Artículos sobre beneficiencia y prisiones. Tomo II - Concepción Arenal - E-Book

Artículos sobre beneficiencia y prisiones. Tomo II E-Book

Concepción Arenal

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Beschreibung

Segundo volumen que recoge los artículos de corte ensayístico de Concepción Arenal. En ellos la autora analiza desde un punto de vista crítico aunque constructivo las injusticias que se cometían en la España de su época tanto en el sistema de prisiones como en las organizaciones de beneficencia asociadas al estado.

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Seitenzahl: 443

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Concepción Arenal

Artículos sobre beneficiencia y prisiones. Tomo II

 

Saga

Artículos sobre beneficiencia y prisiones. Tomo II

 

Copyright © 1900, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726660012

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

En nombre de los pobres que tienen frío, a...

DOÑA V. P. DE M.- Gran prueba es de bondad acordarse en el dolor de los afligidos. Se han recibido los 200 reales, y que reciba usted el equivalente en consuelos; el mejor modo de honrar la memoria de los muertos, es hacer bien a los vivos que padecen.

D. P. C.- Gracias muy de corazón por quererse asociar a nuestra obra. Los 40 reales se han transformado en abrigo; que el recuerdo de su buena acción le acompañe a usted en su soledad.

SR. M. DE H.- Vinieron los 200 reales, y por tan buenas manos, que aumentaron su valor. Con esto, y la ropa y calzado, se hace una buena limosna a los pobres; además de su bien hace usted otro, proporcionándonos el espectáculo hermoso y consolador de la inocencia amparando la desgracia. Estos tiernos corazones han respondido a la voz del de usted como podía desear, por mucho que deseara. La buena semilla ha caído en buen terreno. Usted recogerá fruto de satisfacciones y consuelos. Que M. N. J. y J. hallen el peso de la vida tan ligero, como se lo parece el del saco que con afanosa y caritativa codicia llenan para los pobres.

DOÑA C. S. DE A.- Llegaron los 40 reales, que nos trajeron, con el socorro de los pobres, la satisfacción de ver que se asocia usted a nuestra obra; doble beneficio por el que damos a usted dos veces las gracias.

D. J. F. Y SRA. DE F.- El aguinaldo de nuestros pobres había dejado sus fondos en bastante mal estado, cuando vinieron los 500 reales como llovidos del cielo, donde serán premiados los que consuelan a los afligidos de la tierra. Grande contentamiento llevó el donativo a los que estaban ocupados en pesar y medir las raciones de la colación, y no es el primero que ustedes les proporcionan. Buen aguinaldo, 25 duros que dar y dos nombres más que bendecir.

A nuestros amigos desconocidos

Una persona vivía hace ya muchos años en una pequeña aldea, apartada del mundo por altas montañas y por un aislamiento absoluto, conversando nada más que con algunos libros, y en la mayor soledad, su inteligencia y sus sentimientos. La incomunicación era completa; la vida, triste; el vacío, grande; la fuerza que se necesitaba, mucha; las ocasiones en que faltaba, frecuentes. Un día, levantándose enérgicamente después de una caída, puso su espíritu en comunicación con otros espíritus; vio y afirmó que en alguna parte, no sabía dónde, pero que en alguna parte, había criaturas que, como ella, pensaban y sentían, hermanos de inteligencia y de corazón a quienes amaría, y de los que sería amada si llegaban a conocerse; y, por su parte, empezó a amar a aquellos seres de cuya realidad no dudaba ya. ¿Los vería alguna vez? Lo ignoraba, y con su fe, su duda y su esperanza, hizo una composición poética que tenía el mismo título que este artículo, y que concluía así:

Si Dios, el dulce consuelo

Niega a mi dolor profundo

De veros aquí en el mundo,

¡Mis amigos! ¡ Hasta el cielo!

Dios no le ha negado este consuelo. En el mundo ha ido hallando aquellas almas semejantes a la suya que había visto en la soledad, y aquellas manos piadosas que llamaba en su auxilio, y que hoy la sostienen en su penosa marcha.

A los redactores de La Voz de la Caridad les sucede algo parecido a lo que lo acontecía a aquella persona solitaria. Se sienten solos porque no saben dónde están sus amigos desconocidos, pero no dudan que los tienen. ¿Cómo han de suponer que haya poblaciones importantes y aun capitales de provincia donde La Voz de la Caridad no halle eco? ¿Cómo han de creer que en cualquiera agrupación numerosa les ha de faltar un amigo que puede probar que lo es a muy poca costa? Se trata nada más que de encargarse de la recaudación de las suscripciones de provincias, que se hace con dificultad pagando el tanto por ciento, o que no se hace. Si mandáramos los recibos al corresponsal benéfico, éste, con muy poco trabajo, realizaría una gran ganancia para los pobres. Se trata nada más que de hacer la propaganda de los buenos sentimientos, y de dar noticias de los dolores. De estos corresponsales tenemos ya en:

Hellín. Málaga. Jerez de la Frontera. Sevilla. Valladolid. La Vega de Ribadeo. La Coruña. Gerona. Granada. Oviedo. Albacete.

Pero nos faltan en la mayor parte de las poblaciones donde tenemos suscriptores. Algunos han venido diciéndonos palabras de simpatía para los desdichados y de consuelo para nosotros, como las siguientes:

«Yo me ofrezco con mucho gusto a ser el corresponsal de La Voz de la Caridad de esta capital, no sólo para el cobro de suscripciones, sino también para todo cuanto pudiera convenirles relativo a esa publicación.

»Pobre operario, llevaré este grano de arena al edificio de la caridad, y emplearé hoy una actividad mayor, si cabe, que la empleada hasta aquí, para procurar el incremento de esta revista, que tal vez está llamada a producir un gran interés social.»

¡Oh! vosotros los que pensáis y sentís como pensamos y sentimos; los que tenéis lástima del afligido y deseáis favorecerle; los que halláis en vuestro corazón ecos prolongados para las voces dolientes, venid: sabemos vuestra existencia, pero ignoramos vuestro retiro; apresuraos a revelarnos el lugar en que moráis, para que nuestros ojos puedan volverse dulcemente hacia allí; decidnos vuestro nombre, para que nuestros labios le pronuncien con amorosa gratitud; no tardéis, porque los desventurados tienen mucha necesidad de que se den a conocer nuestros amigos desconocidos.

