Un lugar junto a ti - Allison Leigh - E-Book
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Un lugar junto a ti E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

¿Cómo podrían aquellos dos enemigos convertirse en amantes de por vida? Cage Buchanan la odiaba. Quizá el orgulloso ranchero había contratado a Belle Day por pura desesperación, pero ella estaba empeñada en curar a su hija. Así que allí estaba, instalada en aquel rancho, intentando no enfrentarse a aquel hombre autoritario e increíblemente sexy. Cage tenía la soga al cuello. ¿Por qué si no iba a invitar a una Day a vivir bajo su mismo techo? Su hija, Lucy, era lo más importante para él, pero teniendo cerca a aquella atractiva terapeuta, resultaba muy difícil concentrarse en las tareas diarias...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Allison Lee Davidson

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un lugar junto a ti, n.º1574- abril 2017

Título original: Home on the Ranch

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-9359-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

No es ningún ogro».

Belle Day aumentó la velocidad de los limpiaparabrisas y agarró firmemente el volante de su todoterreno. Luego, se concentró en el camino desconocido para ella y lleno de barro y charcos.

Pero no eran el aguacero ni la ruta poco familiar en coche lo que la estaban poniendo histérica, sino la persona que la esperaba al final del camino.

«No es ningún ogro», se repitió a sí misma en voz alta. Sólo hablaba en voz alta cuando estaba nerviosa.

El coche derrapó y Belle sujetó fuertemente el volante, que parecía írsele de las manos. Inspiró profundamente y pensó en detenerse en el arcén unos instantes, pero descartó la idea. Cuanto antes llegara al rancho Lazy-B, antes podría marcharse de allí.

«No es un pensamiento muy positivo, Belle. ¿Por qué has accedido a esto?», se preguntó. Era por Lucy, porque quería ayudar a aquella niña. Su deseo de ayudarla era tan fuerte que incluso estaba dispuesta a soportar a su padre, Cage Buchanan, «que no era ningún ogro». Sólo porque la anterior fisioterapeuta se hubiera marchado alegando que era un hombre insoportable, no significaba que a ella fuera a pasarle lo mismo.

«Sabes que Lucy no es la única razón», se dijo, pero prefirió ignorarlo. Junto al camino apareció un árbol que Cage le había indicado como señal. Estaba llegando al rancho.

La lluvia caía con fuerza, empapando la tierra después de semanas de calor y sequía. Quizás era una señal prometedora para su primer día en aquel trabajo.

Llegó frente a la puerta del rancho. Estaba cerrada. Belle la observó un momento. Claramente, no iba a abrirse por arte de magia.

Dejó escapar un suspiro y salió del coche. La lluvia caía con fuerza, y estuvo a punto de escurrirse sobre el barro. Para cuando logró abrir la puerta, estaba empapada. Se metió en el coche, entró en el rancho y volvió a bajarse para cerrar la puerta. Giró la vista hacia la casa de Cage Buchanan.

Era bastante impresionante: pequeña, sencilla y con un porche en la parte delantera. Tenía aspecto sólido, robusto.

Belle se subió al coche y aparcó delante del porche. La puerta de la casa estaba abierta, aunque una pantalla de madera impedía ver el interior.

Ella sacó su maleta del coche y subió los escalones, que estaban parcialmente cubiertos por una rampa para silla de ruedas. Un perro golden retriever empapado acudió a saludarla tranquilamente.

—¿Eres el perro guardián? —le preguntó Belle, permitiéndole que la oliera mientras ella se quitaba el barro de las suelas de sus zapatillas de deporte con el borde de uno de los escalones.

Una vez bajo la protección del porche, Belle se apartó el pelo de la cara y se lo sujetó detrás de las orejas. Para un día que no se había hecho coleta… No podía tener un aspecto más patético.

Llamó a la puerta que hacía de pantalla, intentando contener los escalofríos. Pero, aunque estaba empapada, no tenía frío. Los escalofríos eran de nervios, y no le gustaba esa sensación.

—¡Señorita Day! —exclamó alegremente una voz de niña, y a continuación apareció Lucy en su silla de ruedas—. La puerta está abierta. Será mejor que deje a Strudel fuera.

