Super(héroes) - Boris Cyrulnik - E-Book

Super(héroes) E-Book

Boris Cyrulnik

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"Mis héroes viven en un mundo de relatos maravillosos y aterradores. Mis héroes están hechos de mi misma sangre, atravesamos las mismas pruebas: el abandono, la malevolencia de los seres humanos y la injusticia de las sociedades. Sus epopeyas me hablaban de que era posible elevarse por encima de los momentos trágicos o de una vida desgraciada. Cuando nos cuentan de sus desgracias sobre las que han triunfado, nuestros héroes nos muestran el camino." –Boris Cyrulnik Tarzán, Marco, Batman, Oliver Twist, Rintintín, Wonder Woman, Spiderman o Supermán son algunos superhéroes favoritos. Ellos han sufrido y enfrentado la adversidad, han caído y vuelven a levantarse, resurgen desde situaciones dolorosas y episodios traumáticos con una valentía que nos orienta para afrontar nuestras propias dificultades. Pero en ciertas condiciones sociales elegimos también héroes que se pervierten, se transforman en sembradores de odio y avivan lo peor del ser humano; se convierten en vínculos para canalizar el resentimiento o para imponer visiones totalitarias de las sociedades. Los (super)héroes pueden acompañarnos e inspirarnos en la difícil pero fascinante travesía de la vida. ¡Un libro impactante!

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Titulo original en francés:

Ivres paradis, bonheurs héroïques

© Odile Jacob, avril 2016

© De la traducción: Alfonso Díez, 2016

Corrección: Marta Beltrán Bahón

De la imagen de cubierta: Fotografía de Boris Cyrulnik

© Manuel Lagos Cid/Scoop/Contacto

Del diseño de cubierta: Enric Jardí

Primera edición: noviembre de 2016, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avda. Tibidabo, 12, 3º

08022 Barcelona (España)

Tel. 93 253 09 04

Correo electrónico:[email protected]

http://www.gedisa.com

Preimpresión:

Editor Service S.L.

Diagonal 299, entresòl 1ª – 08013 Barcelona

www.editorservice.net

ISBN: 978-84-16572-82-3

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Índice

El nacimiento del héroe

El tonto del pueblo, vengador de nuestra mediocridad

La fábrica de héroes

De qué están hechos los héroes

Decir «no»

Los resistentes no son héroes

El murmullo de los Justos

Una heroína no es una superwoman

Héroes y sacrificios

La historia de la vida es un relato de muertes

Cuando la moral es perversa

Cómo cometer un altericidio

Recitaciones sagradas

Algunos delirios lógicos

Tristeza de los héroes en tiempos de paz

¿Cómo contar el heroísmo?

La felicidad de la sumisión

El crimen de obediencia

El clima en el que crecen los héroes

El lenguaje totalitario

Inflamaciones verbales

Héroes sin estofa

¿Y ahora qué?

El nacimiento del héroe

Desde muy pequeño ya soñaba con admirar a un héroe. Por desgracia, a mi alrededor no había más que felicidad. ¿Cómo quieren ustedes que en tales condiciones llegue uno a ser valiente? Sólo se puede ser normal, lo cual es motivo de una existencia gris.

Huérfano desde mis primeros años, el mundo se convirtió en epopeya: me escapé de la Gestapo huyendo de noche, me encontré con gente maravillosa, vencí a los nazis sobreviviendo. Como no me estaba permitido ir a la escuela yaprendí a leer tomando un poco de aquí y otro poco de allí, no sé de dónde, me refugiaba en la ensoñación alimentada por mis lecturas.

Mi primer héroe fue Rémi, deSin familia,1niño artista dela calle, rodeado de animales maliciosos. Luego me gustóOliver Twist, huérfano inglés explotado por adultos crueles. Admiré a Jules Vallés,El Niñoque defendía el mundo luchando contra malvados capitalistas. Estos héroes aportaron encanto a mi infancia en ruinas.

No me gustóPelo de zanahoria.2Su escritura vengativahablaba de una madre fea, malvada y brutal, maltratadora de un padre blandengue que se apresuraba a envejecer para privar a su mujer del placer de ser deseada.

Mis padres eran héroes, puesto que habían muerto en Auschwitz. Hubieran podido obtener la nacionalidad francesa de no haber sido deportados. He releído muchas veces esta frase en su acta de desaparición. Ellos no estaban muertos, sino sencillamente desaparecidos. A menudo contemplaba una foto de mi madre, siempre bella y joven, con una mano bajo el mentón, con los ojos alzados hacia el cielo en una postura romántica. Admiraba a mi padre en su uniforme del batallón de voluntarios extranjeros del ejército francés. Me preguntaba por qué él, herido en Soissons, condecorado por el general Huntziger, había sido detenido, en su cama en el hospital, por la policía del mismo país por el que combatía. Ellos enorgullecían, vivían en mi imaginación.

No hay existencia sin pruebas que pasar, no hay afecto sin abandono, no hay vínculo sin desgarro, no hay sociedad sin soledad: la vida es un campo de batalla donde nacen los héroes que mueren para que otros vivan.