Las decenas

El patronato de los diez

Algunos suscriptores, y aun personas que no lo son, nos preguntan sobre lo que son las decenas, y lo que representa el Patronato de los Diez, con el deseo de formar parte de esta Asociación en Madrid, o de establecerla en otros puntos. A algunos los hemos remitido los números 6 y 10 de esta revista, en que se insertaron esos detalles; pero tenemos la desgracia de que dichos números y algunos otros están agotados. Hacer una nueva edición es costoso; copiar los artículos es imposible o enojoso; y, sin embargo, no ha faltado un suscriptor de Motril, a quien sólo conocemos por las muestras que nos da de tener excelente corazón, el cual se ha tomado la tarea de hacer seis copias del artículo inserto en el núm. 6 para difundirlo entre sus amigos, lo cual excita toda nuestra gratitud.

Vamos, pues, a resumir en breves palabras lo que es el Patronato, para conocimiento de las personas que desean saberlo, y también para fijar bien la índole y el carácter de esta Asociación, sobre la cual pueden haberse formado quizás ideas equivocadas.

El Patronato de los Diez es la misma institución que bajo el nombre de Obra de las familias se fundó en París por el dignísimo Arzobispo monseñor Sibour, a quien una mano criminal arrebató a las fervorosas tareas de la caridad cristiana.

No cabe institución más sencilla. No es una sociedad organizada cual lo están las demás que trabajan en el mundo para diversos objetos; ni una congregación con estatutos formales y obligaciones de imprescindible cumplimiento. Es simplemente el acto de reunirse diez personas de buena voluntad, para la obra caritativa de cuidar y socorrer a una familia desvalida. Son diez; hacen las veces de padre o patrono, y de aquí el nombre que le dimos de Patronato de los Diez.

Luego que se completa ese número de personas, celebran una reunión, en la cual se elige una familia pobre, pero muy pobre, de esas que ofrecen cuadro de miseria desgarradora; se hace colecta secreta, pasando una bolsa, en la que cada uno pone la cantidad que quiere para los gastos del mes, y se nombra un visitador o visitadora, que viene a ser la parte activa y laboriosa de la Decena, y que se hace cargo del dinero que ha producido la cuestación.

Con este fondo empieza la acción material del Patronato. Los límites de éste no están ni pueden estar definidos previamente; los marcan las necesidades de la familia pobre y los recursos de la Decena. Versa principalmente sobre el alquiler de la casa, ropas, dinero para comida, en metálico o en bonos de víveres contratados en una tienda de comestibles, y todo lo demás que se necesita. Si en la familia hay enfermos, se buscan médico y botica gratuitos, lo cual, dicho sea en honra de esta clase, no es difícil1 ; si hay niños, se les facilita admisión en la escuela; si son personas que pueden trabajar, se las busca objeto en que hacerlo y ganar jornal; y si ha entrado en la familia esa gran calamidad que se representa por papeletas de empeño en casa de préstamo, se procura rescatarlas. Finalmente, si la desgracia ha abatido o agriado a los que sufren, se les procuran consuelos de palabra, demostraciones de simpatía, y esfuerzos para inspirarles confianza en Dios y resignación para soportar las penalidades que no pueden remediarse. Es, en fin, la acción amplia, espontánea y generosa de un amigo que visita a otro desgraciado y que tiene voluntad y medios de socorrerle y consolarle.

Una vez al mes vuelve a reunirse la Decena; el visitador da cuenta de lo que ha hecho, y presenta una simple nota de lo gastado; es el único papel que se escribe en esta Sociedad, que no tiene estatutos, ni presidente, ni secretario, ni libro de actas. Todo lo suple la caridad.

Aunque el visitador es el que está más directamente al cuidado de la familia protegida, no hay inconveniente, y sí ventaja, en que la visiten los demás individuos de la Decena, porque, viendo el buen resultado de su caridad, se apasionan más al puro placer de ejercerla.

Una sola familia para diez personas no es una carga pesada, mucho más si las que pueden, además de la cuota en metálico, dan el desecho de ropa, el sobrante de la comida, la recomendación para trabajo, y los mil recursos que hay para hacer bien. Y cuando todo esto no baste, si alguna vez hay déficit en el modesto fondo de la Decena, nuestra revista, que es la fundadora de ese Patronato, acude con sus fondos adonde no alcancen los de los socios, si bien esto es sólo para casos extraordinarios, porque el producto del periódico está afecto al socorro de otras familias pobres que no están socorridas por las Decenas.

Hoy tenemos en Madrid diez y ocho Decenas2 , y algunas en cuadro, que sólo esperan completar el número para funcionar, a cuyo fin nuestra Redacción, como centro organizador, recibe y da con gusto cuantas indicaciones se deseen. Son, pues, diez y ocho familias socorridas, y 180 personas ocupadas en ejercer la caridad. ¡Que Dios proteja a unas y a otras y aumente su número!

1.º de Enero de 1872.

En nombre de los pobres que tienen frío, a...

D. R. L.- Al mismo pobre, muy necesitado y muy digno, que había recibido la ropa, lo dimos los 28 reales. Sintió que no estuviera usted aquí, porque quería ir a darle las gracias. Ya le llegarán, le dijimos, y pronto; no están lejos de los pobres sino los que miran con indiferencia sus dolores, y no es de este número el favorecedor.

LOS H. DE LA C. DE V.- La que tantos recuerdan y sienten y ustedes lloran, les ha dejado un gran vacío en el corazón. Ustedes comprenden que de ningún modo puede llenarse mejor que con buenas obras, que las lágrimas que se derraman son menos amargas cuando se mezclan a las que se enjugan, y que consolando se recibe consuelo. Para ustedes le pedimos a Dios, y con nosotros tantos como le han recibido con los 1.000 reales de su bendita limosna. Amparar al desvalido en nombre de los que amamos es como prolongar su vida, porque no ha muerto el que hace bien y es amado. Cuando no podemos escuchar ya la voz querida, no hay ninguna tan dulce como la del dolor consolado que bendice su memoria.

Sin luz

El dolor es una caverna cuyas profundidades no conocemos, porque es raro que al asomarnos a ella no nos haga retroceder la pena, el terror o el egoísmo. Es raro que ni de los dolores del cuerpo ni de los del alma tengamos idea exacta mientras somos meros espectadores; hasta que la mano de la desgracia no nos obliga a tomar parte activa en el terrible drama, ignoramos de él mucho, porque, tratándose de infortunios, saber es sufrir o haber sufrido.

