Civilización en transición - Carl Gustav Jung - E-Book

Civilización en transición E-Book

Carl Gustav Jung

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Beschreibung

En este volumen pueden encontrarse los siguientes textos de C. G. Jung: Sobre lo inconsciente; Alma y tierra; El hombre arcaico; El problema anímico del hombre moderno; Sobre el problema amoroso del estudiante universitario; La mujer en Europa; El significado de la psicología para el presente; Acerca de la situación actual de la psicoterapia; Prólogo al libro Reflexiones sobre la historia actual; Presente y futuro; Un mito moderno. De cosas que se ven en el cielo; La conciencia moral; El bien y el mal en la Psicología Analítica; Prólogo al libro de Toni Wollf Studien zu C. G. Jungs Psychologie; El significado de la línea suiza en el espectro de Europa; El amanecer de un mundo nuevo; Reseña de H. Keyserling La révolution mondiale et la responsabilité de l’esprit; Complicaciones de la psicología norteamericana; El mundo ensoñador de la India; lo que la India puede enseñarnos; Apéndice: Nueve comunicaciones breves.

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Seitenzahl: 1272

Veröffentlichungsjahr: 2025

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C. G. JUNG

OBRA COMPLETA

VOLUMEN 10

CIVILIZACIÓN EN TRANSICIÓN

C. G. JUNG

Traducción de Carlos Martín Ramírez

EDITORIAL TROTTA

CARL GUSTAV JUNG

OBRA COMPLETA

 

 

TÍTULO ORIGINAL: ZIVILISATION IM ÜBERGANG

PRIMERA EDICIÓN: 2001

PRIMERA REIMPRESIÓN: 2014

©  EDITORIAL TROTTA, S.A., 2001, 2014, 2024WWW.TROTTA.ES

©  STIFTUNG DER WERKE VON C. G. JUNG, ZÜRICH, 2007

©  WALTER VERLAG, 1995

©  CARLOS MARTÍN RAMÍREZ, TRADUCCIÓN, 2001

©  FUNDACIÓN C. G. JUNG, INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLAY NOTAS DE EDITOR FIRMADAS, 2001

DISEÑO DE COLECCIÓN

GALLEGO & PÉREZ-ENCISO

CUALQUIER FORMA DE REPRODUCCIÓN, DISTRIBUCIÓN, COMUNICACIÓN PÚBLICA O TRANSFORMACIÓN DE ESTA OBRA SOLO PUEDE SER REALIZADA CON LA AUTORIZACIÓN DE SUS TITULARES, SALVO EXCEPCIÓN PREVISTA POR LA LEY. DIRÍJASE A CEDRO (CENTRO ESPAÑOL DE DERECHOS REPROGRÁFICOS, WWW.CEDRO.ORG) SI NECESITA UTILIZAR ALGÚN FRAGMENTO DE ESTA OBRA.

ISBN: 978-84-1364-266-6 (obra completa, edición digital e-pub)

ISBN: 978-84-1364-277-2 (volumen 10, edición digital e-pub)

CONTENIDO

Introducción a la edición española: Enrique Galán Santamaría

CIVILIZACIÓN EN TRANSICIÓN

1.SOBRE LO INCONSCIENTE

2.ALMA Y TIERRA

3.EL HOMBRE ARCAICO

4.EL PROBLEMA ANÍMICO DEL HOMBRE MODERNO

5.SOBRE EL PROBLEMA AMOROSO DEL ESTUDIANTE UNIVERSITARIO

6.LA MUJER EN EUROPA

7.EL SIGNIFICADO DE LA PSICOLOGÍA PARA EL PRESENTE

8.ACERCA DE LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA PSICOTERAPIA

9.PRÓLOGO AL LIBROREFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA ACTUAL

10.WOTAN

11.DESPUÉS DE LA CATÁSTROFE

12.LA LUCHA CON LA SOMBRA

13.EPÍLOGO AL LIBROREFLEXIONES SOBRE LA HISTORIA ACTUAL

14.PRESENTE Y FUTURO

1.La amenaza al individuo en la sociedad moderna

2.La religión como compensación de la masificación

3.Occidente ante la cuestión religiosa

4.La autocomprensión del individuo

5.Cosmovisión y modo de ver psicológico

6.El autoconocimiento

7.La importancia del autoconocimiento

15.UN MITO MODERNO. DE COSAS QUE SE VEN EN EL CIELO

Prólogo

1.El ovni como rumor

2.El ovni en los sueños

3.El ovni en la pintura moderna

4.Sobre la historia del fenómeno de los ovnis

5.Resumen

6.El fenómeno de los ovnis desde un enfoque no psicológico

7.Epílogo

16.LA CONCIENCIA DESDE UN PUNTO DE VISTA PSICOLÓGICO

17.EL BIEN Y EL MAL EN LA PSICOLOGÍA ANALÍTICA

18.PRÓLOGO AL LIBRO DE TONI WOLFSTUDIEN ZU C. G. JUNGS PSYCHOLOGIE

19.EL SIGNIFICADO DE LA LÍNEA SUIZA EN EL ESPECTRO DE EUROPA

20.EL AMANECER DE UN MUNDO NUEVO. RESEÑA DEL LIBRO DE H. KEYSERLINGAMERIKA, DER AUFGANG EINER NEUEN WELT

21.RESEÑA DE H. KEYSERLINGLA RÉVOLUTION MONDIALE ET LA RESPONSABILITÉ DE L’ESPRIT

22.COMPLICACIONES DE LA PSICOLOGÍA NORTEAMERICANA

23.EL MUNDO ENSOÑADOR DE LA INDIA

24.LO QUE LA INDIA PUEDE ENSEÑARNOS

25.APÉNDICE: NUEVE COMUNICACIONES BREVES

1.Editorial

2.Respuesta al artículo de G. Bally

3.Circular a los colegas

4.Editorial

5.Nota editorial

6.Discurso presidencial en el octavo congreso general médico de Bad Nauheim

7.Contribución de C. G. Jung

8.Discurso presidencial en el noveno congreso médico internacional de psicoterapia, celebrado en Copenhague

9.Discurso presidencial en el décimo congreso médico internacional de psicoterapia, celebrado en Oxford

Bibliografía

Índice onomástico

Índice analítico

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Enrique Galán Santamaría

Se reúnen en este volumen de su Obra completa los escritos «sociológicos» de Carl Gustav Jung, esto es, referidos a los procesos de transformación social de su tiempo. Un tiempo que según las fechas de publicación se extiende entre 1918, terminada la Primera Guerra Mundial, y 1959, año en que la China de Mao invade el Tíbet budista, dos años antes de su muerte en 1961, cuando se levanta el muro que dividiría en dos a Europa y a un mundo cada vez más interpenetrado.

La importancia de los acontecimientos que tuvieron lugar durante esa época —dos guerras mundiales y la depresión histórica consiguiente al terror derivado de los totalitarismos y la energía nuclear, que llevarían a la descolonización, la Guerra Fría y el dominio de la propaganda—, no podía pasar desapercibida a los ojos de un observador tan minucioso de lo colectivo como defensor a ultranza del individuo.

Gracias a su relativa seguridad por ser ciudadano de la nación con la democracia viva más antigua de Europa —desde el siglo XIV— y políticamente neutral en las dos guerras mundiales, Jung pudo encontrar el punto de equilibrio necesario para comprender las razones del desequilibrado tiempo que le tocó vivir, expresando su reflexión no sólo en sus escritos publicados sino en otros muchos foros, de la carta privada a la entrevista periodística, de los reducidos seminarios de formación con sus más directos discípulos a los paraninfos de las universidades que le nombraron doctor honoris causa. Todo ello constituye el material necesario para la correcta comprensión de los textos que aquí se recopilan.

Dada la polémica que suscitaron algunos de sus textos cuando fueron publicados, dicha contextualización histórica es muy necesaria, pues permite asistir al despliegue del rumor —originado en un comentario lanzado por Freud en su Historia del movimiento psicoanalítico1— que presenta a Jung como un compañero de viaje de los nazis debido al pretendido antijudaísmo que le llevó a «traicionar» a Freud. Todo rumor, como ya señaló el mismo Jung en 1910, es un cumplimiento alucinatorio de deseos de carácter grupal2 que debe ser respondido desde la comprensión de su mensaje inconsciente y no desde la reificación del mensaje consciente y el antagonismo verbal.