«¡Escuchad ahora cosas asombrosas y que causan espanto! Nueve mil escuderos yacían en tierra, heridos de muerte; y entre ellos, doce caballeros, compañeros de Dancwart. Él solo estaba ahí, de pie, en medio de los enemigos».3¿Conocéis acaso la historia de algún país que no empiece con una tragedia? Es con la epopeya como empieza el relato que identifica a un grupo. Un héroe herido de muerte no es una víctima, puesto que ha combatido para que su pueblo triunfe.

Al no conocer mis orígenes y no saber muy bien de quién había nacido, lo único que podía hacer erasoñarme, para mi gran felicidad. Necesitaba un mito fundador, creí en él, lo amé. No me molestaba en absoluto que todo comienzo sea una tragedia. Sabía que siempre habría un héroe para salvarme, porque eso era lo que me había sucedido en la realidad. «La epopeya que relata destinos heroicos aparece en los albores de la historia cuando un grupo adquiere conciencia de sí mismo, crea sus modelos y se celebra a través de ellos».4

¡Qué insulsa sería la vida sin episodios amenazadores! ¡Qué bella y trágica es cuando una aventura marca su comienzo! Yo necesitaba un héroe que no fuera ni divino ni verdaderamente sagrado. Rémi, Oliver Twist, David Copperfield, Jules Vallès y Tarzán vivían en un mundo de relatos maravillosos y aterradores. Mis héroes estaban hechos de mi misma sangre, atravesábamos las mismas pruebas: el abandono, la malevolencia de los hombres y la injusticia de las sociedades. Su epopeya me contaba que era posible elevarse por encima de los días insípidos y una vida desgraciada.

Hablando de maravillas y de las contrariedades que han superado, nuestros héroes nos muestran el camino. Así es en el comienzo de nuestra existencia. Cuando, en el momento de nacer, desembarcamos en el mundo, sentimos un espanto que se convierte en maravillosa calidez en cuanto una figura de apego nos toma en sus brazos, nos calma y nos indica el camino.

¿Cómo contar una epopeya en términos cotidianos? Sea como sea, no podemos escribir: «Ulises compró pan en la panadería de la esquina. Encontró que labaguetteera demasiado cara». No es así como hablan los héroes. Necesitan énfasis y poesía para estar por encima de los hombres. Escribid entonces: «Ulises, en su justo furor, se enfureció y decidió luchar contra la hambruna. Hizo fructificar el trigo y gracias a su superpoder distribuyó pan entre los pobres». He aquí cómo se hace para contentarse con las palabras. Tal es el lenguaje del héroe: el de la epopeya. Gracias a Ulises, el pueblo famélico puede recobrar sus fuerzas para luchar contra el tirano.

«Prefiero morir de pie que vivir arrodillado», dijo Jacques Decour antes de ser fusilado por soldados alemanes. ¡Así es como habla un héroe! Murió por esta frase, ¡pero qué bello fue! Ante tanto coraje y majestad verbal, me siento mucho mejor.

Cuando yo era niño, el mundo estaba lleno de viejos.Ochenta años más tarde, no hay más que jóvenes a mi alrededor. ¿Cómo se lo explican ustedes? El mundo era malvado cuando yo estaba solo y era débil, ignorante de la vida. Pero tan pronto recibí la seguridad de una figura familiar, el mismo mundo empezó a interesarme. Fue afecto lo que me aportó seguridad, me hizo sentir curiosidad por explorar la vida y experimentar placer al hacerlo. Una tragedia social me había privado de toda figura familiar, el primer vínculo familiar había quedado desgarrado por la guerra. Los sustitutos educativos habían intentado una sutura a menudo torpe, mi héroe era quien me reconfortaba cuando pensaba en él y me daba fuerzas para enfrentarme a una realidad desesperante. De modo que tenía que leer, encontrar y soñar para ponerme a vivir de nuevo.

Así fue como di con Rémi, deSin familia. «Soy un niño huérfano», me dijo desde la primera línea. Entonces me pregunté cómo era posible llegar a ser un hombre si uno no tiene familia. Cuando tropecé con Rémi, yo tenía once años, él diez. Aquel pequeño héroe hablaba de mí, me indicaba un camino de vida posible a pesar de todo. El amor de la señora Barberin le había devuelto el calor, hizo de él un niño «encontrado»5(ya que antes había sido perdido). Pero cuando su marido tuvo un accidente y quedó imposibilitado, lo despidieron del trabajo, vendió la vaca y echó al niño. Felizmente, Rémi encontró un maravilloso sustituto artístico, el señor Vitalis —que hacía honor a su apellido— y su pequeña tropa, compuesta de tres perros y un mono que le permitían ganarse la vida dando espectáculos por pueblos de toda Francia. ¡Qué poesía! ¡Qué maravilla! A pesar de su desgracia, Rémi y su nueva familia me arrastraron en cada página a nuevas aventuras. La historia de mi héroe me reconstruía, porque me contaba que era posible volver a tener un lugar en la aventura social.

Si no os gusta Rémi es que mi héroe no es el vuestro. Vuestra historia es distinta, no tenemos las mismas heridas, nuestras curas no serán las mismas. Si sufren ustedes de pobreza en una cultura mercantil, su salvación será la historia de un inmigrante que se hizo rico al agacharse para recoger una aguja. Este señor se llamaba Rockefeller y la aguja de corbata era un pequeño diamante. Tal leyenda reconfortó a millares de pobres inmigrados dando forma a su deseo de sueño americano.