Presumimos saber algo o saber bastante del dolor que no hemos sentido; le propinamos consuelos, acusamos sus violencias o sus debilidades, condenamos su culpable insistencia, y cuando la misma herida que intentábamos curar hace sangrar nuestro corazón, comprendemos lo vano de nuestros juicios y cuán insensatas debieron parecer al doliente nuestras pretendidas razones. Más de una mortificación evitaríamos a los desventurados, más de una falta a nosotros mismos, si nos reconociéramos incompetentes para juzgar dolores que no hemos sentido.

Es muy raro que el hombre adivine y compadezca bien sin haber padecido mucho; la adivinación es el genio, tan raro en el mundo moral como en el de la ciencia o del arte ¿Sabremos cómo se sufre de los dolores del alma, cuando ni aun imaginamos lo que pueden mortificar las privaciones materiales? Si no miramos a los miserables con indiferencia; si sentimos sus males y procuramos su consuelo, hacemos mentalmente la lista de las mortificaciones a que los condena su triste suerte: pensamos en que tienen hambre, en que tienen frío, en que carecen de cama y de aire salubre que respirar en el reducido albergue en que se hallan apiñados; pensamos en algunas otras cosas, y nos parece haber hecho con toda exactitud el inventario de las privaciones del desvalido.

Una noche de invierno tenemos que ir a ver a un pobre, nuestro favorecido; urge que sepa lo que tenemos que decirle: llegamos con dificultad a su mísera vivienda, y nos encontramos con que él y su numerosa familia carecen de luz. Vamos a decir: ¿cómo están ustedes a obscuras? Mas la primera sílaba expira en nuestros labios; la realidad acaba de hacernos una de sus terribles revelaciones; la luz, aunque pocos, cuesta algunos cuartos. ¿Cómo los emplearán en alumbrarse los que carecen de pan? En aquella casa hay dos, tres, diez viviendas a obscuras también; otras están alumbradas; sus dueños son sin duda menos infelices; no nos había ocurrido este medio de graduar la última miseria.

Cuando nos inunda la luz reflejada por los espejos, o graduamos la de la lámpara brillante con pantallas más o menos diáfanas, no pensamos que hay centenares, miles de criaturas muy cerca de nosotros que cesan de ver cuando el sol cesa de alumbrar, que tienen en el invierno catorce horas de noche, y que hallan en las tinieblas el lúgubre compañero de sus dolores.

Así como no nos ocurría contar entre los males de la miseria la obscuridad, tampoco podemos imaginarnos lo que hará sufrir, lo que puede depravar cuando de auxiliar del sueño se convierte en mortificación de la vigilia. No hay niño, como no sea en los primeros meses, mas que tenga buen alimento, buena salud y buena calma, que pueda dormir catorce horas, los miserables hambrientos, con dura cama, faltos muchas veces de salud, apenas salen de la infancia, y muchas veces, aun en ella, tienen el sueño tan ligero como pesada lo es la carga de la vida. Por pocas horas viene este amigo de los tristes a derramar sobre su existencia el consolador olvido y a reparar sus fuerzas para la lucha que trae consigo el nuevo día. Los miserables pasan la mayor parte de las noches de invierno sin dormir y sin ver, ¡y Dios sabe cómo aparecerán los hombres y las cosas en las tinieblas, tan propias para engendrar tristezas acres, y fantasmas y monstruos! ¡Dios sabe cómo recordará el hambriento el tentador escaparate; el desnudo, las pieles del que de él se apartó cuidadosamente; el descalzo, el coche que lo salpicó de lodo! En la obscuridad, los dolores se dilatan como las pupilas; crecen y se amargan y se multiplican unos por otros, cuando del mundo exterior no les viene ninguna distracción, cuando la falta de luz parece ponerlos a cubierto de santas y consoladoras influencias, y facilita los estragos del despecho, del odio, de la desesperación, como los atentados de los malhechores.

Aquella mujer liviana, aquella madre desnaturalizada, aquel criminal feroz, ¡quién sabe si fecundaron el germen de sus malas inclinaciones cuando, a obscuras en las largas noches de invierno, vieron aumentarse en las tinieblas las dificultades del bien y los encantos del mal! ¡Quién sabe si las veladas con luz y algún trabajo en que ocuparse, y alguna lectura entretenida o instructiva con que distraerse, cambiarían el orden de las ideas y apagarían la fermentación de peligrosos cálculos! ¡Quién sabe hasta qué punto los dolores acres pueden hacer germinar la semilla de los malos ejemplos, disminuir el horror al crimen, excitar risa de feroz desdén ante la idea de soportar como castigo en lo futuro una condición poco o nada más dura que la presente! ¡Quién sabe la perversión que puede sufrir el ser mortal cuando una y otra y otra noche los ojos están privados de luz y de sueño, y cómo la obscuridad de la estancia se comunicará a la conciencia, y las razones que hallará para desconocer todos los deberes sociales el que tan pocos bienes recibe de la sociedad!

¡Que la imagen de esas criaturas hacinadas en reducidas o insalubres viviendas, afligiéndose y depravándose a obscuras, se refleje en de nuestro corazón aquella hermosa parte donde se comprenden y se sienten los dolores de nuestros hermanos! ¡Que pensemos en sacar al miserable de la obscuridad durante las largas noches de invierno! ¡Que utilicemos las veladas para instruirle y para consolarlo! ¡Que en vez de dejar acumularse sus iras y sus errores, los desvanezcamos cada noche ahuyentándolos con la verdad y la conmiseración! ¡Que con la llama de la caridad comuniquemos luz a sus ojos y a su alma, calor a su corazón, respeto a las cosas santas y resignación para sus dolores, viendo que todos son compadecidos y algunos son consolados!

Si con el amor no penetramos en la morada del miserable, tal vez con el odio penetre en la nuestra, y cuando preguntemos: ¿Quién es ese hombre que nos acomete en la obscuridad?, podrán respondernos: El niño que habéis dejado depravarse en las tinieblas.

¡Pobres huérfanos!

