La dinámica de lo inconsciente - Carl Gustav Jung - E-Book

La dinámica de lo inconsciente E-Book

Carl Gustav Jung

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Contenido: 1. Sobre la energética del alma 2. La función transcendente 3. Consideraciones generales sobre la teoría de los complejos 4. El significado de la constitución y la herencia para la psicología 5. Determinantes psicológicos del comportamiento humano 6. Instinto e inconsciente 7. La estructura del alma 8. Consideraciones teóricas acerca de la esencia de lo psíquico 9. Puntos de vista generales acerca de la psicología de lo sueños 10. De la esencia de los sueños 11. Los fundamentos psicológicos de la creencia en los espíritus 12. Espíritu y vida 13. El problema fundamental de la psicología actual 14. Psicología analítica y cosmovisión 15. Realidad y suprarrealidad 16. El punto de inflexión de la vida 17. Alma y muerte 18. Sincronicidad como principio de conexiones acausales 19. Sobre sincronicidad

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Seitenzahl: 1237

Veröffentlichungsjahr: 2025

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C. G. JUNG

OBRA COMPLETA

VOLUMEN 8

LA DINÁMICA DE LO INCONSCIENTE

C. G. JUNG

EDITORIAL TROTTA

CARL GUSTAV JUNG

OBRA COMPLETA

TÍTULO ORIGINAL: DIE DYNAMIK DES UNBEWUSSTEN

PRIMERA EDICIÓN: 2004

SEGUNDA EDICIÓN: 2011

PRIMERA REIMPRESIÓN: 2015

SEGUNDA REIMPRESIÓN: 2022

©  EDITORIAL TROTTA, S.A., 2004, 2011, 2015, 2022, 2024 WWW.TROTTA.ES

©  STIFTUNG DER WERKE VON C. G. JUNG, ZÜRICH, 2007

©  WALTER VERLAG, 1995

©  DOLORES ÁBALOS, TRADUCCIÓN, 2004

©  FUNDACIÓN C. G. JUNG, INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA, 2004

DISEÑO DE COLECCIÓN

GALLEGO & PÉREZ-ENCISO

CUALQUIER FORMA DE REPRODUCCIÓN, DISTRIBUCIÓN, COMUNICACIÓN PÚBLICA O TRANSFORMACIÓN DE ESTA OBRA SOLO PUEDE SER REALIZADA CON LA AUTORIZACIÓN DE SUS TITULARES, SALVO EXCEPCIÓN PREVISTA POR LA LEY. DIRÍJASE A CEDRO (CENTRO ESPAÑOL DE DERECHOS REPROGRÁFICOS, WWW.CEDRO.ORG) SI NECESITA UTILIZAR ALGÚN FRAGMENTO DE ESTA OBRA.

ISBN: 978-84-1364-266-6 (obra completa, edición digital e-pub)

ISBN: 978-84-1364-274-1 (volumen 8, edición digital e-pub)

CONTENIDO

1.SOBRE LA ENERGÉTICA DEL ALMA

I.Generalidades sobre el punto de vista energético en la psicología

A.Introducción

a.El sistema de valores subjetivo

b.La apreciación objetiva de la cantidad

II.La aplicación del punto de vista energético

A.El concepto psicológico de energía

B.La conservación de la energía

C.La entropía

D.Energetismo y dinamismo

III.Los conceptos fundamentales de la teoría de la libido

A.Progresión y regresión

B.Extraversión e introversión

C.El desplazamiento de la libido

D.La creación de símbolos

IV.El concepto primitivo de libido

2.LA FUNCIÓN TRANSCENDENTE

3.CONSIDERACIONES GENERALES SOBRE LA TEORÍA DE LOS COMPLEJOS

4.EL SIGNIFICADO DE LA CONSTITUCIÓN Y LA HERENCIA PARA LA PSICOLOGÍA

5.DETERMINANTES PSICOLÓGICOS DEL COMPORTAMIENTO HUMANO

A.Fenomenología general

B.Fenomenología especial

6.INSTINTO E INCONSCIENTE

7.LA ESTRUCTURA DEL ALMA

8.CONSIDERACIONES TEÓRICAS ACERCA DE LA ESENCIA DE LO PSÍQUICO

A.La cuestión de lo inconsciente en la historia

B.La importancia de lo inconsciente para la psicología

C.La disociabilidad de la psique

D.Instinto y voluntad

E.Consciencia e inconsciente

F.Lo inconsciente como consciencia múltiple

G.Pattern of behaviour y arquetipo

H.Reflexiones generales y perspectivas

Epílogo

9.PUNTOS DE VISTA GENERALES ACERCA DE LA PSICOLOGÍA DE LOS SUEÑOS

10.DE LA ESENCIA DE LOS SUEÑOS

11.LOS FUNDAMENTOS PSICOLÓGICOS DE LA CREENCIA EN LOS ESPÍRITUS

12.ESPÍRITU Y VIDA

13.EL PROBLEMA FUNDAMENTAL DE LA PSICOLOGÍA ACTUAL

14.PSICOLOGÍA ANALÍTICA Y COSMOVISIÓN

15.REALIDAD Y SUPRARREALIDAD

16.EL PUNTO DE INFLEXIÓN DE LA VIDA

17.ALMA Y MUERTE

18.SINCRONICIDAD COMO PRINCIPIO DE CONEXIONES ACAUSALES

Prólogo

A.Exposición

B.Un experimento astrológico

Apéndice

C.Los precursores de la idea de sincronicidad

D.Conclusión

Addenda

19.SOBRE SINCRONICIDAD

Bibliografía

Índice onomástico

Índice de materias

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Enrique Galán Santamaría

En la obra de Carl Gustav Jung abundan las referencias gnoseológicas (relativas al conocimiento) y epistemológicas (relativas al conocimiento científico). No en vano la noción de inconsciente remite a la de consciencia, traducción directa en nuestro idioma de la palabra latina conscientia, conocimiento. Desde sus primeros textos, las conferencias dictadas en el club universitario Zofingia de los años 1896, 1897 y 1898, de título bien explícito («Las zonas limítrofes de la ciencia exacta», «Algunas reflexiones sobre la psicología» y «Reflexiones sobre la naturaleza y el valor del pensamiento especulativo») hasta el último escrito, ya póstumo, publicado originalmente como «Acercamiento a lo inconsciente», el pensamiento junguiano presta especial atención a las dificultades de objetivación del fenómeno psíquico, que fenomenológicamente se presenta como un hecho subjetivo. ¿Qué otra cosa es la psicología sino una ciencia del sujeto? Ahora bien, ¿cómo mostrar la existencia de un sujeto objetivo inconsciente: el sí-mismo? Y, sobre todo, ¿cómo conoce ese sí-mismo?

Jung se presenta continuamente como un empírico. Y siempre fue esa su respuesta a quienes le tenían por místico, cuando no visionario. Como científico natural en la frontera entre el positivista siglo XIX, en cuyos últimos años cursa sus estudios de Medicina en la Universidad de Basilea, y el futurista siglo XX, cuando desarrollará su obra entre 1900 a 1961, Jung atraviesa las revoluciones científicas que jalonan el siglo XX y ofrece su aportación en el ámbito propio de la psicología, que desde el último cuarto del siglo XIX se quiere ciencia natural.

La formación científico-natural de Jung, como se comprobará a lo largo de la lectura de este volumen, se fundamenta, más allá de la biología, química y física médicas, en la etología, en lo que tiene de ciencia del instinto, y en la física, primero la termodinámica como núcleo de la energética, para seguir inmediatamente los desarrollos de la física del siglo XX —relatividad, mecánicas cuántica y ondulatoria— por sus consecuencias cosmológicas y epistemológicas. Autodefinido amathematikos, su traslación de la «función transcendente» de Weierstrass a su propia teoría psicológica o su interés por el número como arquetipo de orden revelan un conocimiento de las matemáticas más que casual.