A medida que crecía empecé a preferir a Oliver Twist, que eludió la delincuencia forzada al dar con una familia burguesa. Pero el héroe que más me acompañó en los años de mi infancia fue sin duda Tarzán. Su cuerpo musculoso, el puñal al cinto de su vestimenta desgarrada, el extraño grito con el que llamaba al rescate a sus amigos los animales, provocaban en mí una alegría placentera. En las salas de cine, los espectadores gritaban con Tarzán y animaban a los leones, los chimpancés y los elefantes para que corrieran en su defensa. «¡Más deprisa!», gritaba la sala. Era magnífico y además tenía su moral, porque a su vez Tarzán, convertido en rey de los animales, los protegía a ellos de la malvada civilización.

El actor del Tarzán de aquellos días se llamaba Edgar Rice Burroughs. Nunca había ido a África porque sólo le gustaba estar en Los Ángeles.6Esto no tenía ninguna importancia, para mí lo que contaba era la imagen de un huérfano en la jungla. Tarzán me contaba que tras la muerte de sus padres en un accidente de avión unos animales amables, sustitutos maternos, lo habían salvado para luego convertirlo en rey de la selva. En su gratitud filial, Tarzán se había vuelto su jefe para protegerlos mejor. Su infancia rota lo había expulsado de la condición humana, pero los animales lo habían humanizado. Cuando creció, la divina Jane lo civilizó enseñándole a hablar en vez de gritar: «Tú Tarzán, yo Jane», le decía mientras lo señalaba con su lindo dedo.

Tarzán me contaba mi propia historia en términos poéticos. Mi héroe había metamorfoseado la desgracia de miinfancia en aventura magnífica. Tarzán me mostraba el camino.

A medida que me iba haciendo mayor encontré otros héroes. A ellos también los amé, un poco menos que a Tarzán —tenía menos necesidad de ellos—. Había encontrado una familia, ahora iba a la escuela, jugábamos a fútbol en la calle. Yo jugaba mal, pero estaba rodeado de compañeros. Cuando venía un coche poníamos un jersey en el suelo para indicar dónde estaba el balón. Cuando pasaba de largo, volvíamos a poner el balón y el partido se reanudaba. En París, en 1948, esto ocurría tres o cuatro veces cada hora.

En este nuevo contexto familiar y social, amé a Supermán porque era musculoso y volaba para socorrer a los débiles. Luego le llegó el turno a Mandrake el Mago, que hacía aparecer y desaparecer objetos a voluntad. Más adelante a Nasdine Hodja, porque mi tío Jacques me traía todos los juevesVaillant, la revista más cautivadora. Me gustaba aquel héroeque salvaba a los árabes con su turbante exótico, sus pantalones bombachos y su sable curvo, más terrible que las dagas rectilíneas de los francos. En aquella época en que un francés de cada tres era comunista, el Comité Central preparaba a los jóvenes para que aceptaran la idea de que los palestinos se aliarían entre ellos para provocar el colapso de las monarquías de Oriente Medio. ¿Acaso los héroes eran portadores de un mensaje ideológico?

Hacia los catorce años descubrí a Jules Vallès, un niño maltratado que se convertía enEl insurrectopara reparar las injusticias sociales.7Leí con fervor gran número de páginas deLa Revolución francesaen un grueso volumen encuadernado8que compré en un mercado de viejo. Me parecía muy bello eso del pueblo arrebatando su libertad por la fuerza, más bello que el Zorro, que empezaba a parecerme ingenuo con su caballo y su gran sombrero. Me turbaban las decapitaciones del Terror y los sucesos de Nantes, cuando tres mil sacerdotes murieron ahogados, arrojados al agua por los revolucionarios. ¿Servía eso para algo? ¿Es así como se vive cuando es preciso tomar el poder para aplastar a los opresores como ellos nos han aplastado? Convertirme en perseguidor yo mismo cuando me llegara el turno, no era así como había imaginado mi futuro.

Cuando uno es un niño, no puede hacer más que soñar la vida que le espera. Entre los guiones propuestos por la cultura, algunos satisfarán nuestras aspiraciones poco conscientes. No se trata de un verdadero sueño, más bien de unaforma narrativa que damos a nuestros deseos: «Gracias alrelato conseguimos [...] construir una personalidad que nos vincula con los demás, que nos permite revisitar selectivamente nuestro pasado, mientras nos preparamos para enfrentarnos a un futuro que imaginamos».9

Tarzán no es un superhombre, es un lisiado, sin familia, solo en la selva donde todo es peligroso. Al contar su historia, él daba forma a mis sueños: «Un día seré fuerte, salvaré a los animales y encontraré a Jane».

Supermán me contaba una aventura de la misma familia. Nacido en un planeta amenazado de destrucción, huye en una nave interplanetaria. Recogido sin más por una pareja, descubre sus superpoderes, pero prefiere ocultarlos bajo la apariencia de un pequeño periodista tímido.10Las mujeresle dan miedo y sólo puede amar de lejos a Lois Lane, sinatreverse a decírselo de tanto que ella le impresiona. «No te fíes de las apariencias», trata de hacernos creer, «tú crees que soy un frágil huérfano, mientras que poseo superpoderes que oculto para no dominaros».

