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El neuropsiquiatra Boris Cyrulnik es conocido sobre todo por promover el concepto de "resiliencia", o cómo renacer del sufrimiento. Escribió numerosos y exitosos libros que abordan el tratamiento de los niños traumatizados, movido por su propia experiencia como sobreviviente de la Ocupación durante la Segunda Guerra Mundial. El maltrato que sufren los niños remite a todas las agresiones físicas o psicológicas, golpes, vejaciones, privaciones, castigos y humillaciones que se infligen intencionadamente, pero también a formas de negligencia o indiferencia que dejan en ellos marcas sutiles y casi invisibles. ¿Cómo podemos prevenir la violencia contra los niños? ¿Por qué la angustia y el dolor de los niños maltratados no suscitan una preocupación colectiva y constante, no constituyen una causa política y social prioritaria? En esta conferencia presentada por Charlotte Casiraghi, Boris Cyrulnik aborda las diversas aristas de este problema elemental de la condición humana.
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Seitenzahl: 58
Veröffentlichungsjahr: 2025
Boris Cyrulnik
Infancia y violencia
Traducción: Leopoldo Kulesz
Imagen de tapa: Copyright (c) 2021 Stamat Vitalii/Shutterstock.
Título original: Enfance et violence
© Les Rencontres Philosophiques de Monaco
© 2025. Libros del Zorzal, SL
España
<www.delzorzal.com>
ISBN 979-13-879960-9-3
Depósito legal M-18827-2025
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.
Impreso en España / Printed in Spain
El presente diálogo tuvo lugar el 14 de febrero de 2018 en el Teatro Princesa Grace y fue organizado por Los Encuentros Filosóficos de Mónaco.
Índice
Prólogo | 8
Pensar la violencia | 21
Distinguir la violencia de la agresión | 24
Historia de la violencia | 26
Antes del nacimiento | 28
El bebé en un nicho sensorial | 35
“Se puede sufrir dos veces” | 40
¿Y el instinto maternal? | 46
Las violencias administrativas | 50
Un mundo de máquinas Entrevista con Charlotte Casiraghi | 53
La violencia irrumpe en cuanto el niño viene al mundo, tras abandonar su vida intrauterina y perder su unión umbilical. Desamparado, a veces expuesto a negligencias que amenazan su supervivencia, el recién nacido es presa inmediata de la angustia, de la que sólo una presencia amorosa puede liberarlo. Más adelante, cuando aprende a caminar y a hablar, se vuelve más autónomo y es capaz de crear sus propios sistemas de defensa. Sin embargo, seguirá necesitando que se lo contenga y se lo proteja.
No obstante, a veces las mismas personas que tienen el deber o la tarea de acompañar, asistir y fortalecer al niño, en realidad, dañan su integridad física y psicológica, a través de una violencia verbal o conductual que parece inexplicable (o que en cualquier caso el niño no puede explicar), que generalmente es incapaz de “integrar” y transformar a través de sus palabras y acciones, tanto que acaba haciéndola suya, volviéndola contra sí mismo o contra los demás.
De todas las formas de violencia, las ejercidas en los niños son sin duda las que más escandalizan, por cuanto niegan el propio proceso de “educación”, pero también son las que con más frecuencia se callan o se entierran en el secreto del círculo familiar. El maltrato que sufren los niños por parte de sus padres, parientes cercanos o de las personas que se supone que deben cuidarlos o formarlos remite a todas las agresiones físicas o psicológicas, golpes, vejaciones, privaciones, castigos y humillaciones que se infligen intencionadamente, pero también a formas de negligencia o indiferencia que dejan en el niño marcas sutiles y casi invisibles, fuente de un sufrimiento indecible, en lugar de moretones visibles. ¿Cómo podemos prevenir la violencia contra los niños? ¿Cómo evitar que se cree una predisposición a la violencia en el propio niño? ¿Por qué la angustia y el dolor de los niños maltratados no suscitan una “preocupación” colectiva y constante, no constituyen una “causa” política y social de primer orden?
