Al dar la medianoche - Allison Leigh - E-Book

Al dar la medianoche E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

Los Fortune.1º de la saga. Saga completa 6 títulos. Se decía que el día de Año Nuevo era una buena fecha para proponerse nuevos comienzos, y él estaba muy necesitado de uno. Había cinco Fortune sentados en el bar la noche de la víspera de Año Nuevo. Cualquiera de ellos podría despertar los sueños nostálgicos de una chica apasionada. Especialmente, Wyatt Fortune. Pero Sarah-Jane Early no era muy dada a las fantasías. No le resultaría nada difícil al apuesto y carismático millonario conseguir una cita con una simple camarera como ella... Tras algunas alarmantes noticias familiares, Wyatt Fortune había decidido romper todos los lazos e iniciar una nueva vida en Red Rock. La hermosa camarera del bar, según ella le había dicho, no iba a ser para él más que una mera diversión. Sin embargo, ¿podía ser esa la ocasión que cambiase el curso de su vida?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Al dar la medianoche, n.º 85 - enero 2014

Título original: Her New Year’s Fortune

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-4137-6

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

Era la víspera de Año Nuevo. Una noche misteriosa.

Igual que ella. Una mujer hermosa, exótica y definitivamente misteriosa.

Llevaba un vestido de noche ajustado que realzaba su esbelta figura. Su melena de color castaño, casi rojo, le caía a todo lo largo del pronunciado escote de la espalda. Se llevó la copa de martini a los labios y bebió un trago. El hombre de ojos azules que la acompañaba la miró fijamente a la cara y luego a la boca. Ella bajó la copa y se inclinó un poco más hacia él con actitud seductora. Luego se quitó sutilmente uno de los zapatos negros de aguja y le acarició el tobillo con el pie descalzo por debajo de la mesa...

—Perdóneme, señorita... ¿Señorita...? ¿Señorita?

La fantasía erótica de Sarah-Jane se desvaneció como una pompa de jabón al mirar al hombre de esmoquin que tenía delante. Parecía tener prisa y ella no estaba allí para tener sueños románticos sino para atender a los invitados de la boda que habían acudido al Red, el popular restaurante mexicano donde ella estaba trabajando esa noche.

—Dígame, señor, ¿en qué puedo ayudarle? —dijo Sarah-Jane con una sonrisa.

El hombre se ajustó la pajarita y echó una mirada alrededor con aire receloso.

—¿Dónde queda el Red Rock Inn? —preguntó en voz baja, apenas perceptible con la música que sonaba a todo volumen desde hacia tres horas.

Ella se inclinó hacia él y le indicó la forma de llegar al hotel. Él asintió con la cabeza, le dio las gracias y se fue con la mujer que estaba esperándolo en la puerta. Salió con ella del restaurante apresuradamente, pasándole el brazo por la cintura. Resultaba evidente que la pareja ardía en deseos de quedarse a solas.

Sarah-Jane suspiró profundamente y cambió el peso del cuerpo de un pie al otro.

Fantasear sobre la idea de ser una mujer seductora con zapatos de tacón alto era una cosa, y serlo otra muy distinta. Recordó con nostalgia los zapatos negros de tacón que conservaba en el armario después de diez años. Su madre se los había comprado para que fuera bien vestida a su fiesta de graduación del instituto. Eran de piel y apenas se los había puesto dos o tres veces desde entonces. Estaban casi como nuevos.

Echó un vistazo a los zapatos que llevaba puestos. Solo se parecían a aquellos en que eran también negros. Suspiró de nuevo con aire de resignación y cruzó los pies. Los zapatos que María Mendoza se había empeñado que llevara esa noche eran de ante aterciopelado, tan negro como la noche, y combinaban a la perfección con su vestido de cóctel.

Trató de estirarse la falda, pero la tela no daba más de sí. El escote era también bastante atrevido. Ella hubiera preferido llevar algo más cómodo y discreto, como los pantalones y el pulóver que solía llevar habitualmente en The Stocking Stitch, pero no había querido llevar la contraria a María que no solo era la copropietaria del restaurante, junto con su esposo, sino además la dueña de la tienda de prendas de punto en la que ella trabajaba como ayudante de administración.