Batman nació en 1939 y se quedó solo cuando sus padres fueron asesinados. Esta tragedia está en el origen de su vocación de perseguir a los asesinos.

Spiderman nació en 1962. Huérfano él también, recogido por su tía, es picado por una araña que le trasmite poderes arácnidos. Puede adherirse a las pareces y tejer una tela de araña en la que quedan atrapados los bandidos.

Cuando me hice estudiante de medicina, cambié una vez más de héroes. Me gustaban las imágenes de médicos que producían en mí una impresión mezcla del Zorro con algunos toques de Mandrake el Mago. Aquellos hombres tenían un poder que era posible adquirir con el fin de cuidar a los enfermos y a los pobres. Leía a Cronin11y a Franck Slaughter.12Iba al cine a verEl Gran Patrón,13filme con el que Pierre Fresnay daba brillo a mi vida para varias semanas. Estaba al acecho de cualquier información sobre el doctor Schweitzer y su aventura africana. ¡Aquellos héroes médicos salían del pueblo para salvar al pueblo, qué bella misión la suya!

Cuando uno es pequeño y débil, hay que ser megalómano para esperar llegar a ser un hombre algún día. Sólo puede uno permitirse semejante sueño si su entorno le permite creer en él. Únicamente se puede alcanzar la cima del Himalaya si hay un campamento base para reponerse y tomar aliento. Un niño no puede desarrollarse si no es autorizado por un entorno que le dé seguridad y fuerzas.14Entonces, daos cuenta de que para un huérfano, alguien sin familia, un niño sin esperanza, un campamento base sólo puede ser imaginario, ya que a su alrededor no hay nada. Felizmente, un héroe podrá ayudarle a construir en su corazón el sentimiento de que un ser débil posee dones ocultos capaces de hacerlo florecer a pesar de todo.

Un hombre debilitado por las desgracias de la existencia se refugia, también él, en un imaginario compensatorio para no dejarse morir. ¿Cómo haré para salir de ésta? ¿Quién me ayudará? ¿Qué debo decir para no ser aplastado por la compasión de los pudientes? Un congoleño megalómano enumera sus riquezas de esta guisa: «Tengo tres frascos de colonia, dos baúles y un armario lleno de víveres». En un contexto social donde se gana un dólar por día y de noche se conforma uno con masticar un pedazo de caña de azúcar, hay que ser mitómano para afirmar semejante sueño. «Tengo un taparrabos muy caro, pero también una estera. Nadie la tiene más bonita»,15afirma él para ocultar su vergüenza por dormir en el suelo.

El tonto del pueblo, vengador de nuestra mediocridad

Montecristo es un héroe, ya que repara una terrible injusticia veinte años después. Esta autorreparación revela que nuestra identidad cambia sin cesar, aun cuando consideramos evidente la sensación de seguir siendo los mismos. Veinte años después del crimen de la justicia, Montecristo, que ya no es el mismo, repara el crimen cometido contra él mismo. Y nosotros, los lectores, lo encontramos lógico y moral.

«El héroe es por tanto un personaje mítico que vive en un mundo profano».16El modo en que la imagen del héroe pervive en su cultura no tiene ninguna necesidad del hombrecillo real que, en la vida cotidiana, no tiene nada de un héroe. Pero cuando el hombre herido ve en la mirada de los demás esa imagen de sí mismo que le devuelve la sociedad, se siente reparado. ¿Una pequeña mitomanía, quizás necesaria?

¿Sería acaso la heroización un mecanismo de legítimadefensa, una adaptación a un contexto social deteriorado? En tal caso, «los nuevos superhombres son precisamente los tontos del pueblo, vengadores de nuestra mediocridad».17En nuestro cine actual, los héroes ya no cuentan una epopeya.Gilgamesh, laIlíada,La Canción de Rolando, han sido sustituidas por las guerras populares o los filmes de aventuras, como si la epopeya se hubiera democratizado. Por supuesto, Napoleón todavía inflama los espíritus, como un bello libro de imágenes con uniformes de colores audaces, movimientos de tropas en desfiles magníficos. Napoleón entra en la leyenda más allá de la reparación psíquica de un pequeño corso humillado por la venta de su isla con todos sus habitantes.18Entonces se le perdona la ruina de Europa, los millones de muertos y la retracción de las fronteras francesas. Sólo queda una narración popular fabulosa, una leyenda y una reforma administrativa de la que todavía se benefician Francia y Europa.

El héroe moderno es un hombre del pueblo, un egipcio que parte con su bicicleta en busca de trabajo, o una jovencita iraní que cuenta las trabas de una dictadura religiosa. El tonto y el lisiado son hoy día héroes, pero a menudo aparece aún en escena el «sin familia». ¿Cómo puede él, empezando desde tan abajo, llegar tan arriba? Se ve el truco, porque empezando desde tan abajo basta con progresar un poco para sentirse arriba. Un niño acogido en una institución, porque su familia es considerada violenta y no educativa, será contabilizado entre los éxitos sociales si adquiere un oficio manual. Mientras que un hijo de familia pudiente que haga el mismo trabajo será considerado un fracasado escolar.19

Los huérfanos son fáciles de mitificar. Un pastor egipcio llamado Moisés se encuentra con Yahvé, oculto en una «zarza ardiente», quien le pide que libere al pueblo de Israel y lo conduzca hasta la tierra prometida. Todavía se habla de aquel salvador y de las tablas de la ley que rigen muchas sociedades.

