La hora de la verdad - Allison Leigh - E-Book
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La hora de la verdad E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

La perdería cuando ella descubriera su secreto... ¿o quizá lo ayudara a encontrar el amor que durante tanto tiempo se había negado a sí mismo? El sofisticado magnate Dane Rutherford había llegado a Lucius, Montana, con una sola cosa en la mente: vengarse. Pero sus planes cambiaron en el mismo momento en el que Hadley Golightly entró en su vida chocándose contra su coche. Dane tenía que mantener su misión y su nombre en secreto, pero también tenía que vivir bajo el mismo techo que Hadley hasta que el coche estuviera reparado. Y aunque había prometido mantenerse alejado de aquella virginal belleza, no tardó en darse cuenta de que no podía resistirse a la atracción que aquella mujer ejercía sobre él...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Allison Lee Davidson. Todos los derechos reservados.

LA HORA DE LA VERDAD, N.º 1556 - Diciembre 2012

Título original: The Truth About the Tycoon

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1256-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

La camioneta salió justo delante de él.

Dane Rutherford lanzó un juramento mientras giraba el volante. No le dio a la parte trasera del vehículo por muy poco. Pasó tan cerca que pudo ver el pánico reflejado en los grandes ojos de la conductora.

Siguió blasfemando mientras intentaba recuperar el control del coche. Y, aunque había logrado evitar el primer impacto, no pudo evitar rozar al otro automóvil la segunda vez.

Si la mujer no se hubiera asustado, no habría pasado nada. Pero se asustó.

Primero, giró hacia un lado, luego hacia el opuesto. Dane volvió a lanzar un juramento mientras evitaba darle a la chica una vez más; pero la carretera estaba muy deslizante y era tan estrecha que no pudo impedir salirse a la cuneta. Entonces, se olvidó de la otra mujer y de lo que diría Wood cuando se enterara de que había roto su coche. Lo único que pudo hacer fue prepararse para el impacto.

El coche era viejo; pero el árbol con el que chocó era más viejo aún, y duro como una roca.

Al menos, el choque evitaría que siguiera deslizándose.

Hadley no se podía creer lo que había pasado. Delante de ella, el coche rojo parecía un acordeón. Estaba tan preocupada por el otro vehículo que se olvidó de ella misma y de sus problemas. Cuando por fin reaccionó, ya no pudo recuperar el control del coche y chocó contra un poste kilométrico.

Permaneció un rato sentada, inmóvil, agarrada al volante.

El motor gruñó y crujió. Aquellos ruidos la hicieron reaccionar y parar el coche antes de que fuera demasiado tarde.

Más trabajo para Stu.

Meneó la cabeza para aclarar las ideas y miró hacia el otro coche. La cuneta donde había caído era tan profunda que apenas podía verlo.

—Por favor, que esté bien —murmuró ella casi sin aliento mientras abría la puerta para salir.

La carretera estaba llena de nieve y hielo y, en su apresamiento por llegar al otro coche, se cayó al suelo. Con dificultad, se levantó y, entre patinando y el gateando, logró llegar hasta el otro lado.

—Por favor, que esté bien —su voz sonó como una plegaria.

No podía llegar hasta el lado del conductor por lo que se asomó a la ventana contraría y vio que el hombre tenía la cabeza apoyada contra el volante. Había sangre por toda la luna delantera donde, obviamente, se había dado con la cabeza. Estaba claro: el coche no tenía air bag.

Al ver tanta sangre sintió miedo.

—¡Eh! —llamó ella, intentando abrir la puerta con desesperación. Pero la puerta no se abría. El motor seguía en marcha y los ojos de él, cerrados.

—¡Dios mío! ¡Que esté bien!

Volvió a golpear el coche. Con tanta fuerza que le dolía la mano.

Entonces, volvió a mirar por la ventana. Parecía que su pecho se movía. Sí, se estaba moviendo.