Echó una ojeada al vestíbulo y a la barra. El restaurante estaba medio vacío. Algunos de los invitados ya se habían ido, como Emily Fortune y su flamante marido, Max Allen. La mayoría de los que quedaban era gente joven deseosa de prolongar la fiesta hasta la madrugada.

Todos los invitados habían ido muy elegantes. ¿Qué otra cosa cabía esperar cuando la novia formaba parte de la acaudalada e influyente familia Fortune?

—Sarah-Jane.

Giró la cabeza y vio a Marcos Mendoza haciéndole señas cerca de la cocina. Marcos estaba casado con la hermana pequeña de la novia y regentaba el Red.

—¿Sí? —replicó ella, acercándose a él.

—Puedes irte, si quieres. Aún estás a tiempo de disfrutar algo de la Nochevieja.

Sarah-Jane lo miró con una leve sonrisa. No tenía nada mejor que hacer esa noche. Felicity, su compañera de piso, estaba en una fiesta de fin de año y no había ningún hombre que estuviera esperándola. Al menos, allí, haría algo productivo.

—Me había hecho ya la idea de quedarme toda la noche. Puedo echar una mano en la cocina o en alguna otra parte.

—No suelo rechazar nunca una ayuda, pero no creo que fueras de mucha utilidad en la cocina con ese vestido que llevas —respondió él con una sonrisa irónica, y luego añadió tras echar un vistazo alrededor—: Cindy está desbordada en la barra, ¿te importaría ayudarla a recoger las mesas?

—En absoluto —replicó ella.

Estar ocupada era preferible a dejar vagar sus fantasías, imaginando a un hombre sin rostro que solo tenía ojos para ella.

Le dolían los pies, pero se dirigió a la barra, abriéndose paso por entre las mesas aún atestadas de gente. Habría tenido que estar ciega para no darse cuenta de la forma en que la miraban los hombres, pero ella hizo como si no los viera. Cindy, una joven rubia y delgada, que María había contratado como camarera esa noche, parecía agobiada de trabajo. Casi ni se fijó en Sarah-Jane cuando ella tomó una de las bandejas que había detrás de la barra y se dirigió a las mesas. En un par de minutos, llenó la bandeja de vasos vacíos y se encaminó hacia la puerta giratoria que daba acceso a la cocina. Tuvo que cruzar de nuevo por la hilera de hombres que estaban en la barra. Uno de ellos alargó el brazo al verla pasar.

—Aquí tienes, cariño —dijo el hombre con acento sureño, dándole la copa vacía que tenía en la mano, y añadió luego, dirigiéndose al caballero de pelo rubio oscuro que estaba sentado a su lado—: Wyatt, ¿qué diablos quieres decir con eso de que no piensas volver a Atlanta?

No queriendo dar la impresión de estar espiando conversaciones ajenas, ella colocó la copa en un hueco de la bandeja y siguió su camino a la cocina. La bandeja estaba repleta y pesaba demasiado como para llevarla con una sola mano, por lo que tuvo que empujar la puerta giratoria con la cadera.

No pudo evitar echar una ojeada de soslayo a los hombres de la barra. Ella, como anfitriona, había sido la encargada de sentarlos en las mesas según habían ido llegando. Sabía que todos ellos eran familia de la novia. Cinco eran particularmente atractivos. Llevaban un traje negro que parecía cortado a medida. Habían llegado solos sin ninguna mujer del brazo, aunque a ella le costaba creer que unos hombres tan apuestos estuvieran solos.

Al menos, tendría algo interesante que contarle a Felicity al día siguiente.

Como si le hubiera leído el pensamiento, el hombre del pelo rubio, sentado en el extremo de la barra, se aflojó la corbata y la miró fijamente.

Sarah-Jane se quedó inmóvil y sin aliento. Sintió entonces que la puerta que había empujado con la cadera volvía a cerrarse, dándole un golpe en el trasero. Se sobresaltó y ruborizó al mismo tiempo. El hombre desvió la mirada y apuró su vaso de un trago. Luego se puso a hablar con sus compañeros como si nada hubiera pasado.

Ella, sintiéndose una estúpida, entró en la cocina y se puso a colocar los vasos en el lavavajillas.