El rey Layo y Yocasta, su mujer, abandonan al recién nacido Edipo, esperando eludir así el oráculo de Apolo, que predijo que el niño estaba destinado a matar a su padre y casare con su madre. La continuación ya la conocen ustedes, el destino es inexorable.

Rómulo y Remo, niños abandonados, son amamantados por la loba Capitolina. Rómulo se convierte en el primer rey legendario, fundador de Roma, y Capitolina, su madre sustituta, da lugar al término «lupanar», derivado delupa(loba), porque nunca se sabe de dónde viene un huérfano. ¿Es hijo de un rey o de una prostituta? ¿Quiénes son los padres de Supermán, Batman, Oliver Twist, Rémi, Gavroche, Cosette? Esos niños sin filiación son completamente libres y este hecho les pasa factura. Sin padres, sin hogar, sin hijos, el Superhéroe puede consagrarse a aquéllos a quienes salva. Sin cargas familiares, puede elegir con toda libertad las cadenas a las que se ata para dedicarse a sus protegidos, los débiles, los humillados, los pobres y los impedidos. El señor héroe se convierte en su salvador, como Tarzán que cae del cielo, como el Zorro que acude con su capa y su espada fulgurante, o como la caballería norteamericana que, con estruendo de cornetas, irrumpe a toda velocidad para salvar a los valientes pioneros rodeados de indios malvados.

Estas situaciones heroicas escenifican un mismo tema: un niño sin familia evita la muerte gracias al mayor de los milagros. Por eso, una vez adulto sabe lo que se debe hacerpara convertirse en salvador, porque proviene de la plebe,del pueblo llano, de los niños abandonados, aunque sea hijode rey. El salvador ya fue iniciado, porque vio la muerte y escapó de ella. Quienes deseen ser salvados no tienen más que someterse al que sabe cómo vencer a la muerte.

El héroe es un remedio contra la debilidad natural de los niños, la herida relacional de los adultos o la humillación histórica de una nación. No es ni un superhombre ni un semidiós, puesto que no ha descendido del Parnaso. Muy al contrario, su origen es el barro en el que pataleamos nosotros, los desesperados que le necesitamos.

El señor héroe no puede vestirse como todo el mundo, porque entonces se parecería al señor Todo-el-Mundo. En el momento en que hace uso de sus superpoderes, su vestimenta escribe que él es más que todo el mundo. Lleva un calzón de piel de fiera con un puñal al cinto, oculta su rostro tras una piel de lobo para dar la impresión de un misterio oculto tras la banalidad de su cara, cose una «S» en su camiseta para que se vea bien que es «Súper-alguna-cosa», lleva una gorra con una estrella y una barba revolucionaria, demostrando así que surge del pueblo con el fin de salvar a los oprimidos, se viste con un uniforme no reglamentario que indica su función de defensor armado.

Esta escritura preverbal cuenta que un héroe sólo puede nacer en circunstancias extremas: debilidad de un niño que espera llegar a ser fuerte para no seguir temiendo a la vida, debilidad de un adulto herido que sueña con reconstruirse. El mundo se ilumina cuando aparece un héroe. El Bien triunfa sobre el Mal, el débil derriba al fuerte, la duda desaparece, cada cual puede elegir su bando y creer en el que muestra el camino.

El valiente pionero construye una cabaña de troncos quesu mujer decora con flores y cortinas. La joven madre, bella, blanca y valiente, cría virtuosamente a sus hijos rubios. Entonces aparecen los malvados indios, espantosos con susrostros cubiertos de pinturas salvajes. Arrojantomahawks, queman las casas y los campos de trigo que los valientespioneros tanto se habían esforzado en cultivar. A lo lejos se oyen las trompetas de la caballería, alertada por el valiente Rintintín, que galopa a toda velocidad para salvar en el último segundo a esa familia de bien.

Todas las culturas tienen necesidad de héroes, porque no hay Historia sin tragedias. Pero la narración revela que ese caballero debilitado, humillado y amargo busca un enemigo para justificar su malestar. Un loco, por la extrañeza de sus comportamientos y sus palabras, un Negro, por su piel negra, serán enemigos fáciles de identificar. El judío es hipócrita, porque si no confiesa serlo es imposible saber que es judío. Por eso hay que visibilizarlo obligándolo a llevar un sombrero puntiagudo o marcándolo con una estrella amarilla. Entonces, en su necesidad de ideas claras, el grupo humillado establece un catálogo de índices que es preciso aprender a descifrar con el fin de reconocer a aquél que causa sus desgracias.

El héroe, gracias a una historia fuera de la norma, ha adquirido cualidades excepcionales, de las que pretende que nos beneficiemos, con la condición de que atendamos a sus consignas. Entre el salvador y los salvados, entre el «más fuerte que la muerte» y el grupo agonizante, se establece una complicidad emocional, casi erótica. Adoramos someternos a aquél que nos libera, a eso lo llamamosgratitud. Trátese de un mesías, de un profeta o de un redentor, nuestra obediencia es lo que hace que nos dé seguridad. No se sabe por qué nosotros, que éramos desgraciados, sentimos tanta felicidad al seguir a ese conductor. Cuesta mucho tiempo atreverse a descubrir que lo que la historia de su vida nos cuenta es lo que nosotros esperábamos, dando una forma narrativa a la necesidad de no seguir sintiéndonos débiles y humillados. Nuestra feliz sumisión queda cegada por la excesiva claridad de los relatos a los que aspiramos.