Las específicas necesidades conceptuales de la psicología analítica, obliga a que los objetos de investigación pertenezcan a las llamadas ciencias del espíritu. En cuanto al lector, esta circunstancia puede crear confusión en mentes no informadas, dando lugar tanto a malentendidos como a usos de la obra de Jung muy alejados del propósito de su autor. En lo que a éste se refiere, realizó su inmersión como científico natural en el ámbito de las ciencias del espíritu siendo muy consciente de los límites del conocimiento establecidos por Kant y con suficiente información relativa a la filosofía occidental, de Heráclito —uno de sus filósofos preferidos— a Heidegger, de quien decía despectivamente que sus seguidores sólo se encontraban en los psiquiátricos, bien como doctores bien como internos. Será sin embargo específicamente en la filosofía hermética donde Jung muestre especial erudición.

Su acercamiento al pensamiento oriental es más secundario en sus fuentes, pero no por ello menos útil para la definición de los fenómenos psicológicos y el establecimiento de los paralelismos a destacar según las necesidades de su investigación. Taoísmo, budismo e hinduismo son referencias frecuentes, desde distintos puntos de vista, en su obra. No sólo por el contraste e identidad con occidente, no sólo para contextualizar sus estudios alquímicos o ampliar la simbología iconológica en la investigación de los sueños y la imaginación activa, sino que en la propia médula de su pensamiento puede percibirse el eco oriental: sea el juego de opuestos taoísta, el atman hindú que describe su «sí-mismo» o el sufrimiento como ignorancia, de marchamo budista. A fin de cuentas, su «sincronicidad» es el nombre que da al fundamento del I Ching.

La importancia que Jung otorga al símbolo en todas sus formulaciones y usos le obliga a extender su campo de visión más allá del dominio crucial de la filosofía, como pensamiento ontológico, gnoseológico y moral, que nutrirá especialmente Tipos psicológicos, para aplicarse a la indagación concienzuda de los símbolos religiosos, bien los conocidos gracias a la historia y la etnología, bien los trabajados con pasión por los teólogos de las confesiones constituidas, especialmente el cristianismo, orden simbólico de occidente. En cuanto al otro gran repertorio de símbolos del hombre, las artes, a pesar de la importancia que para Jung tiene la imagen gráfica, más que de las artes plásticas la iconología que ilustra profusamente algunas de sus obras está tomada de la historia antigua, la antropología cultural o la alquimia, cuando no de las producciones autónomas de su propia psique o la de sus analizandos. Mucho más frecuentes son las referencias a la literatura, tanto popular como culta, con la omnipresencia de Goethe y su Fausto, aunque conociera las corrientes literarias de su tiempo, según se desprende de su pequeño texto sobre Ulises de Joyce.

Jung intenta probar la objetividad de la psique, la realidad del alma, mediante la observación de los fenómenos psicológicos definidos según las hipótesis y categorías conceptuales de la psicología analítica, atendiendo al orden general que puede expresarse en leyes. Elabora para ello su hipótesis central de un inconsciente colectivo —psique de la especie en cada individuo—, atemporal, aespacial y fuente del sentido objetivo. Los métodos de las ciencias del espíritu –-comprensión frente a explicación, historicidad frente a ley natural, contingencia frente a necesariedad— le resultarán insustituibles pero no suficientes para su propuesta científica. De ahí que huyera del sistema, siquiera metodológico, conformándose con el intento de atisbar una cierta validez a sus hipótesis —ciertamente de largo alcance— sobre la base de los hechos delimitados científicamente.

El cuidado de Jung por los aspectos epistemológicos tiene un carácter eminentemente práctico. La variabilidad que ofrece la psicología como ciencia, definida como esencialmente multiparadigmática, obliga a una especial atención a los presupuestos teóricos y personales puestos en juego. En psicología, y no digamos en psicología médica, se revela de la máxima importancia todo lo relativo a la «ecuación personal». Por ello escribió Jung Tipos psicológicos. Allí se habla de las actitudes básicas y de las funciones dominantes en cada individuo según fases y momentos vitales, gracias a las cuales experimentamos lo real y dirigimos nuestros actos.

Sirvan estas notas para introducir los textos que componen este volumen de la Obra completa. Se trata de escritos de importancia y extensión diversas, fechados entre 1916 y 1954. Alguno de ellos, como «La función transcendente», escrita en 1916 y publicada originalmente en 1957, o «Instinto e inconsciente», de 1919, donde se menciona por primera vez «arquetipo», tienen un indudable interés histórico. «La estructura del alma» (1927) ofrece una imagen de los diferentes niveles de la psique —consciencia, inconsciente personal y colectivo— y sus distintos contenidos en interacción compensatoria (del conflicto a la complementariedad) a lo largo del ciclo vital. Ciclo descrito en términos generales en «Espíritu y vida» (1926), «El punto de inflexión de la vida» (1930) y «Alma y muerte» (1934). La dinámica biográfica puede entenderse como una relación más o menos agónica del yo, esto es, la consciencia, con la psique objetiva, autónoma, expresada en los instintos —«El significado de la constitución y la herencia para la psicología» (1929) y «Determinantes psicológicos del comportamiento humano» (1937) además de «Instinto e inconsciente»—, los sueños —«Puntos de vista generales acerca de la psicología de los sueños» (1916) y «De la esencia del sueño» (1945)— y los complejos —«Los fundamentos psicológicos de la creencia en los espíritus» (1920) y «Consideraciones generales sobre la teoría de los complejos» (1934)—. Respecto al contexto histórico en que se desenvuelve toda biografía, se encuentran en este volumen algunos artículos de temática cultural —«Psicología analítica y cosmovisión» (1927), «El problema fundamental de la psicología actual» (1931) y «Realidad y suprarrealidad» (1933).

Del conjunto sobresalen tres escritos, no sólo exposición de su psicología sino una reflexión epistemológica, referida tanto a la problemática de la psicología como ciencia y a la dificultad de describir la psique como hecho natural, no exclusivamente social o cultural, cuanto a la modificación en la teoría del conocimiento a que obliga la introducción de la noción de inconsciente como psique objetiva. El primero es el texto que abre esta selección, «Energética del alma», fechado en 1928, antes de la aparición del concepto de sí-mismo. El segundo, «Consideraciones teóricas acerca de la esencia de lo psíquico», es la revisión de 1954 del publicado en 1947 con el título de «El espíritu de la psicología», iniciada su etapa alquímica. Por último, «Sincronicidad como principio de conexiones acausales», publicado reveladoramente junto al texto del físico Wolfgang Pauli «La influencia de las ideas arquetípicas en las teorías científicas de Kepler» en 1952, cuando Jung se acerca a sus ochenta años.

Energía psíquica

El término energía aparece en los textos aristotélicos para caracterizar la actualización de una potencia, definida como dynamis. Se trata de la efectividad, de la operación que rige la creación y el mantenimiento de los seres, sujetos a una cuádruple causa en su despliegue e interrelación: material, formal, eficiente y final. La noción aristotélica pasará al latín significando fuerza (vis) y como tal será tratada en las ciencias empíricas que empiezan a constituirse en la Edad Moderna. Para ellas, sólo habrá una causa, la eficiente.