¿En qué estaba pensando? Los hombres como él no se fijaban dos veces en las mujeres como ella. Al menos, no de forma seria.

Recogió la bandeja, ya vacía, y volvió a las mesas a continuar su tarea.

—Quiero decir que ha habido un cambio de planes —replicó Wyatt ante la mirada impaciente de su primo Michael—. Nos quedaremos aquí en Red Rock —añadió él, mirando ahora a sus tres hermanos, Asher, Shane y Sawyer, como esperando su conformidad.

En realidad, ya habían tomado la decisión. No iban a volver a Atlanta.

Asher y Sawyer asintieron con la cabeza en seguida. Shane pareció pensárselo un poco.

—Sí, eso fue lo que dijimos —afirmó Shane finalmente, aunque no muy satisfecho del todo.

Wyatt quería mucho a sus hermanos, pero sabía que si había alguno que estaba siempre de parte de su padre ese era Shane.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Shane miró a Wyatt fijamente, luego alzó el vaso e hizo un gesto a la camarera. Sin decir una palabra, la rubia larguirucha inclinó la botella de whisky y le sirvió otra copa. Luego se volvió y se fue a preparar unos margaritas.

—¿Me estás diciendo que vais a tomaros unas vacaciones extra a costa de JMF Financial? —exclamó Michael, moviendo la cabeza a uno y otro lado como si no diera crédito a sus oídos—. Hace solo un mes os estabais quejando del trastorno que iba a significar dejar vuestro trabajo una semana para venir a la boda de Emily.

Hacía un mes, los hermanos Fortune veían su futuro asegurado.

Pero ahora, por culpa de su padre, ya no era así.

—Es algo más que unas vacaciones —dijo Wyatt—. No vamos a volver a Atlanta. Está decidido.

Michael frunció el ceño, confundido, a la vez que molesto, por esa repentina decisión. Wyatt sabía que a su primo le disgustaba no estar informado de cualquier cambio, pero no quería explicarle las razones de su decisión en un lugar tan concurrido como el local en donde estaban. Además, la música estaba muy alta y sería prácticamente imposible seguir una conversación.

—¿Y qué habéis pensado hacer? ¿Merodear por Red Rock hasta encontrar esposa? —dijo Michael con una voz cargada de sarcasmo—. Ese parece ser el destino de todos los miembros de esta familia a los pocos días de pisar este lugar. Meter la cabeza en el yugo matrimonial.

—¡De ningún modo! —exclamó Sawyer, visiblemente indignado.

Tenía veintisiete años, era dos años más joven que Wyatt, y aborrecía la idea del matrimonio casi tanto Wyatt o Shane. Ambos asintieron con la cabeza refrendando sus palabras. En cuanto a Asher... Bien, él ya había pasado por la amarga experiencia de un divorcio. Así que se quedó mirando su copa sin decir nada.

—Entonces, ¿me podéis decir qué diablos está pasando?

Wyatt apretó la mandíbula hasta casi sentir dolor en los dientes y apartó la vista de su primo y de sus hermanos. La anfitriona del local, que les había colocado en sus mesas al llegar, estaba entretenida recogiendo los vasos vacíos de las mesas. Tuvo ocasión de fijarse en su trasero antes de que desapareciese por la puerta de la cocina.

Parecía de estatura media. Incluso con los tacones que llevaba, era más baja que la camarera larguirucha. Tenía el pelo castaño, aunque casi podía decirse que era pelirroja, y lo llevaba recogido en una coleta. De lo que no le cabía ninguna duda era de que se trataba de una mujer fuera de lo común. Había estado observándola toda la noche con mucha atención.

—Tal vez tengamos que volver a Atlanta —sugirió Shane—. Cerrarnos esa puerta podría sernos muy perjudicial a la larga. Incluso tú, Wy, tienes que reconocerlo.

Wyatt miró a su hermano. Shane era el mayor de los Fortune. Tenía treinta y dos años y era el director de operaciones. Ocupaba un puesto más alto que sus hermanos en el organigrama jerárquico de JMF, pero todos estaban comprometidos por igual en el futuro de la empresa.

—Podemos hablar de eso más tarde.

—Pero...

—Tiene razón —dijo Asher muy sereno—. Este no es el lugar apropiado.