Los Encuentros Filosóficos de Mónaco
Prólogo
La violencia se encuentra en todas las formas de la vida y en la propia naturaleza, como un poder ciego, donde no existe evidentemente ninguna intención de hacer el mal: así hablamos de un viento “violento”, porque altera otros cuerpos a su paso, desmiembra, desorganiza, transforma, desarraiga y destruye.
La violencia es una fuerza de desconexión y alteración que también forma parte de un proceso vital de desarrollo. La primera forma de violencia que experimenta un niño es sin duda la del nacimiento, cuando, como resultado de un proceso natural, es arrancado de su entorno líquido protector y se enfrenta a una ruptura con el cuerpo de su madre, con el que estaba en “simbiosis”. Si nos aseguramos de que el bebé encuentre inmediatamente el calor y el olor corporal de su madre, que lo acaricia y lo aprieta contra ella, si estamos atentos a sus percepciones sensoriales y si los cuidados maternos son suficientemente fiables y estables, el bebé tendrá la fuerza necesaria para integrar gradualmente su nueva vida. Un cambio brusco de temperatura, demasiada luz, movimientos repentinos y el menor descuido de las intensas necesidades de un bebé tienen un impacto tanto mayor cuanto que el bebé no tiene acceso al habla ni a los recursos físicos para protegerse. En esta fase temprana del desarrollo, la negligencia ya es violencia. Si se niega lo que era antes del nacimiento, un pequeño ser capaz de percepciones sensibles y, por tanto, de sentir, no podemos pensar en los cimientos necesarios sobre los que se inscribirán todas sus nuevas percepciones. Por lo tanto, existe un elemento de violencia que no procede de los adultos de los que depende, sino que es simplemente la violencia de la vida, de verse obligado a adaptarse a circunstancias externas que pueden perturbar más o menos su desarrollo y enfrentarlo a circunstancias dolorosas como la enfermedad, la muerte, un accidente o una larga estancia en el hospital. Nunca podremos proteger totalmente a los niños de los acontecimientos violentos, pero es responsabilidad de los adultos y de las estructuras que los rodean ayudarlos a contener lo que viven como violencia, dándoles acceso a recursos que les permitan comprender el significado, en función de su etapa de desarrollo. Reflexionar sobre la violencia y los niños significa comprender las etapas de su desarrollo y los cambios a los que se enfrentan desde la vida fetal hasta la infancia y, después, en cada etapa de la vida.
Otorgar importancia únicamente a las formas graves e intencionadas de violencia puede llevarnos a ignorar áreas enteras de sufrimiento que probablemente afecten la seguridad emocional y psicológica del niño. Por lo tanto, debemos distinguir entre actos intencionados y no intencionados para entender cómo resuenan en el psiquismo del niño.
Pero ¿qué ocurre con la violencia “intencionada”, la que tiene como objetivo causar dolor y lesiones a un niño? ¿Qué podemos decir de la cruel realidad de que los niños son las primeras víctimas de los malos tratos? ¿Se trata de violencia o bien de crueldad atacar a un ser frágil, cuyo caparazón puede desgarrarse con facilidad, alcanzarlo y herirlo en el alma y en la carne? ¿Qué placer puede haber en ver algo frágil romperse ante nuestros propios ojos?
Según un informe de unicef, tres cuartas partes de los niños del mundo de entre 2 y 4 años son víctimas de malos tratos o negligencias graves. Sólo en Francia, se calcula que mueren dos niños por día como consecuencia de la violencia física (según el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica), y es dentro del primer año de vida cuando se registra el mayor número de casos de homicidio. El 45 % de los franceses afirma sospechar de al menos un caso de malos tratos en su entorno familiar, y más de dos millones de franceses, según una encuesta de la consultora Ipsos, dicen haber sido víctimas de incesto. El 86 % de esta violencia se produce en el seno de la familia.
Nos conmueven los dramas, o nos horrorizan ciertas noticias, pero falta movilización ante la vida cotidiana de
