no iba a complacer mis deseos?

—Supongo. ¿Has hablado con alguien desde que llegaste?

Ella negó con la cabeza.

—Más tarde llamaré a Leandra y al resto —Leandra Taggart era una de sus primas y vivía en Weaver.

—Si no te llaman a ti primero —dijo Caleb, porque eso era lo que sucedería cuando se corriera la voz de que había regresado a casa. Miró por la ventana y añadió—: Parece que Beck va a terminar la estructura hoy.

Ella no sabía a qué se refería, pero asintió.

—Parece simpático.

—Al menos trabaja bien —Caleb abrió de nuevo la nevera y curioseó su contenido—. Solía trabajar en Denver como arquitecto.

Sorprendida, ella miró de nuevo por la ventana.

—No recuerdo que ningún arquitecto haya montado nunca un estudio en Weaver. ¿Tiene ganado en su rancho?

—No creo que haya montado un estudio —dijo Caleb—. Sólo hace algún proyecto de vez en cuando. Y sí, tiene algunos animales. Suficientes como para mantenerse ocupado cuando no está construyendo nada —cerró la nevera y la miró—. Supongo que no habrás recibido ninguna clase de cocina últimamente, ¿verdad?

—¿Es una forma sutil de preguntarme si he aprendido a cocinar mejor porque crees que voy a encargarme de llenarte el estómago?

—Eso esperaba. Lo único que has cocinado alguna vez son brownies y algún desayuno ocasional.

—Ja-ja —empujó hacia Caleb el pan de molde que estaba en una esquina de la encimera—. Toma. Mantequilla de cacahuete y mermelada —le sugirió—. Solía funcionar cuando tenías diez años — dejó su pañuelo sobre una de las sillas de la cocina y, con la taza de café en la mano, salió de la habitación.

—Maldita sea, Luce. Caminas como una lisiada.

—Vaya manera de hablar con un paciente, doctor Buchanan. Él puso una mueca. —No me había dado cuenta de lo mucho que cojeas. Dijiste que era un esguince moderado.

—Por las mañanas me duele más —mintió—. En un mes más, probablemente para cuando regresen papá y mamá, ya estaré bien.

Eso esperaba.

Por que si no, todo lo que tenía en la vida, su carrera profesional, habría terminado.

Trató de no pensar en ello.

—Puesto que eres muy simpático y vas a ocuparte de devolver el coche de alquiler, esta tarde cortaré la hierba por ti —le dijo a su hermano mientras salía de la cocina. Conducir el cortacésped no empeoraría su rodilla y, de paso, haría alguna actividad al aire libre—. Pero todavía puedes limpiar el estiércol de los establos —le gritó por encima del hombro y sonrió, sabiendo que era una tarea que a su hermano no le gustaba nada.

—Sólo por que seas mucho mayor que yo no significa que puedas darme órdenes —dijo Caleb.

Ella dejó de sonreír al llegar a la escalera que llevaba hasta su dormitorio en la segunda planta. Caleb estaba bromeando y ella lo sabía. Pero eso no sirvió para que la realidad fuera menos dolorosa.

Treinta y tres años.

Lucy puso una mueca y subió las escaleras despacio.

Cada peldaño era una agonía.