Asher era un año más joven que Shane y tenía fama de ser muy sensato y juicioso.

—Habéis perdido el juicio —replicó Michael—. No sé lo que os proponéis, pero, sea lo que sea, vais a tirar por la borda todo el trabajo que habéis hecho hasta ahora en JMF, solo por esa manía que os ha entrado de quedaros en Red Rock.

Michael era el mayor del grupo y acostumbraba a medir muy bien sus palabras. Consideraba la decisión un despropósito, pero prefirió dejar el asunto de momento. Levantó su copa haciendo un gesto a la camarera. La rubia desgarbada acudió en seguida a servirle. Era muy eficiente en su trabajo y muy discreta con los clientes. Había barra libre en la fiesta, pero Wyatt pensó que debía dejarle una propina generosa. Se la había ganado.

La voluptuosa anfitriona pasó de nuevo por su lado y Wyatt la siguió con la vista instintivamente. La camarera rubia era un chica guapa que se movía en el local con la misma soltura que si estuviera jugando un partido de voleibol en la playa. Por el contrario, la anfitriona era una mujer exuberante con unas curvas que podrían marear a cualquier piloto de Fórmula 1.

Wyatt no era un piloto de carreras y aunque, por lo general, le gustaban las mujeres altas y atléticas como la camarera rubia, se sentía atraído, sin saber por qué, por las seductoras curvas de la anfitriona. Contemplarla le resultaba mucho más gratificante que tener que enfrentarse al problema que había dejado en Atlanta. Un problema que ni sus hermanos ni él habían creado, pero con el que tendrían que enfrentarse más pronto que tarde.

La camarera rubia se detuvo frente a él.

—¿No desea tomar algo más fuerte, señor Fortune?

Wyatt negó con la cabeza. Sabía, desde hacía tiempo, que no podía competir con sus hermanos en lo referente al alcohol.

—Seguiré con mi tónica, gracias.

—¿Es el encargado de conducir en las fiestas?

—A veces.

Ni su primo ni sus hermanos parecían dispuestos a dejar de beber esa noche, así que era muy probable que le tocara hacer de conductor. Michael había llegado en una de las limusinas de la boda, mientras sus hermanos y él habían alquilado un coche.

—Si desea cualquier otra cosa no dude en pedírmela —dijo la camarera.

La experiencia le dijo a Wyatt que estaba hablando de algo más que de copas. Pero él no estaba interesado en ella. En realidad, no estaba interesado en nadie. Apoyó la espalda en la barra, mientras veía con indiferencia cómo la camarera se alejaba.

Siguió entonces con el rabillo del ojo un mechón de pelo castaño rojizo.

—Aún me cuesta hacerme a la idea de que Emily esté casada —le dijo Michael al oído.

Wyatt soltó un gruñido a modo de respuesta. Su prima Emily había dedicado toda su carrera profesional a Empresas FortuneSur, al igual que su hermano Michael. Era una empresa filial de JMF, la empresa que James Marshall Fortune había fundado en Atlanta y en la que Wyatt y sus hermanos trabajaban. Aunque FortuneSur era una compañía de telecomunicaciones y JMF, la compañía del padre de Wyatt, era una firma financiera. Todos en la familia sabían que no había una buena relación entre James y su hermano menor, John, a pesar de los pocos años de diferencia que se llevaban. James ni siquiera se había tomado la molestia de ir a Red Rock a la boda de su sobrina.

Sin embargo, los dos hermanos estaban cortados por el mismo patrón. Ambos eran adictos al trabajo y luchaban con tesón para conseguir sus objetivos.

Emily había dejado de trabajar en la empresa de su padre, porque había seguido los pasos de sus hermanos que, exceptuando a Michael, se habían trasladado a Red Rock, en nombre del amor.

—Es la maldición de Red Rock —dijo Michael, dejándose llevar por sus pensamientos—. Aquí te encuentras una boda en cuanto te das la vuelta. Es terrible. Se le ponen a uno los pelos de punta.

—Las bodas no son siempre una maldición —replicó Asher.

—¿Y lo dices tú, que tienes aún fresca la tinta de los papeles del divorcio? —exclamó Michael.

—Algunos matrimonios funcionan.