En el número 11 de nuestro periódico, correspondiente al 15 de Agosto de 1870, decíamos:

«En el año de 1857 algunas personas (propietarios de casas en su mayor parte si no estamos mal informados) no se limitaron a una compasión estéril y pasajera, y quisieron fundar un asilo para los hijos desvalidos de albañiles y demás artesanos que se ocupan en la construcción de casas. No contaban con más auxilio que su caridad; pero era en ellos tanta, que vencieron todos los obstáculos y fundaron el Asilo de Nuestra Señora de la Asunción.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

»Ha habido cuantiosas limosnas, y el celo de la Junta directiva y de su incansable Presidente no puede encarecerse bastante: de ejemplo y de consuelo sirve la perseverancia con que lucha con grandes dificultades y la generosidad con que ayuda a vencerlas. ¿Por qué, pues, el presupuesto está en déficit? Porque la suscripción, que debía ser el recurso principal y fijo, no es lo que ser debiera, creemos que menos por falta de caridad que por falta de reflexión.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

»Si al instalarnos en una casa, al ver con gusto que satisface nuestras necesidades o nuestros caprichos, pensáramos: para hacerla, muchos hombres han arriesgado su vida por algunos reales, alguno tal vez la perdió, natural parece que, después de esta reflexión, mandáramos una limosna a ese Asilo, donde se acogen los huérfanos de los que exponiendo su existencia nos preparan albergue.»

La situación del Asilo de Nuestra Señora de la Asunción, que hace dos años era difícil, es hoy sumamente apurada; por una mal entendida economía se le han retirado los 20.000 reales que recibía del Estado, y la falta de este recurso en circunstancias críticas compromete la existencia de tan útil establecimiento.

Si esta subvención no forma ya parte del presupuesto del Estado, ¿no debería figurar en el de la Diputación provincial y del Ayuntamiento? Esos huérfanos, completamente desvalidos, ¿no tendrían que recogerse en el Hospicio, en San Bernardino o en el Pardo? En cualquiera de aquellos establecimientos pesarían absolutamente sobre los fondos de la Beneficencia pública, y en el Asilo de la Asunción los sostiene principalmente la caridad privada. La economía, pues, no consiste en retirar el auxilio que se da a un establecimiento útil, sino, por el contrario, en conservárselo y aun aumentárselo, cuando, de cerrarse, los desvalidos que acoge originarían mucho mayor gasto. No hay que cerrar los ojos a la realidad, que no deja de serlo porque se niegue; los pobres hay quemantenerlos; en España nos faltan muchas virtudes, pero tenemos corazón, y no los dejamos morirse de hambre. Si los niños desvalidos no se mantienen en el Asilo de que vamos hablando, se mantendrán en otro sostenido por los fondos públicos, o se mantendrán en la calle implorando la caridad pública, abusando de ella, y haciendo el aprendizaje del vicio y del crimen, para que después sea preciso mantenerlos en el presidio y en la cárcel.

No hay, pues, semejante economía en negar un pequeño auxilio para levantar una carga que, si no, se ha de llevar solo; y además de esta consideración puramente pecuniaria, ¡cuántas otras de orden más elevado hablan en favor del Asilo de la Asunción! ¡Qué diferencia de la educación que allí reciben y la que se da en los establecimientos de la Beneficencia pública! ¡Como que en éstos la caridad entra por poco o nada, y en aquél entra por todo! En asilos como éste, donde la caridad privada hace tanto y tan bien, donde ilustrada y perseverante lucha y triunfa de tantas dificultades, razón era que se la ayudase a vencerlas prestándole algún auxilio; que no es el espíritu de asociación tan fuerte en nuestro país que no sea necesario apoyarle, ni es fácil hallar quien no se desaliente luchando con tanta fuerza de inercia, ni dejan tan poco que desear los establecimientos públicos, para que no se deban proteger los que abre la caridad privada, cuando los aventajan en mucho.

Y si las corporaciones populares no auxilian al Asilo de la Asunción, ¿le abandonarán también las personas benéficas? Con una corta cantidad que dedicáramos a esos niños, a esas niñas sin padres, sin fortuna, tendrían protección segura; de lo contrario, peligro corre de que sean arrojados de aquel albergue donde fueron tan amorosamente acogidos. Arrojados, decimos. ¡Ah! No. Ni arrojar, ni echar, ni despedir, ni palabra alguna hay que signifique el acto de cerrar con tanto dolor aquellas puertas que con tanto amor se habían abierto, y la escena terrible de dejar en el desamparo a los pobres huérfanos de los que han muerto haciendo las casas que habitamos; de decirles con lágrimas (¿quién no las vertería?): ¡Desventurados! Por favoreceros hemos luchado un día y otro día, un año y otroaño; nos dejan solos, y fuerza es que nos demos por vencidos. Ya no tendréis el amparo de esta casa,ni nosotros el consuelo de recogeros en ella. ¿Adónde iréis? Dios lo sabe. Él os proteja; nosotros nopodemos hacerlo ya.

Esperamos que la Providencia protegerá a los huérfanos desvalidos; pero sabemos que la Providencia hace las obras humanas inspirando los corazones de los hombres. No endurezcamos el nuestro; no resistamos al generoso impulso; no estemos sordos a la voz que nos dice: ¡Ampara alpobre huérfano, no le abandones! ¡Por el amor de tus hijos, por la memoria de tu madre!

Las cosas buenas deben hacerse bien

Todas las personas que se ocupan algo de las miserias del pobre, y aun muchas que sólo las oyen muy de lejos, saben que a expensas de Su Majestad la Reina se dan en Madrid dos mil raciones diarias de potaje bueno y bien condimentado y de pan bueno también. Esta forma de la caridad tiene sus inconvenientes. ¿Qué cosa no las tiene? Pero todo bien considerado, y dadas las circunstancias en que hoy se encuentra semejante buena obra, laudable como todas en el fondo, es conveniente en la forma siempre que se llenen estas dos condiciones:

1.ª Dar a los verdaderos necesitados. 2.ª Hacer la distribución de una manera conveniente.

Nosotros no creemos que la perfección absoluta sea posible; pero pensamos que debe hacerse cuanto sea dado para aproximarse a ella. Que de dos mil bonos diarios no vaya ninguno a manos indignas, no puede ser; que vayan pocos es hacedero y debe procurarse, porque, si no, la buena obra haría el grave mal de proteger el vicio y la vagancia.

Para que los bonos se distribuyan bien es necesario no encomendar a nadie su distribución por razón de oficio ni autoridad que ejerza, sino por caridad y rectitud y buen criterio y conocimiento de los pobres que tenga. Hay que buscar las circunstancias de la persona, porque, por muy favorables que sean las del puesto que ocupa, no las aprovechará si no hay en su corazón y en su inteligencia lo que se necesita para conocer las necesidades de los pobres y sus vicios y sus virtudes.