Preparar a la consciencia para captar lo inconsciente era la labor cotidiana del psiquiatra Jung y esa actitud se transparenta en sus escritos y manifestaciones, fechados en un lugar concreto. Revela esa actitud en los párrafos que tanto escandalizaron y que aún incomodan incluso a muchos de sus seguidores. Parece no haberse entendido, ni entonces ni ahora, que Jung se dirigía a miembros de una nación que había enloquecido, inmersa en una ideología autocontradictoria alimentada por el terror. Su labor entonces, como se desprende no sólo de estos escritos sino de muchos documentos de la Obra completa, sus seminarios y su epistolario, consistía en mantener el contacto con la consciencia de los individuos, utilizando las palabras que inundaron no sólo a Alemania durante la década de los treinta, para que se hicieran cargo del poder de un inconsciente colectivo que estaba quebrando toda consciencia individual. Una tarea titánica, tal vez, que dejó sus secuelas, pero motivada por algo tan evidente al médico doctor C. G. Jung como el método clínico y al ciudadano Jung como los principios del liberalismo político, que resaltan el valor del individuo concreto.

1. El hombre arcaico y el hombre moderno

La Primera Guerra Mundial, esa «guerra para acabar con todas las guerras» que movilizó a masas de voluntarios en la creencia de que su estallido permitiría una regeneración moral, sacó a la luz tanta irracionalidad y crueldad, afectó a tantos millones de personas, que el optimista sueño de una razón instrumental que no necesita contar a Dios entre sus hipótesis se evaporó en forma de nube tóxica. Los supervivientes, ex combatientes de una absurda guerra iniciada por Alemania y que dejó herida de gravedad a Europa, se encontraron sin principios para orientar su vida, deshecha. La búsqueda de nuevos principios da lugar a la vertiginosa actividad cultural y artística, filosófica y científica de la época de entreguerras, con una lúcida mirada aterrada y expectante hacia el futuro.

Para Jung, 1918 es también la salida del hundimiento psíquico que provocó su separación de Freud. La dolorosa iniciación en los contenidos de su inconsciente encuentra expresión en Septem sermones ad mortuos, «un croquis general de mi obra futura», y alumbra un concepto cardinal, la función transcendente, y un método, la imaginación activa.

Escrito en esa época, «Sobre lo inconsciente», el primer capítulo de este volumen, es una presentación de su teoría de un inconsciente «suprapersonal», colectivo, que obliga a una visión histórica. Provisto de este concepto atiende al estado en que ha quedado Europa tras la guerra. Señala la crisis de las Iglesias cristianas para contener la destructividad del hombre europeo y se fija específicamente en la psique «germánica» de los pueblos vencidos. Ahí da la primera señal de alarma: la «bestia rubia» empieza a rumiar su sueño pangermánico volviendo la mirada al vitalismo del romanticismo alemán y a su glorificación del pueblo, del Volk. Sabe que esa regresión no puede entenderse desde las coordenadas del psicoanálisis de Freud o la psicología individual de Adler, a las que califica de «doctrinas específicamente judías», esto es, altamente intelectuales y desconocedoras de la fuerza de la tierra subyacente a la barbarie.

Una barbarie que alimenta los nacionalismos y totalitarismos de los años veinte, iniciados por la revolución bolchevique de 1917 y las maniobras políticas internacionales que intentarán sofocarla. El individuo pierde su papel ante el ascenso de las masas, forma social creada por el industrialismo centrado en la ciudad, con su desarraigo y sus legiones de parados. Jung investigará esa transformación social en los textos de este volumen.

Sin embargo, aún debe elaborar una psicología de la consciencia (Tipos psicológicos, 1921)3 y verificar su hipótesis de lo inconsciente colectivo y la noción de arquetipo, que formula por primera vez en su artículo «Instinto e inconsciente» (1919)4 como «forma típica de la aprehensión». Después de descansar de Europa en su corta visita a Túnez y Argelia en 1920, realiza un cierto trabajo de campo entre los «primitivos» en sus viajes a Nuevo México en 1924-1925, donde vive entre los indios pueblo, tan cuidadosamente estudiados por F. Boas, y Kenia y Uganda en 1925, residiendo entre los apartados elgeyo.

Volvamos por ahora a julio de 1923. Durante el seminario que dirige en Cornualles se muestra preocupado por la regresión que supone el neopaganismo que se extiende por Alemania a raíz de la pérdida de orientación espiritual tras la Primera Guerra Mundial. Dos meses antes se centra en esa desorientación que lleva a los occidentales a volver los ojos hacia Oriente, en una carta a Oskar A. H. Schmitz, autor de Psicoanálisis y yoga, quien le pondrá en contacto con el conde von Keyserling y su Escuela de Sabiduría de Darmstadt. Dice en su carta: «Anteayer, cuando chocó con el cristianismo romano, la raza germánica estaba al final del polidemonismo y en los inicios del politeísmo. Pero aún no había ni verdadero sacerdocio ni verdadero culto. Los dioses fueron abatidos con los robles de Wotan y sobre sus tocones se injertó el cristianismo, incompatible por haber nacido de un monoteísmo de nivel de civilización muy superior. El hombre germánico está enfermo por esta amputación. Tengo buenas razones para pensar que todo lo que hagamos para sobrepasar el presente debe partir de muy abajo, donde se encuentran los demonios naturales decapitados (...) Es imposible progresar directamente a partir de nuestro actual nivel de civilización si no recibimos un complemento de fuerzas proveniente de nuestras raíces primitivas (...) Debemos cavar para descender hasta el fondo primitivo y así, del conflicto entre el contemporáneo civilizado y el primitivo germánico nacerá aquello que necesitamos, es decir, una nueva experiencia de Dios (...) Necesitamos las tinieblas así como el temor que inspiran para permitirnos saber qué es la luz». Diez años después estas tinieblas cubrirán el horizonte.

Durante la década de los veinte Jung se muestra muy activo. Además de su trabajo en Zúrich se ve reclamado para que dicte conferencias sobre la situación actual en diversos países europeos. Pueden leerse en este volumen sus comentarios sobre la problemática del estudiante universitario, la mujer y el hombre contemporáneos. Las costumbres cambian aceleradamente y surgen nuevas tareas. En primer lugar, la cuestión sexual, que el psicoanálisis ha puesto en primer plano frente a la hipocresía victoriana, y la relación anímica que implica. En los locos años veinte las mujeres rompen los moldes en que estaban encorsetadas y conquistan una libertad de movimientos inusitada hasta entonces. Es la hora de las flappers, las deportistas, las licenciadas universitarias, del lesbianismo como feminismo, de la igualdad de derechos políticos5. Empiezan a transformarse los estereotipos de género y se abren nuevas vías de relación humana. El culto al cuerpo, la «calistenia», desde la gimnasia de masas y el baile sincopado a la naturopatía, es también un signo de liberación.

En algunos escritos menores de esos años —reseñas de los libros de su amigo el conde Keyserling, famoso conferenciante y escritor de la época, o artículos sobre una Norteamérica que ha salido fortalecida de la Primera Guerra Mundial— Jung hace hincapié en la importancia de la geografía donde se desarrollan las culturas y en el peligro que supone el espiritualismo desgajado de la tierra. Todo ello contextuado en una psicología de las naciones que toma en serio el denominado por Freud «narcisismo de las pequeñas diferencias», pues gracias a esas diferencias se le ofrecen a los individuos las posibilidades y constricciones concretas para establecer la propia individualidad.

Así, refiriéndose a Suiza, señala que ahí no existe la palabra súbdito y que los vicios nacionales pueden ser también sus virtudes. Entiende que Suiza, con su amor a la tierra, es el centro de gravedad de Europa, libre de las tensiones que están desequilibrando a otras naciones de esta Europa que se encuentra presionada entre el acelerado tempo norteamericano y el bolchevismo ruso, naciones que comparten, entre otras cosas, una tendencia masificadora y la importancia de la educación, entendida como adiestramiento —el conductismo de Watson y la reflexología de Pavlov como ejemplos.