—Mira las estadísticas. Son demoledoras. No, no me verás nunca hincado de rodillas ante una mujer —dijo Michael, apoyando la espalda en la barra junto a Wyatt y echando un trago—. ¡Ojo! Eso no significa que tenga nada en contra de las mujeres. Todo lo contrario —añadió, observando al grupo de jovencitas que bailaban de manera desenfadada en mitad de la pista.

Wyatt, sin embargo, seguía buscando con la mirada a la anfitriona. Pero no consiguió verla. Tal vez, habría terminado ya su trabajo y se habría ido.

Pensó en marcharse también. No estaba tan interesado como sus hermanos por la música, la bebida o las mujeres. Lo único que le interesaba era conocer la razón de la inexplicable traición de su padre.

—¡Última copa, caballeros! —anunció la camarera rubia—. ¿Puedo servirles algo?

—Ya íbamos a marcharnos, preciosa —respondió Michael con su radiante sonrisa marca de la casa, y luego añadió, tomando una copa limpia de la barra y dejando varios billetes en ella—: Pero seguro que encontrarás un hombre afortunado para darte un beso a medianoche.

—La medianoche pasó hace ya una hora, cariño.

—Todas las noches tienen su medianoche —dijo Michael, arrastrando las palabras.

—Eso es cierto, señor Fortune, pero tengo que decirle que esto no es necesario —dijo ella, rechazando la copa con el dinero—. Y vosotros, muchachos, ¿vais a volver en taxi o va a ser el señor el encargado de llevaros?

—Irán en taxi —respondió Wyatt antes de que nadie dijera nada, y luego añadió al ver aparecer de nuevo a la anfitriona por la puerta de la cocina—: ¿Me llena el vaso, por favor?

—Por supuesto —respondió la camarera con una sonrisa, sirviéndole otra tónica antes de volverse para atender al resto de los invitados que estaban en la barra.

—¿Vas a quedarte un rato más? —le dijo Michael con una mirada recelosa, mientras los hermanos de Wyatt se dirigían a la salida del restaurante y decían a la anfitriona que les pidiera un taxi.

—Creo que estaré aquí más tranquilo que donde vayáis vosotros —dijo Wyatt a su primo.

—Sí. Ya he visto que no le has quitado ojo de encima en toda la noche —replicó Michael, sonriendo entre dientes—. No creo que sea tranquilidad precisamente lo que andas buscando.

Wyatt apretó el vaso con fuerza, pero pensó que le resultaría más fácil dejar que su primo creyera que se quedaba allí para divertirse que tratar de explicarle las razones de la angustia que sentía por dentro. Lo único que, de verdad, deseaba era quedarse solo.

—Ella no tiene nada que ver con mi decisión, Mike —dijo Wyatt, llamándole por ese diminutivo que casi nadie empleaba con él.

—Está bien. En todo caso, espero que te ayude a relajarte. Pero ten cuidado, no vayas a acabar hincándote de rodillas a sus pies.

Wyatt esbozó una sonrisa de desdén. Su primo debería saber mejor que nadie que él no era muy partidario precisamente del matrimonio.

—Tal vez recobres el juicio y reconsideres tu decisión de no volver a Atlanta —añadió Michael, dejándole al lado la copa con la propina para la camarera y dándole unas palmaditas cariñosas en el hombro.

A pesar del alcohol que Michael había consumido, Wyatt vio cómo su primo se dirigía a la salida con su seguridad y aplomo habituales.

Suspiró hondo al verse solo. Reflexionó sobre las palabras de su primo. De ninguna manera iba a reconsiderar su decisión sobre lo de Atlanta. Su padre había atravesado una línea roja, negándose a dar ningún tipo de explicaciones sobre su intención de vender JMF.

Absorto en sus pensamientos, apuró la tónica. La música había dejado de sonar, el disk-jokey se había marchado. Añadió unos billetes en la copa donde Michael había dejado su propina. La camarera le obsequió con una sonrisa.

Él fingió no darse cuenta. No estaba interesado en ella. Se dirigió a la puerta y salió del restaurante. Hacía una noche fría. No tenía que molestarse en despedirse de nadie de la familia. Los vería por la mañana en el hotel. Había prometido a su madre que almorzarían juntos.