No pretendemos que una cosa nuevamente planteada alcance desde luego la posible perfección, pero sí que se vaya acercando a ella, para lo cual, como dijimos, es necesario que se busquen las personas activas que tienen caridad y conocimiento de los pobres y no los que desempeñan este o el otro destino: de esto se hace ya algo, y por este camino hay que seguir si se ha de llegar adonde se puede y se debe. La cosa no es tan difícil como a primera vista parece; los bonos se pueden distribuir en Madrid como se distribuyen las aguas. Unos pocos tubos de grueso calibre, por donde va después a otros y otros de calibre menor. Los grandes lotes de bonos a unas pocas personas, tanto más fáciles de hallar cuanto que ya se ha hallado alguna que puede ayudar a buscar las otras. Aquellas personas, los bonos que no pueden dar por sí mismas los repartirán a otras, de cuyas manos los recibirán los pobres verdaderamente necesitados.

Para facilitar la buena distribución, los bonos deberían tener el día del mes y no de la semana, y darse a los que han de distribuirlos mensual y no semanalmente Un bono, para que vaya adonde hace más falta, tiene a veces que andar dos, tres o cuatro manos antes de llegar a la del pobre, y esto en horas, y cuando no hay personas que dedicar a llevarle a la apartada vivienda donde el hambre le espera. Con la premura o se pierde o se da mal, que tal vez es peor que si se perdiera: téngase presente que una de las cosas que no pueden hacerse de prisa es dar con discernimiento.

La segunda condición, que es distribuir la limosna de una manera conveniente, tampoco se llena. Hay, lo primero, una especie de alarde de fuerza, cuatro, seis o más hombres armados para poner orden (que no ponen) entre mujeres enfermizas, niños y ancianos decrépitos. ¿No sería posible que se estableciese una asociación de personas caritativas que alternativamente empleasen una hora en ayudar a repartir la limosna a las Hermanas de la Caridad? Los pobres, dicen, son mal hablados y soeces, y es necesario imponerlos por la fuerza. Los pobres, respondemos, lo mismo que los ricos, son según se los trata; responden con mesura a los buenos procederes, y con insultos a las insolencias; si alguno hay que sea excepción de esta regla, de seguro que trae su procedencia de los bonos maldistribuídos.

Después de poner en manos de la caridad la obra caritativa, no debía darse limosna sin bonos. Los que sin ella van a buscarla podrán ser acreedores o no serlo. Por de pronto hay niños a quienes se da después de haber socorrido a su madre; de modo que una familia recibe dos, cuatro o más raciones, y otra se queda sin nada. ¿Y lo que sobra? Habiendo orden, no debe faltar nunca ni sobrar, o sólo una cantidad insignificante, que puede darse aumentando la porción de los últimos; y si aún sobrase algo por casualidad algún día, la caridad buscará modo de utilizarlo sin dar en la calle sin bonos cosa que de ningún modo debe hacerse y que perjudica a los mismos que parece favorecer; pues además de que es perjudicarlos fomentar su indolencia, si la tienen, salen chasqueados la mayor parte de los días, y después de haber perdido el tiempo y arrostrado la intemperie, resulta que no les alcanzan las sobras.

Por último, se nos había dicho que tenía carácter de provisional la elección de locales para distribuir la limosna, pero vemos que va siendo permanente. Los pobres, mal vestidos, casi desnudos, mal calzados o descalzos, esperan una o dos horas recibiendo la lluvia, y a muchos enfermos o achacosos creemos que les hará más daño la mojadura que provecho el socorro. Parte el corazón ver a pobres ancianas, y con todo el aspecto de estar enfermas, recibiendo el agua que se abre fácil paso por el usado o roto percal que no tiene con que sustituirse.

Debe buscarse un local que tenga techo, o donde pueda ponerse; de lo contrario, en el rigor de las estaciones, con la lluvia, la nieve o el sol canicular, muchos que han ido por un socorro contraerán una enfermedad, todos sufrirán cruelmente, y el bien se dudará si lo es cuando va mezclado de tanta suma de mal, que puede y debe evitarse.

Si la que hace la limosna viera cómo se da, estamos seguros que modificaría la forma; si en un día lluvioso, a la hora en que se distribuye, pasara por donde hay tanta gente débil y enfermiza, transida de frío y recibiendo por espacio de una o dos horas la lluvia que cala el único vestido, es seguro que diría, o pensaría al menos: no es esto lo que yo quiero, y el mal se remediaría; pero como no es probable que pase ni que lea estas líneas, el mal continuará, y nosotros diremos una vez más: «¡Pobres pobres!»

¡Pobres mujeres!

La situación de la mujer que no tiene para vivir más recursos que el trabajo de sus manos, es verdaderamente horrible, y lo es cada vez más. Las máquinas terminan en un día la labor que antes necesitaba una semana; las operarias que quedan desocupadas se hacen una competencia desastrosa, y el trabajo se ofrece a menos precio, casi de balde. El hombre tiene un sinnúmero de artes, oficios y profesiones a que dedicarse; la mujer, con excepciones raras, no halla más ocupación que lo que se llama labores de su sexo, cuya retribución es cada día menor.

A esto contribuyen, además de las máquinas, otras muchas causas, y entre otras esta: nadie es albañil, sastre ni hojalatero por gusto, y la competencia de los que a estos oficios se dedican, se hace solo entre los que de ellos necesitan para vivir. En los trabajos de las mujeres hay lo que podría llamarse aficionadas; personas que no han menester de la costura, del bordado o de la media para vivir, pero que emplean algunas horas en trabajar para fuera para vestirse mejor, realizar algún ahorro o proporcionarse goces que sin esto no podrían tener. Esta competencia es fatal; las que la hacen, trabajan por cualquier cosa, porque como la retribución no es indispensable para cubrir necesidades, por corta que sea se admite, viene bien, y el precio de la labor decrece, hasta el punto de que más que pago parece una gratificación.