Sus artículos sobre las condiciones espirituales de los europeos de la época, rastreadas tanto en el ámbito de la psicología como de las artes, se recogerán en dos libros de éxito: Problemas anímicos del mundo actual, publicado en 1930, y Realidad del alma, publicado en 1934. Para Jung el hombre moderno está preso del presente, es «ahistórico». En «El problema anímico del hombre moderno», una conferencia dictada en Praga en 1928, se extiende sobre este particular, señalando los peligros de esta situación de desarraigo respecto de la tradición y las exigencias a que conduce esta postura. La conmoción producida por la Gran Guerra ha dado al traste con los valores cristianos, pues dos milenios de cristianismo no han conducido a la parusía sino a esta guerra, un estallido de brutalidad inesperada entre las naciones cristianas. Se refiere ahí al «ave de rapiña aria y su insaciable rapacidad» (§ 185)6, a la farsa de la prepotencia que se esconde tras el misionerismo cristiano que es uno con el imperialismo económico y la preparación para la guerra. Con ello se está olvidando que todos somos parte de una gran alma, de un solo homo maximus (§ 175) que se diferencia culturalmente en el tiempo histórico y el espacio geográfico. Una gran alma que Jung denomina «inconsciente colectivo», parte de cuyos contenidos están estrechamente conectados con la psicología primitiva. Como señala en una entrevista radiofónica mantenida en Múnich el 1 de enero de 1930, «si estos vestigios primitivos aún existen en nosotros —y ahí están—, puede usted imaginarse cuántas cosas hay en nuestro pueblo civilizado que no pueden ponerse al día con el acelerado tempo de nuestra vida diaria, produciéndose gradualmente una escisión y una contravoluntad que a veces toma una forma destructiva»7. Los ejemplos están a la vista de todos como resultado de la quiebra de la economía mundial a raíz del crash de la Bolsa de Wall Street.

La sensación de catástrofe va en aumento, y ese tono tiñe sus conferencias pronunciadas a petición de J. Jacobi en el Kulturbund de Viena durante los años 1931 y 19328. En la primera señala el peligro de la actual psicología sin alma, diversificada además en multitud de escuelas —frente a las ciencias naturales, de carácter más unitario— y en la segunda se refiere explícitamente a las consecuencias de negar la realidad psíquica: «Las catástrofes dantescas que nos amenazan no son procesos elementales de índole física o biológica, sino acontecimientos psíquicos. Nos conminan en una medida aterradora guerras y revoluciones que no son más que epidemias psíquicas. En cualquier instante millones de hombres pueden ser atacados por una nueva locura y entonces tendremos otra guerra mundial o una revolución devastadora (...) El dios del terror vive en el alma». Para Jung la solución estriba en el cuidado de la personalidad individual, la atención a la voz interior y a las cosas cercanas. Por eso, «cuanto más pequeña sea la personalidad tanto más indefinida e inconsciente se torna, hasta confundirse con la sociedad, perdiendo su propio carácter, que se disuelve dentro de la totalidad del grupo. La voz interior es reemplazada entonces por la voz de la sociedad y de sus conveniencias y el destino es sustituido por las necesidades colectivas»9.

El fenómeno que Jung está señalando es la regresión del hombre civilizado hacia sus bases arcaicas, es decir, primigenias. En ese proceso se pierde la diferenciación psíquica, esto es, la consciencia, diluyéndose en la participation mystique, en la que no existen individuos sino grupos. Y si el hombre arcaico proyecta su alma en la naturaleza, el hombre moderno incluso la destierra de ésta para dominarla mejor. Pero mientras el hombre arcaico mantiene una relación con los instintos, el hombre moderno, y más el hombre culto, «incapaz de percibir esa voz no garantizada por ninguna doctrina»10, corre el peligro de anularse en el colectivo, de hundirse en el gregarismo, como es patente entonces en Rusia, Italia y los Estados Unidos.

En una conferencia dictada en Alemania al año siguiente señala que «nuestro presente es una de esas épocas de escisión y enfermedad» (§ 290), aunque como psicoterapeuta considera que «la enfermedad disociativa es el proceso de curación» (§ 293). Avisa de que «el retroceso compensatorio hacia el hombre colectivo amenaza con sofocar al individuo, sobre cuya responsabilidad descansa al fin y al cabo toda obra humana. La masa como tal siempre es anónima e irresponsable. Los llamados dirigentes son el síntoma inevitable de un movimiento de masas» (§ 326). Palabras pronunciadas en febrero de 1933 en Colonia y Essen, unos días después del ascenso de Hitler. ¿Está haciendo Jung aquí una apología del Führer o más bien señalando el mecanismo de su aparición?

2. La catástrofe

El final de la Primera Guerra Mundial transformó el mapa político de Europa. La revolución bolchevique, el hundimiento del Imperio austro-húngaro y la desaparición del sultanato otomano desencadenaron una turbulenta dinámica. Por un lado, se recomponen las naciones del imperio de los Habsburgo: las dos terceras partes de Hungría pasan a Checoslovaquia, Rumanía, Austria y Yugoslavia (surgida de la unificación de Serbia, Croacia, Eslovaquia y Montenegro) por el tratado de Trianon en 1918. Parte de Bulgaria pasa a Grecia y Rumanía gracias al tratado de Neuilly de 1919. Polonia recibe grandes territorios de la Prusia oriental y entrará en guerra con Rusia para reconquistar los territorios que ésta se anexionara en su victoria sobre el ejército alemán. Albania se independiza e Italia recibe territorios en el Norte. Alemania, además de la pérdida de sus territorios europeos y de África oriental, está dominada por las tensiones derivadas del intento de los comunistas de repetir la experiencia rusa, abocando a la represión mortal de los espartaquistas.

En cuanto a Rusia, consolidado el nuevo Estado soviético en 1919 tras el final de la guerra civil y ruso-polaca, inicia la estrategia trotskista de revolución mundial bajo las directrices de la III Internacional y su órgano, la Komintern, dando origen a los partidos comunistas occidentales mediante escisiones en los partidos socialistas, transformados a partir de entonces en enemigos. Por su parte, el Imperio otomano queda reducido a Constantinopla y Anatolia, perdiendo Libia y Siria, que quedan bajo control francés, y Palestina, bajo dominio británico, creándose un nuevo Estado alrededor del coronel Mustafá Kemal, presidente de la nueva república en 1923.

En 1920, como resultado de los tratados de Versalles de 1919, se crea la Sociedad de Naciones para gestionar esta nueva situación política con el objetivo explícito de evitar las guerras. A pesar de tratarse de una propuesta del presidente norteamericano Wilson, Estados Unidos no formará parte de ella y los cuatro miembros permanentes, de los trece que componen su Consejo, serán Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón. Los países derrotados en la Gran Guerra siempre la considerarán un instrumento de los vencedores para hacer cumplir los tratados de Versalles, pensados para que Alemania no pudiera recuperarse ni económica ni militarmente. Esta nación abandonará el organismo internacional en 1934, ocupando su lugar la URSS.

De todas las tensiones sociales que pueden deducirse de lo señalado, en el escenario de los diez millones de muertos y cinco de desplazados de la Primera Guerra Mundial, a los que se sumaron un millón de fallecidos por la «gripe española», intenta hacerse cargo Jung en la distancia que le permite su estancia en Túnez y Argelia después de terminar el manuscrito de Tipos psicológicos. «Por fin me hallaba allí, (...) en un país no europeo donde no se hablara idioma europeo alguno y no imperaran influencias cristianas, donde vivía otra raza y otra tradición e ideología históricas configuraban el aspecto de las cosas. Había deseado en muchas ocasiones poder ver al europeo desde fuera (...) y aprendí a ver en cierto modo con otros ojos y a observar al “hombre blanco” fuera de su propio ambiente». Y lo que vio, tal como lo recuerda tres años antes de su muerte al preparar Recuerdos, sueños, pensamientos, es que «el europeo está ciertamente convencido de no ser ya lo que fue en la Antigüedad, pero no sabe lo que ha llegado a ser entretanto. El reloj le dice que desde la Edad Media se ha introducido en él subrepticiamente el tiempo y su sinónimo, el progreso, y le han arrebatado lo que para él es irrecuperable».

