Sobre el amor - Carl Gustav Jung - E-Book

Sobre el amor E-Book

Carl Gustav Jung

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Beschreibung

"Mi experiencia como médico, al igual que mi propia vida", escribe C. G. Jung, "me han puesto incesantemente ante la pregunta sobre el amor, y nunca fui capaz de dar una respuesta válida." La presente antología de textos extraídos de la rica obra junguiana recoge algunas de las reflexiones más significativas del psicólogo y psiquiatra en torno a "las imprevisibles paradojas del amor" y al conocimiento de que "únicamente en lo opuesto se enciende la vida". El recorrido a través del Eros ("gran vinculador y desligador"), de la relación entre los sexos, el matrimonio, la comunidad y la relación terapéutica, pone de manifiesto la importancia que para la psicoterapia junguiana tiene no sólo la relación de transferencia entre médico y paciente, sino la relación humana. Ocupado en transmitir a sus pacientes "la ficción que cura", Jung hace sobre todo una invitación a "vivir psicológicamente", dedicado como estuvo a fomentar con su trabajo el desarrollo del individuo.

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Sobre el amor

C. G. Jung

traducción de Luciano Elizaincín

MINIMA TROTTA

MINIMA TROTTA

Título original: Über die Liebe

© Patmos Verlag GmbH & Co. KG, Düsseldorf, 2003

© Walter Verlag, 2000

© Luciano Elizaincín, para la traducción de todos los textos excepto los de los volúmenes 4 y 10 de la Obra Completa de C. G. Jung, 2005

© Ángel Reparaz, textos del volumen 4, 2005

© Carlos Martín, textos del volumen 10, 2005

© Editorial Trotta, S.A.

www.trotta.es

ISBN (EPUB): 978-84-1364-042-6depósito legal: M-14.946-2008

CONTENIDO

Prólogo: Marianne Schiess

Sobre el amor

Sobre el Eros

Sobre el matrimonio

Sobre la comunidad

Sobre la relación que cura

Un final

Siglas y abreviaturas

PRÓLOGO

«El problema del amor se me aparece como una montaña monstruosamente grande que con toda mi experiencia no ha hecho más que elevarse», escribió C. G. Jung en 1922. Y casi cuatro décadas más tarde: «Mi experiencia como médico, al igual que mi propia vida, me han puesto incesantemente ante a la pregunta sobre el amor, y nunca fui capaz de dar una respuesta válida».

Si se examina su obra buscando juicios concretos sobre «esa fuerza del destino que abarca desde el cielo hasta el infierno», el resultado es sorprendentemente escaso. Quizá esto tenga que ver con el hecho de que para él era prioritario el individuo y su relación con el mundo interior. De todos modos, este pequeño volumen con citas y textos breves va más allá del tema del amor y comprende las relaciones en el sentido más amplio de la palabra. Esto parece justificado, ya que Jung describía a Eros, ese símbolo central del amor, como «aquel que une y separa», como «relación anímica», al cual contraponía el Logos, «el interés por las cosas».

Cada uno de los capítulos es como una trama, las transiciones son fluidas. Especialmente los dos conceptos de amor y Eros hacen que se eche de menos la claridad, ya que Jung, en determinados contextos, los utilizaba como sinónimos. En el capítulo «Sobre el amor» aparece en primer plano la relación anímica en el sentido más amplio, mientras que en los textos sobre el Eros se une la relación anímica con la sensual.

Muchas personas recurrían a Jung porque el matrimonio tradicional ya no les daba resultado. A este tema tan actual se le dedica un capítulo aparte. En el apartado acerca del ser humano como ser social, Jung parte del hecho de que sólo nos desarrollamos con plenitud cuando cultivamos ambas cosas, tanto nuestra individualidad como nuestra capacidad de relacionarnos. Los textos finales dejan claro cuán importante era el papel que desempeñaba en la psicoterapia junguiana no solamente la relación de transferencia sino también la relación humana.

Al leer, puede pensarse lo siguiente: C. G. Jung no era un pensador aislado. Vivió, trabajó y observó en el aquí y ahora. Debido a esto, en algunas de las citas nos topamos con el espíritu de su tiempo. Y otra cosa: existe una distancia de más de cuatro décadas entre los primeros textos y los más tardíos. C. G. Jung nunca se detuvo y siempre siguió desarrollando sus pensamientos y conceptos. Esto aclara algunas inconsecuencias aparentes.

Sus juicios sobre el amor o la relación anímica siguen siendo de gran actualidad y tienen mucho que decirle al hombre de hoy, a menudo tan desorientado en lo que atañe a las relaciones.