Podemos repetir hoy, y desgraciadamente tendrá oportunidad desdichada mañana y después de mañana, lo que hace algunos años decíamos:

«Es preciso ver cómo viven las mujeres que no tienen más recurso que su trabajo: es preciso seguir paso a paso aquel via crucis tan largo, luchando día y noche con la miseria; dando un adiós eterno a todo goce, a toda satisfacción; encerrándose con su destino con una fiera que quiere su vida, y que la tiene al fin, porque la enfermedad acude, y la muerte prematura llega. ¿Cómo no ha de llegar, llamada por la viciada atmósfera de la reducida habitación, por la humedad y el frío intenso, y el calor excesivo, y la comida mala y escasa, y el trabajo continuo, que no basta para libertar de la miseria a los seres queridos, y tantas penas del alma, y tantas lágrimas de los tristes ojos, a los que no trae alegría el sol al salir, ni promete descanso la campana que toca la oración de la tarde?. »3

¿Qué hacer para dar algún consuelo a tantos dolores? La Voz de la Caridad no pedirá por el momento cambios que son obra de los siglos, ni tampoco un socorro que no pueda darse siempre, ni acaso las más veces: pide en favor de las míseras trabajadoras tan mal retribuidas, algo más fácil que un cambio en la opinión y las instituciones, algo más difícil que una limosna.

Entre la mujer que hace labor y el que esta labor necesita, está la tienda, intermedio fatal para la trabajadora. A la tienda acuden en tropel las que necesitan trabajar; en la tienda les dan como por favor la obra; en la tienda reducen la retribución, con la seguridad de que si una operaria rehúsa admitir tan desventajosas condiciones, otra y otras vendrán en tal grado de miseria que no podrán rehusarlas; y en la tienda, en fin, queda la mayor parte de la ganancia. Con solo suprimir la tienda para el objeto que nos ocupa; con que las personas que necesitan trabajo se entendieran directamente con las trabajadoras, la suerte de éstas mejoraría muchísimo.

Cada cual podía contribuir a este bien si en vez de comprar las cosas hechas en la tienda, las diera a hacer a la mujer que trabaja en su casa. ¿Y si no conocía a ninguna? A poco que preguntase le darían noticia de muchas. Esto exige un poco más de cuidado: es preciso comprar la tela, y si no hay destreza para cortarla, enterarse de las costureras que cortan bien cuando son objetos delicados; ya se sabe que hacer las cosas mal, es más sencillo que hacerlas bien. Pero para las infelices ¡cuánto fruto de este pequeño trabajo! ¡Cómo se duplicaría el precio del suyo, y qué de angustias, qué de dolores se consolarían, evitando muchas veces resoluciones culpables, hijas desdichadas de la miseria!

En la casa donde hay señoras, con un poco de buena voluntad es fácil suprimir el intermedio de la tienda, al menos en la mayor parte de los casos: los hombres solos, cuyo número es considerable en los grandes centros, necesitarían auxiliares a su buena voluntad. ¿No se forman asociaciones para dar limosna? ¿Pues por qué no habían de formarse para regularizar el trabajo, para ponerle en condiciones equitativas, para que la infeliz mujer no fuera cruelmente explotada, trabajando sin descanso de día, velando de noche, minando su salud, que no resiste nunca a tan terrible prueba si se prolonga, y recibiendo sólo una pequeña parte de lo que gana, y que no basta para cubrir sus más apremiantes necesidades? Proteger el trabajo es proteger la virtud, es apartar escollos contra los cuales se estrella tantas veces; proteger el trabajo es enjugar lágrimas, consolar dolores, arrancar víctimas al vicio, al crimen y a la muerte.

¡Oh mujeres, que tantas veces habéis sentido y llorado con La Voz de la Caridad, que una vez más halle eco en vuestros corazones! Formad una asociación protectora del trabajo de la mujer. ¿Veis las elevadas montañas? Atraen las aguas del cielo, y las derraman por los valles que fecundan. ¿Para qué pensáis que Dios os ha colocado más altas en la escala social, sino para que recibáis más pronto las inspiraciones divinas, y las comuniquéis, en forma de beneficios y de consuelos, a los que están más abajo, a los que moran en esas concavidades, que se convierten en abismos si manos benéficas no los fecundan?

Necrología

Hace algunos meses, impulsados por la gratitud, dirigíamos algunas palabras a un hombre que ya no existe, D. Eugenio de Ochoa; hoy, cumpliendo con lo que la justicia ordena, tributamos a su memoria un respetuoso homenaje. Las Academias, los sabios, los eruditos, harán valer el mérito del que tenía profundos conocimientos o instrucción vasta; del escritor elocuente, galano y castizo; del literato, del poeta; y notarán que deja un gran vacío. A La Voz de la Caridad no le incumbe apreciar lo que valía en la república de las letras, pero debe hacer notar que ocupaba un lugar muy elevado en el mundo moral; debe presentar como ejemplo de resignación y fortaleza al hombre que, en medio de padecimientos horribles, sobreponía las altas aspiraciones de su espíritu a las torturas de la materia; trabajaba en instruirse y en instruir a los otros, y producía obras acabadas en situaciones en que sólo se dejan oír ayes dolientes. Nuestra época, pronta a la desesperación y a la blasfemia, más dispuesta a lanzarse al abismo que a seguir la vía dificultosa que señala el deber santo y la virtud austera, necesita de estas lecciones, que no se dan en los libros ni en los ateneos conformándose con los preceptos de la retórica, sino que resultan del cumplimiento de la ley divina, de la paciencia resignada y de una voluntad firme y fecunda, como la de D. Eugenio de Ochoa. Dios habrá recibido en su seno el alma del fuerte; nosotros derramamos una lágrima sobre la tumba del hombre tan dolorosamente probado.

Las decenas en París

Ya recordarán nuestros lectores que la idea de las Decenas ha nacido en la capital de Francia, donde ha tenido la acogida que merecía, con el nombre de Obra de las familias. Las terribles circunstancias en que se ha encontrado aquel desdichado país han impedido la reunión de la Junta general, que se ha verificado hace pocos días con el resultado más satisfactorio, ya por lo que ha producido la colecta, ya porque se ha puesto de manifiesto que la caridad, en vez de entibiarse en los desastres, ha crecido con los dolores, y la Obra prospera. En una sola parroquia de Saint-Louis d'Antin se socorren treinta familias. Felicitamos a nuestros compañeros de Francia, y los presentamos como ejemplo a las personas benéficas de España. En todo Madrid no socorren las Decenas tantos pobres como en una sola parroquia de París.

Es más fácil insultar a los franceses vencidos que imitarlos en su caridad.