«Gracias, Dios mío».

Estaba vivo.

Hadley salió de la cuneta y, pisando con firmeza para no caerse, se dirigió hacia su coche. Sentía tanto frío en los dedos que apenas podía abrir la puerta de su camioneta. Pero al final, lo logró. Se echó sobre el asiento del piloto y agarró su bolso que se había caído en el suelo. Lo sacó y buscó en su interior su teléfono móvil. Marcó un número con dificultad y, luego, se dirigió hacia el otro coche con el teléfono pegado a la oreja.

—Shane, por favor, contesta el teléfono.

Volvió a dar la vuelta alrededor del coche y a aporrearlo.

—¡Por favor, despierta! ¡Vamos! ¡Oh, Shane! —le dijo a su hermano cuando éste respondió la llamada—. Gracias a Dios. Ha habido un accidente... no, no te preocupes estoy bien.

El hombre del coche se movió.

Ella volvió a golpear el coche.

—¡Abra la puerta!

El hombre levantó la cabeza. Levantó sus largas pestañas oscuras y mostró sus ojos azules.

—Eso es, eso es —dijo ella, como si estuviera hablándole a un buen perro.

Entonces, se dio cuenta de que su hermano estaba gritando su nombre.

—Perdona, Shane. Estamos a unos quinientos metros del cruce del taller de Stu. Lo mejor es que mandes una ambulancia —desconectó el teléfono y se lo guardó en el bolsillo. Inmediatamente, el aparato comenzó a vibrar de nuevo. Ella lo ignoró porque estaba preocupada por el hombre del coche que se estaba tocando la cabeza. Al retirar las manos se quedó mirando la sangre que había en ellas.

—¡Abra la puerta! —volvió a decir ella, esa vez con más énfasis.

Entonces él la vio. Se incorporó un poco, la miró e hizo una mueca. Ella pudo leerle los labios y supo que estaba lanzando un juramento. Decidió tomar aquello como una buena señal.

Él se movió lentamente y levantó el seguro. Ella tiró con fuerza de la puerta y, rápidamente, se lanzó sobre el asiento para apagar el motor.

El coche quedó en silencio. El corazón de ella latía cada vez más deprisa, tanto que pensó que él podría verlo botar en su pecho. Lo miró y se dio cuenta de que estaba casi en su cara. Una cara muy atractiva. Se retiró rápidamente.

—¿Quién diablos le enseñó a conducir? —su voz era profunda, aunque sólo era un murmullo.

Ella intentó no sentir vergüenza.

—Mi padre, Beau Golightly.

El hombre se movió, gruñó un poco y ella le puso el brazo sobre el hombro.

—Es mejor que no se mueva. Una ambulancia está en camino.

Hadley se estiró una manga e intentó limpiarle la sangre de la frente. Él cerró su mano sobre la de ella; una mano sorprendentemente fuerte.

—No necesito una ambulancia.

—Pero, está sangrando.

—¿Cree que no me he dado cuenta?

Entonces, oyó el ruido de una sirena.

—Probablemente mi hermano también venga; es el sheriff.

Durante un instante, el otro conductor la miró y, sin decir nada, se desabrochó el cinturón de seguridad. Se asomó por la ventanilla y vio que el coche estaba destrozado.

—¿De verdad sabe conducir?

—En realidad, era usted el que iba a toda velocidad —dijo ella a la defensiva.

Él hizo una mueca y a ella le pareció escuchar algo; aunque no lo podía asegurar con toda certeza debido al ruido de la sirena de la ambulancia. Miró hacia la carretera y, enseguida, vio a Palmer y a Noah deslizándose por la carretera hacia ellos.

Palmer la recorrió con la mirada.

—¿Estás herida, Hadley?

Ella negó con la cabeza y señaló hacia el conductor.

—Él está... él está...

—Bien —dijo el hombre

—... sangrando. Mucho.