Produciendo una imagen, disponiendo palabras para contar la historia de una víctima triunfal, el relato heroico tiene un efecto maravilloso porque escenifica una epopeya. Creemos que la novela está fuera de nosotros, cuando únicamente habla de nuestro deseo de dignidad, de libertad o de revancha. Mientras que los mitos sociales tratan de los problemas fundamentales de la condición humana (creación del mundo, separación de naturaleza y cultura, diferencias entre hombres y mujeres), el héroe novelesco vuelve maravilloso lo cotidiano. Una ficción que narra los superpoderes del héroe, su coraje, su fidelidad, su moralidad, lo que hace es hablar de alguien que nos representa. El héroe es nuestro portavoz, da de nosotros mismos una imagen revalorizada. No somos feos porque él es valiente, no somos débiles porque él es fuerte, estamos unidos por el amor del héroe que nos galvaniza. Cuando nos cuenta lo que deseamos, nos hacemos cómplices del poder que le otorgamos obedeciéndole.

Si la epopeya de nuestros padres fue una gloriosa tragedia, una vida cotidiana gris nos avergüenza. Es una no-vida antes de la muerte. Cuando nos morimos de aburrimiento en una existencia sin proyectos, esperamos la epopeya que inflamará nuestras almas adormecidas. Tenemos necesidad de estrés para sentirnos vivos y el relato de una desgracia nos hace revivir en la representación verbal de lo que nos ha acontecido. Una desgracia nos identifica. Si permanecemos solos tras la efracción traumática, sólo podemos encontrarlas mismas palabras y volver a ver las mismas imágenes.Esta rumiación mental nos pone en la pendiente de la depresión. Pero cuando tenemos la oportunidad de compartir un relato, debemos elegir las palabras y fabricar las frases que dirigiremos a una persona de confianza, alguien cercano que sabrá comprendernos. Este trabajo nos ayuda a modelar el recuerdo de la desgracia. Ya estamos menos sometidos al real doloroso, porque conseguimos modificar su representación. Cuando habitamos todos juntos una epopeya, metamorfoseamos la desgracia, la convertimos en embriaguez triunfal. Por eso tan a menudo nos ponemos a prueba con el fin de descubrir nuestro valor, erotizamos el miedo para sentirnos vivos. Y cuando salimos vencedores, construimos un relato delicioso para compartirlo.

Un personaje heroico, una epopeya social, encienden nuestro imaginario con mil proezas. La alegre marcha de los soldados cubiertos de andrajos exalta a Fabricio Del Dongo: «Aquella época de felicidad imprevista y de embriaguez no duró más que dos años [...], el pueblo se aburría».20Cuando las pasiones son ardientes, engrandecen a los hombres. La epopeya napoleónica fue un momento de felicidad imprevista: no importan los sufrimientos, los muertos y la ruina, es el precio que se paga por sentirse vivo. El tiempo de un relato fabrica un héroe, y la literatura heroica que no está separada de lo real escenifica aquello de lo que el grupo sufre. El héroe, su vida, narran una historia de reparación en contextos culturales que cambian sin cesar.

La fábrica de héroes

Desde que los seres humanos dibujan sobre las paredes, esculpen en piedra y fabrican armas, escriben en pergaminos donde narran historias épicas. Admitamos que el héroe nació en el Próximo Oriente hace tres mil años, al mismo tiempo que la escritura y la constitución de las ciudades-Estado. Los sumerios, los egipcios y los anatolios inventaban las premisas de las sociedades modernas con sus murallas, sus reglas administrativas, sus útiles y sus armas de bronce.21Ahí estaban todos los ingredientes para fabricar un héroe.22Las armas son obras de arte. En las pinturas paleo-rupestres, los arcos, las flechas y los lanzadores de proyectiles acompañaban a los dibujos de toros heridos, hombres despanzurrados y batallas de arqueros. En las primeras sepulturas se encontraron esqueletos adornados con conchas, piedras coloreadas y puñales de sílex. En la Edad del Bronce, la técnica de la fabricación de armas se asoció a representaciones artísticas para suscitar una sensación épica: «Ha dado muerte, ha muerto, ¡qué trágica maravilla!», expresaban probablemente los pintores paleorrupestres.23Se entierra al muerto con su espada para mostrar que combatió. Es posible imaginar que antes de la Edad del Bronce, el cazador más hábil correspondía a lo que hoy en día llamaríamos un explorador que va abriendo camino o un jefe de cacería que persigue a la presa. Era admirado, escuchado, pero la sensación de héroe sólo podía ser experimentada ante un acontecimiento excepcional, cuando un animal mataba a un cazador o cuando un grupo vecino se apoderaba de nuestros víveres.

