Juana de Asbaje - Amado Nervo - E-Book

Juana de Asbaje E-Book

Amado Nervo

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Beschreibung

Este ensayo biográfico, publicado en 1910, es un extenso estudio sobre la vida y obra de sor Juana Inés de la Cruz. En él, Amado Nervo transmite su admiración por la poetisa mexicana y simpatiza con su espiritualidad, su interés científico en la astronomía y sus inclinaciones estéticas.-

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Amado Nervo

Juana de Asbaje

(CONTRIBUCIÓN AL CENTENARIO DÉ LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO)

Saga

Juana de Asbaje

 

Copyright © 1910, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726679892

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Dedico este libro á las mujeres todas de mi país y de mi raza.

A. N.

En este libro casi nada es propio:

con ajenos pensares pienso y vibro,

y así, por no ser mío, y por acopio

de tantas excelencias que en él copio,

¿este libro es quizá mi mejor libro!

(Lalabras que sirvieron de exordio á la lectura de este libro, dada por el autor en la ”Union Jbero-Americana,, el 28 de Abzil de 1910.)

 

Señoras y Señores:

Empiezo dandoos las más rendidas gracias por vuestra asistencia.

He deseado que vinierais porque se trataba de exaltar y glorificar á una de las más extraordinarias mujeres que han pasado por nuestra raza, y mi primer galanteria para con ella (para con su ánima luminosa) debia ser congregarle un auditorio tan selecto y distinguido como vosotros.

Lo he logrado y estoy satisfecho.

AL LECTOR MEXICANO

Ahora que nos acercamos á la celebración del centenario de nuestra Independencia, está bien que pensemos en todos aquellos que con su mentalidad ingente ayudaron á formar el alma de la Patria é hicieron que se destacara poco á poco la individualidad de la misma 1 .

Y ¡cómo olvidaríamos cuando se trata de recordar entendimientos excelsos, el máximo de Sor Juana Inés de la Cruz!

Vivió ella en un tiempo en que las ideas de independencia no empezaban aún á germinar en las almas; su estado, además, la inclinaba por fuerza á acatar toda jerarquía, y á mayor abundamiento, sus mejores amigas fueron dos virreinas: la marquesa de Mancera, que la eligió para su dama de honor, siendo muy moza aún, y la condesa de Paredes, la Lysi de sus cálidos versos. Vano sería, por tanto, hurgar entre las líneas de sus escritos para sacar algún intento ó solapada idea de emancipación 2 .

Pero amaba aquella singular mujer con toda su alma á México; fué la luz y la poesía de la época colonial; hizo, con D. Juan Ruiz de Alarcón, que el nombre de la Nueva España sonase con coro de elogios en la Corte de los Austrias, y única en su género por la excelencia del pensamiento en una época y un país en que éste no solía ser flor femenina, merece (mientras en uno de nuestros grandes paseos se yergue el monumento soberbio que le debernos y que sin duda hemos de pagarle) culto de admiración de todas las almas.

En Dios y en mi ánima confieso que el libro mío, el libro de mis amores, el que por todos conceptos hubiese querido escribir, es uno sobre Sor Juana, erudito, ameno, hondo y amable. Pero no sé si habría sido yo capaz de esta empresa, ni he podido nunca tener á la mano la vastísima documentación necesaria para reconstruir día á día la vida de la gran monja jerónima, en el marco de su época.

Sin embargo, tal reconstrucción se encuentra quizás leyendo con reposo sus obras, en especial lo que de sí dijo ella, en prosa ó líricamente, y los innumerables versos enderezados á sus pensadas Lysi y Laura, ó sea las virreinas de México ya dichas.

Por lo mismo ruego á los desocupados que me sigan á través de las páginas apolilladas de un volumen encantador, que he de ir glosando: los tres tomos de las obras de la Décima Musa, así como en mis excursiones por la innumerables páginas, á ella, en innumerables libros, dedicadas.