En 1807, el físico inglés T. Young utiliza por primera vez la palabra «energía» en su sentido moderno de «capacidad de trabajo» y durante los años 1830-1850 no menos de doce científicos intentan elaborar independientemente este concepto, que será clave en la física y común a todas sus formulaciones (mecánicas clásica, cuántica, ondulatoria, relatividad, electrodinámica y termodinámica). Será la termodinámica de los seres vivos, que estudian con pasión los médicos-físicos de la Asociación Física de Berlín (Meyer, Helmholtz, Du Bois-Reymond, Brücke…) de donde saldrá la formulación operativa del concepto. J. R. Mayer presenta en 1842 los hechos probatorios de la conservación de la energía, de la cual subraya su aspecto causal, y en 1847 H. von Helmholtz publica Sobre la conservación de la fuerza, monografía en la que ofrece la formulación matemática de la energía, explicitando su aspecto unificador de los fenómenos propios de los distintos ámbitos de la física. Dos años después, el inglés W. Thomson introduce el término «energía» para caracterizar esa magnitud —diferenciándola así de la fuerza— y su colega escocés W. J. M. Rankine establecerá a partir de 1852 con su «función termodinámica» las formas de convertibilidad de los diferentes tipos de energía física presentes en la naturaleza. A este autor se le deben las expresiones «ley de conservación de la energía» (1853) y «energética» (1855), teoría de la energía que establece las leyes de la dinámica.

El paradigma newtoniano —mecánica clásica—, que había dominado la idea de ciencia natural durante dos siglos, no tiene instrumentos para operar en el domino de la energía, que será estudiada en relación al calor. A raíz de la publicación en 1850 del escrito de R. Clausius «Sobre la fuerza motriz del calor», en 1854 W. Thomson da su nombre a la termodinámica, y durante la década siguiente Clausius levantará el edificio conceptual de esta ciencia, que postula dos leyes: 1) la energía del universo es constante (ley de conservación de la energía) y 2) la entropía del universo tiende a un máximo (la irreversibilidad es fundamento de la naturaleza). El determinismo de la primera ley se conjuga con el indeterminismo de la segunda, la dinámica subsume a la mecánica y la naturaleza es definida según dos componentes fundamentales: materia y energía. Con la definición del carácter estadístico de la segunda ley por parte de Maxwell en 1867 y su formulación en el «teorema H» de Boltzmann en 1872, la termodinámica no sólo ofreció un modelo para la teoría física del campo sino que estableció una nueva formulación de la ley física, que dejaba de ser determinista para presentar una naturaleza parcialmente aleatoria, probabilista.

Un nuevo materialismo, no mecanicista, surge en los últimos veinte años del siglo XIX, como respuesta al impulsado por el grupo berlinés de médicos llegados a la física desde la fisiología y que aplican necesariamente las nociones energéticas a la fisiología (Helmholtz), la neurología (Du Bois-Reymond) y la psicología (Wundt funda en 1879 el primer laboratorio de psicología experimental). La generalización de la termodinámica, de la noción de energía y sus transformaciones, constituye el núcleo de la «energética» finisecular de W. Ostwald, a quien se le deben sentencias como «lo real se encarna en la energía» o «lo real es lo que actúa», expresión esta última que Jung no dejará de utilizar. Para Ostwald, discípulo de Mach, la materia no sería sino un derivado de la energía. Otro discípulo de Mach, Einstein, establecería con su célebre fórmula de la relatividad especial de 1905 esa equivalencia de masa y energía, a partir de la reformulación que hace Lorentz del campo electromagnético alrededor de 1900, el mismo año en el que Planck ofrece su noción de cuanto —esto es, discontinuidad— y Freud presenta su concepto de inconsciente.

A raíz de la síntesis de la urea en el laboratorio de Köhler en 1828 y la publicación entre 1833 y 1838 del Manual de fisiología humana de J. Müller, quien formula una energía específica del nervio que en 1848 Du Bois-Reymond demostrará ser la energía eléctrica, las investigaciones neurológicas y fisiológicas experimentales en las que se centró la Asociación Física de Berlín, constituida en 1845, reciben un impulso que alcanzará su apogeo en los años sesenta de ese siglo. Sus éxitos dan lugar al proyecto fisicalista —no hay otra energía que la físico-química— que hoy sigue siendo el paradigma dominante. En su momento inaugural, autores como Moleschott («el hombre es lo que come»), Vogt («el cerebro secreta pensamientos como el hígado bilis») o Büchner irrumpieron con fuerza en el seno de una concepción de la naturaleza hija del proyecto romántico de Schelling, proponiendo una imagen de la vida ajena a cualquier principio vital (la «entelequia» de Driesch) y una concepción de la psicología sin alma. Lo proclama uno de los autores de este impulso mecanicista, F. Lange en su Historia del materialismo (1866), abogando por «una psicología sin alma (…) conforme a la ciencia de la naturaleza», sin postulados metafísicos como una pretendida «esencia del alma» y basada en el estudio objetivo los procesos fisiológicos. Su consigna: «¡Admitamos, pues, audazmente una psicología sin alma!».

Sigmund Freud, discípulo de uno de los miembros de aquella Asociación, Brücke, conocía suficientemente bien los modos del trabajo de laboratorio fisiológico y las interpretaciones energetistas. En un primer momento elabora una teoría psicológica con soporte biológico (Proyecto de una psicología para neurólogos), aunque no seguirá ese camino. Mantendrá sin embargo el pensamiento y la terminología energetistas, gran parte de esta última tomada de la Psicofísica de Fechner y apoyándose en la psicología académica de Herbart. A la energía que circula por el sistema psíquico Freud la denomina libido y la fundamenta en la pulsión sexual. La libido es la energía constante que se manifiesta en las continuas transformaciones del objeto de la pulsión. Planteamientos presentes en el posterior desarrollo del psicoanálisis.

Jung publica «Sobre la energética del alma» en 1928, ensayo central que da título a la segunda entrega de los «Tratados psicológicos». Acompañan este ensayo otros tres: «Puntos de vista generales acerca de la psicología de los sueños» (1916), «Instinto e inconsciente» (1919) y «Los fundamentos psicológicos de la creencia en los espíritus» (1920). Hay razones para pensar que gran parte del primer texto ha sido escrito en paralelo a Transformaciones y símbolos de la libido (1911-1912) y Ensayo de presentación de la teoría psicoanalítica (1913), con las que intentaba ampliar el ámbito del psicoanálisis. Evidentemente, dada la fecha de publicación, el texto integra no sólo sus primeros hallazgos —complejo, inconsciente colectivo, arquetipo— sino los que ha ido fraguando desde entonces a través fundamentalmente de Tipos psicológicos (1921), Lo inconsciente en la vida normal y patológica (1926) y Las relaciones entre el yo y lo inconsciente (1927). Es decir, en esta presentación energetista de su psicología, Jung ya ha elaborado la tipología basada en las actitudes (extraversión/introversión) y funciones (pensar/sentir y percibir/intuir) y ha ofrecido su primera versión del proceso de individuación en relación con algunos arquetipos (sombra, ánima y ánimus).

Como puede leerse en Recuerdos, sueños, pensamientos, el fin que perseguía Jung con la publicación de «Sobre la energética del alma» era «realizar también una cierta unificación en psicología, como la expresada en las ciencias naturales bajo la forma de una energética general», pues consideraba que «a través de la concepción energética de la libido surge una cierta unificación de las concepciones [de la psicología de lo inconsciente]». A fin de cuentas, la visión energetista puede fundamentarse de forma natural en una noción de libido como interés y energía vital. Siguiendo en el sujeto a dirección de la atención y de la intensidad emocional ligada a las representaciones y conductas se pueden establecer los paralelismos oportunos con las nociones físicas. Históricamente es la noción de «umbral de consciencia», debida a Herbart, el primer concepto energético en psicología. Lo recuerda Jung en su texto sobre la esencia de la psique: «La idea de un umbral de consciencia presupone una concepción energética, según la cual el conocimiento de los contenidos psíquicos depende esencialmente de su intensidad, es decir, de su energía» (§ 363)1. Así pues, investigando el sistema de valoración psicológica (el sentimiento) y su correlato emocional —que Jung pudo objetivar con el galvanómetro o el pneumógrafo en los estudios experimentales de sus primeros años profesionales— se puede con relativa facilidad estimar una cantidad de energía de los procesos psicológicos, una dinámica psíquica.