En aquel momento, apareció por la curva el coche de la policía y ella dejó escapar un suspiro al saber que en él venía su hermano. Mientras tanto, Palmer y Noah ayudaron al extraño a salir del vehículo.

Cuando el hombre salió, Hadley se dio cuenta de que era tan alto como Palmer, o más. Y eso que su amigo era muy alto.

Bueno, al menos podía ponerse en pie.

Su hermano gritó su nombre. Ella estaba mirando al trío pues el hombre herido se había liberado de la ayuda de los otros y estaba con las manos y las rodillas sobre la nieve inspeccionando su coche.

Parecía que tenía un buen trasero.

—¡Hadley!

Ella cerró los ojos, se llenó de paciencia y se giró hacia su hermano. La cuneta cada vez estaba más resbaladiza debido a que la temperatura seguía bajando con la caída de la tarde.

—Ayúdame a subir —pidió ella.

Quizás la voz de Shane había sonado dura, pero su rostro era el vivo reflejo de la preocupación. Mientras la ayudaba a subir, la recorrió con la mirada para ver si estaba bien. Su expresión se llenó de alivio; aunque no se relajó del todo: él era el sheriff.

Estaba claro que Hadley no estaba herida, pero el otro coche accidentado tenía mal aspecto.

Hadley tembló, ojalá su chaqueta fuera tan abrigada como la de su hermano. Pero ella la había comprado sólo porque era bonita, no porque fuera abrigada. Normalmente, era una chica muy práctica; pero, en ese caso, había hecho una excepción.

Los tres hombres estaban mirando el coche, mirándolo como si les diera pena. Bueno, desde luego, tenía mal aspecto. Era un coche viejo, aunque estaba muy bien pintado y la parte trasera parecía en perfecto estado. Sin embargo, a ella le preocupaba más el conductor y el daño que se había hecho que el vehículo. Por amor de Dios, sólo era un coche. Y el hombre todavía estaba sangrando. Se notaba, porque al pasarse la mano por la frente, la veía brotar de nuevo.

Volvió con resolución hacia el coche.

—¿No creéis que deberíais estar atendiéndolo a él? —les dijo señalando al hombre herido.

El pelo se le estaba llenando de copos de nieve. Entonces, volvió a fijarse en aquellas pestañas largas y espesas, demasiado bonitas para un hombre. El color de sus ojos era azul metálico. Hasta aquel momento, nunca había sabido lo que significaba aquello.

Ahora lo sabía muy bien. Muy... muy bien.

Hizo un esfuerzo por calmarse y dio un paso hacia atrás, entonces, volvió a perder el equilibrio; pero antes de que llegara al suelo, él la agarró.

—¿No eres muy cuidadosa, verdad? —observó él.

En lugar de caer hacia atrás, acabó encima del hombre. ¡Y menudo hombre!

Su imaginación echó a volar y se encontró preguntándose si su cuerpo sería tan fornido como aparentaba.

Pisó con firmeza obligándose a enderezarse. Los hombres como él no se fijaban en las mujeres como ella, especialmente en una mujer que le había enviado contra un tronco.

—Yo no iba rápido —señaló él de nuevo. Ella se sintió mal porque en realidad no sabía si el hombre iba deprisa o no. Había estado tan concentrada en sus hermanos y en lo pesados que se ponían con su inexistente vida amorosa, que había salido del cruce sin mirar si venía alguien.

Shane, Palmer y Noah seguían mirando el coche.

—Mmm... quizá no os hayáis dado cuenta, pero todavía está sangrando —dijo ella señalando hacia él. Entonces, se dio cuenta de las huellas que había dejado en su abrigo. Huellas de sangre.

Él también se dio cuenta y se disculpó.

—Perdone.

Ella dejó escapar un suspiro y se giró. Escaló hacia la carretera y volvió a la ambulancia para abrir la puerta de atrás. Del interior sacó una caja de gasas y se limpió las manos. Después tomó un puñado de paquetes y volvió hacia donde estaba el hombre.