I

Cómo vivió en el siglo.

y entre dos montes fué su primer lloro.

(verso anónimo)

El elocuente padre Calleja sintetiza así la vida de Sor Juana:

“Cuarenta y cuatro años, cinco meses, cinco días y cinco horas, ilustró su duración al tiempo la vida de esta rara mujer, que nació en el mundo á justificar á la naturaleza las vanidades de prodigiosa.” 3 .

Al hablar del lugar de su nacimiento, de esta suerte se expresa:

“A doce leguas de la ciudad de México, metrópoli de la Nueva España, están casi contiguos dos montes, que no obstante lo diverso de sus calidades en estar cubierto de sucesivas nieves el uno, y manar el otro perenne fuego 4 , no se hacen mala vecindad entre sí, antes conservan en paz sus extremos y en un temple benigno la poca distancia que los divide. Tiene su asiento á la falda de estos dos montes una bien capaz alquería, muy conocida con el título de San Miguel de Nepantla, que confinante á los excesos de calores y fríos, á fuer de primavera, hubo de ser patria desta maravilla. Aquí nació la madre Juana Inés, el año de mil seiscientos y cincuenta y uno, el día doce de Noviembre, viernes, á las once de la noche. Nació en un aposento que dentro de la misma alquería llaman La Celda, casualidad que, con el primer aliento, la enamoró de la vida monástica y la enseñó á que eso era vivir, respirar aires de clausura.”

* * *

Yo no quiero olvidar jamás cierta noche de miércoles santo, en que, yendo para Cuautla, una avería de la locomotora nos obligó á quedarnos tres horas en Nepantla.

La transparencia de la atmósfera, extraordinaria, daba á los astros la ilusión de una proximidad emocionante.

Una placidez de tonalidad admirable reinaba en el paisaje.

Largo rato vagué por entre las casas humildes y por los campos anegados de luna, repitiendo con no sé qué íntimo deleite:

¡Aquí nació Sor Juana!

¡Aquí nació Sor Juana!

¡Y contemplaba la coraza azulada del Ixtaccihuatl, como queriendo robarle todo el ensueño que en su tranquila nieve debieron dejar acumulados los límpidos ojos pensativos de la maravillosa infantita, que desde estos sitios la miraron tantas veces!

¿Dónde estaba la bien capas alquería del padre Calleja?

¿Cuáles de aquellas paredes blancas cobijaron los primeros años de la adorable niña?

Un recogimiento misterioso parecía apoderarse de todas las cosas, y el sabor de mi contemplación era tan hondo y suave que cuando silbó la locomotora anunciándonos que íbamos á reanudar el roto camino, parecióme que, comel Monje Alfeo que oyó cantar al ruiseñor celeste, mi espíritu volvía de un éxtasis de siglos, á las vanas fatigas de la vida.

* * *

Esta vecindad de los volcanes en que vió la luz Sor Juana, ha dado lugar á muchos tropos.

En la descripción de cierta Panoramasia alusiva al nacimiento de la poetisa entre el Popocatepetl y el Ixtaccihuatl, se dice: “Dosmontes había, uno que se liquidaba en arro yos de oro; otro que se vertía en ríos de plata; en las cumbres dos ingenios con este epígrama: Si hoc in montibus, quid in mentibus?”

El autor de unos bellos tercetos, que (según reza el título), se hallaron sin nombre del que los compuso, á raíz de llegar á España la nueva de haber muerto la poetisa (pero que se sabe de cierto quién fué y que tuvo gran amistad espiritual con la monja) dice refiriéndose ai mismo asunto:

“Sabed que donde muere el sol y el oro

dejar por testamento al clima ordena,

le nació en Juana Inés otro tesoro

 

que ganaba al del sol en la cuantía.

Y entre dos montes fué su primer lloro:

Estos de nieve y lumbre, noche y día,

 

volcanes son, que al fin la primavera

vive de frío y fuego en cercanía.