MARIANNE SCHIESS

SOBRE EL AMOR

«El amor se comporta como lo hace Dios:ambos se entregan sólo a su servidor másvaliente.»

[OC 10, § 232]

 

 

¿A qué no se le llama «amor»? Empezando por el mayor misterio de la religión cristiana, encontramos en el siguiente grado de profundidad el amor Dei de Orígenes, el amor intellectualis Dei de Spinoza, el «amor de la idea» de Platón, el «amor divino cantado por los místicos» [Gottesminne], hasta entrar en la esfera de lo humano con palabras de Goethe:

Dormidos están los salvajes impulsos,

como todo acto impetuoso;

nace ahora el amor humano,

nace el amor de Dios.

(Fausto, 1.ª parte, Gabinete de trabajo)

Nos encontramos con el amor al prójimo, con su coloración compasiva, en el sentido tanto cristiano como budista, con la filantropía, la asistencia social y, junto a él, el amor a la patria y demás instituciones ideales, como la Iglesia, etc. Se alinean a continuación el amor de los padres, sobre todo el amor materno, y luego el amor filial. Con el amor de los esposos dejamos atrás el terreno del espíritu y nos adentramos en esa esfera intermedia que se extiende entre espíritu e instinto, donde, por una parte, la llama pura de Eros se excita hasta convertirse en el fuego de la sexualidad y, por otra, formas de amor ideales, como el amor paterno, el amor a la patria, el amor al prójimo se mezclan con la avidez de poder personal, con el deseo de poseer y dominar. Esto no quiere decir que todo contacto con la esfera del instinto signifique necesariamente degradación. Al contrario, la belleza y la verdad de la fuerza amorosa se pone de manifiesto tanto más plenamente cuanto mayor cantidad de instinto sea capaz de contener. Pero cuanto más sofoque el instinto al amor más sale a la luz el animal. Así, el amor del novio y de la novia puede ser tal que cabe decir con Goethe:

Cuando la intensa fuerza espiritual

los elementos

para sí arrebató,

no hubo ángel que separase

la doble naturaleza unida

de la intimidad de ambos:

tan sólo el amor eterno

consigue separarla.

(Fausto, 2.ª parte, Barranco)

No siempre se trata necesariamente de un amor así, sino que puede ser también un amor de esa clase de la que Nietzsche dice: «dos animales se han reconocido». El amor de los enamorados cala más hondo. Falta la consagración de la promesa, de los votos de vida en común. En cambio, esa otra belleza del destino, de lo trágico, puede transfigurar este amor. Pero, por lo general, predomina el instinto con su oscura pasión o su chispeante fuego de paja.

[OC 10, § 199 ss.]

El «amor» se revela empíricamente como la fuerza del destino par excellence, tanto si aparece como vulgar concupiscentia o como la afección más espiritual. Es uno de los móviles más poderosos en los asuntos humanos. Cuando se lo considera «divino», entonces esta denominación se le aplica con todo derecho, pues a lo más poderoso en la psique se le llamó desde siempre «Dios». Se crea o no en Dios, se admire o maldiga, siempre aparece la palabra «Dios» en la lengua. Siempre y en todas partes se llamó «divino» a lo que posee la máxima potencia psíquica. Sin embargo, «Dios» siempre es contrapuesto a las personas y se lo diferencia expresamente de ellas. El amor, con todo, es algo común a ambas partes.

[OC 5, § 98]

El amor es siempre un problema, con independencia de la edad de la persona de quien se trate. En la etapa de la infancia el problema es el amor de los padres; para el anciano el problema es lo que ha hecho con su amor. El amor es una de las grandes potencias del destino que se extienden desde el cielo hasta el infierno.

[OC 10, § 198]

Creo que lo mejor que puede hacer usted es comprender todo el problema del amor como un miraculum per gratiam Dei, como algo acerca de lo cual nadie sabe nada a ciencia cierta. Es siempre el destino, cuyas últimas raíces jamás desenterraremos. No hay que dejarse confundir por las obras de Dios. Que el sublime absurdo o la absurda sublimidad del acontecer nos sirva para el asombro filosófico.

[Cartas I, 274]

Y sin embargo, tiene usted mucha razón cuando dice que el problema del amor es el más importante de la vida. Pero hablar sobre lo más importante es también una de las cosas más arduas. Frente a ello se tiene un recelo muy natural, una especie de veneración, como la que nos inspiran las cosas grandes y fuertes. […] el problema del amor se me aparece como una montaña monstruosamente grande que con toda mi experiencia no ha hecho más que elevarse, precisamente cuando creía haberla casi escalado.