El coste de este progreso y el intento de recuperación de lo arrebatado a lo largo de la revolución industrial, denunciada en numerosas ocasiones y paradigmáticamente por el Romanticismo alemán e inglés, se expresó durante los años veinte del siglo XX en el contraste perceptible entre el progreso técnico y la renovación de las artes por un lado y las condiciones generales de vida de la población por otro. Debe reconstruirse todo lo perdido con la guerra y la miseria domina en una Europa en duelo. En Alemania, 1923 se conoce por el «año inhumano»: la moneda se deprecia hasta casi desaparecer en ocho meses y con ello prácticamente todos los ahorros del país. El pánico y la sensación de pesadilla da lugar al primer intento de golpe de Estado de Hitler, por el que será encarcelado. Con ello no hace más que seguir el camino abierto con éxito por Mussolini un año antes, quien, previamente comunista, lo aprendió de los bolcheviques. La tensión social está en todos lados y las dictaduras se extienden por Europa a lo largo de la década: Italia (1922), España (1923), Polonia (1926), Portugal (1928), Yugoslavia (1929)..., países que pertenecen a la Sociedad de Naciones. Mientras no entre en guerra con otra nación, la dictadura es aceptada como forma de gobierno legítima a pesar de la suspensión de la legalidad. La década de los treinta verá multiplicarse el número de dictaduras en Europa y Sudamérica.

Terminan estos «felices años veinte» con el «jueves negro» de la Bolsa de Nueva York, quebrándose la economía internacional. La crisis del sistema económico capitalista provoca la radicalización política, con el fascismo y el comunismo como extremos de un muy pequeño arco político. La aparición de frentes populares en España y Francia, en los que la Komintern ejerce su influencia, disparan los métodos terroristas por ambos extremos. El «dios del terror» anda suelto y las bandas paramilitares, compuestas de ex combatientes parados, mantenidas y dirigidas por los gobiernos (en Francia, Italia, Alemania, España...) son sus particulares Iglesias.

Por eso, cuando en enero de 1933 toma democráticamente el poder el partido nacionalsocialista, ascendiendo Hitler a la cancillería de la República, las potencias europeas respiran aliviadas creyendo que Alemania será un bastión excelente contra el comunismo soviético de Rusia, con la que mantiene fronteras, siguiendo el modelo mussoliniano de «poner orden» en un país económicamente destruido después del periodo de bonanza 1924-1928 y con la tercera parte de su población activa en paro. Las obras públicas y el rearme serán el motor de la economía. El terror gratuito lo será de la política, basada en el nacionalismo antisemita, la destrucción muchas veces física del adversario político y el militarismo, mayoritariamente distribuidos. La propaganda, elevada a rango ministerial, predica el pangermanismo agresivo.

Hipnotizadas, las naciones asisten a los movimientos de Hitler adoptando una táctica «apaciguadora» que les lleva a aceptar todos los hechos consumados, empezando por el incendio del Parlamento un mes después de asumir el poder, hasta que la invasión de Polonia en 1939 y el previo pacto germano-soviético las hacen reaccionar. Mientras, asisten al horror de la sociedad alemana desde la barrera.

Quien no asiste desde la barrera es Jung, que ve cómo se cumplen sus peores temores. El 9 de junio de 1933 escribe a J. H. Schultz, creador del «entrenamiento autógeno» y directivo de la Sociedad Médica General de Psicoterapia (SMGP), de la que Jung es vicepresidente honorífico desde 1930 tras haber ingresado en la institución en 1928: «el doctor Cimbal me ha hecho un resumen de la situación. Como el profesor Kretschmer ha dimitido, me toca sucederle hasta el reglamento definitivo. Cimbal no ve problema en una presidencia extranjera». El 21 de junio se hace efectivo ese nombramiento.

Cinco días después viaja a Berlín con ocasión de unos encuentros organizados por el Club Psicológico de esa ciudad, que reúne entre otros a G. Adler, J. Kirsch, H. Zimmer, J. W. Hauer, R. H. Heyer, O. Curtius y A. von Weiszecker. Desde el coche, único medio seguro de transporte, asiste al espectáculo dantesco de Alemania, transformada en un país de vagabundos errantes que son tratados como apestados. B. Hannah, su chófer y acompañante, ha dejado escritos sus recuerdos de aquella ocasión. La impresión de Jung, tras pasar allí cinco días de trabajo y contactos, era que «toda esta gente vive en el pánico, están muertos de miedo e ignoran a dónde les va a llevar todo esto. Temo que nada pueda salvarlos, corren hacia la catástrofe. Nuestro único mérito consistirá en intentar ayudarles el mayor tiempo posible». Empezando por sus discípulos y colegas.

Sabe de lo que habla. Ha conocido a Goebbels, el siniestro ministro de propaganda y mano derecha de Hitler, en un absurdo encuentro propiciado por O. Curtius. J. Kirsch recuerda que Jung vomitó al salir de esa entrevista, consistente en intentar saber cuál de los interlocutores quería ver a quién, aterrorizado ante las personas en cuyas manos estaba el futuro de Alemania. El mismo día de su llegada fue entrevistado en la radio por A. von Weiszecker en un tono grandilocuente y nacionalista. Jung intenta sintonizar en ese lenguaje para señalar que «cuando reina una confusión total, como actualmente en Europa (...) se necesita una visión global (...), si no (...) podemos ser barridos inconscientemente por los acontecimientos. Pues los movimientos de masas tienen la peculiaridad de dominar al individuo mediante sugestión colectiva y volverle inconsciente (...) El desarrollo del individuo es particularmente necesario en nuestros días (...) El verdadero dirigente es quien tiene el coraje de ser él mismo».

Pensando que esa locura no duraría más que seis semanas, lo máximo seis meses, ajeno a las advertencias al respecto de J. Kirsch, cuya aguda percepción estaba acrecentada no sólo por el hecho de vivir allí sino por ser judío, se centró en lo más general: apoyar la psicoterapia en Alemania y ayudar a los muchos psicoterapeutas perseguidos por el nuevo régimen, uno de cuyos objetivos declarados en su programa político era deshacerse de los judíos de Alemania.

Freud, en la no muy segura Austria de Dollfuss, veía los acontecimientos alemanes con aprensión pero sin excesivo futuro. En las cartas a M. Bonaparte en marzo de ese año habla de «las extravagancias nacionalistas de Alemania (...) Probablemente una bravata de poca monta» y adivina que «la persecución de los judíos y las restricciones de la libertad individual son los dos únicos puntos del programa de Hitler que pueden llegar a realizarse». Tres meses después le confesaba que «el mundo se está convirtiendo en una enorme prisión. Alemania es la celda peor (...) Han comenzado enfrentando al comunismo como su enemigo a muerte, pero terminarán en algo que será sumamente difícil distinguir del comunismo».

El totalitarismo y la sinrazón se extendían sin resistencia, coincidiendo con el despliegue del psicoanálisis durante los años veinte, ejemplificado en el Instituto Psicoanalítico de Berlín y su Clínica, fundados en 1920 por K. Abraham y M. Eitingon. Gracias a la efectiva respuesta a las numerosas neurosis de guerra que la psiquiatría era incapaz de tratar, el psicoanálisis había neutralizado los continuos ataques de la psiquiatría al psicoanálisis y las psicoterapias derivadas de él.

Este movimiento psicoterapéutico, en crecimiento meteórico durante esos años, estaba compuesto por multitud de tendencias que buscaban la integración de los enfoques de Freud, Adler y Jung, con una aproximación psicosomática a la medicina desde los ideales de la filosofía de la naturaleza de los románticos alemanes. En 1926 R. Sommer y W. Eliasberg, importantes psiquiatras alemanes, fundan la SMGP con el fin de dar forma a esos intereses, que mueven a muchos jóvenes médicos que volvieron espantados del campo de batalla y que ven un futuro profesional en auge. En 1928 se constituye formalmente la Sociedad en su III Congreso, con el siguiente comité ejecutivo: E. Sommer, W. Cimbal, L. Seif, J. H. Schultz, W. Eliasberg, A. Kronfeld, E. Kretschmer, K. Goldstein, W. Kranefeldt, H. Prinzhorn y K. Birbaum. Pertenecen además a ella desde ese año Jung, W. Stekel, F. Fromm-Reichman, K. Horney, F. Deutsch, G. Groddeck, G. H. Heyer, E. Simmel, V. von Weiszecker, H. Schultz-Henke o W. Reich, todos ellos figuras sobradamente conocidas, hasta llegar a un total de 400 miembros11. Desde 1930, año en el que son nombrados Kretschmer y Jung presidente y vicepresidente, edita la Zentralblatt für Psychoterapie (Revista central de psicoterapia). La Asociación Psicoanalítica Alemana no reconoce a esa Sociedad, aunque individualmente pertenecieran a ella muchos psicoanalistas, y en el VI Congreso de la Sociedad, que tuvo lugar en Dresde en 1931, el discurso presidencial de Kretschmer se ocupará de ensalzar la figura de Freud en su septuagesimoquinto aniversario, proponiendo celebrar en Viena el siguiente congreso.