Aquí, pues, gorjeó la Aura primera

 

Juana Inés, cuyo aliento ya robusto,

puebla en dos mundos una y otra esfera.”

Si la “celda” donde nació pudo influir en su predestinación de monja, la belleza del sitio que vió su infancia, especialmente la gloria del sol contrastando con la alteza de las perpetuas nieves, debió incitarla a la poesía y al ensueño: Ella nos dice por cierto:

“Quizá por eso nací

donde los rayos solares

me mirasen de hito en hito,

no bizcos como á otras partes ..”

De su familia tenemos los datos siguientes:

Fué su padre D. Pedro Manuel de Asbaje, natural de la villa de Vergara, en la provincia de Guipúzcoa, el cual, habiendo pasado á México, casó con doña Isabel Ramírez de Cantillana, hija de padres españoles y natural de Ayacapixtla.

Luis González Obregón nos cuenta de la madre de Sor Juana que casó en segundas nupcias con el capitán D Diego Ruiz Lozano; pues en un expediente antiguo que tuvo en sus manos mi erudito y laborioso amigo Ricardo Ortega, consta que en 1701, una hija de aquéllos, doña Inés Ruiz Lozano, estaba casada con don Miguel de Torres 5 , quien aseguró que su mujer era hermana de Sor Juana Inés 6 .

De sus primeros años sería injuria tomar á biógrafo ninguno lo que con infinita gracia y elegancia y sabor dice ella, y es lo siguiente que corre por allí más ó menos reproducido y comentado:

...“No había cumplido los tres años de mi edad cuando, enviando mi madre á una hermana mía, mayor que yo, á que se enseñase á leer en una de las que llaman Amigas, me llevò á mí tras ella el cariño y la travesura, y viendo que le daban lección me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, á mi parecer, á la maestra, la dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó porque no era creíble, pero por complacer al donaire, me la dió. Proseguí yo en ir y ella prosiguió en enseñarme, ya no de burlas, porque la desengañó la experiencia, y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi madre, á quien la maestra lo ocultó, por darle el gusto por entero y recibir el galardón por junto; y yo lo callé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden. Aún vive la que me enseñó. Dios la guarde, y puede testificarlo.”

“Acuérdome que, en estos tiempos, siendo mi golosina la que es ordinaria en aquella edad, me abstenía de comer queso, porque oí decir que hacía rudos, y podía conmigo más el deseo de saber que el de comer, siendo este tan poderoso en los niños. Teniendo yo después como seis ó siete años y sabiendo ya leer y escribir, con todas las otras habilidades de labores y costuras que deprehenden las mujeres, oí decir que había Universidad y escuelas en que se estudiaban las ciencias, en México; y apenas io oí cuando empezé á matar á mi madre con instantes é importunos ruegos, sobre que, mudándome el traje, me enviase á México en casa de unos deudos que tenía, para estudiar y cursar la Universidad; ella no lo quiso hacer (y hizo muy bien); pero yo despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprehensiones á estorbarlo: de manera que cuando vine á México se admiraban, no tanto del ingenio, cuanto de la memoria y noticias que tenía, en edad que parecía que apenas había tenido tiempo para aprehender á hablar. Empecé á deprehender gramática, en que creo no llegaron á veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres (y más en tan florida juventud) es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro ó seis dedos, midiendo hasta donde llegaba antes, é imponiéndome ley de que si cuando volviese á crecer hasta allí no sabía tal ó cual cosa que me había propuesto depre hender en tanto que crecía, me lo había de volver á cortar en pena de la rudeza. Sucedía así que él crecía apriesa y yo aprehendía despacio y con efecto le cortaba en pena de la rudeza; que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza .que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno.”