Notó que le empezaban a doler las piernas de tanto subir y bajar. Abrió uno de los envoltorios y sacó las gasas para limpiarle la frente al hombre.

Él se quejó y le quitó la mano.

—¿Qué está haciendo?

—Estoy intentando ayudarlo —le recordó ella. Pero si el hombre no quería ayuda pues lo que él quisiera. A ella no le gustaba meter la nariz donde nadie la llamaba. A diferencia de algunas personas que conocía muy bien y cuyo nombre no iba decir. Le dio las gasas a él y le dio un codazo Palmer.

—Tengo cosas que hacer.

—Espera un momento —Shane la agarró del brazo—. Hay que hacer un informe sobre el accidente.

Pues claro. ¡Qué tonta! Sintió que se ponía colorada y deseó que el hombre no se diera cuenta. Miró hacia él rápidamente y notó que la estaba mirando.

—Bueno. Pero, ¿podemos hacerlo en otro sitio? quizá nos hayáis dado cuenta, pero hace un poco de frío —de su boca salía vaho mientras hablaba. Desde el día de Año Nuevo, hacía una semana, no había dejado de nevar.

Sintió alivio cuando su hermano asintió.

Shane le dijo que esperara dentro del coche y ella le obedeció. Inmediatamente, sintió el calor que salía por las rejillas y puso las manos delante de la calefacción.

El informe era lo más normal; no tenía por qué preocuparse. Lo peor que podía pasar era que le subieran las tasas del seguro

Otra vez.

Se volvió a frotar las manos y se llevó los dedos a la boca para calentarlos con su aliento. Le encantaba vivir en Lucius, Montana. Pero tenía que reconocer que los inviernos eran muy duros y en muchas ocasiones había deseado estar en cualquier otro sitio. Si cerraba los ojos, casi podía sentir el calor de los rayos de sol en la cara.

—Pásame ésa libreta.

Abrió los ojos y vio a su hermano en la puerta, señalando hacia la guantera.

Ella hizo lo que él le pedía. Detrás de él, vio que el conductor herido estaba en la ambulancia y que Palmer lo estaba examinando. Mientras tanto, Noah hablaba por el teléfono.

—Odio el papeleo —murmuró ella, mirando a su hermano.

Él dejó escapar un gruñido.

—Alégrate de que ninguno hayáis resultado herido. En ese caso, habría habido mucho más.

—Me alegro, me alegro —dijo ella que no habría podido vivir si le hubiera hecho daño a alguien. Sin embargo, no le apetecía nada tener que poner su nombre en un montón de documentos legales. Eso lo había heredado de su madre.

—Shane...

—No te preocupes —la tranquilizó él.

Su hermano seguía con la puerta abierta y fuera hacía mucho frío. El conductor herido sólo llevaba una chaqueta de cuero; seguro que se estaba helando.

—¿Es que Palmer no puede darle una manta o algo?

Shane miró por encima del hombro.

—Me imagino que sí —respondió y volvió a mirar al informe que tenía en las manos—. Stu me contó que saliste corriendo.

—¿Qué quería?, ¿que me quedara a comer y a cenar con Wendell Pierce? Por favor, dadme un respiro.

Stu le había tendido una trampa. Le había hecho ir a su rancho para que le hiciera algo de comer, él tenía la mano izquierda escayolada, y sabía muy bien que ella era demasiado educada como para marcharse cuando llegara Wendell.

Volvió a mirar al Shane. El conductor estaba mirándola y ella sintió el impacto de su mirada a través de los metros que los separaban. Sintió que se le erizaba el vello.

Realmente aquella sensación era bastante extraña.

—Stu quiere que seas feliz y que sientes la cabeza.

