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En la narrativa mexicana, Amado Nervo adelanta muchas de las grandes preocupaciones de la modernidad. Con El donador de almas (1899), el deseo toma otro cariz. Desde el punto de vista de su composición, esta novela corta es sumamente original. Tenemos, primero, un narrador externo que presenta dos personajes: un médico y un teósofo poeta; son dos amigos, Andrés y Rafael. Llevan una relación extraordinariamente estrecha que apreciamos, desde el principio, por su gran atracción erótica y su enorme afecto. “Todo hombre necesita un hombre”, se dice en un diálogo, y la respuesta del otro protagonista es: “Y a veces una mujer”. El que sostiene lo primero es el teósofo; el médico responde: “Tú fuiste mi hombre”. Después, el teósofo justifica lo que le debe al otro: tiene veinticinco años, es cinco menor que el médico, y se revela como una persona que lo idolatra y lo ama de una manera muy especial.
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Amado Nervo
EL DONADOR DE ALMAS
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 978-88-3295-869-0
Greenbooks editore
Edición digital
Junio 2020
www.greenbooks-editore.com
EL DONADOR DE ALMAS
El doctor abrió su diario, recorrió las páginas escritas, con mirada negligente: llegó a la última, sobre la cual su atenció n se posó un poco más, como queriendo coger el postrer eslabón a que debe soldarse uno, nuevo, y en seguida tomó la pluma.
En el gabinete se oía el silencio, un silencio dominical, un silencio de ciudad luterana en día de fiesta.
México se desbandaba hacia la Reforma, hacia los teatros, hacia los pueblecillos del Valle; y en Medinas todo era paz, una paz de calle aristocrática, turbada con raros intervalos por el monofónico rodar de un coche o por la bocanada de aire que arrojaba, indistinto y melancó lico, a los hogares, un eco de banda lejana, un motivo de Carmen o de Aída.
El doctor --decíamos-- tomó la pluma y escribió lo siguiente, a continuación de la última nota de su diario:
Domingo 14 de Julio de 1886.
"Estoy triste y un poco soñador. Tengo la melancolía del atardecer dominical. La misma total ausencia de afectos... ¡Ni un afecto! ...
Mi gato, ese amigo taciturno de los célibes, me hastía. Mi cocinera ya no inventa, y encalvece sobre sus guisos; los libros me fatigan: ¡siempre la misma canción! ¡Un horizonte más o menos estrecho de casos! Sintomatologías adivinables, diagnósticos vagos, profilaxis... ¡Nada! Solo séque no sé nada. Sabiamente afirma Newton que los conocimientos del hombre con relación a lo ignorado son como un grano de a rena con relación al Océano.
"Y yo sé mucho menos que Nerwton supo. Sé, sobre todo, que no soy feliz... Vamos a ver: ¿qué deseo?, porque esto es lo esencial en la vida; saber lo que deseamos, determinarlo con precisión... ¿Deseo acaso tener un deseo como el viejo de los Goncourt? ¡No! Ese viejo, según ellos, era laVejez, y yo soy un viejo de treinta años. ¿Deseo por ventura dinero? El dinero es una perenne novia; pero yo lo tengo y puedo aumentarlo, y nadie desea aquello que tiene o puede tener con facilidad relativa. Deseo tal vez renombre... Eso es, renombre, un renombre que traspase las lindes de mi país... et quid inde?, como dicen los ergotistas, o á quoi bon?, como dicen los franceses. Recuerdo que a los dieciséis años de seé tener cien pesos par a comprarme un caballo.
Los tuve y compré un caballo, y vi que un caballo era muy poca cosa para volar; a los veinte deseé que una mujer guapa me quisiera, y advertí poco después que todas las mujeres guapas lo eran más que ella. A los veinticinco de seé viajar. World is wide!, repetía con el proverbio sajón, y viajé y me convencí de que el planeta es muy pequeño, y de que si México es un pobre accidente geográfico en el mundo, el mundo es un pobre accidente cósmico en el espacio...
“¿Qué deseo, pues hoy?
"Deseo tener un afecto diverso del de mi gato. Un alma diversa de la de mi cocinera, un alma que me quiera, un alma en la cual pueda imprimir mi sello, con la cual pueda dividir la enorme pesadumbre de mi yo inquieto... Un alma... ¡Mi reino por un alma!"
El doctor encendió un segundo cigarro -la sutil penetración del lector habrá adivinado, sin duda, que ya había encendido el primero- y empezó a fumar con desesperación, como para aprisionar en las vo lutas de humo azul a esa alma que sin duda aleteaba silenciosamente por los, ámbitos de la pieza.
La tarde caía en medio de ignívoma conflagración de colores, y una nube purpúrea proyectaba su rojo ardiente sobre la alfombra, a través de las vidrieras.
Chispeaban tristemente los instrumentos de cirugía, alineados sobre una gran mesa como los aparatos de un inquisidor. Los libros dormían en sus gavetas de car tón con epitafios de oro. Una mosca ilusa revoloteaba cerca de los vidrios e iba a chocar obstinadamente contra ellos, loca de desesperación ante aque lla resistente e incomprensible diafanidad.
De pronto, ¡tlin!, ¡tlin! el timbre del vestíbulo sonaba.
Doña Corpus, el ama de llaves del doctor -cincuenta años y veinticinco llaves- entró al estudio.
-Buscan al señor...
- ¿Quién?-bostezo de malhumorado-. ¿Quién es?
- El señor Esteves.
( Expresión de alegría. )
--- Que pase.