—¿Strudel, eh? —dijo Belle, mirando compasivamente al perro empapado—. Lo siento, colega.

Entró en la casa, intentando ignorar los gemidos lastimeros del animal, y dejó la maleta en el suelo. Echó un rápido vistazo a la casa. Muebles pasados de moda, un piano de pared que parecía salido de un anticuario y un televisor también antiguo. Estaba limpia pero no muy ordenada. Y en el suelo no había ni una alfombra. Ni una triste alfombra que absorbiera el charco de agua que se estaba formando a sus pies.

Belle miró a la niña que era la razón de su viaje.

—Te ha crecido el pelo —comentó.

Estaba demasiado delgada y demasiado pálida. Pero sus ojos azules y su pelo rubio brillaban.

—Por lo menos el mío está seco. Ven. Te daré unas toallas —respondió la chica, haciendo girar la silla de ruedas con movimientos expertos.

Belle la siguió. Sus zapatillas de deporte hacían ruido con cada pisada. Pasaron junto a la cocina. Estaba vacía, no tenía más que unos pocos platos en el fregadero. Parecía antigua, pero bien conservada.

Lucy se detuvo casi al final del pasillo y alargó la mano.

—Ésta es mi habitación. Solía ser de papá, pero me la cambió porque está en la planta baja —le informó, y sonrió traviesa—. Ahora tengo mi propio cuarto de baño.

Belle giró la vista hacia las escaleras.

—¿Y tu antigua habitación estaba en la planta de arriba?

—Sí, y el baño era común. Arriba hay una habitación vacía, no vas a tener que dormir en el sofá ni nada de eso.

Belle sonrió.

—Lo sé, tu padre me dijo que tendría mi propio cuarto —contestó, esperando que las habitaciones de la planta superior no estuvieran una junto a la otra.

Entró en el dormitorio de Lucy. Quizás lo tuviera temporalmente asignado, pero parecía que siempre había sido el cuarto de una niña de doce años. Todo era de color rosa. Cage incluso había pintado las paredes de ese color.

Sin revelar sus pensamientos, Belle sonrió a Lucy y entró en su cuarto de baño en busca de las toallas. Mientras se secaba el pelo con una, escuchó el movimiento de la silla de ruedas de Lucy.

—¿Está tu padre por aquí?

No podría evitarlo por mucho tiempo, después de todo. Él la había contratado porque su hija, lesionada por la caída de un caballo varios meses antes, necesitaba tanto rehabilitación física como mantenerse al día con las lecciones del colegio que estaba perdiéndose por el accidente.

Lucy no le respondió, y Belle se irguió, con la toalla sobre los hombros, y se giró.

—¿Lucy? ¡Oh!

Un metro ochenta y cinco de puro músculo estaba delante de ella, rematados por unos rasgos marcados, un pelo rubio bronce casi cortado al cero y unos ojos azules que quitaban el sentido.

—Supongo que es usted —dijo Belle, con una ligera sonrisa que él no le devolvió, cosa que no le sorprendió.

Él la había contratado porque estaba desesperado, y ambos lo sabían. Sabían que él la detestaba.

—Ha venido conduciendo hasta aquí con esta lluvia.

Belle se obligó a mantener la sonrisa.

—Eso parece —dijo, mirando por encima del hombro de él hacia Lucy—. Cuanto antes empecemos, mejor, ¿verdad, Lucy?

Por primera vez, Belle vio cómo se nublaba la expresión de la niña, que frunció los labios y apartó la vista.

Así que los rumores eran ciertos. A Lucy no le gustaba hacer rehabilitación.

Belle fijó la mirada en Cage. Sabía que había vivido en aquel rancho toda su vida, y aun así se habían visto muy pocas veces.

Y ninguna había sido agradable.

Habían hablado por primera vez antes del accidente de Lucy. Su clase iba a hacer un viaje de estudios a Chicago y ella era la única de su clase que no tenía permiso para participar. En aquel momento, Belle, que era la trabajadora más reciente del colegio, había sido asignada para acompañar a los niños y había creído, ingenuamente, que podía lograr hacer cambiar de opinión a Cage Buchanan.

Pero se había equivocado. Él la había acusado de entrometerse en su vida y le había recomendado que se metiera en sus propios asuntos.