Pero el VII Congreso tuvo que esperar hasta 1934 y se celebró en Bad Nauheim, Alemania, donde a partir del 5 de mayo, con las elecciones nacionales que Hitler convocó a modo de plebiscito y en las que le votó una mayoría del 43.9%, habían entrado en vigor unas leyes que exigían el encuadramiento en el partido nacionalsocialista o en las múltiples organizaciones sociales creadas a su alrededor para realizar sus designios.

Uno de estos objetivos, y principal, era aislar a los judíos y arrebatarles sus pertenencias, siguiendo en ello fielmente los consejos de Lutero en su Contra los judíos y sus mentiras, de 1542, donde los califica de «carga satánica e insufrible». El antijudaísmo alemán, vertido en «antisemitismo» en 1873 por el periodista W. Marr, impregnaba tanto la filosofía alemana como el «sentido común», no sólo en Alemania sino un poco por todas partes del mundo cristiano, siendo más evidente desde el punto de vista político y social en Francia y Austria.

En Alemania, con una judería ínfima de un 1% de la población, concentrada en un 70% en las ciudades (profesiones liberales, comercio y transporte, grandes almacenes, industria metalúrgica y banca), la figura del judío sólo podía ser un fantasma proclive a recibir cualquier proyección, donde se mezclaban el antijudaísmo cristiano, establecido por Juan Crisóstomo en el siglo IV y que llegaba hasta los jesuitas y algunas Iglesias protestantes del XX; la envidia de los «judíos de corte», de los que saldrían los Rothschild, Wertheimer, Warburg y tantos otros banqueros de los Estados; el deseo concupiscente por la mujer judía, gráficamente expresado en una grosería pública del Kaiser Guillermo II; el rencor hacia la brillantez intelectual de los circuncidados; la desconfianza ante el internacionalismo de tantos judíos emancipados en los siglos XIX y XX... En Alemania se identificaba al judío con el Estado y la modernidad, el poder, la casta cerrada alrededor del círculo familiar, el vicio, la perversión sexual... en una doble lectura del «judío bueno», el conocido personalmente, y el «judío en general» (inhumano, avaricioso, insolente, servil...), desconocido y sólo imaginado.

Por su parte, el antisemitismo moderno era el elemento fundamental de la «judeidad», con su retórica victimista, un modo de mantener unido a un pueblo sin tierra que con la emancipación y la secularización veía debilitarse los valores tradicionales y que acabó intensificando la figura de pueblo elegido frente a la esperanza mesiánica. La situación del judío era angustiosamente ambigua, pues era aceptado socialmente por ser un judío que no quería ser judío. Así, un judío secularizado educado en el cristianismo como Benjamín Disraeli, Lord Beaconsfield, pudo decir en la década de los ochenta del siglo XIX que él era «el hombre elegido de la raza elegida», que «la raza es la clave de la historia (...) más que la lengua o la religión (...) [y que aquello que] hace a una raza es la sangre (...), [base de] la aristocracia de la naturaleza (...), [formada por] una raza sin mezcla y una organización de primera clase». En 1886 empiezan a tener lugar en Europa los primeros congresos antisemitas, buscando una supranacionalidad contra el internacionalismo judío y sembrando los odios que explotarían medio siglo después, en uno de los primeros actos del flamante gobierno del Reich (Reino) hitleriano: convocar un boicot a las tiendas judías el 1 de abril de 1933, seguido orgiásticamente por la población.

Este hostigamiento a los judíos afecta directamente a gran parte del psicoanálisis y la psicoterapia alemanas, máxime cuando circula el tópico de que el psicoanálisis es una «ciencia judía». M. Eitingon decide huir a Palestina y dimite de la presidencia de la Asociación Psicoanalítica Alemana, que recae sobre los «arios» C. Müller-Braunschweig y F. Boehm, según lo acordado entre E. Jones, A. A. Brill y M. H. Göring en una reunión el 1 de octubre de 1933, que traería aparejada la dimisión en bloque de los miembros judíos del Instituto Psicoanalítico de Berlín el 1 de diciembre para evitar la ilegalización de la Asociación. Eitingon abandonará también la presidencia de la Asociación Psicoanalítica Internacional, que recae en las manos del gentil E. Jones en su XIII Congreso, celebrado en Lucerna durante los últimos días de agosto de 1934.

Esta situación lleva a Jung a intervenir en la SMGP, dado su papel de presidente interino no alemán, para proponer unos nuevos estatutos que puedan resolver de algún modo estos problemas. Para ello inicia una ronda de cartas a los implicados. Al austriaco R. Allers, anterior redactor-jefe de la Revista..., le escribe el 23 de noviembre de 1933: «La R. debe seguir apareciendo. En calidad de Presidente (...) soy el redactor jefe más o menos involuntario de esta revista (...), compuesta esencialmente de reseñas a la espera de que la situación se clarifique un poco en Alemania (...) La sección nacional alemana de la Sociedad ha sido homogeneizada12 y colocada bajo la dirección del Pr. M. H. Göring (...) [Habrá] un suplemento de la Revista... destinado especialmente a Alemania (...) Debo confesar que no veo muy claro este asunto (...) El redactor jefe debe ser homogeneizado [para lo que Jung cuenta con Cimbal y el junguiano Heyer, que sustituirán al judío Allers] (...) La psicoterapia debe intentar mantenerse en el interior del Reich alemán más que instalarse fuera, sean cuales sean las dificultades de existencia que encuentre. Göring es un hombre muy amable y razonable, lo que pone nuestra colaboración bajo los mejores auspicios». En parte coincide en esto con Jones, que encontró «en Göring una persona sumamente amable y dúctil, pero (...) que no estaba en condiciones de cumplir las cosas que me prometió».

Mathias Heinrich Göring, el primo mayor de Hermann Göring, primer ministro del gobierno alemán, era doctor en leyes y psiquiatra. Había sido asistente de Kräpelin en Múnich y trabajaba con Sommer en el psiquiátrico de Wuppertal. Muy interesado en la obra de Jung y Adler, en el III Congreso de la SMGP, en 1928, había presentado una ponencia sobre religión y psicoterapia. Su apellido protegió a la profesión permitiendo que ésta se desarrollara en Alemania durante la época nacionalsocialista como nunca anteriormente. Él supo integrar el interés de los nazis por la psicoterapia —como educación y propaganda— y el ímpetu de los jóvenes psicoterapeutas, aprovechando las contradicciones entre Partido y Estado y evitando el intento de control por parte de la psiquiatría.

Asumieron las responsabilidades de dirección asistencial y formativa un grupo de personas, entre oportunistas e idealistas, en representación de las diversas tendencias: los freudianos H. Schultz-Hencke, W. Kemper, J. Rittmeister —ejecutado en 1943 como espía ruso—; los adlerianos L. Seif y F. Künkel; los junguianos W. Achelis, Heyer, K. Gauger y O. Curtius, a quienes se unían los independientes von Hattingberg, Scultz, Häberlin, R. Bilz y Cimbal, todos ellos afiliados al partido nazi desde 1933, excepto Heyer, que ingresaría en 1937, y Künkel, miembro no del partido pero sí de una organización nazi, como era obligatorio para todos los miembros de la asociación alemana.