“La primera luz que rayó de su ingenio—dice el padre Calleja—fué hacia los versos españoles, y era muy racional admiración de cuantos la trataron en aquella edad tierna, ver la facilidad con que salían á su boca ó á su pluma los consonantes y los números; así los producía como si no los buscara en su cuidado, sino es que se los hallase de balde en su memoria.”

Corrobora Sor Juana las palabras de este autor, relativas á su facilidad lírica, diciendo en una de sus prosas:

“Pues si vuelvo los ojos á la tan perseguida habilidad de hacer versos, en mí es tan natural, que aun me violento para que esta carta no lo sea, y pudiera decir aquello de que quidquid conabar dicere versus erat.” Y en otro lugar, con ideal candor afirma que ella creía que el hacer versos acontecía á los demás como á ella misma, “sin tener arbitrio en ello”, “hasta que la experiencia, añade graciosamente, me ha demostrado lo contrario” 7 .

Su amor á los libros tal era que, por conquistar á los ocho años uno que en premio le ofrecieron, compuso una loa para una fiesta del Santísimo Sacramento, según refiere el padre Muñoz, dominicano, Vicario á la sazón de Amecameca, y vecino por tanto al caserío donde nació Juana de Asbaje.

No falta por cierto quien afirme que Amecameca y no Nepantla, fué la cuna de la poetisa; fúndanse quienes tal piensan en aquel verso jocoso de la monja, con que termina uno de sus sonetos:

Aunque eres zancarrón y yo de Meca! ...

Lo cual podría explicarse, según un sabio autor, por el hecho de que Sor Juana fué bautizada en Amecameca, y por lo tanto era de esa parroquia 8 ó, insinúo yo, por el ripio de versos obligados á consonantes forzosos.

Fuerza del consonante, á lo que obliga:

á que de Ameca Juana Inés, se diga.

(Y perdón por la parodia...)

* * *

Pronto empezó á apuntar la fama de la doncella en la ciudad de México, donde no había ejemplo de saber semejante, no ya en una pobre muchacha venida de un pueblo, sino en matronas de más fuste.

La mujer de aquella época, en la Colonia sobre todo, de santos se daba si la enseñaban á leer, escribir y contar, medianuchamente siquiera. La misma Sor Juana hace de la instrucción femenina de su tiempo la siguiente pintura, al criticar que, por falta de ancianas ilustradas, se recurra á maestros en los hogares:

“¡ Oh cuántos daños se excusaran en nuestra república si las ancianas fueran doctas como Leta, y que supieran enseñar como manda San Pablo y mi Padre San Jerónimo! Yno quepor defecto de esto y la suma flojedad en que han dado en dejar á las pobres mujeres, si algunos padres desean doctrinar más de lo ordinario á sus hijas, les fuerza la necesidad y falta de ancianas sabias á llevar maestros hombres á enseñar á leer, escribir y contar, á tocar y otras habilidades, de que no pocos daños resultan, como se experimenta cada día en lastimosos ejemplos de desiguales consorcios: porque con la inmediación del trato y la comunicación del tiempo, suele hacerse fácil lo que no se pensó ser posible. Por lo cual muchos quieren más dejar bárbaras é incultas á sus hijas que no exponerlas á tan notorio peligro, como la familiaridad con los hombres, lo cual se excusara si hubiera ancíanas doctas, como quiere San Pablo, y de unas en otras fuese sucediendo el magisterio, como sucede en el de hacer labores y lo demás que es costumbre.”

Los hombres, según ella, no debían enseñar á las mujeres “sino en el severo tribunal de un confesonario ó en las distante licencia de los púlpitos ó en el remoto conocimiento de los libros.”

No nos forjemos, sin embargo, ilusiones: á pesar de la obscuridad de la época, con las damas de entonces se podía hablar. Si Sor Juana hubiese nacido en el siglo de las luces, acaso habría vegetado en la sombra, sin que hiciesen de ella gran aprecio.