[Cartas I, 60]

Esta implicación del amor en todas las formas de vida, en la medida en que es general, es decir, colectiva, constituye la menor dificultad en comparación con el hecho de que el amor es también, eminentemente, un problema individual. Todo esto quiere decir que bajo este aspecto pierden su validez cualquier criterio y regla general.

[OC 10, § 198]

De todos modos, es difícil pensar que este mundo tan rico fuese demasiado pobre como para no poder ofrecer un objeto al amor de una persona. Ofrece espacio infinito para cada uno. Antes bien, es la incapacidad de amar la que roba al hombre sus posibilidades. Este mundo solamente es vacío para aquel que no sabe dirigir su libido a las cosas y personas para hacérselas vivas y bellas. Lo que, por tanto, nos obliga a crear un sustituto a partir de nosotros mismos no es la carencia exterior de objetos, sino nuestra incapacidad de abrazar amorosamente algo que está fuera de nosotros. Seguramente nos agobien las dificultades de la vida y las contrariedades de la lucha por la existencia, pero tampoco las situaciones externas muy difíciles pueden obstaculizar el amor, por el contrario, pueden estimularnos a realizar los esfuerzos más grandes. Las dificultades reales no podrán nunca reprimir la libido de forma tan duradera como para que surja una neurosis. Para ello hace falta el conflicto, que es la condición de toda neurosis. Solamente la resistencia que su no-querer opone al querer produce esa regresión que puede convertirse en el punto de partida de un trastorno psíquico. La resistencia al amor engendra la incapacidad de amar, o esa incapacidad actúa como obstáculo. Al igual que la libido se asemeja a una corriente constante que hace desembocar su agua en el mundo de la realidad, la resistencia no se asemeja, considerada desde un punto de vista dinámico, a una roca que se alza desde el lecho del río y que es sumergida o rodeada por la corriente, sino más bien a una contracorriente que en vez de fluir hacia la desembocadura fluye hacia la fuente. Una parte del alma quiere, sí, el objeto externo, pero otra quiere retroceder al mundo subjetivo, desde el cual hacen señas los palacios aéreos y livianos de la fantasía.

[OC 5, § 253]

El problema del amor pertenece a los grandes padecimientos de la humanidad, y nadie debería avergonzarse del hecho de tener que pagar su tributo.

[OC 17, § 219]

La razón cotidiana, el sano sentido común, la ciencia como common sense aún más concentrado, pueden ciertamente tener largo alcance, pero nunca pueden ir más allá de los mojones de la realidad más banal y de la humanidad mediana. No ofrecen en el fondo ninguna respuesta a la pregunta acerca de los dolores del alma y su significado profundo. La psiconeurosis es, en su esencia última, un padecimiento del alma que no ha encontrado su sentido. Pero de los dolores del alma surge toda creación espiritual y cualquier progreso del hombre espiritual; y el motivo del padecimiento es la paralización espiritual, la esterilidad del alma.

Con este conocimiento, el médico se interna en un territorio al cual solamente se acerca con grandes vacilaciones. Es aquí cuando se le aparece la necesidad de transmitir la ficción que cura, el significado espiritual, pues precisamente eso es lo que el enfermo pide, más allá de todo lo que puedan darle la razón y la ciencia. El enfermo busca aquello que lo contiene y que le presta una forma coherente a la caótica confusión de su alma neurótica.

¿Se encuentra el médico capacitado para enfrentarse a algo así? Antes que nada, le indicará al paciente que se dirija al teólogo o al filósofo, o lo abandonará a la gran confusión de la época. Como médico, no está obligado por su conciencia profesional a tener una cosmovisión. Pero, ¿qué sucede cuando ve de forma demasiado clara aquello por lo que enferma su paciente?, ¿cuando ve que no tiene amor sino solamente sexualidad; que no tiene fe, porque la ceguera lo espanta; que no tiene esperanza, porque el mundo y la vida lo han desilusionado; que no tiene conocimiento, porque no ha comprendido su propio sentido?

Numerosos pacientes cultos se niegan categóricamente a dirigirse a un teólogo. Del filósofo no quieren siquiera escuchar una palabra, pues la historia de la filosofía los deja fríos, y el intelectualismo les resulta más árido que el desierto. ¿Dónde están esos grandes sabios de la vida y del mundo que no solamente hablan del sentido sino que también lo poseen? Es absolutamente imposible imaginarse un sistema o una verdad que pudieran ofrecer aquello que el enfermo necesita para vivir, a saber: fe, esperanza, amor y conocimiento.