Su coche de alquiler era uno de los pocos que quedaban en el aparcamiento. Entró y se sentó al volante, pero no arrancó el motor. Suspiró de nuevo con la mirada perdida.

Aún no le habían dicho a Clara que no tenían intención de volver a casa. No hacía falta ser un genio para saber que la noticia no le haría ninguna gracia a su madre. Ella nunca se había involucrado en la marcha de JMF, pero sí se había preocupado siempre por sus hijos. Y seguía haciéndolo ahora aunque fueran ya mayores y tuvieran su propia vida.

Se pasó la mano por el pelo, recordando la situación tan delicada en que su padre había puesto a toda la familia. ¿Cómo iban a darle la noticia a su madre? Ella esperaría que todos regresaran a Atlanta después del desayuno. No podía imaginarse que tendría que volver sola.

—¿Señor? ¿Necesita un taxi?

Wyatt alzó la vista con el ceño fruncido, molesto por la intrusión.

Era la anfitriona del restaurante. Llevaba un chal de color rojo brillante sobre los hombros. Estaba inclinada ligeramente sobre la ventanilla. La única luz que permitía verla era la del techo interior del coche. Wyatt no supo adónde mirar, si a aquellos ojos oscuros y profundos o al espectacular escote que se abría a escasos centímetros de sus ojos. Observó que no llevaba ningún anillo en la mano que sujetaba el echarpe.

—¿Tiene la costumbre de seguir a los clientes hasta sus coches?

Sarah-Jane se tapó el escote con el chal, al ver cómo le había mirado los pechos.

—Solo a los que han estado bebiendo y luego se sientan al volante —respondió ella con una voz serena y segura.

Era todo una proeza para ella, pues no había empleado ese tono de voz en su vida. Pero no estaba dispuesta a dejar en mal lugar a María y a Jose Mendoza.

El hombre apuesto, que la miraba ahora con el ceño fruncido, había estado bebiendo toda la noche con sus compañeros. No quería ni pensar lo que dañaría a la reputación del restaurante si la policía lo paraba y no pasaba el test de alcoholemia.

Aunque tenía que reconocer que no daba la impresión de estar bebido.

Wyatt se bajó del coche y se puso frente a ella.

Sarah-Jane tragó saliva y dio un paso atrás. Sintió que perdía el equilibrio con los zapatos de tacón aguja que llevaba. Wyatt reaccionó en seguida, sujetándola para evitar que se cayera. Incluso con los tacones y su uno setenta y tres seguía siendo más baja que él.

—Me parece que la que necesita un taxi es usted —dijo él con una sonrisa burlona.

—El pavimento está en muy mal estado —replicó ella, tratando de justificarse.

—Entonces será mejor que vaya con cuidado —dijo él, bajando la mirada hacia sus pies—. Sería una pena que se lastimara esos tobillos tan bonitos que tiene.

Definitivamente, le estaba tomando el pelo, se dijo ella.

—Sería también una lástima que le pasase algo a este coche tan maravilloso por conducirlo en estado de embriaguez —replicó ella.

Él alzó un instante la vista al cielo. Estaba completamente oscuro. Luego la miró con una sonrisa y decidió aprovechar la ocasión antes de que ella subiera sus defensas.

—Permítame presentarme —dijo él, tendiéndole la mano—. Wyatt Fortune. Aparte de una copa de vino y un poco de champán para brindar con los novios, no he tomado más que tónica toda la noche. Puedo caminar en línea recta si quiere comprobarlo.

Sarah-Jane miró la mano que le ofrecía. Había estado tratando de eludir su mirada toda la noche en el restaurante. Realmente, se había acercado ahora a él porque le había dado la impresión de que no se encontraba bien para conducir.

Pero ahora, aquel hombre alto y atractivo, que parecía un regalo del cielo, parecía ofrecerle su amistad. Mientras pensaba lo que debía hacer, comenzó a notar un sudor en las palmas de las manos. Trató de limpiarse en el chal que María le había prestado esa noche, junto con el vestido y los zapatos. Pero si seguía allí de pie como un pasmarote, él acabaría creyendo que era una maleducada. Y esa no era la impresión que quería que se llevara.