En aquella época atrasada todo el mundo incitó á Sor Juana á versificar, á discurrir, á pensar, con excepción quizá del obispo de Puebla, D. Manuel Fernández de Santa Cruz, quien con las enaguas de Sor Philotea de la Cruz le dijo las famosas palabras: “Mucho tiempo ha gastado v. md. en el estudio de los filósofos y poetas; ya será razón que se perfeccionen los empleos y se mejoren los libros”: yde aquella prelada “muy santa y muy cándida” que le ordenó se abstuviera de estudiar. Las virreinas marquesa de Mancera y condesa de Paredes fueron damas inteligentísimas y amigas de las letras, y en general abundaron en México las mujeres avisadas é instruidas: Balbuena el español, en su Grandeza mexicana las califica de “hermosísimas y gallardas damas, discretas y corteses entre todas las del mundo”; y sabemos de algunas, como doña María de Estrada Medianilla, doña Ana Zúñiga y las monjas una de Regina y otra del convento de la Concepción que cita Sor Juana misma con mucho elegio, que ya las quisiéramos para un día de fiesta.

No, no nos enorgullezcamos: en estos tiempos fulgurantes, de nacer Sor Juana y pertenecer á la aristocracia, de fijo nos resulta neurasténica y snob; habría aprendido á jugar al bridge y al puzzle, jamás hubiera abierto un libro y no hubiera escrito más que cartas frívolas, trazadas con esa letra larga y angulosa que debe tener hoy toda señorita que en algo se estime; quizás habría galiparlado un poco también, mezclando al español todas esas palabras parisienses que pronunciamos tan mal, pero que son tan chic, y con esto y vestirse con una funda de paraguas hecha chez Doucet ó chez Worth, completara su conspicua persònalidad.

* * *

Tenía Juana Inés de Asbaje 9 trece años y vivía en México, conocida ya y admirada por muchos, cuando se hizo cargo del virreinato D. Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar, marqués de Mancera y vigésimoquinto mandatario de la Nueva España.

En la Vieja se acababa el reinado de Felipe el Grande (Grandeza que era igual, según se dijo, á la de los pozos ó las zanjas, tanto mayor cuanta más tierra les quitan) 10 y continuaba el ocaso del formidable Imperio español. Al año siguiente de llegado á México el Vírrey, moría un Ingenio de esta Corte, dejando todos sus Estados (con no poca merma) á Carlos el Paciente (cuyo prognatismo han inmortalizado doctos pinceles).

Empezó éste á reinar á los siete años no cumplidos, bajo la regencia de doña Mariana de Austria. En cuanto á Felipe IV, no inspiró á Sor Juana más que el siguiente medianejo

SONETO

¡Oh!, cuán frágil se muestra el ser humano

en los últimos términos fatales,

donde sirven las armas orientales

de culto inútil, de resguardo vano!

Sólo á ti respetó el poder tirano,

¡ oh gran Philipo!, pues con las señales

que ha mostrado que todos son mortales,

te ha acreditado á ti de Soberano.

Conoces ser de tierra fabricado

este cuerpo y que está con mortal guerra

el bien del alma en él aprisionado.

Y así, subiendo al bien que el cielo encierra,

que en la tierra no cabes has probado,

pues aun tu cuerpo dejas porque es tierra.

Toda la vida de la poetisa pasó ya bajo el cetro del pobre rey Carlos II, de quien se han dicho tantas cosas poco gentiles... 11 y, frecuentemente invitada por personalidades á quienes no podía negarse, tuvo que cantarle, vaciando sobre su nombre la pedante, pomposa é inflada retórica de la época.

El gran siglo en que habían coruscado Cervantes (en sus postrimeros años), Lope, Calderón, Vélez de Guevara, Fray Gabriel Téllez, Salas Barbadillo, nuestro Alarcón y el inmenso autor del Polifemo; en que había pintado Velázquez; en que había pensado y reído Quevedo, empezaba á agonizar en los últimos lastimosos siete lustros del reinado de Carlos II, en los cuales, según las memorias de la época, “nada se concluía ni ejecutaba; todo parecía sumergido en un letargo que añadía nuevos males á los que ya sufria el reino.”