—¿Igual que vosotros dos ? —se obligó a mirar a su hermano, levantando una ceja—. ¿Igual que Evie? —meneó la cabeza. Ninguno de sus hermanos estaba casado ni tampoco salía con nadie. Y su hermana, Evie..., bueno, Evie era otra historia—. Es realmente humillante que ninguno de mis hermanos crea que puedo encontrar un hombre por mí misma —dijo a media voz.

Aunque fuera verdad, no pensaba reconocerlo.

—Tienes veintisiete años —le dijo Shane—. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien? —preguntó mientras anotaba algo en la libreta—. ¿Con alguien que no sea Wendell?

Según ella, una comida no podía calificarse como una cita; sobre todo si había sido en casa de su hermano. Pero, claro, si no contaba aquello entonces... realmente se sentía patética.

A Wendell no le pasaba nada malo; pero tenían muy poco común y la atracción que sentía por él era nula.

—Quizá es que he estado muy ocupada. Cuidando a los niños de Evie. Ayudando a Stu en el taller. Ayudándote a ti en la comisaría... —eso cuando no estaba liada con sus propias ocupaciones en el Tiff, la pensión de la familia, o intentando sacar un poco de tiempo para hacer lo que a ella más le gustaba: escribir.

Shane no volvió a mirarla. Acabó de escribir y se alejó.

Ella volvió a mirar al conductor. Su expresión era indescifrable, pero podía sentir la tensión de su mandíbula. La reconocía muy bien porque la había visto durante mucho tiempo en la cara de Shane.

Dejó escapar un suspiro, tomó aliento y abrió la puerta de la camioneta.

—Siento lo de su coche —le dijo; aunque no sonó muy convincente—. ¿Lo tenía hace mucho tiempo?

—Bastante —su voz sonó bastante neutral, dadas las circunstancias.

—Indiana —murmuró ella mirando a la matrícula—. ¿Adónde iba?

—¿Por qué? —preguntó mirándola.

Ella se encogió de hombros y cruzó los brazos sobre el pecho.

—La mayoría de las personas que pasan por Lucius van de camino a otra parte. Lucius no es muy importante —aunque Lucius era un pueblo bastante grande. Tenía su propio hospital, sus escuelas y tres iglesias diferentes. También había bastantes restaurantes e incluso un multicine con cuatro salas—. Si necesita llamar, tengo móvil —él no llevaba anillo, pero eso no significaba nada.

¿Por qué se había fijado ella en eso? no tenía la menor idea. Además, ¿no se había pasado el día diciéndole a su hermano que no necesitaba un marido?

Él torció la boca y ella pensó que incluso parecía divertido. Casi.

—No, gracias.

Lo cual no significaba que no tuviera a alguien a quien llamar.

Ella cambió de posición y se metió las manos en los bolsillos.

—¿Le duele mucho la cabeza?

La grúa empezó a arrastrar el coche.

—No tanto como el coche —dijo él mirando hacia la grúa.

—¿Le va a llevar Palmer al hospital?

—No.

Ella estaba sorprendida.

—Palmer es un magnífico ATS. El mejor. Igual que Noah. Aunque debería ver a un médico.

—No estoy tan mal.

—¿Está seguro? pensé que con los golpes en la cabeza había que tener cuidado. ¿Y si tiene una contusión?

—Entonces, me moriré con ella.

No parecía una persona muy acostumbrada a que le hicieran tantas preguntas, así que ella se contuvo.

Shane había acabado ya con todos los trámites y caminó hacia ellos. Le entregó al hombre una hoja.

—Por favor, vaya rellenando esto. También tengo que ver su carné de conducir.

El hombre no agarró la hoja que le estaba ofreciendo.

—Podemos arreglar todo este asunto sin eso.

Shane levantó una ceja.

—¿Hay algún motivo por el que no quiera rellenar un parte de accidentes? —Shane sabía que su hermana detestaba los informes sobre accidentes y sabía sus motivos. Pero con aquel extraño no iba a ser tan comprensivo.