15 de Enero de 1872.

En nombre de los pobres que tienen frío, a...

DOÑA I. C. DE Q.- Aunque sólo trae iniciales la sentida carta que acompaña a la ropita de niño, en el esmero con que está colocada, y en lo arreglada y en lo limpia, se ve la mano de una mujer. Puede usted estar segura de nuestra gratitud y de que el donativo se distribuirá; como usted desea.

SRAS. D.ª M. C. Y D.ª C. C.- Llegó el paquete, cuyo contenido en tan buen estado pasó inmediatamente a los pobres: en su nombre damos a ustedes sentidas gracias.

SRA. DE M.- Dios le pague a usted la remesa; todo se ha utilizado como usted pudiera desear, con gran provecho de los desnudos y gran gusto nuestro.

D. A. M.- La esclavina ha sido recibida con la consideración que merece prenda tan útil; de ella se harán algunas de abrigo. Que usted lo halle de la intemperie que hace tan penosa la vida militar.

DOÑA C. M.- Llegaron los 20 reales, y por una equivocación, los 40 anteriores se pusieron con unas iniciales que no eran las de usted. Fueron a socorrer a una familia muy necesitada, dejándonos la satisfacción de ser instrumentos de la bondad de usted, y el deber, que con mucho gusto cumplimos, de manifestarle nuestra gratitud.

D. F. Y.- Se recibieron los 40 reales. Nuestra incomunicación no es más que material, puesto que nuestras almas se unen para compadecer a los desgraciados, y usted contribuye a que podamos llevarles algún consuelo. Dios le devuelva a usted la limosna en forma de resignación para los males que le envíe.

DOÑA M. C.- Hemos recibido el real de su limosna de usted, que no por rutina, sino muy de corazón, llamamos bendita. Esta ofrenda de la primera exigua cantidad que una pobre ciega ha ganado con su trabajo, es una primicia que aceptamos con mayor gratitud que un donativo cuantioso; es una acción que nos conmueve un ejemplo que nos enseña.

DOÑA G. G. DE A.- Las operarias del taller de caridad aumentan, y eso que algunas tienen que ir a él desde bien lejos; empezaron a correr los alarmantes rumores de que iba a faltar obra; hubo quien procuró desvanecerlos diciendo que no faltaría tarea a las manos caritativas mientras hubiera compasivos corazones, y el de usted vino a confirmar la profecía, enviándonos los 200 reales, que se han presentado convertidos en lienzo. Se ha empezado a cortar de nuevo, a la medida que se quería, y si no hubiera sido por el temor de alguna reprimenda del Ministro de ropa vieja, ¿quién sabe si se hubieran mirado con desdén los arreglos, las piezas, las reducciones y las composturas empezadas? Pero, en fin, la gente no se ha envanecido, y haciendo los debidos honores a la tela nueva, no ha humillado con su desdén a la ropa vieja. Se ha leído el párrafo de su carta de usted relativa al taller, que por unanimidad la ha aclamado como una de sus operarias, aunque se halle en la imposibilidad de asistir a él. El producto del otro donativo también se aplicará al mismo, y por los dos reciba usted un Dios se lo pague muy cordial.

Nota. La persona encargada de esta sección ha estado enferma, y atrasado el servicio de dar cuenta de los donativos, pero no el de distribuirlos a los pobres, y menos el de agradecerlos.

A nuestros suscriptores

Hoy empieza La Voz de la Caridad el tercer año de su publicación: hace dos que, en medio del zumbido de los intereses y del estruendo de las pasiones políticas, halla eco en algunas almas elevadas, y a través de los hielos de la indiferencia, encuentra calor en algunos corazones amantes. Debemos gratitud, y se la damos bien cordial y bien sentida, a los que nos acompañan en la dificultosa peregrinación; a los que no se cansan de oír ayes; a los que no se ahuyentan por el espectáculo de los dolores, vienen en nuestro auxilio para aliviarlos, y, convirtiéndonos en instrumentos de su bondad, hacen dos limosnas: una de consuelo por el que nos proporcionan al darlas, y otra de auxilios materiales a los pobres que las reciben.

Si La Voz de la Caridad vive más de lo que suelen vivir las publicaciones de su índole, lejos, muy lejos estamos de creer que se debe a su mérito; antes, por el contrario, notamos con pena que se queda muy por debajo de lo que nosotros esperábamos y queríamos que fuese. Pero lo que al periódico le falta, lo suple el corazón de los lectores; a él apelamos una vez más, y no apelaremos en vano; no nos abandonarán cuando más necesitamos de su concurso, y al notar vacíos y defectos, y que no correspondemos a la idea que de nuestra Revista se habían formado, en vez de decir con desdén: Carecen de medios, deberían hacer mejor, dirán con afecto: Tienen buena voluntad y hacentodo lo que pueden.

CUENTA DE INGRESOS Y GASTOS DEL CUARTO SEMESTRE DE « LA VOZ DE LA CARIDAD»

Cargo.

Rs. Cts.

Recaudado de suscripciones del primer semestre.

210,00

Ídem íd. del segundo semestre.

20,00

Ídem íd. del tercer semestre.

40,00

Ídem íd. del cuarto semestre.

8.430,00

Limosnas recibidas.

4.601.00

Venta de números sueltos.

17,00

Total.

13.688,00

Data.

Molde, impresión y papel de 12 números de la Revista y de 2.000 recibos.

 4.152,00

Fajas, timbre y correo.

341,00

Comisión de los libreros de Madrid4 , y del comisionado en las provincias donde no tenemos quien por caridad nos haga el favor de cobrar.

296,00

Un sello, que facilita mucho la cobranza de las letras.

76,00

Extravío de sellos en correos, que se han abonado.

40,00

Reparto y cobranza de Madrid.

720,00

Al que lleva el periódico al correo.

48,00

Suman los gastos.

5.673,00

Limosnas dadas a domicilio.

7. 800,00

Resta.5

215,00

Total igual al cargo.

13.688,00

15 de Marzo de 1872.

En nombre de los pobres, a...

SRA. C. DE T. V.- Vino por buenas manos el buen agasajo para los pobres; aun teniendo usted muchos, se acordó de los nuestros. Dios, que no olvida a nadie, se lo recompensará.