Si el único mérito de Sor Juana hubiese sido constituirse en sol poético de aquella época estéril, de fijo que no fuera mérito grande.

Dice un ilustre crítico:

“No parece gran clogio para Sor Juana declararla superior á todos los poetas del reinado de Carlos II, época ciertamente infelicísima para las letras amenas, aunque no lo fuera tanto ni con mucho para otros ramos de nuestra cultura.”

Fueron aquellas postrimerías las del famoso padre Juan Everardo Nithard y del no menos famoso D. Fernando Valenzuela, quien un día del año de gracia de 1690, debía llegar á México, procedente de Manila, con orden de residir en nuestra capital, donde murió de una coz que en el estómago le dió un caballo, después de la que el Destino le había dado... en otra parte, arrojándolo del favor de la prosaica doña Mariana de Austria.

Apena arribado el marqués de Mancera, hombre de no común ilustración, merced á sus lecturas y á sus viajes (había sido antes embajador en Alemania y en Venecia), llegó á sus oídos la naciente fama de Juana.

Los padres de ésta, conociendo “el riesgo que podía correr de desgraciada por discreta ycon desgracia no menor, de perseguida por hermosa, aseguraron ambos extremos de una vez y la introdujeron en el palacio virreynal, donde entraba con título de muy querida de la Señora Virreyna.” (Hay quien dice que el Virrey, sabiendo su fama, la hizo conducir á Palacio.)

Allí, pronto cautivó todos los corazones, se granjeó todos los sufragios, encadenó las admiraciones todas. Para ello tenía dos arbitrios invencibles: la bondad de su carácter, dulce yamable, y su sorprendente sabiduría y discreción.

En cuanto á lo primero, á saber, el encanto de su natural, ella misma hace, ingenuamente, el panegírico, en estas palabras relativas al amor que las monjas le profesaron después en el convento:

“Solía sucederme, que, como entre otros beneficios debo á Dios un natural tan blando y tan afable, y las Religiosas me aman mucho por él (sin reparar, como buenas, en mis faltas) y con esto gustan mucho de mi compañía, conociendo esto y movida del grande amor que las tengo, con mayor motivo que ellas á mí, gusto más de la suya; así me solía ir los ratos que á unas y á otras nos sobraban, á consolarlas y recrearme en su conversación”. (Entre sus compañeras del claustro fué notorio que nunca se la vió enojada, quejosa ni impaciente.)

Y el padre Calleja afirma que los personajes que la visitaban “no acertaban á dejarla luego.”

En cuanto á lo segundo, esto es, la sabiduría y discreción suyas que eran hechizo de las gentes, harto sabida es la anécdota que en España gustaba de referir á sus amigos el marqués de Mancera, en quien, mucho tiempo después de salido de México, duraba la admiración á Sor Juana.

Contaba él, pues, 12 “que estando con no vulgar admiración de ver en Juana Inés tanta variedad de noticias, las escolásticas tan puntuales y bien fundadas las demás, quiso desengañarse de una vez y saber si era sabiduría tan admirable ó infusa ó adquirida, ó artificio ó natural 13 , y juntó un día en su palacio cuantos hombres profesaban Letras en la Universidad y ciudad de México: el número de todos llegaría á cuarenta y en las profesiones eran varios, como Teólogos, Escriturarios, Filósofos, Matemáticos, Historiadores, Poetas, Humanistas, y no pocos de los que por alusivo gracejo llamamos tertulios, que sin haber cursado por destino las Facultades, con su mucho ingenio y alguna aplicación suelen hacer no en vano muy buen juicio de todo. No desdeñaron la niñez (tenía entonces Sor Juana unos diez y seis años) de la no combatiente, sino examinada, tan señalados hombres, que eran discretos; ni aún esquivaron descorteses la científica lid por mujer, que eran españoles. Concurrieron, pues, el día señalado, al certamen de tan curiosa admiración, y atestigua el señor Marqués que no cabe en humano juicio creer lo que vió, pues dice: que á la manera que un galeon real (traslado las palabras de su Excelencia) se defendería de pocas chalupas, que le embistieran, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas, argumentos y réplicas, que tantos, que cada uno en su clase, la propusieron.”