En diciembre de 1933 se publica el número correspondiente de la Revista... con Jung como director. En él puede leerse un texto programático de Göring: «Esta Sociedad tiene la misión de reunir [a las distintas corrientes de la psicoterapia] en el espíritu del gobierno nacionalsocialista alemán» y recomienda que sea leído Mi lucha por los psicoterapeutas como fundamento de su trabajo. Jung queda en entredicho internacionalmente y no tardará en sufrir las consecuencias. Pero él está interesado en transformar la SMGP en un organismo internacional con secciones nacionales y con la posibilidad de pertenencia individual, algo pactado con los dirigentes alemanes y que debe presentar en forma de estatutos en el Congreso que tendrá lugar el 10 de mayo. Así se lo escribe al sueco P. Bjerre el 22 de enero de 1934: «Se trata de organizar la Sociedad Internacional (...) La existencia [de la asociación alemana] sería imposible sin la subordinación absoluta al Estado nacionalsocialista. Por eso he aconsejado a los alemanes que no duden en subordinarse, siendo lo esencial salvar la psicoterapia, actualmente muy amenazada en Alemania (...) Göring es el Führer responsable (...) Intento impedir que las corrientes políticas peculiares de la asociación alemana, la más numerosa, ganen en la Sociedad Internacional (...) Si conseguimos organizar algunas secciones nacionales en los países neutrales conseguiremos un contrapeso y al mismo tiempo la ocasión, indispensable justamente para los alemanes, de conservar algunos vínculos con el mundo exterior». El mismo día escribe a su viejo amigo de las antiguas batallas de la política psicoanalítica del principio, A. Maeder, pidiéndole que organice la sección suiza, que junto con la sueca podría estimular la formación de la sección holandesa, mostrándose pesimista sobre la situación de Austria, «un país que por así decir sólo tiene psiquiatras judíos». Maeder, más interesado en el cristiano Movimiento de Oxford, no responderá a su llamada y la sección suiza será presidida por Jung.

En febrero se publica el artículo de Gustav Bally «Psicoterapia de linaje alemán». En él arremete contra Jung como director de la Revista... donde aparece el «manifiesto Göring» y como autor de su editorial (§ 1014-1015), en el que señala la diferencia entre germanos y judíos. Bally, que dos años después colaborará con Jung en la Comisión de Psicoterapia de la Universidad de Zúrich, denuncia: «Quien se presenta como editor de una revista homogeneizada planteando la cuestión de las razas debe saber que lo que pide se inscribe en un fondo de pasiones orquestadas que proporcionan por sí mismas la interpretación contenida implícitamente en las palabras que emplea (...) Jung apela al destino que le ha puesto en ese lugar. Es manifiestamente ese destino el que ha querido que la política nacionalsocialista en materia científica pueda, gracias a su popularidad, cosechar un éxito».

La respuesta de Jung, recogida en este volumen, se publica en la segunda quincena de marzo. El día 2 de ese mes escribe a O. Brüel, de Copenhague, refiriéndose a que el «manifiesto Göring» no debía aparecer en el ejemplar internacional de la revista, excusando a Cimbal y achacándolo a las continuas injerencias políticas en Alemania. Ese mismo día escribe a Cimbal protestando por ese particular y, aunque no le hace personalmente responsable, le recuerda la obligación de «velar cuidadosamente para que un periódico colocado bajo mi dirección mantenga una tendencia científica y se abstenga de toda política». Jung se verá obligado a partir de entonces a dar toda clase de explicaciones sobre su supuesta connivencia con los nazis.

Otras dos cartas salen de su pluma ese día. Una está dirigida a J. van der Hoop, en quien confía para crear la sección nacional holandesa. Tras dejar claro que «no estaba en mi poder prevenir este penoso contratiempo» (el «manifiesto Göring»), le recuerda que «si las asociaciones extranjeras no sostienen mis esfuerzos por mantener el contacto científico con Alemania mis únicas fuerzas no bastarán naturalmente para contrabalancear la ola política que al romper amenaza con engullirlo todo». La segunda al doctor Pupato, de Zúrich, quien también le afea que establezca una diferencia entre judíos y germanos, respondiéndole que «hay que admitir al menos que un pueblo que durante algunos milenios se ha conservado, por así decir, en toda su integridad y mantenido la fe en su carácter de pueblo elegido presente alguna diferencia psicológica con los pueblos germánicos relativamente jóvenes, cuya civilización apenas alcanza los 1000 años».

Diez días después vuelve a escribir a van der Hoop. Deja bien claro que «la Sociedad Internacional (“supranacional”) es completamente independiente de la asociación nacional alemana (...) Todavía no he elaborado los estatutos para la Sociedad Internacional. Querría realizar este trabajo en el próximo Congreso [en mayo]. La asociación alemana se considera una sociedad independiente que se adhiere totalmente a la Sociedad Internacional (...) En tanto sociedad médica somos comparables a la Convención de Ginebra que internacionaliza al médico como políticamente neutral (...) Es necesario tener congresos en el extranjero (...) [Mediante las asociaciones nacionales] será posible paralizar una influencia alemana eventualmente preponderante (...) [y procurar] las adhesiones individuales de psicoterapeutas sin consideración de origen (...) Creo que los desahogos nacionalsocialistas de los miembros alemanes de la Sociedad se basan esencialmente en la necesidad política y no en una convicción religiosa de los interesados». Era claramente el caso de Künkel, un adleriano viudo de judía y padre de cuatro hijos en peligro por esa razón.

Una semana después explica su plan a O. Brüel: «Me esforzaré en mantener una neutralidad absoluta en la posición de la organización internacional y regular la relación entre las diferentes asociaciones nacionales mediante estatutos definidos de tal modo que haga imposible que una asociación, sea cual sea el número de adherentes, influya en la política del conjunto de la Sociedad».

Dos días más tarde responde, en una carta a M. Guggenheim, radicado en Lausana, que «Freud me dijo en una ocasión, muy acertadamente, que “el destino de la psicoterapia se jugará en Alemania”. En un principio estaba abocado a una desaparición total, pues era considerado enteramente judío. Al romper ese prejuicio gracias a mi intervención hice posible no sólo la existencia de los psicoterapeutas llamados “arios” sino también la de los psicoterapeutas judíos. Con toda esta polémica desencadenada contra mí se olvida que en Alemania los psicoterapeutas son en su mayoría judíos. No se sabe ni se ha dicho públicamente que he intervenido personalmente ante el gobierno en favor de algunos psicoterapeutas judíos. Y si los judíos se dedican a insultarme es que no ven más allá de sus narices; espero que contribuyan por su parte a combatir esta actitud estúpida. La Sociedad de Psicoterapia, de la que un gran número de miembros son judíos, tiene ahora asegurada tanto su supervivencia como la adhesión de médicos judíos. A decir verdad, los judíos podían estarme agradecidos». Sólo sus discípulos judíos le defenderán públicamente y —a través de G. Scholem— L. Baeck, una vez finalizada la guerra.

Dos semanas después le confiesa a E. Bert von Speyer, de Múnich, que «un extranjero no puede emprender nada en común con Alemania sin ser objeto de sospechas políticas a un lado y a otro de la frontera. Se pretende que me he vuelto un antisemita sediento de sangre por haber ayudado a los médicos alemanes a restablecer su Sociedad de Psicoterapia y porque he dicho que entre la filosofía judía y entre la filosofía llamada aria existen ciertas diferencias por el hecho de que los judíos tienen una civilización dos mil años más antigua que la de los denominados arios». Jung repetirá una y otra vez su argumento esperando que se atienda a lo principal, esto es, la solución pactada con las autoridades nazis para mantener la psicoterapia en Alemania y dar una salida a los psicoterapeutas judíos. Conviene recordar al respecto que la Asociación Psicoanalítica Internacional no admitía la pertenencia de miembros individuales y que había prohibido expresamente a la Asociación alemana integrarse en el organismo que presidía Göring.

Acercándose la fecha del Congreso, Jung pide a su discípulo Heyer, de cuyo El organismo del alma, publicado en 1932, ha hecho una crítica elogiosa en la Revista europea en 193313, que le acompañe en el Congreso: «Siento que estoy en un terreno del que tengo un conocimiento totalmente insuficiente; necesito a mi lado alguien que pueda darme las informaciones necesarias. Me es imposible fiarme de Cimbal y los demás (...) De cualquier modo mi intención es no conservar durante demasiado tiempo esta presidencia, que me ha sido impuesta por la necesidad de la situación, y pasarla a otro lo antes posible; pues esto representa para mí un trabajo considerable que jamás habría aceptado en circunstancias normales». Heyer, que ingresará tres años después en el partido nazi, será expulsado del movimiento junguiano junto con O. Curtius al empezar la guerra.