D. A. C.- La libranza de los 100 reales remitida en Enero no llegó; la que han mandado usted últimamente, sí, con mucha satisfacción del taller a que se ha aplicado el donativo. La poca exactitud del correo lo ha puesto a usted en el caso de probar que su caridad es de aquella verdadera que no secansa. Que los que pueden proporcionarle alegrías sean tan perseverantes como usted lo es para consolar dolores.

E. P.- La camisa que has hecho es un verdadero primor para unas manitas tan pequeñas. Un angelito que apunta las acciones caritativas, ha escrito ya la tuya: que él proteja a tu papá, y que tu buena acción lo escude en los peligros. Te pondremos como ejemplo a las otras niñas; pero esto no ha de servirte para que estés vanidosa, sino para hacerte más aplicada, de modo que cuando seas grande, siendo muy buena, muy buena, correspondas a la pequeñita que de cuatro años cosía para los pobres. ¿No ves cómo cada vez eres más alta? Pues cada año también debes ser un poco mejor. Las operarias del taller te envían muchos besos; que Dios te envíe muchas bendiciones.

D. E. P.- Muy buenos, inmejorables, son los 10 reales, y más habiendo costado un viaje y tiempo, cuando anda tan escaso; pero, en la medida de lo posible, no se olvide usted de la limosna intelectual.

SR. M. DE H.- La limosna de usted viene siempre por tan buenas manos que aumenta su precio. Los 50 reales se distribuirán como usted puede desear, y el portador tendrá compañía para su buena obra.

A. G. C.- Llegó la cesta con que usted ha querido obsequiar a sus bienhechores; ninguno ha querido aceptarla, porque no debía: devolverla parecía desaire, y se determinó rifarla. Se han sacado 112 reales, que siempre vienen bien para los pobres; pero más a fin de semestre cuando andan tan escasos los fondos de La Voz de la Caridad. Vea usted cómo hasta un pobre encarcelado puede hacer bien y contribuir a las buenas obras. Ahora es necesario tranquilizar el ánimo para cuando usted reciba la libertad, saliendo absuelto, como esperamos. Ha sido usted tratado injustamente, parece evidente; si algunos no le han hecho a usted justicia, en cambio de otros ha recibido usted mucha gracia. No salga usted con ánimo hostil contra una sociedad en que, si hay personas que por error y descuido le han tenido a usted tanto tiempo preso, existen también otras que han cuidado de su larga y desamparada familia. Procure usted olvidar el mal, cuyo recuerdo hace daño, y practicar el bien en memoria del que ha recibido.6

Las Decenas de la Coruña

Como nosotros no nos dirigimos a nuestros lectores a la manera del que escribe para entretener, para instruir o para arrastrar; como no ponemos en común con los que nos leen vanidades, ciencia, cálculos ni pasiones, y no hacemos sino deplorar con ellos desdichas, comunicar sentimientos, mezclar lágrimas, nos hemos acostumbrado a mirarlos como amigos, y esta dulce costumbre y esta consoladora idea es una recompensa superior al merecimiento de nuestro trabajo.

A nuestros amigos, pues, comunicamos hoy una satisfacción, que lo será también para ellos: en la Coruña se han instalado ya cinco Decenas; la buena semilla, sembrada allí por buena mano, cayó en buena tierra, y cincuenta personas se asocian para el bien, es decir, se perfeccionan, y cinco familias que contarán más de veinte individuos, han salido de una miseria espantosa, porque en la Coruña, lo mismo que en Madrid, el Patronato, en igualdad de circunstancias, acoge con preferencia a los más desamparados.

Estas cinco Decenas, formadas en muy poco tiempo, además de una satisfacción, son una lección y un ejemplo. ¿Por qué no se imita? ¿Por qué tantos pueblos de igual y mayor importancia que la capital de Galicia no la imitan, estableciendo una asociación caritativa, que se acomoda tan bien al modo de ser de cada uno, que tan poco exige al que poco quiere dar, y que apenas deja al egoísmo pretexto para negarse? Aquí no se puede hacer eso. Usted no conoce la gente de este pueblo. Estátodo el mundo cansado de dar para tantas cosas como se pide, etc., etc. Con estas y otras frases análogas responden los imposibilistas a cualquiera que les propone alguna innovación benéfica. Con que ninguna cosa buena se declarase imposible antes de haber hecho los esfuerzos posibles para realizarla, ¡cuánto bien se haría, cuánto mal pudiera evitarse! Cuando decimos: Aquí no puede hacerse tal o cual obra benéfica, ¿qué significamos con estas palabras? Queremos decir abreviadamente: aquíno hay más que egoísmo; aquí se carece de caridad; aquí los nobles sentimientos no dan impulso anadie; aquí no hay eco para las voces divinas. ¿Y quiénes somos nosotros para dar este fallo, que tal vez, que probablemente es una calumnia? ¿No es decir mucho mal de un pueblo o de un hombre declararle incapaz de hacer bien en cualquier línea que sea? ¿Y qué pruebas tenemos para formular tan severo juicio? ¿Dónde están los esfuerzos que hemos hecho, los ejemplos que hemos dado? ¿Dónde está nuestra perseverancia, nuestra virtud, nuestra caridad, que no han dado fruto alguno de buenas obras y de consuelos? Y si nada grande y beneficioso hemos intentado con ánimo firme, ¿por qué calificamos a los otros de mezquinos? Nuestra abnegación ¿ha hecho la prueba clara, concluyente, del egoísmo de los otros?

Cuando nos hablan de intentar alguna cosa buena, en vez de declararla imposible, rebajando a nuestros conciudadanos, calumniándolos tal vez, deberíamos decir: no quiero tomarme el trabajo deprobar si es hacedero lo que se pretende hacer; tengo pereza y no acepto esa fatiga; tengo amorpropio y no me quiero exponer a desaires, que siempre lo son las negativas; y, en fin, soy egoísta.

Si en la Coruña no hubiera habido una persona que creyese que era posible establecer allí las Decenas, no se hubieran establecido; si en cada pueblo de cierta importancia hubiese una persona que creyera que era posible formarlas, se formarían. Las de Madrid fraternizan cordialmente con las de la capital de Galicia, y nosotros les haremos una corta ofrenda tan pronto como el estado de nuestros fondos nos lo permita. Al dar a sus pobres este pequeño socorro extraordinario, si les preguntan de dónde viene, pueden responder: Es el saludo cariñoso que a las Decenas de la Coruña hace La Vozde la Caridad.

1.º de Abril de 1872.