¿Cuál fué la impresión de Juana después de tan señalado triunfo, capaz de inflar de contentamiento y suficiencia al más humilde varón de la cristiandad?

El padre Calleja tuvo la curiosidad de preguntárselo en una carta, á la que ella respondió: “que de tanto triunfo había quedado con la poca satisfacción de sí, que si en la maestra hubiera labrado con más curiosidad el filete de una vainica.”

Pero vengamos á su acuerdo de meterse monja, que ya es sazón de acompañarla hasta las puertas del claustro, despues del breve camino que hemos hecho á través de su radiante, activa, inquieta y atormentada juventud 14 . Ya ella nos cuenta sus repugnancias al estado religioso y las razones que á tomarle la impulsaron al fin. A persuadirla contribuyó en grado eminente el padre Antonio Núñez, de la Compañía de Jesús, que confesaba á los marqueses de Mancera y á quien todos por sabio y virtuoso veneraban. En él vació su conciencia Juana de Asbaje. Dijóle sus dudas, sus temores, sus recelos. El la alentó, la consoló, la impulsó, y la niña, confortada ya, resolvió esconderse en el sosiego claustral.

Mi sabio amigo Luis González Obregón refiere en su México Viejo, que Juana escogió primero el convento de San José de Carmelitas Descalzas, hoy Santa Teresa la Antigua; pero que la austeridad de la regla la hizo caer enferma y por dictamen de los médicos abandonó el noviciado á los tres meses de haber entrado en él.

El mismo autor cita las líneas en que (en el libro de este convento) consta su toma de hábito y la fecha en que abandonó el monasterio; las cuales dicen: “Recibióse para Religiosa corista á Juana Inés de la Cruz, hija legítima de D. Pedro de Asuaje y de Isabel Ramírez su mujer, es natural desta Nueva España, dióla el ábito de bendición el P. Capellan D. Juan de la Vega. Domingo 14 de Agosto del año de 1667, asistieron los señores marqueses de Mancera.”

* * *

“La dicha hermana no profesó y en 18 de Noviembre de 1667 años salió del convento.”

INVNDACION CASTALIDA

D E

LA VNICA POETISA, MVSA DEZIMA,

SOROR JVANA INES

DE LA CRVZ, RELIGIOSA PROFESSA EN

el Monafterio de San Geronimo de la Imperial

Ciudad de Mexico.

 

Q V E

EN VARIOS METROS, IDIOMAS, Y ESTILOS,

Fertiliza varios affumptos:

 

CON

ELEGANTES, SVTILES, CLAROS, INGENIOSOS,

VTILES VERSOS:

 

PARA ENSENANZA, RECREO, Y ADMIRACION.

 

DEDICALOS

A LA EXCEL.M.A SENOR A. SENORA D. MARIA

Luisa Gonçaga Manrique de Lara, Condesa de Paredes,

Marquesa de la Laguna,

 

Y LOS SACA A LVZ

D.JVAN CAMACHQ GAYNA, CAVALLERO DEL ORDEN

de Santiago,Mayordomo,y Cavallerizo que fue de su Excelencia,

Governador aεtual de la Ciudad del Puerto

de Santa MARIA.

 

CON PRIVILEGIO.

–––––––––––

EN MADRID Por Jvan Garcia Infanzon . Año de 1689.

 

Portada de la primera edición (muy rara) de las obras de Sor Juana, hecha en Madrid.