—Es sólo por el tiempo que lleva —dijo él—. Ninguno de los dos está herido y estamos de acuerdo en pagar los arreglos de nuestros propios coches.

Hadley lo miró sorprendida; la verdad era que ellos no habían llegado a ningún acuerdo.

—Mi hermana se echa encima de usted, ¿y está dispuesto a pagar los gastos de la reparación de su coche? —dijo Shane mirando al vehículo en cuestión.

—Es un Shelby del 68 —la expresión del conductor no cambió—. Iba demasiado rápido. Los dos somos culpables.

Shane dejó escapar un suspiro.

—Podría comprobar las huellas de la carretera; pero los dos sabemos que no iba deprisa. Entonces, ¿por qué tiene tanta prisa por ir a ninguna parte?

—Tengo cosas que hacer —el conductor parecía muy seguro de sí mismo y Hadley lo admiró por eso. Shane intimidaba bastante.

Si el hombre no quería reclamar nada, ella no tenía nada que decir al respecto. Después de todo, ella tampoco quería rellenar ningún informe.

Shane se paró a considerar la explicación del conductor.

—Bueno. Los papeles están en regla. Echemos un vistazo al carné.

La expresión del conductor no se inmutó.

—No los tengo aquí.

¡Dios santo! Hadley se miró las botas, tosiendo un poco.

—Bueno, eso sí es un problema, ¿verdad? —la voz de Shane sonó muy tranquila. Ella cerró los ojos. Shane nunca sonaba tan tranquilo, a menos que estuviera realmente enfadado.

El hombre no parecía un ladrón de coches; aunque ella no podría decir cómo era el aspecto de un ladrón de coches. Pero si hubiera tenido que describir a uno en una de sus historias, no lo habría pintado con el pelo castaño y los ojos de color azul intenso, y con una musculatura de primera clase. Ésa sería su descripción del héroe.

Se encontró con que lo estaba mirando fijamente. Y él también la estaba mirando a ella. Sintió que se le volvía a erizar la piel.

—Bueno, señor... —dijo Shane.

—Wood Tolliver —dijo el hombre con una mueca.

—Pues bien, señor Tolliver, me temo que tendrá que acompañarme a la comisaría.

¡Oh no!, pensó Hadley. El hombre más guapo que había visto su vida y su hermano se lo llevaba arrestado.

Capítulo 2

LlevÁrselo?

Dane estaba acostumbrado a conseguir lo que quería. Pero justo en aquel momento parecía que no iba a salirse con la suya. Por la expresión del sheriff, parecía que iba a tener que ir a la comisaría. Al final, no iba a poder conducir el coche que había comprado en una subasta para llevárselo a su amigo Wood cuando acabara su trabajo en Montana.

Además, aquella mujer, Hadley, era la mujer más guapa que había visto en mucho tiempo; aunque, por su aspecto, bien se podría decir que acababa de salir de la piel de un ratón.

Pero Dane Rutherford no era un ratón.

—Si va a llevarse mi coche, no hay nada que yo pueda hacer para evitarlo —le dijo al sheriff—. Pero quizá se dé cuenta de que su hermana saldrá ganando si cada uno se paga los arreglos de su propio coche —sacó una billetera llena de dinero.

Hadley contuvo la respiración.

La expresión del sheriff no cambió mucho, aunque había visto el dinero en la mano de Dane.

—Hadley —dijo sin mirarla—. ¿Todavía te funciona la camioneta?

—No lo sé.

—Inténtalo. Si funciona ve a la comisaría.

Ella apretó los labios. A pesar de que tenía la nariz roja por el frío, tenía una cara muy hermosa.

—Shane, vamos... no irás a...

—Vete.

Ella volvió a mirar a Dane, pidiéndole disculpas con la mirada.

—¡Hadley! —La voz del sheriff era toda una advertencia.