El Congreso tiene lugar el 10 de mayo. Además de su proyecto de nuevos estatutos presenta su ponencia «Consideraciones generales sobre la teoría de los complejos», donde puede leerse: «La teoría freudiana es una fiel descripción de experiencias objetivas realizadas al explorar el complejo». Y más adelante: «Aún se recuerdan las tempestades de indignación desencadenadas por todas partes cuando se conocieron los trabajos de Freud. Tales reacciones, provocadas por los complejos, obligaron a dicho sabio a replegarse en un aislamiento que le valió, tanto a él como a su escuela, el reproche de dogmatismo. Todos los teóricos de este sector psicológico corren el mismo peligro»14. No parece que Jung aprovechara su influencia durante el Congreso para atacar a Freud.

Las secciones de Suiza, Suecia, Holanda, Dinamarca y Alemania aprueban en un ambiente tenso —K. Gauger, pretendidamente junguiano, se pasea en uniforme lanzando arengas nazis— los nuevos estatutos, que dan vía libre a una Sociedad Internacional —«supraestatal», que en el lenguaje nazi tiene un significado expansionista— y a la posibilidad de pertenencia individual, como se explicita en la «Circular a los colegas» del número de 1934 de la Revista... (§ 1035). Para Jung es una victoria, y así se encarga de comunicarlo a sus íntimos.

Entre ellos, el 25 de ese mes escribe a J. Kirsch, que ha logrado huir de Berlín y que se encuentra, como otro discípulo querido, E. Neumann, en Palestina. En su carta niega cualquiera de los rumores que circulan sobre él —que habría dicho que los judíos son deshonestos en el análisis, que se hubiera dirigido a Hitler por la radio o hecho cualquier declaración política—. En la larga carta comunica a su amigo que «ya Freud me acusó de antisemita porque me sentía incapaz de experimentar su materialismo sin alma. Con esta propensión a husmear por doquier el antisemitismo los judíos terminan suscitando el antisemitismo. No comprendo por qué el judío no puede admitir, tanto como el pretendido cristiano, que cuando se tiene una opinión sobre él no se le está criticando. ¿Por qué hay que suponer siempre inmediatamente que se quiere condenar al pueblo judío en su conjunto? (...) Considero que es una manera inadmisible de cerrar el pico al adversario. Me he entendido muy bien con mis pacientes y colegas judíos en la mayoría de los casos (...) Más de una vez por haber criticado a un alemán éste me ha reprochado odiar a los alemanes. Es demasiado fácil querer disimular la propia inferioridad tras un prejuicio político (...) Usted debería conocerme lo suficiente como para creerme (...) capaz de una tontería tan poco individual como el antisemitismo. Sabe de sobra que considero al hombre en tanto persona y cuánto me esfuerzo siempre en arrancarle de sus determinantes colectivos para hacer de él un individuo (...) El nacionalismo, por antipático que sea, es una conditio sine qua non: simplemente el individuo no debe hundirse en él (...) La próxima calumnia a inventar será que sufro de una total ausencia de convicción porque no soy ni antisemita ni nazi. Vivimos unos tiempos desbordantes de locura».

Dos semanas después profundiza al respecto en la carta que escribe a G. Adler, otro de sus discípulos judíos, que aún permanece en Berlín15: «El hecho de que Freud pueda olvidar sus raíces es típicamente judío. Es típicamente judía, en efecto, esta capacidad de los judíos de olvidar completamente que lo son. Esto es lo inquietante de Freud, no sólo su filosofía materialista y racionalista (...) Cuando critico el aspecto judío de Freud no critico a los judíos, sino esta condenable capacidad de los judíos para renegar de su propia naturaleza (...) El prejuicio que quiere que no se pueda criticar a Freud sin criticar a los judíos no cesa de demostrarnos que la sangre es más importante que el espíritu, y desde este punto de vista el antisemitismo ha retenido verdaderamente las lecciones del prejuicio judío (...) La sangre es seguramente más espesa que el espíritu».

Entre esas dos cartas, el 7 de junio de este año 1934 escribe a Göring, quien le comunica las presiones que está recibiendo desde la psiquiatría, incapaz de influir en la psicoterapia y ocupada en ese momento en la catalogación de individuos a quienes esterilizar, discriminar periódicamente o eliminar. Jung amenaza entonces con su dimisión si la psicoterapia pasa en Alemania a depender de la psiquiatría, pues eso sería su final. Negociaciones.

El 19 de junio aclarará las preguntas de C. E. Benda, que le escribe desde Berlín: «No soy yo quien ha inventado que el psicoanálisis era por así decir un asunto interno a la nación judía. Es Freud (...) Me aparté de la doctrina ortodoxa en un punto y me acusó inmediatamente de antisemitismo (...) Desde entonces este prejuicio se me ha pegado a la piel y ha sido retomado por todos los discípulos de Freud, confirmando con ello cada vez que el psicoanálisis sería efectivamente una psicología judía que nadie podría criticar sin hacerse culpable de antisemitismo, (...) [con] la idea pueril de que yo habría escrito mis libros por puro resentimiento».

Evidentemente, en esta época Jung no sólo se dedica a la política y a escribir cartas de este estilo. En 1926 ha publicado Lo inconsciente en la vida normal y patológica16, un resumen de su psicología, y dos años después Las relaciones entre el yo y lo inconsciente17, donde ya se ofrece una idea clara del proceso de individuación. Pero será en 1929, con el comentario al tratado alquímico chino editado por R. Wilhelm, donde aparezca la primera formulación del símismo, que subyace a ese proceso18. En 1933 y hasta 1941 imparte clases en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich sobre la psicología moderna. Desde 1930 funciona el seminario sobre interpretación de visiones en el Club Psicológico de Zúrich19, donde dos años antes había dirigido un seminario sobre el yoga kundalini el sanscritista y teólogo protestante misionero en la India J. W. Hauer20.

Se inician también ese año los Encuentros Eranos organizados por O. Fröbe-Kapteyn, donde Jung presenta su estudio «Acerca de la empiria del proceso de individuación»21. En cuanto a su consulta privada, atiende de 4 a 9 pacientes al día. También en 1933 conoce a M.-L. von Franz y a raíz de un sueño de ella empieza a estudiar obsesivamente la alquimia. La joven von Franz, con dieciocho años en ese momento y que selecciona y traduce fragmentos de los abstrusos textos escritos en latín, será una genuina soror mystica de la fase final de la obra junguiana.

En 1934 termina su seminario sobre interpretación de visiones y comienza otro sobre Así habló Zaratustra de Nietzsche, que finaliza en 193922. Su intervención en Eranos de ese año versa «Sobre los arquetipos de lo inconsciente colectivo»23. Por otro lado, mantiene abundante correspondencia, entre otros, con los físicos Pauli y Jordan y con el parapsicólogo Rhine, con quienes irá perfilando las ideas que quince años después presentará como hipótesis de la acausalidad, la sincronicidad24.

1935 comienza con problemas. La Sociedad sueca no logra formarse y los holandeses se muestran reticentes. Jung escribe a van der Hoop el 19 de enero que está haciendo lo posible para evitar las irrupciones del nacionalismo en los congresos, no sin grandes dificultades —refiriéndose al respecto al libro de Gauger Medicina política—. Le recuerda que «depende sólo de nosotros poner o no en pie un movimiento internacional (...) No podemos hacerlo sin Alemania (...) Las emanaciones producidas por la situación política actual y el movimiento psíquico que ha estallado en Alemania nos habrían alcanzado de uno u otro modo. Me pareció preferible tomar el toro por los cuernos y entrar directamente en contacto con los alemanes». Acaba la carta señalando que «me parece que existe “suficiente base internacional” (...) para que sea posible una Sociedad internacional».

No convence a su interlocutor, que se niega a organizar en Holanda un congreso al que acudan alemanes. El VIII Congreso de la ya Sociedad Médica Internacional de Psicoterapia (SMIP) se celebrará de nuevo en Bad Nauheim los últimos días de marzo25, y todavía a final de ese año, el 21 de diciembre, Jung debe recordar a van der Hoop que «nuestros colegas alemanes no son los autores de la revolución nacionalsocialista (...) ¿Cómo excluir a los médicos alemanes si pueden ser miembros los médicos alemanes judíos? (...)».