No había sido nada agradable.

¿Y ella había aprendido la lección? ¿Había renunciado a aportar algo a aquella familia, de alguna forma? No.

Lo que se añadía a su mezcla de sentimientos hacia Cage Buchanan. Unos sentimientos que existían mucho antes de que ella se trasladara a Weaver, con su vida hecha pedazos, seis meses antes.

—¿Ha traído equipaje?

—Lo he dejado a la entrada —respondió ella.

Él inclinó la cabeza levemente y paseó su mirada impasible por la figura empapada de ella.

—Se la subiré.

—Puedo hacerlo yo…

Pero él se había girado y se alejaba sin hacer ruido, a pesar de calzar botas de vaquero.

Belle miró a Lucy y sonrió sinceramente. Le caía bien desde el día en que se habían conocido, hacía seis meses, cuando Belle había sustituido a su profesora de Educación Física. Y no iba a permitir que sus sentimientos hacia aquella adorable pequeña se vieran empañados por sucesos del pasado. Hizo un gesto hacia una pared llena de trofeos.

—Vaya, tienes muchos premios ahí. ¿De qué son?

—Éste, de la feria del condado, del campeonato de cross a caballo. Y éste del concurso de talentos del año pasado —dijo Lucy, señalando un trofeo dorado.

Belle se acercó.

—¡Primer puesto! No me sorprende.

En aquella época, Belle aún estaba en Cheyenne, sin ningún plan de trasladarse a Weaver más que para visitar a su familia. Entonces sus planes eran organizar su boda y lograr antigüedad en la clínica.

Sólo pedía eso.

—Éste año no podré participar, eso es seguro —comentó la pequeña.

—¿Lo dices porque de momento no puedes bailar? Bueno, podrías cantar —le sugirió Belle, ignorando su resoplido—. O tocar el piano. Una vez me dijiste que recibías clases, ¿ya no sigues?

Lucy se encogió de hombros, unos hombros extremadamente delgados. Todo en ella representaba el concepto de «delicado», pero Belle sabía que por dentro la pequeña era fuerte.

—Sí, aún recibo clases. Pero eso no importa. Si no puedo bailar, no quiero participar en el concurso. De todas formas es una estupidez, son sólo un montón de críos haciendo el tonto.

—A mí no me parece ninguna estupidez —replicó Belle con calma—. Podemos concentrarnos en el del año que viene.

Se acercó a Lucy y le tocó la rodilla.

—No estés tan triste, preciosa. Las personas podemos hacer cosas increíbles cuando realmente nos lo proponemos. Recuerda que yo te he visto en acción. Y creo que eres maravillosa.

—Señorita Day…

Belle se giró ligeramente. Cage Buchanan estaba en la puerta. Con esfuerzo, ella logró mantener la sonrisa.

—Será mejor que me tutee y me llame Belle —sugirió alegremente—. Hacedlo los dos. O si no, creeré que no estáis hablando conmigo.

—En el colegio la llaman señorita Day —replicó él suavemente.

—Pero no estamos en el colegio, Cage —respondió ella, tuteándolo deliberadamente.

Sabía perfectamente por qué él daba tanta importancia a su apellido.

Ella era una Day. Y él odiaba a la familia Day.

—Necesito que me dediques unos minutos de tu tiempo. Luego podrás… instalarte —le pidió él, con una mirada impenetrable.

Belle deseó haberse imaginado el momento de duda antes de la palabra «instalarse». A pesar de todo, no estaba preparada para ser despedida antes de haber tenido al menos una sesión con Lucy. Por un lado, deseaba fervientemente ayudar a la niña. Por otro, su ego aún no se había recuperado de su último fracaso profesional.

Era consciente de que Lucy la miraba preocupada. Y ella no quería por nada del mundo que se preocupara. No era problema de Lucy el que ella tuviera un pequeño… problema con su padre.

—Claro —dijo, poniéndose en pie con la toalla en la mano—. Luego me pondré ropa seca y tú y yo podremos empezar —dijo, girándose hacia Lucy.

La niña no dio grandes muestras de alegría, pero asintió y a ella le resultó suficiente.