Para Jung es fundamental la relación que guardan consciencia e inconsciente a lo largo del decurso vital y las evoluciones de la libido (progresión/regresión; extraversión/introversión) propias del desarrollo psicológico del individuo, un desarrollo que reproduce el crecimiento biológico con sus diversas tareas según las fases de la vida, de la infancia a la senectud. Es decir, la psique tiene una tendencia propositiva, finalista, manifestada tanto en el instinto y su compulsividad como en los actos plenos de sentido iluminados por el espíritu, todo ello bien señalado desde el punto de vista energético por la irreversibilidad entrópica. Desde esa perspectiva, «los procesos psíquicos aparecen como compensaciones energéticas entre el espíritu y el instinto» (§ 407) según una tendencia finalista en la que Jung pondrá todo el peso de su argumentación a lo largo de su vida. El centro de atención es el símbolo, expresión evidente del espíritu y definido como máquina transformadora de libido con una función prospectiva.

«Imagen es alma»

Jung entra en la esfera científica con su concepto de complejo, esa psique parcial en su mayor parte inconsciente, compuesta de afectos y representaciones. Si el enfoque energético de la psique persigue las intensidades de los afectos, y en ello pertenece a las ciencias naturales, el aspecto representacional, propiamente psíquico, exige otros criterios, específicamente psicológicos, cuya metodología de estudio es más propia de las ciencias humanas. «Yo creía estar practicando ciencias naturales en el mejor sentido, fijando, observando y clasificando hechos, decribiendo conexiones causales y funcionales y al final descubrí que me había enredado en una malla de reflexiones que se salían por completo del ámbito de las ciencias naturales y entraban en el terreno de la filosofía, la teología, el estudio comparado de las religiones y la historia de las ideas en general» (§ 421). Jung escribe estas palabras en 1946, inmerso ya en las investigaciones alquímicas, para presentar en el Encuentro Eranos de ese año su ponencia «El espíritu de la psicología», cuya revisión es publicada en 1954 como «Consideraciones teóricas acerca de la esencia de lo psíquico», la más acabada presentación conceptual de su psicología.

La imagen, sea entendida como representación psíquica o como expresión gráfica, ocupa un lugar importante en la obra junguiana. En su investigación sobre el fenómeno psíquico Jung compara continuamente las producciones espontáneas de lo inconsciente individual (sueños y creaciones de la imaginación activa) con las representaciones colectivas presentes en el arte, la religión, la filosofía y las ciencias. Es la forma más clara de comprobar su hipótesis de lo inconsciente colectivo. Esa metodología, propia de las humanidades y su método histórico y comparativo, introduce de forma natural la noción de arquetipo. En palabras de Jung, «el arquetipo en sí es un factor psicoide que, por así decir, pertenece a la parte invisible, ultravioleta, del espectro psíquico. Como tal no parece capacitado para acceder a la consciencia (…), es decir, es transcendente» (§ 417). Aún más, «no presenta ninguna característica fisiológica y no puede ser abordado como psíquico, a pesar de que se manifieste psíquicamente [por lo que…] no nos queda más remedio que calificar su naturaleza de “espíritu”» (§ 420). El arquetipo como elemento diferenciable de lo inconsciente colectivo se presenta en la psique individual como constelación que orienta su libido. Caracterizado por su numinosidad, el arquetipo es la autorrepresentación del instinto y se manifiesta como símbolo y mito en un proceso de psiquificación.

Como empírico, Jung intenta ceñirse a los fenómenos y tener muy presentes los presupuestos que determinan a priori nuestra captación del fenómeno. Tratándose del hecho psíquico, sujeto y objeto se identifican y la objetividad parece imposible. Refiriéndose a estas complicaciones, comentará que «la psicología ha de anularse a sí misma como ciencia, y sólo así alcanza su objetivo científico. Cualquier otra ciencia tiene una base fuera de sí misma; no le ocurre lo mismo a la psicología, cuyo objeto es el sujeto de toda ciencia» (§ 429). Sin embargo la autonomía de los fenómenos inconscientes respecto a la consciencia sugieren una psique objetiva, aunque sea de difícil investigación. Muy influido por Kant y la lectura de su obra que hace Schopenhauer, Jung se centra pues en la experiencia psíquica, que se manifiesta como fenómeno propositivo en forma de fantasía.

La imaginación, esa capacidad de producir y reproducir imágenes, va a ocupar la atención cuidadosa de Jung: «el alma es una sucesión de imágenes en el más amplio sentido (…), una expresión en imágenes de las actividades vitales», y subraya consecuentemente la «esencia imaginadora del alma» (§ 618). Aquí se manifiesta el punto de vista específicamente psicológico. Frente al esse in re y el esse in intellectu solo que alimenta la eterna pugna de realismo e idealismo, Jung propone como vía de conocimiento el esse in anima. Así pues, contra la psicología sin alma Jung afirma la Realidad del alma —como reza el título de la cuarta entrega de los «Tratados psicológicos» (1934)—, esa realidad psíquica cuya apreciación constituye «el logro más importante de la psicología moderna» (§ 683).

El alma no es sólo la psique consciente desde la que podemos ejercer la voluntad, sino una enorme virtualidad desconocida que concentra la máxima intensidad en la mínima extensión y que presenta características atemporales y aespaciales. Esa psique objetiva, tan obvia como elusiva, puede ser atendida en sus manifestaciones naturales. Jung pondrá a punto un método para poder investigarla: la imaginación activa.

El método se le impuso a Jung naturalmente en la confrontación con su propio inconsciente, tal como la describe en sus memorias. La estrategia era permitir aflorar las imágenes vehiculadas por las fuertes emociones durante su depresión tras la ruptura con Freud. La oportunidad de fijar esas imágenes e interactuar con ellas le señaló el camino de su obra: «Los años en que ya trataba de aclarar las imágenes internas constituyeron la época más importante de mi vida, en la que se decidió todo lo esencial (…) Toda mi actividad posterior consistió en perfeccionar lo que brotó de lo inconsciente, y que comenzó inundándome a mí. Constituyó la materia prima para la obra de mi vida». La primera formulación de ese método se encuentra en «La función transcendente», escrito en 1916, en plena crisis, y no publicado hasta 1957.

La denominación «función transcendente» la toma Jung del creador del análisis matemático moderno, K. Weierstrass. Se trata de funciones de variable compleja que integran números transcendentes. Es decir, permiten establecer convergencias dentro de grandes series que tienden al infinito. Para la experiencia de Jung intentando integrar contenidos conscientes e inconscientes, cuya fuente parecía ser infinita, la noción de función transcendente era muy adecuada pues permitía ver un sentido (una direccionalidad y un significado) a los diversos contenidos en compensación. No en vano se entiende la función transcendente de Jung como la articulación de las cuatro funciones psíquicas —teoría elaborada unos años después.

Si la psique se manifiesta como una fuente de imágenes, su dinamismo es fundamentalmente creativo. De ahí que para Jung lo inconsciente no tenga tanto que ver con la represión moral sino con la naturaleza y su feracidad, con lo que la indagación psicológica puede seguir lineamientos semejantes a los de la investigación física. Es decir, delimitar los hechos desde unos presupuestos teóricos y establecer hipótesis que guíen la investigación. «La psique no es en modo alguno un caos compuesto de arbitrariedades y casualidades, sino una realidad objetiva accesible a la investigación por medio de métodos basados en las ciencias naturales (…) En la medida en que se trata de acontecimientos objetivos, éstos no pueden ser interpretados más que como procesos energéticos (…) en virtud de los cuales pueden precisamente ser calificados de “fenómenos”, [sin que…] el aspecto energético abarque, o siquiera explique, la totalidad de la psique». Según esto, «la psique debería poseer un aspecto bajo el cual apareciera como masa en movimiento, [que permitiría pensar en…] una materia con una psique latente» (§ 441). Sus investigaciones sobre la sincronicidad se refieren precisamente a este particular.