Ella tomó aliento y dio media vuelta en dirección a su camioneta decrépita. Sus caderas esbeltas se balanceaban por debajo de aquella chaqueta rosa que llevaba. Subió al vehículo y, después de varios intentos, logró arrancarlo. Al rato, desapareció tras la curva.

Cuando Shane volvió a mirar al sheriff, sabía que el hombre se había dado cuenta de dónde había estado mirando.

—Entonces, ¿va a sobornarme o a contarme qué está pasando aquí?

Hadley aparcó el coche delante del garaje de Stu. Recogió todas las cosas que todavía tenía esparcidas por el asiento y las volvió a meter dentro del bolso. Después se dirigió hacia la oficina que su hermano utilizaba cuando estaba en la ciudad trabajando en el garaje. Alguien podía pensar que era extraño que Stu fuera un ranchero y al mismo tiempo el único mecánico del pueblo. Personalmente, ella lo encontraba muy conveniente. Y sólo esperaba que él no tuviera el valor de intentar cobrarle la reparación ya que, si había tenido un accidente, había sido por su culpa.

La grúa con el descapotable estaba al lado de la puerta; entró sin atreverse a mirarla.

Era casi la hora de cerrar, pero Riva todavía estaba detrás del mostrador pintándose las uñas de color azul intenso. Ni siquiera levantó la vista cuando Hadley dejó las llaves encima del mostrador.

Riva debía tener unos setenta años, pero aún le gustaba ir a la moda.

—Parece ser que tienes un problema —observó la mujer—. ¿Contra qué te has dado? —la mujer se rió—. Tu hermano va a disfrutar trabajando en una pieza como ésa. Pero no van a pensar lo mismo los de tu seguro.

—En realidad, cada uno se va encargar de su coche —dijo Hadley, cruzando los dedos para que fuera así. A menos que el cabezota de su hermano no le hiciera al hombre cambiar de opinión.

Wood Tolliver. Ése no podía ser el nombre de un ladrón de coches. Sonaba demasiado pasado de moda y de mucho nivel. Incluso el aspecto del hombre era... tan...

—¿Te vas a quedar allí parada soñando todo el día? —la voz de Riva penetró los pensamientos de Hadley que se puso colorada—. He oído que te echaste encima de él justo al salir de la casa de Stu.

—Parece que las noticias vuelan —murmuró Hadley.

—¿Y por qué quiere él pagar el arreglo de su coche?

Hadley miró por encima del hombro hacia el coche que estaba fuera.

—Ese coche es más viejo que mi camioneta.

Riva meneó la cabeza.

—Cariño, para mí es un misterio cómo puedes tener un hermano que sepa tanto de coches y tú saber tan poco —guardó el pintauñas en el bolso—. Eso es un Shelby GT 500 descapotable del 68. El arreglo no será nada barato.

Hadley volvió a mirar hacia afuera. Un poco más abajo vio a Shane aparcando delante de la comisaría.

—¿Es muy caro? —su voz sonó demasiado débil para su gusto, pero no pudo hacer nada al respecto. Además, conocía a Riva desde que iba a la guardería.

—Piensa que sólo hay unos 500 o así.

¡Oh Dios! Hadley sintió que se le encogía el estómago. Así no le extrañaba que su hermano hubiera estado tan suspicaz con Wood.

—Shane quería que lo esperara en la comisaría; será mejor que me marche.

Riva levantó la cara y la miró.

—Entonces lo mejor será que te vayas.

Hadley sonrió. Al salir se fijó en el coche. De acuerdo, así que era un viejo coche muy sexy. Aunque, si no estuviera arrugado como un acordeón, quizá pudiera apreciarlo mejor.

Respiró hondo y se dio prisa. Dentro de una hora sería de noche y ella todavía tenía que hacer cosas en la pensión.

La campana que había encima de la puerta de Shane sonó cuando ella entró en la oficina. Carla Chapman, la secretaría de Shane, la saludó.