Cage no hizo ademán de moverse de la puerta, así que Belle pasó junto a él para salir de la habitación. Era alto, robusto, y ella ni lo rozó, pero un escalofrío le recorrió la espalda.

Malditos nervios.

—A la cocina —señaló él.

«Ogro», pensó ella, pero se reprendió al instante. Él, igual que ella, no era más que la víctima de las circunstancias. Había pintado las paredes de la habitación de color rosa para complacer a Lucy, ¿acaso los ogros hacían algo así?

—Siéntate —le indicó él cuando llegaron a la cocina.

Belle se sentó en una silla y colocó las manos sobre la mesa, expectante. Si iba a despedirla, no pensaba ayudarle a empezar a hablar. Ya había tenido suficientes fracasos últimamente.

Pero se dio cuenta muy pronto de que, a la hora de sostener la mirada, él era un experto y ella no. Así que dejó escapar un suspiro, enarcó las cejas y preguntó con calma:

—¿Y bien?

«Es una entrometida», pensó Cage. «Una entrometida, con aires de superioridad e, incluso empapada, demasiado turbadora para que yo pueda estar tranquilo».

Pero lo más molesto era que lograba que se sintiera fuera de lugar. Detestaba esa sensación, pero era justo como se estaba sintiendo en su propia cocina, delante de aquella mujer delgada y empapada sentada a la mesa que le había visto crecer a él desde bebé. Y él era el único culpable de que ella estuviera allí.

Cage se sentó a horcajadas sobre una silla y fijó la vista en la carpeta que había sobre la mesa. Aquel asunto tenía que ver con su hija, por quien haría cualquier cosa, incluso soportar a una Day.

Si al menos ella no fuera tan turbadora… Cage deseaba sentirse igual que la primera vez que se habían visto.

—Son los informes de los médicos —anunció, alargándole un montón de papeles—. Y las notas de las dos últimas fisioterapeutas.

Dos fisioterapeutas, dos fracasos. Cage estaba empezando a perder la paciencia y lo había admitido ante Belle cuando la había contratado, desesperado. Además, su dinero también empezaba a agotarse, pero eso no tenía intención de admitirlo ante ella.

Observó a Belle estudiar los informes mientras él se masajeaba las sienes. Llevaba meses con dolor de cabeza.

—Éste es el programa de ejercicios preparado por la última terapeuta, Annette Barrone, ¿no? —preguntó ella, tendiéndole un papel.

—Así es.

Belle sacudió ligeramente la cabeza y continuó leyéndolo.

—Es bastante suave.

—Lucy sólo tiene doce años.

Belle clavó la vista en él y luego la apartó. Cage se preguntó si pensaba lo mismo que él: que Annette había tenido más interés en conseguir acostarse con él que en que su hija dejara la silla de ruedas. Pero Belle no hizo ningún comentario al respecto.

—Lucy no es una niña normal —murmuró ella, en cambio—. Tiene una enorme preparación física: sus lecciones de ballet, montar a caballo, deportes en el colegio… Sólo tiene doce años, pero es una atleta, y su rehabilitación debería tener eso en cuenta si queremos que se recupere del todo. Porque eso es lo que queréis, ¿no?

Su mirada estaba fija en los ojos de él. Él se la sostuvo.

—Por eso estás aquí.

Belle pareció ligeramente incómoda.

—Eso es. Por supuesto. No buscarías fisioterapeutas que estuvieran dispuestos a vivir en tu rancho sólo para divertirte. Lo que quiero decir es que podrías llevarla al pueblo para las sesiones algunas veces a la semana. Ella incluso podría tener la tutoría de las clases en el pueblo. A sus profesores les gustaría que se reenganchara al curso en otoño. Además, llevarla al pueblo te saldría más barato —comentó ella con una leve sonrisa—. Podrías elegir terapeuta en el hospital de Weaver. No es el más avanzado tecnológicamente, pero es nuevo y tiene lo básico…

—Ya me preocuparé yo por el dinero —le interrumpió él, haciendo que su sonrisa se desvaneciera—. Se supone que tú eres buena en lo tuyo, ¿no?

Ella lo miró tensa.

—Voy a ayudar a Lucy.