El objetivo de la psicología es establecer conceptualmente esta realidad psíquica —la única realidad accesible directamente—. La relación de los procesos psíquicos con su base biológica puede ser investigada en términos neurológicos y etológicos. En el primer caso, el objeto es el organismo material (el sistema nervioso como autorregulador), aunque, como trata en «Sincronicidad…», muchos hechos cuestionen nuestro sentido común al respecto. En el segundo caso, lo relevante es la interrelación vehiculada por los instintos entre organismos y del organismo con su medio. En «Determinantes psicológicos del comportamiento humano» (1937) Jung se refiere a cinco grupos principales de factores instintivos: hambre, sexualidad, actividad, reflexión y creatividad. Si en 1919, en su «Instinto y arquetipo», había definido el instinto como «forma típica de la acción» cuya imagen sería el arquetipo, «forma típica de la aprehensión», en su texto de 1947 será aún más explícito: «No hay ningún instinto amorfo, pues todo instinto tiene la forma de su situación (…) La imagen representa el sentido del instinto» (§ 398). El propio arquetipo aparece como un instinto que presenta un polo psicoide —no representacional en cuanto biológico-material— y otro espiritual —representacional en cuanto anímico—. Jung es explícito al respecto en su conferencia «Espíritu y vida» (1926): «La vida y el espíritu son dos poderes —o necesidades— entre los cuales se halla el hombre. El espíritu da sentido a su vida y la posibilidad de desarrollarla al máximo. Pero a su vez la vida es imprescindible para el espíritu, pues la verdad de éste no es nada si no puede vivir» (§ 648).

Jung era muy consciente de la impopularidad que suponía hacer hincapié en la noción de espíritu. Como escribía a Pauli en una carta de mayo de 1953, «en la historia moderna se ha considerado al espíritu como parte integrante de la psique y se le ha identificado con la función del intelecto. De esta manera el espíritu ha desaparecido por así decirlo de nuestro campo de visión y ha sido substituido por la psique, y nos resulta difícil conceder al espíritu una autonomía y una entidad como las que asignamos sin ningún reparo a la materia». Sin embargo, es precisamente el espíritu como una consciencia más amplia el factor fundamental del despliegue de la Humanidad y del individuo, y la respuesta a esa psicología sin alma propia de un mundo desencantado, resultado del reduccionismo mecanicista desde el que se aborda la comprensión no sólo del fenómeno humano sino de la misma materia.

Unus mundus

En 1952, el mismo año que se publica Respuesta a Job, sale a la venta la cuarta entrega de los «Estudios del Instituto C. G. Jung». Su título, La interpretación de la naturaleza y la psique. Compuesto por dos artículos, uno lleva la firma de Jung, «Sincronicidad como principio de conexiones acausales», el otro es de W. Pauli, premio Nobel de física en 1945 y uno de los promotores científicos de Instituto desde su fundación en 1948, y trata sobre «La influencia de las ideas arquetípicas en las teorías científicas de Kepler». Un psicólogo y un físico unían sus fuerzas, sumergiéndose cada cual en el ámbito profesional del otro, para ofrecer una imagen de la realidad y del conocimiento de mayor amplitud que la habitual.

Aunque ya el joven Jung había señalado en su conferencia Zofingia de 1897 que «el alma es una inteligencia independiente de espacio y tiempo» no será hasta 1930, en su necrología de R. Wilhelm, cuando presente tímidamente su idea de la sincronicidad: «La ciencia del I Ching radica precisamente no en el principio de causalidad, sino en un principio hasta ahora innombrado —por no existir entre nosotros— que yo he denominado tentativamente principio sincronístico (…) Entre nosotros esta forma de pensar desaparece de la historia de la filosofía con Heráclito, hasta que, con Leibniz, volvemos a percibir un lejano eco de la misma. Pero en el ínterin no se extinguió, sino que pervivió entre los claroscuros de la especulación astrológica». Pasarán veinte años más antes de que Jung presente adecuadamente su hipótesis juvenil.

Jung debe a Wilhelm, quien le impulsó a que escribiera un comentario al texto de alquimia taoísta El secreto de la Flor de Oro, haber alcanzado el punto central de su psicología, la idea de símismo. Allí puede leerse: «El centro de gravedad de la personalidad no es más el yo, que es un mero centro de consciencia, sino un punto, por así decir, virtual entre lo consciente y lo inconsciente, al que cabe designar como sí-mismo». Es la primera mención del arquetipo de la individualidad psicológica, al que dedicará una investigación pormenorizada en Aion, publicado en 1951. En esta última obra Jung señala que «el punto de vista puramente biológico o científico-natural no es recomendable en psicología, en la medida en que es principalmente sólo de orden intelectual» y donde está ausente la noción de valor (sentimiento). En las últimas páginas escribe que «tarde o temprano la física atómica y la psicología de lo inconsciente llegarán a aproximarse de modo significativo, pues ambas, independientemente y desde lados opuestos, asedian el ámbito transcendental, la primera con la idea del átomo, la segunda con la del arquetipo (…) Psique y materia son uno y el mismo mundo, y la una participa de la otra, pues si no su acción recíproca sería imposible. Por lo tanto, si la investigación pudiera avanzar lo suficiente, tendríamos que llegar a una coincidencia última de los conceptos físicos con los psicológicos». El libro publicado con Pauli es un primer paso en esa dirección que, tras Mysterium coniunctionis, culmina en su texto sobre los OVNI en 1958.

Puede rastrearse la investigación junguiana sobre la sincronicidad —el término para significar la coincidencia de sentido entre estados psíquicos y físicos no ligados causalmente— en la correspondencia que Jung mantiene desde los años treinta del siglo XX con físicos de la talla de Pauli, sus discípulos Jordan y Fierz, o con los pioneros de la parapsicología los psicólogos Rhine, Abrams y el psiquiatra Smythies. Comenta todo ello también con sus amigos y discípulos o con investigadores, como Barbault o el mismo Rhine, que le envían sus cuestionarios.

Jung conocía a Pauli al menos desde el año 1931, cuando le deriva a su discípula E. Rosenbaum para seguir un análisis, que terminaría en 1934. Desde 1928 Pauli es profesor en la Escuela Técnica Superior Federal (EHT) de Zúrich —donde Jung volvería a la docencia en 1934, con «Consideraciones generales sobre la teoría de los complejos» como lección inaugural—. La correspondencia entre ellos abarca de 1932 a 1957. Pauli muere en 1958. Había nacido en 1900. Como miembro destacado de la Escuela de Copenhague sus aportaciones más importantes son el principio de exclusión (1924), la teoría no relativista del spín (1927), la teoría cuántica general de los campos, con Heisenberg (1929) y su postulación del neutrino (1930). Coincidió y trabajó con Einstein en Princeton a partir de 1940 y recibió el Premio Nobel en 1945.

Los primeros quince años del siglo XX fueron para Europa una belle époque, arrasada por la I Guerra Mundial. En las artes plásticas y literarias, la música, la filosofía, la arquitectura y decoración, las ciencias exactas, físicas y naturales, la medicina y la moral, las humanidades se vislumbra la misma transformación espiritual. Es la crisis de las certidumbres matemáticas, la aparición de la relatividad y la mecánica cuántica, el redescubrimiento de los cromosomas y las leyes de la herencia, la secularización, lo inconsciente, el dodecafonismo, el cubismo, el expresionismo, el modernismo, dadá. Lo primitivo, lejano y desconocido se hacía conocido, cercano, actual. Protagonistas de esa ampliación de sus específicos campos de investigación lo son tanto Jung como Pauli, científicos del sujeto y del objeto respectivamente.

