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Boris Cyrulnik

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Nacido en una familia judía, Boris Cyrulnik sufrió la muerte de sus padres en un campo de concentración nazi del que él logró huir cuando sólo tenía 6 años. Tras la guerra, deambuló por centros de acogida hasta acabar en una granja de la Beneficencia. Por suerte, unos vecinos le inculcaron el amor a la vida y a la literatura y pudo educarse y crecer superando su pasado. En este libro, Boris Cyrulnik evoca su infancia, su arresto, su fuga y sobre todo la desobediencia hacia los hombres y las ideas. En búsqueda de su pasado, el autor confronta sus recuerdos con la realidad de los lugares, con las palabras de las personas que estuvieron junto a él en aquellos momentos. Dejando atrás las simples circunstancias de una vida particular, el autor nos adentra en la exploración de los recuerdos más recónditos. Frente al horror, el espíritu se protege, nos protege de la locura. "Esta confesión le permite regresar y reflexionar sobre la naturaleza de la memoria traumática, un reflejo que pondrá a trabajar en su trabajo para superar el trauma y la resistencia después del "choque"". –Philippe Brenot, Le monde

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Me acuerdo...

Autobiografía de Boris Cyrulnik

SERIE: BIOGRAFÍAS, AUTOBIOGRAFÍASY TESTIMONIOS

Otros títulos de Boris Cyrulnik

Los patitos feos

La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida

Autobiografía de un espantapájaros

Testimonios de resliencia: un entorno de vida

Las almas heridas

Las huellas de la infancia, la necesidad del relato y los mecanismos de memoria

El murmullo de los fantasmas

Volver a la vida después del trauma

Escribí soles de noche

Literatura y resiliencia

Me acuerdo...

El exilio de la infancia

Título original francés: Je me souviens...

© L’Esprit du Temps, 2009

Traducción: Rosa Salleras

De la traducción del prólogo: Alfonso Díez

Diseño de cubierta: Editorial Gedisa

© Fotografías de cubierta: Ismael Llopis

Primera edición: abril de 2010

Primera edición en esta colección: junio de 2020

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avda. Tibidabo, 12, 3º

08022 Barcelona (España)

Tel. 93 253 09 04

[email protected]

http://www.gedisa.com

ISBN: 978-84-18193-17-0

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Imposible vivir de nuevo en esta ciudad; todas las calles están bloqueadas por mis penas de niño, y por los recuerdos de mis alegrías, peores que los de mis tristezas.

FRANÇOIS MAURIACBurdeos

Índice

Prólogo del autor a la nueva edición

El exilio de la infancia. Presentación de Philippe Brenot

Me acuerdo...

Pondaurat

La emoción sepultada

La detención

En la sinagoga

La negación de la resignación

Prólogo del autor a la nueva edición

¿Sería posible vivir sin memoria?

Permaneceríamos prisioneros del presente, como puros reflejos, sin representaciones posibles. Vivir en el instante no sería más que sobrevivir. ¿Cómo haríamos para dar sentido a los acontecimientos de nuestra existencia?

El problema es que la memoria sana es evolutiva y la memoria traumática está coagulada. Cuando al fin vivimos sin angustia, a menudo decimos: «Ya no veo las cosas como antes». Esto no significa que mintamos o cometamos errores. El cambio en la memoria demuestra nuestra evolución mental y social. Mientras que, en el síndrome psicotraumático, nada cambia: siempre es la misma imagen de horror la que se impone, todo lo que se percibe a lo largo del día evoca la desgracia pretérita, y estamos tan impregnados de este sufrimiento, que las imágenes de horror vuelven a nosotros durante la noche en forma de pesadillas repetidas. Es imposible amar, trabajar, jugar: la memoria de la desgracia nos inmoviliza y nos fuerza a repetir.

La construcción de esta memoria íntima depende asombrosamente de las reacciones respectivas de cada contexto afectivo y de los relatos colectivos.

La primera vez que oí la palabra «judío» fue en la noche de mi arresto por la Gestapo francesa y el ejército alemán, el 10 de enero de 1944. Tenía 6 años, mi familia ya había desaparecido y yo nunca había oído esa palabra. Designaba no sé qué que te condenaba a muerte. Pero bastaba con no pronunciarla para ser autorizado a vivir. Si los otros oían esa palabra, yo corría peligro de morir por ello. Para adaptarse a este medio verbal, por tanto, mi personalidad se partió en dos, escindida, como dicen los psicoanalistas.