No era exactamente una respuesta, pero Cage no iba a admitir ante ella que estaba a punto de perder las dos cosas que más le importaban en el mundo: Lucy y el rancho. Le gustara o no, necesitaba a Belle Day. Sólo esperaba que su padre no estuviera revolviéndose en la tumba porque aquella mujer estuviera viviendo en la casa que había pertenecido a la familia Buchanan durante muchas generaciones.

Se puso en pie, incapaz de continuar sentado más tiempo.

—Diseña el programa que creas más conveniente. Tus cosas están en el piso de arriba, en la habitación del final del pasillo. Ponte ropa seca. Yo tengo trabajo que hacer.

E, ignorando el ademán de ella de ir a decir algo, salió de la habitación con grandes zancadas.

No tenían por qué caerse bien el uno al otro. Lo único que a él le importaba era que ayudara a Lucy y demostrara que él podía dar a su hija lo mejor. Cuanto antes hiciera ella su trabajo y sacara de allí su cuerpo sexy y perturbador, mejor.

Capítulo 2

 

Belle y Lucy cenaron solas aquella noche. Cage había aparecido un momento para decirle a la niña que preparara algún plato congelado y que no le esperaran para cenar. Belle había advertido que la tristeza empañaba fugazmente la mirada de la pequeña, aunque ella la hizo desaparecer rápidamente sin que su padre se diera cuenta de su frustración. Y eso se le quedó grabado a Belle incluso después de que Lucy se fuera a dormir.

Se le quedó grabado con tanta fuerza que, en lugar de encerrarse en su habitación para evitar encontrarse con Cage, se quedó por el salón, sabedora de que más tarde o más temprano él tendría que atravesarlo para subir a su dormitorio.

Pero, o Cage intentaba evitarla a toda costa, o tenía más trabajo del que parecía. A Belle se le empezaron a cerrar los ojos de agotamiento, así que se dio por vencida y decidió retirarse a su habitación. De camino, pasó junto a la habitación que era de Lucy antes del accidente. Se detuvo y la contempló desde la puerta. Las paredes estaban pintadas de color rosa. Belle decidió que aquello era una buena señal, que Cage no las había vuelto a pintar como si Lucy nunca fuera a regresar a aquel cuarto. Mucha gente hacía rehabilitación sin la convicción de que iban a recuperarse.

—¿Ves algo interesante?

Belle dio un respingo y se giró. Cage estaba terminando de subir las escaleras. Parecía tan exhausto como se sentía Belle.

—Rosa —dijo ella, sintiéndose como una estúpida.

—¿Cómo? —preguntó él, arrugando la frente.

—Las paredes —aclaró ella, haciendo un gesto—. Son de color rosa. Acabo de darme cuenta.

—A Lucy le gusta el rosa —respondió él, sin mirarla—. Es una chica.

—A mi hermana le gusta el rosa —dijo Belle, pensando que era una conversación estúpida.

—¿Y a ti? ¿Te gusta el rosa?

—No. Bueno, el rosa es bonito, pero yo soy más de rojo.

Él sonrió levemente.

—Es un rosa sin diluir —dijo, acercándose a ella—. He visto que has preparado pizza.

A Belle le sorprendió el cambio brusco en la conversación.

—Pizza vegetariana. Queda algo en la nevera.

—Lo sé. No te pago para que cocines.

Ese comentario descolocó a Belle durante unos instantes, pero se recuperó enseguida. Era evidente que en aquella casa no les iría mal un poco de ayuda.

—No me ha importado, y a Lucy…

—A mí sí me importa.

Belle se puso tensa. ¿Esperaba él que ella le asegurara que no iba a volver a hacerlo?

—¿Qué es lo que te importa, el tema de la pizza, el que Lucy no quisiera comerse los restos de asado que le habías dicho que comiera, o el hecho de que yo haya usado tu cocina? ¿Hay alguna otra regla que deba conocer?

Cage no pareció captar la ironía.

—No te acerques a los establos.

—¿Temes que les haga algo a tus caballos? ¿Cómo se te ocurrió contratarme a mí para este trabajo?

—El caballo que tiró a Lucy está en el establo. No quiero que ella tenga la tentación de ir. Si tú lo haces, ella querrá también. Y lo único que mi hija necesita de ti es tu experiencia.