Jung, veinticinco años mayor, durante ese periodo delimita conceptual (1902) y experimentalmente (1905-1908) el complejo inconsciente, formula la primera lectura psicoanalítica de la psicosis (1907) y plantea la hipótesis de lo inconsciente colectivo, sus símbolos y sus dominantes (1911-1912). Tras la I Guerra Mundial, años de desolación y transformación personales, su psicología adquiere mayor extensión y profundidad —las funciones psíquicas y su papel en la relación consciente/inconsciente y la tipología psicológica (1921), la dinámica psíquica del proceso de individuación (1927 y 1928) y la dirección del proceso de individuación alrededor del sí-mismo (1929)—. Algunos de los capítulos de este volumen 8 son textos que fueron publicados en recopilación durante los años treinta, como Problemas psíquicos del mundo actual (1931) y Realidad del alma (1934).

Para la física, el siglo comienza también en 1900 con el descubrimiento del cuanto gracias a Plank, continúa con el año milagroso de Einstein en 1905: fotón, cálculo probabilístico del movimiento browniano y relatividad especial. El 1910 los esposos Curie captan las emisiones del radio. Un año después Rutherford presenta su estructura del átomo, que en 1913 Bohr cuantiza. En 1917 Einstein presenta su relatividad general. A partir de los primeros años veinte De Broglie y Schrödinger fundan la mecánica ondulatoria. Se han puesto las bases para la gran transformación en nuestro conocimiento de la materia.

Jung conoció a Einstein de la época en que éste trabajaba en la EHT de Zúrich y le invitó varias veces junto a otros colegas del Burgöhlzli a su casa. Como escribe en febrero de 1953 a C. Selig, «Conocí a Albert Einstein (...) y le recibí varias veces por esa época (…) Era al principio de su carrera (…) cuando desarrollaba su primera teoría de la relatividad (…) Nosotros, psiquiatras, en tanto no matemáticos, seguíamos mal su argumentación. Sin embargo comprendí lo bastante como para que ejerciera sobre mí una fuerte impresión (…) Es Einstein el primero que hizo nacer en mí la idea de una posible relatividad del tiempo y el espacio, que estarían determinados por el psiquismo. Es a partir de esta primera impresión como se desarrollaron treinta años más tarde tanto mi relación con el físico W. Pauli como mis tesis concernientes a la sincronicidad psíquica». Parece que Jung esperó a realizar gran parte de su obra antes de argumentar y generalizar su intuición primera del alma como inteligencia atemporal y aespacial. Previamente tuvo que entender la estructura y la dinámica de esta alma elusiva que conecta al yo con el cosmos. Era un asunto resbaladizo que sólo a partir de 1930 comienza a cartografiar. A P. Jordan, entonces un ayudante de Pauli que intenta explicar la telepatía desde la física cuántica, le escribe en 1934: «En lo que concierne a la hipótesis de lo inconsciente colectivo, estoy aún muy lejos de haber publicado todos los materiales al respecto que poseo (…) Los curiosos casos de paralelismo en el tiempo que generalmente se llaman coincidencias, pero que designo fenómenos de sincronicidad, son en el fondo muy frecuentes al observar lo inconsciente (…) Algo que entre nosotros se considera superstición». Las primeras noticias de estos fenómenos y sus implicaciones aparecen en «La estructura del alma» (1927), «El problema fundamental de la psicología actual» (1931) y «Alma y muerte»(1934).

Artículos que leyó J. B. Rhine, el director del primer laboratorio parapsicológico universitario, montado bajo los auspicios de W. McDougall, viejo conocido de Jung. Rhine envía su Percepción extrasensorial (1934) a Jung, quien en su agradecimiento le comenta los fenómenos parapsíquicos en su propia casa (la fragmentación de un cuchillo en cuatro partes, la ruptura de una mesa secular en 1899), en relación con las experiencias ocultistas con su prima H. Preiswerck, sujeto de estudio de su primera obra científica de 1902, y le confiesa que «todas las cuestiones concernientes al carácter particular de la psique respecto al tiempo y al espacio, es decir, la supresión evidente de estas categorías en ciertas actividades, me interesa enormemente». No le oculta a Rhine, seis meses después, que «se corre el riesgo de ser tomado por un loco o un mentiroso (…) prefiero no dar a conocer un gran número de mis experiencias. Pondrían al mundo científico ante problemas demasiado trastornadores». Pero necesita de los científicos para poder formular tales fenómenos sin violar las leyes físicas.

En octubre de 1935 escribe a Pauli: «La estructura central de lo inconsciente no puede fijarse espacialmente, es una existencia idéntica a sí misma en todo lugar del espacio que debe ser pensada como inespacial (…) Tengo la impresión de que esta característica es también válida para el tiempo». Conocedor de las experiencias paradójicas que se plantean en los experimentos de la física cuántica, donde algunos procesos microfísicos invierten aparentemente el orden causal, Pauli comenta a Jung año y medio más tarde que «la física más reciente es apropiada para representar simbólicamente, incluso en sus detalles más finos, los procesos psíquicos». Es por intermedio de la ciencia del objeto —que en la mecánica cuántica sólo puede ser diferenciado arbitrariamente del sujeto— como Jung —que señala la existencia de una psique objetiva más allá del sujeto consciente— podrá articular su hipótesis de un orden acausal en la naturaleza, la sincronicidad.

Jung conocerá personalmente a Rhine en 1937 con ocasión de las conferencias que dicta en Yale sobre Psicología y religión y mantendrán una correspondencia hasta bien entrada la década de los cincuenta, interrumpida durante los primeros años de la II Guerra Mundial. En enero del año en que ésta se inicia, 1939, Jung escribe al pastor F. Pfäfflin que «la propiedad de anular el espacio y el tiempo debe ser inherente a nuestra alma (…) Hay razón para pensar que sólo lo que llamamos “consciencia” está encerrada en el tiempo y el espacio, mientras que la parte restante del alma, es decir, lo inconsciente, se encuentra en estado de realtiva atemporalidad y aespacialidad». Esa relatividad es el leitmotiv que orienta su investigación, acompañada en la distancia por las investigaciones experimentales de Rhine: «Su nuevo proyecto parapsicológico [sobre la psicocinesis] me interesa mucho (…) Hablo mucho de su trabajo en mi entorno (…) Como usted, pienso que la ciencia de la naturaleza revestirá un aspecto muy particular en cuanto estemos en posesión de todos los hechos que puedan encontrarse en el dominio parapsicológico», le escribe en noviembre de 1942.

El mismo día que termina la II Guerra Mundial, el 7 de mayo de 1945, Jung escribe a M. Fierz, catedrático de física teórica de la Universidad de Basilea, que «mi reflexión se refiere al problema más general de la reconstrucción del fenómeno físico como fenómeno psíquico. Paralelamente habría que contemplar también la “reconstrucción” de alguna manera inversa del fenómeno psíquico en fenómeno físico». Aprovecha entonces para referirse al libro recién publicado de Schrödinger ¿Qué es la vida?, que marcará el inicio de la biología molecular, y donde se presenta a los seres vivos como creadores de orden, bien a partir del orden —herencia—, bien a partir del desorden —acción sobre el medio, neguentropía y, por lo tanto, información—. Cuatro meses después comenta a Rhine que «he reflexionado mucho sobre la parapsicología y he intentado evidenciar algunas relaciones (…) pero me abstengo de hablar públicamente de este tema (…) No sé tanto de parapsicología como usted piensa (…) No me siento competente para tratar ampliamente este asunto».