Jung busca ayuda en Inglaterra, único país europeo, con Suiza, que acepta, bajo estrictas condiciones, a los judíos exiliados. El 30 de septiembre de ese año visita Londres invitado por J. A. Hadfield, de la Clínica Tavistock, donde da un pequeño curso introductorio de psicología analítica. En la quinta clase, hablando del poder del arquetipo, se refiere a los acontecimientos alemanes: «Superficialmente todo eso parece simplemente increíble. Incluso mis amigos personales caen en esa fascinación, y cuando estoy en Alemania yo mismo me lo creo, lo comprendo todo, sé que es como es. No se puede resistir (...) Es un poder que fascina al pueblo desde dentro, una activación de lo inconsciente colectivo, un arquetipo tan común para ellos que todo cobra vida. Como arquetipo tiene aspectos históricos y no podemos entender estos acontecimientos sin saber historia. Esta es la historia alemana que todavía se vive hoy, igual que el fascismo es la historia italiana viviente. No podemos ser chiquillos al respecto, con ideas intelectuales y racionales, diciendo: esto no puede ser. (...) Ésta es la historia verdadera (...), bastante más importante que nuestras pequeñas desgracias o nuestras convicciones personales»26. Son palabras pronunciadas por Jung el 3 de octubre. El 15 de septiembre se han promulgado en Alemania las Leyes de Núremberg, que arrebatan a los alemanes judíos su nacionalidad alemana: el hostigamiento se transforma en caza protegida jurídicamente.

A raíz de esta legislación, que entra en vigor en enero de 1936, el Instituto Psicoanalítico de Berlín queda anexionado a la sección alemana de la SMIP, manteniendo en lo posible el trabajo diario, que no cesa de aumentar. Los psicoanalistas dejan de ser miembros de la Asociación Internacional de Psicoanálisis, como ya le expuso Freud a Boehm en 1933 al contemplar esta posibilidad, y la sección alemana de la SMIP se hace con la importante clínica del Instituto, que recibirá a partir de ahora fondos tanto del oficial Frente de Trabajo como de la industria alemana. En este nuevo «Instituto Göring» se pretende en primer lugar sintetizar las escuelas de Freud, Adler y Jung teóricamente, con la colaboración del mismo Jung, los Mitscherlich, K. Horney y F. Scottländer. El proyecto no irá muy lejos, pero el Instituto sí, trabajando desde los presupuestos freudianos y, hasta 1938, con su terminología prohibida en ese momento de un modo meramente formal, sin hallar dicha prohibición ningún eco.

En marzo de 1936 se publica «Wotan». La lectura que hace Jung del nacionalsocialismo como movilización del arquetipo Wotan, dios germano que une el furor con la magia, no está dirigida exclusivamente a los alemanes sino también al resto de las naciones, que ven crecer igualmente el poder de lo colectivo sobre el individuo hasta hacerle desaparecer dentro del anonimato y el nivel animal de la masa. Es taxativo en su diagnóstico: «El nuevo despertar de Wotan es un retroceso y una regresión» (§ 399) que conduce inexorablemente a la psicosis colectiva. Ese mismo año Göring toma el control de la Revista..., que hasta entonces había publicado artículos mayoritariamente junguianos.

A finales de agosto Jung viaja a los Estados Unidos, invitado por la Universidad de Harvard, que le nombrará doctor honoris causa en el transcurso de las actividades de su tricentenario. Jung, que intervendrá con «Determinantes psicológicos del comportamiento humano»27, lleva preparado un comunicado de prensa donde se lee: «Quiero resaltar que rechazo cordialmente la política: por lo tanto no soy bolchevique ni nacionalsocialista ni antisemita. Soy un suizo neutral e incluso en mi propio país no estoy interesado en la política, convencido de que el 99% de los políticos son meros síntomas y no la curación de los males sociales. (...) Nos guardamos de contagiarnos de las enfermedades corporales, pero estamos exasperantemente desprotegidos ante las aún más peligrosas enfermedades mentales colectivas»28. En la entrevista que publica el New York Times del 4 de octubre se refiere al «hombre con dos millones de años» que hay en cada cual y con el que es preciso dialogar.

Completa su periplo norteamericano con un seminario dirigido a los componentes del Club Psicológico de Nueva York, animado por E. Bertine, K. Mann y E. Harding, que comparten casa en una isla del golfo de Maine, junto a Boston, y después viaja a Londres, donde pronunciará una conferencia en la Clínica Tavistock el 14 de octubre. Titulada «Psicología y problemas nacionales», la escribe en el barco. En ella se refiere al hundimiento espiritual tras la Primera Guerra Mundial, que dio al traste con el sueño del progreso y creó un caos que apela al orden. Ese orden se espera, incluso entre los liberales, y aquí cita como síntoma a Unamuno y su apoyo momentáneo a Franco, de Estados totalitarios en los que no puede existir el individuo. Así, «el Estado suplanta a la teocracia medieval».

Pero en el medievo cristiano existía un Dios que para Nietzsche había muerto. La quiebra del cristianismo había movilizado el paganismo anterior y los reprimidos europeos de la era victoriana se dejaban llevar por la impulsividad del hombre arcaico usando los medios del moderno hombre técnico. Ahí aparecen el cacique de la tribu y el chamán, como clasifica Jung a los dictadores. Considera a Hitler el chamán que buscan los alemanes dominados por el furor teutónico, aunque no es sino el médium de su inconsciente colectivo: «la palabra que pronuncia es la expresión del sentimiento de cada uno de ellos», responde al entrevistador del Observer del 18 de octubre.

En 1937 el IX Congreso de la SMIP tiene por fin lugar fuera de Alemania, en Copenhague. Inmediatamente después vuelve a Estados Unidos, a la Universidad de Yale, donde dicta sus «conferencias Terry», recogidas en Psicología y religión29. Los contenidos arquetípicos que surgen en esta época no encuentran figuras que los contengan, como sí ocurría con la Iglesia en la Edad Media. Aparecen los «ismos» y con ellos la banalidad del mal. Jung apelará al Dios hecho hombre, Cristo, y a la experiencia interior en un seminario que dirige en Nueva York: «amigos míos, llevad vuestra vida lo mejor posible, incluso si está fundada en el error, pues la vida debe ser desanudada y a menudo se encuentra la verdad a través del error. Entonces, como el Cristo, habréis cumplido vuestra experiencia».

Al volver a Europa prepara su viaje a la India, respondiendo a la invitación del gobierno anglo-indio. Como confiesa en Recuerdos, sueños, pensamientos, el asunto que tenía en mente al emprender ese viaje era la naturaleza psicológica del mal, que se estaba enseñoreando de Europa. En el gran subcontinente asiático, que recorrió durante tres meses y donde es nombrado doctor honoris causa por las universidades representativas de las tres culturas en tensión, hindú (Benarés), islámica (Allahabad) y cristiana (Calcuta), tiene un sueño durante una disentería que exigió hospitalizarle durante diez días, gracias al cual comprendió en qué sentido la civilización cristiana estaba en peligro. Del largo sueño, que transcurría en Inglaterra y se centraba en el castillo del Grial, Jung concluía así su mensaje: «¿Qué haces en la India? (...) Estáis a punto de arruinar todo cuanto ha sido construido a través de los siglos». Ahí estaba para recordarle esta tradición el mamotreto del Theatrum Chemicum de G. Dorn, que había llevado consigo para leer durante el viaje.

Vuelve a Suiza a finales de febrero de 1938. Dos semanas después Hitler invade Austria. Un grupo de millonarios judíos que viven en Suiza conciben un plan para sacar de allí a varios correligionarios, entre los que se encuentra Freud. La tarea recae sobre el hijo de Franz Riklin, a quien en una amable pero infructuosa entrevista Freud responde con un «no acepto la ayuda de mis enemigos». Afortunadamente sí aceptará la ayuda de M. Bonaparte y del consulado norteamericano. Incluso Mussolini intercedió directamente ante Hitler para permitir el exilio del creador del psicoanálisis30