—Por tu forma de decirlo, pareces dudar de que la tenga. En serio, no entiendo por qué insististe en que aceptara tratar a Lucy.

El pasillo pareció encogerse. O tal vez era que su enfado era cada vez mayor.

—Tienes buenas referencias.

—Pero el pedigrí equivocado —replicó ella, y su afirmación quedó flotando en el aire.

El rostro anguloso de Cage se afiló aún más.

—¿Estás cómoda en tu habitación?

—Se está bien —respondió ella.

Lo miró y se preguntó cómo aquel hombre a quien apenas conocía había pasado a ser parte de su vida.

—Cage, antes o después tendremos que hablar de ello —dijo Belle—. Lo que sucedió fue una tragedia, pero sucedió hace mucho tiempo ya.

La expresión pétrea de Cage cobró vida de pronto, con tanta fiereza que Belle dio un paso atrás, golpeándose con la pared a su espalda.

—¿Hace mucho tiempo? —repitió él con voz gélida—. Se lo comentaré a mi madre la próxima vez que vaya a verla. Por supuesto, seguramente a ella no le importará, ya que apenas recuerda lo que sucede de un momento para otro.

Belle sintió que el estómago se le encogía. No de miedo, sino de empatía y sentimiento de culpa. Sabía que él nunca aceptaría esos sentimientos, que pensaba que ella era la hija de un demonio.

Belle entrelazó las manos. Sabía a lo que se exponía cuando había aceptado el trabajo, ¿no?

—Esto es una mala idea. No debería haber aceptado instalarme aquí. Deberías… deberías llevarla a Weaver, la trataré allí.

Tenía algunos contactos que podían ayudarla a conseguir la sala de rehabilitación.

—Quiero que estés aquí, ya te lo he dicho otras veces.

Belle se apartó el pelo de la cara.

—Cage, no tiene sentido. Sé que hay un largo camino hasta el pueblo, pero…

—Mi hija tendrá los mejores cuidados. Si eso te parece exagerado, me da igual. Y ahora dime, ¿vamos a tener esta… discusión cada día? Porque me gustaría que tu presencia aquí fuera más productiva. Para eso te pago.

Belle se mordió la lengua para evitar decirle dónde podía meterse su dinero. Un dinero que ambos sabían que era menos de lo que ella solía cobrar normalmente.

—A mí también me gusta aprovechar el tiempo —replicó ella con sinceridad—. No tengo ningún deseo de estar más tiempo del necesario en este lugar.

—Bueno, al menos en una cosa estamos de acuerdo.

Belle se agarró las manos con más fuerza, casi clavándose las uñas, para contenerse.

—Hay otra cosa en la que será mejor que también estemos de acuerdo —dijo, en voz baja para no despertar a la pequeña—. A Lucy no le favorece el nerviosismo adicional de saber que me detestas, así que a lo mejor podías contenerte. No digo que seamos amigos, es pedir demasiado. Pero si Lucy percibe que no confías en que soy la mejor para ayudarla, ella tampoco va a creerlo, independientemente de lo bien que nos lleváramos cuando le daba clase de Educación Física.

—No necesito que me digas lo que mi hija necesita. He sido padre soltero desde que ella nació.

—Y es sorprendente que ella haya salido tan equilibrada —dijo Belle, encogiéndose por dentro ante la crudeza de sus propias palabras—. Lo siento, eso ha sido…

—La pura verdad —le interrumpió él, sin aspecto de estar ofendido—. Ella es increíble.

Un tenso silencio se instaló entre los dos. Belle se preguntó si no se habría equivocado al aceptar el trabajo, no porque no tuviera la preparación necesaria, sino por lo que rodeaba a Lucy.

Seguramente. Suspiró.

—Lucy es una niña extraordinaria, Cage. Y quiero ayudarla.

Ésa era la única razón por la que ella estaba allí. Bueno, casi la única.

Cage apretó la mandíbula y desvió la mirada.

—Si no lo creyera así, no estarías aquí.

Parecía la mayor concesión que él estaba dispuesto a hacerle. Al menos por el momento. Afortunadamente, la experiencia le había enseñado a Belle que una retirada a tiempo no significaba fracasar.

—Bueno, me voy a la cama.