A pesar de ello, dará su respuesta al cuestionario que le envía Rhine en noviembre de ese año: 1) La parapsicología es una rama particular de la psicología de lo inconsciente. 2) La parapsicología puede ayudar a comprender cómo la psique inconsciente modela y remodela sin cesar lo viviente. 3) La parapsicología ha mostrado sobre todo que la psique presenta una cierta relatividad espacial y temporal. 4) La parapsicología trata por ahora de un problema que concierne únicamente a las ciencias de la naturaleza, no a la psiquiatría; y 5) «En el mundo microfísico la relatividad del espacio y el tiempo es un hecho establecido. En la medida en que la psique engendra fenómenos de carácter aespacial y atemporal parece formar parte del mundo microfísico (…) Como la psique es un fenómeno energético posee una masa, una masa seguramente de importancia o extensión microfísica. Podemos deducir de este hecho las acciones materiales de la psique. En la medida que la relatividad del espacio y del tiempo incluye la relatividad de la causalidad, como la psique participa de la realidad espacio-temporal también relativiza la causalidad; y en la medida en que es microfísica posee una independencia al menos relativa respecto a la causalidad absoluta (…) La percepción extrasensorial es una manifestación de lo inconsciente colectivo, psique que se conduce como una (…), no es personal sino objetiva (…) Entiendo estos fenómenos como sincronicidad de acontecimientos arquetípicos».

Unos años después, en abril de 1948, saluda la aparición de El nuevo mundo de la mente, de Rhine, como «una de las grandes contribuciones al conocimiento de los procesos inconscientes (…) Sus experiencias han confirmado sin duda ninguna la relatividad psíquica del tiempo, el espacio y la materia (…) Mi principal preocupación es el problema teórico de la relación entre la psique y el continuum espacio-temporal de la microfísica». Algunos meses más tarde el microfísico Pauli escribe a Jung, en una carta donde aparece por primera vez la palabra “sincronicidad” en su correspondencia: «La acción dimanante del punto medio situado en un estrato intermedio cuida en primer lugar de la discriminación entre physis y psique y representa un orden que discurre fuera del espacio y parcialmente también fuera del tiempo». ¿No es esa la definición de sí-mismo?

Era el acicate que Jung esperaba. En enero de 1949 escribe al filósofo G. Frei, también promotor científico del Instituto C. G Jung y miembro habitual de Eranos, sobre las dificultades para enfocar el asunto: «Intento, según la tarea que me es propia, abordar el problema bajo el ángulo científico. Desde el punto de vista científico, E=M, energía igual a masa. La energía no sólo es cantidad, sino siempre cantidad de algo. Si consideramos los procesos psíquicos como energéticos les atribuimos una masa. Esta masa sólo puede ser muy pequeña, si no la física podría demostrar su existencia. En los fenómenos parapsicológicos se hace demostrable, y a la vez se observa que obedece a leyes, pero psíquicas, no físicas, pues es parcialmente independiente del espacio y del tiempo, en el sentido de que la energía psíquica se comporta como si espacio y tiempo no tuvieran sino una validez relativa. Sólo podría ser aprehendida mediante un esquema cuatridimensional o multidimensional. (…) La física atómica ya lo hace con datos que aún pueden ser aprehendidos cuantitativamente. La psicología no dispone aún de ninguna probabilidad de aprehensión cuantitativa de sus datos».

Pero ya está trabajando a fondo y en junio de ese mismo año envía a Pauli el primer borrador de su primer texto sobre la sincronicidad («Sobre sincronicidad»): «Hace ya algún tiempo que usted me sugirió que intentase poner por escrito en algún momento mis ideas acerca de la sincronicidad. Por fin me ha sido posible atender a su sugerencia y reunir en cierto modo mis planteamientos [con…] esta exposición plagada de signos de interrogación». El mismo día hace llegar el manuscrito a Fierz: «Le envío adjunto el manuscrito de un texto que Pauli me ha incitado a escribir. Es una ordenación de mis ideas concernientes al concepto de sincronicidad. Como los físicos son hoy los únicos que saben extraer algo de este género de ideas, espero encontrar en un físico, precisamente, una comprensión crítica». Pauli responde inmediatamente con sus señalamientos. Le parece que hay diferencias entre la sincronicidad y la parapsicología, considera necesario definir con mayor precisión el concepto “acausal” y pone reparos a la palabra “sincronístico”, que «me parece hasta cierto punto carente de lógica».

Durante 1950 Jung va elaborando su manuscrito y comenta sus ideas y dificultades también con sus colegas. En abril de ese año escribe a E. Whitmon sobre la sincronicidad como punto de encuentro entre la física y la psicología, y señala que «el método estadístico de las ciencias de la naturaleza, el único que puede proporcionar pruebas, está en relación de complementariedad con la sincronicidad. Eso significa que si hacemos observaciones estadísticas eliminamos el fenómeno de sincronicidad, y recíprocamente». Así pues hay que utilizar el método adecuado para captar la sincronicidad. Dos meses después comentará a Pauli, recordando que «el intelectualismo de la ciencia experimental determina una imagen prejuzgada de la naturaleza», que «los denominados métodos de azar mánticos ponen por esta razón el menor número posible de condiciones para así poder captar la sincronicidad, es decir, la coincidencia conforme al sentido».

En noviembre de ese año tiene preparado un nuevo borrador. Pauli hace sus anotaciones: «Análogamente a la complementariedad de Bohr en física, nunca puede verificarse una contradicción entre causalidad y sincronicidad». Indica que el «acto de creación» de Jung puede entenderse como «observación irrepetible» y propone el cuaternio «conservación de la energía/continuum espacio-temporal y causalidad/sincronicidad». En la respuesta a esta carta, Jung define la causalidad como «relación constante (relativa) por acción» y la sincronicidad como «relación inconstante (relativa) por contingencia o “sentido”». Pauli manifestará un poco después su satisfacción por esta correspondencia, «pues tengo la impresión de que se está llegando a una discusión real sobre todos estos problemas fronterizos desde dos lados diferentes», en la dirección deseada de «un nuevo lenguaje psicofísico unitario (“neutral”) que describa simbólicamente una realidad invisible, potencial».

En los Encuentros Eranos de 1951 Jung presenta esta primera formulación tentativa. Describe a un corresponsal (el Sr. H., en Alemania) los aspectos que ha subrayado en su conferencia: «El arquetipo, en cuanto organizador de formas psíquicas en el interior y el exterior de la psique es de naturaleza “psicoide” y transcendente (…) El átomo está constituido por relaciones cuantitativas, el arquetipo por relaciones cualitativas, es decir, relaciones de sentido, y la cantidad sólo interviene en el grado de numinosidad (…) La cualidad se manifiesta en física en las llamadas discontinuidades (…) Aunque el arquetipo psicoide no sea más que un modelo o, si se quiere, un postulado, los efectos arquetípicos tienen tanta existencia real como la radiactividad». En esa sesión de Eranos, M. Knoll, profesor de electrotécnica de Princeton, habla en su ponencia de la influencia de la radiación de los protones solares, lo que permitiría pensar la astrología no como una mancia sino como un hecho causal. El «experimento astrológico», el tratamiento estadístico de un grupo de horóscopos mezclados al azar que constituye el segundo capítulo de su texto mayor sobre la sincronicidad, adquiere mayor relevancia y sufre una revisión. A finales de ese año el libro de Pauli y Jung está en prensa.