Las guerras anteriores a la existencia del Estado (cuando un grupo de hombres atacaba a sus vecinos) eran frecuentes y sangrientas. La mitad de la población de los vencidos desaparecía bajo los golpes de los vencedores. Las guerras aristocráticas eran menos sangrientas porque las armas y los uniformes eran caros. Con los progresos técnicos, las armas se extendieron y los relatos populares, que fanatizaban a los soldados, facilitaban las masacres de poblaciones. Desde entonces ya no es la supervivencia de un grupo hambriento lo que desencadena la guerra, sino los relatos que dan forma a las creencias y legitiman la matanza. La tecnología de las armas se pone al servicio del poder de las palabras para facilitar las matanzas masivas. Es el matrimonio del arte y de la muerte al son del pífano y los tambores. Los soldados en uniforme ejecutan bellos desfiles y los relatos heroicos narran sus epopeyas.

El héroe no es un superhombre, porque ha sufrido unaherida. Cuando resulta que muere, el relato de su muertees tan conmovedor que vive aún mejor en los espíritus de aquéllos a quienes quiso salvar. El grupo no ha sido completamente derrotado, porque todavía puede identificarse con un héroe que le permitirá, quizás, obtener la victoria final: «Francia ha perdido una batalla, pero Francia no ha perdido la guerra», dijo Charles de Gaulle en julio de 1940. ¿Nos estamos refiriendo a los héroes de la Resistencia? «No, no, tú no has muerto, tu llama no está muerta», cantaban las Juventudes Comunistas para venerar a los héroes caídos en el campo de honor.

La guerra es una máquina de escribir con la que podemos justificar los crímenes y cantar las alabanzas de quienes han muerto por nosotros. Sobre el terreno, en la vida cotidiana, aquellos hombres eran reales y por tanto imperfectos, pero gracias al arte de los relatos, se convirtieron en maravillosos mitos reconfortantes. Ya no hay jerarquía entre el cazador experimentado y quienes le siguen para alimentarse. El decorado es lo que pone ahora al héroe por encima del pueblo en una representación teatral.

El superhombre posee cualidades que lo sitúan por encima de la condición humana. Él es el más fuerte, el más bello, el más inteligente, el más todo, pero consagra sus cualidades sobrehumanas a sí mismo. Mientras que su hermano menor, el héroe, no es un superhombre. Sufrió una herida y no es invulnerable, porque puede morir. Sus cualidades excepcionales las consagra a su pueblo, a todos aquéllos que necesitan admirarlo y amarlo para sentirse protegidos. Las supercualidades de este hombre vulnerable están a disposición de un pueblo vencido que quizás llegue a alcanzar la victoria final, con la condición de someterse al héroe. El superhombre domina al pueblo y le impone su fuerza, mientras que el héroe pide al pueblo humillado que le obedezca con el fin de sacar provecho de sus supercualidades. El héroe escenifica su deseo de morir para que su pueblo viva, mientras que el superhombre ignora las necesidades de sus subordinados.

La que existe entre el héroe y el pueblo por él salvado es, ciertamente, una relación erótica: «Si te entregas a mí, si te abandonas a mis órdenes, podrás volver a gozar de la vida», podría decirle el héroe a su pueblo enamorado. El superhombre, que domina a sus administrados, goza de la dominación que les impone. Establece relaciones de fuerza allí donde el héroe prefiere el encantamiento y la seducción épica. El grupo aplastado por el superhombre sólo piensa en escapar, en rebelarse, en aplastarlo a él al menor desfallecimiento. El pueblo salvado por un héroe se deja subyugar para mayor felicidad. En la vida cotidiana, el hombrecito-héroe está solo. Cuando va a comprar el pan no despierta el interés de nadie, mientras que su imagen de héroe llena el mundo mental de quienes por él fueron salvados: «Se apodera de la imaginación [...] de pueblos enteros».24

Resulta curiosa esa idea de que nuestra muerte podría hacer felices a quienes nos aman. ¿A quién podría seducir semejante propuesta? Tal sentimiento deja al héroe en una posición de masoquismo moral. «Debido al sentimiento deculpabilidad inconsciente, el masoquismo moral busca laposición de víctima, sin que esté en ello directamente implicado un placer sexual».25Un erotismo sin sexualidad no es raro, como lo demuestran los místicos y los fanáticos que adoptan la posición de víctima para hacerse amar por aquéllos a quienes salvan: «Estoy dispuesto a morir por vosotros, si es preciso, para que me améis». Entonces el pueblo, lleno de gratitud, adora al salvador y se prosterna. Proponerse como víctima voluntaria resulta en este caso una estrategia para acceder al poder, no apoderándose de él sino haciéndoselo entregar.