Después de la Liberación, mucho tiempo después de la guerra, cuando llegué a decir en pocas palabras lo que me había ocurrido, los adultos se echaban a reír, todo aquello les parecía imposible. Para ponerse a reconstruir el país en ruinas, para luchar contra la desesperación del ejército francés, que había sido aplastado en 1940, y contra la vergüenza de haber colaborado con el nazismo, los relatos colectivos valorizaban la Resistencia armada y no querían oír hablar de la persecución de los judíos de Europa. Esta denegación protegía a los franceses y les permitía estar orgullosos de su enfrentamiento con el ejército alemán, pero impedían el testimonio de los supervivientes de la Shoah.

Una parte de mi personalidad se expresaba alegremente, aquella a la que la cultura aceptaba escuchar, mientras que otra padecía en secreto. Mi alma estaba partida en dos a causa de la denegación cultural que permitía a los franceses tener una buena autoestima. La memoria íntima de quienes han sufrido un trauma depende mucho de la estructura de los relatos del contexto cultural.

Hacia mediados de los años 80, hubo un viraje antropológico. Los relatos colectivos fueron modificados por los artistas, los novelistas, los cineastas y algunos hombres políticos. De repente, la cultura francesa se interesó por aquella tragedia increíble en la que seis millones de judíos habían sido asesinados en dos años. La eficacia de su asesinato fue posibilitada por la excelente organización de la administración, la tecnología de los trenes, de las cámaras de gas en Auschwitz y los batallones de hombres cultivados que peinaban extensas regiones, organizaban redadas y llenaban inmensas fosas comunes excavadas alrededor de los pueblos. Tal proeza tecnológica fue posible, en pleno hundimiento del nazismo, gracias a la organización administrativa y el silencio de las poblaciones.

España y Portugal no participaron en aquella masacre. Muchos judíos pudieron huir cruzando España sin ser denunciados para llegar hasta los puertos portugueses, desde donde zarpaban hacia los Estados Unidos y Argentina. En Francia, un 25% de los judíos fueron asesinados. La población protegió a la mayoría de los judíos e incluso hubo petainistas que ocultaron a niños y simpatizaron con los adultos perseguidos por el nazismo.

No fue así en Alemania, en Polonia, en Holanda, en Hungría, donde un 90% de los judíos fueron asesinados, aun cuando los ejércitos nazis estaban siendo derrotados.

Atravesé este periodo con 6-7 años, sobreviviendo gracias a la escisión de mi personalidad. Pero a partir de 1985, la cultura francesa cambió, se interesó por aquella masacre y quiso comprender sus motivos. Fue entonces cuando se me dio la palabra, cuarenta años más tarde.

El pequeño testimonio, la reflexión que encontrarán ustedes en este libro, describe sencillamente la ausencia de sentimiento de culpa en los nazis alemanes y franceses que cometían aquel crimen de masas y la inmensa generosidad de los Justos, los cristianos que, al proteger a los judíos, asumían riesgos enormes, tan sólo por no aceptar un crimen estereotipado.

Recuerdo una tentativa de asesinato legal por parte del gobierno de Vichy, que anticipaba con celo las órdenes alemanas. Recuerdo la amabilidad y el valor de los Justos, que no se sentían en absoluto heroicos. Me acuerdo de la Liberación, de los cuarenta años de silencio que se me impusieron.

Y de este modo espero haber contribuido a comprender un poco mejor aquella época loca de nuestras culturas. Porque comprender es recuperar una parte de Libertad.

El exilio de la infancia

Presentación de Philippe Brenot

En 1985, después de más de cuarenta años, Boris Cyrulnik regresa a Burdeos, la ciudad de su infancia. Igual que Mauriac, exiliado en París y que no regresó a Burdeos hasta que se jubiló a los ochenta años, puesto que, decía, todas las calles están «bloqueadas por mis penas de niño», Boris Cyrulnik efectúa este regreso «lúcido» a sí mismo con la intención de comprender mejor las estrategias de adaptación que lleva a cabo la memoria para que el pasado vuelva a ser accesible.