El artículo de Pauli se propone estudiar «el aspecto psicológico de la formación de los conceptos científicos y de su fundamento arquetípico», algo que él lleva haciendo consigo mismo mediante el análisis onírico, y que de un modo más objetivo realiza ahora con Kepler, elegido porque «sus ideas representan un estadio intermedio notable entre las antiguas descripciones mágico simbólicas de la naturaleza [las representadas por R. Fludd] y las modernas, caracterizadas por su contenido matemático cuantitativo». Demuestra que «en Kepler la imagen simbólica precede a la formulación consciente de una ley natural. Son las imágenes simbólicas y las concepciones arquetípicas las que originan en él la búsqueda de las leyes naturales», y recuerda que, «trascendiendo el significado de su persona, da lugar a la ciencia natural que hoy denominamos clásica». Desde la perspectiva de la mecánica cuántica, con los problemas de observación que supone, «la física y la psicología vuelven a reflejar para el hombre moderno lo cuantitativo y lo cualitativo». Gracias a la complementariedad, las antinomias de la ciencia clásica se hacen aparentes, con lo que «sería sumamente satisfactorio que lo físico y lo psíquico pudieran ser aspectos complementarios de la misma realidad». Su objetivo de un lenguaje neutral y común a física y psicología vendrá a través del número: «el nuevo tipo de estadística, ley natural de la física cuántica, que funciona como intermediario entre el discontinuo y el continuo no puede, en principio, ser reducido a leyes deterministas causales en el sentido de la física clásica, y sólo limitando lo que sucede, según la ley, a lo que es reproducible se debe volver a percibir la existencia de lo esencialmente único en los acontecimientos físicos. Me gustaría proponer, siguiendo a Bohr, que esta nueva forma de ley natural se designara como “correspondencia estadística”».

Correspondencia es la palabra clave. Lo señala Jung en su texto, y es explícito en su carta a J. R. Smythies, que en ese momento, febrero de 1952, es profesor en la universidad de Edimburgo. Definiendo «la psique como intensidad no desplegada en el espacio» y «el cerebro como convertidor (…) para transformar la tensión de intensidad relativamente infinita de la psique en sí en frecuencias o “extensiones” perceptibles», Jung continúa refiriéndose a «un principio de explicación nuevo (en realidad, muy antiguo), la sincronicidad, nueva expresión para la antigua teoría de las correspondencias (…) Leibniz, el último pensador medieval, el último en pensar todavía en términos de totalidad, explicaba el fenómeno por medio de cuatro principios: espacio, tiempo, causalidad y correspondencia (armonía preestablecida)». En la misma carta subraya la clave emocional de la sincronicidad: «Las coincidencias de sentido se producen en ciertas condiciones psíquicas que apelan particularmente a la emoción».

Tras la publicación del libro Jung y Pauli continúan su reflexión común. Para Pauli, como escribe en febrero de 1953, «una vez que la materia se ha convertido también para los físicos modernos en una realidad invisible y abstracta, las perspectivas de un monismo psico-físico son mucho más ventajosas». Y del mismo modo que Pauli considera que «el arquetipo del número es el que posibilita en última instancia la aplicación de la matemática a la física» otro tanto le responderá Jung siete meses más tarde, al señalar que «al menos visto desde el lado psicológico, el dominio fronterizo entre la física y la psicología que buscamos se encuentra en el misterio del número», pues «tanto la psique como la materia son ambas, en cuanto “matriz”, en y por sí una x, es decir, una incógnita transcendental, de ahí que no puedan separarse conceptualmente; esto es, son prácticamente idénticas y sólo diferentes en segunda instancia como aspectos diferentes del ser». Y, ya despidiéndose, confiesa en esa misma carta de octubre de 1953 que «para mí significa mucho ver cómo nuestros puntos de vista se aproximan entre sí (…) No es ningún placer tener que pasar siempre por esotérico». Dos años más tarde, al enviar a Pauli el primer tomo de Mysterium coniunctionis, Jung le comentará en el mismo tono que «he alcanzado mi límite superior y ya no estoy por consiguiente en condiciones de contribuir con algo decisivo. El que usted haya abordado con tanto denuedo el problema de mi psicología me causa una gran satisfacción y me llena de un sentimiento de agradecimiento»

Jung seguirá indagando sobre el particular, como se desprende tanto de sus escritos como de sus cartas. «No sé todavía cómo salir de esta jungla, pero tengo el sentimiento de que el origen del enigma podría encontrarse en las propiedades extrañas de los números enteros. ¡El viejo principio pitagórico!», escribe en febrero de 1956 a Grant Watson. A F. Lerch, siete meses después, refiriéndose a «esos problemas que me quitan el aliento desde hace años, a saber, la relación entre la psicología de lo inconsciente y las propiedades de los números enteros por una parte, y la materia por otra», le comenta que «no dudo que entre la física y la psicología existen relaciones fundamentales y que la psique objetiva cuenta con imágenes propias para esclarecer el misterio de la materia. Los fenómenos de sincronicidad, con su acausalidad, permiten acceder al conocimiento de ese género de relaciones». El objetivo, como le comunica a Abrams, discípulo y colega de Rhine, en 1957, es captar el «unus mundus en el que las llamadas materia y psique ya no son magnitudes inconmensurables (…) Tengo el sentimiento bien claro de que el número es una clave del enigma, pues es tanto inventado como descubierto». Al inicio de esta carta puede leerse la declaración de principio que siempre iluminó a Jung: «Como científico me guardo de especulaciones filosóficas y ante todo de conclusiones que sobrepasen las fronteras de la experiencia».

 

1. Los párrafos señalados remiten a este volumen.

PRÓLOGO

LA DINÁMICA DE LO INCONSCIENTE

«El sueño de Nabucodonosor»

Speculum humanae salvationis

Codex Palatinus Latinus 413 (Vaticano, siglo

XV

)

1 SOBRE LA ENERGÉTICA DEL ALMA*

I. GENERALIDADES SOBRE EL PUNTO DE VISTA ENERGÉTICO EN LA PSICOLOGÍA

A. INTRODUCCIÓN

[1] El concepto de libido propuesto por mí1 ha dado lugar a muchos malentendidos e incluso a un riguroso rechazo. No debería, pues, considerarse superfluo que aborde una vez más los fundamentos de este concepto.

[2] Es un hecho notorio que los acontecimientos físicos pueden ser contemplados desde dos puntos de vista: el mecanicista y el energético2. La visión mecanicista es puramente causal y concibe el acontecimiento como consecuencia de una causa, de tal manera que las substancias invariables cambian sus relaciones mutuas en virtud de unas leyes fijas.

[3] La visión energética, por el contrario, es esencialmente finalista3 y concibe el acontecimiento partiendo de la consecuencia hacia la causa, de tal modo que una energía sirve de base a los cambios de los fenómenos, se mantiene constante precisamente en esos cambios y, por último, provoca entrópicamente un estado de equilibrio general. El desarrollo energético tiene una dirección determinada (un objetivo), ya que obedece invariablemente (irreversiblemente) a la caída de potencial. La energía no es una visión de una substancia que se mueve en el espacio, sino un concepto abstraído de las relaciones del movimiento. Sus bases, por lo tanto, no son las propias substancias, sino sus relaciones, mientras que la base del concepto mecanicista es la substancia que se mueve en el espacio.

[4] Ambos puntos de vista son indispensables para comprender el acontecimiento físico y, por ello, gozan de un reconocimiento general, de tal modo que, gracias a la coexistencia de la concepción mecanicista y de la energética, ha ido surgiendo paulatinamente una tercera forma de visión mecanicista y energética, si bien, desde una consideración puramente lógica, el ascenso de la causa a la consecuencia, el efecto causal progresivo, no puede ser al mismo tiempo la elección regresiva de un medio para lograr un fin4. No cabe la posibilidad de que una misma concatenación de hechos pueda ser al mismo tiempo causal y finalista, puesto que una determinación excluye a la otra. Se trata precisamente de dos concepciones diferentes, una de los cuales es la inversión de la otra, ya que el principio de finalidad es la inversión lógica del principio de causalidad. La finalidad no es sólo lógicamente posible, sino que además es un principio indispensable de explicación, dado que ninguna explicación natural puede ser sólo mecanicista. Es más, si a nuestro punto de vista sólo se le proporcionaran substancias en movimiento, únicamente habría explicación causal. Sin embargo, también se le proporcionan las relaciones del movimiento, las cuales le obligan a una concepción energética5. Si no fuera así, no habría sido necesario inventar el concepto de energía.

[5]



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