El sacrificio de dos gendarmes (una antillana y un francés de origen magrebí) que fueron asesinados mientras protegían a personas inocentes los días 7 y 8 de enero de 2015, cuando los atentados deCharlie Hebdoy el Hyper Cacher, provocó una oleada de afecto hacia los policías (lo cual no es habitual). Los besaban, los elogiaban siguiendo impulsos afectuosos que no eran sexuales. «Se sacrificaron, murieron como héroes para protegernos», pensó la multitud agradecida. Por parte de las fuerzas del orden, se trataba más bien de un contrato social: «Hago mi trabajo, que supone un riesgo de muerte, pero no deseo ni matar ni que me maten», hubieran dicho probablemente. En el extremo opuesto, el candidato a héroe hace saber que está dispuesto a morir para salvar a su pueblo. Se trata de una oblatividad mórbida, en la que morir para que el otro viva es el compromiso del héroe que anuncia su sacrificio. Es un contrato perverso con el cual el héroe, mediante la enormidad de su promesa de don, ata a la víctima que necesita ser salvada. Tal proyecto de sacrificio es una tiranía afectiva enmascarada: «Todo esto, te lo daré si, cayendo a mis pies, te prosternas ante mí».26Este enorme regalo es un contrato de sometimiento. El diablo convierte a las almas que desea comprar en deudoras. Pero, ¿quién hace el mejor negocio? ¿El pueblo salvado, el humillado reconfortado, o el héroe que ha obtenido el poder gracias a su promesa de sacrificio? «Ello deja a cada uno de los fieles en una fuerte dependencia [...] una sumisión, es sobre todo el establecimiento del vínculo con el padre idealizado, con el conductor».27

El sacrificio requiere una liturgia teatral, con el fin de mostrar que no se trata de una muerte banal: debe ser luminosa, trascendente, como ocurre en un holocausto, en el que la víctima religiosa acepta ser completamente quemada. «El sacrificio conlleva la alianza de Dios mediante la sumisión completa de Abraham. Su señor le dice: “¡Sométete!”.Él responde “Me someto al señor de los mundos” [...], losvalientes héroes vencieron a la muchedumbre [...] ellos consiguieron el consentimiento de la víctima, que se ofreciera por sí misma a la inmolación». Esta «comedia de inocencia» es un rasgo común de los sacrificios.28El pueblo salvado consiente al holocausto, se deja inmolar por su salvador. Cada uno está atado, sometido a otro de quien sólo conoce su imagen. El héroe escenifica su deseo de sacrificio extático, y los fieles se dejan inmolar por un salvador a quien idealizan. Este esquema de pensamiento posee un gran efecto tranquilizador: «Démosle todos los poderes, piensa el grupo empequeñecido, él es tan poderoso que será capaz de salvarnos». Así es como funcionan las utopías sociales y los contratos perversos.

Un pueblo no puede prosternarse en cualquier momento, ante un salvador cualquiera. Para desencadenar el establecimiento de una relación como ésta, es preciso que la situación sea trágica y que el candidato a héroe posea un talento teatral. Sólo puede gobernar las emociones de la masa, provocar su indignación, su esperanza o su entusiasmo si es capaz de gestos grandilocuentes, si tiene una voz estentórea y lleva consigo objetos de héroe. Cuando la escenificación es fascinante, las ideas pasan a segundo término y la masa reacciona como un solo hombre, sincronizada por la emoción.

En la vida cotidiana, no es infrecuente que el héroe sea débil y temeroso, ya que la cualidad necesaria para convertirse en héroe es saber escenificar la tragedia que padecen los habitantes de la ciudad. Hay una discordancia entre el hombrecillo real y la imagen mítica que encarna. Un día, un admirador extático de Hitler fue invitado a Berghof, donde el Führer descansaba con su compañera Eva Braun. Fritz Wiedemann, su ayuda de campo, anota en su diario, en 1938, que allí la vida cotidiana es confortable y rutinaria como una vida en familia.29Hitler se levanta tarde, no habla de política y no consulta ningún informe. El adorador quedará perplejo ante lo que vivirá allí, ante su inmenso jefe. Está a punto de sufrir un síncope emotivo cuando Eva Braun grita, desde la habitación contigua: «¡A comer!». Hitler se levanta y se dirige al comedor. De un solo golpe, con una sola palabra, el éxtasis se deshincha: un hombre que se dirige a la mesa obedeciendo las órdenes del ama de casa no puede ser un superhombre. ¡No es así como un héroe salva a su pueblo y lo conduce a mil años de felicidad!

En la vida cotidiana, Hitler era transparente, pero en la vida pública era fulgurante. El padre de mi mujer, médico militar cautivo durante la Segunda Guerra Mundial, cuenta:

Un día, un rumor loco puso el campo patas arriba: «Hitler va a pasar cerca, por la carretera». Todo el mundo se precipitó a verlo, el Führer pasó en un coche, con las ventanas cerradas. Ni un gesto, ni una palabra, por supuesto. ¿Quizás se distinguió su silueta en el asiento trasero? Los guardias alemanes estaban conmovidos y los prisioneros franceses no lo estaban menos. ¡Qué algarabía! ¡Qué emoción! Algunos hablaban con alegría, excitados tras el acontecimiento. Otros estaban lívidos, sentían náuseas. En la realidad casi no había ocurrido nada, tan sólo había pasado una sombra dentro de un coche. Pero en la representación de la realidad, fue un acontecimiento formidable: ¡Hitler había pasado cerca de mí!

Esta anécdota demuestra que somos capaces de inventar representaciones terroríficas o embriagadoras a las cuales nos sometemos, a veces hasta la alienación. Un coche que pasa, una silueta en un asiento, una simple palabra, «es Hitler», habían invadido el mundo interior de sus adoradores. Su mundo íntimo se había llenado con el trance desencadenado por una imagen subliminal, una sombra que evocaba a un hombre inmenso, por encima de todos los hombres. Los devotos ya no eran dueños de sí. En un éxtasis casi místico, estaban alienados, ajenos a sí mismos, poseídos.