Por María, principalmente, se dijo ella.

Tragó saliva y le estrechó la mano. Sintió inmediatamente el calor de sus dedos subiéndole por el brazo y llegando más allá...

—No ha sido tan difícil, ¿no? —dijo él muy sonriente.

Ella, casi sin aliento, esperó a que él le soltara la mano, pero no lo hizo.

—¿Cómo se llama? —le preguntó él.

Ella sintió un intenso rubor en las mejillas. El sofoco le llegaba hasta las orejas. Debía tenerlas también coloradas.

—Sa... Savannah —respondió ella.

—Bonito nombre —dijo él, acariciándole el dorso de la mano con el pulgar—. Y hermosa ciudad. He estado allí muchas veces. Eres de allí.

—Um... no. Es donde... mis padres se conocieron.

Otra mentira más, se dijo ella. Tal vez sus padres hubieran estado en Savannah, Georgia, en alguna ocasión, pero se habían conocido en Houston, donde vivían en la actualidad.

—Muy bien, Savannah —dijo él recalcando el nombre—. Y, ¿qué haces trabajando la víspera de Año Nuevo en vez de estar celebrándolo con tu familia o tus amigos?

Ella sintió un escalofrío en la espalda. Prefirió echar la culpa de ello al frescor de la noche en vez de al pulgar de Wyatt que seguía acariciándole el dorso de la mano. Dio un tirón y él le soltó la mano. Aquel contacto había reavivado sus fantasías eróticas. Había pasado casi toda la noche soñando despierta, imaginándose que era Savannah y no quien realmente era: Sarah-Jane.

—Mi novio está fuera de la ciudad.

Aquello iba camino de convertirse en una sarta de mentiras. ¿Por qué? ¿Qué le estaba pasando?

—Debería habérmelo imaginado. Supongo que tu novio tendría algo muy importante que hacer. Ningún hombre en su sano juicio dejaría sola a una mujer hermosa en una noche como esta.

Ella se quedó como muda, sin saber qué contestar.

—¿Vas a casa? —preguntó él.

Ella asintió con la cabeza.

Él sonrió levemente y miró alrededor. No quedaba ya un solo vehículo en el aparcamiento.

—¿Dónde tienes el coche?

—No lo he traído. Suelo ir andando.

—¡Ah! ¿Puedo llevarte? Es ya algo tarde.

Ella negó con la cabeza a pesar de que hubiera querido dar saltos de alegría.

—¿Estás segura? Te prometo que no corres ningún peligro conmigo. Mis hermanos estuvieron bebiendo bastante, pero yo estoy más sobrio que un juez —dijo él con una leve sonrisa—. Podría demostrártelo si nos diéramos un beso. Aunque me temo que eso no le agradaría a tu novio.

Ella se quedó sin saber qué decir. Afortunadamente, no le había pedido el nombre de su inexistente novio.

—No, supongo que no.

—De todos modos, no deberías ir sola por la calle a estas horas.

—No pasará nada. Mi casa está solo a un par de minutos de aquí.

—Lo comprendo. Es lógico que tengas miedo de entrar en el coche de un desconocido.

Ella sintió de nuevo un sofoco en las mejillas. Esa idea no había pasado en ningún momento por su mente. Pero debía haber pensado ciertamente en ese riesgo.

—De acuerdo. Pero ten cuidado, Savannah —dijo él, agarrándole de la mano de nuevo para darle un beso respetuoso en el dorso—. ¡Feliz Año Nuevo!

Wyatt se quitó la corbata y la tiró dentro del coche antes de volver a sentarse al volante.

—Lo mismo te deseo —dijo ella con la voz quebrada, mientras veía cómo él ponía el coche en marcha y se alejaba del aparcamiento.

Sintió que había dejado escapar la gran oportunidad de estar con un hombre atractivo.

Capítulo 2

—¿Por qué no le dejaste que te trajera a casa? —preguntó Felicity Thomas con mirada somnolienta a la mañana siguiente en la cocina.

Sarah-Jane sirvió una taza de café a su compañera de piso y sonrió. Ya le había hecho esa pregunta una docena de veces.

—Wyatt Fortune no deja de ser un desconocido y yo no me subo al coche de un desconocido.